jueves, 15 de diciembre de 2011

¿Cómo escribo esto?




“’People do not understand the limits
Of tyranny’, said Vetinari, as if talking to himself.
‘They think that because I can do what I like
I can do what I like. A moment’s thougth reveals,
Of course, that this cannot be so’”.

Terry Pratchett.
Unseen Academicals. P54.
Harper Collins Publishers. 2009.


Entiendo perfectamente por que algunos maestros consideran la escritura como el camino que más nos aleja de las enseñanzas del Zen. Y estoy completamente de acuerdo con ellos.

Escribir es un ejercicio del no estar aquí. Ni siquiera es lo contrario, quiero decir que hay que estar aquí para referir algo que no sucede en este momento, pues ahora, lo único que hago es escribir.

Me abruma la simultaneidad de la vida. Y lo hace nada más que porque pienso en ello cada segundo. Cada instante de mi existencia. Una especie de híper consciencia de utilería de la que afortunadamente no logro sino ver una cara cada vez, situación que me lleva derecho a pensar en que la vida es un fenómeno regido por un tirano. No por un grupo o una clase.

Un sólo ente: Lo… Lo rige solo.

Lejos de mí la pésima idea de la denuncia. Pésima y aun peor por lo infructuoso del esfuerzo si es que aquella fuera la intención. No, los tiros no vienen por ese lado.

Ocurre que me cansé, o más específicamente debería decir que me auto rebatí la tesis de la estupidez humana por simple y llano cansancio.

También está el hecho de que con la edad he ido perdiendo la férrea convicción de que los estúpidos son los demás. A estas alturas de la vida albergo serias dudas sobre el tema… No voy a negar que en esas circunstancias lo mejor es cambiar argumento aprovechando de mandar a Sartre a lavarse bien lavado ese culo.

Y sí, me gusta echarle el ojo a la historia también con intenciones de amateur muy serio. La verdad es que existen tantos indicios de que la humanidad sea estúpida por completo, como de que somos draconianamente regidos por un tirano muy minucioso. De esa tablita me agarro, como los partidarios del creacionismo a quienes respeto mucho por razones que yo me sé -no preguntes-, para saltar la talanquera de las convicciones.

Lo admito: podría ser que esta tesis me llevara a la larga, seguramente, a caer en la creencia. Y si esto llegara a darse, ya me verás tú argumentándolo con mi mayor artillería de silogismos disponibles para el momento. Y no, no lo tildare de nefasto.

Mi tarea en este medio no es la de compendiar eruditas y enmarañadas historias. Dejemos eso en manos de los catedráticos que reciben dineros por sus esfuerzos. Yo, ya lo dije, soy sólo un amateur…, bueno, y un soñador, y un idealista, y tantas otras cosas por las cuales una bróker bien intencionada me miraría con profunda y autentica conmiseración –lástima pura y dura-, honestamente, además.

Pero lo que sí haré será confesarles que estoy consternado. Completamente removido desde más abajo que mis cimientos.

No sé ni siquiera cómo escribir esto que tengo atravesado en mi plataforma no Zen y que no me deja salir ni entrar más nada. Es como un cigarrón impertinente.

Y no lo digo por el tambaleo de mis estructuras ni la evanescencia de mis convicciones más profundas, todas preliminarmente precarias, además, como corresponde a uno que ha vivido siempre “junto pero no revuelto”. Alguna vez pensé que era el resultado de mis ínfulas de superioridad, pero después me di cuenta de que todo era porque no entendía nada –ahora por lo menos eso entiendo-.

Es que de este lado del mundo, por cosas de una aparente remisión del caos (más que del caos, de la entropía…, acción que consume grandes cantidades de la energía mundial disponible, no hablemos por qué manejos, pero que indefectiblemente pasa por debajo de los edredones y por dentro de los convulsionados lavaplatos victimarios de la sobremesa originando una yincana con guzpatarra y a ver quien agarra la escoba primero), la presencia tiránica de Lo es muchísimo más patente y el ego tiene asignada una tarea que lleva a cabo de un modo un poco diferente al que se le suele imponer en otras latitudes.

Allá -en mi residencia dentro del anterior sector postal- la nube de polvo, el ruido, el brillo del sol, el termostato ajustado al máximo (o al mínimo según se vea), la lluvia que te lleva en torrente, la sequía que te reseca, las autopistas llenas de fenómenos desencadenados, la profusión del malandraje, la generosa risa, el riego con alcohol, las bolsas plásticas pegadas en los cardones, en fin, la vida cotidiana, hace que todo parezca culpa de nosotros mismos. O del universo, como dicen algunos yendo de menos a más. Es decir “lejos de si las culpas”, o “dale vos primero que a mí me da mucha risa”…

Pero aquí, en frio (ampliamente hablando), puedo poner las cosas en perspectiva gracias a la distancia y ver que la humanidad no es estúpida. Ciertamente es como tiene que ser. Como Lo manda. Ni más ni menos.

Pongámoslo así a ver si logro explicarme sin zaherir a nadie: Cuando yo era niño en mi casa mandaba mi Papá. A mí no me cabía duda. Eso se nos decía y a nadie (siendo yo ese nadie) se le ocurría dudarlo. Lo mismo que con el Presidente de la Republica. Lo mismo que con todos los otros cuentos y con la historia en general. Con decir que hasta una buena aspiradora compró en una casa en la cual la única alfombra que había estaba encima del tanque de la poceta y era horrible.

Había un designio superior que yo no ponía en duda porque ni siquiera se me ocurría que pudiera algo ser de otro modo.

Claro que dada mi naturaleza, digamos inquieta, las cosas comenzaron a caer por su propio peso, y bué, ahorremos palabras contando nada más el resultado que es que aquí ando lidiando con el Zen o no Zen (he ahí la vaina)…

Estoy dando más vueltas de las que acostumbro dar antes de llegar al tema que me ocupa porque, lo confieso, no encuentro como abordarlo limpiamente.

Lo no me deja, y aquí me cuesta mucho evadir su mirada. Hasta me da algo de miedo. Qué cosa más extraña. Me dan un poco de miedo también los semáforos y los 4way stop.

En alguna ocasión anterior hablé de Lo. Dije quién era y dónde, en la escala de la autoridad, se halla. No quiero hablar más de Lo porque me disgustaría mucho. Es decir que está en sus manos hacerme disgustar de modos -“lovecraftianamente” hablando- indecibles, y tengo pruebas de ello que bajo ninguna circunstancia sacaría a la luz… Así que discúlpenme si no les suelto más detalles al respecto.

De modo que -confía en mí que sé de lo que estoy hablando- irrebatiblemente (por lo pronto) la conclusión es que la humanidad no es para nada estúpida. Sabemos sacar adelante la tremenda e incomprensible misión que nos ha sido encomendada y que está grabada en nuestro código genético por orden de quién ya sabemos llevando nuestras actividades más allá de lo obviamente pernicioso para nosotros mismos, nuestros hijos, nuestros nietos, y todo el que se atreva a nacer. Somos excelentes soldados del ejército de Lo, y nos vale mierda la ecología, lo sostenible, y demás mangas de chaleco, en aras del cumplimiento cabal de nuestra misión. Somos buenos, desde ese punto de vista. Desde el punto de vista de Lo apenas somos. Si acaso. Pero aquí estamos.

Vista y aceptada la inextricable (y no por gusto) tesis por bondad e indulgencia suya, mi querido lector, tratemos de aplicar esto a mi realidad Zen actual.

Actividad dificilísima porque la escritura es la menos Zen de las actividades, y porque temo mucho contravenir a Lo contrariando por pura impericia idiomática a esta -digamos- recesión del caos (o de la entropía, que tanta precisión no me ha sido asignada aun en mi rol actual) que me ha hecho caer en un extremadamente acogedor sitio, frente a una computadora a la que puedo comprender, abrigado con un excelente cárdigan de regalo, y el inconmensurable tesoro que significan tres horas completas disponibles para escribir.

Intentemos pues, entrar en el tema. Aunque no me auguro mucho éxito.

Quemar recalienta la atmosfera, no hay que dudarlo. No es sólo un tema de temperatura. Confluyen en el hecho también los gases y demás desechos producidos. Desechos. Productos. Todo es según el cristal con qué se mire.

Sin embargo, para obtener mejores siembras los conuqueros echan candela a sus conucos. Para cerrar viejos amores y dar cabida a los nuevos los románticos incendian sus cartas y fotografías. Para fundir el metal necesario para hacer cosas útiles los artesanos prenden fuegos en sus hornos. Para impedir el retroceso de las tropas los generales queman sus naves… Y para movernos hacia “adelante”, nosotros, hemos incinerado cada vez todo lo anterior… Lo curioso es que es imposible moverse hacia adelante, ni siquiera en el tiempo. Uno se mueve y el tiempo transcurre, siendo, en ambos casos, competencia de la percepción…

¿Qué hemos obtenido con cada quema? -Ciertamente todo lo necesario para andar nuestros caminos que nos han permitido llegar a este momento- que ya se está esfumando para darle paso a este otro momento…, e imagínese usted el resto sin caer en los usos de Ireneo Funes por favor. No hay que exagerar.

¿Y qué hay en este momento aquí y ahora? Es extraño. Mi viejo y pasado de moda ego, que por obsoleto y periclitado (¡toma cedulazo!) caerá pronto en desuso, con pugnacidad acérrima me trae a la memoria todo lo que no hay en este momento. Pero no mira hacia delante ¿Cómo hacerlo? Mira hacia atrás ¿Cómo lo logra? Mira la hoguera en todo caso. Mira hacia la pira funeraria de lo que se quemó nada más que para cerrarle el paso a las opciones retardatarias, o lo que cree recordar de esos momentos.

¿Y qué hay en este momento aquí y ahora entonces? -Insisto-: hay, se me ocurre describirlo así, un puerto de comunicación paralelo presentando un nodo de opciones totales. Perdimos la trocha. Durante la noche se nos terminó y el amanecer nos agarró en medio de una planicie de superficie firme sobre la cual nuestros pies no dejaron huellas.

Salimos juntos, en grupo compacto, desembocando dentro de otro grupo compacto que caminan su camino apoyados con todos los mapas, artefactos, métodos, y destrezas disponibles. Lo se los dio y ellos los usan ampliamente en su homenaje.

Mi habilidad (la que Lo me dio para otros fines) de orientación no funciona bajo estas circunstancias, y quiéralo o no, me tengo que dejar llevar por el grupo. Es lo que tengo que hacer: aceptar que en este momento no soy un buen jefe de misión. Porque es que ni sé a que sitio puedo tan siquiera ir o no ir pues no sé lo que hay o deja de haber…

No sé lo que quiero, no sé lo que debo, no sé lo que puedo. Necesito tiempo y tengo poco.

Soy, de nuevo, un niño… Un niño de la selva parecido al de Kipling, con pequeñas diferencias como son la edad, las responsabilidades, los compromisos, y la más tremenda de todas: la inmensa explanada carente de hitos conocido en las que vinieron a dar mis huesos… ¡Qué ocurrencias las de Lo! Pues si vuelvo a ser niño tengo el tiempo de sobra otra vez. O tal vez justo el que necesito, que no es lo mismo pero es igual.

Entonces sí que sé qué quiero. Quiero lo mismo. Lo que no pude obtener trepando por la cara de sotavento del médano. Quiero mi lugar en el mundo para compartirlo con ella. Nuestra parcela acogedora de tranquilidad para disfrutarla con ella que amo tanto y tanto, sea con el cárdigan de regalo, sea con mi suéter indescriptible, pero con ella…, hasta que la rana eche pelo…, hasta que la mar se seque, como dicen en la tierra que acabo de dejar.

Debo una montaña aun no tasable de apoyo, ayuda, hospitalidad, y más, mucho más, pareciendo por lo sucinto que fuera poco, pero es enorme…, inconmensurable… Los allegados saben de qué hablo y espero que sepan interpretar lo críptico del mensaje. No quiero abundar para no ir a meterme en líos con Lo. Le tengo mucho miedo.

Puedo… Puedo exactamente lo que puedo. En este momento que ya se desvanece puedo aporrear las teclas con mis tres o cuatro dedos literarios (los demás miran hacer y se están tranquilitos como el hombre del cuento que le daba de comer a los monos tripulantes del cohete a Marte) y contarles que sólo se puede lo que se va pudiendo. Ni más ni menos.

La vida es un fenómeno binario, digital, por mandato de Lo. Pero está dispuesta su percepción de modo analógico para que nos quepa en el lenguaje, que también es binario pero con pretensiones.

No se puede estar más o menos vivo, así como no se puede ser más o menos infeliz, ni estar más o menos jodido, o más o menos endeudado. Cuando abres el contacto, eliminas las posibilidades. Cuando cierras el circuito “todo” está ahí.

Todo lo disponible, claro…

Todo lo disponible queda sujeto a nuestra habilidad para percibirlo y apreciarlo. Si no, es como si no existiera porque de hecho no existe nada que no podamos percibir… O sí, qué importa…

Ya dije que la precisión no forma parte del rol que me fue encomendado por Lo.

¿Entonces, qué no hay en este momento?

viernes, 2 de diciembre de 2011

¿Quién me rompió los corotos? O La más grande de todas las conspiraciones.


“Alguien ha dicho que el patriotismo es el
Último refugio de los canallas: los que no tienen
Principios morales se suelen envolver en una bandera,
Y los bastardos se remiten siempre a la pureza de su raza.”
Umberto Eco.
El Cementerio de Praga. P. 453.
2010. Edición Random House Mondadori, S.A.


No me interesa la respuesta a la pregunta.

Tampoco una ampliación de parangones aplicable a la segunda parte del título.

Después de pensarlo un rato me doy cuenta de que no tiene ningún sentido averiguarlo ni cambio alguno de punto de vista es necesario. Porque ¿para qué? Los corotos se quedarán rotos y el ser humano seguirá machucándose los dedos en cuanta puerta consiga por delante.

Además, de los estropicios causados resultará una bella oportunidad para ejercer mi oficio favorito, como es el de restaurador…, y bueno, por qué no, también el de quejica…

Sí, llegó el famoso baúl que envié desde la Margarita antes de emprender mi viaje para acá. Había tomado, pensé, todas las previsiones: buen embalaje, lista detallada de contenido, objetos de valor sentimental preferiblemente, envío hecho justo antes de venirme para no poner a nadie aquí a cargar ochenta kilos de recuerdos… En fin, lo razonable incluyendo en la suma de criterios la envidia, la insidia, la maledicencia, al bobo de la pelota (personaje omnipresente), y también al cancerbero bastardo tan en boga.

Pero no lo puse a salvo de mi propio idealismo.

El baúl es el mismo que trajo nuestros corotos de Inglaterra (uno de ellos. Originalmente eran tres, como las carabelas) hace más de cuarenta años. Lo limpié, lo reforcé un poquito, lo remocé algo también ya que él es un recuerdo en sí mismo, lo cargué de objetos diversos (los más difíciles de sustituir por sus características singulares), lo llevé a una empresa de transporte internacional (no diré cuál porque no se trata de entrar en polémicas estériles), pagué por el servicio, y lo envié encomendándoselo equivocada y descreídamente –lo admito- a un descanonizado ex San Cristóbal, otrora patrón de los viajeros.

No conté con la Gran Conspiración…

De verdad que hubo toda un gama de elucubraciones acerca de su paso por no sé cuál comisión en no sé dónde (sí sé, ambas cosas, pero de qué me sirve) justo antes de dejar Venezuela, que solucionamos poniendo como remitente no a mí sino a alguien (suena feo eso de “alguien”, pero esta vez no quiero, expresamente, nombrar a nadie ni para bien ni para mal) que se quedaba allá por si era requerida su presencia en alguna muy posible (casi segura, pero insegura) revisión…, claro que un optimista acérrimo como yo no sirve para hacer buenos cálculos dentro de la realidad cotidiana de lo que en verdad sucede, por más que me afane.

Bueno, el baúl llegó ayer… Y yo cada vez comprendo más a Paco Ibáñez -sí, el de Mortadelo y Filemón-…

Hoy me di cuenta, una vez más, de lo real que resulta (al mismo tiempo de lo poco que profundizamos en las causas y motivaciones) la destrucción sistemática de los principios éticos en esa mierda que nos ha dado cortamente, por llamar sociedad…, o sociedades…, que sumadas conforman eso que tan discutiblemente llamamos civilización…

No, la verdad es que no me dolió demasiado que una panda de ignorantes insensibles e irrespetuosos nos rompieran esculturas, agujerearan lienzos, rasgaran serigrafías, arrugaran acuarelas, torcieran bronces, y serrucharan tallas de madera. No, no me dolió tanto. Todo lo que echaron a perder, o casi todo, está al alcance de mis conocimientos de restauración, y en su momento los podré reparar. Lo que no, puede muy bien ir a dar al pipote de la basura sin demasiado dolor de mi alma, salvo, lógicamente, el de haber pagado caro por el transporte de lo que devino en basura. Basura fue casi lo único que pude rescatar de allá, para traerle a mi familia…

Pero tal desarreglo me hizo pensar, una vez más, ya no en “a dónde va a ir a parar Venezuela por el camino que lleva”, tema que en realidad no me quita el sueño desde hace algún tiempo y por más de una razón, sino “qué fue de la ética y de su importancia para la vida en sociedad”. Me refiero a la ética así, en abstracto…, o más bien, en absoluto (sí, así, ambiguamente). Porque puesto así, como resultaron las cosas, parece que el cargo no es de protección, sino de destrucción… -Aclaro: no es que estuviera mal hacer la debida revisión a fondo, sino que no veo el sentido que puede tener hacer de obras de arte, papel toilette usado.

Aquí me doy de narices con mi propia ingenuidad. Los vestigios bibliográficos apuntan inequívocamente hacia que nunca existieron principios éticos en ningún tiempo ni lugar -la ingenuidad perniciosa del idealista-…, voy entendiendo a Nietzsche -¡maldita sea!-.

Sabemos que el ser humano en un bicho perfectamente amaestrable, domesticable, susceptible al condicionamiento y a la obtención de él de la respuesta automática deseable. Bastan método, mano dura, y tesón. Igualito que el frasco para amaestrar pulgas, y las pulgas, claro…

Según entiendo, a través de la historia se han utilizado múltiples buenas ideas para lograr la domesticación del ser humano. Excelentes buenas ideas, las cuales, una vez llevadas al extremo, como le pasa a todas las buenas ideas, han dejado de serlo. Es decir que alimentarse es bueno, pero ya la gula es dañina…, por ejemplo. Dios fue una excelente buena idea en su momento, pero al estirarlo demasiado pasó su límite de elasticidad y se degeneró por culpa de la hipócrita beatitud utilizada para la obtención y preservación de un poder que rebasa los límites naturales de la muerte.

Tal vez el punto más débil de la capacidad de razonar del ser humano radica en la ingenuidad. Sobre todo cuando se le adjudica a los hombres una supuesta igualdad entre ellos (nótese que me excluyo por obra y gracia del desparpajo no más).

Sí, tal vez desde un punto de vista más fisiológico que otra cosa exista un cierto parecido entre el australopiteco que me rompió los corotos y yo. Lo admito. También a él le molesta que no le alcance la plata para vivir como él quiere, y le gusta el whisky de dieciocho años. Seguro. Muy probablemente, de poseer una parcela de poder parecida a la de él, yo tampoco querría dejarla y la ejercería a conciencia. El asunto está en que por algo no la tengo.

Pero existe un abismo insondable también entre ambos.

Ciertamente todo es parte de lo mismo, y la materia no sólo está compuesta por protones, neutrones y esas pequeñísimas partículas de la misma calaña. Además está el espacio entre dichas partículas.

La humanidad también está hecha del espacio que separa a los seres unos de otros. Y por lo que intuyo nos iguala más lo que nos diferencia -¿pura ingenuidad?- déjeme usted divagar…

Aquí caben las preguntas: ¿Por qué ese espacio? ¿Cómo se logra? ¿Para qué?

Son buenas cuestiones ¿no?

Si no ando tan descaminado, creo que ese espacio es utilitario meramente.

Le sirve a alguien que está en la cúspide de la pirámide del poder: a Él, y con la finalidad de evitar aquí vanas interpretaciones sexistas y demás monsergas intrascendentes, llamémoslo “Lo”. Así, con género indeterminado e indeterminable por carencia tanto de estrógeno, como de testosterona, siendo su única materia, la gris.

No hablo de la miseria de poder que ostenta un bastardo aprendiz de héroe de opereta que a su vez le sirve a intereses que ni siquiera llega a atisbar en sus pesadillas más locas. No. Hablo del Rey. Del personaje menos infantil de todos, carente de género como ya dije, y sólo digo El Rey por ser más indeterminado que La Reina… Hablo del único que no es ingenuo. De ese que sólo sabe aquello que tiene que saber y no es susceptible de ser descentrado porque él es el centro, el centro es Lo. El tipo que sostiene el cetro inteligentemente heredado en línea directa del Supremo Inventor, quien también es Lo. Aquello –Lo- que inventó a dios, al socialismo, al zar, al diablo, a Marx, a las tablas que supuestamente están guardadas dentro del arca de la alianza que alguna vez fueron rescatadas por los templarios del palacio de Salomón porque para los Adeptos encierran el principio de Las Proporciones entregadas por Dios en persona a Moisés… Hablo del Lo que inventó también a éste…

Me refiero al Lo que come de todos pero de quién nadie come.

Lo sabe que la humanidad está compuesta por tres tipos básicos de gente: los héroes, los pícaros, y los borregos. Todos perniciosos y necesarios entre sí multidireccionalmente.

A su vez, cada grupo de gente ha quedado más o menos subdividida en tribus que también son más o menos la misma cosa (materia) pero que al ser, digamos, disueltas en distinto soluto producen soluciones completamente diferentes, pero iguales en el fondo sin decantación mediante. De ahí que seamos -qué sé yo- carbono, nitrógeno, calcio, un par más de minerales y escasos oligoelementos, pero nos demos tanta maña para romperlo todo de mil y una maneras, tan destructivas, como aburridas.

Me refiero, como es fácil deducir, al cinismo, al idealismo, al abstrusismo (neologismo, creo, no sé si de mi propio cuño que pretende señalar directamente a la calidad y cualidad de abstruso. En todo caso asumo mi responsabilidad en esto así como en lo demás y afronto lo que devenga de ello), y a toda tendencia capaz de convertirse en escuela, en modo de pensar, y hasta de comportamiento tendiente a ser llevado al extremo: -Póngale a su idea (cualquier, cualquier idea) el sufijo “ismo” y cáguela por completo”-…

Ése ser que está arriba –Lo- en la ya mencionada cúspide, es el único que no tiene imaginación, que no tiene ideales, que no anhela nada. Es una especie de buda que se encuentra, por causas de su misma claridad, completamente afuera de lo catalogable como humano. Sólo se sirve de la humanidad, y al mismo tiempo mantiene los engranajes girando para que la vida continúe, manteniendo bajo control los daños que por imbéciles nos causaríamos de no estar Lo para dirigirnos.

Lo no es bueno, Lo no es malo. Está claro. Ningún adjetivo lo alcanza, ningún adverbio le afecta. Lo es el sustantivo por antonomasia.

Debajo de Lo, en el escaño sobre el cual su trono se sustenta, existen cuatro personas (seres humanos, porque como ya dije no se trata de sexismo aquí) que ni siquiera le comprenden parcialmente, y están ahí nada más que por la ilusión de la sucesión.

Nadie le sucederá entretanto no desaparezca el anhelo. No puede haber estupidez en el sucesor al trono, pero mientras sean estúpidos podrán transmitir fieramente las instrucciones de Lo, y así continuar con la cadena que amarra la pirámide que no por error (ni casualidad) se convierte en la alimentaria.

¿Por qué cree usted que existen las religiones? ¿Para qué son creadas (y recicladas continuamente) si luego entrarán en una profunda degradación que las llevará a ser las más temibles de las armas? ¿Para qué son las fronteras? ¿Qué papel juegan las políticas? ¿Por qué hacer una enorme represa hidroeléctrica donde viven indígenas?

Todo, absolutamente todo es para refrendar ese espacio interparticular que nos conforma, para, de alguna manera crear diferencial de potencial. Ya sabemos que la potencial es la más barata de las energías, y si nosotros lo sabemos, Lo, lo sabe de sobra.

Cuando nos creemos librepensadores, cuando nos juramos que somos justos, cuando invocamos la equidad, la igualdad, la legalidad, y tantas otras bellezas ideales, cuando nos autodefinimos sensibles o pragmáticos, ridículamente gregarios o apolíticos, o cualquier otra cosa que nos alumbre nuestra escasísima y cobarde mollera, no hacemos otra cosa que proporcionarnos el combustible que necesitamos para correr dentro de la rueda del ratón, aquella que gira y gira y gira y no va a ninguna parte por más que terminemos el día agotados y con el corazón contento por haber dado cumplimiento a otra jornada deontológicamente correcta… Deontología de Lo, que nunca llegaremos a comprender ni aun siendo Iniciados en las Altas Esferas del Esforzado Adepto Adelantado por culpa del anhelo.

Ese cromañón -o tribu de ellos- que nos rompió nuestros corotos dista tan al oeste de nosotros, que ya es el este. Lamento decirlo, pero así funciona el espacio que nos separa por no ser infinito. Hace el papel que Lo le asignó al igual que usted, o que yo, y todo el que quepa en la caja de los pronombres… Espero que nunca se dé cuenta, pues si lo llega a medio sospechar, esa breve brecha que lo separa del borracho conocido que se cree, al alcohólico anónimo que por motivos de crisis de identidad y depresión laboral es, se cerrará en implosión y morirá lenta e ignominiosamente. Eso sí, heroicamente arropado por su bandera.

A mí no me preocupa ser éste obsoleto engranaje en la máquina de Lo, pues lo soy. Lo soy a sabiendas. Lo soy porque no tengo otro remedio en mi calidad de idealista pernicioso al igual que lo sería si Lo me hubiera encomendado el cargo de “El Cancerbero de los Confines del Tinglado Incierto de un Tártaro de Opereta” –¡El multiverso cuántico se apiade de mí!-…

Pero él -o ellos- (cromañones y australopitecos hechos más de vacío que de materia, sin hablar de la gris) juran que son dueños de algo, y no son más que ese maloliente lubricante pesado (que se usa allá, dentro de esas cajas oscuras donde se esconden los engranajes, que encima de obsoletos, son burdos) que no dista mucho de ser, lo que originalmente era: vulgar mierda de dinosaurio.