sábado, 27 de junio de 2009

“Ruidos”

Yo, Ceferino Rodríguez Quiñones,
Afirmo categóricamente, después de
Haber presenciado la bacanal de lechuzas,
Que todo está hecho de ruido,
que ruido eres y en ruido te convertirás,
que no existen otras partículas
más ínfimas que los Ruipitos.

Fragmento del Mago de la cara de vidrio.
Eduardo Liendo.

Una característica sine qua non de gerente es la capacidad de montar los proyectos en ejecución en un programa cerebral en tercera dimensión, o en las que se puedan, mientras más, mejor.

En este programa, como en el de Sabina Paredes Rojas, entra todo: desde el replanteo, el movimiento de tierra, la procura de materiales, la construcción del tanque de agua, las fundaciones, y pare de contar…, también que tiene que poderse incluir que hay que llevar el hielo, la comida, los tabacos de la sobremesa, regar las matas, darle de comer a los perros, parapetear el carro para que llegue hasta fin de año aunque sea, hacer marcos para aceitar la economía…, y, echarle pisón.

Este programa es un mundo en sí mismo que convive estrechamente con la cotidianidad pero solo se toca en el momento puntual de la colisión con la realidad del presente, en el cual se ve sólido como el granito sódico una casa en ejecución.

Para ilustrar esto daré el clásico ejemplo de la esfera arrojada dentro de un mundo de dos dimensiones: se diría que resulta imposible su existencia fuera del momento exacto en el que la esfera choca con el plano. Aparece un disco durante el breve instante del contacto, pero con el rebote, desaparecerá ¿no?.

Entonces, como el sentido del equilibrio sin el cual sería dificilísimo caminar (habría que pensar constantemente en la posición de cada parte del cuerpo para no ir a parar al suelo antes y después de cada paso) uno deja correr el programa que te avisa con razonable anticipación que hay que rellenar por allá porque prontito hay que parar los andamios y con ese huecote, imposible. Claro, que con la práctica el programa te avisa con el tiempo de sobra porque el acarreo no siempre se da con el rendimiento óptimo y, bueno, así es la cosa…, rozando de pronto con la realidad presente en la cual sonó la sirena de la cantera de enfrente y súbitamente es la hora de almorzar y allí mismito se ponen a gruñir las tripas cosa que te hace recordar que los perros no comen desde anteayer.

Se completa una vuelta de la rueda con la sirena, los compresores, las gandolas, y las orugas del jumbo.

Periódicamente una más o menos profunda detonación (según el tamaño de roca que se quiera obtener) me señala inequívocamente que el tiempo es un concepto contundente pero muy difícil de apreciar sin estos eventos estremecedores. Así como también el constante pof pof de la empacadura quemada me recuerda que el Auto Melange todavía corre y me siento Solo. No de soledad. Me refiero a Han Solo, el de la Guerra de Las Galaxias.

También están las cornetas, los alaridos margariteños, esos fenómenos icónicos de la estupidez humana conocidos como Boom-Car que son para personas que viven molestas con el prójimo y se lo demuestra no hablando ni dejando hablar…, los carritos por puesto que deberían ser prohibidos por la ONU por causar daños de lesa humanidad…

Y ni hablemos de las fiestas con música en vivo que hacen cerca de la casa con unas burradas de cornetas que dejarían en pañales a las que trajo Queen en aquel lejano concierto en el Poliedro de Caracas justo antes de que se muriera Rómulo.

El programa me permite aislarme hasta cierto punto. No escondiéndome dentro de él, sino ocupándome la neurona. Sí, tengo una sola neurona que muy masculinamente hace que solo pueda ocuparme de una cosa a la vez. Así que si pienso no oigo, si escribo no huelo, si hablo no veo…, y así… Es por eso que si manejo no contesto el celular. No porque sea peligroso, es que estoy manejando y por lo tanto no lo oigo.

Esto es indicativo de la tranquilidad que me produce echar pisón como un furruquero navideño. La única neurona está ocupada en no darle con semejante macana ni al tapial que es de madera de pino, ni a los pasadores internos, ni a la tapia precedente. Todo eso mientras se aplica la fuerza en cantidad justa sin darle con las manos al borde ni caerse de ahí. Hay que concentrarse porque el ruido del pisón es como andar en mi carro: pof pof pof, hasta que suena paf y ahí ya está bien.

Pero llega la tarde y debo irme a casa con premura porque como resultado de mi vida en el muelle a mi carro se le pudrió la caja de fusibles y no quiero saber qué le pasaría si trato de encender las luces. A veces me arriesgo a tocar la corneta tímidamente pero siempre pago este arrebato con horas de minucioso buscar dónde carrizo es que tengo que hacerle el nuevo puente al sistema eléctrico.

Así que me voy a casa después de haber regado las matas y dado de comer a los perros. Sorteo decibeles sólidos como las paredes que estamos haciendo, verdaderas saetas sónicas cuyas luces se descomponen y tuercen por su velocidad cercana a la de la imaginación, mandarriazos atávicos sobre bronce mitológico, balazos cuadrafónicos pixelados, petardazos megatónicos y reguetónicos, para finalmente sumergirme en un magma de sonidos oleaginosos pero perfectamente conocidos por lo que sus ángulos filosos no encuentran cuerpo donde incarse.

Porque el gerente sabio que transita el ruido no escucha gruñidos, gorgoritos, ni píos.