lunes, 17 de marzo de 2008

“Standard”

Bueno, sí, lo admito: a veces me enredo la vida yo solo casi por puro gusto… Pero déjenme empezar por el principio para hacerme entender, porque después no digo las cosas bien y no falta quien no me entienda y hasta se moleste conmigo. No para de sucederme.

Así que tengo que tratar de aprender a explicarme mejor.

Cuando aprendí a hablar, de pequeño, lo primero que atiné a decir fue Mamá, Papá, y carrrrrito, como todo niño normal. Digamos que el siguiente paso en la evolución de mi lenguaje y la ampliación de mi léxico fue aprenderme el nombre de mi Mamá, de mi Papá, y las marcas, año, y modelo, de los carrrrritos.

Empecé, claro, por el carrrrito de mi Papá que era un Renault 8 Major cremita con los asientos rojo oscuro, del 65. Seguí por el de mi Abuelita Marilú, que era un Renault 10 verde botella con los asientos cremita, del 65 también. Estaba el de mi abuelo José Clemente, que era un Mercedes no sé cuántos, a dos tonos de azul y los guardafangos más largos que he visto. No recuerdo mayores detalles de este carro porque solo lo vi una vez, que yo sepa.

Los demás eran los de mi tío Carlos, un Mercedes Benz 230 morado cardenal con los asientos de cuero, del 69. Mi tío Pepe, un DKW Autounión con motor dos tiempos de tres cilindros (que corría durísimo) azul puro prismacolor con los asientos negros, del 63 (creo). El de mi tío Manolo era un Sumbeam Alpine descapotable rojo con asientos negros, no recuerdo el año de este (pero sí me acuerdo de que era un asunto de palabras mayores en materia de velocidad porque era el propio roadster inglés)... Luego estaban, mi tío Jesús Salvador que tenía un Chevrolet Belair a dos tonos de marrón, del 57 (parecía un zapato de Kiko Mendive) Y mi tío Pigo que tenía una camioneta Chevrolet Pick Up azul claro con los asientos blancos, del 67.

Luego, como cabrá pensar, seguí ampliando mi vocabulario con los carros de los vecinos y amigos. De manera que Amancio tenía un Chevroler Impala gris, del 69. Cheo Pichardo tenía un Plymouth Barracuda del 68 que llamaban el charrascuda. Obando una camioneta Hillman Humber verde grama más vieja que el chivito del almanaque y luego un Mercedes 220 negro con los asientos rojos. El maracucho Suárez tenía un Opel Record amarillo quemado, del 69. Luis Vivas tenía un Ford Cortina ocre ranchera, Franco tenía un Alfa Romeo Spider blanco con los asientos negros, Claudio tenía un Mercedes Benz 180 de los que tenían el sistema eléctrico de seis voltios color de ojos de perro corriendo más o menos azul.

Simón el hermano mayor de Anita y Cirilo tenía una Fargo Power Wagon verde oscuro, del año 50. Su papá una Vespa de tres ruedas convertida en cocina ambulante en la que preparaban perros calientes y tostones con ensalada en playa Los Ángeles, de lunes a lunes… El señor Palermo tenía un Pontiac, o tal vez era un Oldsmobile que no sonaba, creo que era gris plomo y rojo. Sí sé que los asientos estaban forrados con un plástico verde traslúcido que olía a bolígrafo. Los señores Briceño tenían un Dodge Valiant verde metalizado con el techo de vinil negro. El señor Cárdenas tenía una pick up roja con cabina atrás siempre llena de hijas bonitas. Anita Cárdenas era mi preferida… Okey, esto no viene al caso, pero es que uno se pone a recordar y no se puede controlar lo que aparece.

Pero bueno, a lo que iba al principio. Porque esto no se trata de un alarde memorioso, sino de un asunto del vocabulario y de dónde sale. De las angustias y los procesos para desangustiarse, y: coño lo admito, me pongo a mirar los carros que me pasan en la autopista (porque manejo muy despacio) y en lo que caigo en cuenta he contado treinta Toyota Yaris, tres mil doscientos Nissan Sentra, veinte camionetones todos iguales pero de distintas marcas, y tres o cuatro Hummer…, no me hacen gracia los carros que veo. Parecen iguales. No sé, no los distingo porque además son todos de colores que no conozco, o será que con los años y la presbicia también aparece un cierto daltonismo. Por ahí estoy seguro de que alguien muy perspicaz me dirá que no, que es que con la edad a uno le dejan de interesar ciertas cosas y por eso decae la capacidad de atención. Y yo le respondo de una vez que no me eche a perder el cuento, por favor…

Me imagino carajito en estas circunstancias y que todos mis carrrritos sean Nissan Sentra Nissan Sentra Nissan Sentra allá va un Yaris Nissan Sentra Nissan Sentra Nissan Sentra allá va una camioneta silicón Nissan Sentra Nissan Sentra Nissan Sentra otro Yaris Nissan Sentra Nissan Sentra Nissan Sentra…, y me da una tristeza… Qué fácil hubiera sido aprender a hablar en esas condiciones porque para hacerme entender, con un lenguaje Standard bastaría largamente.

Pienso en que si esto se hubiera dado en los setenta la culpa se la hubiesen echado a la cia, es decir, que seguro que era una conspiración con miras a obtener el embrutecimiento global para obtener el petróleo regalado o si acaso pagarnos con espejitos… Esta sería una teoría amenizada con ron. En la del whisky la culpa la tendrían los chinos o los rusos porque qué va a saber cochino de chicle y dónde se ha visto que esa gente sepa hacer otra cosa que ropa de caqui y carros malísimos todos iguales. Además, son puro plástico y hojalata que si le recuesta uno de estos carros fuertes y estables se engarruñan como lata de cervezas… Du gomo gue ere barigo yigo, nojoa…

Mira tú las vueltas que da la vida ¿no dicen los ingleses algo así como “too far east is west”? y me perdonan lo mal que manejo el idioma de la pérfida albión.

Claro que a mí, los chinos, la cia, los rusos, los runrunes, las teorías de dos minutos, y esas güevonadas me importan tan poquito que solo las recuerdo para amenizar una velada de vino y amigos, eso sí, haciendo la imitación barrigona de la voz gangosa y esas cosas. Por cierto que no es una declaración racista ni xenófoba, ni políticamente incorrecta. Me refiero al uso de esa gente como excusa. Por eso tampoco me importa un coño el calentamiento global, ni la desaparición de los glaciares. No me importan como excusa. El hecho ya viene siendo otra cosa y allí sí me pongo serio… Hago todas estas aclaratorias porque no quiero caer en lo Standard, claro.

Pero sí, la estandarización me intriga. En realidad me intriga (no, no es lo mismo que mi problema con el raggaetón, ni me niego al hecho de la tierra gira sobre su propio eje, ni mucho menos a que el tiempo venga a ser otra dimensión) me intriga. Y me intriga porque a veces llego a pensar que ahí radica la culpa de todo lo malo que sucede en el mundo, y cómo es que nadie (notable) se ha dado cuenta de tamaño mojón (hito)…

Sí, sí, ya sé, tal vez y hasta se han escrito enciclopedias con ese tema, pero si yo no lo sé no existe, y si existe y no lo sé, me vale lo mismo. No tengo excusa. Es así. Total que al principio fue el verbo y a mí ni de vaina se me ocurre ponerme a jugar con el adverbio, y esto no es una aseveración homo fóbica aunque definitivamente lo parezca.

Desde Sócrates (y tal vez desde antes) hasta nuestros días la gente se ha preocupado por definir (y dejarlo por escrito, por lo del verbo y el sustantivo, por supuesto) cosas como el bien y el mal, la belleza y la fealdad, y todas esas cosas que nadan entre la teleología y la deontología, que tampoco hay quién termine de aclarar esa pugna y no sé ni para qué habría que hacerlo. Ganas de discutir. Supongo.

Yo, personalmente, remacho de malo todo aquello que me ladilla en la proporción que sea, y lo feo se incluye en ese mismo pegoste…, y debo agregar que lo que me aburre es lo peor (claro que a nivel, digamos platónico, lógicamente) de lo malo. Por lo menos lo considero el padre hermafrodita de todo lo malo.

Y si no me creen párense un momento en cualquier pasillo de centro comercial u orilla de playa a ver pasar chicas Standard para que vean que mucho antes de que pase la trigésima pelo planchado siliconada se pone usted a ver vidrieras o se sorprende tratando de adivinar el caballaje del fueraborda que carga aquel peñerito que va saltando arriba del horizonte… Y mira que irse uno a fastidiar mirando muchachas ¡fin de mundo! No puede ser el origen de nada bueno aburrirse de esto.

Bueno, está claro que poner tercermundistas a producir millones de carrrrritos todos igualitos es más fácil y rentable porque son eso: igualitos. Por no haberlo advertido un comunista fue que se tiraron tres, estoy seguro que de haber sido de otro modo tal vez no se hubiera escoñetado la unión soviética y tendríamos menos aburrimiento (esta es una apreciación equilibrista exenta de funcionalidad e intención política)… Si los carrrritos fueran todos distintos y de distintas empresitas no existirían las grandes corporaciones de pingües dividendos que ponen el aburrimiento al alcance de todos y mi vecino no tendría tres Nissan Sentra. Palabra, tiene tres. Y aquí aclaro que ese no es mi problema. Lo es el hecho de que me intriga que no se aburra, porque a mí, me aburre cantidad.

Ni hablar del cine: antes uno veía a un Corvette Stingray escapando con éxito de un Ferrari 358, o a una Mini Morris escapando con éxito de un Camaro RS según de dónde fuera el director de la película, pero ahora vienen unos rusos a hacer una película aquí pero ambientada en las Canarias, y el carro que rotularon con la pinta de la policía española fue, un Nissan Sentra ¡joder!

Good Morning Sun Shine se cantó a bordo de un Oldsmobile (o un Pontiac, o un Cadillac) descapotable en aquella secuencia bellísima de Milos Forman. Betty Blue le echaba un pote de pintura rosada sobre el capó a un Citroen negro. Ni hablar del Aston Martin del Santo, ni del Shelby de Bullit… Podrá no gustar alguna de las cintas citadas, pero aburridas no serían ni siquiera en el Centro San Ignacio. Ahora imagínense a Treat Williams manejando un Nissan Sentra mientras John Savage, Beverly D’Angelo, Anie Golden, y Dorsey Wright saludan el sol de la mañana será por la ventana porque ese perol no lo venden descapotable. No, no me divierte, parece un capítulo de los Simpson.

No hablemos del daño que se le hace a la literatura con esa actitud frente a los carros.

Recuerdo el primer cuento que le escuché a mi hermano Luís Gerardo (que sí es escritor de verdad hoy en día y que felicito profundamente porque ni idea de cómo hace para sortear estos obstáculos angustiantes) por allá, sería el año 69 porque recuerdo que veíamos el alunizaje del Apolo no sé cuánto y esas cosas en el televisor General Electric de Raiza, la vecina de la esquina que vivía en una casa con un atrio como medio marroquí con la entrada con forma de cerradura y baldosas hidráulicas en el piso, que lo sacaba para que los vecinos pudiéramos ver un acontecimiento tan pero tan importante mientras mi tío Carlos Longart decía que esa vaina era mentira, puros inventos y utilerías de la cia (claro) con un ron en la mano (creo). Bueno, el cuento de mi hermano fue que un Mustang azul salió de su casa y cuando regresó no tenía puerta… Coño, tengan en cuenta que era el 69 y él nació en el 66. Sí, tenía tres años, así que no jodan con que de quién era la puerta que faltaba ni nada de eso porque precisamente de eso (según Cortazar) trata el cuento: de lo que no se dice.

Ahora quiten el Mustang azul (eléctrico con cauchos anchos) y pongan un Nissan Sentra o un Yaris… No es lo mismo, ni siquiera gana con la modernidad y las vueltas del mundo. Ni siquiera resulta divertido.

Probemos por ejemplo con La Autopista del Sur, de Cortázar (otra vez). No, mejor no porque me voy a deprimir pensando en lo difícil que sería hoy en día escribir un cuento como ese con los carros que hay. Eso sí, me puedo imaginar a la chica del Dauphine con un Yaris, y al ingeniero del Peugeot 404 con un Nissan Sentra... Sí, está bien, si ella hubiera tenido un Yaris poco ganaría pasándose a un Sentra…

Pero como empecé diciendo, yo siempre me complico la vida pensando gafedades tristes para poder ejercer luego mi maña para desangustiarme. Creo.

Sí, porque me aburrí tanto con la autopista del sur copada de carrritos Standard que lo que hice fue pelar por una especie de recurso garciamarquezco y empecé a nombrar Nissan Sentras José Arcadio y Toyota Yaris Aureliano, y, palabra, tan poquito vocabulario con tanta imaginación sobre recursos mnemotécnicos me dio un alegrón que no sé describir.