“O esto es bueno o es malo;
Si es bueno, no se me obste;
Y si es malo, no se me mande”.
Pedro Calderón de la Barca y Henao.
1600-1681.
Mi amigo es un tipo normal. Tan
normal como puede ser una partícula de un todo navegando al garete con la
exacta proporción de objetivo y sinrazón.
Es él un elemento construido con
parches, remiendos, trocitos, faltantes, todo gracias a esa extraña linealidad
tozuda con la que el amor enfrenta constantemente a la entropía…, sin embargo
no deja de ser nada más que una partícula.
Dicen los que saben mucho que para
explicar un hecho lo que hay que hacer es jugar con las conjeturas, los
axiomas, los imponderables e hipotéticos, armar una realidad virtual llamada
modelo matemático –Por decir algo- colocar un neutrino aquí, una cuerda allá,
no sé cuántos cuantos (todos buena onda, eso sí), y nunca despreciar un Taquión
porque su masa de exponente negativo da para llegar muy lejos extremadamente
rápido en eso de obtener los resultados experimentales necesarios con cada vez
empleando menos energía.
Es un hecho que los hechos escapan
en su mayor parte a toda explicación definitiva.
-Ya va, no me he salido del tema ni
estoy divagando. Deja la impaciencia y sigue leyendo por favor.
Lo que estoy diciendo no sirve sino
para contextualizar una idea que me trae un poquito preocupado.
Mi amigo, y palabra que lo es,
nació descreído. Lo más cerca que estuvo de llegar a creer fue la vez que se
llenó de prejuicios. Sabemos que eso no es creer. No es más que tragar los
bocados sin masticar y a la larga es una práctica que lleva a la indigestión, a
la obesidad, y a horridas enfermedades que se parecen mucho a la única justicia
que concibo siendo al final, el equilibrio.
Como quiera que la velocidad
(¿aceleración más bien?) incide en la fórmula de la energía, al cuadrado,
mientras más rápido se vive más energía hay en juego aunque la masa oscile
notablemente hacia abajo o hacia arriba. Es por eso que mi amigo, al que
aprecio mucho, es un viejito. Un ancianito. Sus Taquiones y sus hipótesis lo
han llevado por esa especie de Reading Road que es su vida al borde del caos
energético muchas veces a lo largo de su axiomática existencia que corre más o
menos paralela a la Interestatal 71.
Mi amigo vive ahora una especie de
séptimo ciclo que gravita dentro y fuera de un sistema aparentemente estático
que consume la energía aumentando su masa proporcionalmente desmesurada para
oponerla a toda aceleración. Esto requiere un elemento hipotético en el divisor
de la ecuación que imagino (muy intuitivamente) es el tiempo elevado al cubo.
Por eso, en nuestro sistema, cuando
la órbita de mi amigo corta transversalmente (tirando a oblicua más bien) el
dicho sistema estático, el tiempo al cubo se lleva en los cachos a la
aceleración al cuadrado, la masa se descontrola, y quien termina pagando los
platos rotos es la energía.
Siempre le digo: Amigo mío,
escribe, escribe, que los libros y el conocimiento que en ellos habita son el
único poder que se contrapone a esa terrible parte de la ecuación que está del
otro lado de la igualdad. Es decir, de la otredad.
Pero mi amigo es un científico
situado del lado opuesto de ese signo, o sea, es un poeta…, y los poetas deben
sufrir porque si no su obra pierde altura… Eso cree él… Creo que es eso lo que
creen los descreídos ¿o será un ramalazo de los prejuicios? Sí, de verdad lo
es.
Vive conjeturando sobre premisas
hipotéticas, luego las mete en su matraz, la calienta, la enfría, la pesa y la
mide, y saca un cerro de conclusiones que son la próxima tanda de verdades que
incrementarán la aceleración que necesita –él piensa- para compensar al tiempo.
Lo único que logra, desde donde yo
lo veo es un desbarajuste en el término “Distancia”, que en la ecuación no es
sino una consecuencia muy subjetiva y dependiente de la unidad de ponderación
que pierde con demasiada facilidad su incidencia en la percepción porque la hipótesis
es axiomáticamente de alcance inestable, y siempre lo lleva a Roma…
Ahora sí merezco una reconvención.
Me estoy saliendo del tema por culpa de la aceleración.
Una vez me comentó el papá de mi
amigo, que es como un padre para mí, que mi amigo le preguntó que si cuando uno
se mueve es uno quien se mueve o es el suelo que retrocede.
Mi padre que es el papá de él le
respondió con otra pregunta: “¿Eres tú quien remolca tu sombra, o es ella quien
te lleva delante?”.
-Sí, con eso se zanjó la situación…
El problema es que en lo sucesivo
mi amigo ha vivido bailando un minué que lo hace pasar por loco al muy poeta a
donde quiera que vaya sin lograr por ello desprenderse de su sombra.
Bueno, sí, por supuesto, toda
ecuación tiene dos lados y un signo de igualdad en el medio…
Queriendo decir esto que karma y
darma, yin y yang, poeta y científico…, todas las realidades juntas sucediendo
simultáneamente es lo que hace que por donde quiera que mi amigo se meta
siempre llegue a Roma. Más exactamente a un cierto rinconcito del Trastevere
donde siempre es jueves por la tarde… La realidad ¡Ah! La realidad…
Pero discutiendo con él en muy
buena lid, es decir, dándole vueltas a la base de una idea para irla
redondeando bellamente con volutas hipotéticas, hemos llegado a pensar que Roma
está dentro de uno, o como la sombra del padre, remolcada o empujando según se
mire.
A veces se le acerca alguien que
nunca ha sufrido para hacerle sufrir hablándole de sufrimiento, y no lo
consigue.
Otras veces el turno lo toma otra
persona que no se ha enterado de lo que adeuda a atormentarle hablándole de
deudas y deudores. Esto lo inquieta.
Hay un especial ente maléfico, tan
maléfico o más que el tiempo al cubo, que le espera atrincherado tras un
planeta fijo y simétrico de esa muerte de la que habla Víctor Hugo, y que al
verle pasar hace gavilla con el cinturón fijo de asteroides de masa desorbitada
y le ataca con saña demostrándole que la entropía se conjura con Windex y
pañitos Yes (que son infinitamente mejores que los Bounty) organizando el
aquelarre de los coletos automáticos.
Todo sin desplazamientos ya que la
masa es antagónica y su igualdad mira hacia el descorazonamiento absoluto, que
es la nada hacia la que te diriges indefectiblemente, quieras o no…, lo mismo
tú, que mi amigo, que yo, y hasta el ente de porra ese…
Me contaba el otro día que se le
acercó uno que –¡Coño! Tengo que decirlo- que es más pendejo que él mismo
debido a que la pendejada es un hongo que no necesita oxígeno y que medra a sus
anchas cuando no hay luz, a preguntarle si el carro que su otro amigo vivía
reparando se estaba portando bien…
(Parece que la simetría es una
muerte contagiosa ¿eh?)
-…En fin, sí, mi otro amigo se ha
destacado mucho en la mecánica siempre y el carro le ha quedado muy bien
reparado ¿por qué?
-¡Cu-cu! ¡Cu-cu! ¡Cu-cu! ¡Cu-cu!
¡Las cuatro! ¡La piñata!
(¡Especie de pitirusporum ovale! ¡Necesitas
extenderte al sol!)
Roma, Roma, Roma ¡Cuánto quisiera
entenderte!
… Y él no es una mala persona. Yo,
que lo conozco bastante bien puedo decirlo. El problema que tiene es el
descreimiento.
Sí, esta infausta circunstancia lo
hace, ilusoriamente, aferrarse a lo que él llama, los hechos… Si le hacen una
invitación, digamos, para las siete de la noche (por dar un ejemplo) él se
presenta a las siete de la noche…
-¿A quién se le ocurre? Él no tenía
ni siquiera que haber ido. No lo invitaron para que él saliera a estar
asistiendo ¡Sí que es bien zoquete!
Siempre le repito que la norma
precede (antecede, prela) a cualquier hecho, a lo que él invariablemente me
pregunta: ¿cuál? Y hasta ahí llega todo.
Mucho bien le haría no darse por
enterado haciendo como hago yo que recibo, celebro, y aplico toda enseñanza
aunque venga de Azúcar Moreno…
-¡Uy! ¡Eso fue críptico! No merece
explicación. No importa…
El caso es que la pelusa de ombligo
existe y no hay que hacer tanto drama por ello. Es una consecuencia como tantas
que tiene el número áureo. Tal vez sea nada más una coincidencia y Fibonacci ni
siquiera fue romano. Una vez más: qué importa.
Pero sí sé que mi amigo debería
escribir, poner en orden sus ideas, sus partículas hipotéticas siempre en
movimiento entre parámetros arbitrarios, y darse cuenta de una vez y pa’l resto
de la vida que el problema (quid) de este asunto no radica en el otro lado de
la ecuación pues para la rubia belga la otra margen del río es esta, sino en la
pésima idea, el atrabiliario supuesto de que entre las dos partes hay un signo
de igualdad para unos, y un “menor-mayor-igual”, para otros…
En todos lados se cuecen habas y se
fríen alcachofas, igual que en Roma, hay que decirlo…
He tenido que marcar distancia con
mi amigo. Esa distancia tan relativa que no es más que una función del tiempo y
del punto de vista que a su vez nunca pasa de ser asumida como tal, una
presunción, una hipótesis, una percepción…, y he tenido que marcarla porque me
tiene frito su clarividencia, su frente amplia, su magnanimidad…, y su
descreimiento.
Así no se puede vivir.
¿Quién ha dicho que las órbitas
cortan oblicuamente las trayectorias de sistemas fijos aferrados al
“no-cambio”?
No se puede, Víctor Frankenstein,
no se puede: un corrientazo mata y punto. La maldad existe. La truculencia
contamina. La vía entre el Edén y el Averno es de doble sentido. Siempre
ocurrirá que los mismos que te encarguen te critiquen y tus detractores sean
tus mecenas. Nada es rectilíneo, ni constante.
Las creencias te simplificarán la
vida una vez que dejes de pensar.
Los prejuicios son la consecuencia
directa y serán escudo y espada a un mismo tiempo con los que habrás de herir a
quienes menos lo merecen: a tus hijos.
Te vendrá bien escribir, amigo mío.
Escribir mucho. Acumular cerros de hojas escritas aunque sean consideradas virtuales, porque tu único
bastión ha de ser el primigenio, el del verbo, el del conocimiento…, aunque
siempre ande tendiendo a cero frente a un error de cálculo, una aberración del
número “phi” que agrede con su masa conceptual arbitraria.
Sé que tu papá, que es como decir
mi padre, nos echaría por tierra todo el tinglado con una sola pregunta, pero
otra vez ¿qué importa?
Lo mismo da si todos los caminos
conducen a Roma o es Roma la que queda en todas partes.
Te quiero decir con esto, mi
querido amigo, que es igual si el cometa que habitas atraviesa de parte a parte
la espuma cuántica del multiverso después de un viaje sumamente accidentado y
poético, y quedarse anclado consumiendo toda la energía que produces en
permanecer inmóvil…
En materia de corte de cuentas
actual, lo es.
Al final (parcial por los momentos)
coincides, colides inexorablemente, en tiempo y espacio con ciertos organismos
unicelulares de mucha masa, cinetófagos especializados en blandir pesados
manuales llenos de normas arbitrarias absolutas imposibles.
Piénsalo bien una vez más: eres
gitano, tienes tres nombres, y sabes que es mejor gastarse andando que cuidarse
en Roma, sobre todo tomando en cuenta su especial don de ubicuidad.