martes, 20 de abril de 2010

Geometría irrefleja iconoclasta.




“Pero, tal vez por casualidad, el golpe fue perfecto y
Sobre el fieltro verde las bolas blancas y roja
Fueron chocando unas con otras suavemente,
Casi sin hacer ruido, y aquella tirada le dio a Kizuki
Los puntos necesarios para la victoria”.

Fragmento de Tokio Blues
Haruki Murakami (Kioto 1949)



Sé que habito un mundo paralelo, paralelo tal vez no solo en el escueto sentido geométrico con todo aquel lío de horizontes y demás datos supuestos y relativos absolutamente irrelevantes para la existencia. Por lo menos así lo he creído por mucho tiempo.

Pero resulta que en el mundo en el que vivo, que es -por pura suerte- perfectamente cónsono con la teoría de las membranas incluyendo todas sus cuerdas, supercuerdas, partículas hipotéticas, supuestas, e imaginarias, todos los puntos de referencia son de relevancia capital, aunque todavía no sé la respuesta a la pregunta ¿a dónde me lleva el tiempo? Y no es una trayectoria lo que necesito, eso se saca extrapolando.

Y ya que estoy en esto debo declarar rápidamente que no creo creer en nada. No logro por más que quiera quedarme enredado en ninguna cuerda ni me cubre membrana alguna a menos que haga un esfuerzo (y un poco hacerme el loco también), ni siquiera, hablando en serio, lo de haber nacido en algún borde de la clase media me coloca en medio de nada, para mayor angustia teórica existencial mía, totalmente geométrica.

Es en parte por esto que suelo sentirme solo. No, no es que sigo siendo un adolescente en busca de mi propia identidad a través de mi reflejo en las demás personas. Me aburrí de esto hace algún tiempo ya. Lo empecé a notar primero en lo macro que se vuelve el mundo con la aparición de la presbicia, por ejemplo, y después en detalles como poder notar la cantidad de espacio vacío (no me refiero a la nada, por favor) que se crea en cuanto la testosterona va perdiendo preponderancia. Preeminencia. Condición de principal.

Sí echo de menos un poco eso de tener dos cerebros en conflicto perenne. Y no es sólo un asunto de virilidad o no virilidad that is the question, porque ésta funciona como el Taquión ese de la física, que aumenta su velocidad a medida que su energía decrece, hasta, que ya antes de agotársele adquiere velocidades hiperlumínicas todo por culpa de su masa cuadrada negativa…, por lo tanto no hay de qué preocuparse, por lo menos hipotéticamente hablando… Es que en la misma medida en la cual la cabeza de abajo va haciendo lugar a la de arriba cediéndole acciones en la mesa de directorio en aras de un sano equilibrio de poderes, van apareciendo en el mundo fenómenos nunca antes vistos, o notados…, en todo caso la vida se revela llena de realidades muy interesantes de manejar.

El mal humor, por citar uno muy fácil. Muchos hombre en la medida en la que se hacen viejos se van poniendo de mal humor más a menudo por razones variadas, y no exclusivamente por “esa” razón antes mencionada, porque ya sabemos que la mecánica cuántica y los universos paralelos también sirven –si creemos en esto- para ponerse a cubierto de aquellas preocupaciones mundanas porque siempre habrá una realidad en la cual estaremos felices simultáneamente con todos los demás estados. Esto, antes de llegar al estado de iluminación ese, que es otra cosa por más que los cortes eléctricos pretendan dejarnos a oscuras. Habiendo estado a oscuras es que notamos más rápidamente la aparición de cualquier luz.

Me refiero al mal humor que se filtra por las minúsculas grietas de la coraza que cubre al alma… Explicación muy objetiva… Deben perdonarme, me estoy haciendo viejo… Pero que al filtrarse gotea sobre personas del entorno sobre los cuales no quieres gotear ese tipo de cosas.

A lo que me refiero con este ejemplo casi rosado es a que puedo notar (ahora) cuando esto sucede, y cuando esto ocurre estoy en capacidad casi siempre de atajarlo si así lo decido. Porque sí, porque un objeto arrojado en la nada aparece en otra realidad…

Como me pasó el jueves pasado, que fui a regar las matas en el terreno bajo un solazo sahariano porque hacía mucho que no llovía. Terminada la operación completamente enchumbado de sudor, se nubló el cielo y cayó un aguacero de padre y señor mío… En otro estado anterior de mi ánimo hubiera agarrado una arrechera infinita brotándome los insultos hasta por los poros contra todo orden natural y contra el pajúo que le puso ese nombre… Pero sucedió que sí se me ocurrió arrecharme y todo, pero no lo hice. Pensé en que ese aguacero era el complemento perfecto para el día de riego de las matas. O sea, que ese objeto de mi arrechera desapareció –espontáneamente- de esta realidad.

Claro, desaparece de esta percepción de cuatro dimensiones porque pasa a cualquiera de las otras once que a la vez son infinitas mientras nadie demuestre lo contrario. Infinitas dentro de un universo finito que se las arregla para ser infinito porque se curva infinitamente conteniéndose a sí mismo… En fin… (Confieso que por más que lo intento no logro imaginar otra cosa que una almohada infinitamente repleta de ácaros).

Necesitamos interactuar para ser. Es decir, para existir. Y todo existe por decisión. Nada se escapa. Por lo tanto puedo decidir el cambio de mi espacio-tiempo instantáneamente para modificar cualquier realidad, que al fin y al cabo no es sino mi percepción.

Y es por mi percepción que todo existe.

(Bueno, por eso y por la conchupancia del caos y el ocio, pero no voy a hablar de esto porque ya lo he aclarado demasiadas veces y después Quintiliano se arrecha y dice que escribo malísimo y que me repito y voy en círculos, y qué sé yo qué más…)

Debe ser por eso que el I Ching dice que al hombre sabio que va a la guerra las flechas no encuentran cuerpo en el cual hincarse… Diciendo con esto varias cosas que a mi modo de ver son más o menos: un hombre sabio no es aquel que a ultranza rechaza ir a la guerra. Un hombre no sabio va a la guerra y sale herido (niños, no jueguen con fósforos). Un sagaz y observador arquero con mucha puntería puede echar por tierra al hombre sabio con todo y el I Ching. Un hombre sabio va a la guerra perteneciendo al cuerpo de ingenieros. Un hombre sabio va a la guerra moralmente hablando. Un hombre sabio es un pípiri haciendo armaduras… En fin, lo que yo quiero decir con esto es que para que una cosa exista alguien tiene que saberlo. Decidirlo. Verlo. Percibirlo. Todas las anteriores.

Todos esos fenómenos inexplicables, como los ovnis, las coincidencias, dios, las madres que de algún modo envenenan el perro del hijo e inventan que los atropelló un carro, la justicia, la vida, la inteligencia, las series de televisión, las fórmulas matemáticas, las clases sociales, los acentos y dialectos…, todos esos fenómenos que se quedan por ahí viviendo de tácitos y malos entendidos, existen. Existen porque alguien decidió echar esas bolas a rodar y las personas van dejándolas ser. Es indudable –aparentemente- más fácil dejar que otra persona te eche un cuento que decidir el nuestro propio. Pero si uno cae en ello, también es fácil decidir que existan cosas que nos gusten más. Claro, sin alterar (o interferir más bien) la realidad del prójimo para no entrar en desacuerdos con Buda.

Si me preguntan, yo no creo en nada, así, porque me convenció. Creo como quién escampa bajo un techito fortuito y por cansancio, por fatiga. Como la fatiga de los materiales. Si uno agarra un alambre y le da para acá y para allá la suficiente cantidad de veces se parte, se rompe, se convence, cree. Es decir, que sí creo. Pero creo en cosas que considero (aleatoriamente) más banales (sí, más banales) que otras y por eso las escojo. Bueno, y también porque tanto darle con el martillo a un clavo que éste al final entra ¿no? No porque me convenzan totalmente. Siempre habrá algún detalle, que si lo exploro y exprimo, me sonará a engañifa. Pero así es muy jodido vivir.

Claro que sí existen mil cosas en las que me gustaría creer, como en dios por ejemplo. Porque la vida del creyente vista desde donde yo la veo parece más cómoda. Pero qué va, no hay manera. Lo último en lo que terminé pensando sobre dios es que resulta ser una especie de volumen geométrico de veintiséis caras de las cuales dieciséis son cuadradas y ocho triangulares… Esto porque preferí unos conos respingados y elegantes. Es que a mí eso de la estandarización de las redondeces me da erisipela con várices.

Está bien, diré cómo llegué a eso.

Estuve tratando de incluir (por pura ociosidad) a dios en eso conocido como la cadena evolutiva, en lo que tampoco es que crea mucho pero por razones que nada tienen que ver con pensamientos involucionistas ni nada, no vayan a creer… Pero para no extenderme demasiado en explicaciones abstractas solo diré que lo pusiera dónde lo pusiera en ese supuesto devenir evolutivo siempre quedaba en un pasillo estrecho. Nunca pude situarlo al lado de algo, o formando parte de grupo ninguno. Siempre en un final o en un principio.

Así pues que terminé dibujando una especie de embudo alargado (lo cual demuestra mi profunda falta de método) más o menos cónico con el vértice hacia arriba por el supuesto (negado) de que dios estaría allá en las alturas, sólo, en la cúspide de la evolución.

Luego, porque era el siguiente paso lógico, me imaginé otro embudo cónico reflejo del anterior, contrapuestos por sus vértices en el cual dios fungía como de tapón (o peaje) entre un ciclo evolutivo y otro estado, digamos involutivo por oponerle algo, y para no contradecir aquello de que el universo se expande para contraerse para luego explotar y volverse a expandir, y así, per secula seculorum… Y porque no soy nadie para contradecir eso del yin y el yan (el bing y el bang).

Después, inevitablemente, pasé a recordar que las sagradas escrituras pintan a dios como las tres divinas personas que son una y tres, inexplicablemente (como las ocurrencias del universo que resultó ser finito, pero que de tanto curvarse sobre sí mismo, contiene un universo infinito) por cosas de dios mismo, pues… Eso le añadió a mi modelo imaginario, que hasta ese momento parecía un reloj de arena, dos más de estos embudos más o menos cónicos contrapuestos por sus vértices, y la única manera en la que pude colocarlos juntos en un mismo orden geométrico no continuo, sino más o menos paralelo y simultáneo como entiendo que es dios, fue en forma de cruz compuesta igualita a la molécula del hexafluoruro de azufre (SF6) que es octaédrica a 90º (que curiosamente resulta ser un gas inorgánico, incoloro, inodoro, no tóxico, y no inflamable), como son las cositas esas con las que se juega a los yakis. Es decir, un juego de embudos en el eje de la “Y”, y dos en el eje “X”, pero las del eje horizontal cruzadas a noventa grados. Esto para que representen las tres dimensiones conocidas sin especulaciones de tiempo ni nada de eso, por ahora. En un principio lo visualicé como un tetrakis hexaedro pero solo como base para una macla multidimensional que después simplifiqué para empezar por alguna parte.

De este modo dios se convierte en ese obstáculo evolutivo tridimensional, que obsta el paso te le metas para dónde te le metas, o que por lo menos está en medio de todos los sucesos, y ésta –para mí- es una coherencia incoherente.

Esto fue lo que me llevó a tratar de representarlo gráficamente y tengo que decir que así, a mano alzada, soy una cagada de dibujante. Por eso, y porque hasta la biomasa de lo netamente alimentario no se dibuja redonda fue que terminé representando un par de pirámides de bases cuadradas contrapuestas precisamente por éstas para simplificar mi dibujo haciendo un esquema.

Pero así, dibujadas como la representación tridimensional del diamante del póquer lo que pude imaginar fueron dos esquemáticas moléculas de pentacloruro de bromo (BrF5) incestuosas, base con base…

Esto de las moléculas me ocupó bastante, porque siempre lo asocié a dios más con la de carbono creo que por culpa de Von Daniken o de Rodolfo Benavides, ya no me acuerdo. Pero era alguien que escribía en los setenta sobre el increíble poder de la pirámide… O tal vez fuera todo en plural. Ya no me acuerdo…, mis disculpas. Pero me lleva a reflexionar sobre la importancia de que la dupla dios-carbono en esto no sea la de la responsabilidad total por la aparición de la vida.

Dos carbonos apareados por la base. Tal ves una era carbona y el otro carbono, lo cual haría toda explicación innecesaria y lo convertiría sólo en una cuestión de tiempo y tesón reproductivo, amén de un profundo desparpajo.

Pero ya dije que el carbono no tiene vela en este entierro porque parece que es de base triangular. Sigamos exprimiendo: Dije hace unas pocas líneas que dibujando a mano alzada soy maleta y lo demás es tontería…, bueno, pero llevando el hilo de mis deducciones sí que soy un as. De manera que si todo surgió de tres relojes de arena intersecados por sus estrecheces puedo deducir con obviedad que dios siempre lleva la cuenta de los minutos apunte para dónde apunte la fuerza de gravedad (sabiendo que la gravedad es menor entre dos membranas paralelas mientras éstas no se curven, en cuyo caso se tragan unas a otras) que es indudablemente también la que manda en cuantos universos hayan, y que estos relojes de arena son de base cuadrada. No son conos, son pirámides porque siendo los biólogos las personas que más saben, quién va a dudarlo.

La deducción es simple: la molécula de pentafluoruro de bromo es, según los antiguos egipcios de Von Benavides (que hicieron la pirámide de Giza de base cuadrada con caras que son triángulos isósceles y una proporción entre la altura inclinada y la altura que es áurea, además de que el área de cada cara triangular es igual al cuadrado de la altura de la pirámide)…, piramidal cuadrada, no redonda… Es un líquido explosivo y se usa como oxidante para combustible de cohetes, lo que lo hace muy a propósito para explicar también eso del big bang…, hasta la cadena alimenticia es piramidal. O sea que no cabe duda y la base es cuadrada como ya dije… Y, si es redonda me jodí porque no la voy a poder dibujar a satisfacción.

De estas simples deducciones, tan bien basadas como un libro de normas dictado por un arbusto en llamas al hermanastro fluvial de un faraón ahogado en un mar vengativo tinto en sangre de culpables, se traduce que dios se puede representar como un cuerpo geométrico de veintiséis caras, dieciséis cuadradas y ocho triangulares…

Si hago un icono con esta forma, le pongo cristales de colores, hojilla de oro, algo de emplomado, un espejito aquí y otro allá muy estratégicamente distribuidos y lo encasqueto dentro de un retablo de piedra volcánica o algo así, me sería muy fácil convencer a más de uno de que esa es la representación geométrica y científica de dios. Tal vez podría inscribirla en el copyright y adueñarme de esa imagen para su posterior usufructo tal y cómo es el modus operandi de las religiones. Pero no creo, la risa me delataría.

Decido entonces creer, por creer en algo más serio, en que siendo dios tan complejo tengo que fajarme yo solito a seguir buscando. Creo en lo ecológico, sí, por ejemplo, pero podía haber escogido cualquier otra cosa con, exactamente, la misma validez: con otra decisión tendría otra realidad, otra creencia, y otra existencia.

… He ahí el por qué de que no crea yo en nada y al mismo tiempo me obligue a creer en la existencia de todo. Hasta en la existencia de dios.

Todo es creación. Pero para crear hay que creer. Y para creer hay que decidir. Lo difícil es decidirse a creer…

… Creer en ¿qué?

Qué desconcertantes presbicia y edad madura, por partida doble.