lunes, 17 de agosto de 2009

Ritos, pasos, matrimonio, peldaños de la escalera interna de la felicidad.


Le dije a la belleza,
Tómame en tus brazos de silencio.

Aragón.

Entia non sunt multiplicanda
Praeter necessitatem…

Navaja de Occam.


Cuando oigo hablar de compromisos me parece captar que las personas entienden que se habla de un concepto compartimentado. De un tema que tiene niveles, grados, escalafones, gradientes. Parece que se habla de la escolaridad. Parece que se habla de calidad. Parece que se habla de temperatura. No sé, del sistema métrico decimal.

He escuchado montones de veces hablar de un puente medio caído. De un castillo medio de pie. De un carro que medio funciona.

Puede que sea culpa de las excesivas licencias literarias o poéticas que estiran el lenguaje tal vez por esa tendencia natural que tenemos los seres humanos de extralimitarnos de la realidad quizás porque nos sabemos demasiado pequeños.

Por eso se habla de la sonrisa que eclipsa el sol, de la presencia de la dama que hace temblar la tierra, del amanecer de oro, del atardecer de fuego, de que después de ti no hay nada más, de tantas frases que intentan explicar lo que no logramos porque de decirlo claramente (tal como lo pensamos) parece menos. Daríamos la impresión de que no tenemos imaginación, de que tenemos un escaso léxico, que estamos atrapados dentro de la realidad inclusive en el pensamiento.

Si yo digo que cada vez que pienso en ella se me desdibuja el mundo. Si yo digo que cada vez que la veo no tengo más nada qué ver. Si yo digo que el mundo se me mueve. Si yo digo que el sol se apaga…, si yo digo todo eso y más, lo digo porque es más bonito (según creo) que decir que si pienso en ella en realidad lo que pasa es que ocupa y nubla cualquier otra cosa en la que quiera pensar. Si la veo, en realidad lo que pasa es que no quiero ver más nada. Que estar con ella construyendo una vida a imagen y semejanza de lo que creemos es lo único que realmente me importa. Ser su compañero y ella mi compañera, que jugamos en el mismo equipo, que no hay que fingir, pretender, esperar, ilusionarse… Y así.

Hay que tener cuidado no nos pase como a los ciudadanos de Ankh-Morpork cuyo Patricio prohibió so pena de muerte cualquier licencia poética por considerar que son equivalentes a las mentiras… Bueno, no creo realmente que suceda una vaina así, pero lo cierto es que esas licencias no ayudan a la claridad del mensaje. Pueden terminar siendo precisamente la cárcel del romance y del amor. Una fórmula banal.

No voy a hablar mal de Neruda, Dios no lo permita, pero objetivamente hablando no estoy de acuerdo con él. Claro que no lo pasaría a cuchillo ni tampoco quemaría sus libros. Pero francamente creo que le hace muy flaco favor a las convicciones.

Sé por otra parte que los términos absolutos son del todo imposibles, tal cómo imposible es la palabra imposible. Pero es, o será posible solo en el lenguaje mediante las licencias literarias y poéticas.

Yo no creo que el amanecer sea de oro. Lo que pasa es que la luz del sol, en cuanto vence el azul propio de la noche parece oro. Pero no el metal. Solo su color. Y tal vez, si la noche fue muy fría o muy mala vale oro para nosotros, aunque si tuviéramos ese oro con el que comparamos al sol tal vez no hubiéramos pasado ni frío ni mala noche…, bueno, tan solo tal vez…

Entonces vienen algunas personas y hablan de no estar tan comprometidos o estarlo en algún grado en particular.

Ojo, que el edificio se cayó o no. Si está muy dañado y no es habitable por cosas de que se puede terminar cayendo de verdad, eso es otra cosa. Si el puente tiene un lado roto y no se puede pasar no está medio caído. Se le cayó una parte, de pronto hasta más de la mitad.

Si se dice estar medio comprometido es que no se está comprometido. Solo estoy esperando una de dos cosas: que se abra una salida para huir, o que me termine de convencer de que estar ahí es lo que quiero realmente, pero lo dudo… No se está comprometido. ¿Síntomas?: Yo te quiero a mí manera…, tú no me controlaste y por eso te monté la pata…, te tengo en la mira y con el dedo en el gatillo…, ¿y si nos divorciamos y después quiero tener más hijos?..., firmemos un acuerdo prenupcial…, ahí viene otra vez esa mujer del coño con su acostumbrada cara de culo…, mira mijo, si te vas a controlar un culito tráetelo y mátalo aquí en la casa que yo no quiero quedarme sola (ésta la oí de los labios de una joven madre en una fiesta infantil a la que llevé a mi hija)…, ese marido mío es una ladilla, se pasa el domingo echado viendo deportes por la televisión…, ¡cállate mujer y tráeme otra cerveza!... Ya saben: esas cosas…

Claro que toma tiempo aclarar los conceptos porque, tomándome una licencia literaria llamada símil, cada cual carga sus saquito de fantasmas por ahí por dónde ande… Está bien, lo diré a mi modo: uno es un miedoso en el grado único del miedo. Porque tampoco se puede sentir más o menos miedo. El miedo es único. La diferencia está en la presencia de ánimo que uno tenga frente a este fenómeno.

Por eso, cuando uno se enfrenta a un Sensei de octavo Dan, siente miedo. Pero es un miedo al que nos sobreponemos porque sabemos que al que le van a dar la paliza es al ego nada más. Sí, te pondrán uno que otro moretón en el cuerpo, pero no morirás. Solo aprenderás que las cosas de la vida son así. Y duran mientras haya vida. No vences el miedo. Te sobrepones porque tu vida está segura y terminarás aprendiendo algo útil.

Según lo veo el amor es un nombre que le damos a esa reacción físico-química (y seguro que algo más a lo que no le daré nombre aquí para no aburrir) que hace que a un átomo que le falta un electrón en la última capa se le pegue otro al que le sobra y conformen una molécula que a su vez hará lo mismo muchas veces hasta que terminen siendo todo lo que puedan ser. No importa que se desdibuje el átomo original porque esto será en aras de un fin infinitamente mayor (interesante licencia). El compromiso en ese caso es tan fuerte que hará falta un montón de energía para disolverlo.

Pensemos en la electrólisis del agua para la obtención de hidrógeno y oxígeno: Uno mete agua en un recipiente de vidrio. Le introduce unos electrodos metálicos llamados ánodo y cátodo a través de los cuales hará circular corriente directa. Pasado un momento empezará a separar los átomos que conforman el agua, pero pueden pasar una de tres cosas: que se pierda la conexión y volvamos a tener agua; que se nos escapen y perdamos los átomos por cualquier rendija; que aquella vaina explote porque la mezcla del oxígeno y el hidrógeno en estado gaseoso es tremendamente volátil… A esto que cada cual le haga el símil literario y poético que más le guste…

Claro que poniendo mucho cuidado y recursos a montones se puede obtener también combustible limpio para tantas y tantas máquinas… Pero sobre esto no hablaré porque entraría en terrenos tristísimos.

Entonces ¿por qué tendemos a escudarnos en medias verdades que son imposibles y deberían estar prohibidas?

¿Miedo tal vez? Y es un miedo exportado e importado. Viene de allá de donde no diré porque cada vez que se nombra se trancan las entendederas, surge el fanatismo, se etiquetan tendencias, se alborota el miedo, y nada de esto me interesa. Diría un amigo mío que todo este lío se la trae floja… Nos la trae floja, macho…

Soy un romántico en el sentido coloquial del término. No pienso tomarme un vaso de agua contaminada con el cólera para tener una muerte romántica ni jamás leerán de mí un verso dedicado a belleza de la palidez de una moribunda que se desangra bajo la luz de la luna… Ni Bizet, ni Lord Byron me cuadran… Bueno, sí a los veintipiquito cuando era un joven anciano atormentado por la derrota… Pero a los cuarenta y cinco siendo un joven vital y optimista ni de vaina, si me perdonan la incongruencia de mis propias licencias…

Soy un romántico, decía, que muy incontrovertidamente sabe que las imprecisiones son la sal de las novelas, porque si Pepita Pérez dice rápido que el bebé es del párroco se acaba la vaina en un solo capítulo y la televisora no vende los espacios para el Ace y el jabón azul. Por otra parte, también sé que si uno es demasiado preciso no logra tener con quién practicar las actividades sexuales que son tan necesarias como comer, bañarse y todo eso.

Por eso uno no le dice a la chica que le gustó (y mucho menos en los ochenta) que mis hormonas se alborotaron porque te detecté e identifiqué como una mujer sana con quien todo mi ser quisiera mezclar sus fluidos a ver qué sale…

… No creo que en primera instancia saliera uno con algo más que un bofetón por más que en eso esté basado todo el asunto de la perpetuación de la especie, la evolución y qué sé yo qué más… Aunque quién sabe, porque si ella también es sincera y sabe que nadie pensará que es una bicha por eso… Bueno…, la cosa es que ese tema es pura elucubración.

El caso es que ahí no existe compromiso alguno y es de lo que realmente estoy hablando (escribiendo) y lo que quiero decir (escribir) es que el compromiso es un peldaño en la escalera interna que recorre la felicidad de arriba abajo, y permítanme esta otra licencia.

Ya he dicho que yo veo la felicidad como una potencialidad existente entre el ser y el parecer, que mientras menor sea la brecha más cerca se está de ser feliz. Digo que si uno parece un ángel y es un demonio, no es feliz. Si por el contrario parece un demonio y es un ángel está más jodido todavía pero no mezclemos conceptos porque me pierdo.

Si parezco un hombre y soy una piedra, si parezco liberal y soy conservador, si parezco valiente y soy un cobarde, si parezco veloz y soy lento, si parezco leal y no lo soy (todo esto con sus ejemplos en viceversa) no soy feliz.

Y estoy claro en que para ser hay que empezar por parecer y esto es primordial. Pero hay que moverse, hay que transitar ese camino, y hay que apurarse porque no sabemos cuándo se acaba la lochita que le echamos a la rocola. Y mientras más nos parezcamos a nosotros mismos cuando se acabe el baile, mejor nos iremos a descansar.

Soy un romántico en el sentido coloquial del término y amo completamente a mi esposa… Por eso nos casamos anualmente todo los primeros de enero justo después de la media noche del treinta y uno con los pies metidos en el mar, y bajo distintos ritos, con la intención de seguirlo haciendo hasta cubrir los que conozcamos, para afirmarnos que nuestro compromiso no es eterno ni inexorable ni insoslayable, no es una prisión, es una decisión voluntaria producto de nuestra convicción de que juntos formamos esa molécula vital.

Que juntos somos lo que parecemos, que estamos en el camino de la totalidad con las manos agarradas y los ojos llenos uno del otro.

lunes, 3 de agosto de 2009

Anarquía y briquetas

[…] Noventa trastos con respecto a las otras tres…,
No, trastos no, grados, eso.
Solo que, solo que ahora no puede existir en este mundo,
Y el lugar tuvo que hacer pop hacia afuera…
¿comprendes? […]

Tomado de Pirómides.
Terry Pratchett.


A medida que pasa el tiempo una persona medianamente sagaz y muy poco reflexiva puede notar que el viejo decir sobre andar en círculo y no saber para dónde se va es más que cierto.

Bueno, que me perdone el querido profesor Ocanto porque es que los nombres de algunas cosas no me los sé. Cierto. La forma geométrica exacta no es el círculo porque a veces es más bien una elipse y cuando te descuidas resulta hasta una espiral.

Espirales, helicoides, elipses, círculos. No sé, no estoy seguro. Lo que sí sé es que el recorrido es curvo tal vez influenciado por algún tipo de masa ingente que modifica la trayectoria por culpa de la enorme fuerza de gravedad que genera, o más bien la gravedad de la fuerza, y la ejerce sobre la línea de la vida.

Y sobre la línea de la vida me dijo alguna vez una gitana más vieja que el tiempo, en el parque del Buen Retiro (una señora muy sagaz que lo primero que me dijo fue: “parecito faraó”, que te digo la buenaventura por unos pocos euros, y te adelanto que vienes de un viaje largo… Y lo último, después de pagarle, fue que no le contara a nadie lo demás), que la línea de la vida que pintaba mi mano tiene una curva sólida y clara. Que la cicatriz del corte con el clavo de la escalera de mi niñez no la engañaba aunque podía felicitar al médico que me la cosió.

Entonces reviso el borde de mi autopista, su isla, sus paisajes, y es cierto: es una curva. No pasa por el mismo sitio porque la dimensión que representa el tiempo, o más bien la interpretación que se hace de ese fenómeno que no existe (¿que sí? No me jodas ¿tú lo has visto?) hace que dos rayos no caigan en un mismo sitio solo porque para cuando cae el segundo ya el primero no está ahí sino en un paralelo espumante que no queremos entender porque no saldríamos de la casa nunca más.

A mí me gusta el paisaje. Tanto, que cuando veo y veo lo mismo simplemente veo lo que quiero ver. Nunca puedo ver lo que se supone que debo ver, ni lo que otra persona quiere que yo vea, ni lo que manda ley alguna. Veo lo que quiero ver. Solo eso. Veo círculos más o menos definidos. Tanto como me atrevo a definir porque es que la cobardía tiene sus aristas.

Por eso es que John Parker Dimitrinsky, mi perro, tampoco puede ver a nadie.

Ni a los Borbones, ni a los Tudor, ni a William Penn, ni a Lincoln, ni a De Gaulle, ni a Patton, ni a Idi Amin Dada, ni al PRI, ni a Buffalo Bill, ni a Mao Tse Tung, ni a Marx, ni a Hittler, ni a Lenin, ni a Gómez, ni a López Contreras, ni a Rómulo, ni a Rafael, ni a Ibáñez, ni a Pasternak, ni a Trotsky, ni a Adriano, ni a sí mismo. Por mencionar solo a algunos objetivos de su ceguera.

Porque no le da la gana. La ceguera es voluntaria porque es necesaria. Es como la distancia. Como el tiempo. Como dios. No existen pero son necesarios.

Si no logro explicar lo que trato de decir fijémonos en Buda, ese gran anarquista incomprendido. Él tuvo una larguísima vida dedicada a predicar que somos dueños de nosotros mismos, pero al morir dejó la cosa en manos de unas personas con muy buena intención pero con el alcance limitado a dictar una serie de normas para llegar a ser budas. Algo así como que si quieres llegar a iluminarte y ser uno con buda tienes que hacer no sé cuántas genuflexiones al día, meditar otras tantas, estar pilas con el tema del karma…, qué sé yo. Finalmente no tiene nada de malo, solo que de lo que se hablaba era precisamente aceptarse a uno mismo como dueño de sí mismo, de las consecuencias de sus actos y de toda esa vaina que no tenía nada que ver con un librito de normas. Pero está claro que para ser budistas hay que seguir unas leyecitas de nada ¿eh?

Ser adultos. Eso es todo. ¿Utopía? No, la utopía no es posible y yo estoy aquí sentado escribiendo ¿no?

Yo no creo en las leyes ni en las figuras paternales. No creo en nada que me obligue de forma definitivamente abstracta a aceptar disparates concretos. Dogmas, por ejemplo.

Una verdad que todos los anteriores asumieron y aceptaron es que la anarquía es sinónimo de la mezcla del vandalismo y la violencia. Entiendo que con la ceguera inherente, al ser humano se nos pierde la paciencia con facilidad y finalmente la letra con sangre entra. Es decir que si uno se pone un poco bruto, con dos garrotazos o tres, se termina entrando en razón.

Jajá. La razón de la pólvora. Del grito. Del manotazo. De la mala cara. De la desaprobación. Como me dijo el bueno de Simoncito una vez y cito textualmente: “los conquistadores les ganaron a los indios porque llegaron con la razón de su lado”… Dijo esto manoteando con vehemencia sobre una biblia… De locos está lleno el mundo... Me pregunto qué pensará ahora que hay una demanda internacional interpuesta por los indígenas del nuevo mundo ante los tribunales de no sé dónde contra España por la degollina que organizaron por acá metiendo en el mismo paquete junto con el cuchillo y la pólvora a la biblia y las enfermedades contagiosas varias que trajeron… Vaya razón ¿no? Claro, son loqueras que se dicen en la irreflexiva juventud, pero el caso es que esa idea no es exclusiva y eso es lo que me hace pensar.

Si a mí me desagrada tu manera de ver las cosas reviso y actualizo la mía. Es la única que me interesa porque es la única con la que vivo veinticuatro horas al día. Las demás las veo solo cuando me topan y perfectamente puedo escoger qué hacer cada vez.

Es lento, sí. Pero para eso tengo mi sentido del equilibrio.

El esquema en el que quepo es uno curvo. Mucho más grande de lo que puedo concebir. Mucho más grande de lo que estoy dispuesto a imaginar, y lo llamo esquema porque me falta léxico y realmente no sé cómo llamar ese accidente que produjo la vida y que va pasando por este momento bajo la lupa de los aminoácidos que generan estas ideas que sé bien no deben pasar al mundo de lo material. Son solo ideas y así deben quedarse.

Siempre repito la frase de mi abuelito que decía que él era ateo gracias a dios. Era su forma aguda de decir que ese tema no le preocupaba y estoy seguro que aunque se autoproclamaba comunista esto también lo traía un poco indiferente porque era anarquista. Todo lo ponía “sanamente” en duda. De esto se trata precisamente. Es que aceptar algo a pies juntillas, adoptar una bandera, llevar a cabo una misión, pertenecer a un club, para mí no es sino miedo.

Miedo a no encajar en ningún grupo. A no pertenecer a ningún club. A no ser popular. A pelar bola toda la vida.

Y porque pelo más bola que el inmortal es que hago briquetas.

Porque me acordé de mi otro abuelito que decía que el que no era adeco no tenía partido y que también decía que si la plata rindiera como rinde la ropa sucia, solo se le ensuciaría a Emilio Torcatt. No tengo que decir que ese señor era el del dinero en esa zona.

Séneca servía a su tiempo con unas ideas muy interesantes, pero Seneca no masca para pasarme unas facturas por la energía eléctrica que me dan un poco de amargura porque no se compaginan con el mal servicio que venden. No me sirve. No tengo que aceptarlo aunque me extorsionen con la amenaza de que si uso energía alternativa no me darán más el servicio. Ya veremos.

Esta semana tuve que pagar doscientos bolívares fuertes para que los del camión de la basura se llevaran el cerro de aserrín que tenía en la carpintería. Porque el aserrín sí que me rinde.

La lucha para que los del gas me traigan las bombonas hace que yo mismo tenga que cargarlas para ir a cambiarlas cada vez que se acaban. Vienen a los quince días que los llamo si tengo suerte.

Las leyes se hacen para proteger los intereses de los que las redactan y por eso es que no me gusta el cemento. Es el material por antonomasia. Antisísmico. Duradero. Estable. Suena a conversación con whisky y reloj de oro… Se fabrica a partir de piedras como las que extraen de los morros de San Juan. Las muelen y las calcinan, y las mezclan con algo de escoria y algunas otras cosas. Acaban con las montañas, recalientan y contaminan el planeta, redactan el código sísmico y te obligan a usarlo bajo la rigidez del ente llamado ingeniería municipal sin cuyo permiso y venia el banco no te presta la plata para que te hagas la casita que tanto necesitas.

Por eso hago briquetas.

Porque me sobra aserrín. Porque lo compacto bien y me sirven para cocinar, para calentar el agua del baño, para que Seneca y los camiones de gas y de la basura no me extorsionen, para no contaminar tanto, y finalmente porque prensarlas significó distraerme diseñando y fabricando el ingenio para compactarlas. Porque reuniendo el aserrín y metiéndolo en la prensa, porque apilándolas y luego usándolas me relajo sintiéndome profundamente anarquista.