sábado, 3 de julio de 2010

ROBOCOPP


“-Quisiera ver al cadete Arana, doctor.
-No se puede-repuso el médico, haciendo un ademán de impotencia-.
¿No le ha dicho el soldado que está prohibido subir aquí?
Podrían castigarlo, joven.
-Ayer vine tres veces-dijo Alberto-.
Y el soldado no me dejó pasar. Pero hoy no estaba.
Por favor, doctor, quisiera verlo aunque sea un minuto.
-Lo siento muchísimo. Pero no depende de mí.
Usted sabe que es el reglamento. El cadete Arana está aislado.
No lo puede ver nadie. ¿Es pariente suyo?
-No-dijo Alberto-. Pero tengo que hablar con él. Es algo urgente.
El médico le puso la mano en el hombro y lo miró compasivamente.
-El cadete Arana no puede hablar con nadie-dijo-.
Está inconsciente. Ya se pondrá bueno. Y ahora salga de aquí.
No me obligue a llamar al oficial.
-¿Podré verlo si traigo una orden del mayor jefe de cuartel?
-No-dijo el médico-. Sólo con una orden del coronel.”

Fragmento de “La ciudad y los perros”
Mario Vargas Llosa


“Happiness is a warm gun
Happiness is a warm gun
When I hold you in my arms
And I feel my finger in your trigger
I know no one can do me no harm
Because happiness is a warm gun
Happiness is a warm gun, yes it is
Happiness is a warm gun”

De “Happiness is a warm gun”
The Beatles. Album Blanco (1968)
Lennon/McCartney


Se habla mucho sobre la inseguridad frente a la delincuencia en este país. Se habla sobre la ineficacia de los entes públicos para frenar y hacer retroceder esta situación. Se habla y se habla. Que si es culpa del presidente, que si es culpa del fiscal, que si es culpa de la cuarta república, que si es el gobernador, que si es culpa de la decadencia, que si es culpa de que nadie en este país quiere trabajar, que si es un fenómeno mundial… Y nadie sabe qué o quién tiene la culpa realmente.

Bueno, les voy a contar algo que nos sucedió esta semana aquí, en “happy island”, en donde se supone que la delincuencia es mínima y el hampa está controlada, como en todo ecosistema insular.

Mateo, el hijo de mi esposa y por eso también hijo mío, estaba esperando el carrito por puesto en la parada de autobuses que queda en la avenida 31 de julio a cincuenta metros de su colegio. Él espera ahí todas las tardes el transporte público que lo llevará hasta la plaza Bolívar de La Asunción, donde está nuestro lugar de trabajo, y desde donde luego partimos todos juntos de vuelta a casa al final del día.

Decía que Mateo estaba esperando ahí, por donde pasan todas las personas que van hacia el Salado, Paraguachí, Playa Parguito, Playa El Agua, Manzanillo, es decir, una vía principal que mueve turismo y comercio en cantidades industriales. Él estaba ahí como todas las tardes a la salida del colegio, y así, sin más, de una camioneta Hummer H2 negra con la placa de circulación tapada por el caucho de repuesto, le echan un tiro de pistola automática desde la ventana de atrás del conductor.

Él oyó el estruendo y levantó la vista hacia la camioneta en la que ve el pistolón negro y humeante en la ventanilla que van cerrando. La camioneta sigue su rumbo hacia el norte en dirección Manzanillo.

El chamo hace de tripas corazón y espera ahí a que llegue el autobús que lo llevará a La Asunción. Los padres de un compañero le dan la cola y él acepta, pero no les cuenta nada.

En la iglesia de La Asunción hay una misa correspondiente al entierro de un malandro. Los secuaces toman la plaza y mantienen un lapso de terror, un dominio violento, tiros al aire, agresiones de varios modos a los transeúntes, logran el cierre de los tres o cuatro negocios que hay alrededor incluyendo el nuestro. El que no ha vivido un entierro de malandros no puede ni siquiera imaginárselo.

Es en este ambiente que llega Mateo a La Asunción a encontrarse con su Mamá. Llega con los ojos aguados preguntando por qué. Por qué un tipo con el dinero suficiente como para andar por Margarita en una Hummer H2 negra con la placa de circulación tapada con el caucho de repuesto va a querer dispararle a un chamo de doce años que espera solo el carrito por puesto en una parada que está a cincuenta metros de un colegio.

Nosotros, como padres (y representantes), nos fuimos a lo que era la PTJ, que aun recordamos como la segunda más eficaz policía mundial después de la israelita, que ahora tiene entre otras cosas otro nombre que no puedo recordar, a consignar una denuncia. Una denuncia necesaria para que se haga algo con esos desadaptados que andan en un carro tan conspicuo echándole tiros a los niños.

Como esperábamos, de la otrora PTJ nos pelotearon para la fiscalía porque ahora la policía no toma denuncias. Ojo con éste dato, que luego volveremos sobre él.

Debido a que ya pasaba de las cinco de la tarde, el amable funcionario de la otrora PTJ segunda policía ya sin camisa celeste ni corbata vino tinto, nos recomendó solícito que fuéramos mañana a la oficina de la fiscalía a consignar la denuncia para que ellos mismos la canalizaran hacia las policías preventivas.

Así hicimos al día siguiente. Fuimos a la oficina de la fiscalía ahí, frente al hospital Luís Ortega en la 4 de mayo, oficina de la cual muy amablemente fui echado porque, según adujo el amable funcionario de la puerta, por razones de seguridad no se permite el acceso a esas oficinas en pantalones bermuda… Bueno, está bien, comenzamos mal. Me salgo… Sí, y su esposa se queda, a pesar del escote que carga (una franela de cuello en V bordado) porque bueno, porque alguien tiene que poner la denuncia.

Le recomendé a mi querida esposa que dominara su genio y que tratara de exponerle los hechos a quien la atendiera, con la mayor calma y claridad posible. Así lo hizo.

La atendió por fin una amable secretaria de la oficina de orientación al denunciante, quien le informó que la remitiría a la oficina de atención a la víctima donde amablemente le tomaron una primera declaración informal a mi esposa quien luego, con mucha amabilidad fue remitida a otra funcionaria muy amable que le dijo a mi esposa que los niños no deben andar solos por ahí.

Mi esposa, medio resignada le contesta amablemente a la amable funcionaria, que Margarita no es Mamera, ni la Bombilla, que aquí los niños juegan en la calle y que andan solos en autobús, que eso no tiene nada de raro ni de malo, que no lo atacaron el Los Cocos ni en Barrioajuro, que no le disparó un atracador sino un sifrino.

Acto seguido, la muy amable funcionaria consideró que el caso merecía ser amablemente atendido por la propia amable fiscal a cargo. Pero por favor pase a la sala de espera mientras la fiscal se desocupa y le atiende.

Yo, mientras tanto esperaba del lado de afuera del la puerta viendo entrar y salir gente al tiempo que analizaba la frase del amable funcionario de la puerta, “por razones de seguridad no se permite el acceso de personas con pantalones bermuda ni de personas con escotes”… Qué problemas de inseguridad puede causar un cuarentón casi de cincuenta, pata chueca, en pantalones bermuda…

Mientras así pensaba, frente a mí pasó una abogada con el pelo pintado de amarillo oxigenado al grado cuarenta amarrado en un moño tan tenso que se le almendraban los ojos, y un escote esteatopígico apechugado con unos mil cc por cotiledón que más que mirarlo provocaba driblarlo a dos manos…

Ella le dio un ósculo esquivo al amable funcionario de la puerta desde atrás de su blackberry, y entró como Pedro por su casa.

Pasaron luego lotes variopintos de entre quienes cabe destacar otra abogada sin escote pero con los pantalones tan pegados al cuerpo que sus labios mayores brotaban como dos chorizos paralelos. Me hizo pensar en que el maracuchísimo “tenía un bollo como una capota de volkswagen” se quedaba corto. En que “lo que tenía entre las piernas era un gato echao”, era una nimiedad, un detallito… Me acordé de una compañera de clases a la que le pusieron el sobrenombre de “bolloloco” porque tenía una cosa indescriptible, pero de dimensiones épicas, entre las piernas.

Y luego pasó una, abogada también, con un pantalón blanco muy ajustado, con tanga hilo dental negro, que ya le puso la tapa al frasco.

¿Qué cómo sé que las tres eran abogadas? Muy fácil: por el pelo pintado, los anteojos negros tipo JLo, la pedrería plástica, las siliconas, la ropa copia de marcas, la expresión amarga y el rictus de desagrado, el portafolios, el blackberry en la oreja, la conversación en tono imperativo y en voz muy alta, y principalmente por el ostentoso y áureo anillo de graduación que ningún otro gremio usa ya.

Claro que ahora me toca ser amable a mí, porque nobleza obliga, y darle la razón al amable funcionario de la entrada. Yo también, tal vez, aduciendo razones de las que sean, hubiera sacado a la calle seguramente a un canoso viejo pata chueca para dejar entrar a semejantes desparpajadas exhibicionistas. Sobre todo tomando en cuenta lo aburrido que tienen, por fuerza, que estar en el pretoriano cumplimiento de su deber.

Mientras yo estaba contando factores inseguros en el lado de afuera de las puertas de la oficina, se desocupó la amable fiscal a cargo quien informalmente se hizo echar el cuento de nuevo. Amablemente hizo sentar a mi bella esposa ante su escritorio y le preguntó: ¿ustedes tienen enemigos?

Viendo la expresión de absoluto desconcierto en la cara de mi esposa, la amable fiscal le explicó que “siendo una pregunta idiota (cito textualmente), era una pregunta clave”, porque según el código orgánico procesal penal conocido amablemente como el COPP, la denuncia no procede porque no hay persona pillada in fraganti. Es decir, que no se puede ir a buscar entre las tres Hummer H2 negras con la placa de circulación tapada por el caucho de repuesto que hay en Nueva Esparta para ver quién es el que le anda echando tiros a los niños, sin que la denuncia se haya hecho con nombre, apellido, y cédula de identidad de la persona que empuñaba el arma que disparó a las tres y media de la tarde en una vía concurrida sobre un niño de doce años que esperaba el autobús para irse a encontrar con su Mamá.

Amén de consignar las pruebas que debería recabar la policía, digo yo ¿no?

Debes traer al atacante con el arma humeando (demostrar la propiedad del arma) sin tocarle un pelo al tipo porque te cae la pava ciriaca, la bala que se enterró ahí cerca, la foto del tipo disparando, un vídeo de apoyo no vendría mal, papel sellado, tres timbres fiscales, tres testigos, y un juez… O mejor un fiscal…

Tengo que admitir que la amable fiscal se veía consternada (es el reglamento, traiga una autorización del coronel), pero se confesó de manos atadas ya que la ley vigente le impide actuar. Que ella se vino a Nueva Esparta buscando un ambiente de menor delincuencia, que ella trabajó diez años en una oficina en Caracas y que en ese lapso procesó tres mil seiscientas causas. Que dejó la capital para trabajar en Porlamar en cuya oficina alcanzó a procesar la misma cantidad de causas en sólo cuatro años. Que lo de los pantalones bermuda y los escotes era la mojigatería hipócrita de siempre, y que bueno, que ella amablemente nos daría un oficio formal para que volviéramos con él y con Mateo a la otrora PTJ, segunda vez, para que nos tomaran la denuncia que no procedió por fiscalía pero que deberían tomar de todos modos, aunque tampoco proceda por allá. Sobra decir que no fuimos ya a ninguna PTJ del carrizo…

¿Cómo es eso? Ojo, que no es que la denuncia se hizo y no fue a dar a ningún lado, que se perdió en el tremedal burocrático, en la dimensión desconocida de la gaveta del olvido. No. Fue que no procedió. No la tomaron. No hay denuncia. El tipo de la Hummer H2 negra con la placa trasera tapada por el caucho de repuesto ya puede tranquilamente seguir disparando sobre quien quiera mientras no lo haga sobre alguien que lo conozca íntimamente, digamos, a nivel de lunarcito en el glande digo yo, por razones de seguridad.

Entonces caigo, inocente de mí (descubrí la fórmula del agua tibia), en el por qué de la inseguridad frente a la delincuencia. En el por qué de la impunidad. En el por qué de que la policía no haga nada. En el por qué se está echando mano a la práctica fascista de matar malandros en operaciones tipo escuadrones de la muerte. Y me doy cuenta de lo grave de la situación, en lo aberrante de lo que estamos viviendo. En por qué una persona se compra una Hummer H2 negra y después anda por la calle echándole tiros a niños que esperan el autobús. Tiemblo, pero de la arrechera.

El delincuente es una persona que no ve camino fácil ni esperanza. Es una persona que conoce y mira de frente su realidad socio económica y decide, entre valiente y fatalista, tomar un camino fuera de los márgenes de la civilización. Cierto que existe desigualdad. Una desigualdad que además nos estrujan en la cara cada segundo de nuestras vidas. El que decide hacerse delincuente sabe que por los caminos regulares jamás podrá ser como Will Smith, Eminem, o Ice Cube. Pero puede, porque se puede, disparar, matar, robar, violar, secuestrar, golpear, atropellar, y todo lo que le venga en gana porque la ley lo protege. Los demás son los que están jodidos. Los que tratamos de mantenernos dentro del margen somos unos pendejos, eso sí, amablemente, como lo dijo alguna vez Arturo Uslar Pietro.

No es una apología a la delincuencia ni nada de eso. Pero aunque no lo justifique, digamos que enumera más o menos malamente algunas de sus causas.

Y pienso que más me valdría haber nacido musulmán y tener muy entendido que el destino ya está escrito, porque como lo estoy viendo, la vida es un salto al vacío.

Digo que tengo la posibilidad de emigrar de este país que es peor que un país sin ley porque tienen leyes que otorgan la impunidad a todo aquel que se resuelva a matar y a saquear. Pero emigrar es un salto al vacío. No sé qué voy a ir a hacer en un país extraño, a mi edad. Tal vez vaya a trabajar de bedel en un liceo del midwest americano y me maten a coñazos una piara de báquiros neonazis de la NRA en defensa de la segunda enmienda, porque soy latino con cara de árabe y tal vez amigo de Bin Laden…

La opción de emigrar no estaría tan mal, pero presenta la posibilidad amarga de tener que dejar a mi hija aquí por razones de una intrincada configuración familiar que no viene al caso, y que por eso mismo me desarticula.

O me puedo quedar aquí en otro salto al vacío porque no se sabe a dónde va a parar un país con leyes que protegen al malandro y promueven al malandraje, al que no le va a quedar más remedio que sacar a la calle, si es que ya no están, brigadas de mercenarios que vayan matando a aquellos que no pueden ser tocados por la ley, pues esta los protege.

Me parece que tendremos problemas serios por unas dos o tres décadas más, porque en lo que salen a la calle estas brigadas, primero matan al que es, luego al que parece que es, e inevitablemente terminan matando al que no es.

¿Qué hacer?

Lo primero es mandar para afuera a Mateo, quien se irá con el alivio de alejarse de un lugar tan peligroso, su país. Y se irá también con la tristeza de dejar a la gente que quiere, que a la vez se quedan en este lugar tan peligroso, su país. También se irá con la frustración de quien huye porque se sabe indefenso y con pleno conocimiento de que sucede porque las leyes de su país protegen al tipo de la Hummer H2 negra que lleva tapada la placa de circulación con el caucho de repuesto, su país. Un país que niega la definición de república. Un país que frente a la crisis carcelaria opta por no meter a más nadie preso haga lo que haga. O más bien perpetre lo que perpetre… No se piensa en modificar la causa sino muy malamente a las consecuencias, porque entrarle al tema de las causas no gana voto.

¿Qué clase de persona se compra una Hummer H2 negra en un sitio donde brilla el sol con tanta furia durante cuatro mil trescientas ochenta y tres horas al año, promedio, y en el cual secuestran a todo el que ostenta dinero?

Tengo pocas respuestas a esta pregunta, y son menos respuestas si a la pregunta le añadimos el detallito de que además es una persona que les dispara a los niños que esperan el autobús a cincuenta metros de su colegio.

No, no me vengan con que ese tipo es un enfermo mental. Eso lo disculparía, pues su trastorno no lo hace responsable, o más bien le quita responsabilidad que tiene sobre sus actos.

Un tipo que se compra una Hummer, que se mete unos pases de perico, que sale a la calle y atropella y mata a un medallista olímpico, y que luego sale absuelto porque estar bajo los efectos de cualquier droga es un atenuante y no un agravante, lo hace porque puede.

La ley contribuye a hacer al delincuente, por lo menos en este país.

Cierto es que en países como Alemania uno no puede ni tocar a un ladrón que se te meta en la casa, no puede ponerle botellas rotas a un muro para que no se lo salten los cacos porque si uno se corta te deja seco a punta de demandas que ciertamente proceden. Uno diría que aquí, como siempre de parejeros no vamos a ser menos que los alemanes… El caso es que si por casualidad en Alemania se te mete un ladrón en casa, la policía lo agarra en un santiamén y el amigo de lo ajeno, de que va preso, va preso. Eso sí, en una cárcel que parece un hotel de tres estrellas. Tenemos mucho que andar desde donde estamos, hasta allá ¿no?

Ese tipo de la Hummer H2 negra que le disparó a Mateo, inclusive barajando la posibilidad de que lo hiciera con balas de salva con la única y traviesa intención de darle el susto del siglo al muchachito de la parada, merece tortura y muerte por lapidación al mejor estilo bíblico.

Y todo el sistema legal de este país merece ser expuesto al público internacional para el eterno escarnio de sus pro-delincuentes representantes y redactores de leyes.

A una amiga casi familia se le metió un ladrón por la ventana del apartamento, y cuando lo sorprendieron se cayo, en su huída, por la ventana misma por donde entró y aterrizó en la terraza del vecino de abajo dando oportunidad para que lo atraparan y lo llevaran a la policía. La denuncia no procedió porque ¿cómo sabían ustedes que él se metió en su casa a robar? Y el malandro azote de la urbanización salió libre, sin ni siquiera un miserable y engavetable expediente.

El ladrón que se metió por la ventana de mi casa mientras dormíamos hace unos meses fue atrapado recientemente por otro vecino, porque el dientón de la mierda ese es el azote de la urbanización donde vivo, y lo llevó una turba enfurecida a la policía pues a todos les ha robado algo. La denuncia no procedió tampoco. La fiscal le preguntó que si no le daba miedo que lo mataran de un tiro. El dientón por toda respuesta se levantó la franela y enseñó tres cicatrices de bala mientras decía, “me han dado tres tiros ya, y no me han matado todavía”…

… Esto no va a cambiar. Va a empeorar todavía más. Las leyes en el mejor caso se anulan a sí mismas, el combate contra la delincuencia es guerra de guerrillas, la economía no da esperanzas, el ciudadano de a pie está indefenso y con más perspectivas del lado ilegal que del otro. La preocupación primera de todo amable y buen funcionario público es controlar, selectivamente y a conveniencia, el acceso a las oficinas de las personas con escotes, o con pantalones bermuda. Y cobrar los impuestos draconianamente al que está tratando de ganarse la vida del lado correcto de las cosas.

En estos días estuve en Caracas y como siempre fui al mercado de Quinta Crespo, que me encanta, a comprar los ingredientes de la cena familiar de costumbre. En la entrada norte estaba un malandrín vendiendo unos palos de golf con todo y bolsa de cuero. Le explicaba a un señor que se le había acercado, “nooo, e’to e’ pa’ juga’ gol’, papaá…, dame dosmilquinientos na’ ma’ ”… Y lo hacía a la vista de todo el mundo. Claro, si no hay denuncia por el robo de esos palos de golf, nadie busca al ladrón. ¿quién va a ir a poner la denuncia si no se aceptan en las instancias debidas?… El pintoresco choro puede seguir vendiendo sus palos de golf tranquilamente, que no pasa nada…

Una amiga joven que es abogada más o menos nueva me explicaba intentando vehementemente que yo le entendiera su punto, que la culpa no la tiene el COPP sino la interpretación que de él se hace… Okay chama, yo no sé nada de leyes, sólo sé que si las leyes no ayudan a la gran masa de ciudadanos, la vaina no sirve. Y por lo que te entiendo la culpa no es del ciego sino de quien le da el garrote ¿es eso? Entonces todo depende de la buena o mala intención de las personas a cargo… Nos jodimos…

Va a costar una o dos generaciones salir de este peo.