lunes, 13 de octubre de 2008

“El que ginebra no enhebra”

"Érase una vez un lobito bueno,
Al que maltrataban todo los corderos.
Y había también un príncipe malo,
Una bruja hermosa, y un pirata honrado.
Todas esas cosas había un vez,
Cuando yo soñaba un mundo al revés".

José Agustín Goitisolo.

Aura Delia Perdomo Poe era una chica menudita pero bien hecha, buena, muy buena y de familia casi bien. Ella estaba de novia con Asdrúbal -a quién llamaban Druby porque en Fort Lauderdale es imposible que le pronuncien correctamente un nombre tan cartaginés, que ni latino termina siendo, igual que si se llamara Aníbal- pero lo dejó después de un cúmulo de desatinos que cometió el pobre Druby, cerveza en mano, tras el volante de su Samuray negra vía Cuyagua y vuelta.

Fue un fin de semana raro, sí, más bien raro. El grupo era casi en su totalidad de gente buena de familias bien. Tan, pero tan bien, que el que menos acumulaba tenía medio metro de apellidos guindando de sus tres nombres. No voy a hacer la lista, y claro que todos los nombres son inventados con la sana intención de proteger a los inocentes que ya tienen suficiente con serlo.

Aura Delia Perdomo Poe, cuyo padre trabajaba duramente en algún sindicato de la industria petrolera en Anaco mientras leía a Lovecraft con el nudo de la corbata bajo la oreja izquierda, creo, entró en este grupo tan selecto por vía de su empadronamiento en una carrera filosófica de una universidad dogmática y casi invisible. Ella era del tipo de gente que te ofrecía un cognac francés en vaso corto con tres hielos, preparaba un riquísimo fondue de chocolate y lo servía con carlotinas, y veía las películas porque no le ha dado tiempo de leerse el libro (pero lo tiene en la biblioteca y en cualquier momento lo lee) y todo lo hacía tan graciosamente parada sobre sus dos piernitas tan torneaditas que dios le dio.

Rápido comprendió que un Iturriza le venía mejor que el fofito de Druby (con su culo más ancho que su espalda, y su piel de mantequilla sin sal) y le dio golpe de estado nada mas llegando de Cuyagua. La excusa que ella le dio para mandarlo al carajo él nunca la entendió, por lo menos dentro de los tres años siguientes a su expulsión del grupo. Soy testigo presencial de esto. Es que yo estaba siempre por ahí porque aun sin ser de familia bien sí terminaba siendo bueno, y por el agradecimiento (en más de un modo, cómo no) de Juana Augusta Montefuerte Del castillo Nuevo mientras no tuviera que traducirme un chiste. Qué aburrido. Entonces Druby a la basura y quedaría incorporado Juan Pedro De Iturriza y medio metro más de apellidos (y de estatura) que ni de vainita mencionaré. Pero eso no es todavía.

Era el cumpleaños de la infanta doña Maria Mercedes (Mame) Guzmán-Santaella y Ortuño De Confroid, de los ojitos infinitamente negros (y su inteligencia tan brillante para todo aquello que no fuera emocionante o sirviera para matar el aburrimiento), y nos invitó a celebrarlo con una salvaje termidor de mero preparada textualmente sobre tres topias, tal y cómo lo dijera con salivita saliéndole de las comisuras, Juana Augusta Montefuerte Del Castillo Nuevo desde lo alto de sus medievales murallas con terraplén de barro apisonado.

Para ese efecto y con el fin de que comprara un atadito de meros no mayores que mi antebrazo por instrucciones expresas de Silvia Hortensia Calatrava y Fuentes Mayor, que era la que dirigía el ágape salvaje, brasileña mitad riojana mitad castellana, de La Castellana misma, se me comisionó entonces para llegarme hasta la piscina o pileta de Cuyagua que es la parte más oriental de la bahía pasando la desembocadura del río dónde llegan los pescadores.

Yo, que era un buen muchacho de nombre escuetísimo cumplidor de mis horarios, de familia pobre pero honrada, de nobles en decadencia y descenso según contaba mi padre entre rapto socialista y rapto socialista, porque sí es verdad que no tenemos dinero ni posesiones pero es que no hay nada más noble y descendido que un socialista venido a menos, entiéndelo bien hijo mío, sobre todo si la decadencia ha venido por el lado de la conciencia ¿no?..., yo, que era un buen muchacho de familia socialmente honrada, o sea: decaída, ya lo dije, veía estos paseos como una parte de mis deberes, de mi aprendizaje de la vida que alguna vez decidí enfrentar como mi tío Bartolo quien hizo un pacto con el plan de crédito del karma para ir pagando de inmediato todo aquello que no lo llevara directo hacia Siddarta Gautama aunque lo devolvieran de la alcabala de Caucagua porque por ahí no se va para Woodstock. Entonces yo estudiaba el comportamiento de cada eminencia que me prestaban cada fin de semana y las acompañara a sus desfogues aristocráticos, pero claro que con la misión de traerlas de vuelta lo más sanas y salvas posible, obviamente porque yo tengo licencia de quinta y si manejo una gandola manejo lo que sea.

Y cumplía mi comisión, y me llegaba hasta la pileta para comprar los meros chiquitos que me encargaron, acompañado por la inefable Teuta Meyer Killigrew (una picto-eslava de intercambio estudiantil que estuvo todo un año hablándonos en un castellano mejor que el nuestro y por eso le entendíamos poquito) y de vuelta nos traíamos unos palitos que no hubieran tocado el agua salada porque si no, no encendían. Volviendo de nuevo al campamento en donde Adalid Martini (con su peinado con la raya a un lado, su camisa de lino, sus bermuda de piyama, y sus mocasines con medias de seda) trataba de armar una carpa que parecía de muselina y organdí de puro fina que era, y el negro Blanco que nació sin camisa y nunca compró una porque para qué si ya tienen esos abdominales de cují pulido, coleado igual que yo en este grupo no siendo ni siquiera buen muchacho porque ni muchacho era ya, se reía con saña de Adalid, mientras con una sonrisa de picardía vitalicia les daba ron directamente de la botella a las bocas (que tenían que empinar como quien recibe la ostia, pero dejando chorrear algo del ron por los cuellos y pechos para quitárselos luego a lametones acompañados de risotadas de látigo) de las eminencias presentes que pasaban frente a él haciendo una especie de baile de la conga a ritmo de Las Chicas del Can (que tronaba en el reproductor de la Samuray negra de Druby, y eso que para ese fin de semana me había pedido mis cintas de Traffic y Gong que nunca me devolvió) que ponía celosísima a Clara Amanda Orticoechea Machado y Santamaría (la conga, no las cintas) con su cabello tan liso y sus caderas tan redundantes y pindáricas (para una niña de su edad), que era la eminencia que siempre lo invitaba.

Teuta Meyer Killigrew hacía la fila también bailando como un paraguas suelto en un ventarrón pero no alzaba el piquito para que le dieran de beber porque era abstemia. A ella en su mundo le importaba lo mismo: bailaba y gozaba a la austrohúngara siempre muy bien peinada, con su bikini dos tallas mayor…, inefable.

Llegamos de regreso y me puse a arreglar el fogón que intentaba armar el fofito Druby con la cerveza en la mano, bajo la etílica mirada ligeramente estrábica de Aura, que en lo que se echaba tres ginebrazos ya ni se sabía bien a quién estaba mirando. Él se fue a buscar más cervezas a la cava mientras ella me decía que quién ginebra no enhebra. Se reía, hipaba, y lo repetía: el que ginebra, no enhebra…, yo no era tan buen muchacho, creo, y eso me ponía medio mal. Me ponía medio mal porque por un lado me prestaban ese cúmulo de finezas para que las cuidara en su aburrimiento tan elegante, y yo por el otro lo que hacía era traérmelas para una termidor salvaje preparada en las tres topias de la muralla con arcén que era Juana Augusta Montefuerte con, o sin salivita, pero Del Castillo Nuevo. No intenté explicarle a Aura Delia que a la que mucho ginebra pronto se la enhebran porque definitivamente el fofito de Druby, a juzgar por la cagada de fogón que estaba preparando antes de que yo llegara, ya estaría tan borracho a fuerza de cervezas en la mano que de pronto al que se iban a enhebrar esa noche era a él. Pero sería el negro Blanco el que se lo echaría seguramente, y lo digo porque el siempre repite que güevo parao no cree en culo cagao.

Hice entonces un buen fuego con Teuta germánica parada sobre mi hombro izquierdo sopla que te sopla tan franco prusiana, mientras hacían la conga del ron y Adalid me llamaba para que lo ayudara a instalar su muselina con techo de organdí Valentino Lawrence de Cuyagua. Claro que lo mandé bien largo y ancho al carajo: A mí me prestaron también a María Mercedes (Mame) Guzmán-Santaella y Ortuño De Confroid, con todo y ojitos negrísimos para que la cuidara este salvaje fondue, no, termidor fin de semana salvaje, y ahora resulta que se nos pegó este mano topocha que jamás ha visto un chinchorro (y menos un mecate como no sea el que está acostumbradísimo a que le jalen a él) y no me jodas, güevón, que yo voy a guindar el mío aquí lejito, para que no me ladillen cuando no sepan resolver alguna cosa… Yo estoy contratado solo como chofer y guarda espalda nada más ¿no has visto el tabulador laboral del contrato colectivo de la CANTV? Lo de fogonero y pinche de cocina lo hago porque me sale, pero no abuses.

Aun había que esperar a que se hicieran las brasas. No se puede montar la termidor así a llama viva porque se le quema el queso y de eso sí que sé yo, dijo conocedora (y empezando a bizquear también porque parece que el que ginebra no enhebra pero por bizco aunque lo que tome sea ron) Silvia Hortensia Calatrava y Fuentes Mayor con su carita de Sonia Braga recibiendo, no por gusto, el beso de la mujer araña constantemente.

Yo, qué carrizo, ya sabía que Gonzalo sin apellidos por sureño, su novio, muy catirito cara de tomate y acelerado y arrechón no pasaba de la puerta del closet, porque según lo que soltaba ahí junto al fogón de la verdad Silvia Sonia era que con todo y su carita Gonzalo no le quitaba las bragas (claro que si se apellidara Zabaleta le hubiera quitado lo mismo pero con otro nombre) sino para darle por detrás. Que no, que lo otro no, que lo de allá delante no me gusta. Me gusta ese de atrás y punto… Y esto lo decía con cara de no recibir muy bien ese beso de la mujer sin braga, pero la verdad es que tampoco parecía queja. No sé. Yo estaba en lo de la candela que era otra.

Entonces sí que ya no entendía nada. Estas eminencias sí que son raras. Y yo que me siento tan mal por no ser tan buen muchacho que vivo pensando todo lo que no se me ha perdido. Lógicamente que entre Vadiño y el farmaceuta, pues ni muerto tengo dudas.

Y así, una vez que Druby cayó vencido por el peso de la cava de cervezas que llevaba dentro por los lados de su ecuador ya, probando que el que cerveza tampoco enhebra, volteó el pote en el que traían preparado lo que civilizadamente le iban a poner a la ensalada que acompañaría a la salvaje termidor. Volcó el pote y cayó redondo bajo el diferencial de su Samuray Negra cuando Gustavo tomate soltó un atiplado reclamo: ¡Drubyyy, botaste el aderezo! El negro Blanco soltó un totalmente negroide: ¡aayy, papá! Teuta Meyer Killigrew puso cara de circunstancia montenegrina porque la suya era de vegetariana de Los Vosgos…, y Aura Delia se puso a contarme que se había estado viendo a escondidas con Juan Pedro De Iturriza y medio metro no solo de apellidos y estatura, según ella, a quien en una noche de emperrado ordeño le había sacado a él ocho, óyeme bien, ocho orgasmos…, yo le dije tratando de evadir su confesión: ¡chica, si enhebras o no enhebras no lo sé, pero de que exageras, exageras! No, por este sol que nos alumbra y que relumbra como una fogata: ocho orgasmos le saqué…, me replicó mirándome como si le hubiera hablado en chino: me fajé y me fajé porque yo quería ver hasta dónde llegábamos…, ¿y cómo hiciste? Porque eso no es botón de la luz que le das y el bombillo prende…, no, me montó primero al derecho, luego al revés, luego me monté yo al derecho, luego al revés, se lo mamé dos veces, y le hice dos pajas: una rusa porque tengo con qué y la otra normal, porque la vaina cansa, y paré porque él ya parecía que se iba a morir de tanto llorar…, Y me imagino que después…, sí, bueno, eso fue en un motel bien lindo en La Victoria…, pero después…, sí, pero después tuve que manejar yo de vuelta a Caracas y fue un desastre: tú sabes que yo no veo nada… ¡Román, Román! ¡el que ginebra no enhebra!... Pegó un grito como Rodrigo De Triana y cayó dormida (como si le hubieran cortado los hilos) al lado del fogón sin haberse hecho la brasa todavía.

Silvia Hortensia Calatrava y Fuentes Mayor me puso cara de Jorge que no ha amado y yo entendí que antes de que Gonzalo tomate sin apellidos por sureño le quite las bragas a la mujer que araña (porque tiene con qué) que no enhebró por culpa del ron, yo tenía que cumplir con mi encomienda y empréstito honrando mis compromisos y poniendo a salvo a la niña Aura Delia Perdomo Poe ex de Druby y futura de De Iturriza de sus varios medios metros y ocho orgasmos, la llevé a la Samuray que tenía asientos reclinables, la tranqué con las ventanas abiertas lo justo como para que no se asfixiara, y me traje las llaves conmigo… El ke jjinebrra no enhhebrra…, decía moldávicamente Teuta Meyer Killigrew mientras daba vueltas sobre su eje con los brazos abiertos mirando el cielo con su inseparable bikini anaranjado que le hacía bolsitas bajo las nalguitas herzegovinas esas.

Cuando regresé me encontré una gallera encendida y era que Mame y Clara se estaban peleando porque Mame se había traído a Adalid Martini ese fin de semana (nunca lo llamaba solo por su nombre, siempre daba nombre y apellido de una sola vez) para experimentar el sexo fuera de su ambiente habitual, y así salir de dudas sobre si era que lo que estaban era aburridos, o era que la frigidez los llevaba por el camino del desespero. Ella se lo había traído con todo y carpa de muselina y organdí para ver si en tan exótico escenario y tan sugestivo nombre él se inspiraba…, y ella, ella, ¡ella! ¡Su mejor amiga! le había vuelto a fallar…

Obviamente yo no entendía nada porque llevaba mis tragos de guarapita ya, y cuando fui a preguntar me atajó Juana Augusta Montefuerte Del castillo Nuevo abriendo el puente levadizo para susurrarme a gritos alcohólicos que Mame había capturado a Adalid agarrado de las ampulosas nalgas caderas de Clara Amanda mientras ella se agarraba a la pantallera entrepierna del negro Blanco haciendo una conga trencito con chucu-chucu incluido a ritmos de Fernandino Villalona... Todo esto me lo contaba ella con las cejas levantadísimas, como solía estar su puente, y tres surcos en la frente como las topias del fogón que fue su idea con o sin saliva y terraplén.

Gonzalo se puso como un tomate apurado y azoradísimo, sacó a Silvia de las inmediaciones culinarias claramente mirándole la entrepierna al negro blanco con toda la intención de pagar la calentura con las, en este caso dos, topias posteriores de Silvia Hortensia Calatrava y Fuentes Mayor. Se perdieron en la noche, más allá de la negrura de la Samuray negra de Druby mientras Silvia decía: cuidado que tienes arena, cuidado que tienes arena...

Ahora Clara, en el borde de la penumbra rojiza de lo que quedaba del fuego y mientras yo le echaba paleta a la salvaje termidor para que no se pegara en el fondo de la olla (no fuera cosa de que al regresar Silvia de la incursión en las alternativas culinarias de sus dos topias con el tomate atiplado me fuera, encima, a armar un peo) le metía las manos debajo de los pantalones cortos de banlón al negro Blanco -quien como Frank Harris sabía que si ese camino también conduce a Roma todo está bien- del cual a esta distancia solo se le veían los dientes porque tendría los ojos cerrado, digo, y a Adalid Martini que comenzaba a bizquear y ahogaba un bostezo rascándose la nariz con el dorso de la mano pero sin soltarse ni un segundo de las ancas de Clara por más chucu-chucu que hiciera el trencito de ellos.

Supongo que fue ese el detonante para que Mame soltara suavemente esta perla: Clara Amanda Orticoechea Machado y Santamaría es virgen… Claro que es virgen, aunque tome pastillas anticonceptivas… Las toma porque según ella nunca se sabe…, claro, se guarda virgen para cuando se case…, mientras… ¿no le ves la boquita que tiene?... ¡Adalid Martini, ven acá de inmediato! te vienes conmigo a la carpa a ver si entre muselina y organdí se te ocurre algo bueno… Adalid se desprendió y vino con paso más bien cansino, pero vino. Y se fueron a su carpa que parecía un globo aerostático mal inflado porque había quedado pésimamente mal amarrado.

Yo pensé ya fastidiado de hacerme el bueno: que vaya Mame y mame a ver…, y saqué la olla de las brasas, acerqué el recipiente de la ensalada sin el aderezo que Druby había botado, puse todo sobre una toalla en la trompa de la ranchera Mercedes Benz Diesel que me habían prestado junto con las eminencias, e invité a una muy achispada Juana Augusta Montefuerte del castillo Nuevo a que despejando su ceño se bajara del arcén y se sentara a comer conmigo la termidor salvaje del cumpleaños de Mame, que a estas alturas ya debía estar siendo mamada o viceversa.

El ke jjinebrrra, no enhebrrra, decía inefablemente caucásica acuclillada sobre el techo de la camioneta Teuta Meyer Killigrew, tranquila, entre bocado y bocado de ensalada sin aderezo.

jueves, 9 de octubre de 2008

El Bastón De Gun-Marie

Bastón laminado.

Maderas varias: Pino Caribe, Amargoso, Pardillo negro, y Teca.
Resina epoxi.
Contera de acero inoxidable 316, y caucho de camión.

Longitud total: 86cm

La procedencia de las maderas es de cultivo, o de desecho de carpinterías.
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