sábado, 11 de diciembre de 2010

Lluvia.


“Parece que va a llover,
El cielo se está nublando,
Parece que va a llover,
¡Ay mamá, me estoy mojando!”

Parece que va a llover.
Benny Moré/Pedro Infante.
(Escoja usted).



Daré una noticia, una primicia, y no es que murió Gardel: empezó la temporada de lluvias.

Somos gente tropical y de inmediatez, esto es, imprevisivos e improvisados.

Y aquí estamos, echándole la culpa del desastre al gobierno, a ¿cómo fue la enormidad que escuché? ah, sí, que era Gaia vengándose de los abusos cometidos con ella por ésta mala raza que somos los humanos (caray, qué de cosas. O sea, que también las lluvias son por venganza. Qué existencia tan precaria la nuestra) Echándole la culpa a cualquier “otro” que no seamos nosotros… Y no me parece que los ciclos climáticos sean susceptibles de culpabilizaciones.

Y los desastres…, los desastres ocurren por esa maña de llevar las cosas hasta más allá, mucho más allá, de lo que se pueden llevar. Los desastres ocurren porque al confundir ética con moral venimos subrepticiamente a echar la cocina vieja a la quebrada que pasa por ahí junto. Por lo mismo que no le hacemos mantenimiento a los puentes, a los carros, a los aviones, a los equipos de seguridad, al jardín, a las cañerías… Total, el que venga atrás que arree…

Nosotros estamos en ésta, una situación difícil. Cada vez somos menos. No pude avanzar más con la construcción de la casa y ahora estamos sufriendo el vivir en un inconcluso. Pero no es más que eso: incómodo. En realidad no nos está llevando ningún río, ni se nos está cayendo la casa encima… La parte peor es que estamos como pagando arresto domiciliario porque el carro se dañó hace ya una semana y no hay el repuesto. Y no estamos hablando de un Saab Sonet del setenta y tres, ni de un NSU Ro 80 con motor Wankel. Hablo de una Terios del dos mil cuatro… En fin…

Pero por qué no pude avanzar más. Sencillamente porque una realidad más grande que yo, la económica, no me permitió avanzar más rápido y me alcanzó la temporada de lluvias. Ya he hablado hasta el cansancio de la merma en la clientela, la falta de materiales, y de todo lo demás. No me pondré repetitivo.

Sabíamos perfectamente que llovería muy duro. Todos los años llueve muy duro aquí en las fechas en las que llueve, aunque cada año se oiga decir que éste año ha llovido más duro que nunca. Que es el fin del mundo.

Mentira.

En la primera temporada de lluvia que pasé aquí en Margarita (diciembre de 2001) me maravilló ver como el par de metros de alero que tenía la casita en la que vivía resultaba insuficiente para impedir que el agua entrara por la ventana como una cascada, porque llueve venteado. Recuerdo que me dormí, dejé la ventana abierta, y perdí el televisor (que estaba a más de un metro de distancia de la ventana, calcule usted mismo el ángulo en el que forzosamente tuvo que llover) pues se enchumbó con la lluvia.

Ese mismo año teníamos una marquetería en un local alquilado en un centro comercial, en un primer piso, y se metió tanta agua en el local (un local cerrado y con aire acondicionado) que perdimos cartón, passe partout, herramientas menores, y otro poco de cosas más. Del tiro devolvimos el local en vista de que el dueño se negó a responsabilizarse por nuestras pérdidas. Estábamos nuevos aquí e ingenuamente pensamos que el dueño se responsabilizaría por alquilarnos un local con goteras.

El año que me separé de mi ex esposa y me fui a vivir al velero llovió tanto que mi terapia principal la hacía sacando agua de la sentina. Sacaba unos doscientos litros cada vez que achicaba… Tengo que agregar que llegué a achicar tres veces al día, es decir, al levantarme en la mañana, al llegar de vuelta al barco en la noche, y en la madrugada temprana antes de acostarme. Entre unos cuatrocientos y seiscientos litros cada veinticuatro horas. Si calculamos el área de la cubierta de un velero de veintiocho pies de eslora sacaríamos los milímetros por metro cuadrado de índice pluviométrico, pero me da flojera.

La vez que me moví a Barquisimeto unos días, a mediados de aquel noviembre, regresé para encontrarme que el barco estaba casi hundido. Tenía unos dos mil litros de agua dentro, y tardé cuatro horas en sacarlo completamente a flote. Tenía un pote muy chiquito para hacer ese trabajo. Afortunadamente, mi Papá, ese diciembre me regaló una bomba eléctrica de achique, una batería, y un cargador de baterías, y ya pude delegar tan pesada tarea en un instrumento automático.

Claro que si hubiera tenido cabeza para calafatear correctamente (y hubiera encontrado el material idóneo para ello) la cubierta, no hubiera pasado tanto trabajo…

Ese año llovió desde octubre hasta abril. Copiosamente. Casi de continuo.

Al año siguiente todo había cambiado para mí. Tenía familia otra vez. Vivíamos en una casa normal que lo único raro (al respecto) que tenía eran las pendientes de los pisos al revés y que por consiguiente, cuando llovía, la casa se inundaba.

Ese año la casa se puso verde. Le salió verdín a las paredes hasta una altura más o menos de metro y medio. Recuerdo que se salió de cauce el río El Valle y hubo zaperoco social y los damnificados de rigor.

Pero no me voy a poner fastidioso con mi memoria a lo Ireneo Funes, luego viene alguien y me dice fastidioso con toda la razón del mundo.

Lo que pasa es que el problema es más grande y complejo que simplemente una temporada de tormentas tropicales.

Súmele usted a los desmanes climáticos, la crispación de ánimos, la contracción económica, la escasez de insumos (en mi caso me afecta la escasez de materiales de construcción, cemento, cabillas, repuestos automotrices, etc.), y la esperanza…, sí, la esperanza de que tal vez todo mejore para fin de año, la esperanza de que la situación económica se arregle, la esperanza de que quizás pare de llover…, la esperanza en sí misma. Esa esperanza que es sólo eso: esperanza. Esperanza que nunca se cumple… Sí, cierto, tiene usted razón: soy un cronopio.

No niego que existan hecatombes climáticas, esas tormentas perfectas que tanto se regodean en darle publicidad por canales de televisión tipo Discovery, pero el caso es que éste no es el ídem.

Amigo mío, querido lector, la temporada de lluvias en este lado del mundo es tan ruda como en contraposición resulta la temporada de sequía que es capaz de parar el sistema eléctrico nacional. Y si lo aunamos al síndrome de Eudomar Santos (exitoso personaje de una telenovela venezolana quien hizo famosa la frase: cómo vaya saliendo, vamos viendo) no deberíamos maravillarnos con los destrozos que causan las exhuberancias climáticas.

Yo no me eximo de éste síndrome por la razón que sea… Me digo que este mal momento que estamos pasando no es mi responsabilidad exclusiva, sino que en medio de tanta dificultad económica, más bien mucho hemos hecho. Pero ¡caray! No me convenzo.

Creo que me hace falta dejar de ser tan infantil y primitivo, y meterle el pecho a la disciplina. Disciplinarme como un inmigrante, quién viniendo de un país (cualquiera) en el que si no trabajas duro y guardas cuando el buen tiempo te lo permite, te mueres en lo que llegue el mal tiempo, trabaja, guarda y medra.

Voy perdiendo y perdiendo. No sólo cosas (el velero, el carro viejo, etc. Pérdidas necesarias y más que deseables), también voy perdiendo personas (mi chamo vive afuera, y cuando yo me vaya dejo aquí a mi hija, siendo dos faltas muy a mi disgusto…, mis clientes), y a mis mascotas (primero se escapó el gato, y hoy desapareció la perra chiquita, la barcina, y yo estoy machucadísimo de ánimo)… Voy perdiendo, y no en mano alegre como canta Silvio Rodríguez…

Qué más habré de perder antes de que reúna la potencia necesaria para que mi reacción sea más eficiente que simplemente escribir unas letras desvaídas.

Dicen, y yo estoy de acuerdo, que el agua es el solvente universal. Me parece en mi cada vez más barroca imaginación, que cada nueva temporada de lluvia, acendrada, con inquina, exuberante, lo que trae es una voluntad natural de renovación, de renacimiento, de reenfoque vital. Pero claro, estas son enormidades poéticas mías que muy probablemente no tengan nada que ver con la realidad.

El caso es que veo como mi vida se disuelve a fuerza de llevar agua. Mi entorno se va desdibujando y yo me pregunto ¿habría de ver algo que no estoy viendo?

Me parece atisbar entre goterón y goterón que he venido edificando en una realidad improbable, y toda la fuerza de la empecinada vida me está dando de martillazos en la cabeza (no tan duro como para matarme, pero suficiente como para que le ponga atención) como diciéndome, hombre, cambia la tonada que comienzas a cansarme.

Es decir que esto es lo que entiendo que comienzo a entender, y yo, de buena gana, me apresuro a entender.

No sé qué más deba perder en esta disolución lluviosa.

No sé si voy a estar contento por ésta pérdida.

Yo, bueno ¿qué coño voy a hacer?

En éste albur de la vida, como en todos los demás, pago.

Pago por ver…

domingo, 28 de noviembre de 2010

Vida Vs. Descanso.



“Las grandes cosas exigen que no las mencionemos
o que nos refiramos a ellas con grandeza:
con grandeza quiere decir
cínicamente y con inocencia”.

Friedrich Nietzsche.
La Voluntad de Poder. 1, p.31.



El viviendo me ocupa la totalidad del tiempo que deja libre el rato en el que duermo para recuperar las fuerzas para seguir viviendo.

Esto pudiera parecer malo o por lo menos cansino, pero la verdad es que no me siento especialmente atropellado por varias razones. Una es que el pretender que la existencia lo trate siempre bien a uno resulta ingenuo, y lo ingenuo de ninguna manera tiene la utilidad de lo inocente. Ni la utilidad, ni la elegancia. Otra razón es que logré dentro de mi cabeza un cambio de metas que me ayuda con eso de tener el listón de la resistencia un poquito más alto, porque la resistencia no es física, es mental… Venir a este mundo a descansar es un despilfarro de vida. Ya descansaré cuando muera, que al parecer sucede durante mucho tiempo.

No sé si usted sabe que ya estamos viviendo en lo que va de casa. Es incomodísimo en grado superlativo. Cuando hace sol el calor parece una iniquidad. Cuando llueve se te moja hasta el pensamiento aunque no te caiga agua encima… Esto del agua sobre mi cabeza definitivamente es algo que debo solucionar, no sea que me pase como dicen que dijo Carl Jung, “que todo aquello que no resuelves en la vida lo vives como destino”, porque la verdad es que desde que llegué a la isla ésta de mis tormentos (y tormentas) no he hecho más que llevar agua y más agua.

La casa de Las Marites hacía agua, el velero hacía agua, el Futura hacía agua, el apartamento de Juan Griego hacía agua, el local de Bayside hacía agua, la casa del Encanto hacía agua (inclusive en época de sequía porque los drenajes del aire acondicionado se vivían tapando), la casa en la que vivíamos en La Asunción era un completo manare, el anexo aquel del Guayabal también metía agua porque además de mal concebidas las ventanas, tenía hechas las pendientes del piso al revés, con la inclinación hacia dentro de la casa. El local donde funcionaba la marquetería echa agua porque el aire acondicionado chorrea…, parece la caverna de Kit Walker (el Fantasma de Lee Falk) Ahora aquí, bueno, qué le digo, mire que escampa afuera y continúa lloviendo adentro por lo menos un par de horas más…, y eso que le gastamos mucho real en potingues impermeabilizantes. Pero llueve tanto y tan duro que termina por vencer… Bueno, y que se quiere, si el cielo (sky, no heaven) dispone de todo el tiempo y el poderío de la naturaleza, además de no tener más nada qué hacer ¿no?

Claro, vivir en un inconcluso de este nivel es una cosa para machos con muchísima testosterona además de una voluntad de poder muy a lo Nietzsche que casi se te viene abajo en lo que tienes mujer y niñas a tu cargo. Ya sabes, uno resiste fuego y corrosión, ácidos, álcalis, mosquitos, hormigas, y hasta adecos de cualquier color (para los zancudos uso espirales Plagatox)…, y acaso las mujeres también, cómo no, pero ya se sabe que uno aprende que si debe proteger, que si debe proveer…, en fin… Al carrizo con todo lo anterior…

Ya comenzó aquí la barroquísima temporada de lluvias propia de esta isla en la que no llueve nunca, según el decir popular (nunca me ha gustado el populacho, me aburre, y que me perdone Chávez), pero que en lo que coge a llover hasta los colchones van a parar a Panamá… Esto significa que el avance de la obra, o más bien la velocidad de avance, se ralentiza a niveles cuasi-estáticos porque todo se traduce en un defender lo hecho y reparar lo que la lluvia estropea para no retroceder. Es una existencia interesante si lo mira usted desde la óptica romántica del encanto de lo primitivo. Es uno contra los elementos en un pulso tremendamente desigual porque bajo ninguna circunstancia un hombre con el sólo recurso de su ingenio y el concurso de tres o cuatro músculos puede contra la infinitud de una onda tropical desmesuradamente latinoamericana…

Hoy me hice una especie de goniómetro con un transportador y un nivel de hilo y medí la inclinación de la lluvia, es decir, el ángulo en el que cae la condenada con respecto a la vertical (esto fue porque puse el transportador al revés y me gasté todo el tirro de modo que no lo pude invertir para acomodarlo), y me dio una media de sesenta grados. Caray, esto reta hasta a la fuerza de gravedad, pensé. Entonces sí debí hacer los exagerados aleros de metro veinte, y no los razonables ochenta centímetros… ¡Buéh!, lo tomaré en cuenta para mi próxima reencarnación…

Pero toda esta paridera me ha permitido ver una parte de mí y darme cuenta de qué es lo que no ha funcionado. Porque sí, el trabajo rudo tiene mucho de incómodo, pero como le he oído decir a mi amigo Orfeo Gouverneur, “no hay que desestimar el valor terapéutico del trabajo pesado”… Y es que tras haber aprendido a ganarme la vida luchando a brazo partido he obtenido un nivel tal de cansancio que me he convertido en un idealista, en un cínico esperanzado. Me he llegado a acobardar a ratos. Esto me ha convencido irreversiblemente de que existe un lugar en el mundo en el cual un hombre como yo puede vivir de lo que sabe hacer…

De ahí mi tímida trashumancia. Es mi empeño por fabricar ese lugar ideal ante la realidad inapelable de que aquel aun no lo he conseguido. Puede parecer contradictorio esto que digo, pero déme usted tiempo y un voto de confianza.

Esto representa, ciertamente, una contradicción y una dicotomía que llaman, además, porque en lo que uno se vuelve idealista y empieza a buscar ese lugar en el mundo, se deja de tener la voluntad para hacerse de ese lugar a costa de lo que sea.

Así pasa uno la vida incómodo e insatisfecho sin darse cuenta de que en realidad lo que pasó fue que perdió la fuerza productiva que transforma el entorno. Eso que define al hombre como tal. Eso que apagó la religión en el hombre otorgándole tal fuerza a una idea que llamó Dios, y que vino a empequeñecerlo después (… Pero el asesino de dios, el hombre superior, es demasiado débil para afrontar las consecuencias de su propio crimen y pronto se dispone a adorar nuevos becerros de oro…) … Bueno, pero no retrocedamos tanto, que después uno se pierde por no saber para dónde queda delante.

Y retomando, sí, arriesgadamente doté del carácter de irreversible a una convicción, pero lo hice a sabiendas de la fragilidad que las convicciones presentan frente a los cambios de punto de vista en la vida, y que no lleguen a tener el sentido terco de un punto de honor.

Porque éste último representa una prisión, una limitante que es más derroche de estupidez que otra cosa, porque lengua que habla culo que paga… Le ruego me disculpe el lenguaje soez, procaz, e incorrecto. En el pasado y en lo sucesivo… Yo, en lo tocante a los puntos de honor hago como con los cinco minutos acumulativos de mariconería: los invierto en tonterías inocuas como el hecho irreductible de que no me gusta la guanábana y punto. Y bueno, con eso no le hago daño a nadie, y me limito lo menos posible… No sea que se me acumule la limitación y con los años me termine volviendo más ortodoxo que un patriarca chipriota ¿eh?

Es irreversible mientras no consiga ese lugar en el mundo en el que pueda vivir cómodamente de mis habilidades sin tanto partirme los brazos, las piernas, y el lomo, que ciertamente no es de algarrobo. Tal vez entonces recobre la voluntad de poder y modifique mi suerte a mi antojo usando el reverso de lo que era irreversible… Pero bueno, eso es una especulación nada más. Sobre todo si se piensa que la voluntad de cambio es en más de un modo voluntad de poder, y que barajarse dentro de un concepto pugnando por contradecirse pero lidiando bien con los límites resulta por lo menos acomodaticio y un despilfarro de oratoria…

La isla esta de marras no es ni por asomo ese sitio. Tengo casi diez años aquí y aun lucho como el primer día, sólo que ya perdí la ilusión de que en alguna forma éste pueda ser un sitio para mí…, y estamos claros en que una ilusión viene a ser creada para engañarse uno mismo cuando se sabe bien que se está gastando pólvora en zamuros (despilfarrando bienes).

En este momento la tengo tan difícil como en el primer año en el que viví aquí… Bueno, sin exagerar le digo a usted que la tengo muy difícil. Hace ocho o nueve años no conocía a nadie aquí y mi mercado era mínimo. Ahora conozco a muchísima gente aquí y mi mercado, que en algún momento creció, se redujo a aquellos niveles de entonces con todo y todo…

Me quedan tres clientes nada más. Y tres clientes que cada vez se sirven menos de mi trabajo, y las cosas parecen ir empeorando. Mi compañero de carpintería, el negrito aquel llamado José Figueroa que hacía cocinas quebró después de llegar a tener más de diez personas trabajando para él y facturando veintisiete veces lo que yo. No entiendo qué pasa ¿no y que la economía se está fortaleciendo? Pamplinas… Aquí no, por lo menos…

Es completamente cierto que le llegué con muy poca fe (ciertamente no soy de ninguna manera un hombre de fe, pues en lo que “es” no tengo que creer, simplemente “es”, y punto) a éste lugar, pero igual le puse mucho más empeño de lo que resultaba racional ponerle.

Obviamente me cansé. Me cansé de la gente que vive aquí. De todos. De los lugareños que son de una ceporritud infinita. De los navegaos que son de un “wanna be” que ya, ya… En una frase: me cansé…

Hicimos un lugar hermoso en La Asunción en el que llegamos a meter más de mil personas en una semana de eventos culturales, pero se vino abajo. No logramos el apoyo de nadie y ¡plaf! Al suelo con todo… La bellísima casa de más de doscientos años en la que funcionábamos está en venta, los dueños se van… Las iniciativas sólo llegan a eso, a iniciativas que rápido se funden…

En virtud de esto decidimos aquí en familia, hacer algo radical.

Me ha costado un poco tomar esta resolución porque tengo cierta inercia frente a los cambios de propósitos. Me ha costado por ejemplo, también, cómo no, el cambio idiomático ya que yo hasta los chistes los hago cervantinos (mis perras son Alana y Barcina, y de ninguna manera podencos) y allá me tocaría pensar en un mal remedo de la malhadada lengua de la reina corsaria alopécica que mal rayo parta… Pero en fin, para eso están Shakespeare, Kipling, y si me apuran, Groucho, Harpo, y Chico. Otro Marx no, porque el alemán ya es mucho cambio para mí.

Hubo un momento, hará cosa de dos meses, en el que me deprimí mucho. Las cosas perdieron sentido y no había forma ni manera en la que pudiera racionalizar el mal rato como para sacarlo al sol y poderlo evaluar con los ojos bien abiertos. Lo que hice fue mantenerme ocupado físicamente, muy atento a lo que estaba haciendo. Programé cada vuelta de tornillo, cada golpe de serrucho, cada trazo, cada respiración, me quité la barba, dejé de comprar agua de chorro embotellada y me tomo el trabajo de ir hasta el manantial en la Rinconada a buscarla yo mismo… Es decir, me tomé la vida paso a paso, y en la noche, al acostarme, hacía como los alcohólicos que dicen, hoy no bebí…

Ya hace días que salí del atolladero mental. Ya salí de ese estado improductivo de la depresión. No hay como el trabajo físico y dos o tres resoluciones bien tomadas. Bien tomadas en el sentido de la convicción, que resulten buenas o malas será cosa del devenir y es mal momento éste para adelantarme hasta allá…

Este año nos ha hablado fuerte y claro, lo que pasa es que nuestro (en este caso nuestro se refiere al mío) cerebro sólo percibe lo que quiere percibir y a la velocidad en que pueda asimilar la información. Pero en nuestro (esta vez sí me refiero a nosotros) descargo puedo decir que hemos ido soltando lo que teníamos que soltar (velero, carro viejo, máquinas en desuso) y tratando de nadar con la corriente, porque esto no requiere otra cosa que fuerza, tesón, e ingenio. Lo más difícil ya está logrado, que es la aceptación del cambio de propósitos. Sin esto no hay movimiento posible.

Y es que hay que moverse. Hay que moverse por una cuestión inclusive de economía de energéticos (por decirlo de algún modo). Porque hay que invertir tanta energía en permanecer, en hacerle de renuente a la vida, que más vale soltarse y navegar. Correr la tormenta en vez de capearla… Siempre habrá que aportar energía, transformarla, porque si no nos prende la entropía y ahí sí que estamos fritos… De todas maneras hay que echarle tanta bola como sea posible porque si no la vida viene a ser un despilfarro, una falta de respeto con esta casualidad que hizo que por un breve lapso no estuviéramos muertos. Ya habrá tiempo para descansar, todo el tiempo contenido en la eternidad, una vez que se nos acabe la vida. Eso me parece.

Trato de no pensar más allá, porque me asusto y me canso sin haber agotado el intento, pero no como una disciplina dictada por un controlador que me grita constantemente ¡no pienses! Porque eso me parece tan tonto como tratar de aprender a poner la mente en blanco pero dejándole un ladito a una figura fastidiosa que me regañe cada vez que me sorprenda con algo brincando dentro de mi cabeza… Trato de no pensar manteniéndome atento en lo que hago. Esto resulta. Dejo la pensadera para la hora de las elaboraciones más o menos literarias en las que no me queda otra que cavilar en qué rima con qué, y en si será aquel (fíjese usted que en el vastísimo idioma castellano no existe palabra que rime con tiempo), un adverbio apropiado… Pero para la vida la verdad que basta con la observación y el trabajo. Una cosa lleva a la otra, y así…, hasta que se nos acabe el tiempo con o sin rima.

Observar sin pensar equivale a atender sin juzgar. No es fácil porque en lo que pensamos en ello comenzamos las evaluaciones y se nos jode todo. Pero observar y darse cuenta es un proceso automático, que sucede en un nivel de la cabeza que es más corporal que cualquier construcción densamente cerebral… Es como darse cuenta de que los pájaros cantan cuando escampa. No importa por qué es que eso sucede, sino que con esta información sabemos cuándo se puede continuar caminando sin temor a remojarse… Ya me puse esotérico… Discúlpeme usted…

No negaré que he estado mejor. Quién sabe cuánto. Pero no exagero al decir que eso no me importa en lo más mínimo. A estas alturas de mi vida veo con mucho agrado que el idealismo no me ha robado por entero la potencia pese a que hoy entré oficialmente en la edad de un cierto tipo de vejez pues se me partió una muela (y tal vez esto parezca una enormidad de mi parte, pero es que yo fui indestructible hasta éste momento. Piénsese que yo fui tres veces en mi vida al odontólogo: dos a acompañar a mi mamá cuando era un niño, y una vez a hacerme una limpieza, ya adulto)… Que mi voluntad aun late con tozudez. Que veo con claridad qué pertenece a la esfera de las ideas y cuál de ellas es la que se vuelve contra mí con ánimos de sojuzgarme… Y no me la calo… ¡Que venga mi creación a fastidiarme la existencia! ¿Con qué derecho?

Soy a un tiempo un hombrecito y un hombrezote. Soy muy chiquito porque el universo es demasiado grande y esto está por completo fuera de mi alcance. Pero soy un hombrezote porque mis ideas crean tormentas horribles dentro de mi cabeza pero son incapaces de hundirme el barco… Ya me hundiré cuando me muera… El capitán Ajab era un imbécil al igual que su ballena improbable.

Ahora te dejo tranquilo, querido lector, esperando que tu salud se mantenga inmejorable, que tu dios decida dejar de vengarse, que tus miedos recuperen su nivel anecdótico…, y que tu voluntad permanezca impávida frente a las veleidades corporales.

Yo estoy vivo…

sábado, 13 de noviembre de 2010

Pensar o no pensar, ahí está la vaina…



“Todo el género humano parece en verdad
estar destinado directamente y haber sido creado
expresamente –con las pocas excepciones de los que
se salvan en virtud de la elección por la gracia (no se
sabe por qué)- para el tormento y condenación eternos.
parece, en suma, como si el buen Dios hubiese creado
el Mundo para que se lo llevase el diablo, de modo que
habría sido mejor que se hubiese estado quieto.”

De Paralipomena. 177, p. 431.
Arthur Schopenhauer. 1788-1860.



Resulta difícil, qué digo difícil, dificilísimo, por lo menos para mí, vivir sin pensar.

Y no me malentiendan, no me refiero a andar por ahí como si me hubieran hecho una lobotomía para extirparme el lóbulo temporal y eliminarme así la capacidad de sentir el miedo, como dicen que se hace.

Pasa que todo, incluyendo la realidad viene de adentro. De adentro del pensamiento de uno mismo. No se me vayan a confundir y crean que pretendo decir que la realidad queda por los lados de la hipófisis o del píloro.

Digo, como me parece entenderle al propio Krishnamurti, que el miedo es tiempo y el tiempo es pensamiento. Y que para entender esto bien entendido lo menos que hay que hacer es precisamente pensar en ello.

Bueno, él lo explica muy bonito y fija las diferencias del pensamiento y la atención porque no es lo mismo pensar que estar atentos. Y como ya lo explicó él no me voy yo a poner aquí a redundar y a fabricar pleonasmos como loco porque no es el caso.

Lo que sí quiero es reflexionar un poco sobre el tema de vivir sin pensar, que no tiene nada que ver con la esfera del conocimiento, su aplicación práctica, su utilidad frente a la realidad, sino más bien sobre cómo separar para su desarticulación frente a la vida de ese temible triunvirato nefasto que forman pensamiento, tiempo, y miedo.

Aprendimos a vivir huyéndole al dolor y buscando el placer. Pero ésta es precisamente la conducta que nos lleva directo hacia la infelicidad, porque la búsqueda del placer produce dolor, y huirle a éste termina por doler mucho también.

El placer es principalmente la expectativa de obtenerlo. Expectativa que resulta mucho más duradera que el placer mismo, y que por lo tanto, al ser obtenido nos defrauda un poco, situación ésta que produce dolor. Huirle a esto genera una paradoja que nos hace infelices por cosas de la indecisión, o más bien la indeterminación producida por la decepción.

Y es el pensar en esto lo que nos hace creer que la solución está en pensarlo mejor, en crear estrategias, en buscar subterfugios y hasta sucedáneos, que al no funcionar nunca nos convierten en cínico (esperanzados o no), en ególatras, y hasta en drogadictos si es que nos negamos a ultranza a conseguir otra vía.

Pero pensar, la verdad, no nos ha llevado a nada como humanidad. Pensar nos separa, y separarnos es lo que nos convierte en tribu, en partidarios, en buenos y malos, en altos y bajos, en blancos y negros, en vegetarianos y carnívoros, en feo y en bonitos, en pacifistas y en guerreros. Tenemos siglos y más siglos pensando y no hemos pasado del concepto de fieles e infieles, píos e impíos, en virtuosos y pecadores.

Puras patrañas.

Patrañas políticas, patrañas religiosas, patrañas alimentarias, patrañas estéticas, y más patrañas… Yo digo que el pensamiento es un creador, un excelso fabricante de patrañas.

Hemos aprendido, con el pensamiento, a diferenciarnos, a individualizarnos, a separarnos de los demás. Siendo que lo que somos es una colmena planetaria donde todos tenemos los mismos deseos, anhelos, necesidades, problemas, alegrías, y tristezas. Y no me salgan con la simpleza de que aquí necesitamos televisores de plasma, y en el Kalahari basta con un buen vaso de agua. No me refiero a eso.

El pensar nos ha envilecido. Pensar no es una herramienta. Es un arma. Y las armas sólo sirven para matar. Para matar al otro, que es igual a uno mismo. Sólo sirven para matarse uno mismo.

Cada vez que escucho a un político diciendo verdades, o eso que los políticos dicen y que llaman verdades, que lo único que realmente dicen es que si estás conmigo estás en lo cierto y si dices otra cosa eres mi contrario, es decir, de otra tribu y por lo tanto mi oponente o mi enemigo…, yo lo que inevitablemente me imagino es a ese hombre con un recalcitrante ataque de diarrea, o yéndose a dormir muy molesto porque ese día le dieron una mala noticia, o con frío bajo un aguacero…, y me doy cuenta de que él y yo no somos diferentes. Es un hombre que encontró de qué vivir.

Cuando veo en el Facebook que alguien pone en su estado cualquier tontería de esas que tienen que ver con religión, que simplemente la ponen ahí para marcar distancia con los infieles, que simplemente ponen eso ahí porque se lo vienen machacando unos gordos con poca testosterona que viven cómodamente de eso desde hace dos mil años, me los imagino igualmente siendo hipócritas, solapados, malintencionados, tramposos, pero marcando distancia siempre. Porque no existe mayor distancia que la hay entre un elegido y uno que no lo es. Son los que le dan de comer al gurú sinvergüenza.

Cierto. La idea de que existe un Dios me resulta pueril… Patrañas y más patrañas… Pero bueno, este es mi punto de vista producto de mi pensamiento y es contra él que me rebelo precisamente en un intento de desmontarle el triunvirato ese que me tiene jodido.

No es un secreto que soy un tipo romántico, idealista, poco práctico, cínico (del tipo esperanzado) por defensa más bien infantil, y que como un salmón nado en contra de la corriente no sé si para desovar o qué, pero el río ya se me hace largo y a estas alturas desconozco si tengo o no un propósito para esta actitud.

Es que en estos días vivo una tormenta que llega casi a tormento porque estoy viendo la cabecera del río y no encuentro corriente qué seguir remontando. Estoy cansado, muy cansado, y sigo y sigo dando aletazos como un pez jalado de cocaína en un río de aguas casi congeladas o tal vez hirvientes.

En ese proceso me he puesto malgenioso, irascible, ermitaño, huraño, grosero…, una joyita pues…

Pero pasó que así, sin comerlo ni beberlo, poniéndome atención libre de juicios, puntos de vista, expectativas, bueno, patrañas, me di cuenta de qué carrizo es lo que me pasa.

Pasa que estoy construyendo una casa con mis manos. Cuando digo con mis manos no estoy usando ninguna figura literaria, ni eufemismo alguno (en el blog de al lado, el de la Guachafita, echamos todo el cuento de esa casa). Es la casa que soñamos mi esposa y yo. Es la casa en la que volcamos todos nuestros conocimientos y creencias (y esperanzas, y ya sabemos que las esperanzas son bobas). Es una casa ecológica en un sentido amplio de la palabra… pero bueno, no me voy a explayar en detalles sobre la casa… Lo que sí diré es que hasta los árboles que hemos sembrado tienen una disposición y una cualidad que trabajan en el mismo sentido que lleva todo el proyecto…

Pasa que estamos haciendo una casa de un modo que no congenia con el sitio. Parece ser que en esto el pensamiento nos jugó otra de sus malas pasadas (porque el pensamiento es limitado) y llegamos a pensar que nosotros somos diferentes, somos los otros, somos los que pueden vivir en sus sueños no importa dónde.

Pero resulta que somos iguales.

Es decir, que necesitamos comer, vestir, educarnos, ir y venir en carro con motor de combustión interna que necesita gasolina, aceite, repuestos…, necesitamos ir al baño… En fin, que somos lo mismo que los demás.

Y entre otras divisiones absurdas que causa el pensamiento está el de las divisiones políticas que fabrican cosas como, digamos, los países (nuestro caso es ésta República Bolivariana de Venezuela, que es bolivariana, no como las demás que no lo son), y la idiosincrasia de los que aquí nacimos y vivimos que somos nada más y nada menos que venezolanos.

Existe un mito que no sé quién puso a rodar, de que los venezolanos somos buena gente, generosos, alegres, y qué sé yo cuántas cosas más. Y seguramente existen muchos venezolanos que son así en alguna medida mayor que otros. Pero en masa, así como digamos gentilicio, somos gente pícara, depredadora, indolente, vanidosa, y muy separados unos de los otros. Cosas como chavistas y escuálidos, vivos y pendejos, y algunas cosas más que cansa sacar a colación.

Yo no aprendí a comerciar (este es un país de especuladores en el real significado y sentido de la palabra, y por eso es que la inflación monetaria nos come. Pero éste es un tema manido que no vale la pena seguir lloviendo sobre mojado) y por esto me encuentro en desventaja. En desventaja porque vivo de lo que fabrican mis manos… Una vez logré vivir de lo que fabricaban mis manos a través de las manos de otros y medré mal que bien, de sobra. Pero aquella situación no me duró mucho. De alguna manera que ya habré mencionado antes con largueza, todo el tinglado se vino abajo y terminé haciendo trabajos de poco lucimiento para ganarme el pan, junto con las otras cosas que se le untan a éste.

Claro, después descubrí que soy celíaco y el pan se jodió conmigo junto con la pasta, la avena, y otras cosas que no lamento haber dejado de poder comer.

El caso es que una buena mañana me levanté de mi cama con la certeza en el pensamiento de que me acosté en el lugar equivocado. Mi pensamiento fabricó, a través de sus socios tiempo y miedo, que llevo cuarenta y seis (casi cuarenta y siete) años acostándome y levantándome en el lugar equivocado. La prueba es que me encuentro casi sin ingresos económicos, que mi trabajo no vale casi nada, que todo lo que sé (mi esfera del conocimiento desinflada) tiene muy poco valor monetario, que nuestro proyecto de la casa ecológica no pasa de ser una excentricidad para ser mostrada en un circo, que estamos dejando la vida en ello nada más que para ir a desovar en la cabecera de un río que no tiene naciente.

Ayer mismo me llamó un periodista que tiene una revista y un programa radial donde expone las iniciativas ecológicas que se dan en esta isla… Iniciativas, sí, porque ninguna dura mucho… Pero que él capitaliza a través de sus anunciantes… O sea, que gana indulgencia con escapulario ajeno… No sé cómo fue que hice para no insultarlo. Bueno, sí sé cómo. Pensé que no iba a entender la verdadera razón de mi furia, así que lo único que hice finalmente fue darle la dirección del blog para que leyera ahí y decidiera si se atrevía a llevarme a su programa… Periodistas ¡Ja!

Entonces fue que me puse de malas. Malandreé a mi esposa. Regañé a mis hijos. Rompí mi reloj porque se negaba a funcionar como se suponía que debía funcionar. No pateé a los perros porque me ven venir de lejos y se esconden (eso siempre me pone de buen humor)… Todo porque me di cuenta de que no logro integrarme a los demás.

No logro pedir un préstamo al banco. La tipa del banco me mira como si yo acabara de llegar de Ganímedes. No logro poner una tienda, digamos, de pantaletas. No sé comprar y vender. Me encariño con mis corotos y después no me puedo deshacer de ellos. Una vez que los compro me los quedo, o los regalo a alguien que los necesite… Y las cosas que fabrico reciben elogios, pero en realidad nadie los pondría en su casa porque mi pensamiento los fabrica diferentes.

Señores, yo cago… A que tú cagas también… Yo no soy diferente… Y lo digo más para mí que para ti. Quiero dejar constancia de eso.

En virtud de ello, de que debo tender a la igualdad, es que he dado en mi cabeza un patadón a la caña del timón y he puesto rumbo hacia la corriente que me ayude, aunque eso signifique trepar en el río desconocido del no pensamiento.

Atender no es lo mismo que pensar. El pensar fabrica quimeras. Contra las quimeras puede Hércules, nunca su mono… Pero el mono va con él y eso representa ya una ventaja insuperable, si es que no se puede (o no se quiere, coño, ser ese señor debe cansar mucho) ser Hércules.

Entonces me atiendo a mí mismo.

Llevo la mar de años pensando en qué hacer que funcione, y el pensar me ha sumido en la más cavernícola de las existencias con todo y mis herramientas, maneras, costumbres, gustos…, particularidades… Y no soy un individuo. Soy todos los individuos por muchas más coincidencias que las meramente escatológicas, aunque no descarte (no se puede) éstas.

Atención.

¿Cuál es mi esfera de conocimiento? ¿Cuál es mi idiosincrasia? ¿Qué figura a la sombra de mi árbol del bien y del mal? (no una manzana, por favor. Espero) ¿Qué es eso que yo hago sin mediar mi pensamiento pero que me mantiene muy atento? Con esa atención absoluta que le dedica el niño a su juguete… Éste no piensa, no juzga…

Atención.

Dice una copla de una canción de Facundo Cabral, que los gitanos de Sevilla nunca paran de cantar, que es mejor gastarse andando, que cuidarse en un lugar…

Atención.

Y el ovillejo que Cervantes pone en boca del delirante Quijote: Al mal de amor ¿quién alcanza? Mudanza…

Atención.

Recuerdo que Bogart una vez dijo: tu problema es que piensas demasiado, Joe…

Atención.

Pensamiento: límite. Tiempo: límite. Miedo: límite…

Atención.

Y pregunta Osho: ¿qué hay después del límite? Yo me pregunto lo mismo…

Atención.

viernes, 8 de octubre de 2010

Mala intención y lo demás es pendejada…

“Flor de Peral sirvió vino para Lady Ping y su invitado, Hsi-Men,
Y les dejó con sus placeres culpables.
Creyéndose solos, con qué rapidez se desnudaron
Los amantes el uno al otro,
Con dedos presurosos y jadeos de placer que sentían;
Él por las aromáticas zonas de sus axilas
Y su estómago y por sus frutos secretos,
Maduros y apetitosos;
Ella por su erecto tallo de jade
Y el intenso arrebato propio del placer y
Mentula ad sua adposuit…”

De Chin P’ing Mei. Dinastía Ming.
Traducción de Clement Egerton. 1939.


No es desatino ponerle la cita que le puse a este artículo porque más adelante en esa misma historia se revela que Flor de Peral le había hecho un huequito a la pared para poder espiar a los amantes. Y eso no lo hizo por casualidad. Fue mala intención, o buena, no sé…, así son las intenciones…

Es que estando el tema de la política tan en boga, y ya sabemos como está cargada de malas intenciones la política (o buenas intenciones que se vuelven malas) que cualquier relación que se haga, por peregrina que sea, es acertada e inevitable. Me imagino que algo así tenía en mente el genial Luis Buñuel (según dice Carlos Fuentes, no sé si será verdad que lo hizo) cuando dijo que algunas ideas deberían quedarse en ese plano y no pasar a la realidad…

Y digo el tema de la política porque en este momento tiene tanta vigencia a nivel público, como lo tiene el sexo a nivel privado. Y no hablemos de las intenciones que revisten ambas actividades… Y no soy original en esto de poner en una misma balanza al sexo y la política. Fíjense que según Antonio Llerandi, todas las riquezas de este país provienen de un hueco… Yo lo que hice fue cambiar minería por…, bueno, otro tipo de hueco…

Bueno, basta de explicar lo que se cae de maduro (sin alusiones personales, Nicolás).

Hace unos pocos domingos fueron las fulanas elecciones parlamentarias o como se llamen, y yo, como buen ciudadano me fui (primero a desayunar mi cachapa con queso de mano y mi jugo de guayaba) a votar.

Llegué al sitio de las votaciones a las nueve y media de la mañana para encontrar la primera sorpresa del día: me cambiaron de la mesa dos a la mesa uno. Antes se tomaba en cuenta para designar esto el último dígito del número de la cédula de identidad que en mi caso es seis. Ahora son los últimos dos, y del 00 al 49 toca mesa uno, mientras que del 50 al 99, le toca la dos, y yo estoy en el 16, o sea, en la uno… La segunda sorpresa fue que la máquina de la mesa uno se había echado a perder.

Yo entré lo mismo, porque en la norma dice que si se jode la máquina dos horas se pasa a sistema manual y ya. Pensé que dos horas para ejercer el voto no es una cosa tan requete mala así, y en el peor de los casos sería una inversión de dos horas para hacer lo que había ido a hacer.

Pues bien, pasamos a la etapa de las relaciones sociales, a conversar con el de al lado, echarle broma al guardia que estaba más enredado que pelo en pata de pollito con eso de las asignaciones de las mesas que también era nuevo para él.

Luego, a medida que pasaban los larguísimos minutos contenidos en dos horas comenzó la incomodidad a generar roce y la gente a comenzar a preguntar por el técnico, y el guardia a explicarnos que había uno solo por municipio y que el nuestro estaba en la cárcel…, es decir, que en la cárcel habían puesto el centro de mando y que hasta allá debía dirigirse el técnico para buscar el tarjetón electrónico que era lo que se había echado a perder aquí…

El técnico llegó faltando diez minutos para cumplirse las dos horas y cambiando el fulano tarjetón, echó a andar el perol ese. Funcionó el tiempo necesario para dos cosas: para que se fuera el técnico, y para que votaran once personas… Mi número originalmente en la fila era el treinta y cinco…

Se volvió a trancar el serrucho y echamos a andar el reloj para contabilizar las siguientes dos horas que hacía falta vencer para pasar al sistema manual.

No, no se equivocan, rebasando la hora y cuarenta y cinco minutos de espera, la máquina arrancó otra vez… Pero no permitan que me adelante, que en esos ciento cinco minutos pasaron algunas cosas dignas de mencionarse. Sí, también pensé en irme, pero no me fui.

Quiso la casualidad que el guardia a cargo se apellidara Castellano (un buen hombre, no me cabe duda. Y paciente como el que más) y que en una de esas, como si lo hubiéramos ensayado, pasando él y soltándole yo el estribillo “Castellano qué bueno baila usted”, ¡y la señora que estaba detrás de mí se la sabía!... “Creo que tú no te has ido, Benny, de este mundo tan hermoso…”… Total que cinco por delante de mí, y más o menos cinco más de los que me seguían terminaron cantando Oscar D’León desde la Dimensión Latina para acá, porque la especie de Omara Portuondo que estaba tras de mí se las sabía todas… Y Castellano siempre echaba un pie al pasar por nuestro sector.

Esto amenizó los elásticos minutos que componen dos horas en una cola de votaciones que espera un técnico que está en la cárcel…, pero esto no hizo que la máquina arrancara antes.

Mientras tanto, la mesa dos corría y corría y corría y corría, tanto, que nunca había nadie del lado derecho de las filas… Sólo en el izquierdo, mira tú qué cosas…

Como ya dije, antes de que la sangre llegara al río y García Lorca reescribiera su Romancero, la condenada máquina arrancó de nuevo. Votaron once más y adivinen qué. Pues sí, se volvió a joder.

¡Qué civismo! ¡Qué demostración fehaciente de espíritu democrático! ¡Qué cantidad de monsergas se dicen en estos casos! Y todas son falsas… No nos fuimos porque esa vaina estaba buena con la salsa y el guarapo de papelón con hielito que estaba vendiendo un ex paciente de escorbuto (me acordé mucho, claro, de Laura Restrepo) que estaba parado en la entrada. Yo pensé que si en vez de escorbuto fuera escarlatina, ni de vaina le compraba el juguito…, y que menos mal que esta isla no es aquella isla, sino la otra isla. Bueno, yo me entiendo.

Por cierto, este año dejaron pasar a las filas de votación bolsos, cámaras, celulares, y menos mal, si no, el del escorbuto con hielo y papelón hubiera tenido que irse con sus encías a otra parte, tal vez a un risco o a un faro abandonado de la época de Maximiliano.

Esta vez la máquina se paró unos minutos, pero pasaron a votar once más…, y si llevan la cuenta dirán ¡caramba! Ya vamos a salir de esto. Pero no. No salimos de esto aun, porque aunque las matemáticas digan que treinta y cinco menos once por tres da dos resulta erróneo porque en la ecuación no están incluidas las variables conocidas como viejitos con o sin acompañantes, las preñaditas con o sin bebé, los minusválidos de sillas de rueda o de muletas, y la infalible ley de Murphy que hace que más del sesenta por ciento de éstos tengan terminales de cédula inferior a 49… Me pueden creer pues los conté a conciencia a ritmo de yo quisiera virgencita que en la vida, sólo fueras para mí mi único anhelo…, y los dividí después entre mi bajo y yo, que somos como hermanos…

Así que después de la cuarta avería de la máquina de la mesa uno yo me encontraba, adivinen en qué número…, no, no el once, pero casi…, estaba de nueve. De esto se infiere que la variable viejitos preñaditas minusválidos Murphy, en este caso, da siete…

Es fácil deducir que entré a votar en esa tanda, y menos mal, porque la señora que estaba detrás de mí se robó el micrófono del karaoke y ya no era tan divertido oír Taboga por vez putésima, aunque tuviera una bonita voz de contra ancho.

Entré pues a ejercer mi derecho consagrado en la constitución nacional de la república bolivariana de Venezuela, y tras firmar el libro (mi página estaba vacía. Yo era el primero que la firmaba con todo y que detesto visceralmente una virgen), escuchar la breve explicación que me dio la muchachita encargada de eso (a la cual le busqué muy bien la firma con toda mi mala intención) pasé a mi cubículo “votativo”.

¡No me joda! Qué pandemónium… Bueno, vamos por partes y culpemos primero que todo y antes que nada a mi presbicia, no la vayan a agarrar por completo con quien es y no es, porque el malintencionado en esta historia no soy yo… El tarjetón electrónico no tiene cama para tanta gente y la lectura de las opciones la dificultan dos cosas: una es la presbicia que ya nombré que causa que con los lentes puestos tenga que acercar tanto la cara al tarjetón que el olor que emana me produjera el asco mas profundo (huele entre a saliva rancia y condón usado amanecido) y con los lentes quitados la distancia prostática no fuera suficiente por culpa de la media luz... El otro culpable es la mala intención que todo lo complica, porque no me van a decir que poner esa vaina tan chiquita y tan en penumbra no le dificulta el proceso a los mayores de cuarenta y cinco años…

Me refiero a que antes (y eso que todo tiempo pasado es peor) uno iba a votar y la vaina estaba entre unos cuadritos blancos, verdes, naranjas, rojitos, azulitos, uno morado, y hasta marrones. Era simple, como de kinder… Ahora es indescifrable… Todos los colores incluyendo los del paisaje de Catamarca, los rubores, el carrubio, el zaino, el colorao, el bermejo, el añil…, todos los colores todos, los que me sé, los que se me olvidaron, los que no distingo, todo esconden una pomalaca, un adeco, un chavista, un espécimen rarísimo conocido como copeyano (se creían extinguidos), y así es muy difícil votar, no me joda…, o muy fácil según se vea, porque representa a la misma gente tenga el colorinche que tenga, y votes como votes la vaina le cae al mismo… Me acordé del juego “derme” aquel con el que bautizábamos al nuevo en el edificio. Yo era siempre el tomate (sin corazas, sin espinas, pero de color fogoso…, gracias Drexler), y así había lechuga, papa, aguacate, y al nuevo le tocaba el ajo…, todos gritábamos: tomate derme, lechuga derme, papa derme, y el nuevo gritaba ¡ajo derme! Y le caíamos a coñazos… A la media hora entendía el chiste y se impacientaba por la llegada de otro nuevo para encasquetarle su ajo también…

El tarjetón era el edificio lleno de malandrines malucos, y a mí me tocó el ajo…

No estoy hablando peperas. Aquí se lanzó un copeyano que se ríe como si estuviera falto de un cromosoma o lo tuviera de más…, no lo sé, en todo caso no se ve muy inteligente el hombre… ¿Y se imaginan a este servidor votando por Papá Pitufo? Pues estoy seguro de que algo de lo que voté le cayó a él también ¡qué vaina! No se puede escupir para arriba…

El otro era un adeco que bueno, que le gustan dos cosas, el whisky y los gallos de pelea. Y a él también le tocó su lechuga derme.

Por la gente del gobierno había un anónimo quemable que deja ver que la mala intención existe y se manifiesta a todo nivel si se le da demasiado chance… Este era el mapuey derme.

Total que haciendo muchos ascos entre personajes repulsivos, olores casi tan malos, luchando contra el dolor de cintura, y tarareando “En el cachumbambé…”, deposité mi voto que no les voy a contar porque al voto, que de por sí es secreto, se le suma esta vez el adjetivo de vergonzoso.

¿Qué me siento un poco culpable? No, lo que me siento es extorsionado por tener que escoger entre maletas y malísimos…, pero tener que escoger… ¿Chuqui chuqui o muerte? Muerte. Está bien, pero primero chuqui chuqui…

Maldad pura eso de hacerlo pasar a uno de revolucionario a reaccionario, aunque es bien sabido que una revolución es una vuelta para llegar al punto de partida… Cosas del malhadado péndulo de la política latino americana.

Nos tragó el monstruo de la burocracia. Hoy más que nunca me siento en una película de Terry Gillian. Y lo único que uno puede hacer es calarse seis horas de cola para puyar unos botoncitos sobre las caras de una gente detestable, eso sí, cuando la máquina arranca…

Espero que pase algo dramático. Algo serio. Algo fuerte… Algo que haga que este país tan incómodo despierte y dejemos de bailar reguetón en las romerías blancas que ahora son rojas pero regalan lo mismo…, la diferencia es que ahora todo lo importa PDVSA para Mercal, y más de uno se está llenando a expensas del hambre de los demás. A mí ni me nombren la palabra socialismo porque me pongo como el diablo de Tasmania ese de las comiquitas.

Condenado péndulo. Me tocó hacer un voto horrible. Y lo hice a conciencia porque por el camino que vamos no hacemos sino ahondar en el desastre…

Pero no nos amarguemos más de lo estrictamente necesario pues no tiene sentido. La vida tiene tanta personalidad que le importa muy poco el qué dirán. Trataré más bien de recuperar la habilidad de reír y con ello seguir adelante aplicando el lema de mi escuela filosófica inspirada en Terry Pratchett, que es una mezcla de estoicos, eclécticos, y epicúreos. Dice así: “Haz lo mejor que puedas con lo que tengas a mano, no te preocupes por lo que no puedes cambiar, mientras tanto disfruta un trago (y si lo está pagando otro habrás de pedirlo doble)”…

Ya lo dijo Miranda: Bochinche, bochinche, esta gente lo que sabe es hacer bochinche… Y ni los que gobiernan están claros con las dimensiones de esta frase… Perlas a los cochinos ¡qué riñones!

Seguiremos echando un pie con Castellano y Omara Portuondo mientras hacemos la cola.

La cola que sea.



Nota:
“Mentula ad sua adposuit” aparece en latín en la traducción original alemana del antiguo libro chino mencionado al principio. Recurso utilizado para evitar la mala intención de la censura alemana de la época… Malintencionados e ignorantes. Parecen sacados de “M”, de Fritz Lang. Los muy tontos todo lo que veían en latín se lo figuraban sagrado ¡jajaja! Si quieren saber lo que quiere decir el latinajo, busquen en Internet, no sean flojos.

jueves, 9 de septiembre de 2010

De la nostalgia y otras tristezas.


“No te quedes satisfecho fácilmente.
Aquellos que permanecen contentos con facilidad
se quedan pequeños, sus gozos son pequeños,
sus éxtasis son pequeños, sus silencios son pequeños,
Pequeños son sus seres. Pero ¡No hay necesidad!
Esta pequeñez es tu imposición sobre tu libertad,
Sobre tus posibilidades ilimitadas,
Sobre tu potencial ilimitado”...

“Live Zen, cap. 2”.
Osho.


Nunca supe si quedarme con Osho o con Buda, o con Krishnamurti, la verdad. Y por favor perdónenme la exquisita falta de decoro por meter juntos a tres personajes tan diferentes, pero ya puestos, y dejando clara mi impertinencia ¿qué importa? Pero gracias a una manía que adquirí de pequeño y que aun conservo, siempre trato de mirar las cosas desde la mayor cantidad de puntos de vista posibles, y que no se confundan y vayan a creerse lo que no es, la mayoría de las veces obtengo un estrabismo al mejor estilo del menor de los tres hermanos de Silvio Rodríguez, y las otras veces termino padeciendo de decisión a priori (lo que me hace tremendamente monosilábico. Yo me entiendo) porque tanta bizquera al final me da dolor de cabeza.

Entonces, en mi absurdamente corta visión de las cosas, obtengo una manera o más bien un método para vivir que, como buen hijo de lo absurdo, parece que funciona. De hecho me ha traído hasta aquí, edad mediana, edad hobbit (no sé si se escribe así ni me interesa), la edad a la que todo hombre llega y se pregunta que por qué todo resulta tan extraño. Una edad que espero sea un poco menos de la mitad del total de mi vida, cronológicamente hablando.

Tengo cuarenta y seis años bien entrados. Tengo una convicción exagerada acerca de cómo es que son las cosas…, y la plena convicción al mismo tiempo de que nada de eso es así como yo creo que es. Creer, saber, estar convencido es más que todo una decisión y un punto de vista. Como trepar la cima de una montaña y verlo todo desde ahí, fresquito, con una brisa gélida, y pretender que allá abajo hace la misma temperatura y la vista alcanza tan lejos…, o como la ola marina que tiene un motor que camina para adelante y tiene un motor que camina para atrás… Bueno, no voy a abundar en esta parte.

Es cierto que mi esposa está de viaje desde hace ya más de un mes, y que aun le falta otro largo mes para estar de regreso. Estoy en la edad mediana de su falta. Es cierto que la nostalgia, la soledad, y la tristeza me han agavillado las muy malandras, y que me han pegado contra las cuerdas. Claro, son por lo menos tres contra uno…

Es que yo estoy haciendo una casa aquí en esta isla de los espíritus chocarreros y los chinamitos, y si es cierto que lo que nos va a tocar es emigrar, entonces hago un papel más majadero que el del Quijote con su bacía de barbero por yelmo… No es fácil ese punto de vista. No es fácil ningún punto de vista desde el cual crees que todo se puso color de hormiga brava de la que vive por estos lados, que se comen los cables y tienen gorditos a los técnicos de electrodomésticos. A menos que el técnico seas tú.

Yo me sentí profundamente triste al principio, cuando se fue… Ella arrancó en ese avión del carrizo y se llevó mi espíritu. Me dejó seco y vacío. Toda dirección y finalidad se me perdió. Fue como si se me borrara la memoria Ram y me quedara sin sistema operativo, o algo así, que la cibernética también cae dentro del inmenso campo de mi ignorancia. El caso es que ya no sabía ni cómo ni para qué es que yo iba a hacer aquello que ya no recordaba que tenía que hacer.

Es horrible esa sensación a medio camino entre el limbo y ninguna parte. Me acordé del “Nowhere Man” de Lennon/McCartney, y estuve más llorón que el carrizo a lo largo de más o menos una semana… Logré salir de ahí porque me pasó algo que es llegar a algún tipo de fondo , que no es el fondo mismo de todas las cosas por culpa de la falta de convicción, y desde ese momento no he hecho otra cosa que remontar la dura cuesta de la nostalgia y de las otras tristezas.

Y qué fue lo que me pasó no es ningún misterio. Lo misterioso fue el modo en el que reaccioné, y la potencia que eso me dio… Estaba desayunando cochino frito con arepas y jugos de jobito de río (del Copey) y en la radio que normalmente tienen ahí, después de un vallenato o un reguétón, o alguna porquería de esas, pusieron What a Wonderfull World (tampoco sé si se llama exactamente así, pero es el estribillo más repetido a lo largo de la canción) en una versión que sonaba como al pendejo de Sting…, y me pasaron dos cosas: una fue que pensé en que esa canción es tan condenadamente buena que resiste hasta la voz del payasos ese y sigue siendo buena, y dos, que siguen habiendo incontables maneras de ver las cosas de la vida…

… Se terminó esa canción y pusieron una salsa erótica de esas que cantan unos castrados desafinados…, y yo pensé que los caminos del señor son inescrutables. Por lo menos los del señor que hace ese programa radial…

Se podría pensar en qué carrizo tiene de maravilloso un mundo lleno de adecos, de chavistas, de guerras, de hambre, de enfermedades, de injusticias, un mundo en el que cohabitan bajo un mismo cielo las mayores miserias de África y la opulencia insultante de algunas grandes urbes…, un mundo en el que existe la peor basura del comportamiento humano como es la hipocresía… Pero al mismo tiempo me pareció que sí, que sí es un mundo maravilloso.

Lo que pasa es que es maravilloso si lo ves como sugiere Osho que lo hagas: “La mente puede aceptar cualquier límite en cualquier parte, pero la realidad es que la existencia, por su propia naturaleza, no puede tener ningún límite, porque ¿qué habrá más allá del límite? Nuevamente otro firmamento. Por eso estoy diciendo que cielos y más cielos están a tu disposición para que vueles”… Y yo agrego que el plan mayor si es que existe, es eso: mayor… Más grande que la sumatoria de todas las mentes humanas que han existido y que existirán jamás. Somos pequeños al límite de la pequeñez en relación con el universo inconmensurable… Acepto la tesis de que todo es perfecto, inclusive África y Manhattan bajo un mismo cielo, pero es perfecto en una dimensión que se escapa a mi imaginación y por lo mismo a mi entendimiento… Pero lo acepto, pues…

Es por esto que desaparece mi turbación antropocéntrica y dejo de preocuparme porque tal vez la casa que no he terminado haya después que venderla para irnos de este país en el cual no hay mayores garantías de nada… Ese es un tema que me preocupa sobre manera, lo sabrán seguramente porque yo no soy escaparate de nadie, y todo lo termino diciendo por este o por algún otro medio… Me preocupa porque tengo hijos pequeños que tendrán que vivir en este far west sin sheriff, que será perfecto, cómo no, pero a una escala que no me entra en la cabeza y no parece servir para el futuro de ningún niño civilizado… A este país le va a tocar en un futuro no muy lejano encontrar la manera de recuperar a toda la gente preparada que se le ha ido, que se está yendo, y que seguirá escapándose hacia sitios más seguros y estables. Yo no los culpo, y casi estoy por irme con ellos… Claro que al final es que se vendrá a saber qué fue lo que pasó, y no será hasta allá que se escribirá el resultado y me perdonan los musulmanes (a los que respeto mucho) quienes sí tienen el destino escrito.

Entonces la voz de Sting tratando de echar a perder esa canción tan bonita me devolvió mis corotos como el dado y el indio bravo del poema Rosalinda (… y dije entre sueños rotos, voy jugando a Rosalinda, y el dado en la noche linda, me devolvió mis corotos), y aquí estoy…, no digamos que exultante, ni pirotécnico, pero sé que tengo una misión que cumplir, que la vida no me la chafó por entero aquel animal de la Hummer H2 negra con la placa tapada con el caucho de repuesto al cual no se le pudo consignar denuncia alguna ni en la policía, ni en la fiscalía por haber disparado una pistola automática sobre mi chamo (menos mal que no lo hirió físicamente, porque lo hubiera cazado como a un animal y hubieran sido muchas las vidas echadas a perder)… Aquí tengo que confesar algo: esta situación me convenció (momentáneamente por suerte) de que en las próximas elecciones votaría por los adecos nada más que para castigar a este gobierno tan malazo que tenemos… Pero pasó que mi ADN antiadeco se manifestó y es que no voy a poder. Por lo tanto estoy esperando que surja un partido de oposición que sea racional para irme con ellos. Si no surge nada de aquí allá, me las veré en figurillas, pero la decisión la tomaré entonces sobre el tarjetón electoral aun corriendo el riesgo de atentar contra mí ADN… Qué vaina…

Sobre esto tengo algo qué decir: es totalmente cierto que cada nuevo gobierno venezolano resulta siendo (por la razón que esa) tan requete malo, que hace añorar los pésimos gobiernos anteriores… En estos días escuché a un señor que estaba pasando trabajo con un trámite en el aeropuerto que dijo “como añoro cuando éramos tercer mundo”…, a lo que yo le añadí: “hermano, cálmese, que por el camino que vamos crearemos el quinto mundo messssmooo”… Claro, el tipo se rió y bajó un poco la tensión ambiental del momento, y hasta el trámite se hizo más fácil entre guardias nacionales y personeros del seniat que nos miraban oblicuamente conteniendo las risas (esta isla es territorio adeco y hasta los chavistas lo son)… Definitivamente el universo es muy grande…

Y es que es eso la vida, un continuo cambio y de nada vale preocuparse por ella. Ella va por dónde mejor le viene y resulta que le viene por dónde mejor le va, y así seguiríamos eternamente si no fuera porque rápido nos preocupamos y pretendemos que todo se detuvo. No. No se detuvo, siguió andando y ahora no reconoces el paraje en el que te encuentras… Es como quedarse dormido en el autobús y despertarse de pronto totalmente desconcertado… Una vez me pasó eso en el autobús que iba del Paraíso a Petare, que era el que yo agarraba para ir a Nuevo Circo, pero me quedé dormido por ahí por la esquina de Bucare sería, y me despertó el chofer dando la vuelta en la redoma de Petare, ahí, bajo el puente…, y yo, “ambilao” como andaba vine y me bajé del autobús… Bueno, así mismo pasa cuando nos preocupamos porque no entendemos como es que Sting no pudo echar a perder la canción, como es su costumbre hacer con todo lo que canta…

Así que momentáneamente va ganando la mansa fiereza de los conceptos de Osho, por lo menos para esta situación particular y me quedo con el mundo abierto de las posibilidades en el cual cabe todo lo que existe bajo el sol, y cualquiera de los soles que pululan es esta especie de almohada infinitamente repleta de ácaros que es nuestro universo concebible.

Creo firmemente en que estas deducciones me han de servir para la vida, para mi método de “viviendo”. Creo firmemente en ellas, y también creo en que están completamente equivocadas. Es más, lo sé a ciencia cierta, porque ¿dónde han visto que un ínfimo cerebro humano sea capaz de dar con la verdad? No existe ¿cierto? Sólo está la minúscula parcela de verdad transitoria que sirve para cabalgar entre este breve segundo (en el que no estás) y el siguiente… La vida se va rauda…

Y uno cree que todo tiempo pasado es mejor, pero como dice Drexler, no hay tiempo perdido peor que el perdido en añorar…, el tiempo no es mejor ni peor nunca. Los sucesos, según el punto de vista son malos o son buenos también por decisión… No creo en nada ni en nadie. Dios no sólo no existe sino que es un concepto extremadamente mezquino, falto de testosterona, y hasta cobarde…, y yo en mi extraordinaria pequeñez me declaro en desobediencia paradogmática… ¡Jajajaja! Qué parrafada… La voy a imprimir y a colgar en la pared…

Total que ya no me ataca la nostalgia, porque no tengo nada ya por lo cual sentirla. Las otras tristezas en este momento se ven ajenas. La verdad es que ni este desorden, ni tanta hipocresía podrán, hoy, chafarme la guitarra…

Por esta vez, gracias Osho…



P.D.: Mi Bella, gracias por las fotos…

domingo, 15 de agosto de 2010

Yoko, don’t let him go out!


“At twelve o’clock a meeting round the table
For a seance in the dark
With voices out of nowhere
Put on specially by the children for a lark”...

“Cry baby, cry”.
Lennon/McCartney.
Album Blanco (1968).


Definitivamente Susanita la de Mafalda representa una pequeña parte de la humanidad que inevitablemente habita dentro de todos nosotros, pues yo tampoco me salvo, en mayor o en menor medida.

Lo digo porque estuve por empezar a escribir en esta oportunidad diciendo que “he recibido un montón de malas noticias en mi vida”…, y bueno, me di cuenta del tajo que se dio en el dedo Susanita y que no quería recordar, y ciertamente que yo tampoco querría, la verdad.

Pero sucedió que en estos días se cumplió la condena primaria de Mark David Chapman y por poquito lo dejan salir bajo palabra. En realidad se cumplió hace diez años, pero en aquella audiencia se le negó la libertad. Tuvo otra más o menos recientemente y se le volvió a negar. Pero ahora en octubre tiene otra y existe la posibilidad de que se la otorguen.

Eso hizo que emergiera la sensación de pesimismo que me invadió en aquel lejano final del año ochenta, nefasto 8 de diciembre, cuando me enteré que habían matado a tiros a John Lennon frente al edificio lujoso en el que vivía en New York.

Un loco cualquiera. Un vacío pedazo de mierda de loco cualquiera que se leyó The Catcher in the Rye de Salinger y se creyó aquello que no sería jamás. Así, porque sí, fue y tiroteó a un tipo que jamás, ni en mil reencarnaciones, podrá entender. Sólo porque no teniendo nada dentro de la cabeza, se leyó un libro que le quedó grande, le dio una puntada de culo, y tenía un arma.

Por supuesto que se me dispararon los fusibles, por decirlo de algún modo, y me puse a pensar en el tamaño del daño que semejante hijo de puta le hizo a la humanidad. No sólo a la música, como algunos superficiales (o con fines inconfesables) dicen.

Pero para que lo que quiero decir quede lo más claro posible y no se me tilde de fanático, tengo forzosamente que explicar mi punto de vista y aclarar al mismo tiempo que no pretendo convencer a nadie. Sólo exponer cómo lo veo yo.

El ser humano es un animal. Un animal biológicamente hablando, y más también. Lo que pasa es que somos animales bípedos y pretenciosos que inventamos un sistema de comunicación reglamentado y todo eso, y a partir de ahí desarrollamos todo un lío de pensamientos cada vez más y más intrincados e inútiles, que pretende marcar distancia con la naturaleza.

Esto ha hecho que estemos a punto de acabar con el planeta entero, y ya estamos pensando en colonizar otros planetas para joderlos también, no me cabe duda.

Y la inutilidad de toda esa pretensión de superioridad es tan tonta… Es decir, igual que un perro, un gato, o un chimpancé, tenemos que comer, cagar (y pujar cómo el que más cuando estamos estíticos), y ni hablar de lo perentoriamente primitivo del impulso sexual por más que nos inventemos fantasías para disimular que todo no es más que un básico intercambio de fluidos repletos de hormonas (contra el que no tengo nada, vamos a hablar claro).

Como ya dije, esta manía sólo nos ha llevado a rompernos el planetita sobre el cual nacimos y del cual desapareceremos sin dejar apenas marca. Así, para toda la eternidad una vez nos de alcance la entropía antropófaga, por ponerle un nombre raro.

Pero hemos durado los poquito más de sesenta millones de años (contando desde los prehomínidos, porque el hombre tiene apenas tres o cuatro millones nada más) debido a que nos hacemos contrapeso. Me refiero a que las diferencias, las pocas diferencias que existen entre individuos, entre culturas, entre principios y convicciones, hacen que al promediarse, el rumbo se compense entre los que matan y rompen todo lo que ven a su paso, y los que le piden perdón a las lechugas para pegarle un mordisco.

Mi abuelito decía: ¡caráj, muchacho, ni tanta vela que queme al santo, ni tan poca que no lo alumbre, nojuegue! Y con esto quería significar que los extremos no son de provecho. Que, o te mueres en la inopia, o acabas con todo (engordas mucho) y te mueres también. O sea, que hay que ser prudentes y tender hacia el camino del medio. Ni izquierda, ni derecha, ni arriba, ni abajo, ni lento, ni rápido, ni mansedumbre, ni agresividad…, y así. Que si comes, debes sembrar. Que si matas debes criar…, en fin, creo que el punto ha sido aclarado con suficiencia.

Pero olvídenlo, muy pocos seres humanos (porcentualmente hablando) alcanzan éste estado ideal de ecuanimidad y consciencia perenne, y por eso es que el mundo se va con quien lo trajo, o sea, que estamos fritos.

Lo que pasa es que ahí nos salimos de las consideraciones individualistas y pasamos a ver las cosas como grupos, como sociedad, y es aquí en dónde encontramos la respuesta al por qué hemos durado más de lo que hubiéramos creído por esperanzados e irresponsablemente optimistas que podamos ser.

Es porque si bien existe aquel grupo depredador que explota y machuca a los demás todo lo que puede, también están esos locos fanáticos que salvan ballenas, se amarran a un árbol para que no lo tumben, le piden permiso a Krishna para comerse un frijol…, entre esos dos grupo existen infinidad de matices y posiciones que hacen que el promedio permanezca oscilante alrededor del centro y la vaina pueda seguir adelante.

Claro que la gente desinformada, la gente bruta, la gente egoísta, la gente destructora, la gente ladrona, la gente sin ética…, en una palabra: los ceporros…, son muchos, yo diría que son demasiados, que son más (muchos más) que la gente que trata de revertir la injusticia, que trata de preservar el entorno, que hace las cosas bien.

Por eso es que frente a la extrema derecha depredadora y profundamente malintencionada y destructiva siempre se opone una extrema izquierda improductiva, ineficaz, y burocrática. Cuando un patrón revienta a los trabajadores, aparece un sindicato que los defiende contrapesando al patrón… Bueno sí, lo sé, esto es en teoría… Como todo, las cosas se degradan y aparece la corrupción, los vendidos, los que cagan la jaula. Pero no nos pongamos demasiado realistas porque si no todo pierde sentido y nos terminamos suicidando Susaníticamente hablando…

Por eso es que de tanto en tanto aparecen uno o dos del lado de los que cuidan las cosas, que además se cuelan por los entresijos del poder de los medios y con un cierto peso sobre las masas, aplican presión.

Un tipo como John Lennon que desde su púlpito musical llegaba a los más recónditos rincones, a los más variados públicos, a cada pequeña pulga sobre el más ínfimo perro, y nos hacía pensar. No te forzaba la vida, sólo te contaba a su modo que hay más en el mundo que aquello que te enseña aquel que quiere que aprendas nada más a producirle dinero no importa cómo.

Y no estoy hablando de un santo puesto sobre un altar rodeado de velitas. No estoy hablando de una estatua ecuestre de bronce con un sable en la mano y la cabeza cubierta de mierda de paloma.

Hablo de un huérfano que pasó frío en las calles de una ruda ciudad portuaria, que se metió cuanta mierda existe, que se peleó con medio mundo, pero que decidió adoptar una posición frente al mundo y defenderla consecuentemente.

Fíjense bien, que no era una cabeza coronada, ni un personaje elitesco, ni un ceporro populista. Sin embargo logró lo suyo defendiendo ideales.

Es decir, que en el camino de las grandes corporaciones estandarizadotas se atravesó un flaco miope muy malhumorado que demostró todo lo que demostró… Que no es más que flojera esconderse tras la excusa de que las porquerías de mala calidad son las que logran popularidad, y que por lo tanto si quieres forrarte en dinero tiene que ser todo lo chaborro que puedas, para que te encumbren en el olimpo de los billetes.

No voy a ser tan iluso asegurando que logró cambiar la mentalidad de la humanidad y que hizo temblar los cimientos de la industria masificadora de la basura que dan por cultura popular. Ni de vaina. Pero hizo ruido, llegó a mucha gente, añadió diversidad en los puntos de vista y criterios…, hizo contrapeso.

Luego viene este pedazo de mierda, le da cinco tiros, y se sienta al lado a esperar a la policía leyendo un libro (que este cabrón no entendió) mientras la sangre, por la aorta rota de John Lennon, se derrama irremisiblemente…

No, Mark David Chapman… No puedes ser liberado. No has pagado tu deuda. Tal vez la deuda legal esté satisfecha, pues sabemos bien todo lo superficial que resulta el sistema legal de cualquier país hecho por la misma clase de gente que adversaba Lennon… Pero tu deuda con la humanidad no ha hecho sino crecer desde que le vaciaste la pistola en la espalda a ese señor cercenándole la aorta derramando toda su sangre en el alcantarillado.

No, Mark David Chapman, no puedes ser liberado…, ni sacándote de la cárcel lograrán tu liberación. Tu pena ha de ser tan grande que ni tu muerte te habrá de redimir. Vas a reencarnar en Mark David Chapman hijo de puta irredento mil millones de veces, y mil millones de veces más. Hasta que la tierra se convierta en un desierto radiactivo poblado sólo por pulgas y cucarachas del tamaño de un perro san bernardo, que como a un prometeo de bajísima estofa le será devorado no sólo el hígado, también los testículos, el páncreas y el píloro, que será regenerado cada día para volver a ser devorado hasta que nuestro sol se apague.

Y eso es poco, la verdad, pero dejémoslo hasta ahí porque el karma es contagioso en cierta medida debido a que la luz incide en el comportamiento de las moléculas interconectándonos de casi inexplicables maneras.

Digo que es poco porque el daño que nos causaste a la humanidad toda aun no ha terminado de ponderarse.

Yo te responsabilizo por todas las guerras desde la de Vietnam hasta nuestros días, y por todas y cada una de las muertes, mutilaciones, y pérdidas que por ellas se causaron.

Te responsabilizo por los miles de jóvenes que pierden la vida en las calles por culpa del hampa alrededor del mundo.

Te responsabilizo por la agonía que vive la poesía en esta época.

Te responsabilizo por la pérdida de valores e ideales de la humanidad.

Te responsabilizo por la aparición y auge del reguetón.

Te responsabilizo por cada una de las calamidades y hambrunas en el tercer mundo.

Eres responsable de todo esto y mucho más, Mark David Chapman… Piénsalo…

No puedes ser libre.

Estás maldito. Estás maldito. Estás maldito. Eres el mal por antonomasia.

Yoko, por favor, no dejes que lo saquen de la cárcel…

sábado, 3 de julio de 2010

ROBOCOPP


“-Quisiera ver al cadete Arana, doctor.
-No se puede-repuso el médico, haciendo un ademán de impotencia-.
¿No le ha dicho el soldado que está prohibido subir aquí?
Podrían castigarlo, joven.
-Ayer vine tres veces-dijo Alberto-.
Y el soldado no me dejó pasar. Pero hoy no estaba.
Por favor, doctor, quisiera verlo aunque sea un minuto.
-Lo siento muchísimo. Pero no depende de mí.
Usted sabe que es el reglamento. El cadete Arana está aislado.
No lo puede ver nadie. ¿Es pariente suyo?
-No-dijo Alberto-. Pero tengo que hablar con él. Es algo urgente.
El médico le puso la mano en el hombro y lo miró compasivamente.
-El cadete Arana no puede hablar con nadie-dijo-.
Está inconsciente. Ya se pondrá bueno. Y ahora salga de aquí.
No me obligue a llamar al oficial.
-¿Podré verlo si traigo una orden del mayor jefe de cuartel?
-No-dijo el médico-. Sólo con una orden del coronel.”

Fragmento de “La ciudad y los perros”
Mario Vargas Llosa


“Happiness is a warm gun
Happiness is a warm gun
When I hold you in my arms
And I feel my finger in your trigger
I know no one can do me no harm
Because happiness is a warm gun
Happiness is a warm gun, yes it is
Happiness is a warm gun”

De “Happiness is a warm gun”
The Beatles. Album Blanco (1968)
Lennon/McCartney


Se habla mucho sobre la inseguridad frente a la delincuencia en este país. Se habla sobre la ineficacia de los entes públicos para frenar y hacer retroceder esta situación. Se habla y se habla. Que si es culpa del presidente, que si es culpa del fiscal, que si es culpa de la cuarta república, que si es el gobernador, que si es culpa de la decadencia, que si es culpa de que nadie en este país quiere trabajar, que si es un fenómeno mundial… Y nadie sabe qué o quién tiene la culpa realmente.

Bueno, les voy a contar algo que nos sucedió esta semana aquí, en “happy island”, en donde se supone que la delincuencia es mínima y el hampa está controlada, como en todo ecosistema insular.

Mateo, el hijo de mi esposa y por eso también hijo mío, estaba esperando el carrito por puesto en la parada de autobuses que queda en la avenida 31 de julio a cincuenta metros de su colegio. Él espera ahí todas las tardes el transporte público que lo llevará hasta la plaza Bolívar de La Asunción, donde está nuestro lugar de trabajo, y desde donde luego partimos todos juntos de vuelta a casa al final del día.

Decía que Mateo estaba esperando ahí, por donde pasan todas las personas que van hacia el Salado, Paraguachí, Playa Parguito, Playa El Agua, Manzanillo, es decir, una vía principal que mueve turismo y comercio en cantidades industriales. Él estaba ahí como todas las tardes a la salida del colegio, y así, sin más, de una camioneta Hummer H2 negra con la placa de circulación tapada por el caucho de repuesto, le echan un tiro de pistola automática desde la ventana de atrás del conductor.

Él oyó el estruendo y levantó la vista hacia la camioneta en la que ve el pistolón negro y humeante en la ventanilla que van cerrando. La camioneta sigue su rumbo hacia el norte en dirección Manzanillo.

El chamo hace de tripas corazón y espera ahí a que llegue el autobús que lo llevará a La Asunción. Los padres de un compañero le dan la cola y él acepta, pero no les cuenta nada.

En la iglesia de La Asunción hay una misa correspondiente al entierro de un malandro. Los secuaces toman la plaza y mantienen un lapso de terror, un dominio violento, tiros al aire, agresiones de varios modos a los transeúntes, logran el cierre de los tres o cuatro negocios que hay alrededor incluyendo el nuestro. El que no ha vivido un entierro de malandros no puede ni siquiera imaginárselo.

Es en este ambiente que llega Mateo a La Asunción a encontrarse con su Mamá. Llega con los ojos aguados preguntando por qué. Por qué un tipo con el dinero suficiente como para andar por Margarita en una Hummer H2 negra con la placa de circulación tapada con el caucho de repuesto va a querer dispararle a un chamo de doce años que espera solo el carrito por puesto en una parada que está a cincuenta metros de un colegio.

Nosotros, como padres (y representantes), nos fuimos a lo que era la PTJ, que aun recordamos como la segunda más eficaz policía mundial después de la israelita, que ahora tiene entre otras cosas otro nombre que no puedo recordar, a consignar una denuncia. Una denuncia necesaria para que se haga algo con esos desadaptados que andan en un carro tan conspicuo echándole tiros a los niños.

Como esperábamos, de la otrora PTJ nos pelotearon para la fiscalía porque ahora la policía no toma denuncias. Ojo con éste dato, que luego volveremos sobre él.

Debido a que ya pasaba de las cinco de la tarde, el amable funcionario de la otrora PTJ segunda policía ya sin camisa celeste ni corbata vino tinto, nos recomendó solícito que fuéramos mañana a la oficina de la fiscalía a consignar la denuncia para que ellos mismos la canalizaran hacia las policías preventivas.

Así hicimos al día siguiente. Fuimos a la oficina de la fiscalía ahí, frente al hospital Luís Ortega en la 4 de mayo, oficina de la cual muy amablemente fui echado porque, según adujo el amable funcionario de la puerta, por razones de seguridad no se permite el acceso a esas oficinas en pantalones bermuda… Bueno, está bien, comenzamos mal. Me salgo… Sí, y su esposa se queda, a pesar del escote que carga (una franela de cuello en V bordado) porque bueno, porque alguien tiene que poner la denuncia.

Le recomendé a mi querida esposa que dominara su genio y que tratara de exponerle los hechos a quien la atendiera, con la mayor calma y claridad posible. Así lo hizo.

La atendió por fin una amable secretaria de la oficina de orientación al denunciante, quien le informó que la remitiría a la oficina de atención a la víctima donde amablemente le tomaron una primera declaración informal a mi esposa quien luego, con mucha amabilidad fue remitida a otra funcionaria muy amable que le dijo a mi esposa que los niños no deben andar solos por ahí.

Mi esposa, medio resignada le contesta amablemente a la amable funcionaria, que Margarita no es Mamera, ni la Bombilla, que aquí los niños juegan en la calle y que andan solos en autobús, que eso no tiene nada de raro ni de malo, que no lo atacaron el Los Cocos ni en Barrioajuro, que no le disparó un atracador sino un sifrino.

Acto seguido, la muy amable funcionaria consideró que el caso merecía ser amablemente atendido por la propia amable fiscal a cargo. Pero por favor pase a la sala de espera mientras la fiscal se desocupa y le atiende.

Yo, mientras tanto esperaba del lado de afuera del la puerta viendo entrar y salir gente al tiempo que analizaba la frase del amable funcionario de la puerta, “por razones de seguridad no se permite el acceso de personas con pantalones bermuda ni de personas con escotes”… Qué problemas de inseguridad puede causar un cuarentón casi de cincuenta, pata chueca, en pantalones bermuda…

Mientras así pensaba, frente a mí pasó una abogada con el pelo pintado de amarillo oxigenado al grado cuarenta amarrado en un moño tan tenso que se le almendraban los ojos, y un escote esteatopígico apechugado con unos mil cc por cotiledón que más que mirarlo provocaba driblarlo a dos manos…

Ella le dio un ósculo esquivo al amable funcionario de la puerta desde atrás de su blackberry, y entró como Pedro por su casa.

Pasaron luego lotes variopintos de entre quienes cabe destacar otra abogada sin escote pero con los pantalones tan pegados al cuerpo que sus labios mayores brotaban como dos chorizos paralelos. Me hizo pensar en que el maracuchísimo “tenía un bollo como una capota de volkswagen” se quedaba corto. En que “lo que tenía entre las piernas era un gato echao”, era una nimiedad, un detallito… Me acordé de una compañera de clases a la que le pusieron el sobrenombre de “bolloloco” porque tenía una cosa indescriptible, pero de dimensiones épicas, entre las piernas.

Y luego pasó una, abogada también, con un pantalón blanco muy ajustado, con tanga hilo dental negro, que ya le puso la tapa al frasco.

¿Qué cómo sé que las tres eran abogadas? Muy fácil: por el pelo pintado, los anteojos negros tipo JLo, la pedrería plástica, las siliconas, la ropa copia de marcas, la expresión amarga y el rictus de desagrado, el portafolios, el blackberry en la oreja, la conversación en tono imperativo y en voz muy alta, y principalmente por el ostentoso y áureo anillo de graduación que ningún otro gremio usa ya.

Claro que ahora me toca ser amable a mí, porque nobleza obliga, y darle la razón al amable funcionario de la entrada. Yo también, tal vez, aduciendo razones de las que sean, hubiera sacado a la calle seguramente a un canoso viejo pata chueca para dejar entrar a semejantes desparpajadas exhibicionistas. Sobre todo tomando en cuenta lo aburrido que tienen, por fuerza, que estar en el pretoriano cumplimiento de su deber.

Mientras yo estaba contando factores inseguros en el lado de afuera de las puertas de la oficina, se desocupó la amable fiscal a cargo quien informalmente se hizo echar el cuento de nuevo. Amablemente hizo sentar a mi bella esposa ante su escritorio y le preguntó: ¿ustedes tienen enemigos?

Viendo la expresión de absoluto desconcierto en la cara de mi esposa, la amable fiscal le explicó que “siendo una pregunta idiota (cito textualmente), era una pregunta clave”, porque según el código orgánico procesal penal conocido amablemente como el COPP, la denuncia no procede porque no hay persona pillada in fraganti. Es decir, que no se puede ir a buscar entre las tres Hummer H2 negras con la placa de circulación tapada por el caucho de repuesto que hay en Nueva Esparta para ver quién es el que le anda echando tiros a los niños, sin que la denuncia se haya hecho con nombre, apellido, y cédula de identidad de la persona que empuñaba el arma que disparó a las tres y media de la tarde en una vía concurrida sobre un niño de doce años que esperaba el autobús para irse a encontrar con su Mamá.

Amén de consignar las pruebas que debería recabar la policía, digo yo ¿no?

Debes traer al atacante con el arma humeando (demostrar la propiedad del arma) sin tocarle un pelo al tipo porque te cae la pava ciriaca, la bala que se enterró ahí cerca, la foto del tipo disparando, un vídeo de apoyo no vendría mal, papel sellado, tres timbres fiscales, tres testigos, y un juez… O mejor un fiscal…

Tengo que admitir que la amable fiscal se veía consternada (es el reglamento, traiga una autorización del coronel), pero se confesó de manos atadas ya que la ley vigente le impide actuar. Que ella se vino a Nueva Esparta buscando un ambiente de menor delincuencia, que ella trabajó diez años en una oficina en Caracas y que en ese lapso procesó tres mil seiscientas causas. Que dejó la capital para trabajar en Porlamar en cuya oficina alcanzó a procesar la misma cantidad de causas en sólo cuatro años. Que lo de los pantalones bermuda y los escotes era la mojigatería hipócrita de siempre, y que bueno, que ella amablemente nos daría un oficio formal para que volviéramos con él y con Mateo a la otrora PTJ, segunda vez, para que nos tomaran la denuncia que no procedió por fiscalía pero que deberían tomar de todos modos, aunque tampoco proceda por allá. Sobra decir que no fuimos ya a ninguna PTJ del carrizo…

¿Cómo es eso? Ojo, que no es que la denuncia se hizo y no fue a dar a ningún lado, que se perdió en el tremedal burocrático, en la dimensión desconocida de la gaveta del olvido. No. Fue que no procedió. No la tomaron. No hay denuncia. El tipo de la Hummer H2 negra con la placa trasera tapada por el caucho de repuesto ya puede tranquilamente seguir disparando sobre quien quiera mientras no lo haga sobre alguien que lo conozca íntimamente, digamos, a nivel de lunarcito en el glande digo yo, por razones de seguridad.

Entonces caigo, inocente de mí (descubrí la fórmula del agua tibia), en el por qué de la inseguridad frente a la delincuencia. En el por qué de la impunidad. En el por qué de que la policía no haga nada. En el por qué se está echando mano a la práctica fascista de matar malandros en operaciones tipo escuadrones de la muerte. Y me doy cuenta de lo grave de la situación, en lo aberrante de lo que estamos viviendo. En por qué una persona se compra una Hummer H2 negra y después anda por la calle echándole tiros a niños que esperan el autobús. Tiemblo, pero de la arrechera.

El delincuente es una persona que no ve camino fácil ni esperanza. Es una persona que conoce y mira de frente su realidad socio económica y decide, entre valiente y fatalista, tomar un camino fuera de los márgenes de la civilización. Cierto que existe desigualdad. Una desigualdad que además nos estrujan en la cara cada segundo de nuestras vidas. El que decide hacerse delincuente sabe que por los caminos regulares jamás podrá ser como Will Smith, Eminem, o Ice Cube. Pero puede, porque se puede, disparar, matar, robar, violar, secuestrar, golpear, atropellar, y todo lo que le venga en gana porque la ley lo protege. Los demás son los que están jodidos. Los que tratamos de mantenernos dentro del margen somos unos pendejos, eso sí, amablemente, como lo dijo alguna vez Arturo Uslar Pietro.

No es una apología a la delincuencia ni nada de eso. Pero aunque no lo justifique, digamos que enumera más o menos malamente algunas de sus causas.

Y pienso que más me valdría haber nacido musulmán y tener muy entendido que el destino ya está escrito, porque como lo estoy viendo, la vida es un salto al vacío.

Digo que tengo la posibilidad de emigrar de este país que es peor que un país sin ley porque tienen leyes que otorgan la impunidad a todo aquel que se resuelva a matar y a saquear. Pero emigrar es un salto al vacío. No sé qué voy a ir a hacer en un país extraño, a mi edad. Tal vez vaya a trabajar de bedel en un liceo del midwest americano y me maten a coñazos una piara de báquiros neonazis de la NRA en defensa de la segunda enmienda, porque soy latino con cara de árabe y tal vez amigo de Bin Laden…

La opción de emigrar no estaría tan mal, pero presenta la posibilidad amarga de tener que dejar a mi hija aquí por razones de una intrincada configuración familiar que no viene al caso, y que por eso mismo me desarticula.

O me puedo quedar aquí en otro salto al vacío porque no se sabe a dónde va a parar un país con leyes que protegen al malandro y promueven al malandraje, al que no le va a quedar más remedio que sacar a la calle, si es que ya no están, brigadas de mercenarios que vayan matando a aquellos que no pueden ser tocados por la ley, pues esta los protege.

Me parece que tendremos problemas serios por unas dos o tres décadas más, porque en lo que salen a la calle estas brigadas, primero matan al que es, luego al que parece que es, e inevitablemente terminan matando al que no es.

¿Qué hacer?

Lo primero es mandar para afuera a Mateo, quien se irá con el alivio de alejarse de un lugar tan peligroso, su país. Y se irá también con la tristeza de dejar a la gente que quiere, que a la vez se quedan en este lugar tan peligroso, su país. También se irá con la frustración de quien huye porque se sabe indefenso y con pleno conocimiento de que sucede porque las leyes de su país protegen al tipo de la Hummer H2 negra que lleva tapada la placa de circulación con el caucho de repuesto, su país. Un país que niega la definición de república. Un país que frente a la crisis carcelaria opta por no meter a más nadie preso haga lo que haga. O más bien perpetre lo que perpetre… No se piensa en modificar la causa sino muy malamente a las consecuencias, porque entrarle al tema de las causas no gana voto.

¿Qué clase de persona se compra una Hummer H2 negra en un sitio donde brilla el sol con tanta furia durante cuatro mil trescientas ochenta y tres horas al año, promedio, y en el cual secuestran a todo el que ostenta dinero?

Tengo pocas respuestas a esta pregunta, y son menos respuestas si a la pregunta le añadimos el detallito de que además es una persona que les dispara a los niños que esperan el autobús a cincuenta metros de su colegio.

No, no me vengan con que ese tipo es un enfermo mental. Eso lo disculparía, pues su trastorno no lo hace responsable, o más bien le quita responsabilidad que tiene sobre sus actos.

Un tipo que se compra una Hummer, que se mete unos pases de perico, que sale a la calle y atropella y mata a un medallista olímpico, y que luego sale absuelto porque estar bajo los efectos de cualquier droga es un atenuante y no un agravante, lo hace porque puede.

La ley contribuye a hacer al delincuente, por lo menos en este país.

Cierto es que en países como Alemania uno no puede ni tocar a un ladrón que se te meta en la casa, no puede ponerle botellas rotas a un muro para que no se lo salten los cacos porque si uno se corta te deja seco a punta de demandas que ciertamente proceden. Uno diría que aquí, como siempre de parejeros no vamos a ser menos que los alemanes… El caso es que si por casualidad en Alemania se te mete un ladrón en casa, la policía lo agarra en un santiamén y el amigo de lo ajeno, de que va preso, va preso. Eso sí, en una cárcel que parece un hotel de tres estrellas. Tenemos mucho que andar desde donde estamos, hasta allá ¿no?

Ese tipo de la Hummer H2 negra que le disparó a Mateo, inclusive barajando la posibilidad de que lo hiciera con balas de salva con la única y traviesa intención de darle el susto del siglo al muchachito de la parada, merece tortura y muerte por lapidación al mejor estilo bíblico.

Y todo el sistema legal de este país merece ser expuesto al público internacional para el eterno escarnio de sus pro-delincuentes representantes y redactores de leyes.

A una amiga casi familia se le metió un ladrón por la ventana del apartamento, y cuando lo sorprendieron se cayo, en su huída, por la ventana misma por donde entró y aterrizó en la terraza del vecino de abajo dando oportunidad para que lo atraparan y lo llevaran a la policía. La denuncia no procedió porque ¿cómo sabían ustedes que él se metió en su casa a robar? Y el malandro azote de la urbanización salió libre, sin ni siquiera un miserable y engavetable expediente.

El ladrón que se metió por la ventana de mi casa mientras dormíamos hace unos meses fue atrapado recientemente por otro vecino, porque el dientón de la mierda ese es el azote de la urbanización donde vivo, y lo llevó una turba enfurecida a la policía pues a todos les ha robado algo. La denuncia no procedió tampoco. La fiscal le preguntó que si no le daba miedo que lo mataran de un tiro. El dientón por toda respuesta se levantó la franela y enseñó tres cicatrices de bala mientras decía, “me han dado tres tiros ya, y no me han matado todavía”…

… Esto no va a cambiar. Va a empeorar todavía más. Las leyes en el mejor caso se anulan a sí mismas, el combate contra la delincuencia es guerra de guerrillas, la economía no da esperanzas, el ciudadano de a pie está indefenso y con más perspectivas del lado ilegal que del otro. La preocupación primera de todo amable y buen funcionario público es controlar, selectivamente y a conveniencia, el acceso a las oficinas de las personas con escotes, o con pantalones bermuda. Y cobrar los impuestos draconianamente al que está tratando de ganarse la vida del lado correcto de las cosas.

En estos días estuve en Caracas y como siempre fui al mercado de Quinta Crespo, que me encanta, a comprar los ingredientes de la cena familiar de costumbre. En la entrada norte estaba un malandrín vendiendo unos palos de golf con todo y bolsa de cuero. Le explicaba a un señor que se le había acercado, “nooo, e’to e’ pa’ juga’ gol’, papaá…, dame dosmilquinientos na’ ma’ ”… Y lo hacía a la vista de todo el mundo. Claro, si no hay denuncia por el robo de esos palos de golf, nadie busca al ladrón. ¿quién va a ir a poner la denuncia si no se aceptan en las instancias debidas?… El pintoresco choro puede seguir vendiendo sus palos de golf tranquilamente, que no pasa nada…

Una amiga joven que es abogada más o menos nueva me explicaba intentando vehementemente que yo le entendiera su punto, que la culpa no la tiene el COPP sino la interpretación que de él se hace… Okay chama, yo no sé nada de leyes, sólo sé que si las leyes no ayudan a la gran masa de ciudadanos, la vaina no sirve. Y por lo que te entiendo la culpa no es del ciego sino de quien le da el garrote ¿es eso? Entonces todo depende de la buena o mala intención de las personas a cargo… Nos jodimos…

Va a costar una o dos generaciones salir de este peo.