viernes, 13 de marzo de 2009

Equipaje

El hombre soltero tiene dos piernas.
Al contraer matrimonio, tiene cuatro.
Y luego otro par de piernas por cada hijo
que sume a su familia.

Maharaji.


Y si hablamos de una familia de Mamá, Papá, una chica de quince años, una de once, un niño de once años, más dos perros, un gato, y un morrocoy macho al que bautizamos burocracia y/o Morla…, nunca nombre de macho aunque esta inquietud es la que hizo que lo termináramos llamando por el nombre de Dionisio ¡buéh! Así es la vida… Una camioneta, un carro de treinta años, un velero que no sirve, una biblioteca de mil volúmenes, utensilios de cocina y demás peroles que ya envidiaría Melquíades. Un taller con más maquinas que operarios, un mar de maderas, óleos, acrílicos, papeles, fotografías, litografías, radiografías, ortofotogrametrías… En fin…

El caso es que cada par, o par de pares de patas o piernas, tiene su propia carga, lío, historia, problema, particularidad, y por supuesto da un tipo de guerra particular que requiere cuando menos mucho ingenio para llevarlo a buen remedio.

El último y más fastidioso ha sido el tiempo y la energía que ha habido que invertirle a los perros, porque es que es horrible eso de dejarse robar la energía. Que también tienen sus respectivos nombres pero que yo llamo Barcina y Butrona… Ellas son: una ridgeback casi cacri que resulta sifrina, nerviosa y tremebunda como una doña clase media que en un golpe de suerte logró su quintica en la Boyera en tiempos de Rafael Caldera y ahora se retrata con cartelitos que dicen no y punto… La otra es la monja que todo lo reprueba, a donde vaya. Sí: ladra y ladra sin paranza de noche, de día, de madrugada, ladra y ladra con su voz de foca que no canta el mambo porque tiene la voz pero no la cara, aunque resulta chaparrita eso sí.

Han sido semanas de alta ingeniería para lograr que se tranquilicen y estén más o menos cómodas y paren de joder, porque aquí llueve solo como en esta isla del coño puede llover, y se mojan aunque se les hizo una casa mejor que en la que vivimos nosotros.

Por cierto que en la Isla de Margarita, cuando cae un aguacero todo el que tiene dinero, a su peón solicita…, y es por eso que no se encuentra quién trabaje… Ya decía yo: culpa del calentamiento global o de Juan Carlos de Borbón, claro.

La grande se escapa, bien por arriba, bien por debajo, tanto que la bauticé para mis adentros Drew Mc Queen y es la que llamo Butrona pero sin decírselo a nadie para no tener que explicar mucho. Ahora está amarrada y ladrando, y cada vez más flaca porque por culpa del referéndum y de tanto sí como parece, pues ella no y no, sea cual sea la pregunta con su cartelito desclasado negro sobre fondo amarillo que no sabe que los demás sí sabemos alguna cosa.

La chiquita novicia monjita foca del carrizo ojona como una catalufa pisada de camión hace como Pérez Prado, pero mucho menos divertido. Solo ladra y ladra, la muy barcina sin necesidad de explicación…

Claro está que esto no sería nada si no fuera porque en la carpintería viven tres perros más: una amarilla que debe habérsele quemado un fusible o tiene un borne flojo porque ladra a todo, todo el tiempo. Claro que con el ruido de la sierra y del cepillo no se nota tanto, hasta que a la canteadora le meten una tabla de roble o zapatero y el perro negro y melismático se pone a aullar en el mismo tono y cadencia que la maquina… Les digo que Camarón de la Ciénaga no tiene nada que buscar con el Negro de la Canteadora, que canta lo mismo fandango que peteneras afinadas en viruta mayor sostenida, con sus bemoles, claro.

Pero no es el único que se tostó, porque el perrito chiquito (negrito también, sospecho que hijo de la ladradora amarilla y el gitano del cepillo por lo reloco que está) tiene una muy seria rata dependencia y le gustan más que la perrarina. Sí, corretea, caza, y come ratas. Claro que tiene el rostro desollado y casi no le queda nariz ya, que enfrentarse con esos seres inmundos no debe ser cosa fácil… Y bueno, también la rata ¡qué clase de periodismo el mío! Porque en mi opinión, con canuto o si él, no debe ser poco trabajo el inflar un perro ¿eh?

En asaz lo más jodido es el par de loros que están en la entrada del galpón, ahí, en su jaulita cómo si nada… Estos maricos loros se saben comunicar perfectamente cuando quieren pedir lo que sea que les venga en gana. El peo es que lo hacen a ladrido pelao, y no hay nada más difícil de obviar que un ladrido de loro a dos voces… Ladran y ladran para pedir la comida, la bebida, y el abrigo por la tarde o cuando llueve. O sea, que ladran más de lo que a mí me gustaría. Pero, la verdad, qué vela tengo yo en ese entierro. Digo.

Y por si se preguntan sobre el trabajo que da inflar un perro yo les puedo decir que lo que no se va en lágrimas se va en suspiros: en estos días llegué con Mateo al terreno y me encontré que algún gracioso le había quitado la tapita de madera que le había puesto al tanque, pero en lo que me acerqué me di cuenta que había un perro ahogado e hinchado ya, flotando dentro del tanque.

Bien, este no lo inflé yo ni le di palmaditas en el vientre, pero igual tuve que pescarlo con un lazo corredizo, izarlo del reblandecido pescuezo, y luego remolcarlo hasta la explanada de los carroñeros para que ejercieran su oficio en su provecho y mi descargo. El trabajo no resultó ser tanto físico cómo mental, porque hay que ver la sensación que da el arrastrar un odre que suena como bombita de cumpleaños (las que uno infla con la boca, no hay que olvidar esto) entre a pandereta y a chirrido gomoso con un no sé qué de samba, que pesa en ondas con las olitas de sus tripas pues se engancha de los mogotitos dónde deja un mechón de pelo corto culpa de la avitaminosis propia del rigor mortis, y que huele textualmente a perro ahogado, mientras se piensa en la horrible muerte que tuvo el condenado animal cayendo por sorpresa en ese averno líquido, luego luchando por salir, pronto (espero) agotado ya abandonándose a su suerte mientras lentamente se le llenan los pulmones de agua y va perdiendo la conciencia perra…, perra muerte, coño…
Pienso todo esto mientras, como Django, arrastro el ataúd bajo la lluvia por sobre el barro, pero de adentro no saldrá una ametralladora sino un cargamento de gusanos… Bueno, basta ya…

Entonces le puse una tapa de lámina metálica que duró un rato nada más, pues se la robaron ¡coño, que no me pelan! En vista de esto me puse a pensar que yo tapo el tanque para que no se le metan los sapos, porque me da como cosa, pero por esto murió un perro y me atacaron los ladrones. Entonces ¿qué es peor? Dejad que los sapitos vengan a mí, y el que esté libre de pescados, que tire el primer perro. Ya.

Por ahora el tanque está abierto a los sapitos que terminan siendo buenos para comer larvas y gusarapitos.

Y si se llegara a pensar que bueno, quién algo quiere algo le cuesta, les refiero el extraño caso del karma gatuno..., pues sí: resulta que teníamos un hermoso gato que venía siendo más que una gota de tigre un chorrito de fiera. Un gato de los que llaman siamés margariteño con un extraño don (dicen) de saber dónde queda la tierra y por eso acostumbraban llevarlo a bordo los pescadores antes de que inventaran el GPS de bolsillo.

Llegado el gato a la edad de tomar estado hubo deliberación en conciliábulo familiar para decidir la suerte de las bolas de tan salvaje animal. Por supuesto que no debo aclarar el por qué de que me decantara aceradamente por salvarle las bolas al gato que se llamaba Pericles, pero que yo quería llamar Hidráulico o Caimán por mis inclinaciones más bien mecánicas. Pero ya va, déjenme volver al cuento, que me pierdo: no le cortamos tan preciada pertenencia y el gato, al poco tiempo se fue y no volvió. Eso sí, dejó la urbanización plagada de infinitas bestias del mismo pelaje… En fin.

Al poco tiempo, ya acostumbrados a tener gato en casa que bien aleja otras alimañas, nos llegó a casa un gatito feo, bizco y cagón al que llamamos Cholulo porque tenía un chorro en el culo. Este gato, por cagón dio con sus huesos en casa de unos amigos que tienen un caserón enorme al que tardas varios días en visitar completo, en donde Cholulo pudo cagar a sus anchas y largas y sobre todo aguadas, pero nosotros seguíamos sin mata bichos.

Mi muy sabia esposa que se sabe una más que el diablo, se fue con Zoé a adoptar un gato en una casa de animalitos que queda por aquí cerca. Escogieron un lindo gatito anaranjado, ya sin bolas para que no hubiera disputa al respecto.

El gato, que se llama Batik porque tiene el pelaje hecho con esta técnica, y por un lado dice Toy y por el otro Leo (palabra) es un bichito juguetón, de buen humor, agradecido, y no tan cagón como bien se verá más adelante.

Con la mudanza el pobre Batik se ve en la necesidad de alternar y rozarse con una gata antipática que ya vivía en la nueva casa. Esto tardó un poco pero ya está más o menos superado y hasta juegan su poquito. El lío esté en que hasta acá llega una gata enorme y margariteñísima (entiéndase: zafia) que apalea y aterroriza al pobre Batik que no tiene las bolas para enfrentarla haciendo que el pobre cague y mee más que el mismísimo Cholulo (el cual parece que se puso un tapón en el culo) pues caga las paredes hasta una altura superior al metro (no me pregunten cómo hace) provocando un acérrimo deseo de darle muerte a la condenada gata.

Para tal fin se esbozó un plan “A” en el cual yo le disparaba con la pistola de señales del barco y para que no sufriera demasiado con una muerte ardiente de bengala incendiaria, rápido yo debía correr con el machete para decapitarla piadosamente. Plan “A” rechazado. No me iban a bastar siete reencarnaciones para sacarme ese karma gatuno de encima.

Entonces surgió el plan “B” y yo, como cosa mía, debía dispararle con la escopeta a las tres de la madrugada hora en la que la gata azota… Plan “B” rechazado ¿se imaginan a la petejota y al grupo B.A.E. (porque el G.A.T.O. se jodió desde que Molina Gásperi cayó preso) en la puerta de la casa porque se oyeron tiros en la alta madrugada ¡qué va!

El plan “C” parece ser el de los Borgia…, ya veremos…

Por eso no puedo evitar pensar en Maharaji y su acotación sobre los anexos en pares de patas (bueno, él se refiere a piernas, pero yo prefiero hablar lo de las patas) Es decir que si uno se casa va muy requetebien con las divertidísimas piernitas adosadas. Con lo de los hijos, vasectomía mediante, también se lidia a veces más a veces menos pero el promedio se pinta en azul.

Yo diría que aun los loros que ladran resultan llevaderos. Pero ¿gatos? ¿perros? Naranjas de la china.