sábado, 12 de septiembre de 2009

Giuseppe Bergman.

Debo dejar de mirar hacia arriba.
En este capítulo no he hecho otra cosa.
Ya he pescado la tortícolis.

Corto Maltese “Cote de Nuit
e Rose de Picardia”.
Hugo Pratt.


Sí, Teopompo Teometo Jean realmente conoce a todo el mundo. No sólo, sino que vivió todo, todo, todo. Como Rodolfo Orozco que tocó con todos, por poco no tocó con Colón…, Coloso…

Jesuita Joe hace canotaje muy lejos de Ontario y las Dakotas pero siempre entre tories. Tal vez solícito. Cruelmente solícito. Reprimidamente solícito…, en lagunas de aguas verdosas pero transparentes con las orillas llenas de juncos.

Era un laguito que estaba entre coníferas muy viejas. En kayac, en canoa, en chalupas y bateles…, hasta en botecitos de ruedas de paletas. Sí, unos con manillitas laterales que podían girar sobre si mismos como los Hovercrafts de la tesis de mi Papá.

Ojo, que no es cuento.

Black Water River pasa por detrás del College en Braintree. Parece que hubieran hecho una limpia zanja en la grama del patio y la llenaran de un agua color pavón de escopeta que no parece correr. En él entrena el equipo de remo en kayaks. Son de dos colores. Un equipo es naranja quemado, y el otro equipo es índigo desvaído. Un niño de seis años rema con ellos aburridísimo.

Y Claro, también están, el laboratorio de metalografía y Mr. (Pad) Lock con su mandíbula completamente cuadrada. Sung Chay que saludaba cantando “good morning Sung Chay, the earth say hello”..., Lane que no se hacía la belga a la hora de lavar los platos, las españolitas agarenas juguetonas que llevábamos a casa a veces, y el jordano de cuyo nombre no recuerdo la ortografía pero sonaba Sammy. Por eso el curry, el aloo goby, el sambal oelec, chapatis..., y el fish and chips.

Batallas en la nieve en las que acababan los enfrentamientos porque una infalible bola de nieve me atiza directo en la pupila. Mi divertida venganza consiste en esperar que mi Papá cayera al suelo porque en el montículo del camino se acumula menos y los esquíes hechos con los brazos del sillón que encontramos botados “near Little Hallingbury” se pegaban de la congelada hierba y entonces mi joven Papá iba a dar con sus huesos al nevado suelo. Allí lo emboscaba yo y le daba un repaso de bolas de nieve, de arriba abajo. Pues sí.

Fútbol en Bishop’s Stortford forest. Prácticas de arquería entre dos vetustos pinos. Mi Mamá descansa sobre la hierba con su vestido sicodélico en pose de la maja vestida. Detrás está el lago lleno de botecitos de remos y señores pescando en las orillas. Mi Papá se parece a Engelberg Humperdinck…, “please release me and let me go…” Mi hermano persigue mariposas con la red de sacar pescaditos del riíto pica-pica. Ruth me tuerce los ojos cuando la sorprendo mirándome. Steve trepa los árboles infinitamente mejor de lo que yo lo haré nunca… Mr. Leah espera que su Triumph (o era un Rover, o tal vez un Hillman, no me acuerdo pero era blanco y azul celeste) se enfríe para ponerle agua en el radiador… La camioneta Ford Anglia sigue con el carburador sucio y a veces corcovea tanto que hace que las botas del pantalón de mi Papá salten.

En las mañanas mi Papá me lleva al colegio en Braintree por una carreterita que ya no existe porque en gran parte la sustituyó la A120, pero en aquel entonces el paseo era muy lindo si te gustan los árboles viejos, las hojas secas y la neblina. La carreterita por la que parecía caber un solo carro pasaba por Takeley y por dentro de Dunmow que era apenas algo más que un caserío pero tenía su clásico Pub en el cual no me dejaban entrar, después pasaba por Spellbrook antes de entrar a la ciudad.

De regreso en la tarde la ruta era todavía más bonita porque no iba al colegio sino de vuelta a mi casa. Lo que me hacía gracia era que la misma carretera cambiaba de nombre cada milla más o menos. Sí, saliendo de Braintree se llamaba Rayne Road, luego Dunmow Road, después Stortford Road, más allá otra vez Donmow Rd, y al pasar Great Hallingbury se convierte en Church Rd…, un lío esa gente para poner nombres… Si uno va hacia el norte por River Mead, que es donde está la curva del Black Water, se consigue de frente con el puente de Convent Hill. Al pasarlo, la calle se llamará Church Lane… Geniales estos británicos ¿eh?

Bueno, el famoso cuento del conejo que fotografió mi Papá pero que nunca salió en la foto fue justo entre Dunmow y Braintree en una lomita de grama en la que siempre estaba estacionado un remolque rojo y negro enorme. Era la entrada de una granja o algo así.

Toda esa ruta la hacía la Ford Anglia todos los días roncando como un Lotus Seven, o corcoveando como un pony asustado por culpa del carburador. Con mi Papá agarrando curvas que ni Fangio con sus pantalones blancos y su camisa a cuadros tipo tweed con el pañuelo amarrado en el cuello y una sonrisa pícara de medio lado tipo Marlon Brando…, o con el ceño fruncido e imprecando más que un carretero gallego porque la maldita gasolina de este país del carrizo que no saben hacerla o qué porque le meten taquitos parece que de carbón que todo lo mueven con carbón estos ingleses del carrizo (corcoveo corcoveo peo peo corcoveo) maldita gasolina del carrizo de este país del carrizo… En fin…

En una entrada de París se volvió a accidentar la camioneta. Un tipo nos gritó ¡anglaise, cochons! Y eso que ya habíamos gastado el tanque de gasolina que pasó el Pas de Calais con nosotros... Pero el gendarme que se nos acercó hablaba español y fue muy gentil mientras la veleidosa Ford Anglia quiso arrancar otra vez… No sé, me parece que tanto a los ingleses como a los franceses les gusta complicarse la vida más de la cuenta… Hablar inglés o francés está muy bien, pero si finalmente van a acabar hablando en español, digo, para entender lo que dicen ¿para qué se complican? Hasta el mesonero en el parador aquel sobre la autopista en la Normandie terminó hablando en español con nosotros, tan francesito y todo…

Un “Tyne” desarmable: Ondina. Regreso a la Badalona antes de despertar. Voces conocidas. Nostalgia. Regreso.

El club de remo me lleva de cacería por Las Majaguas, de expediciones espeleológicas, de campamento en palafitos… De vuelos de aeromodelos, de saltos en cama elástica… Y al jovencito de ocho años no es que haya que esperarlo mucho aunque bostece más de la cuenta. Sería del estómago, diría Flaubert.

Mi primera herida con arma de fuego me la propinó el percutor de la Winchester calibre dieciséis con su culata recién aceitada. Me agarraron dos puntos de sutura debajo del hueco derecho de mi nariz y mi Mamá me cantaba “la culebra no tiene cueva, bigote blanco se la tapó, se la tapó se la tapó, se la tapó que lo digo yo”… Yo tenía ocho años. Era 1972.

¿Soy valiente? ¿soy loco? ¿será que lo que soy es roliverio de inconsciente?

Temple ignoto. No sé ¿desconocido? Más bien ignorado. Sí, como un estudiante o mejor dicho: un espectador. Un espectador de la vida. Algo así como echar un viaje larguísimo siempre mirando por la ventana.

Salgo y me aburro. Me quedo y me aburro. Dentro de mí vive el aburrimiento. Debo encontrar la aventura porque me estoy haciendo viejo. Me dejó el tren. No hago nada apurándome porque, total, ya llevo retraso… Tengo nueve años ya ¡qué horror!

Mi herramienta favorita es el soplete de oxicorte. Corta, funde, suelda, deforma y transforma. Sirve hasta para forjar. Mi Papá insiste que no pegue el dardo al material, que así no sirve. Soldar con y sin aporte. El electrodo es una ladilla, cuando está bueno para soldar viene y se acaba. Me gusta más el acetileno.

Mis cañoncitos para jugar con los soldaditos los hice fundidos. De aluminio. Yo mismo hice el modelo, el molde de arena, el vaciado, los limé, y mi Papá les hizo los huecos. Yo los cargo con cabezas de fósforos y les meto un perdigón. Disparan más o menos. Quiero hacer uno de bronce para cargarlo con pólvora negra.

Qué fastidio. Me aburro… Es que estoy tan viejo. Tengo diez años… Me jodí…

Día de Reyes. Año 1973. Eclipse parcial de sol en Caracas. Parece que el aire se viera a través de una taza de te no muy cargado. Está muy fresco. Hoy vimos motos: la Lobito Bultaco blanca con la raya roja, muy cara; la Benelli 90 rojo Burdeos con las letras amarillas, muy grande; la sesenta Yamaha blanca con la raya azul celeste, carísima; la Guzzi Cóndor rojo Ferrari con las letras doradas, muy lujosa; la Derbi C4 rojo prismacolor con la raya amarilla, se ve endeble; la mini Kawasaki verde botella con la raya marrón, no tiene croche; la Gilera 125 amarillo caterpillar con la raya negra, demasiado grandísima; la Minitrail Honda tanque blanco con el chasis rojo, tampoco tiene croche y sólo tres velocidades… Por fin: la Italjet 50cc motocross infantil. Croche, cuatro velocidades, cauchos de tacos, carburador Dell’Orto de 18mm, magneto Minarelli, caja de cambios Ducati, bujía caliente LG1 (en serio)… Esta es. Amarilla con la raya y letras rojas, identificada con la placa número 1…, mil doscientos bolívares. La pagamos y la buscamos mañana.

Luego el Piccolo. Tenía 14’ y ocho metros cuadrados de vela latina. Vamos en él, Manuelón, Belkis Aída, Adriana y yo un sábado en la mañana. Parece que se hunde porque la chalanita aquella nos bañó con su estela. Va por debajo del agua y su cubierta blanca y azul se transparenta en el agua sucia del lago. La ola nos llegó al cuello. Risas bonitas a los catorce años.

Qué cambio. Hace un mes jugábamos a remolcar un barquito de juguete al que llamábamos Papaleco. Mientras más viento hace más divertido es porque el barquito da saltos histéricos que matan de la risa. Risas infantiles de trece años.

Después la Kuipa, que era un Pampus de 22’ también blanca y azul con su lastre de seiscientos kilos y esa manera de crecerse con los cadenotes bajo el agua cuando al lago le daba por echar humito... Y también la Guacamaya, que era un Kestrell todo blanco pero con las velas azules. Este perol era lo máximo con el spinaker puesto.

Una vez volqué el Orión por virarlo sin descazar la escota de mayor con una tripulación dada más a discutir que a maniobrar. Un atardecer de domingo con un viento del norte que trataba de apagar el relámpago del Catatumbo. El Orión en perfecto estado con todo su aparejo de competencia. Casco azul y velas blancas. El penacho de humo de la fábrica de cemento está completamente horizontal. Es la misma vaina que un fórmula uno. Me lo puse de sombrero, pero cuando llegó el rescate ya estaba adrizado y largábamos agua como es debido.

Aburrido, aburrido, aburrido.

El primer ocho que se hizo a bordo de un Laser en la rada del Los Andes Yatch Club lo hice yo, y acto seguido empecé a hacer amigos allí.

Pero Teopompo Teometo Jean ya conoce a todo el mundo, y sigue conociendo más gente porque nacen cada día.

Jesuita Joe no rema. Tiene problemas con el manguito rotador. Se aburre. Se aburre. Se aburre porque es un viejo desde que nació. Muy lejos de Ontario y ahora afortunadamente también de los tories.

Giuseppe Bergman encontró la aventura cuando dejo el actorazgo. Cierto, es muy probable que esa palabra no exista, pero él vivió entre ingleses y entre franceses y no para de complicarse lingüísticamente.

El guión es ingenioso. No es aburrido. No está viejo el tipo: está vivísimo.

¿Soy valiente?

¿Soy un loco?

¿Soy roliverio de inconsciente?