miércoles, 16 de febrero de 2011

Aldea ¿Global o local? That is the question.



“Sujeto audaz y trapisonda, mudable como su gusto,
Mentor de simples y embaucador de bellacos,
Enemigo del trabajo y apasionadísimo de su regalo,
Sagaz para descubrir su provecho y tracista para lograrlo:
Travieso, pero no punible; maleante, pero nunca criminal;
Más siempre ingenioso y siempre admirable…”

Cotarelo y Valledor (1920)
Enciclopedia Espasa Calpe, p. 1272.


Esperaba que a mi edad, es decir, que ya a los años que he (mal que bien) logrado acumular, ciertas respuestas estarían de mi lado, por aquello de que más sabe el diablo…, y todo lo demás que ya sabemos.

Temo que no presté atención suficiente cuando se me dio esa clase. Tal vez por estar pensando en que esos viejos pesimistas tan poco creativos que me decían cómo es que era la cosa no tenían ni peregrina idea de cómo es que es la vida realmente. Clase en la que se me dijo una y otra vez todo sobre el viviendo, así, en presente continuo.

En cambio me puse a elucubrar sobre lo dicho por pensadores que se me informaban como ajenos y sobre todo lejanos (porque siempre el prado del vecino…, bah, lo de siempre) firmemente convencido de que aquellos y no éstos estaban en el camino correcto.

Así fue como, tal vez, llegué a ésta edad no tan mala de la vida para darme cuenta de que éste mundo es el reino de lo ambiguo y lo contradictorio. Es decir, que los enteros son productos algebraicos y hasta logarítmicos siempre incompletos, que por más que se intenten meter en norma se salen porque para enunciar la ley forzosamente hay que dejar afuera de la ecuación datos imposibles de interpretar, y asumir las incógnitas todas las veces que se planteen hasta la obtención de ésta realidad que difiere tanto del modelo tan científicamente construido.

El párrafo anterior sólo pretende aclarar que el fenómeno de la vida filosóficamente hablando (ojo, señores biólogos que no me meto con ustedes) no es digital. ¡Ah! ¡Claro! Se puede hacer un modelito de esos también con un intrincado sin sentido binario que en verdad parece, pero más ciertamente todavía nunca se sabe si es o no es… O sea, que se sabrá alguna vez, llegado el momento, si es que hay alguien ahí de testigo y si éste consigue quien le crea.

Seguramente existen quienes aun creen en la verdad y en la mentira, en lo blanco y lo negro, en lo bueno y lo malo, en la vida y en la muerte (y ya me dirán que uno está vivo o está muerto, y sí, pero el punto de vista que ahí priva es el de la propiedad privada, porque tal vez yo me muera, pero en mi cadáver seguirá pululando la vida, la de multiplicidad de bichitos espero) ¡Existen maniqueos! ¡Sí, aun hoy!, o como yo: cínicos esperanzados en defensa propia. Lo necesario como para no morir de desengaño cada día.

Resulta incomprensible la utilidad del concepto krishnamurtiano de la aldea global, viendo hoy en día cómo aun con toda la masificación de la información y la vastedad con la que se publican los efectos de la destrucción concienzuda que de todo se hace, no se logra ver que en efecto la aldea es nuestro globo. Quiero decir que echarle la basura al vecino no aleja en nada dicha basura de nuestra casa.

Y en un mismo orden de ideas, si yo le rompo el alma a cada vecino (el tercermundista minero y agricultor, por ejemplo) para crear mi fortuna y en efecto lo consigo, cuando yo muera, mis hijos heredaran unas riquezas en especies de odios sumamente estériles. Y dificulto que de seguir ellos mi línea logren tener mis nietos qué llevarse a la boca más que ensaladas de billetes con tropezones de monedas, para ese entonces ya no de curso, ni legal, ni ilegal.

En efecto ¡qué coño importa! Lo esencial aquí es que mi inmensa, innecesaria, y a todas luces injustificada camionetota no me la quiten en un “Secuestro Express”… Ni, claro, no le quiten el iPod o Blackberry mortal a mi hija ni le den un mal golpe en el ojo derecho para ello…

Pero todo al final es hijo de la mentira y el engaño, la trapacería y el agavillamiento, la trácala y el oprobio, la humillación y el asalto… Hampones, maulas, ladrones, malandros, abigeos, agiotistas, mangantes, tunantes, salteadores, y más nombres que no me vienen a la memoria son los que usan de apellido desde los ministros hasta los pordioseros. Así, las razas superiores serían las que llegan a asesinos, matones, sicarios, y en general todo aquel que quita más vidas de las que da.

Esto tiene su lado bueno, si se quiere ver, porque claro, está también el control demográfico que no es causa baladí.

Los buenos no existen (o no existimos, pues tengo por obligatoriedad que incluirme entre los inexistentes como prueba fehaciente de nuestra inexistencia porque al fin y al cabo dos negativos se suman, lógicamente) porque sencillamente, y por culpa de la relatividad de las cosas, siempre serán malos para alguien. O como dice Jostein Gaarder, hacen el comodín de la baraja.

No se trata de ver la razón o la falta de ella aquí, ni en ninguna otra parte. La razón es veleidosa y en nada coincide con la realidad. Es una invención más, calenturienta y acomodaticia, del intelecto humano. La razón siempre está de parte del vencedor, del que puede pagarla, del que ha sido bien alimentado, formado, educado, e instruido, a fondo, en cómo usarla para sus fines sean los que sean. Y de nada vale al final tenerla o dejarla de tener, si median uno o dos garrotazos bien dados, acomodados, y recibidos, en su justo valor. Por supuesto.

Entonces giramos la cabeza con cierto asqueo mediante, cerramos los ojos a todos los despojos y miserias para poder dedicarnos concienzuda y obsesivamente a nuestra microscópica aldea local: Mamá, Papá, Nené, y Nenas.

Nos encerramos dentro de ella bien sea haciendo pan en La Azulita, o una casa “ecológica” en la isla Margarita, y transcurrimos un lapso dentro del cual nos deterioramos, nos desfasamos, y perdemos más terreno aun frente a la chapucería, la chanflonería, la incultura, y el desprecio que existe a todo nivel por las personas preparadas que tal vez tendrían en sus manos posponer la hecatombe social.

Si aun con todo esto bien sabido logramos aislarnos tendremos que recurrir a los usos del medioevo porque no hay carro que marche sin gasolina ni repuestos cuando los requieren, no hay luz eléctrica que se pague con berenjenas, ni neveras que enfríen sin gases flourocarbonados (aquí en el tercer mundo como no sea a costas de más empobrecimientos y trapacerías miopes), por decir cualquier ejemplo a tontas y locas.

Pero ¡cuidado! No caigamos en la visión dualista de la vida, porque acabamos de asegurar que blanco y negro no existe y aun no hemos cambiado de opinión (tan hijos de la contradicción cómo somos). No. Puede haber una amalgama hasta psicodélica tal vez (pero no exageremos hoy) en la que se obtenga algo parecido al manido slogan de “vivir localmente pensando globalmente”, o algo del género. Puede ser.

El mono oportunista (por ésta vez sin alusiones raciales) se bajó del árbol en el que tan seguro comía su fruta porque ésta escaseó largamente y ya la esperanza no le engordaba la prole. En medio de su mal humor por culpa del hambre tuvo a tiro una lagartija y se la echó al coleto (que dicho de modo local quiere decir que se la zampó, se la comió, la engulló). Estoy seguro que fue una revelación de orden mayor, una epifanía, y el monito simpático y payaso se preguntó que cómo era que había vivido tanto sin darse un banquete así… Se dispuso pues a mejorar sus técnicas de cacería, enseñó a sus hijos y al resto del clan. Algunos, que hoy día duermen el larguísimo sueño de la extinción, le hicieron ascos a las lagartijas y terminaron poéticamente mal por aquello de que no tenían éxito frente a las necesidades de apareo por debiluchos (para que no me digan sesgado). Otros, que aun hoy dominan, aprendieron rápido que otros animales tienen más carne y se cazan con relativa mayor seguridad sobre todo si se les da con un palo en la cabeza o codillo, y mejor aun si a ese palo se le inserta una piedra afilada en la punta, y más aun si luego se pone la carne sobre esa cosa caliente que algunos llaman fuego.

Si nos fijamos en que el origen de la humanidad pudo haber tenido un inicio exitoso por la vía de la aldea local, también podemos ver que fue la masificación del conocimiento y la tecnología lo que perpetuó dicho éxito. Es decir, de lo local, a lo global. Pero tenían un secreto para no echar a perder su mundo con sus actividades depredadoras inherentes a la condición humana salida de un monito oportunista. Ya hablaremos de eso, si nos provoca y hay Quórum.

El éxito de la humanidad tuvo mucho qué ver con el asentamiento de clanes que en un principio defendía un conocimiento, una tecnología, una habilidad. He ahí (indudablemente) el germen del racismo, del clasismo, de las castas, y de toda la guirnalda de atrocidad que adorna el devenir humano. Porque a éste mundo se lo llevó el diablo desde que es mundo éste mundo, o ¿no? ¿Quién recuerda un par de textos de Voltaire por ejemplo? Pero ¡ajá! Existe un pero…, en la época de María Castañas la información era patrimonio de unos pocos, y aunque el mundo iba de la patada, éramos menos (éste es parte del secreto que tenían los hombres en la edad de piedra), y nos mermaban hambrunas y pestes, además de que al planeta le daba por invertir la polaridad, por organizar glaciaciones, por dejar caer diluvios (unos lo llaman ira de dios, y yo estoy pensando que esa ira la sentiría dios contra sí mismo por habérsele escapado una creación tan destructiva como lo es el ser humano), por prodigar erupciones volcánicas y terremotos, en fin, por tantos fenómenos naturales que mantenían a raya al comején humano. Y por otra parte los mismos comejenes humanos no manteníamos a raya utilizando las guerras santas, las conquistas, las cruzadas esas, las misiones evangelizadoras…

Lo difícil de comprender es que si sabemos que romperlo todo nos dejará a todos como los monitos puristas que no quisieron comer batracios, por qué seguimos haciendo desastres. Buena pregunta. No tengo respuesta a eso, porque no es que no se sepa, si hasta en Hollywood hacen negocio con ésta información. Creo que es inconsciencia auto infligida. Sí, es una acusación grave. No es homicidio culposo. Es genocidio con premeditación y alevosía con dos o tres agravantes que aburren por lo manoseados. Ya son lugares comunes.

En éste país por ejemplo tenemos un sistema de gobierno (le digo así porque así se llama, no porque lo sea) que no funciona. No funciona y punto. No funciona porque está basado en ideas románticas (en el mejor de los casos) que han probado una y mil veces que no operan como no sea bajo la presión ejercida entre el aislamiento y una poderosa represión terriblemente localista, y no es el caso. Se han venido formando mafias para todo, que medran a su antojo a la sombra cómoda del desgobierno. La administración no existe. El personal preparado está relegado a una segunda fila desde la cual (por mística, romanticismo, o auto engaño) intentan desesperadamente (y sin paga) preparar a los que están en primera fila cometiendo desmanes pardos de todo tipo (de todo tipo en verdad) y llenando sus arcas (cuentas en el exterior) a espaldas de la figura principal que terminará indefectiblemente como Juana de Arco por ser un pardo que ostenta su pardaje pero que quiere ser blanco, que gobierna un país pardo lleno de pardos que queremos ser blancos. Tal vez si lográramos enorgullecernos del carácter de pardo… Pero no, porque todo lo importado es lo que realmente vale incluyendo la comida importada por la petrolera de cuanto país se preste para las marañitas. El problema está ahí: es un gobierno del pueblo y para el pueblo. Lo que pasa es que el pueblo quiere ser gobierno para dejar de ser pueblo y llegar a ser blancos dominantes. O matones, como vimos más arriba.

Tratemos de ver el párrafo anterior con la terminología desprovista de la emotividad del insulto. Intentemos verlo como una descripción técnica utilizando la chocante terminología racial que conocemos bien.

En serio que es bonito ver una y otra vez al bobo de la cuadra llevarse su pelota cuando pierde su equipo o no lo dejan jugar. Es bonito verlo una y otra vez porque aprendemos de ello. Tanto, que estoy seguro que en la cuadra en la que vivía Einstein, había un bobo de tal calaña y dueño de la pelota. Sí, señoras y señores, amigos todos…, El bobo de la pelota es un personaje local que se sabe en desventaja pero que logra su inserción en el clan porque dicho clan quiere jugar a la pelota. El clan lo saluda, lo vitorea, le da la razón, no lo llama por su sobrenombre alias ni remoquete, hasta que se anima a sacar la pelota. Desde el momento en el que la pelota entra en juego la popularidad del bobo de la pelota cae en picado hasta el momento en el que es dejado de lado con desprecio y él, humillado y ofendido, se lleva la pelota a su casa y hay que inventar un nuevo juego… Bueno, tarde o temprano a alguien le regalan una pelota (no de tan buena calidad como la del bobo, pero sirve) y ahí sí que se jodió el bobo porque su popularidad sólo reflotará cuando se rompa la pelota de mala calidad que ahora anda en juego… Cierto dirigente debería verse en ese espejo, digo yo. Pero no hace falta ahondar en ésta parte. Es demasiado local.

El párrafo anterior sólo figura ahí para ilustrar el movimiento de lo global a lo local, y un segundo movimiento que va de lo local a lo global otra vez porque no existe un motor más poderoso que el descontento… ¡Eh! Cierto que ya se ha dicho y con razón que es el amor el mayor motor y el más poderoso, pero el descontento entra dentro del campo algebraico del amor indudablemente. Claro, está el amor con todas sus vertientes de contento, con su magnetismo mineral, con su exorcismo de la entropía. Y está el desamor con sus vertientes de descontento, con sus polaridades en posición de rechazo, y con la entropía misma como aliada. Por lo tanto, el descontento entra en la ecuación con un poder inmenso por vía doble: porque impele el cambio, el movimiento, de menos a más en pos de una mejoría por amor al clan…, muy relativamente hablando si me logro explicar, además de localista hacia globalizado.

Y es que si un individuo, clan, o sociedad, no logra el contento, tenderá a moverse hacia el contento con una fuerza histórica imparable. E indudablemente, mientras mayor sea el diferencial de potencial acumulado más brusco será dicho movimiento. Será como presionar un resorte y soltarlo de golpe.

Digo que la vida no es digital. Por lo mismo se deduce que es más o menos analógica. Lo que significa que los diferentes componentes de ella tendrían que ser recorridos no en cuantos, sino por medio de una oscilación tal vez pendular, pero no de péndulo simple. Se me ocurre aquí que la vida transcurriría como un péndulo de un sismógrafo, o el de Focault quizás… No sé, tengo que pulir eso.

Y es que sí, el movimiento debería llevarnos por parajes de la vida, que algunos habrán de ser globales (tratando de que nuestras acciones repercutan más positivamente, con toda la falta de objetividad debida, en una mayor cantidad de gente), otros serán locales lógicamente al comprobar que la humanidad es una mierda en proporciones alarmante razón que nos llevará a transitar el nihilismo sin dudarlo (y del nihilismo a la voluntad de poder y de ahí a la anarquía mal concebida, porque es que la hay bien concebida pero infuncional por utópica, y de ahí a lo que tenemos hoy en éste país tan desafortunado), y nuevamente a una globalidad menos irracional con menor cantidad de mesianismo que se irá moviendo en círculos centrípetos concéntricos hacia (invariablemente) una nueva localidad (desengaño mediante), que a su vez se moverá hacia otra globalidad con tintes locales o en distinta localidad, o lo que sea que resulte, pero siempre en movimiento.

Porque el secreto de los humanos de la edad de piedra es: pocos y nómadas. Como los gitanos. Como los nativos de las selvas húmedas. Como los Tuaregs. Como los bosquimanos del Kalahari.

Pero ¿estamos dispuestos a sacrificar nuestra quinta en urbanización cerrada? ¿Y nuestro poderosísimo automóvil con diez cilindros, 800HP, 320kph (para correrlos en carreteras llenas de huecos y asaltantes de caminos), y teléfono móvil ambiental? ¿Y dónde me dejas las tetas de goma y el bótox? ¿Estamos dispuestos a volvernos nómadas y pocos para salvarnos? ¿Y de quedarnos sin glamour? No, no, no, y no… Para eso están los buenos, los puristas que se niegan a comer batracios. Que se muden ellos y nos dejen aquí tranquilos y bien vestidos, acabando con todo…

Bueno, me precio y enorgullezco de ser un purista refractario al progreso indiscriminado, de carecer casi por completo del sentido práctico de la vida, de hacerle ascos a los batracios (no a todos), y de ser un individuo incómodo en más de un círculo social situación que de paso me divierte un poco.

Me sé cínico (esperanzado) y por ello infantil. Pero también me sé lúcido y ágil (y sin abuelita). Y aunque tengo tanto miedo como el que más, sé que en el movimiento, en la perpetuidad del cambio, en la flexibilidad y buena disposición para lograrlo (aunque me incomode lo indecible), en poder pasar por los infinitos estadios de lo global y de lo local, y luego al revés la mayor cantidad de veces, está mi mejor garantía de perpetuidad. Mi no extinción. Porque lo que soy yo, no me comeré nunca un sapo. Una rana tal vez, a condición de que sean sólo sus ancas.

Por eso cada vez voy más convencido de que de lo global y abstracto, a lo local concreto, no hay sino una interpretación, pues como lo estoy viendo, ésta localidad cada vez se me desdibuja más.

Es tiempo del péndulo.