jueves, 12 de abril de 2007

Déjese usted de pendejadas


Se me ha metido entre ceja y ceja de tanto ver estas cosas, que si tanta y tanta gente escribe en el método o más bien estilo del do it yourself, en cómodas y fáciles lecciones para que haga usted esto o sea usted aquello otro sin que tenga que trabajar por ello, haciéndose de nombres y carreras y famas y todo lo demás (sin llegar a cronopios, y que me perdone Julio) yo también puedo porque al fin y al cabo no tengo que pagar por hablar paja.

Es que creo que lo único que vale en esta u otra vida que se precie de serlo con largueza, es amar. Sigo pegado con los Beatles tal vez. Lo cierto es que llevo ya cuarenta y tantos años buscándole la vuelta a la vida y la verdad es que la única cosa que he encontrado que realmente valga la pena es esa. Y me perdonarán.

En un principio pensé en escribir algo así como “El decálogo del perfecto amante”, pero por culpa de la relatividad de las cosas y que realmente no aguanté la risa, y hasta vergüenza me dio por estar dejando tan facilito que me vean las costuras de mi disfraz de sabiondo, decidí centrarme (si eso se puede decir de mí) en el mensaje central de los diez mandamientos de Moisés que viene siendo algo así como que no jodan, y me dejé de pendejadas.

Debo aclarar mis deudas por préstamos aquí y agradecerle a Horacio el hispano parlante su base decimal literalmente matemática, pero como tal vez lo cambie a base octal unificada, posiblemente no le deba nada. Pero si alguien se siente robado aquí, que se ponga en la fila. Puede que le pague alguna vez.

No fue fácil, por otra parte, renunciar al proyecto de escribir un manual que vendría a ser como la piedra filosofal que no solo lograría el elíxir de la vida eterna sino trocar la mierda en oro para que la vida se volviera como que dorada eterna. Porque si el hombre ha vivido siempre (o por siglos y siglos tan estirados que se parecen más a la palabra siempre) poniendo nombres tales como “el siglo de oro”, de las letras, de la música, de la metalurgia, del automóvil, del rock ‘n roll..., de tantas cosas de oro que al final como que del oro solo lo dorado. Ya me perdí.

El manual en decálogo para el perfecto amante empezaba con la máxima: Déjese usted de pendejadas, y decía al respecto que en este sesudísimo manual no había sugerencia de mayor importancia porque hasta que no se deja uno de pendejadas y le da por amar de verdad, pues no ama nada. Porque resulta que amar es como caerse o estarse en pie. No se puede a medias. O estás de pie, o te caíste. No hay manera de estar medio en pie. Se puede estar precariamente de pie, o a medio camino entre estar de pie o caerse es verdad (pero esto no dura mucho por muy alto que haya uno ido a pararse) lo cierto es que no existe un estado intermedio que dure mucho. Como sucede con amar o no amar.

Imaginemos que quiere usted viajar, por ejemplo, a Caracas y las lluvias se llevaron el puente sobre el río Kway (tal vez no se escribe así y hasta no venga al caso pero yo ya me dejé de pendejadas, y la cancioncita sí que me sale bien silbada).

Es el momento de verlo claro: ¿cuánto quiere usted ir para Caracas? Esto en nada implica necesidad ni monsergas deontológicas ¿quiere ir a Caracas? Apriete ese esfínter porque ya está pagando. Deberá usted dejarse de pendejadas y pegársele atrás al primer camión o vehículo de cuatro por cuatro (denominación muy cómica para los vehículos de doble tracción, que nada tienen que ver con el número dieciséis) cuyo chofer parezca saber muy bien para dónde va y por dónde es.

Sepa que esto no bastará. Tendrá que cruzar vados pantanosos, ensuciarse, pasar sed, enfrentar juicios y desacuerdos, sofocar motines, masajear algunos egos, embarrarse, hacer fuerza justo hasta que adquiera la sabiduría necesaria ( y no hay que confundir sabiduría con astucia que es confusión habitual) para hacerse ayudar y dejar de pujar como si quisiera expulsar un fecaloma.

Si logra esto habrá dado un paso hacia delante en el camino de dejarse de pendejadas.

No hay que sentirse demasiado mal por la calidad de los pilones de basura tras los cuales uno se atrinchera y escuda a través de la vida para no tener que dejarse de pendejadas, porque es fácil decirlo, pero jodidísimo de hacer. Para esto voy a contarles algo muy íntimo para mí en mi época de las trincheras pero que ya no lo es porque me dejé de pendejadas.

Tenía yo unos dieciocho meses mudado para la habitación de mi hijita linda sintiéndome pésimo porque ya mi matrimonio se reducía a soportar y hacerme soportar, no cediendo terreno (por habérmelo dejado quitar por inacción) ni conquistar ni un poquito de lo perdido. Tenía demasiado tiempo en eso: aguantar y ser aguantado sintiéndome culpable por ambas cosas que son insoportables por no saber dejar de hacerlo ni ser capaz de hacer otra cosa. Me imaginaba el triángulo equilátero del fuego, ese que sitúa combustible, comburente y calor en cada vértice, e imaginaba que el triángulo mío se hacía cada vez más grande alejando cada ingrediente más y más cada vez. No habría más el fuego ese en mí. No lo habría porque los depósitos de combustible estaban en un subsuelo hondísimo. El calor estaba afuera pero altísimo. En el medio una capa termo aislante y sofocante de algún tipo de musgo muy espeso.

Ahora es cómico, pero en aquel momento me sabía malísimo saberme de tanque lleno por así decirlo, y no tener ningunas ganas de hacer el esfuerzo para cruzar el río Kway vía El Guapo. Y a que no saben por qué: por pendejo precisamente.

Pero qué era lo que tenía. Tenía una lavadora y una secadora que ya sabía usar. Tenía agua caliente para bañarme. Tenía cuatro hornillas y un ladito en la nevera. Tenía a alguien que me recordaba constantemente el vencimiento de las facturas. Tenía una chamita queridísima a quién llevar y traer del colegio. Tenía una sopita en las noches para compartirla cálidamente.

Un día me hice consciente de eso y locamente decidí dejarme de pendejadas pues tenía un barco de velas sin velas y sin combustible por culpa tal vez del subsuelo en el cual si bien no podría colgar el chinchorro ni tener lavadora ni agua caliente, sí lograría salírmele de debajo de esa cobija de musgo del carrizo que me sofocaba el fuego.

Lo pensé y lo pensé y si no me decidía era porque sabía que tendría que enfrentar todo sin más herramienta ni excusa que yo mismo, y eso es demasiada responsabilidad tanto más cuando no había podido dejarme de pendejadas.

Pero qué soy yo sino yo mismo. No tengo nada más que yo mismo. Así que me dejé de pendejadas y metí tres porquerías en mi carro destartaladísimo que muy contradictoriamente adoro y me fui a mi barco sin velas sabiendo que dejándome de pendejadas de ese modo, corría el riesgo de ser más pendejo aun.

Sé que aun no he sido consecuentemente explícito con lo que trato de decir sobre lo que claramente significa para mí vivir en la pendejada, ni menos aun en cómo dejarse de eso, ni menísimos todavía la diferencia entre vivirlo y serlo.

Ya escuché hasta el cansancio aquello de que pretender resultados diferentes haciendo siempre lo mismo son vainas de locos, aunque prefiero el término pendejo por ser menos clínico y sujeto a medicación, y más consistente con el eje de este escrito, y porque no hay que olvidar que la negación de la evidencia es el primer síntoma de lo que sea. Por eso es que sostengo pase lo que pase que yo no soy ningún pendejo. Los pendejos son los demás que hacen que yo me vea en estas situaciones tan indecorosas por decir lo menos... No, qué va, no se tape usted con guayaba que solo logra constiparse, es decir, ser lo que se llama un estítico. Examínese a fondo y sin pendejada que valga agarre un papel y escriba un guión técnico de radio, solo que en la columna derecha pondrá lo que hace efectivamente y en la izquierda lo que querría hacer en cambio. O al revés. Digo, derecha, izquierda, no importa...

Puede leer los resultados de la comparación si se atreve. Yo no pude, pues sin leer sabía que ni era, ni parecía. Qué vaina. Pero no deja de ser una bella herramienta para darse cuenta de hasta qué profundidad le ha calado a usted el cuento. Se dará cuenta de que lo está haciendo todo mal, o bien se dará cuenta de que lo hace todo bien en cuyo caso debería estar compartiendo ese secreto con los amigos ¿no le parece?

Por ahí me han dicho que lo que sostengo se cae dentro del país de Tomás Moro, y yo que me he leído también a José Saramago discrepo avergonzadísimo de lo que dice sobre la utopía que no solo no existe sino que es impensable como idea, o como decía Carlos Fuentes que decía Luis Buñuel que con los bolsillos llenos de piedras aseguraba que las ideas no necesariamente tenían que pasar al campo de lo material..., porque cualquier cultureta como yo sabe que lo que no se puede idear tampoco puede existir y viceversa. Por eso vamos a reencarnar más pendejos cada vez hasta que aprendamos. Y me perdonan esta, que es un peo conmigo mismo, pero que ventilo en público desde mi chinchorro porque me viene molestando ya hace días.

Por qué aquí viene otra vez la relatividad a molestarme. Yo diciendo que hay que dejarse de pendejadas cuando basta con asumirlas y trocarlas en el oro del que hablé hace rato.

Flaquezas, solo eso.

Pero es que en estos días una cliente me dijo que claro que yo podía vivir felizmente ya que soy un tipo bohemio (creo que con eso me quiso decir hippie cholúo, drogadicto, irresponsable, flojo, y quién sabe si hasta comunista y ateo ¡Dios mío!) que ya había vivido la responsabilidad, la quiebra, el fracaso matrimonial, y que como dice Terry Pratchett, había salido de la locura atravesándola de parte a parte. Que por eso ya podía vivir feliz y tranquilo. Me sentí como Dante. Perdón... Pero que ella en cambio tenía responsabilidades propias de su carrera de administración, cargo gerencial, madre realizadísima de dos hijos a sus treinta y dos primaveras en el gimnasio todas las mañanas que no va a correr en la Caracola porque en este mundo competitivísimo además hay que estar buenísima, y un marido empresario que, fíjese usted, al que también hay que recordarle el vencimiento de las facturas. Todo esto mirándome con una condescendencia que yo no veía desde que era adolescente. Por supuesto que le entregué lo que ella había venido a buscar y luego me hice la cruz de cuerpo entero por si acaso.

Y claro, no va a ser de ese modo, si bajo el deseo de tener un carro más caro, ponerle goma a las tetas de la esposa, comprarle un celular arrechísimo al hijo que está en segundo de primaria para que no se burlen de él sus amiguitos que son a esa edad lo menos amiguito que se puede ser en la vida sobre todo si no tienes ese celular arrechísimo (como un ex amigo, a quien llamaré Decaulión para no herir susceptibilidades y porque capaz que me demanda, sostiene que tiene que ser) si bajo todo ese deseo no hay nada más que miedo a no tener nada más, no se puede ser más pendejo en la vida... Porque todo eso está afuera y no hace ni mejor ni peor a nadie. El parecer no tiene necesariamente nada qué ver con el ser. Prefiero el Toddy tibio. Ni siquiera ese perolero garantiza un orgasmito mejorcito en la vida.

Dejarse de pendejadas solo significa para mí encaminarse hacia la coherencia. Es decir que no abogo por la renuncia de los bienes materiales, ni por el ascetismo mendicante, ni por la oligofrenia, ni por las cholas de meterle el dedo, porque parece más fácil llegar a ser lo que se parece que se es, que terminar pareciendo lo que realmente se es, y no es semántica ociosa.

Falsos oropeles, diría mi finada abuelita.

Lo que pasa es que el malestar que nos hace volcarnos hacia fuera y perdernos cada minuto más y más se alimenta principalmente por el diferencial de potencial que se genera por la distancia entre lo que somos y lo que parecemos. Hay que tener cuidado no terminemos como la maestra que reprende ferozmente y llena de miedo a los alumnos ante las primeras manifestaciones de la sexualidad pero que le manda correos electrónicos de contenido pornográfico a los padres de los mismos niños reprendidos. Es decir, algo así como esquizofrénicos, y me perdonan los especialistas en el tema.

Total es que no pude hacer un decálogo con este tema. No pude porque todo se reduce al final a dejarse de pendejadas y el palabrerío termina sobrando y eso contradice la intención del asunto.

Por lo tanto, vivir, ser, amar, y todo eso, si se quiere hacer plenamente pasa por ese equivalente versionado de Moisés que se sintetiza en no joder, o dejarse de pendejadas, o más precisamente sea usted coherente ¡nojoda!

Mi Abuelito






Ese señor que yo siempre cito como para que no le quede fácil a nadie el dudar de mi aseveración es en realidad un personaje complejo y enorme que abarca desde el costumbrismo más sabroso, hasta el moralismo ejemplarizante no exento de cierta picardía mayor o menor, en tanto sea necesaria.

Fíjese si no, en todo lo que fue y sigue siendo mi abuelito, ese señor que hizo y sigue haciendo pues no se muere, por más que lo haga.

Para muestra, un botón.

Mi Abuelito cuidaba de noche en una escuela artesanal de un pueblo muy viejo y venido a menos, armado con una pistola gomecista calibre treinta y ocho que hacía siglos que ya no funcionaba porque el percutor estaba tan desgastado como su dentadura, pero que qué importaba, si en realidad la escuela estaba vigilada solamente para que unos vandalitos de muy poca monta no se hicieran pupú en los jardines al entrar a robarse los mangos. Mi Abuelito era pícaro y sabía muy bien que no era la posibilidad de recibir un balazo lo que disuadía al malandraje de esos tiempos, sino la presencia de un señor más viejo que el mismo diablo y que por lo tanto, sabría más que este. Y no hay bicho malo que no tema al diablo. Tampoco había buscado ese empleo porque lo necesitara para sobrevivir, sino porque siendo tan mayor que su esposa (mi Abuelita) era muy posible que ella le sobreviviera y él juzgó conveniente dejarle una pensión del estado para que tuviera para sus cosas cuando ya él no estuviera materialmente con ella.

Mi Abuelito se enamoró de una de las hijas del hacendado corso que le dio empleo en los años de la república del conuco, el café y el cacao, pero sabiendo muy bien que mi bisabuelo no lo aceptaría de ninguna manera como yerno porque ningún peón pata en el suelo podía pretender a su niña de pies bien calzados. Se encontró entonces secretamente con ella, y le dijo que él se iba para la república independiente del Zulia a trabajar en la petrolera, que volvería con plata en el bolsillo a pedirla en matrimonio, que ella no debía casarse porque terminaría siéndole infiel a su marido... Un pícaro mi Abuelito..., pero se fue un montón de años y regresó vestido con un “Slack” de hilo blanco montando una mula del mismo color. La pidió en matrimonio y mi bisabuelo no tuvo más remedio que aceptar aquella unión. También hubiera podido ser el Paulo de Josefina y haber regresado después de haberse hecho general y ministro de ejercito y marina con cartera o no, pero ya la época del generalato caudillesco había decaído, y no hubo revolución ni “Mala Rabia” que enfrentar para hacer brillar su astucia de gañán resabiado.

Mi Abuelito tenía una bodega en la que vendía desde cuerdas de guitarra, catalinas y mazamorra, aceite a granel, huevos por unidad, tabaco en hojas, cigarrillos detallados, sal en piedra y refinada, berenjenas, pescado salado, carne seca, hierbas de mil olores que colgaban secas del techo, pichas de huevito, estampitas de San Judas Tadeo y de San Miguel Arcángel, aguardiente, ron con ponsigué, cartas napolitanas y de las españolas para el juego de truco, maíz seco y jojoto, mapuey, auyama, ocumo chino, zumbí verde, chimbombó, cervezas porter, extracto de malta, aceite de raya, aceite de castor, emulsión Scott, papelón, café en grano y caña de azúcar, hasta un millón de cosas más.

Tenía también varios conucos, dentro de las tierras más grandes dedicadas al cacao pero que eran de la sucesión de mi Abuelita, que él cultivaba con esmero y dedicación haciéndolas producir cómodamente, además del huerto casero lleno de frutales que hacían que la casa siempre oliera a esa delicia de mezcla que hacen el fogón, la comida y las frutas maduras, principalmente el despreciado y fragantísimo limón francés, que qué ironía de nombre se gasta... Hablando de nombres, en ese mismo huerto de frutales estaba el trapiche culero, del cual no voy a aclarar su modo de accionar, pero sí diré que sacaba jugo de caña con un combustible barato.

Había también un gallinero que más que eso era un árbol creo que de ciruela de huesito o un taparo de ramas completamente asustaditas por cagadas, al cual regresaba en la noche un montón de gallinas que pasaban el día por ahí picando la tierra. Tenían pavos (recuerdo que al pavo macho le tenía yo mucho miedo porque me parecía horrible la textura de su piel y la manera de abrir su plumaje pues desconocía al viejo Almafuerte, y nunca supe por eso, de la inmensa estupidez del pavo) patos, guineas, gansos, y una cochina que también tenía su cuento. Sí, parece ser que la cochina comía y comía y no engordaba nada por lo cual siempre se posponía su matanza. Tanto se pospuso porque no engordaba, que al final se hizo como de la familia y terminó muriendo de vieja espantando los rabipelados que venía comerse las gallinas de noche. Mi abuelito le compuso una que otra décima picaresca a la cochina esa.

El animal más importante de la casa de mis Abuelitos, sin duda, era Martín. Un enorme gato leonado que era el encargado de corretear las perras de los vecinos en sus incursiones nocturnas para el robo de huevos. Más de una vez vi a Martín clavándole los colmillos en la crin (o dónde esta debería estar de tratarse de un caballo) agarrado con sus cuatro garras sobre el lomo de una perra que huía despavorida y gritando más que chillando, supongo que más por el susto que por el dolor. Martín parecía un puma que hubiera sido mal alimentado en la infancia, o un gato que nunca se enteró de que lo era. Era muy grande y temible. Yo nunca me le acercaba no fuera a ser cosa que no le cayeran bien los niños citadinos a semejante despliegue de salvajismo concentrado.

Y ciertamente que también había burros y mulos en la casa de mi Abuelito, pues eran los encargados del transporte pesado en las fechas que se sacaban los productos al mercado del pueblo, pero no recuerdo ninguno en especial. Eran todo iguales. Sí me llamó siempre la atención que semejantes recuas se dejaran gobernar mansamente por un solo hombre armado nada más que con una varita de monte y su fuerza de voluntad.

Mi Abuelito, decía, era un hombre sabio y agudo. Trabajador y honrado, pícaro y lúcido que nunca desperdició esfuerzos en acciones incoherentes. No sé cómo lo hizo, pero al citarlo, o poner en boca de él palabras que seguramente dijo aunque yo no me enterara, no hago sino tratar de rendirle tributo a esa sabiduría adquirida de tanto bailarle pegado a la vida.

Al final cayó víctima de una prolongadísima enfermedad que le echó a perder el sistema nervioso, y todos los presentes en su entierro eran conocidos queridos y familiares. No se presentó la incoherencia inoportuna en ese momento tan rasante.

Pero mi abuelito también era un señor como una esfinge, intelectual de avanzada para aquellos tiempos de transición entre la antigüedad de las buenas costumbres y la modernidad pre-apocalíptica que vivimos, porque no hay que olvidar que todo tiempo pasado fue mejor, a decir de mi abuelito que era en todo tan adelantado a su época.

Sí, mi abuelito era un señor que hacía gala de rebeldía al haber desalojado de su terno el sombrero y el bastón, que le había parado los pies a más de un anquilosado patiquín falso intelectual con sus méritos y apoyos gomecistas, que era músico y de izquierda, que era matemático e ingeniero de grandes obras medinistas. Un hombre universal, patriota, nacionalista, que se casó en dos nupcias sucesivas y separadas, claro está, con sendas extranjeras catiras tetonas y pecosas. Ya se sabe, que no hay que exagerar.

Un señor que no creía en brujas, pero que en una borrachera familiar y muy costumbrista era muy capaz de desencajar cuanta baldosa y adoquín encontrara en los suelos de la casa de su hermana en Tinaquillo, en busca de la botija de las morocotas que habían enterrado por ahí, porque en las noches se oye un ruido y se ve una luz. Claro, al día siguiente, entre avergonzado y divertido mandaba al albañil del pueblo a reponer todo el piso, entre disculpas para con tía Regina que en paz descanse.

Mi abuelito era un hombre elegante que gustaba, en su izquierdismo, de las rubias ojiclaras de generoso pecho así como del buen vino en una mesa mejor servida, básicamente porque una cosa no tiene nada qué ver con la otra y por lo tanto no hay problema. Y puede parecer contradictorio a los ojos de los puristas un poco desinformados, pero hay que pensar en que lo cortés no quita lo valiente. Basta con darse cuenta de lo avanzado del concepto sobre todo para una época tan gochista y tan anticipada al mayo francés que ni de enero calificaba. Sí, pensar en igualdades humanas pero igualadas hacia arriba, si es que quedan arriba las buenas maneras, gustos y costumbres..., he ahí lo avanzado del concepto precisamente. Tendemos a pensar muchas veces que para igualar a las personas hay que descabezar a los descollantes y nunca elevar a los rezagados, es decir, que mi abuelito, además, era un tipo positivamente elegantísimo. A mi modo de ver, claro.

Mi abuelito era un hombre galante que nunca se atuvo a la máxima de conocer a la posible suegra para evaluar a la potencial esposa, o por lo menos no lo mencionó. Y eso que de siempre se lo oyó decir a mi otro abuelito, que en este caso es mi bisabuelito, su papá. Que para qué lo voy a ocultar: mi bisabuelo también es mi abuelo cuando lo pongo en la rampa de lanzamiento de mis máximas abuelísticas.

Sí, aquí hay que hacer un aparte de abuelos “bis repetitas” pues basta que alguien eche un buen cuento de esos que se non e vero e’ ben trovatto, para que de inmediato me venga a la cabeza un comentario de mi abuelito sacado de las historias de Tartarín de Tarascón... Como el de la vez que lo contrataron para que matara un león que azotaba el ganado que pastaba en los alrededores de un pueblo perdido en el interior, allá por el sur del Lago de Maracaibo. Trabajo que él aceptó porque no le quedó más remedio, vaya usted a saber por qué, pero que al estar tan asustado escuchando un sonido muy raro que salía de una zona de matorrales espesos en esas horas moradas previas al amanecer, nomás vio un rabo pelón con mota de pelos en la punta que se asomó por debajo de un arbusto, le arreó un escopetazo de plomo grueso nada más y nada menos que al mulo del párroco. Bueno, esa vez no le fue muy bien en el pueblo del sur del lago, que en el original quedaba en alguna parte de Argelia, pero qué vamos a hacerle..., así era mi abuelito, mi bisabuelo.

Y no es por distraer la historia sobre mi abuelo, sino por abundar en detalles que cuento también que mi abuelo alguna vez se vino de Cataluña huyéndole a Franco que no soportaba a los artistas, y se vino para acá a trabajar su escultura en un país que no tenía muchos, pero que tampoco tenía Francos... Él era el que hacía rimas como la que contaba que:

“...Admirose un portugués
de ver que en su tierna infancia
todos los niños en Francia
supieran hablar francés.
-Arte diabólico es-
dijo torciendo el mostacho.
-Pues para hablar el gabacho
un hidalgo en Portugal
llega a viejo y lo habla mal,
y aquí, lo parla un muchacho-“

Tenía infinidad de estas rimas para todo el viejo escultor catalán, que era mi bisabuelo realmente, pero que también era mi abuelo para todo lo relativo a las citas que le endilgo a mi abuelo. No, no es complicado.

A veces mi abuelo es algún tío querido, como aquel que colecciona de todo lo que haya para ser coleccionado. Desde libros, hasta armas extrañas. Desde cuentos hasta historias. A él, cuando cualquier persona le pregunta que de dónde sacó tal o cual cosa, él responde con su entrañable tono nasal: “y para qué quieres saber tú eso ¿acaso te vas a ir a comprar uno igual?”... Lo mejor del cuento es que nadie se molesta con su comentario. Invariablemente las personas se preguntan lo mismo... Sí, a veces mi abuelo es mi tío, el coleccionista.

Muchas veces mi abuelito es otro tío abuelo más querido todavía, y más abuelo que los demás abuelos. Que era poeta, soñador, izquierdista de los de Jóvito Villalba, que decía siempre que todos los males de este país se le debían a los adecos principalmente a Rómulo Betancourt. Mi abuelito tío abuelo era del tipo de personas que no se muere aunque murió hace ya mucho. Un abuelito que te escuchaba decir que te gustaba el berro y la chicha, y ya nunca se presentó en casa a la hora del almuerzo sin su ramito de berros y chicha El Chichero en envase de un litro (¡qué práctico!) bajo el brazo.

Era humorista fino y medio fatalista, como muchos hombres sensibles e inteligentes. Recuerdo un muñeco de goma que tenía mi hermanita al cual, sabrá dios por qué, ella había bautizado como “El Copeyano” para la buena risa familiar, y que con el paso del tiempo fue poniéndose más y más feo, porque como era de esa goma que absorbe el sucio, por más que lo lavaran siempre estaba como tatuado de mahorí. Pues a este muñeco una vez mi abuelito tío abuelo le escribió sobre la panza una copla que decía:

“Parezco una porquería
y no me canso de entender
dónde vine yo a caer
¡qué mala suerte la mía!”

Era mi abuelito tío abuelo un señor de gustos variados. Lo mismo escuchaba un vals criollo en la época en la que me dio por estudiar guitarra, que los ensayos al clarinete de mi hermanito, que el rock en español o sinfónico o el que fuera que pusiéramos en casa, que la experimental y/o brasileña, ritmos todos que el seguía sentado en su mueble con un acompasado movimiento de cabeza mientras golpeaba rítmica y suavemente las manos, y movía el pie derecho. En su cara siempre había una expresión benévola y la boca puesta como si silbara la melodía.

Mi abuelito tío abuelo trabajó de zapatero allá en su tierra natal en Río Caribe del estado Sucre, luego se fue como muchos a la tierra prometida del petróleo en la que hizo de obrero, de chofer, de marino, y de quién sabe cuántas cosas más. Hizo de marino y nunca supo nadar. Decía que un marino que se cae al agua ya esta fuñío igual... Tenía el cuento parejo. Y el que a mí más me conmovió siempre fue el de cuando se casó con una señora que al tiempo enfermó y murió. Señora que él quiso mucho y a la que le dedicó todo el cariño y el cuidado que pudo mientras estaba enferma. Ella le dijo poco antes de morir, que él había sido muy bueno con ella, que transitara tranquilo por su vida porque escogiera él el camino que escogiera, ella ya lo habría recorrido antes para limpiárselo a él... Y así serán las cosas, pues cuenta él que aprendiendo a manejar allá en Cabimas, encunetó y volcó el Packhard descapotable que le asignaron. Que el carro había quedado destrozado y que hubiera debido aplastarlo contra el suelo, pero que dónde cayó había una zanja exacta para que él cupiera y el carro no lo espaturró... También cuenta que cuando el incendio de Lagunillas de Aguas él se salvó de morir quemado como todos los que vivían con él (dicen que tenía una mujer y un hijo que perecieron en esa catástrofe pero hoy ya no queda fe cierta de esto) porque a última hora había decidido ir con unos amigos a tomarse unas cervezas en Cabimas, cosa que no hacía casi nunca por lo costoso del asunto... Contaba también que una vez salió para el sur del Lago a visitar una mujer que supuestamente había parido un sapo, pero por el camino, en una posada, una señora que se antojó de él le escondió la ropa mientras dormía raptándolo por varios días. Esa vez perdió el empleo y no llegó a ver a la mujer que supuestamente había parido el sapo, pero se salvó del accidente penoso que sufrieron después los amigos en la ruta...

Él era más “El Tío” que mi abuelito, porque era tío de mi Mamá y ella le decía así. Ella y medio mundo, porque era un hombre bueno que se dedicó a querer a todo el mundo. A todos menos a Rómulo Betancourt. Qué se va a hacer... Recuerdo al bodeguero de la esquina, al portugués Feliciano, llamarlo “Tío” así, con respeto, y no era tío de él, estoy seguro... Mi Papá le decía tío, mi abuela y mi abuelo le decían tío. Mis primos le decían tío y mis tíos también..., pero aun así es mi abuelito también porque estaba lleno de pensamientos sabios y querendones, y muy presente tanto en las buenas como en las malas y esto es algo que se aprecia mucho en un abuelito...

Es uno de mis citables favoritos... Sobre todo a la hora de evaluar a una chica. Sí, él decía que había pimpollos y monumentos, que lo demás no importaba. Que sí, que existían, pero que él no se ocupaba de eso. Y no lo decía con crueldad sino más bien con convicción, con decisión. Era valiente y asumía sus decisiones completamente. Él es uno de los pilares principales en los que se asienta mi código ético... Nunca lo escuché ni vi contradecirse. Lejos de ejercer una sabiduría grandilocuente, hacía las cosas como él las hacía, sin decir qué está bien ni qué está mal. Solo hacía las cosas con cariño fueran para quienes fueran. Menos para Rómulo Betancourt, claro... Era pariente de Chente Carreño (creo que primo segundo) seguidor del maestro Luis Beltrán Prieto, y acérrimo de Jóvito Villalba... Estoy seguro de que el tiempo no era algo que le preocupara de ningún modo... Lo queremos mucho en casa. Siempre... A veces creo que él me asiste en mis momentos peliagudos. Seguro que sí, en más de un modo.

Es justo agregar aquí a otro abuelo mío, más abuelo que otros en muchos sentidos y menos abuelo que los demás, por razones que no vienen al caso. Un abuelo casado con mi abuelita que también es citable sobre todo en todos los temas que giran en torno a la solidaridad, la haya entendido como quiera que la haya entendido pero que yo entendí a mi manera y nunca jamás dejaré de agradecerle.

Un abuelo que una vez se presentó en casa trayéndole un supuesto premio a mi hermanita que estaba chiquita, y que había participado muy ilusionada en un concurso de pintura. Ella pintó algo que mi abuelito supuestamente llevaría al concurso ese, y a los días se presentó con un enorme sobre de Manila cerrado, que ponía delante en letras bien bonitas el nombre de mi hermanita. El sobre contenía material de pintura y dibujo, creyones y un block, además de no sé cuantas cosas más. Yo, desconfiado, me puse a indagar y le comenté que no había ninguna identificación del concurso ni carta de felicitaciones ni nada, que me olía a chamusquina le dije. Mi abuelito me contestó mirándome fijamente y en el tono más seco que se pueda escuchar fuera del Sahara: “no le busques la quinta pata al gato, que se la vas a encontrar y vas a pasar un susto”...

Era un abuelo que te recitaba las esquinas de Caracas de norte a sur, y de este a oeste. Te decía cantarín: “Carmelitas, Santa Capilla (que antes era de San Mauricio, por encontrarse ahí una plaza de armas y una capilla del mismo nombre) Veroes, Ibarra, La Pelota (donde estaba el frontón), Punceres, Plaza España, Ánimas, Platanal, Candilito y Urapal..., Sociedad, Gradillas, Torre, Veroes, Jesuitas, Tienda Honda, Puente Trinidad..., Quinta Crespo, El Carmen, Bucare, Maderero, Plaza Miranda, La Gorda, San Pablo, La Pedrera, Puente Yaguno, Truco, Balconcitos, Dos Pilitas, Puente el Guanábano..., Y así, todas la esquinas de Caracas, más o menos en orden, y por sectores. Pero no es esto nada más lo que recitaba. Tenía un cuento para la subida de Torrero, uno para la plaza de La Pastora, otro para el bulevar de Negro Primero, San Miguel a Esperanza dónde estaba la capilla de San Judas Tadeo...

También se sabía las carreteras de Venezuela e iba de pueblo en pueblo, de estación de gasolina en estación de gasolina, y no es nada: ¡de puente en puente! Sí, se sabía el nombre de los ríos que cruzaban la carretera y de no tener nombre en la identificación en el letrero de la cabecera del puente, conocía el número del pontón...

Sabía también en qué año llovió en Navidad, y en qué año no. Conoció al General Gómez en persona, cuando era niño, claro, porque su papá que no era mi bisabuelo libanés, era uno de los compadres de Gómez.

El cuento era que una vez en Choroní amaneció rota y arrastrada por el suelo la bandera holandesa que izaban siempre las monjitas del convento. Rápido, su papá, le dijo que preparara los burros que se iban para Maracay a contarle eso al compadre antes de que se armara un peo en esa vaina. Allá los recibió el Benemérito que les dijo muy lacónico que se quedaran tranquilos, que eso se solucionaba. A los días desaparecieron sin dejar rastro, algunos desordenados del pueblo. Nunca supe qué pensar de este cuento. Ni aun ahora.

Y así entre máximas de mi abuelito múltiple he venido reforzando mis puntales del pasado que uso sobre todo en mi camino al futuro. No están afincados en un tiempo específico, pero sí puedo decir que cuando no sé de dónde agarrarme, rápido sale mi abuelito con un comentario atinado presto a mi socorro.

Unas veces son simples refranes, como el que me hace masticar bien antes de tragar, no sea que me atore con una lisonja a mi ego. Ya saben, porque cuando la limosna es muy grande, hasta el santo sospecha... Y Sí, como a veces dice mi papá, que muchas veces le toca ser mi abuelito también y no porque ya vaya teniendo edad de serlo, sino porque nadie puede pasar por la vida con tanto abuelito sin que se le quede un cadillo de sabiduría pegado a los bajos del pantalón, que los refranes son simplezas pueblerinas de bajísimo nivel intelectual.

Lo serán, digo yo, pero la verdad es que entre una buena cagada y ser estítico, me quedo con el placer de echar una buena de esas que casi tapan la poceta.

Simple, pero sabroso. Entre buscarle la quinta pata al gato y sonreírle a un gesto de cariño genuino..., pues no hay comentario...

Si hubiera aquí una intención de estudiar ese fenómeno que llamo mi abuelito, habría que concluir que ese personaje es una piedra filosofal sacada del atenor de mis soluciones para todo, un recurso tal vez flaubertiano tan elegante en cualquier ocasión. Sí, me gusta pensar en que sería yo un alquimista que encuentra la solución del problema aquel de hacer la pareja circunscrita y con los ángulos en armonía creadora. Una solución buscada por siglos muy seriamente, y que yo vine a encontrar en el chapapote de mi memoria embustera. Libre de tiempo. Libre de verdades. Libre de engaños. Pero por encima de todo, libre de mí mismo...

Me queda claro lo que aprendí de mi abuelito, de todos ellos, lo que dijo John Lennon (otro abuelito de la edad de mi Papá, pero que como se murió aunque no se muera, ya tiene el cargo de mi Abuelito, pero sin edad) que lo único que importa es el amor, y tú lo sabes...

“Desde otro punto”

...Pero siempre la misma historia...

Me parece muy raro decir que no recuerdo muy bien ya algunas cosas de esas que pasaron y que siempre creí que jamás olvidaría. Sí, parece ser que llegué al punto del olvido por una razón u otra..., y prefiero pensar que es porque las he superado..., sí, coño, es muy cómico encontrarme a mí mismo hablando en esos términos, pero ¿qué voy a hacerle? Parece que de eso también me dio, es decir, que me puse cursi..., pero yendo a lo mío... Contaba que se me hace muy extraño decir que olvidé alguna historia importante de aquello tan loco que he vivido alguna vez.

Y escribo esto después de releer un cuento escrito por mi hermano Luis Gerardo sobre un viaje que hicimos con nuestro padre (suena desmesurado el apelativo, pero es sin duda eso: nuestro padre) en la época en la que nació el último hermano de la primera hornada, es decir, Luis Gabriel..., sí, sí, nuestro padre se llama Luis, nuestra madre Luisa, nuestra hermana es Luisa también..., resulta de lo más pintoresco por no decir otra cosa, y no podía ser de distinta manera: todos somos Luises en esta vaina..., es, supongo, un tipo de egolatría medio vergonzosa, pero que a estas alturas ya no tiene sentido el elevar quejas ante las instancias que sean, realmente no tiene caso... Lo que sí tiene caso es el cuento de mi hermano, que no es cuento, es más bien una crónica y yo la certifico como testigo presencial de primera fila y copartícipe protagonista. Él habla de un viaje de vacaciones a la Guayana atravesando un cerro de estados en muy mal ídem.

No quiero confundirlos ni confundirme. Los que estábamos en mal ídem éramos nosotros, pero no al comenzar la travesía sino al terminarla. Trataré sin embargo de no adelantarme... Y la verdad es que no me da mucha pena decir que ya no recuerdo por qué ni cómo pasó que fuimos a dar a manos de aquel loco progenitor nuestro que no resulta lo que se llama una mala persona en el sentido alevoso de la maldad. Es más bien una especie de discapacitado emocional culposo, y en consecuencia muy limitado para hacer algo que cubra las necesidades de quienes de él dependen, pues le son ajenas..., ¡Coño! En serio que no quiero hacer quedar mal al viejo, sobre todo porque sé bien que hace su esfuerzo con el mejor de los ánimos y a veces hasta con buen tino, y yo, soy de los que sé reconocer y agradecer este tipo de cosas...

No quiero hacer el Torquemada aquí porque no me interesa y sospecho que yo tampoco saldría del todo airoso en la comparativa, pero, tal vez el hecho de haber abandonado la amargura me ha hecho olvidar. No pude evitarlo y, al leer las líneas de Lalo (mi hermano Luis Gerardo) me vinieron a la memoria retazos de ese viaje. Pensé en que debo yo también contar mi versión a ramalazos y a jirones de lo que medio puedo hilar, tratando de traer a las letras lo que sentía en aquella época.

Recuerdo lo que recuerdo y de verdad que no estoy seguro del todo si las cosas fueron así o no...

Recuerdo que estábamos muy de madrugada, y a oscuras, esperando a “mi Papá” que nos venía a buscar. Aurita (la madrina de Luis Gabriel) nos había ayudado a hacer las maletas y a peinarnos de lado (como diría La Nena. Es decir, mi hermana Luisa..., Sí, Luisa ¿y qué?). Bajamos del edificio Orogar (u Horogar) en la esquina de la avenida 20 con la calle 30 (o 31) de Barquisimeto, medio ansiosos y seguros (a medias) de que pasearíamos unos días solos con el loco divertido de nuestro padre...

Él llegó vestido a la usanza “ñángara”... Me ladillaba profundamente y daba un poco de miedo esa pinta pues él (“mi papá”) me había confesado recientemente que estaba comprometido con la versión venezolana del ELN, es decir con las guerrillas, que era guerrillero pues..., que le guardara el secreto, que él era revolucionario y que estaba trabajando arduamente para cambiar las estructuras..., que lo mejor era la redistribución equitativa de las riquezas, de los recursos, la educación, y qué sé yo cuantas cosas de esas más...

Confieso que me sonó entre bien y mal, pues por un lado me parecía medio feo eso de que le quitaran las cosas a los que las tenían y se las dieran a otros, pero, como ya hacía unos meses que estábamos en casa pasando más trabajo que ratón en ferretería, tal vez hasta bueno resultara que en la repartición esa nos tocara alguito ahí ¿no?... Total, La Nena necesitaba vitaminas y un trabajo en los dientes que pensábamos eran peos con el calcio o algo a sí. Lalo tenía que cambiar sus anteojos. Gabi no podría usar pañales desechables por lo cual mi Mamá sería esclava de la batea, el jabón azul y la olla de hervir pañales. Yo necesitaba una cabeza nueva, pero eso no lo obtendría por repartición equitativa ni nada, así que no me doy por mencionado. No nos venía mal entonces algo de redistribución...

En un principio yo me asusté por lo que pudiera pasarle a él (a Mi Papá) sobre todo porque me lo imaginaba en medio de la balacera, yendo y viniendo en la clandestinidad más peligrosa, un partisano tropical o algo así, sobre todo porque el tipo resaltaba más que un pulgar machucado con ese metro ochenta y tres de estatura, la barba salvaje, los pantalones raídos, el morral verde militar desteñido y por sobre todas las cosas, la boina negra con la estrella al frente.

Yo aprendí “a guardarle” el secreto al boinudo, cosa que me hizo sentir un poco tonto cuando me lo pensé mejor, y a mirar los noticiarios con cara de póquer, es decir, sin exaltarme exteriormente cuando hablaran de una matazón de guerrilleros en alguna parte recóndita del país, o que habían atrapado a no sé cuantos irregulares de esos por ahí, en el monte...

Claro que ya me asaltaban ciertas dudas sobre la eficiencia de los cuerpos de control que funcionaban en este país, porque ¿cómo era que ese grandulón que rezumaba irregularidad a patadas no era ni tan siquiera molestado en un autobús o en una farmacia? Después, en sucesivas conversaciones “mi Papá” me relataba episodios que le contaban sus compañeros guerrilleros que sí habían sostenido combates con la guardia nacional y que eran muy temidos y bla, bla, bla...

La vaina era épica (y pelépica, y pelempempépica...) pero empecé a notar cabos sueltos en la narración. Primero me asusté mucho, como la vez que Lalo me dijo, cuando (él, Lalo) tenía como cuatro años, que “mi Papá” sí decía mentiras..., sí, el carajito ese me dijo esa vaina ¡orate absoluto!..., la cosa fue más o menos así: “Memo (ese soy yo, y es otro cuento, no se rían por favor) mi Papá sí dice mentiras...” y yo le dije: “¡pedazo de loco, descocado, iconoclasta, irreflexivo, desatinado (y un puño de cosas más que ahora no recuerdo. Ya dije que me falla la memoria) no repitas eso que si te oyen te desuellan a lo vivo”... él me respondió muy tranquilo: “no, no, en serio, mi Papá sí dice mentiras”... y yo le pregunté con el alma en un hilito: “¿por qué dices eso pedazo de loco?”... y el carajito ese me dijo tan calmadito él: “mi Papá dice que los niños hablan cuando las gallinas mean, y las gallinas no mean, y nosotros somos niños y sí hablamos... luego mi papá sí dice mentiras”... Yo acepté el hecho, pero quedé deshecho..., bueno, no tanto, pero sí quedé hondamente impresionado. Primero por la claridad de razonamiento de ese pequeño monstruo cerebral, y después porque a “mi papá” se le habían visto las costuras...

Comenzó a tener sentido eso de los guerrilleros de café, que para mí había resultado siempre un completo galimatías. Yo imaginaba unos heladitos de café con formitas de guerrilleros, pero no sé por qué sabía que la cosa no era así precisamente... Eso fue el comenzose del continuose, como diría Mafalda. Quiero decir que desde ahí ya las cosas no fueron lo mismo.

Primero me había dado por enfrentarme a la plana mayor del colegio copeyano de capuchinos donde el mil veces maldito padre Severiano me daba coñazos y me discriminaba por ser hijo de padres divorciados y de menores recursos que la media de los estudiantes (ya aquí comenzaba a ajustarme el Marxismo-Leninismo de “mi papá”. Pensaba que cuando se diera lo de la repartidera esa del reajuste estructural, a este cura de mierda yo mismo vendría a redistribuirlo un poco) Ese cura siempre me hace recordar el chiste aquel de la maldición gitana, la de “que te saques el gordo, te lo den en calderilla, te lo guinden de los huevos y te hagan pasear toda Sevilla”..., y a la condenada maestra de sociales que me trataba de meter moral, luces y cívica a fuerza de bofetadas e insultos (fue a ella a la que le di la patada por la cual no me quisieron aceptar el año siguiente en el mismo colegio. Bueno, eso, y que no llegaba aun el turno nuestro en la redistribución y ya no teníamos como pagar la matrícula).

Todo por el insignificante detalle de que yo era maoísta y guerrillero a los diez años, pues veía aquello de moral y luces como un sendero luminoso más bien...

Debo hacer un pequeño aparte aquí en honor a mi abuela “Marilú”, que honores a quien honor merece..., ella, cuando “mi papá” marcó la milla, nos acogió bajo su techo y repartió lo suyo con nosotros admirablemente. Esto tiene especial valor por cuanto sé, que aunque yo detestaba el colegio y todo lo que tuviera que ver con estar vivo en esos días, reconocía y reconozco que ella dio lo mejor de sí sin esperar ningún agradecimiento nunca por ello. Lo hizo porque le nació, porque era consecuente y luchadora, loca de perinola, terca y venática sí, pero sólida y excéntrica como una construcción de Gaudí..., catalana de mis amores, aunque no me lo crea ni mi abogado...

Después salió lo de la compra del apartamento en el paraíso y a mí me dio por inventar submarinos y cuentos fantasiosos que escribía en cuadernos de doble raya que nunca usé en el colegio. Esto porque cualquier cosa era mejor que meterle coco al fraude. Quiero decir, que descubrí que todo era una pose como para coger flaquitas descaminadas que no se afeitaban los sobacos y que llevaban el bluyín desteñido sucio en el culo... Me estoy desviando, lo sé, y no es que culpe a nadie con eso. También he echado mis cuenticos con fines parecidos... Okey, aquí vengo de nuevo...

Yo siempre he sido un tipo de agarrar las vainas como vienen y ver qué es lo mejor que puedo hacer con eso..., bueno, está bien, no siempre he sido del todo así, pero sé que de haber sido del todo alguna cosa me hubiera gustado mucho ser así...

Lo que quiero decir es que esa mañana de principios de vacaciones Lalo y yo deseábamos mucho ir de vacaciones solos con nuestro chiflado papá, pero creo que en el fondo sabíamos que no sería de esa manera. No sé. No me acuerdo ya. Pero sea lo que sea que hubiéramos esperado entonces no nos preparaba ni por asomo a la realidad verdadera...

Y es que al poco rato de habernos montado en aquel Fiat 125 Special amarillo y negro del año de la pera (pero con cinco velocidades y doble árbol de levas en la culata) no recuerdo si Lalo o yo le preguntamos a “mi papá” cómo sería lo del paseo, y él nos dijo que iríamos con Gastón, el chino jao, la novia del chino, y su amiguita “Maury” (amiguita de “mi papá”)...

Okey, okey, la tipa no se llama Maury sino Mary, y no era la amiguita sino laaaa..., ¡buéh!..., lo que pasa es que después Lalo y yo lo agarramos de amarga mojiganga y lo pronunciábamos así remedando a “mi papá”, forzando la pronunciación, arrugando la nariz con gesto de desagrado y rictus de mal olor hasta que sonaba “Maury”...

Me parece apropiado que antes de continuar haga aquí una breve descripción del combo completo.

Comencemos con Gastón, o Gastone Vinci, que así se llama: este era un tipo alto y flaco, de lentes más o menos a lo Lennon pero de calva avanzada. Blanquito como buen italianito del norte. Nariz corva como el mercader de Venecia. Odiaba que le preguntaran sobre su apellido. Decía (con voz nasal, corva) que le aterrorizaba la responsabilidad que ello implicaba (...¿...?...) era un tipo odioso a ratos y amargado todo el tiempo que había sido abandonado bastante recientemente por su esposa (Carmín) y que cada vez que caía en un hueco de la carretera gritaba a todo pulmón: ¡coño de la puta madre!

Esto amenizaba el viaje y nos hacía reír (los primeros cien kilómetros de los más o menos tres mil que recorrimos en aquella ocasión, después, poco a poco fue perdiendo gracia la vaina más que todo por la pasadera de hambre) a Lalo y a mí... Vegetariano..., esto es importante de mencionar porque ayuda con el perfil, corvo.

Recuerdo una peculiaridad del tipo: cuando estaba de pie, cada cierto tiempo se daba un real puñetazo en el cóccix..., ¡palabra! Fuera que estuviera conversando, parado ahí sin hacer nada o fregando platos, en cuyo caso se hacía un mojadito en el culo de tanto darse ahí sin tiempo de secarse las manos..., opinaba francamente que todas las mujeres eran putas tuvieran la pinta o no...

Vamos ahora con el chino jao: El chino jao era con mucho el tipo más feo que he visto en persona. Una especie de hochimín latinizado, siempre de lentes negros y completamente desgreñado de la manera extraña en la que se desgreña un chino, además de ser el único chino carecoñazo del que he tenido noticias..., sí, sí, carecoñazo, carecartón, que las lagrimas le bajan en toyota..., careluna, carequeso..., como se llame...

Un tipo de esos que siempre tienen las respuestas de todo pues se las dijo su chino abuelito Joaquín o Joa Chim o algo que no recuerdo, culí recién bajado del barco en el que escapó como polizonte de la Pacific Express (era un carguero con bandera de Monrovia) haciendo actus mortis (como una especie de Kalimán) dentro de un barril de buche salado (o cosa por el estilo ¡que chinito más arrecho!) ..., sabio, chaolín, monje iniciado el abuelo..., carecrimen finalizado el nieto..., no sé, malajunta en resumen (el nieto)...

La novia..., no la recuerdo en absoluto, solo hay en mi memoria un agujero negro con más o menos la forma del recuerdo de alguien del sexo femenino...

La amiguita “Maury”..., para qué decir nada. Y no tengo nada que decir pues ella y yo tenemos una relación compleja. No diré nada, solo que me parece haber olvidado que en ese paseo ella iba embarazada también... Creo que no. Bueno, no sé... Recuerdo poco que pueda contar ¡Ah! sí, durante todo el paseo comentaba riendo que Gastón caía en un hueco y lo más chiquito que decía era ¡coño de la puta madre! ¡coño de la puta madre!!! ¡ja, ja, ja, jiiii!! ¡ja, ja, ja, jiii!!!... En fin...

Pero basta de describir lo indescriptible, volveré al cuento... “Y llegamos al punto de encuentro...” Lo siguiente que recuerdo es hambre durante un compás de espera en algún estacionamiento de Valencia mientras llegaba no sé quién, y yo me quemé el dedo índice con un fósforo por estarle echando triquitraquis en los pies a la amiguita “Maury”, pero por supuesto que no dije ni “ñe”...

Después fue una escalofriante travesía interminable por la carretera de los llanos pasando por Valle De La Pascua, Tucupido, y qué sé yo cuantas poblaciones Doña Barbarescas más..., sí, todo era en el sopor de mediodía... Faltó el bongo remontando el ¿Unare?

Es malísima la mezcla de calor, tierra en la garganta, y hambre en la barriga... Eran pésimas las carreteras esas en aquella época. Puro hueco y tierra roja en el aire... (Después de unos veinte años trabajé por esos lados y pude comprobar que todo seguía igual pero con más carros en la vía)...

Yo quería ver el coñoesumadre río Orinoco ese, pero pasamos el puente de Angostura en un guiño del espacio tiempo en el que yo no me hallaba presente, es decir, que lo olvidé o me dormí no sé. Tal vez era de noche y yo había caído víctima de la requetemaldita recta del Tigre, del ulular constante de los cuatro cauchos para nieve con el que “mi papá” había equipado el condenado Land Rover de Gastón para el viaje (no es falta de mi memoria ni error de tipeo, porque eso sí lo recuerdo bien: fueron cauchos para nieve. Estaban en oferta. Costaron menos de cuarenta bolívares cada uno y fueron comprados en Barquisimeto en una cauchera que quedaba por la avenida Venezuela cerquita de la catedral..., surrealista la vaina ¿no?) el hambre ya enquistada, y del aullido de la caja de velocidades del mismo pedazo de mula inglesa esa con doble tracción y motor de relojería zurda..., habría que meterles motor Chevrolet, caja hidromática y aire acondicionado para hacerlos más acordes con la vida decente de las personas, digo yo...

El caso es que nunca vi la condenada mierda de puente, y menos el río Orinoco del coño ese. Recuerdo nebulosamente un azaroso campamento nocturno a la orilla del Caroní bajo una tormenta exagerada, una canalización manual y a toda prisa de las aguas de lluvia (sin haber cenado) para que no se nos metiera en la carpa, ropa mojada y frío pegostoso de ese que da en los sitios cálidos y húmedos cuando se está miserablemente expuesto. Bonito presagio...

Al salir el sol hicimos alguna cosa por el estilo de remar un poco (olvidaba decir que llevábamos unos kayak también) mojarnos del todo, cagar desde una rama directo al río (y no sé qué carrizo cagaba, pero cagaba, y resultaba divertidísimo ver caer los mojoncitos al río) bañarnos con miedo a las rayas...

Y en algún momento me desperté en casa de Alexis Porteles y su tiernísima y maternalísima esposa, de quién lamento profundamente haber olvidado el nombre, en aquella urbanización de barro bermejo, a medio terminar, donde nuestro entretenimiento principal fue el de cazar moscas, jugar entre las casas en obra, las maquinas de construcción y explorar los solitarios alrededores, amén de empantanarnos a más y mejor, pero donde nos pudimos bañar con agua tibia, comer decentemente, y ponernos ropa seca...

Sé que en algún momento nos fuimos a pescar sardinitas en un balneario con nombre bovino del Caroní, y de vuelta a casa de Alexis el chino las frió haciendo notar que lo hacía al modo chino, como decía su abuelito culí, como el lama, el chaolín, es decir, según él: sin harina...

La cosa fue más o menos así: al llegar a casa de Alexis con el cargamento alguien preguntó cómo se preparaban, a lo que “mi papá” dijo encogiendo hombros y en tono simple (que es el menos simple de los tonos que emite él) que se enharinaban y se echaban al sartén..., ¡no, no, no! exclamó escandalizado el chino jao mientras levantaba el dedo índice (y supongo que abriría mucho los ojos, pero no lo vi pues cargaba los lentes negros de siempre) “las freiré al modo chino. Yo fui iniciado por mi abuelo en los secretos de la fritura de la sardinita del río de hojas de te..., lo haré sin harina”... Y se fue a la cocina agarrando el paquetico como quien lleva la daga ritual...

No sé, no me acuerdo, solo sé que me comí un coñazo de verguitas de esas..., hochiminescas y todo...

Recuerdo que el motivo del viaje, principalmente, era visitar una fulana cueva del elefante que quedaba en la montaña del mismo nombre en alguna parte del camino entre Puerto Ordaz y Ciudad Bolívar (pero que no es sino un peñononón gris oscuro rodeado de la más inhóspita maleza que pueda existir fuera del infierno)

Llegamos a este pedazo de piedra en la tarde, con el sol en su peor momento, nos dividimos estratégicamente en dos grupos: “mi papá” su amiguita “Maury” el chino y su novia en uno; y Gastón Lalo y yo en el otro...

No perdamos de vista que este cambote del que mi hermano y yo formábamos parte en ese momento era la crema y nata del centro de espeleología del Politécnico de Barquisimeto, eran especialistas informados, guerrilleros avezados muy de andar en el monte que no se les ocurrió buscar la cueva en donde normalmente un elefante tendría sus huecos.

Me refiero a los ojos o el culo lógicamente...

Por lo tanto lo que logramos fue deshidratarnos y pasar hambre rodeando la piedra por su base mientras que las espinas y las pringamozas hacían estragos en nuestras pieles de buenos hijos de las guerrillas de liberación de las primarias oprimidas...

Esto no hubiera sido nada si no fuera por el detallito de que al quejarnos Lalo o yo por el castigo que recibíamos, el súper perro de Gastón nos salía con el irrebatible argumento de que él no tenía la culpa de no podernos abrir una trocha practicable pues “mi papá” se había llevado el machete dejándole solo una hachuela..., la verdad más cierta del mundo es que no se puede cortar monte con una hachuela..., tal vez “mi papá” debió prever esto..., no lo sé...

No querría quedar mal con su amiguita “Maury”, que probablemente llevaba un hermanito mío en la barriguita ya, no me acuerdo, y eso yo lo puedo comprender perfectamente. Ahora.

Regresamos con el rabo entre las piernas y todo picados y pinchados, acalorados, hambrientos y deshidratados... Un poema...

Otro día nos fuimos a ver unos y que castillos de Guayana... El gobierno de turno (era el primer reinado de su majestad el gocho) los estaba restaurando para lo cual los frisaron y pintaron de cremita liceo...

Vimos algunas excavaciones supongo que para robarse los cañones, como suele ser.

Gastón se interesó en unas fulanas monedas españolas que le ofrecía un cazabobos de por ahí, pero que a mí me parecieron “nicas” espaturradas.

Después cumplimos, Lalo y yo, con el rito de echar dos palitos al río, barquitos imaginarios donde metíamos a la amiguita para que fuera a dar al mar y se la comiera el bicho más funesto que existiera. Los vimos perderse en esas aguas cafeconlechosas que francamente me dieron una poquita de grima...

Otro día por fin emprendimos viaje de regreso. De lo bueno poco, dicen... Fue la ocasión de la témpera... Sí, la parte esa donde Lalo caga de emergencia por ahí y no se limpió el rabo...

Luego, en la carretera y con el calor de la joya de Land Rover ese, el olor que se respiraba era igualito al de la témpera.

Yo, como buen hijo de mi Mamá que soy, no pelo un temita y aplico una chapa a fondo sin pararle mucha bola a la vaina. No es maldad, es una maña más bien..., claro que a Lalo no le hizo entonces ninguna gracia que yo le repitiera cada cinco kilómetros: “hueles a témpera..., hueles a témpera..., hueles a témpera...”

Total que nos fuimos en la chalana esa que pasa por los lados de San Félix, ciudad en la que nos detuvimos un poco para buscar no sé qué papeles. Cruzamos el río y agarramos una carretera de décimo quinta categoría rumbo norte, que nos dio la grata sorpresa de atravesar un río fantasma llamado “río grande” muy cerca de Maturín.

Nos bañamos ahí hasta arrugarnos la piel (y Lalo aprovechó para lavarse el culo pero no los calzoncillos). El agua era cristalina y torrentosa. Había unos peñones que hacían divertido el descenso a nado por los raudales. Luego un pozo en el que me hice atrapar por todos los remolinos que me aconsejaban evitar. Me habían recomendado una técnica para no ahogarme si me veía atrapado por un remolino y yo quería saber si la cosa era verdad... No me ahogué nada, así que la técnica funciona... Está bien, la diré---, se trata de quedarse tranquilito sin manotear ni patalear hasta que el remolino se cansa de vapulearte y te escupe ileso unos metros aguas abajo... Muy simple en verdad si agarras suficiente aire antes de que te chupe el remolino...

Lo de río fantasma es porque por más que lo buscamos, no lo encontramos en ningún mapa. Y años, muchos años después, trabajando yo en una contratista de la petrolera pasé dos o tres veces por esa misma carretera y nunca encontré el condenado río. Más nunca...

Bueno, a lo nuestro: de ahí seguimos viaje y reventamos por la vía de Casanay, allá, por los lados de Cariaco...

Nos salimos de la carretera y bajamos por una pica escarpada hasta una ensenada bellísima en la costa sur del golfo de Cariaco. Llegamos de noche y armamos carpas otra vez en la penumbra, al final de la ensenada del lado opuesto del sitio por donde entramos... Lalo y yo moríamos de hambre...

Pensé en cazar unos cangrejos para hacer una sopa con agua de mar (estaba clarito yo ¿no?) porque los había en demasía y enormes, pero a la hora de atraparlos me daba miedo como los coños de su madre no se asustaban de mí sino que me enfrentaban amenazadores con sus tenazas..., dicen que todo muchacho malo es cobarde, no sé, lo que sí sé es que desistí de aquello y me resigné a no comer. De noche todos los gatos son pardos, y los cangrejos enormes...

Al día siguiente me encasqueté careta y chapaletas y me fui a mirar la fauna subacuática... Me puse y que a bucear (ahora lo llaman “snorkeling” o algo así) sucedió que al emerger de una de mis temerarias bajadas (de metro y medio de profundidad máximo por aquello de la sinusitis) me encontré con la superficie minada de unas aguamalitas que llaman bergantín..., me picaron hasta el nieger...

Decidí que lo mío era esperar tranquilito en una sombrita a que llegara alguien con algo de comer sin inventar ninguna pendejada más...

Pero las pendejadas demostraron no ser exclusividad mía.

Todo el grupo se había ido a la civilización porque Gastón, que no sé si dije que era fotógrafo, quería ir a la vecina Campoma a fotografiar el chiriguare, creo...

Quedamos “mi papá”, Lalo, y yo... Nos tocó recoger y mudar el perolero del campamento.

Primera parte a pie cargando peroles por toda la playa, pero resultó muy arduo sobre todo porque el hambre ya era grave, así que le dimos a remo desde aquel rincón de la ensenada hasta un muellecito que había por el lado de acá donde se dejaban los carros. No recuerdo por qué, pero tuvimos que echarle remo a esos kayak en un mar bastante grueso y a carga, yo diría, excesiva... El loco de “mi papá” iba delante, yo iba en el medio, y cerraba la formación mi hermanito Lalo..., ahora que lo pienso, era bastante ilógica la vaina, eso no me resulta un orden seguro, pero puede ser también que yo no recuerde bien.

Solo sé que soplaba muy duro, y que las olas eran altas, el trayecto no era ninguna minucia, y Lalo tenía como siete años nada más...

Yo tomo las cosa como vienen y en ese grupo venía el papá de Lalo, que era de una jerarquía superior a la mía. Esto lo digo porque a veces me siento un poco mal por no haber defendido a mi hermano como hubiera debido hacerlo, pero ¿defenderlo de quién? ¿de quien debía protegerlo? Es absurdo..., y ya lo dije, yo tomo las cosas como vienen... Así que apreté ese culo y me concentré en cruzar aquel bracito de mar sin volcarme. De vez en cuando echaba un ojo a ver como iban los otros dos y ahí estaban siempre, hasta que llegamos...

Desembarcamos todo y escuchaba desconcertado como “mi papá” felicitaba a Lalo por su temple y bravura, mientras descansábamos dentro de una casa grande y cómoda propiedad de no sé quién, y a la que supongo se le construyó ese muelle.

Al lado de la casa había un ranchito con una familia muy esmirriadita que resultaron ser los que cuidaban la casa.

La casa tenía unos típicos muebles setenteros azules de playa y a mí me parecieron la fase previa al paraíso de la comodidad. Casi me duermo. No lo hice porque el hambre no me dejaba...

Yo acepté con dudas el elogio a Lalo porque el asunto me sonaba pasado de loco peligroso (es que ya no confiaba en las guerrillas) aunque por otra parte era totalmente cierto que Lalo había estado regio...

Y en esas cavilaciones desarticuladas me hallaba cuando llegó la otra falange con la comida: espagueti pegostoso con salsa de nada y una arepa chiclosa para cada uno.

No nos trajeron cubiertos ni nada de beber que yo recuerde... Igual nos fajamos, nunca vi antes a Lalo comer con tantas ganas, con las manos y a carrillo relleno...

Yo le di como pude también y la verdad es que desde entonces aprendí que es mejor así, como sea, pues siempre puede ser peor...

Se hablaba sobre algo en ese momento pero está perdido en algún sótano de la memoria.

Creo que no me interesaba el tema. Solo sé que se tardaron demasiado con la comida, que nos matearon feo y que había un disgusto raro en el ambiente pero yo no les paré bolas, comí, cargué lo que me tocó cargar a los carros, y me calé la ladilla sin pensar en nada.

De ahí solo recuerdo que llegamos a la casa de mi Mamá en Caracas muy tarde en la noche, que nos abrió en ropa de dormir con un reproche amargo en los ojos, mirando a “mi papá” de un modo mezcla de tristeza y rabia.

El discapacitado afectivo de “mi papá” le sonrió desmañada y cobardemente, la besó en la boca dos veces (mientras su amiguita “Maury” tal vez embarazada lo esperaba abajo en el carro) nos dejó ahí y salió casi que corriendo...

Noté entonces que veníamos todos escoñetadísimos, parecíamos náufragos... No recuerdo más nada, estaba demasiado cansado y hambriento...

Gina & Peter.


Son presentados por un tipo flaco y bajito con cara de cegatón regañado que los lleva con expresión desconfiada hasta una oficina en la que casi se apilan los escritorios solitarios muy cerca uno del otro.

En el primero está sentada una mujer joven de cabellos cortos, ojos grandes y boca pequeña pero de labios carnosos que hacen un mohín de publicidad de lápiz labial a prueba de agua. Lleva una blusa manga larga de seda color salmón, un pantalón de lino crudo y mocasines negros de tacón medio. Ella teclea en una maquina sin hacer apenas ruido.

En el segundo escritorio hay una señora mayor que la mujer de la entrada, de cabellos igual de cortos pero canosos, de rasgos muy distintos, tiene la boca de labios rectos y los ojos son claros. No sonríe ninguna de las dos.

Los demás escritorios están vacíos y son como cien. Es una oficina muy grande, larga o profunda más bien que se pierde en un fondo medio curvo como pasa cuando se pone un espejo frente a otro.

Entran Gina y Peter con el personaje flaco desconfiado que mira a uno y a otro alternativamente rápido y nervioso como si esperara alguna clase de trampa de sustracción de prestidigitador.

Peter anda deslumbrado con Gina y ella ni cuenta se da, está muy ocupada haciendo una diligencia que le sume en la concentración más absoluta sumándosele el hecho de que el flaquirucho ese la tiene frita con tanta miradera.

Claro, es normal, el flaquito no debe estar acostumbrado a alternar con mujeres de ese calibre, o a lo mejor sí porque resulta sorprendente las parejas que algunas mujeres escogen para sus apetencias; de pronto una chica de película se hace acompañar por un espantajo raquítico y aburrido sin que nadie se pueda imaginar el por qué. Pero no es de esto de lo que quiero hablar...

El caso es que Peter lleva los ojos entornados para que no se le note que él está irremediablemente prendado de esta imagen tan puramente setentera.

Ella voltea a mirarle de vez en cuando porque resulta imposible estamparle una mirada tan pesada a alguien sin que la note. Voltea a mirarle distraídamente y siempre le sorprende a él mirándole alguna región de su maravillosa geografía. Ella le sorprende un montón de veces y empieza a divertirse pues la turbación de él es solo superada por su imposibilidad de retirar la mirada.

El ambiente se va destensando, ella se olvida de su diligencia y empieza a sonreír con disimulada coquetería haciendo como que llena una planilla de alguna cosa.

Él la mira y voltea para otro lado con el tiempo justo como para que ella no se moleste pero para que se dé cuenta de que es un asunto mucho más fuerte que él. Por supuesto que no lo hace de forma calculada, lo hace así porque está en corto circuito.

El flaquito está cada vez más nervioso y adopta cada vez más su proceder de funcionario público, se pone antipático, dice desatinos, se atraviesa, manotea, pero ella no le dedica ni una miserable pequeña porción de atención, se está divirtiendo con Peter, que así le dijeron que se llamaba (pero que por supuesto es un seudónimo) se divierte y hace muchísimo que no lo hacía, hay algo en la expresión de él que le dice que no está acostumbrado a que le pasen estas cosas. Digo, que una dama así de bella lo mire más de dos veces seguidas y que en la segunda mirada ya le dedique una sonrisa. Síntomas interesantes.

Decide él dar un paso hacia ella y hacer algo, cualquier cosa, así que se le acerca pero con pasitos de claqué, algo que no hacía desde que era pequeño y con eso divertía a sus tías para que le regalaran dinero para irse a gastarlo en las tiendas de discos.

La cosa surte efecto, ella prorrumpe en carcajadas y el flaquito sufre, le suda la frente y le tiembla el labio superior en un rictus desagradable, torvo, exagerado, sobre actuado..., ella chasquea la lengua después de reír, arroja el bolígrafo en dirección del flaquito y se adelanta con los mismos pasitos hacia Peter pero con movimientos mucho más armónicos, gira y abre los brazos.

Él corre en pasos cortos y brincaditos en dirección a ella y la abraza. Ella le besa sin ningún pudor, como dicta el manual del enamorado a primera vista.

Allí cambia de color la cosa porque el portazo que da el flaco saliente atrae a las dos escribanas de pelo corto quienes se escandalizan histriónicamente por la profundidad del beso que presencian y que se ve claramente que ninguna de las dos ha recibido uno así en el último par de años por lo menos... Arman un intento de protesta que rebota de ese beso invulnerable.

El beso va absorbiendo la escena que se hace macro y ya no se distingue qué es por el tamaño de los labios que tapan todo el set. El beso se estira como unas fiorituras mozartianas que suben y bajan incansables en un malabar de corcheas y semifusas de veinte minutos, y en lo que parece que ya está listo, que se acaba la cosa, vuelve a arrancar con el mismo floreo pero variando siempre el mismo tema...

Es un beso lubricado, sin aristas, con los dientes muy lejos, es un beso de labios y lenguas, de lenguas directoras de orquesta sinfónica, es un beso de besos. Sí, un beso que besa besos y esos besos se besan entre si haciendo beso sobre beso, un ballet rosado de besos. Lenguas entre labios, labios entre labios, lenguas en esgrima de alcoba.

Beso geométrico que se multiplica poniéndose chiquitico arriba y a la derecha de otro beso para que se vuelvan locas las computadoras que están en los escritorios de las escribanas escandalizadas, tratando de hacer ese cálculo desesperadamente.

Y de golpe se acaba el beso como el final de “She´s so heavy”.

Quedan dos miradas soldadas por el calor que genera el roce de dos bocas en el punto de fallar la lubricación. Y no falla porque no exista, es una cuestión de exageración de roces, y hay que entenderlo bien. Cuanto dura este beso las miradas permanecen represadas bajo unos párpados invulnerables que contienen todo ese roce imaginativo que al separarse las bocas saltan y se encuentran. El fogonazo es tan intenso que la temperatura llega a la fábula y ocurre la soldadura, es cuestión de mecánica de fluidos. Nada interesante además.

Ellos, de este modo unidos se disocian del entorno que se cierra, se mete en un sobre de esos que guardan en las gavetas para las repetidas comunicaciones internas y se marcha para el departamento de objetos perdidos, a ver qué hace el funcionario correspondiente con ese paquete.

Se tocan con las manos pues sus ojos no pueden, se tocan desde el cabello hasta los dedos de los pies, se convierten en dos pulpos perfectamente invertebrados pero de sangre caliente, dos organismos primitivos que de pronto descubren las sensaciones que el tacto les negaba por razones parecidas a la de no tener anteojos.

Un dique se cae aquí y otro se cae allá y las aguas arremolinadas y montoneras deciden mezclarse en una especie de barricada comunal donde todos a fuerza de estar contra todos terminan por estar en lo mismo, como pasa con los sueños donde el caos y el ocio hacen que lo imposible se vea imposibilitado y ocurra, algo así como la disculpa de un escabino... Como la inhibición de un juez que tenga que juzgar al sol por presentar diez minutos de atraso esta mañana...

Bueno, a lo mío que me pierdo.

Ellos se tocan, decía, y se tocan recién descubriendo cuerpos y pieles y texturas y temperaturas y humedades y palpitaciones, hasta que la temperatura hace imposible el uso de los dedos, hasta que llega a reblandecer la soldadura de los ojos y en un estirón logran llevarla siempre ligada hasta lo que recorren con las manos.

Sorpresa.

Hay un sin fin de colores todos lo mismo, que maravillan por la gama de matices. Una fotografía pasada por el “painter” en modo de acuarela minimalista. Pecas, piel, pelos, parecen paranormales..., suaves rosas trenzadas oscurantistas con espinas de juguete y un poco de dolor en el gusto.

Cómico.

Mi amigo tiembla como si viera la cara de la muerte, está llorando.

Ella lo toca y llora también.

Pero es que lloran de risa porque él se ha bajado los pantalones en medio de la escena y le ha pegado las nalgas al vidrio de la ventana. Afuera todo está muy frío y adentro todo muy caliente y supongo que por esta diferencia se le ha acalambrado un poco aquella región baja cuyo nombre no quiero decir ahora y el asunto propiamente dicho le hace unos movimientos espasmódicos como si estornudara. Ella lo toma cariñosa y protectora haciéndole un suave sana-sana colita de rana y es en ese momento que notan toda la imagen... Para qué hablar de ello.

Se divierte él con una sorpresa que le cala la hipófisis (no sé qué es esa vaina pero debe quedar bien adentro en medio de alguna parte) y ella se desternilla de risa con el aburrimiento y las diligencias tan lejos que resultan ahora del todo ajenas. Ambos se tocan entre risas, se despega él de la ventana (donde ya se formaban corrillos) haciendo un ruido de curita en los bigotes y deja una marca en el vidrio que parece una “qp” así como las puse ahí... Se separan de ahí y ella se dedica a sobarlo como dije (sana-sana, y todo eso) luego, súbitamente comienza un proceso extravagante, se suben en un mesón de esos de sala de conferencias que están puestos en forma de “c” invertida y en una punta dejan los zapatos que bailan juntos; luego las ropas que ensayan la danza de las marionetas sin hilos; después ambas cabelleras para que jueguen entre ellas; más allá se sacan la piel que al dejarlas sobre la mesa se derriten como chocolate caliente y se entremezclan; en el siguiente paso abandonan carnes y vísceras que se hacen sashimi. Al perder soporte los huesos van cayendo como un juego de armar cuya caja tal vez habría sido atrapada por dos cachorros de doberman.

Quedan dos pares de ojos con alma que ensayan un vuelo de luciérnagas a reacción piloteadas por cursor de computadoras.

Vuelan tan rápido haciendo giros que harían las delicias de algún estudioso de asuntos inexplicables.

Viajan en ese aire fino casi inexistente que solo se encuentra en las altas cumbres o dentro de los sueños eróticos iluminados por el Hermano Sol y la Hermana Luna.

Se entrecruzan y se entrecruzan cada vez más velozmente hasta que se empiezan a reconfigurar las corporeidades pero en tonalidades de ámbar y azul retinto..., y ya sabemos qué ocurre cuando aparece ese color. Cambia la temperatura a una gama que no puede ser medida, cambia la textura a ese inexplicable fenómeno de alta tensión que no fríe, la piel que aparece es justamente esa de lengua de neopreno cálido que asemeja la de una mantaraya extraterrestre, y ambos bailan algún ritmo entre claqué y lambada por separado y sin embargo inequívocamente juntos...

martes, 3 de abril de 2007

Una vida muy prestadamente convencida

Ahora quiero exponer aquí lo que desde hace días trato de decir acerca de mi rara vida con visos serios de encontrado muy prestadamente.

Si, y es que hace tiempo ya que me ha dado por pensar que si no fuera por mi habilidad mimética ya hace tiempo que hubiera logrado vivir mi vida como supongo que seria si fuera mía y no prestadamente encontrada.

No me he vuelto loco, por lo menos no más de lo habitual. Insisto en esto y daré unos cuantos ejemplos claros de lo que estoy tratando de echar para afuera: cuando yo nací, dicen los que lo recuerdan, y que yo puedo corroborar pues he visto fotos que nadie me saldrá a decir que son montadas y/o preparadas por una mente capaz de tamaños desafueros solo para convertirme en un camaleón a tan tempranas edades, sin estrabismo y sin escamas, pero que finalmente si desarrolló ciertas habilidades lingüísticas que si bien no uso para comer moscas, si uso para cosas muy..., lingüísticas, pues...

Pero volviendo a lo de la tierna infancia. Decía que a mí más tierna infancia ya mi papá había desarrollado un gusto por mi clara definición hacia la mecánica, y lo de las fotos quiere decir que las he visto, mías, en pañales metido de cabeza echándole llave a un motor de un Renault ocho que tenia mi papa por esos días.

De ahí salió que yo tenia habilidades para la mecánica. Y me ha costado un mundo llevarlas a algo, porque siempre creí que era así y que si mi hermano no las tenía, y yo si, eso debía querer decir algo ¿no? Tal vez a él le dijeron lo mismo pero al revés porque a él le dijeron que no, que él se era inteligente, inquisitivo, que se enfermaba y era flaquito y frágil. Pero yo no, y era fuerte y un mecánico en pañales...

Bueno, la cosa fue así. Yo moneaba matas, no muy bien porque era gordito y temía a las alturas, además que las matas no tenían carburadores ni yo usaba ya pañales. Pero yo moneaba matas y mi hermano no, él leía libros. Yo leía suplementos, manuales, y veía escondido unas revistas que tenían mis tíos con mujeres desnudas. Pero las mujeres desnudas no sé si debían gustarme o no, porque nadie a esas alturas de mi vida prestadamente en profundo proceso de convicción, nunca me dijo que a mí me gustaban las mujeres desnudas, ni nunca me les metí en el motor con una llave ajustable y mis pañales. Y si lo hice, nadie tuvo a bien hacerme unas fotos en esas lides. Creo...

Y bueno, sigo adelante.

Decía que moneaba matas (no muy arriba) y leía suplementos y veía las mujeres desnudas sin carburadores como las matas que yo trepaba bajito, que vaina, hasta que después, mucho después de que me dijeran que a mí no me gustaban las matemáticas pero si la mecánica, que no me gustaba leer libros pero sí manuales, que me gustaba dibujar pero no colorear, que me gustaba comer pero no lavar platos, que me gustaba la vecina que era ocho años mayor que yo y no la otra que era de mi edad, que me gustaba el fútbol pero no el béisbol, que me gustaba la playa más que la montaña, después de todo eso me salen con que a mí lo que me gustan son los aviones.

Y no, no me gustan más que como objetos imposibles que andan por ahí flotando como si tal cosa y sin que yo, con o sin pañales, me les pueda meter de cabeza con mi llave ajustable en el motor de cuatro cilindros y cinco apoyos en bancada, que así era el motor del Renault...

Bueno, pero para mi gran suerte, un día de esos en los que me habían dicho que yo quería ir a montar bicicleta al terreno que estaba frente al aeropuerto (y que yo invertía después de que mi papa se cansaba de corretearme pegado a la condenada bicicleta, que afortunadamente casi me tenían convencido de que me gustaba, en lanzar y perseguir un enorme boomerang que nadie me dijo si me gustaba o no pero que a mi me entretenía cantidad) había un carajito como tres años mayor que yo con una bellísima Benelli 90 color vino tinto, de dos tiempos, de enduro, muy convencido saltando una zanjita de escasos 50cm de ancho, pero con un donaire indudablemente prestado de Evil Cannival.

Yo me quede embelesado viendo aquello y mi papá me convenció sin ninguna dificultad de que a mí me gustaban las motos. A mi hermanito no tanto porque a él eso le parecerían actividades demasiado poco intelectuales, eso eran cosas de su hermano mecánico de pañales que leía manuales. Yo volaba aviones de aeromodelo que estrellaba rápido pues me mareaban, pero que estaba casi convencido de disfrutar a niveles de bicicleta. Era un convencido de mi rudeza y así la fui adquiriendo.

Luego llegó la moto cuando yo ya estaba completamente ganado a la causa con inconmensurable convicción. Me hice uno con esos aparatos. Mi llave ajustable, mis pañales, mis manuales, mis suplementos, mis cinco apoyos en bancada y más que todo mi carburador...

Me convencieron de que podía saltar más de 50cm de zanjas y así fui haciéndome muy hábil mecánicamente ya convencido de que pañales o no pañales yo soy un tipo de los que no leen libros... Pero después empezó otra etapa de convencimiento muy prestadamente desagradable que fue la época de los grandes cataclismos conviccionales en la que fui profundamente convencido de que yo a quien me parecía era a mi papá.

También a ciertos malandros, a ciertos desobedientes sátrapas iconoclastas amorales ignorantes necios sabihondos muy malos mecánicos por ladrones básicamente. Y he ahí que la vaina me gustó.

Sí, la verdad es que la jodita de los pañales ya empezaba a parecerme incorrecta, y es que también, y hay que decirlo, el liceo es una mierda en esto. Mis compañeros me convencieron de que yo prefería las muchachas de carne y hueso que a las de las fotos de las revistas que ya no eran de mis tíos, no de los míos ya, por lo menos.

De esa época recuerdo claramente que empecé a meditar en serio qué tanto se le podía ceñir la cintura a Adriana Jaimes con mi llave ajustable, y que tan serio sería jurar por las piernas de Rebeca Carmona...

En esa época recuerdo que hubo una gran no me acuerdo, ¡ah! Sí, una conspiración tipo CIA..., que en esa época era la gran conspiradora del momento, y que ahora ya casi se le recuerda con ternura, como aquellas largas improvisaciones de Lavoe con una moña interminable que decía ¡mentira! ¡Mentira! ¡Tararararaaa-rara! ¡Mentira! Pero que por aquellos tiempos los que leían libros detestaban.

Yo no, yo me escapaba para Uria los fines de semana a montar moto, a tratar de ver alguna teta en directo, y más que todo a leer manuales y suplementos, y a convencerme de que yo era un malandro muy malo desobediente que me parecía mucho a mi papá (que me había casi convencido de que él era guerrillero) y yo trataba de convencerme de que los guerrilleros tenían cinco apoyos en bancada y usaban carburador...

Es decir, que algo podía yo hacer con ellos si es que alguien me convencía de que yo me parecía hasta en lo de las guerrillas... Pero nadie lo hizo.

No sé por qué, creo que no les hubiera costado hacerlo. ¡Buéh! Sea lo que sea que pasó, no pasó...

Y así fue pasando mi vida muy prestadamente convencido hasta que de puro convencido fui a parar también prestadamente a la casa de mi papá todo convencidito de que me gustaba ser como era que creía que era.

Allí conocí de entrada a una chica que me convenció completa e indeleblemente que a mí me gustan las chicas de carne y no de foto, que las de fotos no son como las de carne y viceversa... No me extiendo en eso porque ella no le podría, ni que quisiera, echarles su versión, y es que se murió. Si, se murió. La lloré con el alma convencida..., alguien me debe haber convencido de que debía llorar. No sé. Pero ese no es el cuento 1 que nos ocupa. Perdón, el cuento 2, que el 1 es de otra cosa completamente inventada, y con otras convicciones muy prestadas que este no tiene. Lo de este es que en lo que llegue allá me convencieron por un lado de que yo no tenía y tenía todo que ver con ese sitio y ese momento.

Se me convenció muy hábilmente que a mí me iba el asunto del agua, digo de los aparatos que van en ella, sea por arriba o por debajo pero por arriba preferiblemente porque alguien me convenció, desde que usaba pañales y llaves ajustables, que lo de la sinusitis es mejor llevarlo con dignidad sin entrar en profundidades.

El caso es que me puse a hacer barquitos, a remar canoas, a tripular veleros y a soñar con que un día seria un arquitecto naval, mi papá me había convencido de que si no me dejaba raspar nueve materias en los finales, hablaría con su tío Pepe (que ya murió también y nunca se enteró de nada esto el pobre) que vivía en Boston Mass. para enviarme a su casa a estudiar arquitectura naval.

Coño, lo dije mal porque aunque mi tío Pepe era un arquitectazo, no lo era navalmente.

Lo que quise decir es que me enviaría a su casa para que desde ahí me quedara más cerca la universidad de Boston Mass. Donde no sé de dónde mi papá sacó que daban arquitectura naval. Resultaba de anteojitos que desde allá me quedaba menos retirada la universidad que desde mi casa en Bellavista Zu...

Este es el argumento más fuerte que tengo como apoyo a lo que digo sobre mi capacidad infinita para ser convencido prestadamente.

Mi papá era un guerrillero revolucionario antiimperialista yanqui (otra vez dije la vaina mal, él no era un antiimperialista yanqui, era un antiimperialista venezolano que no le gustaba el imperialismo yanqui, pero sí era convencidamente muy revolucionario) profesor de un colegio universitario donde los grupos de izquierda pesaban casi tanto como los copeyanos pues se habían aliado estratégicamente con los adecos para ganar las elecciones del centro estudiantil ¿qué coño me iba a estar mandando a estudiar algo tan imperialista como arquitectura naval a la tan imperialista ciudad de Boston Mass.? ¿y en casa de su tio mas imperialista? Esas fue una de mis convicciones más prestadas.

Y por supuesto mi arrechera fue enorme cuando llegó el boletín con solo dos materias para reparaciones.

Es que aquí pasó algo que viene en mi contra y completamente a mi favor, es que por una vez le falló a mi papá su argumentación conviccional prestativa, sí, le falló pal carajo (perdonen que me ponga vehemente, es que soy así cuando me encuentro en pleno ataque de convicción).

Fue en la ocasión de casi pillarme descuidado otra vez conque como no se podía lo de Boston Mass., me tocaba Mamo... No piensen mal, coño, es que en Mamo esta la academia naval, la de los oficiales marineritos de blanco y hebillas broncíneas...

Uy! Ahí si que se peló mi viejo... Yo sabía perfectamente que él no había ido a la guerra de guerrillas en la mar, ni a las lacustres y si me pongo muy detallista puede que ni a las fluviales les pasó cerca, es decir, que a él no le había dado por irse a la montaña marina a darle argumentaciones convincentes a la naval, no, lo de él había sido casi exclusivamente contra la guardia nacional y esos iban de verde, que es demasiado distinto al blanco de los marineros navales esos de Mamo (y si, ríanse más, que la vaina queda en Mamo abajo, y no es chiste, pero aparece también sobre el mapa de cartografía nacional, Mamo arriba, separados entre sí algo menos de tres kilómetros, y situados más o menos en 67,065ºW y 10,59ºN) pero a mí nadie me convence por muy prestado que yo sea, que militar no es militar aunque se vista de fucsia.

Y yo, a pesar de mis desavenencias naturales producto más que todo de la brecha generacional, pues yo era de lejos U30 y mi papa hacia mucho que ya no, yo nunca estudiaría para enemigo de mi papá...

Fue ahí que me arreché, y como ya estaba sobradamente convencido de que yo era un tipo rebelde desobediente e iconoclasta, me hice raspar dos materias: mi convencidamente odiada matemática, y una advenediza cosa que daba una vieja con voz de rueca, llamada biología...

Matemáticas y biología para septiembre, y fue a mi papá a quien le toco convencerse de que yo nunca estudiaría para su enemigo. Se pasaba de prestado eso... aquí empecé a generar algunos productos ya de una muy mala álgebra de convicciones prestadas.


Empecé a generar una, digamos, tendencia. Si, está bien, orientada muy hacia lo prestado, pero prestadamente mía de sobra. Cosas como que no había poder en el universo que me convenciera de que me tragara el café con leche con menos de siete cucharaditas de azúcar, cosas como que no había modo de que yo me cortara el pelo con una frecuencia diferente a los diez meses, cosas como que prefería mil veces a Traffic que a Queen y mil veces más a estos que al Abba aquel tan mariconsón, o sea que también estaba sumamente convencido de que unas tetas hippies eran lo mío, y si venían acompañadas de unas sandalias y ropa medio hindú, no importaba en realidad que fuera de Cúcuta, pero no había quien me convenciera de que tenía que ser de moda (y esto es lo que más me ha gustado de Octavia de Cádiz, que siempre la esperé pues sabia que existía. Y es muy raro, ya que no lo tome prestado a sabiendas, ni nadie me dijo que debía convencerme. Pero ya se sabe que para mí la aritmética produce unos resultados de lo más prestadamente convencidos que hay) pero no contaba con dos primos bonitos que además quiero con convicción irrebatible.

No contaba conque tetas, hippies o no, preferían a los primos bonitos y yo me convencí de ello tras haber pasado las de Caín tratando de encontrar unas tetas que les gustaran los iconoclastas desobedientes muy convenciblemente malandrosos.

No, me deje convencer otra vez porque tenía que ser convencido y he ahí que me compre mis Nike y mis franelas Hang Ten, que junto a mis bluyines de tubito hicieron un remedo de primo bonito que alguna teta convenció con dudosa aritmética y mucha prestidigitación.




Así pues que logré convencerme muy primo bonito más feo pero bonito, y principalmente muy convencido. Luego, y antes de que calara muy honda mi anterior convicción, alguien por ahí dejó caer cerca de mí una máxima indeleble contando el comportamiento de otro primo tan bonito y tan feo que lo que tenia de feo por fuera lo tenia de bonito también por fuera por la manera como trataba a su hermana, que también tenia las tetas hippies pero de la que no hablaré nada pues jamás podrá echar su versión de los hechos, pues desgraciadamente, también murió.

Y no es que se hubiera hecho ningún hecho mas allá del hecho de que nunca la pude convencer de que yo también era un primo bonito, pues siempre prefirió los primos bonitos que no eran convencibles (creo) nunca le pude preguntar porque no encontré quien me convenciera de hacerlo.

Y no lo tomen a mal, no la lloré demasiado. Me pareció que no la convencería nada. No quise echarle esa vaina. Fue en cierto modo mi homenaje convencido y nada prestado, para ella...

Pero yo hablaba de la máxima indeleble que me convenció de que para ser bonito no siendo bonito, aunque sí primo, era serlo por fuera a modo de mi otro primo bonito que lo era porque trataba bonito a su hermana de las (con todo el respeto) tetas hippies...

Y fue, fíjense que curioso, precisamente ese comentario en máxima indeleble lo que me hizo escuchar muy convencido otro par de bellezas de primo bonito que yo no tenía pues me habían convencido de que yo solo leía manuales y suplementos, y las revistas que ya no eran de mis tíos sino de mis primos bonitos...

Ese otro comentario suelto al desgaire hablaba sobre las citas. No las citas a ciegas, sino más bien las citas videntes, aquellas sobre todo muy vistas y entendidas, dichas y escritas y documentadas, principalmente de autores poco conocidos que fueran muy famosos por no serlo, y he ahí un descubrimiento que me convenció del todo.

Yo era un necio sabiondo que había leído tal vez demasiados suplementos, pues era mi hermano el que sí leía, el que había leído los libros que se tenían por tales...

Entonces toda esa paja de Federico, Gustavo, Ernesto, Francisco, Fedor, Dante, Boccacio, Arturo, Edgar, Enrique..., y todos los demás resultaron siendo suplementos y manuales de lo más sorpresivamente convencedores del mundo.

No sé, pero fue ver la luz de golpe y enceguecí por un tiempo. Me costo mucho aplicar mi aritmética y entonces pelé por el step by step. Me dije que si conseguía quien me convenciera de que yo era también un primo bonito por fuera y por fuera, habría comenzado a transitar la verdadera senda de mi correcta existencia ya sin tanto préstamo.

De este modo empecé a buscar quien me convenciera. Desafortunadamente me precedía mi muy convincente convicción de malandro iconoclastamente desobediente y peludo.

Mi primer paso en consecuencia fue cortarme el pelo y convencerme de que era trabajador como el que más.

Y sí, trabajaba mucho, sobre todo si no llovía, y si no habían tetas hippies a la vista.

Seguía convencido un poco secretamente ( o pospuestamente más bien) de mis carburadores y logré dos motos que tenían dos carburadores cada una, pero que no sumaban entre los dos cinco apoyos en bancada sino seis.

Afortunadamente este chasco contradictorio no lo vio nunca nadie y eso me ayudo a convencerme de que iba bien. Tanto que conseguí mi primer par de tetas hippies de las que si puedo hablar porque hasta donde sé no solo no se ha muerto sino que de un divorcio no ha pasado.

Esto es muy simpático, porque nada mas lograrlo, mis flamantes tetas hippies se me volvieron flagrantemente al pro mantuanaje, finas y de abolengo, me jode mucho que hasta depiladas..., de izquierda oligarca y eso fue mucho para mí, pues irremisiblemente me recordaban a mi abuela socialista que le huyo a Franco y que estaba orgullosísima de descender de los condes de no sé cuánto...

Condes socialistas... No me convencieron...

Y estuve a punto de dejarme convencer pues había que ver cuanta luz de convicción había en aquellos ojos, y en los de mi tía bonita de la que también puedo hablar pero solo si no me sapean, es que si se entera es capaz de desollarme sin anestesiarme siquiera...

Traté muy bonito a mis tetas hippies, ellas eran muy letradas y yo, para no cansarlas con mis letras suplementarias le entré con los manuales primero, y después me fui dejando convencer de que no todo había sido suplementario y que nunca es tarde cuando se es muy sabihondo y cada vez más necio...

Tuve otros impasses indelebles en los que estas veces estaban metidos mis convincentes carburadores, y desde ahí me deje convencer de que ya no era desobediente ni malandro ni muchísimamente menos iconoclasta.

Se decía que yo era de una casi convincente madera de escritor por lo mucho que escribía, que se me daba la poesía críptica y la cocina mediterramente surrealista.

Me convencí de ello pero sin mucha convicción, pero me animé a dar un paso más con mis pañales mi llave ajustable y mis manuales, ¡ah! Mis manuales. En esos días me volví una verdadera autoridad de los manuales, los armaba, los desarmaba, los traducía codificaba y los adaptaba. Hice unos muy tropicalizados que aun deben existir incluso en alguna gaveta centroamericana. Unas bellezas de manuales. Me llamaban de Italia, y de Managua, de Cúa, y de Barquisimeto para consultarme sobre la veracidad de unos códigos y yo muy suficientemente convencido los verificaba y hasta autentificaba. Era el crack de los manuales...

Pero alguien me convenció de que no, de que yo no era nada de eso, y fueron ¡que vaina! Unas tetitas a medio camino entre hippies y Tuyeras, con un toque europeo al que nunca he podido evitar el dejarlas intentar convencerme de alguna cosa.

Pero esa convicción no me llevo a mucho, solo a convencerme de que yo lo que en realidad resultaba era un profundo conocedor de la literatura inútil o más bien estéril, y de la fotografía de ojos pegados a rostros variados, y sobre todo muy talentoso para la música.

Entonces deje las corbatas y los manuales yéndome tras los ojos (lo que supuso una elevación de mis destinos) y amaneciendo borracho tras múltiples convicciones que yo hallaba muy musicales. Quedé convencido, yo soy músico...

Peor para mí, porque me desengañé con largueza al ser contratado en una constructora tras mis sonados éxitos con mis códigos y manuales. Esto me abrió los ojos a la real convicción de mi vida prestadamente convencida, pues fue construyendo que me di cuenta de que yo era constructor por convicción... Un vacilón completo... Ni primo bonito, ni tetas hippies, ni narices..., constructor convencido desde mí sobradamente prestada alma convencida... Y mañana sigo, que tengo muchas ganas de seguir leyendo un manual de Bryce Echenique al que le he contado no pocos carburadores y un zaperoco de apoyos en bancada...

Bueno, ya es mañana y hoy al mismo tiempo, y no hay quien me convenza de lo contrario...

Y así les contaba de lo convencido que me fui poniendo a medida de que me iba convenciendo más mientras más construía, mas no conté que a ello llegué por la mano de un tío al que nunca le descubrí ninguna revista con fotos, aunque sé que las tetas que le gustaban no tenían por que ser hippies ni nada, bastaba conque..., no, no me voy a poner a contar vainas que solo sé de oídas. Y menos aun de la mano que me llevó de la ídem a convencerme de un modo tan prestadamente constructivo, de que yo lo que era, era un convincente constructor. Y de esa forma llegué a construir pequeños artilugios neumáticos sin carburadores pero con muchos apoyos en unas bancadas, esta vez de tubos. Unos verdaderos tubotes, porque se trataba del gasoducto nacional, que en realidad resultan ser cuatro tubos que a veces van juntos y a veces se separan muy convencidos ellos. No hay duda. Y esto es lo que en realidad lo explica todo... O sea, lo gaseoso de la nacionalidad y este concepto lo tengo muy prestado, es decir, que ahora no lo cargo encima, pero prometo convincentemente que nada más lo recupere también les hablo de eso...

Yo mejor a lo mío, a lo de mi vida tan prestadamente convencida que se volvió encima constructiva. Sí, construí hasta casitas de perros, en dos escalas, para perros simpáticos que mueven la colita apenas uno les silba, y también para perros de dos patas muy poco convincentes pero que al final pagaban las cuentas y esas cosas como pañales, míos y de mi bebecita de entonces que usaba pañales que no hacían mecánica.

Ella, que también me convenció de algunas cosas sobre mí, es la más constructivamente convincente de mis prestadas creaciones tal vez culposas, y de muy poca convicción biológica, pero no me quiero saltar nada en esta ruta, que después les cuento el chiste al revés y así no me divierte a mí...

Pero ella tendrá también su turno de echar su versión, porque yo no me atrevo a hablar de aquello de lo que la he podido convencer con mis préstamos... Así que sigo...

Digo que vine tomando prestado desde llaves ajustables, pañales, bicicletas, motos, gustos, tetas, letras, y hasta bancadas, para llegar aquí no sabiendo muy bien si está bien eso o no lo está... O sea, que no estoy muy convencido. Pero tengo mis méritos también, no vayan a creerse nada raro, sí, mérito algebraico básicamente. Y eso que he estado siempre muy convencido de que odio las matemáticas, sobre todo si es para ir a estudiar de enemigo de mi papá ¿no? Pero ya esto es historia prestada y creo que ya no pediré ese libro de vuelta, que se lo quede el que lo tenga, si es que está convencido de eso...

¡Cuanto me cuesta mantenerme en la vía! Por esto es que soy uno con las motos, o por lo menos así me gusta decirlo (si le sigo consiguiendo resquicios a mis convicciones por muy prestadas que sean, terminaré cayendo en un tenebroso nihilismo que ni a mí me convence) entonces digo que si así me gusta decirlo es porque así lo siento y así es... ¡Chao, nojoda!

Y sigo..., tomé prestado un montón de cosas que nunca devolví y ese es el peligro de prestarme cosas. Recuerden que me convencieron de ser mecánico malo principalmente por iconoclasta y ladrón, aunque sea de bancadas y conceptos. Es como echarle agua a un espejo y después no gustarle la cara que refleja... Pero eso también está en préstamo, aunque sí sé quién lo tiene, y no se lo pido porque yo tengo de ella algo mejor. Ya se sabe “quid pro quo” que le llaman... Y sigo con el zamureo (palabrita tomada en préstamo por algebraica y convincente, constructiva y azarosa..., de quién la tomé tomo lo que sea con los ojos cerrados y a sorbos engullidores, en el piso que sea)...

Y esto es algo que también me preocupa por prestado sobre todo... Lo del piso. Sí. Levitación amatoria lingüística... Concepto harto hablado, problemas de las lenguas, de las letras no, aunque sí de los constructores y se jodieron los que venden ascensores. Yo nunca hice una casa que necesitara ascensores porque jamás pasé del cuarto piso. Y yo sin saber que el verdadero meollo se encontraba en el tercero... No creo que me atreva nunca a volver a un tercer piso aunque duerma todas las noches que duermo, en uno de ellos. La vaina, buena en este caso, es que este tercer piso no pasa de una inundación en plena sequía...

No me he vuelto loco, lo que pasa es que aunque yo sí me entiendo, no les he dicho de qué hablo. Es el problema básico de la lengua, de la lingüística que sube escaleras... Pero sí se los dije, y clarito... Lo que pasa es que no dije por qué me preocupa. Y aquí es dónde se me mezcla con lo prestado pues estaba yo muy convencido de un concepto indeleble sobre las satisfacciones prestadas de esas que a veces se devuelven pero que muchas veces no, y que ahí era dónde estaba el detalle (perdóname Mario Moreno) y la pendejada aquella de que la casa se hace de abajo hacia arriba siendo que la casa siempre se hace de la cabeza hacia abajo, si no, no hay casa, ni concepto, ni nada que prestar ni tomar prestado...

Yo, personalmente, sostengo que hasta sin la geometría se pueden hacer cuadrados, pero sin prestarse y tomarse prestado, no hay vida... Ya me perdí ¡que buena broma conmigo! Y eso que me prestaron dos brújulas..., y me pasa como al que tiene dos relojes y nunca sabe dónde carrizo le queda el norte...

Pero constructivísimo sí que soy, aunque siempre sobre un concepto prestado que luego someto al álgebra conviccional para poderlo usar, como si fuera un Renault ocho al que le faltara un apoyo en la bancada y medio carburador...

Y es así que voy llegando al objetivo de toda esta prestadera y cero devolvedera, porque ahí es dónde está el detalle (ya te pedí perdón, Mario, no abuses) sí, en coger prestado aquello que no está en préstamo, sin avisar, con plena mecánica iconoclasta, y después de usarlo pretender devolverlo como quedó después de añadirle el apoyo que le faltaba junto con el pedazo de carburador más o menos parapeteado, muy convencido de que eso es así, y que no pase nada...



Yo tengo una vida hecha sobre préstamos a medio devolver, totalmente reconstruidos, en pañales, con su llave ajustable, con revistas que ya no son de ningún tío porque ni yo lo soy aun, todo entre prestado y robado constructivamente.
Una vida manual y lingüística que se sube al tercer piso lingüístico a ver explotar lo que no explota sino es manualmente con lenguas conjuntas, una vida prestadamente convincente (no me estoy quejando) que me lleva a convencerme de que debo por lo menos comentarlo aquí, pues hasta mis tetas hippies están de vuelta y este es un préstamo que no devuelvo fácilmente, no..., con sandalias y ropita medio hindú que no es de Cúcuta..., unas familias que son extrañas y propias igual que mi oficio tan convincente pero que es prestado, como mis lenguas, como mis manuales, como mis citas, como mis familias, que son prestadas, unas extrañas y otras propias, que no son ni propias ni ajenas, porque yo estoy en pañales aun echándole llave al Renault ocho...