lunes, 24 de septiembre de 2007

Viaje por agosto













Una vez escuché a alguien (digo alguien para no seguir exponiendo a la gente porque se terminan molestando conmigo, y eso que no lo hago sino por poner un ejemplo o máximo para hacer reír) que le contaba a otro alguien por teléfono, y sin saber que yo estaba por los alrededores, que dígame eso, sí hombre, ahora y que constructor..., bueno, tú sabes que en este país el que no sirve para nada se mete a constructor... Risas, risas, risas... Yo me reí también aun cuando sabía muy bien de quién se hablaba. Pero dos cosas: la primera es que yo no tengo por qué estar toda la vida con los oídos puestos, y la segunda es que un buen mamador de gallo tiene que dejarse mamar gallo también porque si no está frito...

Qué dirán ahora estos dos alguienes del hecho de que estoy metido a artista... Lo que sea que digan, me lo merezco o mínimo me lo calo, pero mi proceso ha venido dándose por la vía de la empatía primero, roce social luego, y puro y duro frotamiento después. Así es este país, habría que agregar.

El hecho es que como a los belgas de la época del imperio romano, a mí, las semanas de esclavitud me hartaron. Una cosa es cola de león y otra muy distinta es la cabeza de ratón, y no es un comentario ocioso pues sucede que tengo una marquetería en Margarita. No solo eso, sino que es una marquetería de lujo, es decir: cara. Bueno, en realidad no es cara porque el servicio que ofrecemos es muy bueno, pero como me dijo uno que no llegó a ser mi cliente obviamente: ¿tú me vas a cobrar eso por cuatro tablitas? A lo que le contesté con la clásica pregunta aquella de qué es más caro, un abrelatas de un bolívar que no abre una lata, o el de diez mil bolívares que no falla jamás. Y conste que a mí me gusta ese oficio ejercido como lo ejerzo. Solo trabajamos con obras originales de cierta magnitud, a los que el cliente quiere tratar lo mejor posible. Claro que a veces se me cuelan un par de diplomitas y una que otra foto de graduación porque hay que redondear la arepa, claro... Pero el centro del asunto es el trabajo de conservación de la obra costosa. Por eso mi trabajo es costoso también. Uno no manda a carenar el Swan en Manzanillo, no me joda... Aunque me he dado cuenta de que debo bajarme los humos y revisar bien las fórmulas del excel porque creo que me estoy pasando un poco y ya se sabe, que no hay que exagerar.

El hecho de no comprender el por qué de que no me caiga el volumen de trabajo que quisiera no me hace más mella, porque ahora yo estoy casado con una gran artista, y yo mismo ahora también lo soy..., o sea, que tengo la marquetería andando a full máquina montando puros originales más buenos que el carrizo... Sí, sí, ya sé, el razonamiento cojea por algún lado. Eso no importa pero siento que debería.

Ya cuando estuvimos en Caracas con lo de la exposición de Cantv en Los Cortijos cuadramos lo de la Galería Azularte en El Hatillo para la cual Anne-Marie llevó la bicoca de treinta y seis trabajos pasados todos por marquetería con caja y entre caja doble en muchos casos. Pero hubo que trabajar duro para eso porque había que preparar también la de Arte Bosque en La Salamandra que sería una semana después pero para la que saldríamos una semana antes por lo que ya dije, así que como para Arte Bosque eran como treinta trabajos más, pues nada: a tragar grueso.

Yo fui coleao, para decirlo en caraqueño. En realidad asistí a mi primera experiencia como expositor artístico coleao... La invitada era Anne-Marie. Lo que pasó es que en algún momento entendí que estábamos invitados como “Guarura”, que así se llama nuestra empresita artística y por eso me fajé a hacer cosas mías también, y por el otro pasó que nadie me dijo que no. Así que en mi primera experiencia me coleé... Y así coleao hice dos lámparas forjadas en aluminio, tres sillas raras, y diez fotos en blanco y negro sobre aluminio. Allá las puse. Más adelante sigo contando lo que fue de esas coleadas.

Aquí en Margarita con días de anticipación cargamos la camioneta con lo que iba para Caracas y zarpamos vía sinferry a Puerto La Cruz. Compramos los pasajes con tiempo y todo pero las debilidades de Conferry son más fuertes que sus fortalezas, así que partimos con retraso de más de medio día. Pernoctamos en una comodísima casa bote de una amiga de Gun-Marie y seguimos viaje al otro día, después de haber desayunado en una cachapera llanera en pleno corazón de Plaza Mayor porque así es este país también.

Hicimos el trayecto hasta Caracas muy despacio y asombrados con los infinitos tonos de verde que hay camino de Catamarca. Sí, cuando se pasa uno mucho tiempo metido aquí en Laisla se queda loco con el color de la vegetación que hay fuera de aquí, se llega a sentir uno como el burrito del cuento.

Había, para variar, un desvío en El Guapo (el que le puso así era poseedor de un finísimo humor negro por lo menos y en más de un sentido por hacer el chiste fácil) que lo metía a uno en el corazón de Barlovento que es como decir que Dédalo se ladilló de Creta y se fue a darle forraje fresco al pobre hijo de Pasifae y que el que venga atrás que arree. Vinimos a salir ni sabemos cómo casi en Curiepe City, pero en un abrir y cerrar de ojos ya estábamos rodando por la flamante autopista de oriente accediendo por el tramo inconcluso conocido (o por lo menos así debería ser) como Ibáñez-Fernández porque así es este país (por lo menos a veces). Una cosa sí fui notando por esos caminos nacionales, además de la infinidad de verdes de la generosísima paleta de madre natura, y es que la gente de este país se caga en el “Slow Down”. Coño, manejan como locos. Van con tanta prisa que no me quedaba otra que desearles que llegaran rápido y lo más completos posibles.

Finalmente llegamos a casa de Ingrid en Caracas como si viniéramos de Pénjamo como mínimo.

Hicimos el montaje en Azularte al día siguiente sin ningún problema, almorzamos en un restaurante de una señora italiana en el Hatillo. Esas cosas.

Llegó la inauguración precedida y presidida por un señor aguacero que lejos de aguar las cosas más bien las optimizó porque todos los que fueron en verdad lo hicieron porque querían una pieza de Anne-Marie. Se vendió el veinticinco o treinta por ciento de la muestra esa noche lluviosa. No esperaba menos a decir verdad.

Ese fin de semana operaron a Jorgito y fuimos a verlo a la casa de Alto Hatillo. Le echaron cuchillo en la espalda para meterle un coñazo de millones en titanio en las vértebras lumbares, pero como no hay mal que por bien no venga, aprovechamos el auspicio de Pepe y preparé los mejillones picantes que le debía a Hortensia desde hace más de doce años. Ya se ve que lo de la memoria es una particularidad familiar... Fue un minué con la lluvia pues comencé en el fogón de leña de afuera y terminé en él, pero en el ínterin entré y salí de la cocina con la enorme olla como cinco veces. Un Paraguas, y un vinito...

Visitamos a mi Mamá, comimos con ella, no pudimos hablar nadita qué vaina, vimos a Gabi, vimos a Benito... Un rato sabroso.

Me dio un lumbago de agárrate y no te menées con el cual subimos a Galipán para pasar la noche en casa de nuestros queridos amigos Sánchez & Grüber, pero la pasamos en realidad en casa de Sánchez & Medina porque en la otra casa no había sitio por un palmo grande y otro chiquito. Yo me entiendo. Sin embargo cenamos divinamente como es natural en casa de tan alta cocina por partida doble y dos palmos desiguales. Mi lumbago pareció mejorar después de un par de torsiones a las que le hubiera agradecido un toque de irgasán y excipente pero de lo que resultó un par de voltarén en vía recta o rectal, que no es lo mismo pero irrita igual.

Con este par de sacamuelas metidas donde más allá de Almansa, Castilla La Mancha cambia de nombre, pues pudimos llegar a Valencia pero en Carabobo... No sé cómo será con ustedes, pero así como en Margarita todo el que se pierde va a parar a Juan Griego y menos mal porque si no muy poca gente iría allá, yo cada vez que me pierdo en Valencia voy a tener a Mañongo y es en serio.

Tuvimos que llamar a Maru para que nos guiara, pero ella, que es práctica entre prácticas, resolvió por ordenarme que me estacionara a un ladito ahí, que apagara el carro y que no me moviera más porque ella nos iba a buscar y a guiarnos a buen puerto. Yo pensaba mientras esperaba que qué prisa tenía todo el mundo en Valencia, que qué tenía de raro después el que yo fuera a dar a Mañongo..., bueno, de verdad no tenía nada qué ver el asunto salvo que todo fue muy rápido... En fin. Pasada la vergüenza nos fuimos a su casa a tratar un cuadro de Anne-Marie al que le había salido un hongo por culpa de la humedad de la pared y qué sé yo qué más. Lo bajamos, lo abrimos, le echamos un producto carísimo que a mí me traen de nuebayol y que después les echo ese cuento también, y nos sentamos a cenar unas crepes maravillosas que preparó Maru. Alvaro trajo para la ocasión una selección de caldos riojanos como para parar cirróticos perdíos, y yo brindé a la salud de todos menos a la de mi lumbago que mal rayo partiera.

Fuimos a dormir a otra casa, a la de Diana. A veces no sé ni qué carrizo decir ante tantísima amabilidad. Bueno, gracias es lo único a lo que medio le atino entre la pena que me da...: Gracias.

En la noche me despertó un par de veces el inquilino que ya no le hacía caso al voltarén, pero yo traté de no hacer demasiado aspaviento. Es que antes (no sé cuando) yo era muy sólido, pero ahora soy la propia mami, me vivo escoñetando de nada y me da vergüenza la vaina.

En la mañana cuando Maru nos vino a buscar yo me movía porque soy machito y porque como dije me da pena ser tan debilucho. Fuimos a su casa a terminar lo del cuadro y mientras yo lo hacía, me compraron una vaina que se llama Traflan solución inyectable de 1g. Me la puso Maru (qué pena andar pelando las nalgas en casa ajena) y dios bendiga sus manitas, hasta el sol de hoy que no es poco decir como verán.

Comentario al margen, lo de los supositorios es la sinergia de lo desagradable. Por una parte pase, la vía rectal esa. No es tan malo pues, un mal rato se pasa por cualquier vía. El pegoste que se vuelve no es tan malo porque sentirse cagado no es tan malo si no se manchan de mierda los calzones. La irritación que produce el petrolato, porque es que esa vaina irrita, tampoco es tan mala en sí misma porque en un par de días se quita... Pero todo junto: el doctor Mengele...

Total que se me quitó el lumbago, terminamos el cuadro, nos despedimos y seguimos rumbo a Barquisimeto pero con escala en Nirgua, en el Mirador Paisa. Comimos ajiaco santafereño. Vale la pena.

Llegamos a Barquisimeto un bojote de horas después porque hay que disfrutar el verde infinito mientras se esquivan camiones de carrera entre Hummer y Toyota (caray sí que hay carros buenos en este país y apuradísimos todos, no sé para dónde irán pero espero que lleguen completos) y sin inventar casi nada le dimos vía Duaca hasta La Salamandra. Allá estaban todos los amigos atareadísimos con la organización de Arte Bosque (pueden entrar en el blog de ellos: http://www.arteboque.blogspot.com/) porque en el mismo marco estaba el cumpleaños de Judith, una cata dirigida de la casa Pomar, y el evento propiamente dicho que es además de bellísimo, sumamente complejo.

Esto me obliga a desmenuzar más el cuento, porque resulta que la primera parte fue el cumpleaños de Judith con una asistencia verdaderamente selecta. Estaban, además de Leo Garcés y Judith Guanipa (claro) Anne-Marie, Marisabel, Marc Flallo, Pascal Cherance con su novia Katy, Jesús Canelón, Mercedes Oropeza y sus niñas, y yo. Aunque el motivo de la reunión obviamente era el cumpleaños de Judith, el tema fue una suerte de pre-cata del Terracota de la casa Pomar aderezado con un desliz picantoso de una de las niñas de Mercedes. Llegamos a la conclusión de que el Terracota era un vino de cuidado pero no daré más detalles por cosas del respeto. Basta de ser llamado iconoclasta y esas atrocidades por el estilo.

Solo puedo decir que un principiante como yo en materia enológica no debe pasar de la tercer botella de ningún varietal. Si la cosa viene en combo, y en la mezcla de las cepas interviene algún tempranillo, malbec, sirah, y uvita hit, toda fémina tiene que abstenerse a ofrecer mostrar las siliconas o atenerse al ejercicio de la libre lenguetería tipo mata piojos.

La nota surrealista la pusieron dos cuentos echados por gente de la alta cocina: Mercedes y Leo.

Voy con Mercedes: sucede que Mercedes está casada con Francisco, que además de chef, cree en la magia. No en David Copperfield, ni en Chris Angel: en la magia propiamente dicha. Total que siempre está hablando de gnomos, de duendes, leprechauns (o como se escriba eso) y demás bichitos de la fauna mágica incluyendo el staff completo del Sueño de una noche de verano, aunque este se sitúe en medio invierno venezolano por cosas de la latitud. Tanto que nuestra amiga se llegó a hartar y lo inscribió en un curso de magia de la que hace cualquier ciudadano de a pie. El hombre se deprimió porque la magia no existe, porque la cosa es puro truco, pero tras mucho insistirle consiguió terminar su curso. Hizo su show de graduación pero no pudo volver a hacer su acto en público porque le daba terror escénico. Mercedes, ni corta ni perezosa lo inscribió en un curso de actuación. Ahora él hace sus actos feliz de la vida...

Pero volviendo al cuento: una noche en la que hacía calor, abren la ventana de su habitación y se acuestan a dormir. No pasa mucho rato cuando despierta Mercedes y mira la cara de Francisco quién está con la mirada fija más allá de sus pies y pálido de palidez mortal. Ella se inquieta y va a preguntarle que qué le pasa cuando él muy quedito y con gesto de pedir silencio le susurra: pssst, no hagas ruido que al pie de nuestra cama se halla un serecillo... Un serecillo, psssst, no hagas ruido... Mercedes mira hacia donde se supone que está este pequeño ser y lo que ve es la cabeza de alguien agachadito que los está mirando. Ella empieza a gritar con toda la potencia de su caja torácica y el pequeño ser se pone de pie y sale trepando por la ventana y se escapa por el techo de la casa. El serecillo resultó ser un negro como de dos metros que se aprovechó de la ventana abierta para entrar a ver qué encontraba descuidado por ahí pero que cuando vio a Francisco con los ojos abiertos decidió agacharse a ver si se dormía. No contó con el misticismo de nuestro amigo.

Este cuento nos hizo reír a mandíbula batiente, pero empató con el de Leo en más de un modo y que es el cuento raro de verdad al que me refería más arriba. Veamos:

Un día llama un alemán, que se identifica como Rudolph, a La Salamandra, pide algunos datos sobre la posada y anuncia que llegará el jueves tal a las siete de la noche. Leo se encoge de hombros pero prepara todo.

Como cualquier alemán haría, Rudolph llegó el día y hora anunciadas por él: un hombre alto y delgado, vestido de negro cerrado, cabellos blancos y recogidos en una cola como Francisco de Miranda. El hombre llega en un Yaris alquilado y liviano de equipaje. Cenan, conversan, se hacen amigos, y se retira a dormir. Al día siguiente Rudolph echa su cuento: él tiene una casa en Las Islas Canarias en un sitio con una bella vista hacia el mar. Está interesado en comprar el terreno que está al frente de su casa para que en el futuro a nadie se le ocurra construirle ahí y quitarle la panorámica pero los dueños del terreno no lo quieren vender. Son personas del lugar que viven de la siembra y que tienen varios terrenos por toda la isla pero que ese no se lo quieren vender porque tal vez un día lo quieran sembrar también, o qué sé yo qué cosa. Sin embargo, un vecino chismoso de los que nunca faltan pero que a veces no sobran tampoco le dijo que estos señores quieren comprar un terreno que queda al lado de otro que tienen cerca de donde viven un poco más lejos para sembrar no sé qué también pues parece que se da bien (digo yo, por joderme yo mismo), que si Rudolph consigue comprarlo tal vez esa gente estaría interesada en hacer el canje. El alemán va y le pregunta a los dueños del terreno del frente si de verdad estarían dispuestos a hacer el negocio y ellos le responden que sí, pero que el problema es que el dueño de ese terreno vive en Río Claro, en Venezuela. Rudolph se viene a Venezuela a buscar al señor Virgilio que vive en Río Claro a ver si le vende el terreno. Trae un número de teléfono.

Leo escucha atentamente todo el cuento de Rudolph y casi sale corriendo a buscarle el teléfono para que llame enseguida porque todo el mundo sabe que el tigre come por lo ligero. El alemán alza la mano con gesto de pedir sosiego y mesura, y dice que no, que más tarde. Sigue conversando y rechaza varias veces el teléfono hasta que de pronto alza la cabeza como olisqueando la atmósfera y dice que ahora sí llama, que es el momento de que le pasen el teléfono para llamar, y va y lo hace. El que recibe la llamada dice que sí, que sí, que claro que sí conoce al señor Virgilio pero que ya no vive en Río Claro, que ahora vive en Matatere.

Rudolph muy contento pregunta que cómo se va a Matatere y nadie le sabe decir. Que se llegue a no sé dónde (Bobare creo) y que allá pregunte. Para allá se empuja el hombre pero le informan que ese carro que él carga no sube hasta Matatere ni de vaina, que alquile un camión de estacas 350. Lo hace y se le sube un gentío en el viaje que él está pagando. Se ríe. Llega a Matatere y busca por todos lados al señor Virgilio, pero el señor Virgilio ya no vive en Matatere... De no sé dónde salió un muchacho que conoce al señor Virgilio y le dice que si quiere él lo lleva hasta la propia casa si él le paga el pasaje de vuelta. Okey, perfecto ¿dónde vive el señor Virgilio? Pues en Río Claro, y para allá se van.

Rudolph, gracias a la intervención del muchacho providencial (por no decirle de otra manera ya que prestó un servicio invaluable y no es cosa de parecer mal agradecido ¿no?) consigue por fin y conoce al señor Virgilio, conversan, se hacen amigos, y Rudolph regresa a La Salamandra. Le cuenta todo a Leo y él le pregunta que si hicieron negocio. No, no hablamos de eso, no es tiempo todavía. Yo necesito que seamos amigos primero para después hablar de negocios.

Otro día Rudolph y el señor Virgilio se reúnen y hablan de negocios. El señor Virgilio dice que lo pensará.

Rudolph se fue a Europa muy contento porque su viaje había sido un éxito total: el señor Virgilio existe y está vivo. Rudolph consiguió al señor Virgilio, se hicieron amigos y le prometió que pensaría lo del negocio del terreno.

Leo le echa el cuento a Mercedes quien se impresiona mucho por todo el lío que pasa el alemán buscando al dueño de su terreno, y después, en ese momento en el que se apaga la luz pero aun no se duerme uno, le echa el cuento a Francisco quién yace a su lado y la oye en silencio. Cuando ella termina de echar el cuento creyendo por lo tranquilo que estaba que Francisco tal vez estaría dormido, él le pregunta tranquilamente que si ese alemán, por casualidad, no se llamaría Rudolph. Ella pega un grito y pela los ojos incorporándose porque no le ha dicho a Francisco el nombre de nadie y le pregunta ¡muchacho! Cómo sabes tú el nombre de ese alemán... No, es que mi Papá me decía siempre, que su abuelito que era Rosacruz le contaba que una vez tuvo tratos con un alemán que lo impresionó mucho porque se lo figuraba parecido a Francisco de Miranda, que vivía en Las Canarias y que se llamaba Rudolph..., ese señor es un inmortal, un atlante. Vive en Canarias porque allí se abre una de las dos puertas que según se conoce por los escritos de Aristóteles comunican este, con su mundo. Una en Las Canarias, la otra en Santorini como todo el mundo sabe. Dijo Francisco.

A todas estas, con el tiempo, Rudolph y el señor Virgilio (quién resultó ser un filósofo natural de los que la vida da por cortesía cuando se lleva una larga existencia de bondad y observación desapegada) además de una bonita amistad, hicieron negocio por las tierras, hicieron el cambio allá en Canarias y permanecen en contacto.

Claro que este cuento regado con tres flamantes botellas de Terracota precedidas por tres más de pinot noir o sirah es mucho mejor. Las razones solo las puedo explicar en privado no sea que después se enrede la cosa. Tengo que ir aprendiendo a no decir todo lo que sé por muy cierto que sea porque después viene algún pacato desmemoriado y se ofende...

Luego vino el montaje que fue un asunto singular en más de un sentido, y que por lo tanto he debido decir singular con sentidos en plural. Y es que Arte Bosque es una exposición sita en un bosque. No en una galería que queda en un bosque, no en una urbanización que se llame el bosque, no es nada de eso. Es un bosque de cujicitos y ese tipo de arbolitos, con caminerías entre ellos y unos stand tipo carpa regados estratégicamente. En el que estaba más abajo, por donde entraba la gente, estábamos nosotros compartiendo lugar nada más y nada menos que con don Mario Calderón y sus juguetes..., pero no me quiero adelantar. Iba por lo del montaje.

Hicimos el montaje en la tardecita y ahí nos agarró la noche. Conseguí un horcón medio escoñetado y lo paré recostado de un árbol, le hice una hilera de clavos y de ahí colgué mis fotos. Bajamos de la casa una rodaja enorme de madera y la pusimos de mesa a una cuarta del suelo, nos prestaron un caballete sobre el cual colocamos un cuadrote de Anne-Marie que se llama Urumaco. Claveteamos toda la pared de bambú y allí exhibimos todos los demás cuadros. Sobre la mesa pusimos lámparas, cajitas, candelabros, perolitos todos productos de la inventiva inagotable de mi mujer... Por cierto que en ese momento llegó desde Galipán pero vía Duaca, nada más y nada menos que Masha Grüber a echarnos una mano, la cual le agradecimos pues junto con la mano nos echó unas cervecitas de las del tipo kriptonita que cayeron como pedrada en ojo de boticario. O sea, que nos echó tres manos y media... Terminamos la noche junto a la piscina ahogando las alegrías en cerveza y maravillados de ver lo bien que nadan ellas cuando andan tan contentas.

El sábado de exposición fue movidísimo. Estuvo por allá todo el mundo. Y cuando digo todo el mundo, digo casi todo el mundo. Estuvo el señor Virgilio, pero Rudolph no vino, estaba terminando algo en Canarias. Estuvo Cecilia Todd (que además es prima de Anne-Marie) estuvo Fruto Vivas (que además estuvo a punto de comprarme la silla ojo que se llama “S-eye”, pero no lo hizo porque su señora no lo dejó. Aun así dijo que era una maravilla y repitió esa palabra hasta que me la terminé creyendo también porque quería creérmela) todo el mundo tenía algo que decir de la “siyasutra” la que no es “kama”, el trabajo de Anne-Marie voló en muy alto porcentaje y el mío recibía buena crítica (la verdad es que yo estaba preparado para mucho menos elogio y un poquito más que nada de venta, pero así es esta vida y no me voy a quejar sobre todo porque no me duele el lumbago y ya se me quitó la alergia de mas abajito, y porque finalmente yo estuve allá de lo más caraqueñamente coleao que se pudiera como en el baile del botáo pero ese chiste es demasiado viejo para echarlo aquí) Hubo un señor de Machiques o Bachaquero que no me acuerdo, que llegó a las ocho de la madrugada y compró en seis oleadas sucesivas y desconcertantes. Compraba y pagaba, mandaba a empaquetar mientras daba una vuelta para ver más. Regresaba al rato a retirar los paquetes y se los daba a un edecán medio wayuu que andaba con él y hacía otra compra más. La pagaba y mandaba a empaquetar mientras daba otra vuelta para ver más. Regresaba, recogía los paquetes, le daba el cargamento al edecán, compraba de nuevo y volvía a empezar. Así seis veces. Yo no había visto eso nunca, pero sé que verlo todo en la vida es cuestión de darse tiempo y mantener los ojos abiertos.

Estuvieron por allá mis queridos Indios Avendaño Laya y me parece que la pasaron muy bien, que se divirtieron, y se llevaron una pieza de Mario Calderón que ya habíamos mandado a apartar temprano por si acaso.

Hacia el final del día tuvo lugar lo de la cata dirigida esa cuyo maridaje estuvo a cargo nada más y nada menos que de Mercedes Oropeza, Pocho Garcés, y por supuesto el súper Leo Garcés. Yo no me atrevo a describir la cosa porque me parece que no tengo ni el léxico ni la cultura necesaria para entrarle a la cosa con propiedad. Puedo decir que me asombró cómo un vino inefable como el que más termina siendo de un exquisito que se lo lleva el diablo, en manos de un experto apoyado en la descollante cocina de este trío de gigantes. Este país tiene unas cosas, porque es que también es así: excelente de toda excelencia.

Fue uno de esos momentos en los que se está pero como detrás de una ventana. No como en un cuento de Dickens o los hermanos Grimm. No. Una ventana irreal. Una ventana en la que estás y no estás. Saboreas, paladeas, degustas, masticas, tragas, y empiezas de nuevo pero la experiencia excede el entendimiento momentáneo o más bien la capacidad de asimilarlo todo y darle un justo valor dentro del archivo cerebral... Con decir que no es sino hasta ahora que logro recordar a fuerza de echar el cuento, detalles como el aceite de carbón, las arepitas caroreñas, y las hallaquitas miniatura. El pastel de pescado, la mini parrilla, las costillas en barbicue de chile chipotle... No sé qué decir. Yo sé que estaba ahí, pero casi lo recuerdo como si me hubieran echado el cuento más bien. Afortunadamente tengo un tipo de memoria que me permite mantener el recuerdo vivo mientras logro meterlo en su correspondiente gaveta para las futuras consultas.

Como dato curioso puedo decir que, o ser llevado por la mano de un experto es de verdad el mejor modo de descubrir las cosas, o la sugestión colectiva es más poderosa de lo que siempre he creído. Es que pasan dos cosas al mismo tiempo: una es que recuerdo una vez en la que estábamos con unos tíos y mi Papá en una playa por la vía de Anare que llamaban La Goleta, a la que íbamos mucho y en la que solíamos dejar que nos agarrara la noche pues corría el primer lustro de la década de los setenta y todo era más seguro para los hippies que encendían fogatas a la orilla del mar para asar unas piñas con diablitos Underwood, y que en una de esas mi tía comenzó a dar voces porque al frente sobre el mar y llegando al horizonte había una luz verde muy brillante que todo el mundo vio porque era enorme, estaba oscureciendo, y además quién iba a dudarlo si ella lo decía..., pues yo me quedé bizco por un rato a fuerza de ver y ver (porque eran los tiempos de Von Daniken y no había por qué dudar de los recuerdos del futuro, ni de la conexión con los ovni que tenía mi tía) y no vi ni media luz de ningún color. Ni verde ni nada. La otra cosa que pasaba al mismo tiempo es que el enólogo de la casa Pomar decía que notáramos el efluvio de cereza, las reminiscencias trufadas, el levísimo matiz aceitunado junto con la redondez en la boca, perfumado y de cuerpo grueso, y aunque se burlen de mí y no me da pena porque lo estoy poniendo aquí por escrito, así mismo era que se sentía ese vino y eso que no era un carmenere... La histeria colectiva supongo que se da en los momentos menos esperados y con la atmósfera adaptada a cada quién. Definitivamente mis ovni vienen embotellados. Qué cosa.

El domingo amaneció lluvioso y la gente empezó a llegar a mediodía porque sobre Barquisimeto caía una verdadera tempestad de esas que solo caen cada cincuenta años solamente porque a la gente se le olvida que todos los años, precisamente por agosto, en casi toda Venezuela caen los más recios aguaceros ¡anualmente! Pero ese es un fenómeno que no merece mayor comentario porque también gracias a eso es que somos como somos desde las antillas mayores hasta la Patagonia. Ya lo decía Beny Moré en la inolvidable guaracha que tal vez fuera mambo: salí para la ciudad, confiado con mi paraguas, ahora que llueve ya ¡ay! Se me olvidó en la guagua...

Tengo que decir que cuando ya la cosa decaía y me parecía que mis peroles regresaban incólumes a Margarita island, llegó un gran comprador barquisimetano y de un solo golpe de chequera (que le agradezco sobremanera) se llevó a precio de flotilla cuatro de mis fotografías como para que no me fuera liso y arrugado al mismo tiempo. La otra foto que se quedó allá fue una que canjeé por un libro de Sigala por la infinita amabilidad y cortesía de Pocho Garcés en persona.

Algo sumamente agradable que sucedió fue que Esneira, la compañera de Mario Calderón se enamoró (por decirlo de un modo que solo está en mi cabeza pero que al fin y al cabo a mí me da la gana de usar, por qué no) de una de las dos lámparas forjadas, me dio nota y se las regalé a ambos. Por lo tanto, en vez de venirse para Margarita, la lámpara se fue para Mérida. Esta lámpara es una parabólica forjada en lámina de aluminio, como de cincuenta centímetros de diámetro, montada en ángulo sobre un codaste de algún peñero roto que rescatamos de una playa, y le monté de frente un bombillo de esos que se llaman dicroico dentro de un enfriador por convección forjado también. La lámpara da una luz muy parecida a la de la luna cuando está llena y baja. Entre plata y amarilla... Se llama “Aripo”, pero alguien le puso “rancho con parabólica” y así también le pusimos. Ellos se la llevaron muy contentos. Espero que en verdad les guste y la disfruten. Yo creo que sí... Bueno, basta con eso, que me pongo tonto.

Esa noche recogimos lo que quedó en el límite de lo que uno llama estar hechos polvo, pero contentos de verdad y subimos a cenar con los que nos quedábamos en La Salamandra. Estaba además Idanela Marteen, quién no puede ser más agradable porque dejaría de ser humana y que es interesante, pero transmite fielmente esta manera suya de ser a sus tejidos que merecerían unas diez páginas más de comentarios sin llegarle cerca.

Yo no puedo describir del todo claramente lo que significó para mí esta exposición coleao y todo. No puedo porque desde mi escepticismo sobre todo para conmigo mismo me cuesta ver las cosas sin ese tinte de socarronería absurda que da una vida de bachiller de esta república y toero de esta nación. Mi óptica está aberrada por culpa del comentario cierto o no que sobre yo sé quién se hizo al principio de esta crónica, pero que en realidad nunca caló hondo porque la simpleza está tan llena de razón en la mayoría de los casos que más reflejan una realidad que una reflexión o un juicio. Además, a mi edad ya esas cosas no generan pasión, ni tienen importancia, pero deforman un poco al introducir el germen de la duda en la ecuación ocupacional.

Al día siguiente partimos de regreso porque el viaje es demasiado largo y ni de broma lo queríamos hacer de un tirón. La prisa se debía a algo loquísimo que contaré en la próxima entrega.