jueves, 26 de febrero de 2009

Proyecto La Guachafita.


De piedra ha de ser la cama
De piedra la cabecera,
La mujer que a mí me quiera
Me ha de querer de a de veras…

José del Refugio Sánchez Saldana.


La primera vez que pensé en tener mi propia casa fue cuando, a los trece años, me fui a vivir a Maracaibo con mi Papá, y una vez allá, vi que tal vez no sería mala idea el tener mi propia casa.

Claro, a los trece años me topé con obvio obstáculo de la carencia de sentaderas que ostenta la cucaracha. O sea, la pregunta ¿con qué culo se sienta dicho ortóptero?

Pensé en una opción romántica que fue consecuencia natural de la extraña compra que hicieron mi Papá y su compadre Guillermo López, de un terreno en El Curarire. Esto queda en la costa occidental del Lago de Maracaibo, una hora y media al sur, en donde la barriga del lago se pone tan ancha que no se ve la costa oriental.

En ese terreno ya había una casita más o menos rural con su mitad de techo de asbesto y su otra mitad de paja (porque de esto en todas partes se encuentra) en la que vivían unas personas que siempre que llegábamos allá nos brindaban ron y sancocho de armadillo. Así es como le dicen allá al pez corroncho pariente salvaje del coridora de acuario.

Sí, es el hervido más feo del mundo sin querer disminuir ningún otro. También es el más sabroso y sustancioso que he probado en mi vida tal vez compitiendo de cerca con el cruzao que hacía mi difunta abuelita Cruz Antonia Longart que en paz descanse y mi palabra no la ofenda.

El caso es que antes de que se me clarificara en la cabeza el extraño caso de la compra del Curarire, ya me había atrapado Freud y hasta ahí llegó ese primer capítulo mitad techado con asbesto, mitad con paja, también por la edad.

Después nos mudamos a Barquisimeto y al poco tiempo mi Papá hizo otra compra extraña (pero menos) en las cercanías de un caserío llamado Baragüita que cae vecino a Bobare. Esto es por la salida norte de Barquisimeto que une el estado Lara con el estado Falcón, atravesando las sierras de Baragua y la de San Luis. Un sitio muy bonito, la verdad sea dicha, al que solo se le echa de menos el mar.

El caso es que el terreno que compró mi Papá allá es grande y le sobra suficiente. Ahí se me reavivó la llamita de tener mi propia casa. Le pregunté a mi Papá y todo si él donaría un pequeñísimo pedazo de ese sitio para tan noble causa y me dijo que sí.

Yo trabajaba en ese entonces con mi Tío Francisco Guzmán quien tenía una importadora de maquinarias de taller, qué sé yo, que si tornos, fresadoras…, esas cosas.

El caso es que algunas de esas maquinas venían en unos cajononones tan grandísimos, que yo pensé que uniendo varios se haría una casa muy interesante que se podría abrir y cerrar como los robots esos de las comiquitas que se llaman transformers, o algo así.

Esas cajas eran de pino tratado, de contrachapado para exteriores, con una sólida estructura interna y muy bien armados para poder soportar la de trancazos que llevaban en el viaje más el burrángano peso de lo que llevaban dentro. Eso me puso a pensar en que no tendrían lío ni siquiera con el sismo. Claro, inocente de mí ¿dónde se ha visto una caja rota por un terremoto? También yo, que carajito ¿ah?

El caso fue que en medio de esa negociación entre cajas, transportes, terrenos, todo esto sin un mediecito en el bolsillo vine yo a quebrarme tibia y peroné tercio medio, lo cual dio con mis huesos en la casa de mi Mamá, en Caracas… Otra casa que se la llevaba el viento. Esta vez, de madera.

Luego, para no llevarme diez páginas aquí atentando contra el tiempo de cada quién, una cosa me llevó a la otra y tras haber pasado por múltiples avatares y oficios que van desde dependiente de ferretería hasta camionero de una fábrica de bragas (overoles de trabajo, no pantaletas), desde oficinista hasta dueño de mi propia constructora, desde dibujante de sala técnica hasta marquetero y restaurador de obras de arte ¡qué de vueltas da el mundo! ¿no? Vine a pensar, que cómo a los tres cerditos del cuento, mi casa se la llevaba el viento porque no pensé sino en paja y madera, y que mi próxima casa la pensaría y construiría en piedra.

Entonces comenzó el idear la casa que queríamos. Nos reunimos mil y una vez mi esposa, nuestros hijos y yo, a hablar y a dibujar casas. Les encargamos a los niños el proyecto de los cuartos que querían bajo ciertos parámetros de dimensiones básicamente. Aprendieron a usar el escalímetro y a intuir la perspectiva mucho más rápido de lo que yo, padre sumamente objetivo, me hubiera imaginado.

Pronto tuvimos definidos los espacios de cada quién, y nuestro trabajo fue meter todo eso dentro de un mismo proyecto que funcionara lo más parecido a nosotros mismos para no andar padeciendo luego de esquizofrenia habitacional.

Hicimos como quince pre-proyectos en algunos casos hasta con maqueta a escala, y cada uno fue rebatido por cosas como ¿y cuanto cuesta eso? ¿de dónde sacamos la gente para que trabaje eso? ¿esos materiales se consiguen en esta isla del carrizo? Entonces terminó entrando en la ecuación y razonamiento la coherencia.

Una casa, a decir de mi amigo el insigne monseñor y arquitecto Roberto Herreros i Gabasa, es un traje que uno se pone al entrar en ella y se lo quita al salir de ella. Pero cambiarla o modificarla no es un asunto tan fácil que se diga y por esto es que hay que pensarla muy bien.

Llegamos pues por esta vía a una casa que cuando le enseñas los planos a alguien lo primero que dice es ¡coño, que ambiciosa! Y sí, tal vez lo sea, porque la ambición a la que se apunta es nada menos que a la de la coherencia. No me voy a extender en este tema que me gusta tanto porque tal vez ya lo habré tratado una o dos veces y no hay que joder tanto la pajarita.

Total que nos pusimos de acuerdo todos los interesados, hicimos los planos con nuestro gran dibujante que es conde, y empezamos a buscar cómo es que se hace una casa sin un mediecito en el bolsillo.

Una, la casa tenía que ser concebida de manera tal que el mayor gasto fuera músculo porque de eso hay un poquito mal que bien y aunque me de fiebre cuando se me va la mano. Dos, los materiales debían ser de lo que se consiguiera a no más de quinientos metros a la redonda, o menos de ser posible.

Aquí tengo que decir que algo que nos ayuda mucho fue un acuerdo que logró Anne-Marie (mi linda y brillante esposa) con CVG Proforca a los que le hicimos un pesebre tamaño uno a uno y ellos nos pagaron con madera. Veinticinco metro cúbicos de pino de primera secado al horno, para ser exactos. Así que por madera no hay problema y no se la va a llevar el viento porque como yo ya me sé el cuento, la voy a anclar con piedras que ya conseguí en la cantera del frente.

Bueno, en lo concerniente a financiamiento…, los bancos nos demostraron una vez más que solo le prestan dinero a quién demuestra no necesitarlo. Banca privada, o pública. Son la misma mierda. Nos prestan por política de no sé qué vaina, noventa mil para comprar casa hecha… ¿Qué vamos a comprar con eso? No me digan. Para auto construcción no prestan realmente a menos que tengas la mamá de las palancas y/o te bajes bien bajado con algún gerente como uno que yo me sé, pero del que no diré nada porque no me quiero amargar la vida.

Total que la Mamá de mi esposa (no me gusta llamarla suegra porque es un apelativo que no le cuadra a una mujer tan del carajo como es) no prestó una platita más o menos y ya estamos en la brega.

Con esa plata ya hemos abierto las calicatas y zanjas para fundaciones directas y cimentaciones ciclópeas, porque es que el asunto terminó más que mixto: mezcladito como los macedonios. Es decir que las técnicas se entremezclan de un modo casi divertido.

El sistema de fundaciones va desde el bien probado cimiento de granzón con sobrecimiento de piedra mampuesta para soportar la nave central que es de tapia y adobe crudo, hasta unos paraboloides de ferrocemento que soportará (o más bien anclará) la parte liviana de la estructura.

Ya estamos rellenando los cimientos para la primera compactación pero se me fue la mano ayer con el esfuerzo físico y llegué a casa hecho un cristo. Hoy descanso, y mañana sigo con entusiasmo, pero sin exagerar, como bien dice mi hija Natalia.

Vamos a abrir un blog exclusivo para la experiencia de la autoconstrucción del proyecto La Guachafita en el que explicaremos paso a paso todo el trabajo, pondremos las fotos, plano, soluciones, tecnologías, cuentos, y todo lo relativo a este sueño que se va volviendo realidad a punta del concurso del ingenio y del músculo.

domingo, 15 de febrero de 2009

“Mudanza”

¿Quién mejorará mi suerte?

La muerte.

Y el bien de amor ¿quién le alcanza?

Mudanza.

Y sus males, ¿quién los cura?

Locura.

De este modo no es cordura

Querer curar la pasión,

Cuando los remedios son

Muerte, mudanza y locura.

Miguel De Cervantes.

Bueno, sí: nos mudamos…

Nos echamos una semana y pico en ese lío porque en la nueva casa no cabían los corotos nuestros completos y tuvimos que mudarlos a la carpintería en la que además guardo veintipico de metros cúbicos de madera y un sinfín de maquinitas, herramientas, perolitos y chatarras, amén de un par de camiones volteo de aserrín y virutas porque no hallo cómo botarlos.

Y claro, también está el hecho de que me dejé atropellar por más de tres años de nulo mantenimiento y ¡hay que ver cuanto desastre acumula una casa que parece funcionar muy bien!...: bombillos, interruptores, bombas de agua, pintura, pelos de perro, trocitos de hilos y cabuyitas varias, cartoncitos y recortes de celofán, un fieltro de pelusas y telarañas, trocitos de jabones, hormigas muertas… Pero como dice Virulo: tranquilo, que todo llega en la vida.

Es una historia plural porque no nos pasa a nosotros nada más. Hasta el japonés americano de los libros de auto ayuda financiera (que llevan de la mano a todos los limpios como yo guiándonos cual Virgilio a través del purgatorio económico) dice que la mayoría estamos (y se refiere a gente que ni siquiera vive en este país) presos en una trampa que él llama carrera de ratas ¿o era presos en una carrera que él llama trampa de ratas? No importa. A lo que me refiero es a que si trabajo para vivir no tengo vida. Por lo tanto, si quiero vivir, tengo que poner a trabajar a otro.

El caso es que tres paniaguados de escasa monta y prestancia, en tres horas los ganapanes nos costaron en maravedíes vitualla y matalotaje, otrosí que reales de a ocho y no poca congoja, lo que en tres semanas de tártago laboral habíamos acumulado…, y esto quiere decir que eso de poner a trabajar a otro se refiere a otro, que no es ninguno de los que he logrado contratar en el último lustro y medio.

Pues sí, contratar a alguien no es algo que a mí me quede muy claro en sentido alguno porque termino casi trabajando el doble para enderezar lo que el ceporro del malísimamente mal llamado ayudante hizo mal, recuperar algo de la madera que echó a perder, reparar la maquina que dañó, volver a comprar el epoxi que botó y que vale una millonada, el litro de aceite de linaza hervido que me cuesta tantísimo (y que según él es una mierda que tendría que sustituir por sellador y tapaporo), pensar por mí y por él muy eficientemente antes de que se le ocurra romperme alguna otra cosa. Todo eso muy rápido porque ya mañana es viernes y encima de que debo pagarle, además, tengo que calarme calladito la mala cara que pone porque no le estoy pagando el sueldo que gana el dueño de Makro… ¡Ah! Y tengo que prestarle mi carro porque la camioneta de él tiene una fallita que lo estresa mucho. En verdad que me cago en Kant y en DuBois.

Y ahora lo otro: el salto al vacío… Pero de eso no voy a hablar porque necesito tiempo para masticarlo. Y es que viéndolo bien un salto al vacío puede tener mil (o tal vez no tantas) maneras de entenderlo, y más de un propósito también, sin hablar de los múltiples modos y estilos de aterrizaje si no logro caer por el borde del mundo.

Así que el meollo está (qué va, a mí eso de meollo siempre me resultará un tanto malsonante) en lograr un equilibrio a fil de roda con tajamar toledano. Y para seguir con la terminología marina, la tempestad se capea o se corre; con tormentín, extremaunción, o a palo seco y ancla de mar. Pero ¿y cuando hace bueno? Ese es el asunto, ahí está el detalle. Porque lo que soy yo me luzco en la tormenta (bueno, si no he comido perico con salchichas en el desayuno y luego viene el mástil y le da por caerse con la rompiente a sotavento, porque vive Dios que en ese caso, la cosa, se me pone muy de través) pero no sé qué hacer en el tiempo calmado… ¡Ah! He ahí una clave: por eso es que tengo tanto tiempo sin períodos importantes de calma. Siempre me dirijo a la tormenta. Económica, preferentemente ¡voto a Belcebú!

El caso que me ocupa, para no seguirme disgregando y disolviendo porque después ni yo me entiendo, es de una tal mudanza: de municipio, de casa y de casero que malhaya dónde los medio hayan, y que el diablo se los lleve y confunda, pero lo más lejos posible…, no, si es que tengo ganas de serlo nomás que por saber qué se siente exigir a diestras y siniestras sin compasión ni sosiego, teniendo, como la ola marina, un motor que camina para adelante y un motor que camina para atrás… Apuesto un día de buen sol (que últimamente escasean contrariando hasta al recalentamiento del globo ese que dicen tanto, mas que a mis huesos no les entre el cuento) a que con el natural torvo que me vino con el alumbramiento, diera yo con más de un modo ¡voto a Dios! De darle ora por las costillas ora por el colodrillo, calcañares y giba, ijares y corvas, lo que en terrorismo psicológico me he echado al coleto no por gusto…, y plugiese el hado, que no otro de más cuantía, que con sus vacuas humanidades dieran al traste con su sosiego ¡hideputas!

Porque está bien que la casa tiene mármol será del santo sepulcro extraído en el Pentecostés y labrado en la Pascua de nuestro Señor por lo que me ha costado y me costaría si la mudanza no hacía, y digo que baja estofa de villanía no conocía de ese cariz, hasta que pedí posada y me la dieron en la venta y casa de la estulticia destilada con vitriolo del bueno, en cazalla del novecientos treinta, a decir lo menos.

Pura chafalonía. Dama chanflona, digo. Porque lo que son etiquetas de palacio medran por sus fueros cargados de forma pero ajenas al fondo que por su causa la dieron. Y en casa de mal barro en la abundancia que el buen dios le diera por darle así mismo el castigo de las piedras y un buen par de vetustas y excelentemente buenas paridoras matas de mango, que paganas a lo menos han de ser por lo vengativo de sus modos, fuimos a dar con nuestros huesos que no hay sol para blanquearlos y si lo hay no lo he visto por el tiempo ha que lo echo en falta.

Porque ¿qué sentido tiene hacer decorar por la mismísima Marie Claire un frágil esquife que a la legua cansina se nota que hace agua a crujía, pantoques, roda y codaste? Si tan siquiera la cubierta fuera lo que quisiese ¿quién se come el cuento? Poco ingenio ha de tener quien de esa guisa obrare, y peor opinión la ha de tener de quienes asistan a tal venta. No, señora, que el vulgo no es tan simple ni tan vulgo dónde lo haya, de tan escaso ingenio y comedimiento, de tanta ausencia de prudencia, de tan acendrado alocamiento y falta de seso. No, no lo hay, a mi buen juicio ¡voto a Micomicón! Que la sabiduría no se obtiene por tener gruesa biblioteca, ni la choza trueca en palacio por virtud de tres o cuatro revistas importadas colocadas estratégicamente donde la vista repose.

Y nos mudamos porque pagar lo que se tasaba por el palacio de Lisuarte en Bretaña, no solo resultaba imposible, sino incorrecto. Pero bien se dice que lo que no se va en lágrimas, se va en suspiros. Y esto es vana queja porque ars longa, vita brevis.

Hagamos por redondear esto y por no perderme en las marismas del chiste: concluyo que avanzar habría de ser, a mi buen juicio cuyos huesos blanquearán en otro sitio tal vez (porque lo que es en este…), hacia delante. En cualquier otra dirección resulta de la guisa del desplazamiento, y bien que se desplaza un bajel vapuleado por la veleidosa tormenta.

Por todo lo antes expuesto me inclino a estar de acuerdo con la vertiente hippie del budismo, a mi entender (por la vía y obra de mi sagaz, discreta, e iluminada esposa) representada por Osho, y el que quiera abandonar la inteligencia que se abrace a cualquier religión.

Claro, se puede decir con cierta certeza de dar con la verdad que toda experiencia deja un conocimiento más o menos positivo, si este término se me permite pues más o menos no es medida, y sé que de que me está quedando, me está quedando…, y que al final de mis días, mis experiencias no cabrán en los diez tomos de la enciclopedia británica.

Y por cierto, si se preguntan el por qué del tono más bien castizo de esas letras les puedo decir que detesto el malhadado idioma de las colonias de la reina, que le detesto con enconado odio si es que odio alguna cosa, que me suena a catarro de nariz, a cataplasma de papa caliente bajo la lengua, a pito de factoría, a provincianismo ampuloso, a mierda inexpresiva…, y…, joder ¡que alguien me diga la frase más genuinamente representante de nuestra lengua que se le ocurra! Alá sea loado… Porque ¿qué será de mis retruécanos y gazapos intencionados?

No. Mudanza hasta ese punto no, por favor…