sábado, 26 de diciembre de 2009

De la Fe y otros inteligibles inasibles.




“-Cuando bromea, sobre todo. Por ejemplo, él dice que Heidegger
Es uno de los tipos más aburridos que ha conocido en su vida,
Y que en cambio el hermano, que es empleado bancario
Y juega fútbol, es un tipo realmente cojonudo”...

Alfredo Bryce Echenique.



Admiro mucho, aunque resulte arduo de creer, a las personas que tienen fe. Fe de verdad. No ese sucedáneo de la fe que más se parece al miedo.

Me declaro absolutamente refractario al concepto de fe. No la entiendo. Ni cómo se hace ni cómo se logra.

Medio puedo atisbar lo que entiendo se puede hacer cuando se tiene fe, y que de ser sinceramente así seguramente se puede vivir con gran tranquilidad en medio de la más tenebrosa situación.

Yo no supe cómo aprender la fe en el momento en el que he debido aprenderla y así, en los sucesivos casos de zozobra que he vivido no he podido recurrir a la fe para defenderme o por lo menos refugiarme. Aunque debo admitir que cuando la cosa se me pone realmente atravesada, cuesta arriba, de cuadritos no digamos milimétricos sino logarítmicos, cuando ya solo falta el camión que me pise porque lo que es el perro ya me meó los pies, ahí me entrego a la más tranquila de las desesperanzas sabiendo plenamente que nunca me he muerto que yo recuerde.

Sin embargo cuando pasó lo de la quiebra de mi constructora en la que un alto personero del gobierno me hizo (con toda la razón del mundo o no) la vida de los cuadritos ya antes mencionados, teniendo los teléfonos pinchados, una patrulla en la puerta, mil y un sobresalto, y mi hija chiquita, me dio por ir a la iglesia a ver si lograba que el miedo amainara porque dios, entonces, me estaría cuidando.

La verdad es que por unos tres o cuatro meses en los que cada domingo crucé la ciudad para asistir a la misa en la iglesia en la que fui bautizado, allá en La Puerta de Caracas, porque cuando la razón es floja es necesario reforzarla, supongo, logré creer que me estaba tranquilizando. Pero la verdad es que lo que me tranquilizaba era la tremenda gran abogada que me sacó ileso de aquella situación. Dios le de salud.

Y sí que lo intenté. Bauticé a mi hija en contra de lo que pensaba su mamá al respecto. Me esforcé en creer. Traté con la fe, pero ésta se tiene o no. Vive dios que lo intenté.

Yo estudié en un enorme y comodísimo colegio de jesuitas desde el preescolar, hasta la mitad de cuarto grado. En este colegio íbamos a misa a cada rato, los jueves me parece, y era todo un acontecimiento porque cantábamos y salíamos del salón de clases ocasión perfecta para socializar por los pasillos…, supongo que por tal descreimiento fue que dios me castigó teniendo que ir a dar con mis huesos a un colegio de padres terciarios capuchinos que era de lo más hipócritamente rudo que concebir se pueda.

Aquí la cosa era diferente porque el colegio era pequeño y tenía más niños de los que hubiera debido tener y las condiciones eran casi de hacinamiento. Los niños eran más agresivos, los curas tremendamente represores, y para ir a misa la movilización era tipo día “D” con Patton (pero con todo el “atrezzo” de Vorbis el de Small Gods) al frente porque la iglesia quedaba lejos avenida Caurimare abajo.

Ya he escrito mucho sobre mi experiencia en ese colegio del carrizo, y aunque ya no ando deseando que mal rayo lo parta, por lo menos ya no me interesa. Creo que lo superé. Así que no me extralimitaré con los detalles. Pero sí contaré que todos los viernes a última hora teníamos que cantar una canción. Estaba sonando Luis Avilés con aquella de “es una lata el trabajar, todos los días te tenés que levantar, aparte de eso, gracias a dios, la vida pasa felizmente si hay amor”, y un amigo (recuerdo su carita de ratoncito pero no su nombre) la cantó para la clase (algún día contaré sobre las canciones que yo cantaba… “al compadre Juan Miguel, no le pagan el jornal, y aunque no haiga qué comer, lo mesmo hay que trabajar, pobre compadre Miguel, la vida que le ha tocao”…)…, bueno, qué les puedo decir, ahí se fajó el padre Severiano con un soliloquio sobre la fe que ni él mismo se creyó… Estoy seguro que eso que él contó ahí contribuyó grandemente con mi incomprensión sobre el tema.

Creo que ese discurso mató a dios otra vez, mucho después de que lo hicieran Camus y Sartre…, todo eso de que dejó que mataran a su hijo para salvar a la humanidad, y que encima yo debiera enternecerme por ello, me pareció más truculento que un libro de Dostoievsky. Pero qué voy a saber yo si mentes enormes y preclaras como la de Voltaire tampoco pudieron nada contra este fenómeno.

Creo que tratar de conocer la fe es un error básico. La fe no se conoce, se siente, se tiene. Si es así puedes hacerla crecer, decrecer, la puedes perder, o lo que tú quieras. Pero si no la tienes no podrás adquirirla, y menos por la vía del conocimiento. Porque el conocimiento de la fe tiene forzosamente que pasar por un profundo desconocimiento, a fe mía.

Sí, claro, el camino del conocimiento resulta tan limitado que no puede ni podrá alcanzar conceptos tan elevados como es el de la fe…, sobre todo en un universo en expansión (como el consumismo) en el que por más allá que se vaya siempre habrá más allá… Con más razón, yo detesto las alturas, el vértigo es una sensación que no me gusta lo mismo que los helados con oro que sirven en Serendipity a mil dólares la porción.

Supongo que es como lo que sucede con el picante y la gente que no lo tolera. Debe ser la misma clase de miedo. Coño, hay que tener mucho cuidado con esto. Yo mismo sostengo que el que le tiene miedo al picante tiene problemas con el disfrute del sexo… Sí, qué carrizo, es una de esas teorías mías de dos minutos, pero igual tengo que revisar eso…, sobre todo si lo empaqueto junto con lo de la fe.

Aquí tenemos un gran ejemplo, salvando las distancias y que nadie se ofenda por favor. Es más, si se va a ofender usted no lea este párrafo, salte directamente al siguiente porque pongo a mi gato como ejemplo: Él es generoso y no es peleón, vale decir que no es nada territorial (y claro, no tiene bolas) y por eso permite muy altruista que la antipática y arisca gata de la casa de abajo venga a comer de su plato, pero cuando él baja a comer del plato de ella ahí se forma la de san quintín y el pobre gatito simbólico sale como corcho de limonada…, pero él sigue permitiendo que la gata maluca le quite la comida porque tiene una fe inquebrantable en que como él es un gatito bueno y generoso alguien le proveerá y tendrá comida en su plato nuevamente… Sí, la comparación entre la relación gato-yo, y yo-dios puede resultar inexacta amén de antipática, pero ¿quién conoce los parámetros exactos? Yo no, y si dios existe y es tan grande y magnánimo lo será también su sentido del humor y no dudará un ápice que no pretendo ofenderlo y que en todo caso el que no entiende soy yo.

A mí no me gusta discutir. No creo que tenga que convencer a nadie de nada ni nadie tiene por qué carrizo convencerme a mí. Veo ese lío de la discutidera más como un afianzamiento de los conceptos propios. Si no tengo dudas para qué discutir… Pero antes de que esto que dije pase por la mayor falta de humildad posible diré en mi descargo que cuando quiero conocer algo investigo y pregunto, y luego comparo con mis ideas a ver cómo compaginan. Luego elimino lo que claramente no me sirve y frente a las dudas archivo lo que no entendí muy bien porque el devenir me ha probado con largueza que lo único que permanece es Heráclito.

Ojo, que pongo la más dedicada de las atenciones cuando pregunto y hasta cuando no lo hago porque lo mismo me dicen algo. Sobre todo si es por las buenas. Así, a lo macho, porque hay que tener fe porque si no viene dios y te castiga…, no, no, no, así no…

Cierto, no creo en dios, y francamente espero que no se arreche conmigo por eso. No creo en él porque no veo la razón para hacerlo. Y no veo la razón para hacerlo porque no tengo fe. Y no tengo fe porque no la entiendo. Así que mi falta de fe es la culpable de mi blasfemia. En el siglo dieciséis me hubieran echado a la pira indudablemente.

Claro que admito mi lentitud y minusvalía en ese y muchos otros conceptos. Sé que también por eso no aprendí a bailar. Por eso no puedo tocar un instrumento musical si no tengo el papel delante con la partitura o el cifrado, y lo mismo me pasa con una vaina tan simple como cantar… Ni hablar de improvisar en re menor.

Entiendo que mi abuelita tenía fe de un modo inequívoco pero su explicación del fenómeno pasaba por frases como esta: ¡muchacho, no diga eso, mire que dios es un diablo pa’ castigar!... Y ese pórtate bien porque si no te jodo me parece una cosa más del estilo del padre Severiano baturro dónde los haya, que de un ser tan gigante en todo los sentidos como debería ser dios.

Sí, caray, sé que dios no debe estar en las explicaciones cortas de los cortos hombre (y mujeres, claro) pero de lo que yo hablo es de mi trunco proceso hacia la consecución de la fe, y de lo mal llevado que estuvo el asunto y esto no creo que sea su culpa, aunque tampoco sirva de nada establecer las culpas en este caso. Sobre todo después de gallo muerto.

El caso es que no comprendo la fe. A mí me suena a último recurso. Algo así como lo que hay que hacer una vez que la tormenta te ha vencido. Se partió el mástil. Se rompieron las velas y el timón. La sentina está llena de agua y el motor no prende. No hay con qué hacer un remo. El mar está muy agitado como para intentar nadar o usar el auxiliar. No tienes radio ni bengalas… No queda otra que encender una pipa (y echar mano a las reservas espirituosas) y sentarse a esperar que te rescate alguien o que pases al otro mundo rápido y sin dolor…

Pero yo no soy así, y para ilustrarlo voy a contar algo que me pasó en una época llena de descreimiento más que intenso: estuve trabajando un buen tiempo en Altagracia de Orituco en una vaina que no viene al caso. El ídem era que hacia el final del trabajo que se llevó más del doble de lo estimado ya estaba un poco harto de ese ir y venir cargado como el hombre del bacalao. Para ir de Caracas a Altagracia de Orituco lo hacía por la vía del parque Guatopo que es muy bonita pero más peligrosa que un tetero piche. Hay muchas curvas y barrancos, la vía es estrecha, rota y resbaladiza, siempre está húmeda y van camiones medianos por ella… A fuerza de recorrerla empieza uno a confiarse y también a impacientarse porque se termina convirtiendo no en el lindo paisaje que es sino en un pedazo de obstáculo sumamente fastidioso. Termina uno acelerando más de lo que se debe arriesgando cada vez más el cuello en cada curva resbalosa, y fue así que bajando de la alcabala del sitio que llaman los Alpes hacia Santa Teresa del Tuy, lloviendo, agarré una curva con desnivel y falla de borde mucho más rápido de lo que es sano hacerlo. Por supuesto que la camioneta con cauchos fleteros se echó la gran coleada directo hacia el barranco y en el fondo me esperaba el revuelto y cochino río Tuy… Por un milisegundo o así creí que estaba frito, que acabaría mis días en esa letrina corriente, pero en el siguiente milisegundo decidí que no, que yo no me iba a echar ese clavado. Así que reaccioné frente al volante cómo debía y la camioneta deslizó suavemente terminando de colearse ciento ochenta grados y quedar apuntando hacia arriba, en dirección contraria… Apreté el acelerador, volví a subir hasta el alcabala, di la vuelta (así de estrecha es la vía) y volví a bajar con la suavidad necesaria… No me entregué… No tenía a qué entregarme…

He llegado a pensar en mi descreimiento que si dios existe tiene un humorcito de mil demonios, que es un niñito malcriado, que lo que creó fue su juego de soldaditos y granjitas donde rompe y rasga a mansalva…, creo que en eso tienen razón los budistas del así llamado “Camino del Diamante” al desearle a dios que se ilumine… Pero también he pensado en que si lo creó todo también me creó a mí descreído y todo como soy… Qué cómico, yo, que soy tan ateo a veces necesito pensar en que tengo derecho a ser ateo porque después de todo dios mismo fue el que me creó así… Ja…

Qué es la fe para mí. Qué es la fe para ti… No me interesa… Sí me interesa saber y comprender qué es la fe en general. El concepto, el extracto, la propia masa, lo que es la fe. El quid. El intríngulis. El meollo.

Por cierto que aquí hay una clínica que se llama “La Fe”… pésimo nombre para una clínica me parece. Me recuerda al “Hermano Cocó”: si tú ten fe, ten lu…, pero hay que pagá…

No estoy diciendo que la fe sea una ilusión ¿o sí tal vez? O una mentira. Creo que la fe es una cosa muy complicada y que para tenerla hay que ser un genio o un completo idiota. El ser más valiente entre los valientes o el más inerme cobarde. Tal vez todo al mismo tiempo. He dicho.

Pongo a dios como testigo.

martes, 8 de diciembre de 2009

Rock ‘n roll




“Who drove my red sport car?”...
Van Morrison.


La primera vez que relacioné la música que yo escuchaba, cuando no sabía qué estaba escuchando, con eso que mal llamaban con desagrado y reprobación (por lo que supe qué es un vilipendio) música del diablo, fue precisamente en mi casa paterna porque mi tío Manolo era rocanrolero y escuchaba a los Rolling Stones día y noche y claro, mi hermanito de tres años bailaba y tarareaba Simpatía por el Diablo mientras mi Mamá lo secaba y lo vestía después de sacarse la sal terminando un buen día de playa.

Mi tío Manolo había venido con unos amigos que tenían un Land Rover que debe haber sido del mismísimo Dr. Livingstone (…I presume…) o tal vez de Sir Walter Raleight (he was got a stupid get, no, no, nooo) al cual no le funcionaba algo en el diferencial trasero porque se le había roto la cuña del no sé qué y lo cargaban con la tracción delantera, razón que los obligaba a tomar las pendientes agudas, en retroceso.

Y yo pensaba que no hace falta tanta mierda para ser feliz en la vida. Ojo, que yo tenía unos seis años en ese entonces y estaba aderezado con cultura británica e hindú vía Maharishi - Ravi Shankar, Woodstock, Ford Anglia, Volskwagen, Sumbeam Alpine, Renault, DKW Autounión, y Mercedes Benz por partida doble, y así es muy fácil pensar en que eso es lo más natural.

Yo pensaba en eso porque nuestra ropa era de algodón barato y muy colorido, nuestras fiestas eran animadas y divertidas y habían músicos y cantantes, y tías bailando sobre la mesa con una botella de vino (barato) bajo el brazo izquierdo porque en la mano derecha tenían el vaso.

Nuestros carros eran chiquitos, nuestras bicicletas eran anticuadas, nuestra familia multicultural y multiétnica, nuestra mesa de una sola tabla de Ceiba roja en la que cabían quince comensales y siempre había en ella buena comida porque cuando regresaban de la playa traían pescado, mariscos, y una vez incluso dos langostas, mi Papá y mis tíos después de sus incursiones bajo las aguas del litoral, con sus arpones hechos en casa versionando lanzas hawaianas al modo escuela técnica.

Fue en ese entonces (In The Evening) mientras sonaba a buen volumen (con una profundidad de sonido que solo da una buena caja de madera) en aquel entrañable tocadiscos General Electric de tubos You can´t always get what you want que escuché una inspiración profunda seguida de una exhalación y estas palabras: acabo de hacer un pacto kármico, pagaré en esta vida todo el karma que acumule para llegar limpiecito a mi próxima vida…

Pasados unos segundos largos e irreales, totalmente desdibujados por la modorra post cena tras un largo día de playa otra voz, esta vez aterciopeladamente femenina y emitida por la versión venezolana de Marianne Faithfull que pregunta: ¿ese pacto incluye al dharma? Y si no lo incluyes ¿cómo harás?

Hubo silencio ocupando los espacios en movimiento y constante cambio como el de la emulsión en proceso que dejaba libre la melodiosa guitarra de Dios (Eric Clapton) en Little Red Rooster y de pronto una respuesta: es mi pacto y es mi karma. Mi dharma puede acumularse o no. Se feliz.

Y yo fui feliz. Comprendí internamente, en mis huesos, en la médula de éstos, incluso en los intersticios globulares de la espuma sub atómica más chiquita que mis células, que era feliz.

Comprendí que la felicidad es espiritual, es interna, es particular, es local, es puntual, que no es un estado, que no implica permanencia, que no tiene requisitos. Lo comprendes y lo eres. No lo comprendes no lo eres. Pero tal vez lo comprenderás y lo serás, nada más por eso puedes ya ser feliz.

Hay que mantener en cuenta el hecho de que tenía seis años en ese entonces. Mi Madre era una curvilínea morena con pinta de hindú y tendencia a sonreír enigmáticamente. Mi Padre era un tipo brillante, aventurero, buen mozo, con tendencia a sonreír cinematográficamente. Mi hermano era un catirito que a los tres años ya sabía leer y razonaba que me dejaba boquiabierto una vez sí y la otra también, con tendencia a sonreír cándidamente… Y yo era un proto gordito con el hígado recrecido que escuchaba The Inner Light sintiéndome enteramente feliz, aunque me riera ruidosamente.

Pasó el tiempo, y de su mano transité los caminos del jazz, de la salsa brava, del bolero, de la ranchera, del mambo y de la guaracha, del bossanova, del joropo, del merengue caraqueño, del barroco, del romanticismo, de la guasa, de la parranda, la malojera, la fulía y el sangueo, de la Nueva Trova, del golpe tuyero, y finalmente del blues…

Hice mi pacto kármico claramente inducido por mi guía espiritual de aquel momento, quien rápido pasó a estatus de Gurú aunque no creo que él lo supiera porque yo no le dije a nadie que había mudado de modelo. Pero recuerdo claramente el momento: escuchábamos Fried Neckbones and Some Fried (como lo dije ya, ahora lo dice Santana…, gracias Feliciano) y hablábamos de la vida cuando sin previo aviso él me soltó una disertación sobre los enemigos de la vida. Me dijo que en la vida hay cuatro enemigos que son, el miedo, la claridad, el poder, y la muerte.

Me explicó que el miedo viene de la ignorancia porque uno solo teme aquello que desconoce. Yo le pregunté que cómo, si yo conocía perfectamente los efectos de un tiro igualmente temiera a que me dieran uno… Sonrió como mi padre y me dijo que eso era miedo a la muerte, al dolor, al sufrimiento, a quedar vivo pero tullido…, que eso es natural, que sigue siendo miedo a lo desconocido, porque ignoramos hasta qué punto puede doler algo y qué carrizo hay allá, en la muerte… Me convenció…

Me dijo igualmente que la contra natural del miedo es el conocimiento. Que te dediques a aprender, a observar, a pensar, a buscar, por supuesto a encontrar, a equivocarte…, es muy importante equivocarse en la vida, Luís Guillermo, es muy importante…, debes, ¡tienes! que encontrar conocimiento ¿y dónde está el conocimiento, tío, en las universidades? Sí, allí hay, pero en la vida, en el transcurrir de la vida, en el presente continuo, en este momento que al percibirlo ya pasó…, en todo lo que te rodea por dentro y por fuera hay conocimiento. Hasta en la cosa más trivial, la más insignificante hay algo que aprender… Tienes que incorporar todos los puntos de vista juntos. Los opuestos, los complementarios, los similares, los paralelos y los perpendiculares, los que casi son iguales y los que están del todo reñidos. Solo así vencerás al miedo…

… Pero ¡cuidado! El miedo deja paso a la claridad pues al incorporar tanto conocimiento empiezas a ver ¡sí, la costura de las cosas! Las intenciones ocultas, la explicación de las guerras, la naturaleza humana, las miserias, las porquerías sobre las cuales están paradas las verdades de las sociedades… Pero tío, también se verá, digo yo, la belleza de las cosas, la limpieza de las almas, las sanas intenciones, el amor, la paz… Sí, Luís Guillermo, claro que sí, pero prepárate, porque la entrada al purgatorio de la claridad está bloqueado con mucha desesperanza pero no te asustes, no te creas que porque las esperanzas sean bobas las desesperanzas van a ser sagaces. No. Son parte de un mismo concepto basadas en una misma premisa y por lo tanto son bobas las dos aunque de modos muy diferentes. Digamos que lo que está aguado de una manera también puede estarlo de otra, aunque en este momento no se me ocurra ningún ejemplo para ilustrarte la vaina. Cosa. Digo.

¿Una solución con dos solutos no es un buen ejemplo? Sí, claro que sí: limonada con poco azúcar, o limonada con poco limón. Sí, esperanza y desesperanza… Bien dicho…

¿Y qué pasa con la claridad? ¿qué pasa cuando atraviesas esa puerta del baño estando purgado… ¡jajajajajá! Entrada del purgatorio te dije… Tú sí inventas… Pero ponme más atención que no te estoy contando gafedades. No estás hablando con tu perro ni con tu carro, ni con tu terapeuta ¿vas a poner atención? Sí, sí, sí, sigue contándome…

Bueno, déjame terminar de cerrar el tema del miedo… Te decía que uno debe ir adquiriendo conocimientos y tiene que rebasar todo aquello que nos enseña la universidad, la tradición, la familia y la propiedad… Okey, fue un chiste tonto, pero sigamos… Tienes que sobrepasarlo porque el miedo en cuanto se siente desplazado empieza a punzar en dónde más te duela y lo hace para que abandones la búsqueda. Tienes que apurarte porque si no lo haces te acostumbrarás a vivir con todo ese dolor y ese miedo y ahí deberás abandonar toda esperanza. Porque entráis…

Venciendo esa transición estarás flotando en un limbo psicodélico (a esta altura Santana nos regala Black Magic Woman) lleno de dudas sobre lo que ves porque no es fácil aceptar la claridad y es deber el dudar. Empiezan las preguntas existenciales. Matas a Dios, a la Texaco, a la CVP y a Miss Universo también. El premio Nobel te huele a cacho quemado, el TSJ es pura camunina, y tu colegio de padres terciarios capuchinos enseña la más abyecta de todas las injusticias… Pero no debes detenerte, El Corazón Manda (también de Santana)… Si lo haces te atrapará el nihilismo y el LSD, y ahí sí que estás frito ¡avanza! Aprieta el paso, busca, atraviesa ese portal. Sí, en esta ocasión es bueno pensar que es la puerta del baño y que tú vienes purgado…

Tras esa puerta está la claridad que al principio se vestirá con el manto infantil del cinismo y serás la Zorra de Esopo… ¡Oye! Ese es un buen título para un tema de Jethro Tull, yo lo incluiría en el disco de Songs From The Wood…, sí, muy buena ocurrencia, pero no me jodas. Interrumpas. Digo, prosigamos… El cinismo te servirá como el Iodex que te echa tu Mamá después de que regresas de darte golpes todo el día con esa moto tuya. Te aliviará y ayudará a disolver los moretones para que mañana puedas darle sin miedo y terminar de trepar ese pilón de tierra que te vive tumbando y no se deja trepar… Ajá, entonces creo que la próxima vez que lo intente y no me salga aplicaré cinismo… Bien. Vas entendiendo.

Pasado este portal, y dejado bien atrás, empezarás a notar que nada tiene secretos para ti. Ni cosas ni animales ni personas. Nada puede esconderse de tu linterna de la verdad aunque se esconda en un barril. Y ojo, no es que seas el dueño de la verdad…, lo que vas a ser es el dueño de una verdad: de la tuya… Pero eso es suficiente. Es todo lo que necesitas para pasar al siguiente escalón, pero la claridad es un enemigo acérrimo. Es un enemigo muy difícil de evadir y dejar atrás porque el coño ‘e madre. El tipo. Digo. Está claro y te ve venir de lejísimo. Es cómo llevar una cámara espía con micrófonos ocultos dentro de la cabeza…, para dónde mires y en lo que pienses ya está grabado y analizado de antemano. Si logras convertir ese enemigo en herramienta lo habrás vencido, lo habrás superado, pero será una victoria pírrica ¿sabes lo que es una victoria pírrica?... Sí, claro, la que obtuvo el general romano llamado Pirro ¿no?... Sí, precisamente…

Te digo que es una victoria pírrica y en realidad no lo es, solo que yo temo al poder y por eso creo que obtenerlo es una pésima victoria… ¿Por qué le temes al poder?... Porque no he sabido de nadie con poder que haya hecho algo bueno alguna vez, y me refiero a algo bueno para los demás… Bueno, pero tú me estás hablando de los enemigos de cada uno, no me estás hablando de una especie de comunista… ¡jajajajaá! Eso está bueno, pero deja de interrumpirme, que esto es importante… Perdón, pues…

Claro que tienes razón con lo que acabas de decir, yo le temo al poder porque le suele hacer daño a los que lo rodean, o más bien a los que están bajo su influjo. Pero eso es problema mío y de los que están bajo mi influjo y creo que es parte de la misma búsqueda, del mismo ir venciendo a los enemigos…

Donovan canta ooooh, nooo, must be the seasonnn, of the bittttch…, y yo pregunto: ¿por qué al poder solo lo vence la muerte?... Nooo, quién te dijo eso. Que esté siguiente en la lista de enemigos no lo hace parte del juego como herramienta. No te he dicho que para vencer al poder hay que matarlo. Claro que con la muerte llega el final de la vida y esto lo hace un enemigo, digamos, invencible… De ahí tal vez salga la manía del poder de dejar obras para la posteridad, para perdurar, para la inmortalidad…, pero lo cierto es que los poderosos son los que mueren, el poder perdura mucho más… Los reinos, las dinastías, la iglesia, las compañías multinacionales…, aunque los reyes, emperadores, los prelados, y los presidentes se mueran en unas pocas décadas… Pero también los imperios acaban, se terminan, mueren… Ya ves, la muerte es invencible en escala individual, en la escala que podemos percibir o por lo menos abstraer…

Pero volviendo al tema del poder como enemigo a vencer: creo que al poder no lo puedes vencer. Creo que con el poder solo vale, como con el miedo, el conocimiento. Y me refiero a un conocimiento aun mayor, más profundo, vasto, un conocimiento que vaya más allá de la simple acumulación de datos. Me refiero al conocimiento que incluye esa cosa tan poco comprendida que llaman espiritualidad…, no, coño. Carrizo. Digo. Ni San Agapito, ni Papá Dios, ni Buda, ni Alá, ni Zoroastro, ni Marx, ni Engels, ni Jesús el Cristo…, y todo a la vez…

Creo que al poder no lo vence nadie. Solo cederá bajo un conocimiento superior. El conocimiento que trascenderá, que transmutará, que pasará a estado de consciencia. El conocimiento total (en escala humana) de la causa y del efecto y de la escogencia adecuada que tenderá a la permanencia retardando la muerte…

Soul Sacrifice ¿eh?... ¿Ah? Sí, eso es lo que está sonando en el tocadiscos, pero es todo lo contrario a lo que te estoy proponiendo con lo que te digo. A lo que me refiero es al, digamos, “Power Sacrifice” a través del Soul, no del Blues…, pasa por ahí, transítalo, vívelo, pero supéralo…

Para pasar a través del poder y salirle más o menos bien parado, ni decir ileso, por el otro lado es necesario que sepas mucho, que sepas todo lo posible hasta los límites rayanos en lo imposibles allá, en la frontera de la capacidad humana a la cual te acercas pero nunca llegarás… pero tienes que saber antes de entrar que harás ese tránsito en soledad. Es un camino individual, es un camino en cuyo paisaje no hay nadie…, es un páramo marciano, es la cumbre sobre la cual solo cabe una persona, es la profundidad abisal en la que la vida no puede ser humana… El poder es soledad. El poder te aleja de los seres queridos. El poder te roba y se convierte en una finalidad en sí mismo en la que no hay cabida para nadie más… Esto debes conocerlo… Tienes que tener pleno conocimiento de esto.

Porque es sobre el conocimiento que se para todo. Te lo dice quién está perfectamente claro. Te lo dice uno que aun tiene miedo. Veo la gran pared del poder frente a mí pero no quiero escalarla… Ve tú. Sube. Equivócate, aprende…

Doblégalo. Que caiga al servicio de tu pensamiento… Yo paso…

… The End… Toca The Doors…

martes, 17 de noviembre de 2009

Ciudad Gótica


“Santo hombre araña, Batman”...
Robin.

Casi me acostumbro a ser robado. Es decir que ya la cosa es normal, corriente y cotidiana.

Supongo que no es que la isla Margarita sea especial antro de cacos y malvivientes, solo es coincidencia que desde que llegué aquí en abril de 2001 me hayan robado más veces que en todo el resto de mi vida.

Cierto, en Caracas me asaltaron a mano armada unas tres o cuatro veces con saldo más bien gracioso si me pongo a ver, como la vez que me atracaron dos tipos con dos pistolas cada uno (el que me increpó tenía una Glock 9mm y una PPK 380) y que se llevaron una navaja suiza que estaba como un cristo y ciento veinticinco bolívares que en aquel entonces daba como para medio tanque de gasolina o algo así.

Una vez me atracaron recién mudado al Paraíso. Regresábamos del cine de la casa sindical mi hermano y yo como a las siete y media de la noche, y justo frente al colegio de abogados nos entromparon dos novatos a los que convencimos de que robarse nuestros carnets de estudiantes podía ser buen negocio para ellos porque tenían medio pasaje de autobús y descuento en el cine.

El par de gamberretes se fue corriendo porque salió el vigilante del colegio de abogados y dándole voces y gritos, huyeron los malditos. Mi hermano y yo, pasado el susto, apretamos a correr desde ahí hasta nuestra casa sin parar. Pasó tiempo antes de que volviéramos a andar por ahí de noche.

Era la avenida Páez del Paraíso, un lunes en la noche del primer semestre del año setenta y siete.

En Barquisimeto nos rompieron el vidrio del volkswagen para robarse las patinetas que estaban detrás del asiento trasero más o menos por la misma época.

En Maracaibo tuve un impasse cómico con un wayuu…

… Pero ese cuento sí tengo que echarlo completo… Resulta que cuando me mudé para Maracaibo, en el liceo me querían caer a coñazos para que dejara de hablar caraqueño y hablara maracucho como todo el mundo. Yo me asusté un poco porque estaba acostumbrado al malandraje caraqueño que para la época era de lo más rudo en comparación, como bien pude comprobar después.

La cosa fue que en Barquisimeto me compré una navaja automática en la Casa del Cazador que quedaba por la avenida 20 y me la llevé para Maracaibo. Le puse una cabuyita que dejaba colgando por delante de la correa del pantalón sobresaliendo por debajo de la guayabera celeste del uniforme y practicaba constantemente el sacarla y abrirla de la manera más teatral, al mejor modo de los Jets y los Sharks. Solo cuando estuve muy contento con toda la puesta en escena del asunto fue que me pude ir tranquilo para el liceo.

La cosa fue que un buen día bajando por el pasillo lateral del liceo justo cuando pasaba por el frente de la entrada del baño vi venir el quinteto que me quería coñacear y decidí meterme al baño para zanjar la situación de una vez.

Entré en uno de los cubículos de las pocetas fingiendo que meaba, pero en vez de sacarme aquel, lo que tenía en la mano era la navaja cerrada.

Ellos entraron haciendo ruido y gritando amenazas. Yo los esperé hasta que el más grandote de ellos me vino a tocar el hombro... Ahí me di la vuelta como un rayo, abrí la navaja y le salté encima gritando como un apache…, tal y cómo había ensayado mil veces.

La cosa resultó: Los cinco chamos salieron como alma que lleva el diablo y regaron la voz de que yo era un matón llegado de quién sabe cuál mal barrio caraqueño y enconchado en ese fin de mundo sabrá dios por tales y cuales crímenes...

Terminamos siendo los mejores amigos del mundo. Inclusive tengo contacto esporádico todavía con uno de ellos. Sí, las cosas se aclararon, pero mientras tanto yo seguía llevando la navaja al liceo por si las moscas picaban… Era cómico, porque en los días sucesivos, cuando nos encontrábamos, ellos me miraban la correa a ver si se me veía la cabuyita de la navaja.

El asunto gracioso con el wayuu fue que regresando de casa de mi noviecita tipo diez de la noche, pasando por un recodo oscuro que quedaba junto a la sub estación eléctrica me salió un guajirito que me dijo “compedre, me dais todes eses cobres o te jodes”… Yo, sin pensarlo saqué la navaja y la abrí a lo Brodway… El guajirito soltó un “vergue compedre” y pegó tal carretón que a mí no me quedó otra que pensar en el señor Spock y en el puente del Entrerprise, y soltar la risa, claro. Eso sí, después de que paré mi propia carrera en mi casa.

Bueno, para seguir con este recuento referiré también la vez que me atracaron bajo el puente de Parque Central, pero el choro no sabía manejar y no se llevó la camioneta.

Ah, una vez también me atracaron en el Ávila y el ladrón casi me da dinero de la lástima que le di. Yo andaba deprimido más bien con algo de ganas de echarme por un barranco de esos y como que al choro le dio vaina conmigo.

Pero desde que llegué a esta isla me han robado muchas veces ya.

Claro, que al que no tiene nada le quitan muy poco. Pero por cosas de la relatividad, digamos que la vaina jode sobre todo porque ya está bueno de que me agarren de sopita a cada nada.

Recién llegada Anne-Marie, la isla la recibió con tres aperturas consecutivas de la Terios. El saldo de la pérdida fue: un reproductor de cd, un estuche con música celta, una pistola de agua, y tres cerraduras que valen una boloña.

La otra vez se metieron en la casa mientras dormíamos. Esto fue cuando vivíamos en el rinachimento aquel que se llamaba el encanto, que era más bien un desencanto.

Esa vez se llevaron mi navaja suiza (otra vez) mi piedra de Arkansas, el teléfono y el tostiarepas, las barbis de mi chama, se comieron la carne, se tomaron el vino y se robaron el whisky.

Viviendo en la Asunción, en casa de la corsaria, se metieron un domingo en la tarde y se robaron la cámara sin las pilas y mis cuchillos de cocina.

También me abrieron el carro, y cómo no había nada qué robar lo rompieron todo. Claro que esto no es la gran cosa cuando el carro ya está roto. El que conoce ese carro no se explica cómo es que aun rueda. Y yo digo que no solo rueda sino que carga y corre…, pero hay que tener las bolas cuadradas para pensar que tiene algo qué robarle…

El domingo siguiente el ladrón lo intentó de nuevo con la mala suerte para él de que yo estaba en casa y lo hice correr cerro arriba con una buena ristra de insultos en su autoestima… Hay que ver qué clase se ladroncito chimbo vale...

Mudados al guayabal se nos volvió a meter un ladrón por la ventana mientras dormíamos. Aquí cabe destacar que la ventana está a tres metros del suelo y que la pared no tiene ni entrantes ni salientes ni relieves de ningún tipo. Qué arrecho, spiderman vive en la Asunción.

No hombre, nada de eso, los carajitos (porque son una banda de menorcitos) andan la urbanización en bicicleta y dos de ellos cargan escaleras. Sí, la cargan en el hombro mientras pedalean.

Esta vez me robaron el bolso (un eastpack bien bueno que tenía) de los dos celulares se llevaron el que tenía radio y el otro no. Se llevaron una camarita con la que llevaba el registro de la obra, mis tres navajas (una de ellas era suiza) incluyendo la de velerismo que sí que me costó no arrecharme, y dos yesqueros desechables.

Cómo siempre digo y esta vez repetí, lo bueno es que recuperé el sueño. Es decir, que ya no sufro de insomnio.

Alegría de tísico. El siguiente fin de semana abrieron mi carro y le robaron la batería. Sí tenía algo qué robarle después de todo…

Hoy llegué al terreno y me encontré que se habían robado el fogón de cabillas que teníamos para hacer los sancochos... Se pasaron…

Espero que Batman se entere de que Ciudad Gótica está aquí y se venga a echarle bolas para ver si nos libra del hombre araña, que más bien es el hombre rasguña…

viernes, 16 de octubre de 2009

Espejos.

“Maríbunoco”.

Wilmer Velásquez.


Dice mi bella esposa que uno es muy mal espejo de sí mismo.

Lo dice cada vez que yo digo que soy chueco o desgarbado, que soy medio pendejo, que pienso diez años después de muerto, o cosas por el estilo… Yo se lo digo a ella cada vez que dice…, eeeh…, bueno, a veces encuentro dónde encasquetarle la frase. No muchas veces, pero de que se lo he dicho se lo he dicho...

La vaina es que tiene toda la razón del mundo y parte de Paraguaná y todos los días encuentro más y más pruebas de ello.

Por ejemplo en aquel colegio dónde estudiaban dos de mis chamos juraban que eran la bala que mató a Kennedy, que sus exigencias académicas los colocaba en el top ten de los colegios a nivel mundial y todo un tipo de pendejadas que no tienen ni pies ni cabeza.

La verdad pura y dura es que son un antro repelente de lugares comunes y miedos que dan por flojera. Aparentar altos propósitos para mimetizar ahí como quién no quiere la cosa un miedo horrible a que los hagan pensar, que los pongan a usar el cerebro es uno de los modos más abyectos de la hipocresía. Pero ellos se dicen maravillosos. Qué cagada de espejo.

Y así me voy con observaciones de gente de todo tipo.

Los que hablan de una rectitud de comportamiento, los que hablan de la colaboración e intromisión del octópodo universal que parece ser otro nombre de la espuma cuántica, los que no tenemos nada en la cabeza pero sin embargo pensamos demasiado…

No, esta vez no critico a nadie, me aburrí de eso. Esta vez la agarré con la parte de la física que es la óptica de los espejos.

Ni apolíneo ni báquico en la medida de lo posible…

Tengo recuerdos recientes de un comentario que leí sobre una persona que conocí alguna vez que y que decía de sí mismo ser una persona densa y cerebral… En realidad es una persona todo lo sencilla que se puede ser teniendo un enorme gusto por el drama en el mejor estilo mediterráneo. Y no, no es crítica, ni siquiera un juicio. Solo es un ejemplo para ilustrar la diferencia entre lo que uno cree que uno es y lo que los demás ven de uno mismo. Una divertida diferencia que da pie para la comedia de equívocos que conforma el guión de la vida.

Así mismo me ocurrió en la fiesta de cumpleaños número setenta de mi papá. Nos pegamos el maratón justamente el fin de semana en el que se celebró la cumbre de presidentes aquí en Margarita. No nos dejaron sacar el carro y nos tuvimos que ir en autobús. Tardamos treinta horas en llegar allá.

Yo iba muy tenso todo el rato porque tuve que parar el trabajo de la construcción de la casa y porque pensaba que los niños estaban más incómodos de lo que realmente estaban, pero tras preguntarles unas tres docenas de veces y obtener siempre la misma respuesta me logré quedar tranquilo.

Allá encontramos una buena porción de la familia dispuesta a hacerle el rato feliz al viejo querido y la verdad pasamos un rato bien sabroso.

En la mañana no tan temprano nos levantamos y afuera tropezamos con algunos rezagados amanecidos en estados de percepción más bien alterados que entre Venus y un pulpo abogaban por la universalidad del cariño solidario mientras me preguntaban sobre el contenido de mi caja craneal.

Tranquilos que yo tampoco entendí un coño de todo el tema. Lo que sí saqué en claro es que el espejo me volvió a fallar. Sí, yo siempre me he visto como un tipo antipático y un poco violento tendiendo más de lo que yo mismo quisiera a los arranque inmaduros de malcriadez venenosa, o cómo dijera alguna vez el bueno de mi tío el cuarto: un tipo de armas tomar.

Resulta que no, que soy el bueno de la cuadra, el comprensivo y benevolente. O por lo menos eso es lo que en realidad ven los demás en mí. Por lo menos el espécimen detector de brillo en los ojos vidriosos de un pulpo asoleado pero amanecido muy ahumado de cannabis frente a las niñas, que si lo pesca la lopna, la patada se la da en el paladar editorial y gangoso ese que tiene.

Pues no soy violento ni inmaduro. No, ni me provocó darle una trompada, ni me provocó siquiera decir una intemperancia. No, bueno, a lo mejor tenía la neurona ocupada en descifrar el mensaje oculto pero por puro esperanzado que soy. Sí, creo que esperaba que el encriptado tuviera algún significado y me dio corte pensar que por tonto de repente no lo desentrañara.

Pues me pasó como con dios en quién no creo pero que me encantaría que existiera.

Y esa es otra, la estabilidad emocional… Si me preguntan al respecto les diré que es parte de una realidad que no me atañe, pero he escuchado decir, y hasta he leído que no solo soy estable de ese modo sino que lo proyecto, que enseño a los demás sobre eso… Creo que mi ex esposa me cambió el espejo y me veo a través del de ella… No sé… Pero me estoy perdiendo. No se trata de criticar a nadie. Ni siquiera a mí mismo.

Pero sí, a veces hay que hacer un esfuerzo para desentrañar no la razón o el motivo del paso de uno por el mundo. Cierto amiga, no hay que pensar tanto, a lo mejor es que hay que andar por ahí como un bichito del dios en el que no creo dejándole en sus manos lo tocantes a las provisiones y que mañana amanecerá y veremos. Así todos los días hasta que en uno de esos uno amanezca con presbicia y artritis sin saber cómo ni cuándo se abrió esa rendija por la que de pronto se colaron cuarenta y picote de años…

Y dígame, venirme a explicar a mí que la estabilidad de la mesa psicológica de un ser humano tiene una pata apoyada en unas navidades que antes no tuvieron y que gracias a una historia del siglo diecinueve que no terminó de levita, pumpá y organdí (Ja… Qué molleja ‘e malo ese espejo) ahora se puede ir a Tesalónica y a las Antípodas. Libertad de tránsito, libertad de cultos, libertad de sentimientos… Me quedo con el Dadá.

El caso es que la vida es larga cuando la miras de abajo hacia arriba, pero cuando la miras de arriba hacia abajo resulta un poco más corta de lo que uno quisiera y debo aclarar que en este caso, uno, soy yo.

Y no hace mucho que era un muchacho torpe que todo lo rompía nada más que porque le creció el cuerpo más rápido de lo que tardó en acostumbrarse a ello, pero lleno de buenas intenciones que pretendían encauzar aquella naturaleza ingenuamente manipuladora y calculadora que rendía dividendos y culpas por igual solo para ir a meterse en un lío nuevo que tampoco sabría manejar por zoquete, o por tarugo. Tal vez hasta por bloque gringo.

La cura para esto, amiga mía, fue aprender a pensar mucho. Aprender a encender el cerebro antes que la musculatura. A escribir la carta pero no ponerla en el correo hasta una semana después… Cierto, no pude aprender a bailar porque es muy difícil llevar la cuenta de tres pasos para allá, uno para acá, saltito, media vuelta, meneo, uno dos tres cuatro, tres pasos para acá, el tumbao, y así. No me divierte. Me enredo, me estreso. Me doy cuenta de que voy mal y me deprimo. Permanezco deprimido por cuarenta años. Luego se me rompe el espejo ese palurdo que tenía y resulta que soy otro. Soy uno que no veía. Soy uno que tiene paciencia (salvo con la lesión del hombro que me las hace ver canutas) soy uno que goza el viento y el tierrero.

Por eso creo en el pulpo a la gallega, en los calamares rellenos, en las criadillas a la milanesa, y no en héroes editoriales, ni en duendes de la floresta, ni en hadas, ni en el plan de crédito del karma, ni en el supermercado de dios.

No necesito tocar el fondo para saber dónde me queda arriba y dónde me queda abajo. Me saco el piripicho y meo. Así sé rápido para dónde queda abajo y quito los pies para no salpicármelos. Y me río mucho, y rezongo mucho, y no me brilla sino la calva, y no fumo mariguana delante de los niños, ni rompo la barrera de sonido corriendo tras imágenes y textos.

No voy a casa de mi tía a estar hablando sin saber, no le doy ni agua al enemigo pero como no tengo enemigos le doy agua a todo el mundo aunque ya aprendí a no darla toda, a guardar para mí y los míos, y esto lo aprendí pensando. No viéndome en ningún espejo.

Pensando.

Me interesa lo que me interesa, lo que no, pa’la mierda. Pero sí me pregunto ¿dónde está mi antipatía? Me hace falta a veces para poder jugar frente al espejo, porque aunque lo rompí, a veces me veo en alguno de sus pedacitos.

Claro que en esos pedacitos se distorsiona más el conjunto, pero como método de estudio estereotipadamente científico resulta maravilloso para sacar en claro hasta una lesión muscular relacionada, cómo no, hasta con el quinto chacra.

Conversando con Anne-Marie y con mi Papá logré, pensando, sacar en claro el quid del asunto. Del chacra y el músculo. No es el miedo. No es la culpa. No es el pasado al que no sé cómo coño es que se le abraza para hacerle el amor, ni cómo ni por dónde…, pero soy hombre y nosotros no vemos estas cosas… Es lo que mi Papá llamó la vieja fastidiosa y Anne-Marie, infinitamente menos incorrecta llamó un exquisito modo de preocuparse por lo que no ha pasado.

Pienso. Sí pienso: el brazo izquierdo, nunca el derecho que me resulta imprescindible. El hombro, no la mano. Lo que debería ser según quién. El quinto chacra. La garganta, la tiroides, los zapatos, mañana, el techo, el viaje, las niñas, el deber, la renta, la factura, los golpes de pisón, la comida de las perras, el agua para el gato. El bueno de mi tío el cuarto. Una que pelea hasta con la sombra porque no se soporta a sí misma. Corsaria.

Cómo dice mi querido Mateo: ¿sabes qué? No me interesa.

El espejo es pésimo alter de uno mismo.

Pues sí.

sábado, 12 de septiembre de 2009

Giuseppe Bergman.

Debo dejar de mirar hacia arriba.
En este capítulo no he hecho otra cosa.
Ya he pescado la tortícolis.

Corto Maltese “Cote de Nuit
e Rose de Picardia”.
Hugo Pratt.


Sí, Teopompo Teometo Jean realmente conoce a todo el mundo. No sólo, sino que vivió todo, todo, todo. Como Rodolfo Orozco que tocó con todos, por poco no tocó con Colón…, Coloso…

Jesuita Joe hace canotaje muy lejos de Ontario y las Dakotas pero siempre entre tories. Tal vez solícito. Cruelmente solícito. Reprimidamente solícito…, en lagunas de aguas verdosas pero transparentes con las orillas llenas de juncos.

Era un laguito que estaba entre coníferas muy viejas. En kayac, en canoa, en chalupas y bateles…, hasta en botecitos de ruedas de paletas. Sí, unos con manillitas laterales que podían girar sobre si mismos como los Hovercrafts de la tesis de mi Papá.

Ojo, que no es cuento.

Black Water River pasa por detrás del College en Braintree. Parece que hubieran hecho una limpia zanja en la grama del patio y la llenaran de un agua color pavón de escopeta que no parece correr. En él entrena el equipo de remo en kayaks. Son de dos colores. Un equipo es naranja quemado, y el otro equipo es índigo desvaído. Un niño de seis años rema con ellos aburridísimo.

Y Claro, también están, el laboratorio de metalografía y Mr. (Pad) Lock con su mandíbula completamente cuadrada. Sung Chay que saludaba cantando “good morning Sung Chay, the earth say hello”..., Lane que no se hacía la belga a la hora de lavar los platos, las españolitas agarenas juguetonas que llevábamos a casa a veces, y el jordano de cuyo nombre no recuerdo la ortografía pero sonaba Sammy. Por eso el curry, el aloo goby, el sambal oelec, chapatis..., y el fish and chips.

Batallas en la nieve en las que acababan los enfrentamientos porque una infalible bola de nieve me atiza directo en la pupila. Mi divertida venganza consiste en esperar que mi Papá cayera al suelo porque en el montículo del camino se acumula menos y los esquíes hechos con los brazos del sillón que encontramos botados “near Little Hallingbury” se pegaban de la congelada hierba y entonces mi joven Papá iba a dar con sus huesos al nevado suelo. Allí lo emboscaba yo y le daba un repaso de bolas de nieve, de arriba abajo. Pues sí.

Fútbol en Bishop’s Stortford forest. Prácticas de arquería entre dos vetustos pinos. Mi Mamá descansa sobre la hierba con su vestido sicodélico en pose de la maja vestida. Detrás está el lago lleno de botecitos de remos y señores pescando en las orillas. Mi Papá se parece a Engelberg Humperdinck…, “please release me and let me go…” Mi hermano persigue mariposas con la red de sacar pescaditos del riíto pica-pica. Ruth me tuerce los ojos cuando la sorprendo mirándome. Steve trepa los árboles infinitamente mejor de lo que yo lo haré nunca… Mr. Leah espera que su Triumph (o era un Rover, o tal vez un Hillman, no me acuerdo pero era blanco y azul celeste) se enfríe para ponerle agua en el radiador… La camioneta Ford Anglia sigue con el carburador sucio y a veces corcovea tanto que hace que las botas del pantalón de mi Papá salten.

En las mañanas mi Papá me lleva al colegio en Braintree por una carreterita que ya no existe porque en gran parte la sustituyó la A120, pero en aquel entonces el paseo era muy lindo si te gustan los árboles viejos, las hojas secas y la neblina. La carreterita por la que parecía caber un solo carro pasaba por Takeley y por dentro de Dunmow que era apenas algo más que un caserío pero tenía su clásico Pub en el cual no me dejaban entrar, después pasaba por Spellbrook antes de entrar a la ciudad.

De regreso en la tarde la ruta era todavía más bonita porque no iba al colegio sino de vuelta a mi casa. Lo que me hacía gracia era que la misma carretera cambiaba de nombre cada milla más o menos. Sí, saliendo de Braintree se llamaba Rayne Road, luego Dunmow Road, después Stortford Road, más allá otra vez Donmow Rd, y al pasar Great Hallingbury se convierte en Church Rd…, un lío esa gente para poner nombres… Si uno va hacia el norte por River Mead, que es donde está la curva del Black Water, se consigue de frente con el puente de Convent Hill. Al pasarlo, la calle se llamará Church Lane… Geniales estos británicos ¿eh?

Bueno, el famoso cuento del conejo que fotografió mi Papá pero que nunca salió en la foto fue justo entre Dunmow y Braintree en una lomita de grama en la que siempre estaba estacionado un remolque rojo y negro enorme. Era la entrada de una granja o algo así.

Toda esa ruta la hacía la Ford Anglia todos los días roncando como un Lotus Seven, o corcoveando como un pony asustado por culpa del carburador. Con mi Papá agarrando curvas que ni Fangio con sus pantalones blancos y su camisa a cuadros tipo tweed con el pañuelo amarrado en el cuello y una sonrisa pícara de medio lado tipo Marlon Brando…, o con el ceño fruncido e imprecando más que un carretero gallego porque la maldita gasolina de este país del carrizo que no saben hacerla o qué porque le meten taquitos parece que de carbón que todo lo mueven con carbón estos ingleses del carrizo (corcoveo corcoveo peo peo corcoveo) maldita gasolina del carrizo de este país del carrizo… En fin…

En una entrada de París se volvió a accidentar la camioneta. Un tipo nos gritó ¡anglaise, cochons! Y eso que ya habíamos gastado el tanque de gasolina que pasó el Pas de Calais con nosotros... Pero el gendarme que se nos acercó hablaba español y fue muy gentil mientras la veleidosa Ford Anglia quiso arrancar otra vez… No sé, me parece que tanto a los ingleses como a los franceses les gusta complicarse la vida más de la cuenta… Hablar inglés o francés está muy bien, pero si finalmente van a acabar hablando en español, digo, para entender lo que dicen ¿para qué se complican? Hasta el mesonero en el parador aquel sobre la autopista en la Normandie terminó hablando en español con nosotros, tan francesito y todo…

Un “Tyne” desarmable: Ondina. Regreso a la Badalona antes de despertar. Voces conocidas. Nostalgia. Regreso.

El club de remo me lleva de cacería por Las Majaguas, de expediciones espeleológicas, de campamento en palafitos… De vuelos de aeromodelos, de saltos en cama elástica… Y al jovencito de ocho años no es que haya que esperarlo mucho aunque bostece más de la cuenta. Sería del estómago, diría Flaubert.

Mi primera herida con arma de fuego me la propinó el percutor de la Winchester calibre dieciséis con su culata recién aceitada. Me agarraron dos puntos de sutura debajo del hueco derecho de mi nariz y mi Mamá me cantaba “la culebra no tiene cueva, bigote blanco se la tapó, se la tapó se la tapó, se la tapó que lo digo yo”… Yo tenía ocho años. Era 1972.

¿Soy valiente? ¿soy loco? ¿será que lo que soy es roliverio de inconsciente?

Temple ignoto. No sé ¿desconocido? Más bien ignorado. Sí, como un estudiante o mejor dicho: un espectador. Un espectador de la vida. Algo así como echar un viaje larguísimo siempre mirando por la ventana.

Salgo y me aburro. Me quedo y me aburro. Dentro de mí vive el aburrimiento. Debo encontrar la aventura porque me estoy haciendo viejo. Me dejó el tren. No hago nada apurándome porque, total, ya llevo retraso… Tengo nueve años ya ¡qué horror!

Mi herramienta favorita es el soplete de oxicorte. Corta, funde, suelda, deforma y transforma. Sirve hasta para forjar. Mi Papá insiste que no pegue el dardo al material, que así no sirve. Soldar con y sin aporte. El electrodo es una ladilla, cuando está bueno para soldar viene y se acaba. Me gusta más el acetileno.

Mis cañoncitos para jugar con los soldaditos los hice fundidos. De aluminio. Yo mismo hice el modelo, el molde de arena, el vaciado, los limé, y mi Papá les hizo los huecos. Yo los cargo con cabezas de fósforos y les meto un perdigón. Disparan más o menos. Quiero hacer uno de bronce para cargarlo con pólvora negra.

Qué fastidio. Me aburro… Es que estoy tan viejo. Tengo diez años… Me jodí…

Día de Reyes. Año 1973. Eclipse parcial de sol en Caracas. Parece que el aire se viera a través de una taza de te no muy cargado. Está muy fresco. Hoy vimos motos: la Lobito Bultaco blanca con la raya roja, muy cara; la Benelli 90 rojo Burdeos con las letras amarillas, muy grande; la sesenta Yamaha blanca con la raya azul celeste, carísima; la Guzzi Cóndor rojo Ferrari con las letras doradas, muy lujosa; la Derbi C4 rojo prismacolor con la raya amarilla, se ve endeble; la mini Kawasaki verde botella con la raya marrón, no tiene croche; la Gilera 125 amarillo caterpillar con la raya negra, demasiado grandísima; la Minitrail Honda tanque blanco con el chasis rojo, tampoco tiene croche y sólo tres velocidades… Por fin: la Italjet 50cc motocross infantil. Croche, cuatro velocidades, cauchos de tacos, carburador Dell’Orto de 18mm, magneto Minarelli, caja de cambios Ducati, bujía caliente LG1 (en serio)… Esta es. Amarilla con la raya y letras rojas, identificada con la placa número 1…, mil doscientos bolívares. La pagamos y la buscamos mañana.

Luego el Piccolo. Tenía 14’ y ocho metros cuadrados de vela latina. Vamos en él, Manuelón, Belkis Aída, Adriana y yo un sábado en la mañana. Parece que se hunde porque la chalanita aquella nos bañó con su estela. Va por debajo del agua y su cubierta blanca y azul se transparenta en el agua sucia del lago. La ola nos llegó al cuello. Risas bonitas a los catorce años.

Qué cambio. Hace un mes jugábamos a remolcar un barquito de juguete al que llamábamos Papaleco. Mientras más viento hace más divertido es porque el barquito da saltos histéricos que matan de la risa. Risas infantiles de trece años.

Después la Kuipa, que era un Pampus de 22’ también blanca y azul con su lastre de seiscientos kilos y esa manera de crecerse con los cadenotes bajo el agua cuando al lago le daba por echar humito... Y también la Guacamaya, que era un Kestrell todo blanco pero con las velas azules. Este perol era lo máximo con el spinaker puesto.

Una vez volqué el Orión por virarlo sin descazar la escota de mayor con una tripulación dada más a discutir que a maniobrar. Un atardecer de domingo con un viento del norte que trataba de apagar el relámpago del Catatumbo. El Orión en perfecto estado con todo su aparejo de competencia. Casco azul y velas blancas. El penacho de humo de la fábrica de cemento está completamente horizontal. Es la misma vaina que un fórmula uno. Me lo puse de sombrero, pero cuando llegó el rescate ya estaba adrizado y largábamos agua como es debido.

Aburrido, aburrido, aburrido.

El primer ocho que se hizo a bordo de un Laser en la rada del Los Andes Yatch Club lo hice yo, y acto seguido empecé a hacer amigos allí.

Pero Teopompo Teometo Jean ya conoce a todo el mundo, y sigue conociendo más gente porque nacen cada día.

Jesuita Joe no rema. Tiene problemas con el manguito rotador. Se aburre. Se aburre. Se aburre porque es un viejo desde que nació. Muy lejos de Ontario y ahora afortunadamente también de los tories.

Giuseppe Bergman encontró la aventura cuando dejo el actorazgo. Cierto, es muy probable que esa palabra no exista, pero él vivió entre ingleses y entre franceses y no para de complicarse lingüísticamente.

El guión es ingenioso. No es aburrido. No está viejo el tipo: está vivísimo.

¿Soy valiente?

¿Soy un loco?

¿Soy roliverio de inconsciente?

lunes, 17 de agosto de 2009

Ritos, pasos, matrimonio, peldaños de la escalera interna de la felicidad.


Le dije a la belleza,
Tómame en tus brazos de silencio.

Aragón.

Entia non sunt multiplicanda
Praeter necessitatem…

Navaja de Occam.


Cuando oigo hablar de compromisos me parece captar que las personas entienden que se habla de un concepto compartimentado. De un tema que tiene niveles, grados, escalafones, gradientes. Parece que se habla de la escolaridad. Parece que se habla de calidad. Parece que se habla de temperatura. No sé, del sistema métrico decimal.

He escuchado montones de veces hablar de un puente medio caído. De un castillo medio de pie. De un carro que medio funciona.

Puede que sea culpa de las excesivas licencias literarias o poéticas que estiran el lenguaje tal vez por esa tendencia natural que tenemos los seres humanos de extralimitarnos de la realidad quizás porque nos sabemos demasiado pequeños.

Por eso se habla de la sonrisa que eclipsa el sol, de la presencia de la dama que hace temblar la tierra, del amanecer de oro, del atardecer de fuego, de que después de ti no hay nada más, de tantas frases que intentan explicar lo que no logramos porque de decirlo claramente (tal como lo pensamos) parece menos. Daríamos la impresión de que no tenemos imaginación, de que tenemos un escaso léxico, que estamos atrapados dentro de la realidad inclusive en el pensamiento.

Si yo digo que cada vez que pienso en ella se me desdibuja el mundo. Si yo digo que cada vez que la veo no tengo más nada qué ver. Si yo digo que el mundo se me mueve. Si yo digo que el sol se apaga…, si yo digo todo eso y más, lo digo porque es más bonito (según creo) que decir que si pienso en ella en realidad lo que pasa es que ocupa y nubla cualquier otra cosa en la que quiera pensar. Si la veo, en realidad lo que pasa es que no quiero ver más nada. Que estar con ella construyendo una vida a imagen y semejanza de lo que creemos es lo único que realmente me importa. Ser su compañero y ella mi compañera, que jugamos en el mismo equipo, que no hay que fingir, pretender, esperar, ilusionarse… Y así.

Hay que tener cuidado no nos pase como a los ciudadanos de Ankh-Morpork cuyo Patricio prohibió so pena de muerte cualquier licencia poética por considerar que son equivalentes a las mentiras… Bueno, no creo realmente que suceda una vaina así, pero lo cierto es que esas licencias no ayudan a la claridad del mensaje. Pueden terminar siendo precisamente la cárcel del romance y del amor. Una fórmula banal.

No voy a hablar mal de Neruda, Dios no lo permita, pero objetivamente hablando no estoy de acuerdo con él. Claro que no lo pasaría a cuchillo ni tampoco quemaría sus libros. Pero francamente creo que le hace muy flaco favor a las convicciones.

Sé por otra parte que los términos absolutos son del todo imposibles, tal cómo imposible es la palabra imposible. Pero es, o será posible solo en el lenguaje mediante las licencias literarias y poéticas.

Yo no creo que el amanecer sea de oro. Lo que pasa es que la luz del sol, en cuanto vence el azul propio de la noche parece oro. Pero no el metal. Solo su color. Y tal vez, si la noche fue muy fría o muy mala vale oro para nosotros, aunque si tuviéramos ese oro con el que comparamos al sol tal vez no hubiéramos pasado ni frío ni mala noche…, bueno, tan solo tal vez…

Entonces vienen algunas personas y hablan de no estar tan comprometidos o estarlo en algún grado en particular.

Ojo, que el edificio se cayó o no. Si está muy dañado y no es habitable por cosas de que se puede terminar cayendo de verdad, eso es otra cosa. Si el puente tiene un lado roto y no se puede pasar no está medio caído. Se le cayó una parte, de pronto hasta más de la mitad.

Si se dice estar medio comprometido es que no se está comprometido. Solo estoy esperando una de dos cosas: que se abra una salida para huir, o que me termine de convencer de que estar ahí es lo que quiero realmente, pero lo dudo… No se está comprometido. ¿Síntomas?: Yo te quiero a mí manera…, tú no me controlaste y por eso te monté la pata…, te tengo en la mira y con el dedo en el gatillo…, ¿y si nos divorciamos y después quiero tener más hijos?..., firmemos un acuerdo prenupcial…, ahí viene otra vez esa mujer del coño con su acostumbrada cara de culo…, mira mijo, si te vas a controlar un culito tráetelo y mátalo aquí en la casa que yo no quiero quedarme sola (ésta la oí de los labios de una joven madre en una fiesta infantil a la que llevé a mi hija)…, ese marido mío es una ladilla, se pasa el domingo echado viendo deportes por la televisión…, ¡cállate mujer y tráeme otra cerveza!... Ya saben: esas cosas…

Claro que toma tiempo aclarar los conceptos porque, tomándome una licencia literaria llamada símil, cada cual carga sus saquito de fantasmas por ahí por dónde ande… Está bien, lo diré a mi modo: uno es un miedoso en el grado único del miedo. Porque tampoco se puede sentir más o menos miedo. El miedo es único. La diferencia está en la presencia de ánimo que uno tenga frente a este fenómeno.

Por eso, cuando uno se enfrenta a un Sensei de octavo Dan, siente miedo. Pero es un miedo al que nos sobreponemos porque sabemos que al que le van a dar la paliza es al ego nada más. Sí, te pondrán uno que otro moretón en el cuerpo, pero no morirás. Solo aprenderás que las cosas de la vida son así. Y duran mientras haya vida. No vences el miedo. Te sobrepones porque tu vida está segura y terminarás aprendiendo algo útil.

Según lo veo el amor es un nombre que le damos a esa reacción físico-química (y seguro que algo más a lo que no le daré nombre aquí para no aburrir) que hace que a un átomo que le falta un electrón en la última capa se le pegue otro al que le sobra y conformen una molécula que a su vez hará lo mismo muchas veces hasta que terminen siendo todo lo que puedan ser. No importa que se desdibuje el átomo original porque esto será en aras de un fin infinitamente mayor (interesante licencia). El compromiso en ese caso es tan fuerte que hará falta un montón de energía para disolverlo.

Pensemos en la electrólisis del agua para la obtención de hidrógeno y oxígeno: Uno mete agua en un recipiente de vidrio. Le introduce unos electrodos metálicos llamados ánodo y cátodo a través de los cuales hará circular corriente directa. Pasado un momento empezará a separar los átomos que conforman el agua, pero pueden pasar una de tres cosas: que se pierda la conexión y volvamos a tener agua; que se nos escapen y perdamos los átomos por cualquier rendija; que aquella vaina explote porque la mezcla del oxígeno y el hidrógeno en estado gaseoso es tremendamente volátil… A esto que cada cual le haga el símil literario y poético que más le guste…

Claro que poniendo mucho cuidado y recursos a montones se puede obtener también combustible limpio para tantas y tantas máquinas… Pero sobre esto no hablaré porque entraría en terrenos tristísimos.

Entonces ¿por qué tendemos a escudarnos en medias verdades que son imposibles y deberían estar prohibidas?

¿Miedo tal vez? Y es un miedo exportado e importado. Viene de allá de donde no diré porque cada vez que se nombra se trancan las entendederas, surge el fanatismo, se etiquetan tendencias, se alborota el miedo, y nada de esto me interesa. Diría un amigo mío que todo este lío se la trae floja… Nos la trae floja, macho…

Soy un romántico en el sentido coloquial del término. No pienso tomarme un vaso de agua contaminada con el cólera para tener una muerte romántica ni jamás leerán de mí un verso dedicado a belleza de la palidez de una moribunda que se desangra bajo la luz de la luna… Ni Bizet, ni Lord Byron me cuadran… Bueno, sí a los veintipiquito cuando era un joven anciano atormentado por la derrota… Pero a los cuarenta y cinco siendo un joven vital y optimista ni de vaina, si me perdonan la incongruencia de mis propias licencias…

Soy un romántico, decía, que muy incontrovertidamente sabe que las imprecisiones son la sal de las novelas, porque si Pepita Pérez dice rápido que el bebé es del párroco se acaba la vaina en un solo capítulo y la televisora no vende los espacios para el Ace y el jabón azul. Por otra parte, también sé que si uno es demasiado preciso no logra tener con quién practicar las actividades sexuales que son tan necesarias como comer, bañarse y todo eso.

Por eso uno no le dice a la chica que le gustó (y mucho menos en los ochenta) que mis hormonas se alborotaron porque te detecté e identifiqué como una mujer sana con quien todo mi ser quisiera mezclar sus fluidos a ver qué sale…

… No creo que en primera instancia saliera uno con algo más que un bofetón por más que en eso esté basado todo el asunto de la perpetuación de la especie, la evolución y qué sé yo qué más… Aunque quién sabe, porque si ella también es sincera y sabe que nadie pensará que es una bicha por eso… Bueno…, la cosa es que ese tema es pura elucubración.

El caso es que ahí no existe compromiso alguno y es de lo que realmente estoy hablando (escribiendo) y lo que quiero decir (escribir) es que el compromiso es un peldaño en la escalera interna que recorre la felicidad de arriba abajo, y permítanme esta otra licencia.

Ya he dicho que yo veo la felicidad como una potencialidad existente entre el ser y el parecer, que mientras menor sea la brecha más cerca se está de ser feliz. Digo que si uno parece un ángel y es un demonio, no es feliz. Si por el contrario parece un demonio y es un ángel está más jodido todavía pero no mezclemos conceptos porque me pierdo.

Si parezco un hombre y soy una piedra, si parezco liberal y soy conservador, si parezco valiente y soy un cobarde, si parezco veloz y soy lento, si parezco leal y no lo soy (todo esto con sus ejemplos en viceversa) no soy feliz.

Y estoy claro en que para ser hay que empezar por parecer y esto es primordial. Pero hay que moverse, hay que transitar ese camino, y hay que apurarse porque no sabemos cuándo se acaba la lochita que le echamos a la rocola. Y mientras más nos parezcamos a nosotros mismos cuando se acabe el baile, mejor nos iremos a descansar.

Soy un romántico en el sentido coloquial del término y amo completamente a mi esposa… Por eso nos casamos anualmente todo los primeros de enero justo después de la media noche del treinta y uno con los pies metidos en el mar, y bajo distintos ritos, con la intención de seguirlo haciendo hasta cubrir los que conozcamos, para afirmarnos que nuestro compromiso no es eterno ni inexorable ni insoslayable, no es una prisión, es una decisión voluntaria producto de nuestra convicción de que juntos formamos esa molécula vital.

Que juntos somos lo que parecemos, que estamos en el camino de la totalidad con las manos agarradas y los ojos llenos uno del otro.

lunes, 3 de agosto de 2009

Anarquía y briquetas

[…] Noventa trastos con respecto a las otras tres…,
No, trastos no, grados, eso.
Solo que, solo que ahora no puede existir en este mundo,
Y el lugar tuvo que hacer pop hacia afuera…
¿comprendes? […]

Tomado de Pirómides.
Terry Pratchett.


A medida que pasa el tiempo una persona medianamente sagaz y muy poco reflexiva puede notar que el viejo decir sobre andar en círculo y no saber para dónde se va es más que cierto.

Bueno, que me perdone el querido profesor Ocanto porque es que los nombres de algunas cosas no me los sé. Cierto. La forma geométrica exacta no es el círculo porque a veces es más bien una elipse y cuando te descuidas resulta hasta una espiral.

Espirales, helicoides, elipses, círculos. No sé, no estoy seguro. Lo que sí sé es que el recorrido es curvo tal vez influenciado por algún tipo de masa ingente que modifica la trayectoria por culpa de la enorme fuerza de gravedad que genera, o más bien la gravedad de la fuerza, y la ejerce sobre la línea de la vida.

Y sobre la línea de la vida me dijo alguna vez una gitana más vieja que el tiempo, en el parque del Buen Retiro (una señora muy sagaz que lo primero que me dijo fue: “parecito faraó”, que te digo la buenaventura por unos pocos euros, y te adelanto que vienes de un viaje largo… Y lo último, después de pagarle, fue que no le contara a nadie lo demás), que la línea de la vida que pintaba mi mano tiene una curva sólida y clara. Que la cicatriz del corte con el clavo de la escalera de mi niñez no la engañaba aunque podía felicitar al médico que me la cosió.

Entonces reviso el borde de mi autopista, su isla, sus paisajes, y es cierto: es una curva. No pasa por el mismo sitio porque la dimensión que representa el tiempo, o más bien la interpretación que se hace de ese fenómeno que no existe (¿que sí? No me jodas ¿tú lo has visto?) hace que dos rayos no caigan en un mismo sitio solo porque para cuando cae el segundo ya el primero no está ahí sino en un paralelo espumante que no queremos entender porque no saldríamos de la casa nunca más.

A mí me gusta el paisaje. Tanto, que cuando veo y veo lo mismo simplemente veo lo que quiero ver. Nunca puedo ver lo que se supone que debo ver, ni lo que otra persona quiere que yo vea, ni lo que manda ley alguna. Veo lo que quiero ver. Solo eso. Veo círculos más o menos definidos. Tanto como me atrevo a definir porque es que la cobardía tiene sus aristas.

Por eso es que John Parker Dimitrinsky, mi perro, tampoco puede ver a nadie.

Ni a los Borbones, ni a los Tudor, ni a William Penn, ni a Lincoln, ni a De Gaulle, ni a Patton, ni a Idi Amin Dada, ni al PRI, ni a Buffalo Bill, ni a Mao Tse Tung, ni a Marx, ni a Hittler, ni a Lenin, ni a Gómez, ni a López Contreras, ni a Rómulo, ni a Rafael, ni a Ibáñez, ni a Pasternak, ni a Trotsky, ni a Adriano, ni a sí mismo. Por mencionar solo a algunos objetivos de su ceguera.

Porque no le da la gana. La ceguera es voluntaria porque es necesaria. Es como la distancia. Como el tiempo. Como dios. No existen pero son necesarios.

Si no logro explicar lo que trato de decir fijémonos en Buda, ese gran anarquista incomprendido. Él tuvo una larguísima vida dedicada a predicar que somos dueños de nosotros mismos, pero al morir dejó la cosa en manos de unas personas con muy buena intención pero con el alcance limitado a dictar una serie de normas para llegar a ser budas. Algo así como que si quieres llegar a iluminarte y ser uno con buda tienes que hacer no sé cuántas genuflexiones al día, meditar otras tantas, estar pilas con el tema del karma…, qué sé yo. Finalmente no tiene nada de malo, solo que de lo que se hablaba era precisamente aceptarse a uno mismo como dueño de sí mismo, de las consecuencias de sus actos y de toda esa vaina que no tenía nada que ver con un librito de normas. Pero está claro que para ser budistas hay que seguir unas leyecitas de nada ¿eh?

Ser adultos. Eso es todo. ¿Utopía? No, la utopía no es posible y yo estoy aquí sentado escribiendo ¿no?

Yo no creo en las leyes ni en las figuras paternales. No creo en nada que me obligue de forma definitivamente abstracta a aceptar disparates concretos. Dogmas, por ejemplo.

Una verdad que todos los anteriores asumieron y aceptaron es que la anarquía es sinónimo de la mezcla del vandalismo y la violencia. Entiendo que con la ceguera inherente, al ser humano se nos pierde la paciencia con facilidad y finalmente la letra con sangre entra. Es decir que si uno se pone un poco bruto, con dos garrotazos o tres, se termina entrando en razón.

Jajá. La razón de la pólvora. Del grito. Del manotazo. De la mala cara. De la desaprobación. Como me dijo el bueno de Simoncito una vez y cito textualmente: “los conquistadores les ganaron a los indios porque llegaron con la razón de su lado”… Dijo esto manoteando con vehemencia sobre una biblia… De locos está lleno el mundo... Me pregunto qué pensará ahora que hay una demanda internacional interpuesta por los indígenas del nuevo mundo ante los tribunales de no sé dónde contra España por la degollina que organizaron por acá metiendo en el mismo paquete junto con el cuchillo y la pólvora a la biblia y las enfermedades contagiosas varias que trajeron… Vaya razón ¿no? Claro, son loqueras que se dicen en la irreflexiva juventud, pero el caso es que esa idea no es exclusiva y eso es lo que me hace pensar.

Si a mí me desagrada tu manera de ver las cosas reviso y actualizo la mía. Es la única que me interesa porque es la única con la que vivo veinticuatro horas al día. Las demás las veo solo cuando me topan y perfectamente puedo escoger qué hacer cada vez.

Es lento, sí. Pero para eso tengo mi sentido del equilibrio.

El esquema en el que quepo es uno curvo. Mucho más grande de lo que puedo concebir. Mucho más grande de lo que estoy dispuesto a imaginar, y lo llamo esquema porque me falta léxico y realmente no sé cómo llamar ese accidente que produjo la vida y que va pasando por este momento bajo la lupa de los aminoácidos que generan estas ideas que sé bien no deben pasar al mundo de lo material. Son solo ideas y así deben quedarse.

Siempre repito la frase de mi abuelito que decía que él era ateo gracias a dios. Era su forma aguda de decir que ese tema no le preocupaba y estoy seguro que aunque se autoproclamaba comunista esto también lo traía un poco indiferente porque era anarquista. Todo lo ponía “sanamente” en duda. De esto se trata precisamente. Es que aceptar algo a pies juntillas, adoptar una bandera, llevar a cabo una misión, pertenecer a un club, para mí no es sino miedo.

Miedo a no encajar en ningún grupo. A no pertenecer a ningún club. A no ser popular. A pelar bola toda la vida.

Y porque pelo más bola que el inmortal es que hago briquetas.

Porque me acordé de mi otro abuelito que decía que el que no era adeco no tenía partido y que también decía que si la plata rindiera como rinde la ropa sucia, solo se le ensuciaría a Emilio Torcatt. No tengo que decir que ese señor era el del dinero en esa zona.

Séneca servía a su tiempo con unas ideas muy interesantes, pero Seneca no masca para pasarme unas facturas por la energía eléctrica que me dan un poco de amargura porque no se compaginan con el mal servicio que venden. No me sirve. No tengo que aceptarlo aunque me extorsionen con la amenaza de que si uso energía alternativa no me darán más el servicio. Ya veremos.

Esta semana tuve que pagar doscientos bolívares fuertes para que los del camión de la basura se llevaran el cerro de aserrín que tenía en la carpintería. Porque el aserrín sí que me rinde.

La lucha para que los del gas me traigan las bombonas hace que yo mismo tenga que cargarlas para ir a cambiarlas cada vez que se acaban. Vienen a los quince días que los llamo si tengo suerte.

Las leyes se hacen para proteger los intereses de los que las redactan y por eso es que no me gusta el cemento. Es el material por antonomasia. Antisísmico. Duradero. Estable. Suena a conversación con whisky y reloj de oro… Se fabrica a partir de piedras como las que extraen de los morros de San Juan. Las muelen y las calcinan, y las mezclan con algo de escoria y algunas otras cosas. Acaban con las montañas, recalientan y contaminan el planeta, redactan el código sísmico y te obligan a usarlo bajo la rigidez del ente llamado ingeniería municipal sin cuyo permiso y venia el banco no te presta la plata para que te hagas la casita que tanto necesitas.

Por eso hago briquetas.

Porque me sobra aserrín. Porque lo compacto bien y me sirven para cocinar, para calentar el agua del baño, para que Seneca y los camiones de gas y de la basura no me extorsionen, para no contaminar tanto, y finalmente porque prensarlas significó distraerme diseñando y fabricando el ingenio para compactarlas. Porque reuniendo el aserrín y metiéndolo en la prensa, porque apilándolas y luego usándolas me relajo sintiéndome profundamente anarquista.

lunes, 20 de julio de 2009

Tripas y exoesqueleto





Uno de los logros más hermosos del juego del Go
Es que está comprobado que, para ganar,
Hay que vivir pero también dejar vivir al contrincante.
El jugador demasiado ávido pierde la partida…

Fragmento de La Elegancia Del Erizo.
Muriel Barbery


Vivo en una isla ya lo he dicho muchas veces.

Sí.

Vivo en una isla que parece un zoológico que no está rodeado de paredes y rejas sino de agua.

Tiene sus senderos, sus merenderos, sus letreritos indicando más o menos la especie que se muestra en ese sector. Tiene su iluminación, tiene su sistema de alimentación, sus vías para desalojar lo procesado. Tiene su portero, sus celadores, hasta un director que ama los animales, sobre todo los gallos de pelea. Tiene hasta su clima propio y particular.

Cierto, no se produce nada más allá de la distracción de los visitantes, pero esos sí: te trasladan presto y expedito, si es que no te atracan. El gran negocio lo hizo el señor que trajo los Nissan Sentra. En fin.

Es un zoológico sin vigilancia.

Hay, sí, una pick up bien bonita que va de aquí para allá cargada de uniformados de película y unas patrullitas Corolla que tienen que guardar temprano porque no les funcionan las luces, pero esos no están para vigilar nada. Solo ocupan el cargo como para que no se diga que esa partida hay que devolverla por no haberle dado uso.

Para distraer al visitante hay un sinfín de actividades desorganizadas por muchos tipos de entes públicos y privados, y combinaciones inextricables de lo anterior con gradientes dignos de Víctor Frankenstein que dan vida a unos bichos que después no hay quién los mate… En la próxima glaciación tal vez…

Y en esta isla donde vivo con esa sensación diseñada y creada, tan humanitaria, de no sentirme enjaulado tengo una pequeñísima carpintería en la que trabajo algo más que madera. No importa lo que trabaje en ella sino el sitio en el que funciona: en un galpón industrial (sí, alguna vez encerró un ensayo de este tipo) que ahora es el inmenso trastero de un bambino de oro caraqueño que está haciendo una jaula loquísima en Chacachacare, tres áreas subarrendadas en la que funcionan tres carpinterías en sus tres tamaños disponibles (grande, mediana, y pequeña), y un estacionamiento nocturno para gandolas, carritos por puesto (que no sé por qué se llaman así si lo que son es autobuses), y Nissan Sentra…

El tema del micro clima no sé cómo fue que lo lograron, pero aquí llueve cuando en el resto del continente está la sequía, y nos morimos de sed cuando los demás se están ahogando. Pero esto no es tan simple, no. A veces nos ahogamos junto con los demás, y nos asamos en cambote. La mayoría del tiempo no sabemos cuándo es que va a llover, ni cuándo es que toca la sequía.

Aquí vecino de dónde vivimos está un viejito más antiguo que la creación que se llama para colmo Bienaventurado (los amigos le dicen señor Biena) que es el que le cuida los jardines a todo el mundo y se arrecha si llega a la casa a hacer el jardín y detecta que alguien le metió mano a su trabajo. Se te pierde un mes y ay de ti si se te ocurre entrometerte porque es que ya las matas parecen de una jungla… Bueno, el señor Biena es además el encargado de predecir los cambios climáticos básicamente para lo tocante a la siembra, la cosecha, la siega, y fregarle la paciencia a los albañiles del sector. Sí, viene jodiendo con que se apuren con ese friso porque ya hay virazón y la lluvia les va a tumbar toda esa vaina… Es un deporte local el traer las malas noticias. Hay un brillito de satisfacción en los ojos de quienes las traen y un dejo de desánimo entre quienes las reciben más que todo porque se les adelantaron…

Es un dicho nacional que quién coma la cabeza de la zapoara se casa con guayanesa, y que en Margarita no llueve… No me convence ninguno de los dos dichos aunque no me atrevo a negarlos categóricamente tampoco. La sabiduría popular es una vaina seria y puede terminar uno en el brillo de los ojos del señor Biena ese… Qué va…

Pero sí que llueve en Margarita. Caray sí que llueve… Y el señor Biena me lo viene anunciando desde hace mes y medio, desde que detectó la virazón (esto es que el viento que baja del cerro Matasiete se muda y baja del cerro Libertad) que yo trato de no tomar como me tomé al oráculo de los helados allá en mi lejana escuela de música… Sí, el heladero siempre decía con aire delfiano que él no sabía qué iba a pasar, ni cuándo iba a pasar, pero que de qué pasaba, pasaba…, y pasó el caracazo nada más ni nada menos… La siguiente vez que vi al heladero de la escuela noté que no le quedaba un pelo negro. Se volvió canoso del todo. Yo no quise preguntar nada.

Y lo que es digno de Hitchcock: la plaga de escarabajos voladores…

Es tremendo. No hay dónde esconderse. No hay cómo tapar las cosas. Todo aparece lleno de bichos de esos que llegan volando a estrellarse, treparse, empecinarse, empujarse, y morirse… Parece un revival, una invasión de Volkswagen otra vez, el carro más vendido del mundo, pero esta vez vienen volando y son todos marroncitos ligeramente tornasolados. Hubiera sido un hit ese color…

Yo me enfurezco muy antropocéntricamente y le doy la razón al Swami Prabhupada porque dijo que si uno comía carne, Dios, en su inmensa misericordia te haría encarnar en tigre, en tu próxima vida… Qué carrizo comerían estos coquitos… Y Dios en qué estaba pensando… No pongo en duda su criterio ni de vaina, pero se me parece un poquito al señor Biena. Muy respetuosamente lo digo… Ojo…

Entonces termino mi actividad aserrinezca y me siento afuera, en el área común del galpón a respirar un poco de aire menos ruidoso. Empiezan a aparecer los Nissan Sentra. Unos llegan zumbando, otros llegan roncando, otros inclusive siseando. Se estacionan en dónde pueden. Si hay techo disponible se atropellan para quedar bajo ellos, y si no, pues como los cocos: empujan y trepan hasta que caen panza arriba. Patean un poco. Mueren hasta la próxima lluvia que seguro que es prontito porque hay virazón. El brillo en mis ojos es producto del aserrín del masarandú.

Un chofer flaco como mis arcas se sienta siempre en la misma área que yo ocupo y se ocupa de sacar las cuentas que debe entregar y rendir al dueño de su Nissan Sentra. Hoy hice quinientos, me dice un día. Estuvo más o menos… Hoy hice setecientos, me dice otro. Estuvo bueno, es por la lluvia… Qué cagada, hoy hice trescientos. Mucho sol… Lo vienen a buscar en otro Nissan Sentra pero amarillito. Entrega las cuentas por la ventana del piloto, conversa un poco con el chofer. Se saca el peine del bolsillo trasero del pantalón. Se lo pasa tres veces por una ralísima cabellera tan magra como mis finanzas, se lo guarda de nuevo. Asiente mirando por la ventanilla del conductor. Da la vuelta y se mete en el carro por la puerta del acompañante. Se van dejando al escarabajo japonés durmiendo. A veces sacude una pata y se sabe que no está muerto.

Y va uno a la playa y allí están. Va uno al Sambil y no puede entrar porque están ahí también. Vas al mercado y es la misma vaina. Al cine. Al colegio. A dónde mires. Donde te metas. Y sigue la virazón…

Entonces me enfurezco tan antropocéntricamente como puedo y me pregunto mirando hacia el cerro Libertad en qué estaba pensando el creador de estos bichos invasores que íbamos a hacer nosotros cuando ellos aparecieran a borbotones. Qué hicieron en sus vidas pasadas. Serían así de tontos cómo para encarnar en coquitos tozudos de entre trescientos y setecientos al día, bueno o malo…

Encarnar… Encarnar... No se encarna en tripas y exoesqueleto. No hay carne. No hay encarnación. Se trata de un proceso ajeno a mi comprensión. Una esfera en un mundo bidimensional. No tengo los parámetros. No tengo las cifras. No puedo hacer ese cálculo. Me faltan datos.

Finalmente comprendí que en realidad ellos hacen lo que se hace cuando estás hecho de tripas y exoesqueleto.

sábado, 27 de junio de 2009

“Ruidos”

Yo, Ceferino Rodríguez Quiñones,
Afirmo categóricamente, después de
Haber presenciado la bacanal de lechuzas,
Que todo está hecho de ruido,
que ruido eres y en ruido te convertirás,
que no existen otras partículas
más ínfimas que los Ruipitos.

Fragmento del Mago de la cara de vidrio.
Eduardo Liendo.

Una característica sine qua non de gerente es la capacidad de montar los proyectos en ejecución en un programa cerebral en tercera dimensión, o en las que se puedan, mientras más, mejor.

En este programa, como en el de Sabina Paredes Rojas, entra todo: desde el replanteo, el movimiento de tierra, la procura de materiales, la construcción del tanque de agua, las fundaciones, y pare de contar…, también que tiene que poderse incluir que hay que llevar el hielo, la comida, los tabacos de la sobremesa, regar las matas, darle de comer a los perros, parapetear el carro para que llegue hasta fin de año aunque sea, hacer marcos para aceitar la economía…, y, echarle pisón.

Este programa es un mundo en sí mismo que convive estrechamente con la cotidianidad pero solo se toca en el momento puntual de la colisión con la realidad del presente, en el cual se ve sólido como el granito sódico una casa en ejecución.

Para ilustrar esto daré el clásico ejemplo de la esfera arrojada dentro de un mundo de dos dimensiones: se diría que resulta imposible su existencia fuera del momento exacto en el que la esfera choca con el plano. Aparece un disco durante el breve instante del contacto, pero con el rebote, desaparecerá ¿no?.

Entonces, como el sentido del equilibrio sin el cual sería dificilísimo caminar (habría que pensar constantemente en la posición de cada parte del cuerpo para no ir a parar al suelo antes y después de cada paso) uno deja correr el programa que te avisa con razonable anticipación que hay que rellenar por allá porque prontito hay que parar los andamios y con ese huecote, imposible. Claro, que con la práctica el programa te avisa con el tiempo de sobra porque el acarreo no siempre se da con el rendimiento óptimo y, bueno, así es la cosa…, rozando de pronto con la realidad presente en la cual sonó la sirena de la cantera de enfrente y súbitamente es la hora de almorzar y allí mismito se ponen a gruñir las tripas cosa que te hace recordar que los perros no comen desde anteayer.

Se completa una vuelta de la rueda con la sirena, los compresores, las gandolas, y las orugas del jumbo.

Periódicamente una más o menos profunda detonación (según el tamaño de roca que se quiera obtener) me señala inequívocamente que el tiempo es un concepto contundente pero muy difícil de apreciar sin estos eventos estremecedores. Así como también el constante pof pof de la empacadura quemada me recuerda que el Auto Melange todavía corre y me siento Solo. No de soledad. Me refiero a Han Solo, el de la Guerra de Las Galaxias.

También están las cornetas, los alaridos margariteños, esos fenómenos icónicos de la estupidez humana conocidos como Boom-Car que son para personas que viven molestas con el prójimo y se lo demuestra no hablando ni dejando hablar…, los carritos por puesto que deberían ser prohibidos por la ONU por causar daños de lesa humanidad…

Y ni hablemos de las fiestas con música en vivo que hacen cerca de la casa con unas burradas de cornetas que dejarían en pañales a las que trajo Queen en aquel lejano concierto en el Poliedro de Caracas justo antes de que se muriera Rómulo.

El programa me permite aislarme hasta cierto punto. No escondiéndome dentro de él, sino ocupándome la neurona. Sí, tengo una sola neurona que muy masculinamente hace que solo pueda ocuparme de una cosa a la vez. Así que si pienso no oigo, si escribo no huelo, si hablo no veo…, y así… Es por eso que si manejo no contesto el celular. No porque sea peligroso, es que estoy manejando y por lo tanto no lo oigo.

Esto es indicativo de la tranquilidad que me produce echar pisón como un furruquero navideño. La única neurona está ocupada en no darle con semejante macana ni al tapial que es de madera de pino, ni a los pasadores internos, ni a la tapia precedente. Todo eso mientras se aplica la fuerza en cantidad justa sin darle con las manos al borde ni caerse de ahí. Hay que concentrarse porque el ruido del pisón es como andar en mi carro: pof pof pof, hasta que suena paf y ahí ya está bien.

Pero llega la tarde y debo irme a casa con premura porque como resultado de mi vida en el muelle a mi carro se le pudrió la caja de fusibles y no quiero saber qué le pasaría si trato de encender las luces. A veces me arriesgo a tocar la corneta tímidamente pero siempre pago este arrebato con horas de minucioso buscar dónde carrizo es que tengo que hacerle el nuevo puente al sistema eléctrico.

Así que me voy a casa después de haber regado las matas y dado de comer a los perros. Sorteo decibeles sólidos como las paredes que estamos haciendo, verdaderas saetas sónicas cuyas luces se descomponen y tuercen por su velocidad cercana a la de la imaginación, mandarriazos atávicos sobre bronce mitológico, balazos cuadrafónicos pixelados, petardazos megatónicos y reguetónicos, para finalmente sumergirme en un magma de sonidos oleaginosos pero perfectamente conocidos por lo que sus ángulos filosos no encuentran cuerpo donde incarse.

Porque el gerente sabio que transita el ruido no escucha gruñidos, gorgoritos, ni píos.

martes, 12 de mayo de 2009

Jardín del Edén

Mi padre se entendió con mi Madre
Bajo la cola del Dragón
y la Osa mayor Presidió mi nacimiento,
De donde resulta que soy
Duro y lascivo.

Fragmento del Rey Lear.
William Shakespeare.


Hace tiempo ya, unos buenos ocho o nueve años, me mudé para esta isla tan particular después de que tuve un lío mayúsculo que resultó de la quiebra estrepitosa de una gran empresa de construcción que hicimos crecer violentamente, y del mismo modo se vino abajo.

Creamos, mi otrora gran amigo y socio cuyo nombre me reservo por no venir al caso, de la nada, una especie de hongo invasivo que al amparo del hueco legal referente a la permisología para la construcción que sufre el sureste caraqueño, creció violentamente.

Para dar una idea puedo decir que éramos un grupito de cinco o seis personas que trabajábamos con nuestras manos generando trabajos por el orden de los treinta y seis millones anuales, lo que para la época permitía hacer el mercado y pagar el condominio si no había cuotas especiales.

Pero después de una exposición de esas de construcción organizada en el Poliedro de Caracas, contratamos algo así como millón y medio de dólares en menos de un mes lo cual nos obligó a crecer (casi cien personas) como Frankenstein, empujados por la locura y un corrientazo descomunal hasta el descontrol absoluto que solo es posible cuando se tiene más testosterona que sangre en las venas.

Me volví un bicho incontrolable, transgresor, atropellador, despectivo, ególatra, y profundamente ingenuo en el fondo por lo que se dejó ver más adelante. Confieso que hice cosas que pagué bien caro después, y bien hecho plátano jecho…

Por la razón que sea eso se vino abajo. La plata entraba a velocidades de vértigo aunque subrepticiamente se fugara más rápido, y respondiendo a la ley de gravedad la empresa subió y bajó. Plaf.

Recogiendo pedacitos de aquí y de allá con la realidad ante los ojos que inequívocamente me decía que en Caracas no contrataría nunca más ni una casita de muñecas, me vine a morir entonces a esta isla de los extremos.

La verdad sea dicha que poco me importaba ya si me quemaba el sol, si no tenía amigos, si la piel se me llenaba de ronchas, si pasaba hambre (porque de todo me pasó por cosas, digo yo, del plan de crédito del Karma) yo, personalmente, me entregué al vacío de esperanza, a la muerte del alma, al nihilismo, al no me importa un coño ¿qué me van a quitar la patineta también? ¿ah? No me jodan… Y me dediqué a sobrevivir un día y luego otro, básicamente porque tengo una hija chiquita (bueno, ya tiene once casi doce años) y hay que alimentarla ¿pero qué hice para alimentarla? Pues me dediqué a realizar trabajos de poco lucimiento y a soportar una malísima relación de pareja que no sobrevivió (lógica y naturalmente) a tanto avatar. Es decir, que decidí todo lo conscientemente que podía dadas las circunstancias, a poner veneno en la mesa de mi hija y es que estoy convencido de que aquel que pone en su mesa comida procedente de un trabajo que detesta envenena a su gente. Pienso también que esto no me importaba mucho porque total que yo ya estaba muerto.

Recuerdo que un domingo me rebelé ante mí mismo y salí en mi bicicleta de montaña a dar una vuelta larga por la Laguna de Las Marites y tras mucho echar pedal y remendar pinchazos terminé por salir cerquita del aeropuerto.

Pues bien, salí allá y me regresé por la autopista porque me había echado gran parte del día en eso y no quería un lío tan enorme en casa cuando regresara.

Llegué por fin como a las dos y media de la tarde bajo un sol que pocos pueden entender si no han vivido en esta isla. No basta haber pasado vacaciones, tienen que haberlo vivido. No tiene modo real de descripción. Quiero decir que por más palabras que gaste para explicarlo nada se parecerá a lo que realmente es (Por eso vivo con lentes oscuros de los que se usan para esquiar porque tienen gríngolas que me cierran la entrada lateral de la luz generándome un mundo propio y privado, amén de protegerme los ojos de esos rayos mortales que enceguecen a un tigre de bengala). Decía que llegué bajo ese solazo y como ya hacía rato que me había gastado el galón de agua del “Camelbak” además de la botellita de “Gatorade” que llevaba en la riñonera, no hice sino llegar, tirar la bicicleta llena de barro salobre de la laguna en el jardín y echarme un gran manguerazo ahí mismo.

El agua fresca me corrió por la cabeza y la nuca llenándome de una alegría básica cercana a la felicidad y por menos de un segundo pensé que después de todo mi muerte cómo que no era tan definitiva así que digamos…, pero pensando esto el agua tuvo tiempo de llegarme a la entrepierna y provocarme un ardor tan intenso que me cerró el ángulo de visión y me ensombreció el ambiente. Como pude corrí al baño y me saqué los pantalones de montar junto con los calzoncillos y gran parte de la piel (con todo y pelos) del territorio ecuatorial protuberante reproductivo, dejándome las humilladas bolsitas esas como una cabeza de pulpo pasada por agua hirviendo.

Esta horripilancia tardó casi medio año en sanar por completo porque el calor no lo dejaba curar. A diario sufría réplicas de tan telúrico suceso, que aunado al hecho del triste trabajo con el que me ganaba la vida y el trance terminal de aquel matrimonio, la verdad creí no merecer nada más de la vida la cual se convirtió en un molesto compás entre ese momento y el de la verdadera muerte.

Pero ese lapso me hizo darme cuenta de muchas cosas, de arrepentirme de algunas otras, de dejar de culpar a los demás por mis desatinos; me dio tiempo de dejar salir un Luis Guillermo más tranquilo, centrado, resignado, y tal vez espiritual. Me dio tiempo de darme cuenta de cuáles eran mis prioridades, de lo que quería de la vida. Y como tranquilizante de otra índole también porque mudó mi abstinencia, del desprecio conyugal, al motivo de enfermedad, lo cual sí se traduce aunque sea en una triste diferencia.

De lo que no me dio tiempo fue de darme cuenta de que debía dejar perder porque perdiendo también se gana. Pero no importa, después tendría tiempo de renunciar aun a un par de cosas más que más adelante, o no, vendrán al caso.

Recurrí de nuevo al infantil recurso del cinismo para defenderme de tanto disgusto colocándome del lado de a los que nada es capaz de sorprender porque al final la vida no es sino una mierda a la que hay más bien que sobrevivir sin sorprenderse de que en efecto la mierda parece ser infinita y mutable como “piumma ‘l vento”…, entiéndase lo que sea.

Pero he ahí que la vaina no se jode hasta que no se jode.

Conocí un excelente pintor con el que hice buena amistad y me dediqué a montarle sus cuadros… (Los antecedentes de este oficio no los relataré en este instante porque se me va a ir el cuento por sobre las cuarenta páginas) Esta relación de amistad comercial desembocó en que el pana me prestó un local que no usaba, que está en un centro comercial a la orilla del mar, junto a una marina en Porlamar.

Ya el hecho de que alguien volviera a confiar en mí y que yo pudiera volver a ganarme la vida sin tener que envenenarle la mesa a nadie me hizo demostrarme que en realidad yo lo que tengo es una tendencia real y profunda a querer vivir.

Hice mi casa ahí, en el sentido de que le entregué lo mejor porque sí, porque tal vez volvería a tener las riendas de mi vida, porque tal vez mi esposa ya no me odiaría tanto ni yo a ella, porque tal vez merecería esas sonrisitas bellas de mi hija querida. En fin, largué el resto y a consecuencia de eso aquí me dicen Luis, Luis el Marquetero.

Volví, mal que bien, a mantener mi casa, a poder ir al cine, a comer un helado…, pero eso no remendó lo “irremendable” (porque tampoco nadie quería remendarlo) y sobrevino la separación tan largamente anunciada, y en ese día y momento me fui a vivir al velero que había comprado mi Papá.

Aun en mi tarjeta de Sigo la proveeduría figura mi dirección de entonces “marina del Concorde, muelle de Carmelo, tercer barco a la izquierda”, lo cual indica el primer amarradero porque después lo moví al lado derecho para poder dormir bien. Es que yo no puedo dormir con la cabeza apuntando al sur.

Allí viví el tiempo suficiente para darme cuenta de que sí hay que renunciar a más si se pretende la claridad, la libertad (no me refiero a la de hacer lo que me de la gana, sino la de ser dueño de pensar lo que me da la gana) y una cierta aproximación a la espiritualidad.

Pensé muchos disparates también, como aquella noche de insomnio habitual en la que me dediqué (con Orión más arriba de la cruceta del Kamourashka”) a desentrañar la procedencia de cada ruido y llegué a la conclusión de que el castigo kármico al martirio tenía que ser la reencarnación en mástil. Sí, es que se pasa su existencia llevando fuetazos que le dan las drizas movidas por el viento. Pensé que una vida tan azotada para alguien tan recto era, lo menos, una iniquidad.

Pensé también en que la lluvia me estaba purgando el castigo por tanto sueño húmedo haciéndome mis insomnios más y más mojados cada vez por culpa de una exuberante temporada de lluvias y una cubierta como un colador.

No fui capaz de afrontar ninguna solución de índole práctica porque supongo que mi neurona estaba ocupada con la supervivencia del cuerpo. De hecho, no descuidé nunca mi alimentación, que magra sí era, pero sana como ella sola. Recuerdo que la vez que cometí un descontrolado exceso en una fiesta que hizo un gran amigo en la cual comí y bebí como Thor rescatando su martillo y estuve tres días fuera de combate enfermo como un tonto.

Salí del barco cumplida mi condena y purgada mi culpa hacia un apartamento que alquilé en Juan Griego, que aun quedando en un cuarto piso hacía agua también. Supuse que el lío acuático ya estaba solucionado, pero no. Salí del barco porque habiéndome hecho novio de mi actual esposa ella quería venir a pasar semana santa con sus hijos para hacer un bonito acercamiento entre ellos (sus hijos y mi hija, y todos a la vez) y yo no quería ni podía recibirlos en ese barco goteroso. Por eso me mudé. Bien se dice que el hombre solo se enrancha ¿no? Y qué puedo decir, que esa semana santa no hubo agua en el apartamento ni una sola vez… Qué joder…

De eso harán ya sus buenos cuatro años y pico con los que se desdibujaron todos los recuerdos no ya por la distancia temporal, sino porque ese lapso ha permitido que emergiera el Luis Guillermo que estaba abajo, pisado por la testosterona, la culpa, el qué dirán, las convenciones, la pensión alimentaria, el sol y los contrasentidos de esta isla.

No estoy seguro pero me parece que salí a la cordura atravesando la locura como dice Terry Pratchett... Sí, creo que o me terminé de tostar o los locos son los demás aunque eso realmente no me interese demasiado. Porque ahora veo las cosas con una serenidad sabrosa aunque esté angustiado por algún pendiente, que siempre los hay. He logrado darme cuenta de lo colectivamente aislados y al mismo tiempo lo solitariamente acompañados que estamos, todos a la vez.

El cinismo pasó a ser un recurso humorístico más que una línea Maginot de defensa inútil. La vida me parece ahora un fenómeno inaudito pero maravilloso al que hay que rendirle ciertos tributos de respeto haciendo el tránsito por ella con el cerebro encendido aunque eso signifique que se dificulte un poco actividades como el baile y la exploración del hemisferio derecho… Cierto, el cinismo fue innecesario, perdón, se me chispoteó…

Lo cierto es que me las he visto canutas y de cuadritos pero he tenido una vida revisada…, ¡uy! Eso sonó a despedida… No, lo que quise decir es que he venido manejando mi carro dormido y ha sido una enorme suerte que no me estrellara irremisiblemente. Pero si sigo al volante, ahora con los ojos abiertos y el cerebro encendido, es porque soy bueno en esto o porque tengo un santo grande que viene a ser más o menos la misma vaina.

Me da mucha risa, porque transitar el infierno con la promesa de alcanzar el Edén como combustible es una vaina que se inventó hace mucho y de la cual he dudado siempre. Me parece un mal sistema de comercialización de la idea que ahora me ocupa, pero lo cierto a mi modo de ver es que es más o menos así también. Basta con abrir un poco los ojitos estos con los que mi Madre me parió, mantener la conexión de las líneas auditivas con el centro de control, y básicamente no arrecharme mucho por las barbaridades de contradicciones que se suceden constantemente.

Sí, existen personas que promulgan la moralidad y la ondean como gallardetes, enseñas y grímpolas, pero a los cuales se les descubren dobles vidas, hijos secretos, infidelidades, inconsistencias… Gentes salvadoras que paran en matones… Prójimos que lavan las caras pero llevan los culos podridos… Tetas de goma, labios de no quiero saber qué, inyecciones de toxinas, para parecer aquello que no son y terminar pareciendo irremisiblemente lo que sí son… Carros exagerados para seres insignificantes… Negocios coronadores para los innobles… Religiones para los malignos… Sí, existen las contradicciones más aberrantes sobre todo muy expuestas en un microcosmos tan pequeño como esta isla y por eso más notorias, pero eso no es lo que me estrujaba la existencia.

Lo que me hacía dura de tragar esta, digamos, realidad, era mi inseguridad frente a este tema. Mi falta de convicción con respecto a la posibilidad de vivir fuera de ese pantanero. Mi fatalista intuición que barruntaba mi propia hipocresía. Yo también me contradigo, yo también quebré una empresa y le causé daño con mi profunda idiotez mucho más que culposa a gente que no me había hecho nada. Yo también metí máquina en un cerro para echarlo abajo sin permiso solo porque podía hacerlo. Está bien, yo no tengo hijos escondidos, pero sí puse uno que otro cacho y esa es la verdad. Yo he teñido virola para meterla como caoba. He comido más rápido que los demás para poder comer más. Yo le he mandado a lavar ese culo a más de uno que me quería mal, o bien, no es importante. Yo le he dado la espalda a más de uno simplemente porque me molestan. Yo he sido soberbio y arrogante y a veces sigo recurriendo a eso porque sí o por lo que sea.

El caso es que saber que las contradicciones nos hacen humanos, porque es que a un mono o a un perro tal vez se le haga difícil contradecirse, y que no existe gente eximida de esto hace más llevadera y hasta divertida la vaina, pero si y solo si meditamos al respecto. Que sea una decisión y no un impulso.

Ahora sé que si así lo decido, puedo ser un monstruo del averno o vivir en el Jardín del Edén. Y hacerlo alternativamente incluso. No significa más que lo que significa la condición humana misma.

Sigo usando mis anteojos de esquiador pero no ya como escudo ni como arma. Los uso porque, de verdad, hace sol que jode en esta isla del carrizo.