sábado, 15 de septiembre de 2012

¡Trescientos!




“Pues no querrá usted que Garibaldi vaya a Sicilia a lomos de burro.
Ha suscrito un contrato para adquirir dos barcos, que habrán de zarpar
Desde Génova, o de sus alrededores. ¿Y saben quién ha garantizado la deuda?
La masonería, aún diría más, la logia genovesa.

Pero qué logia de Egipto, ¡Si la masonería es una invención de los jesuitas!

¡Calle usted, que es masón y todos lo saben!”


Umberto Eco.
El Cementerio de Praga. P. 146.
Random House Mondadori 2010.


Debo comenzar esta vez por una aclaratoria: No soy simbolofílico. Simbolomaníaco tampoco.

Pero tengo que confesar que después de tanto vivir, comienzo a ver lo que parece ser una concatenación de los hechos que me pone, por lo menos, a pensar.

No es un secreto para nadie que mi historia familiar se pierde en las nebulosas imprecisiones de lo forzadamente globalizado. Esto origina en mí, por lo menos, un apego-desapego material por la carne y por la tierra, trocándolo todo en una compilación indistinta de recuerdos y de crónicas no escritas que se me mezclan todas en el imaginario, y no puedo evitar entonces, ver un símbolo aquí y otro allá. Siempre relacionados y trazándome un sendero desatinadamente después de que lo he andado.

No sé ni contar las múltiples cosas en las que he trabajado en mi vida. Algunas las consideré inclusive significativas. Otras simplemente fueron necesarias. Pero todas dejaron trazas en mi memoria… No he olvidado nada por más que en un momento haya creído que caminaba la senda de la obliteración.

Pues no.

No he olvidado nada ni a nadie. Recuerdo cada simple día de mi vida al igual que Ireneo Funes podía recordar cada hoja de cada árbol, y también, cada minuto de su vida simplemente llevando la cuenta.

Recuerdo a qué olía mi maestra Valenzuela en tercer grado de primaria: una mezcla del aire contenido dentro de la cámara de un neumático mezclado con algo de pétalos de rosa ya comenzando a estar mustios.

Recuerdo claramente el mapa físico del delta de un río que se dibujaba en las venas de la sien del Padre Severiano, cuando se disponía a darme un coscorrón.
 
Recuerdo el sonido que hacía la cadena de la poceta en mi escuelita en Braintree, Essex. Sonaba a bicicleta destartalada cuando cruza un charco somero de aguas limpias sobre pavimento sólido.

Recuerdo el llanto de mi madre, sentada en la mecedora de amamantar a mi hermanita alegando un fuerte dolor de cabeza, la noche que mi papá se fue de la casa por primera vez. Un quejido mezcla de aullido leve ininterrumpido y de cadencia cromática que subía y bajaba de tonalidad como un oboe magistralmente tocado.

Recuerdo a qué sabía el café que me hice una mañana en la que amanecí sin agua cuando vivía en mi barco, y usé un increíblemente pésimo whisky barato en el cazo de la cafetera. No hay duda, aquello era celuloide y caramelo quemado. Malo, muy malo.
 
Recuerdo la textura del volante del Renault Major 64 que teníamos hace mucho tiempo ya. Era la misma que la de los agarraderos de baquelita de las ollas de mi mamá.

No he olvidado nada.

Mi hija nació a las tres y diecisiete de la tarde. No puedo dejar de relacionar esa hora con muchos otros acontecimientos felices que han sucedido en mi vida. Felices, y por casualidades de ésta índole, significativos.

Recuerdo un bisabuelo escultor venido de Cataluña dejando allá otra historia que está por saltar a la luz.

Recuerdo un bisabuelo caraqueño y aventurero que dedicó parte de su vida a buscar rastros de petróleo por el sur del lago de Maracaibo.

Recuerdo un bisabuelo corso, escapado de Cayena a donde fue a parar por problemas políticos en Francia, la patria de la legalidad y la fraternidad. Que me hablen a mí de francmasones.

Recuerdo un bisabuelo probablemente hijo de malagueños, gallero, tahúr, gitano, y peligroso, quien se volvió loco después de un reñido juego de dominó en el que sólo dios sabrá qué se estaba jugando.

Recuerdo a todas y cada una de las personas que amé, y también a las que odié. Inclusive recuerdo los nombres y apellidos de las personas que me resultaron indiferentes.

Muchas de las personas que amé, aun las amo. A las personas que odié, aun las odio. Es un asunto de inercia y estilo más que de encono y tozudez. No hay vehemencia alguna involucrada. Yo diría más bien que es una cualidad más de la extramemoria.

Es por todo lo anterior y aun más, que no puedo evitar relacionar mis nuevas experiencias con las anteriores que aparentan materializar un conspicuo hilo conductor que le da sentido a toda esta especie de disparate cósmico que a simple vista parece ser mi existencia.

¿Saben por qué soy un estudioso y practicante del Zen? Porque mis procesos mentales dependen adictivamente de lo que tengo registrado en la memoria, y esta manera de vivir resulta desesperantemente lenta.

Voy a ilustrarlo con un ejemplo: cuando voy a hacer una silla de madera, primero hago un repaso de las páginas de mi archivo para catalogar los retazos de mi diseño pues no hay nada nuevo bajo el sol.  Luego selecciono la madera según la latitud natural de la especie cónsona con el estilo…, y para hacerles corto el ejemplo, catalogo el martillo y el tipo de clavos (si es que es pertinente su uso) y luego rememoro cómo es que se usa todo eso. Cuál es el centro de masa del martillo y por supuesto dónde se halla el baricentro… Lento, muy lento…

Sí, la vida es un evento efímero. Irrepetible. Raro. Improbable. ¿Vamos a dejarla pasar de largo sin llevar un registro? ¿Vamos a dejarla pasar sin ser testigos de ella, sin protagonismo alguno? ¿Vamos a dejarla pasar así como a la deriva flotando en ese sinsentido mar de la inconsciencia?

Yo no.

Claro, esta manera de ver las cosas me causa muchos problemas. Uno de ellos, ya lo dije, es la lentitud. Otro es la noción de la extraña concatenación de los hechos.

Sí, yo sé, si las cosas significan algo para mí las notaré indudablemente, y si no, las dejaría pasar inadvertidamente. Pero, ¿por qué almaceno todo? No espero respuesta. Seguramente algún aguafiestas me dirá que no es todo. Que existe mucho más, infinitamente más, aun sin hablar de las demás dimensiones imperceptibles por los sentidos humanos… Le voy a responder de una vez que percibo y almaceno mucho más de lo que él (o ella) puede siquiera imaginar. Y cállese la boca.

Emigré de un país al que no voy a olvidar aun teniendo la intención de no regresar a él ni de vacaciones. No es un asunto de resentimientos ni de esnobismo. Es un simple asunto de economía. Ya ese país lo conozco, y es tiempo en mi vida de ir hacia adelante…, donde quiera que eso quede.

Ahora vivo en éste minúsculo hábitat centrado en ninguna parte, justo en el corazón de un inmenso país. Un sitio muy venido a menos que representa elocuentemente la necesidad de los cambios de esquemas, de actividades, y de modos de pensar, que aquejan, empezando por éste país goteando a veces a chorros hacia el resto del mundo… Ya saben, más poder, más responsabilidad.

Es una idiotez más del chauvinismo sostener lo insostenible nada más que por un asunto de orgullo. Se nos cae el mundo a pedazos, y seguimos tratando de conservar lo inconservable… En algunas partes de Europa el sector privado está apoyando económicamente la investigación y reconstrucción de antiguas estructuras medievales y aun más antiguas, pera sacarle provecho turístico… Todos ganan, la cultura, el conocimiento, y el negocio… Aquí no. Aquí demuelen la historia después de haberla hecho pasar (como hacía la santa inquisición) por un proceso de degradación y tortura que nada más un desmemoriado podría concebir.

Mi jefe, el escultor (Justin Poole, pueden googlearlo), acaba de comprar la Iglesia Católica de La Asunción 2622, Gilbert Av. Cincinnati, Ohio. Es un edificio que data de 1885. Hecho con la piedra de las inmediaciones del río Ohio (Limestone). Mide casi setenta metros de ancho y ciento cuarenta de largo. La torre es de unos sesenta metros de alto. Tiene un órgano de tubos Austin con pulmón de aire en el entretecho. Por cierto que en todas partes se cuecen habas y ya le robaron todos los tubos de bronce, dejando nada más los de madera que según conté, pasan la centena.

Esta iglesia fue construida por un enigmático arquitecto de apellido Nash, de quién sólo sé que vivió 64 años, que más de la mitad de sus edificios ya han sido demolidos para dar paso a la obra inexorable de las compañías aseguradoras, que el más cercano que ha sido restaurado queda en Kentucky ahí no más cruzando el río y que entre otras cosas ahí funciona una marquetería…, y que muy probablemente era francmasón.

Parte de mi trabajo ahora se focalizará en la debida reconstrucción de tal edificio para dar cabida en él, un estudio de escultura de dimensiones heroicas, y mi laboratorio de diseño.

Sobra decir que las demás actividades hasta ahora centrales, como la fabricación de prototipos de maniquíes, y la reconstrucción y mantenimiento de otros dos edificios viejos, pasan a segundo y tercer plano respectivamente.

No lo he dicho mucho, pero ahora sí lo digo. Parte importante de mi tiempo lo consumo en la fabricación de prototipos para las fábricas de maniquíes de vidriera. Reflejos manierísticamente deformes de lo que idealmente debería ser el físico femenino.

Sí, mi jefe saca su dinero no de la parte artística de la escultura. Esta parte la deja para exposiciones y esas cosas en las cuales no es imperativa la venta de la pieza, que sí se venden también…, si no en esto de hacer los originales que después pasarán a ser producidos en masa para ir a para a las tiendas de medio mundo.

Él hace el original enteramente esculpido en arcilla hábilmente adherida a unos esqueletos de aluminio que también fabricamos en el taller que ahora manejo. Luego ataco yo con un romo cuchillo de carnicero y una llave Allen para desmembrar muy cuidadosamente a la flaca de turno, a la que afortunadamente se le ven muy bien las articulaciones (concateno aquí mis habilidades culinarias las cuales rinden su fruto esta vez por los incontables animales que he descuartizado a lo largo de mi vida) que previamente marqué con una clave que yo me sé.

Una vez desmembradas hago unos moldes de yeso y yute reforzados en algunas partes (para algunas muy especiales uso látex) con ciertas resinas, usando dos, tres, y hasta cuatro partes por molde de cada parte del cuerpo.

Después viene el vaciado de cada parte del cuerpo. A veces usamos fibra de vidrio, otras veces usamos espuma de algún polímero indescifrable, otras una especie de yeso catalizado, y hasta plástico si la pieza es demasiado delgada.
 
El siguiente paso es interesante: ensamblar la muñeca. Poner todo en su sitio, hacer las correcciones principalmente volumétricas, y aplicar los acabados casi siempre uretanizados de pesadilla, pero, ¡de algo hay que morir!

Y eso me trae a colación las consideraciones estéticas utópicas que sobre la anatomía femenina se debate desde la época de “Twiggy”…: Todo empezó una mañana en la que le estaba denodadamente echando lija en las nalgas a una de las muñecas que había que llevar a la pulgada 34 de circunferencia en su región ecuatorial. Triste. Se me acercó un compañero de trabajo que es todo lo gay (orgullosamente hablando él) que se puede llegar a ser, y me comenta: “la otra vez él hizo un hombre, y tenía el culo igual”…, y se fue… Yo me quedé pensando en la aparente simpleza del comentario y me di cuenta de que la persona que siempre viene a tomar las medidas de las muñecas para las correcciones finales es un gay draconiano que tiene una cinta métrica inflexible. Me hizo alargarle las piernas a una chica hasta llevárselas a 40” de la cuquita a los talones. Ahora parece una sombra pre-púber pintada por Dalí.

No es un comentario homofóbico. Para nada. Es sólo que ayer estaba tonteando en “facebook” y me saltó una imagen y una encuesta que llevaron a cabo en Inglaterra acerca de las preferencias masculinas en asuntos femeninos, y ganó aplastantemente el tema de la mujer de entre 45 y 60 años dotada de curvas generosas. Yo metí mi opinión también dejando claro que prefiero también la forma femenina que parece de mujer y no de maniquí improbable… Una cosa llevó a la otra y me di cuenta de que la esclavitud de la flacura viene dictada por una estética de orígenes gay. Unos la adoptan sin serlo (que no estoy llamando marico a todo aquel que prefiere un esqueleto), y otros harán como mejor les plazca, pero al final parece que los hombres las preferimos con ciertas pródigas comodidades, y mujeres, no niñas… En fin…

Me resulta, como ven, del todo imposible ver algo y no dotarlo de cierta simbología. Tal vez un extracultismo anticaótico. Un cierto método para organizar los eventos de la vida y disminuir el miedo a la incertidumbre. Un papel asignado por Lo (de quien siempre creí que era judío y ahora sé que es francmasón) en el que me dota de una personalidad extemporánea y hasta intertemporaria, para usarme de hilo ilusorio frente al resto de los de mi piara. No sé.

El caso es que en Margarita trabajaba al lado de la Iglesia de La Asunción, día a día circundando sus claves y significados al margen de lo religioso más bien tendiendo hacia el conocimiento proporcional y geométrico que entre otras cosas me llevó a fabricar una casa con esa tecnología para redescubrir un conocimiento olvidado.

Ahora en Cincinnati trabajo dentro de la Iglesia de La Asunción dotada de un Austin Organ de 1899 con “Chest System” y todos los bronces robados. Un edificio hecho con el material del lugar y un conocimiento derivado de Euclides y el Rey Salomón. Un edificio lleno de claves y significados. Un edificio con un altar que resume la tabla cuadrada y la redonda del Adepto Gótico en su base añadiéndole el triángulo de la rectitud de la masonería, y el círculo que representa a las  tres divinas personas. Un edificio con un sótano inescrutable y un entretecho lleno de descriptiva. Y un campanario con una capa de guano de tres pulgadas de espesor… No sé si hacer pólvora o sembrar tomates…

Parte de mi tiempo lo uso en aprender inglés mientras manejo mis veintiún millas por manga, o escribiendo cartas mentales, o tomando notas en mi bitácora en clave… Pero la mayor parte de la vida la paso acomodando mi archivo mental en el que ordeno mis símbolos en perfecta significancia y poder de concatenación. Es un trabajo de toda la vida y que no podré dejar como herencia. Pero, ¿quién querría ese montón de basura? ¿Para qué lo querría?

Así como de ese viejo edificio no sale una simple palada de polvo sin que yo vea qué  hay en ella, de mi cabeza no sale un simple chiste que no esté relacionado con algún viejo recuerdo y que no signifique algo.

Basura, tonterías, con toda seguridad. Un maremágnum que solo puedo contrarrestar con mega-dosis de Zen y un sinfín de cuadernitos en los que llevo, por ejemplo, el registro del último cambio de aceite de aquel viejo Nissan Patrol del ‘75 que alguna vez tuve.

Pero que con mucha frecuencia me permiten observar que éste feliz acontecimiento también está sucediendo exactamente a las tres y diecisiete de la tarde.

Trescientos días después.

lunes, 10 de septiembre de 2012

Verano. O: A Midsummer Night’s Dream. O: Sogno di un Mattino di Mezzo Inverno.





“No more yielding but a dream”.

Puck (Robin Goodfellow) 437. P.79.
A Midsummer Night’s Dream. Shakespeare.
Yale University Press. May, 1960.


“Diavolo… Ho giá vissuto questa situazione
… Ma… Evidentemente
Era un sogno.”

Corto Maltese.
Sogno di un Mattino di Mezzo Inverno. Hugo Pratt.
Tascabili Bompiani. 6. Nov. 1978.



¡108°F!

Tengo que arreglarle el acondicionador de aire a mi camioneta.

El calorón de los 39° Norte de aquí no tiene ninguna diferencia con el que hace a los 11° Norte de allá. Bueno, sí, 28° de latitud. Pero sean en Celsius o en Fahrenheit sofocan igualito. Afortunadamente van y vienen. Sí, justo como el mar de Eliana Pitman.

No chico, no la mandes a ningún taller. Vete un momento al supermercado y cómprate la lata de 134a que trae sellador para fugas, sí, y una manguerita con su válvula. Vale menos de seis dólares y sales de ese problema.

Pues sí, parece que la manguerita conecta con el lado de admisión del compresor, se prende el carro y se echa a andar el aire acondicionado al máximo, se abre la valvulita y se voltea la lata hasta que salga todo el contenido.

¡Oye! ¡El bicho este enfría! ¡Tenemos aire!

¿Te acuerdas que te hablé de Julian May? Sí, la señora que escribía ciencia ficción… Me gustaría mucho averiguar sobre sus libros. Yo los leí todos hace años, pero en español. No recuerdo los títulos.

¡Mira, aquí está toda la colección! Puros libros usados, como a ti te gustan ¿los quieres?

¡Claaroo!

Llegan el martes.

¡Fiino! Y hablando de llegar ¿Cuándo es que llegan los Van Praag?

El sábado en la noche, y pasarán con nosotros toda la semana.

Ah, chévere. Tengo entonces que hablar con Laura para decirle que no vengo a trabajar esa semana.


No se crean…,  aquí existen como en todas partes, problemas y más problemas. Inclusive algunos me pasan rozando a veces. Como a cincuenta centímetros de distancia (unas veinte pulgadas más bien por aquello del cambio de unidades) según siempre decía mi Sensei que también es Lama, que debía ser… ¿Qué será de la vida del Sensei? Si alguien se lo encuentra por ahí, me le da un buen saludo de mi parte, por favor. Me siento en el deber de comunicarle, que esos cincuenta centímetros se logran más fácilmente, si se muda de país a uno que hable la malhadada lengua de la pérfida Albión… ¡Y claro! Si me pierdo tres cuartas partes de lo que la gente murmura por ahí… Es, de verdad, todo un esquinazo (un delay más bien) a la realidad…

Sé de gente que tiene muchísimos problemas, porque en todas partes se cuecen habas, pero si se les mira bien siempre se ve algo más: las juntas y las costuras que llaman... Y ahí lo paro, que no tengo ganas de molestar. Pero diré esto: ¿nunca han visto una película de acción habiéndole quitado todo el sonido? Yo sí lo he hecho, y es así que descubro detalles que normalmente se esconden tras un ruidoso ardid de distracción como suele hacer aquel que es bobo y habla muy duro para disimular. Bueno, pero no nos pongamos intolerantes porque aquí soy minoría.


Me gusta esta ciudad. Sí, cierto, también porque soy un soñador empedernido con una gran habilidad para ver las cosas como podrían llegar a ser, si uno se pone y lo hace. Pero es que en realidad es una linda ciudad. Lo fue hace tiempo y algunas partecitas están empezando a serlo de nuevo.

La parte central conocida como “Over the Rhine” por haber sido fabricada por artesanos alemanes, quienes también hicieron un canal de navegación que ahora es una avenida, está llena de edificios realmente bellos. Más de quinientos de ellos están deshabitados en este momento, y una gran partes de los demás están habitados por personas de las que no quiero hablar nada para no convertir esto en un ladrillo sociológico. Pero puedo decir que si Chávez se entera mete aquí los damnificados del próximo deslave.

Imagínense toda una ciudad construida por gente con sensibilidad estética que realmente amaba y respetaba su trabajo. Europeos desplazados por la falta de oportunidades de trabajo allá, que vinieron a echar raíces y florecer en un país en el que hacer las cosas bien siempre rinde buenos frutos.

Y no hablo del bien y del mal al modo maniqueo ¡qué aburrido! Me refiero a ejercer tu oficio a cabalidad. Si haces sillas, éstas lo son estructuralmente funcionales, económicas de producir, y estéticamente correctas. Son, además, tu mejor esfuerzo pues en hacerlo bien te va la vida.

El resultado es el más lógico del mundo: tus sillas son exitosas, eres reconocido como un buen hacedor de sillas, y puedes vivir dignamente de tu oficio, que es lo que a mí me interesa finalmente.

Estos alemanes, italianos, ingleses, y franceses, dejaron la huella de su oficio. Por doquier consigues edificios firmados por el artesano con las claves de sus respectivas hermandades… Me queda pendiente hacer un levantamiento fotográfico de las señales para después hacer la historiografía pertinente, pero esperaré un poco pues aun tengo que mantener el motor girando en alta… No sé si me explico.

En fin.

No entiendo muy bien los entresijos de lo sucedido con esta ciudad después. Es legendaria mi falta de habilidad para comprender la parte práctica de la vida que incluye los vaivenes de lo intrínsecamente económico. Sin embargo, así, a grandes rasgos y abstrayéndome al máximo logro entender el gran paisaje de lo que ahora existe.

Me parece tonto. Y sí, esta gente a veces lo parece… Afortunadamente estamos las minorías, que siendo muchos (todos diferentes pero hermanados por el hecho de proceder de sociedades disfuncionales ¿realmente existen las sociedades funcionales?), hasta logramos hacer que se vean sagaces y buenas personas.

Me estoy poniendo críptico. Discúlpenme. Pero es simple: la terrible y destructiva devastación ocasionada por el monstruoso leviatán de la inmediatez… Y quién venga atrás, que arree.

¿Sabían que una de las cosas que echó abajo a la Unión Soviética fue la inflexibilidad de las ideas? Es un viejo cuento y no hace falta que me extienda, pero a Brezhnev le hubiese valido más invertir dentro de su propio país aun a riesgo de favorecer una clase social de capital privado, que gastarse el dinero producido con tanto esfuerzo en las regiones petroleras de la difícil Siberia, comprándole cereales a Canadá y los Estados Unidos ¿en qué estaría pensando el amigo? Debe haber muerto de un ataque de hemorroides.

Aquí van por el mismo camino. En vez de favorecer tenazmente lo que les es propio, están comprándole a China porque sale más barato… No sé cuántas empresas locales han quebrado ya con esa línea de negocios. Eso, y guardar el dinero en las islas Caimán…

Pan para hoy y hambre para mañana.

En fin.


¡Caramba! Ahora el acondicionador de aire de la camioneta solo prende en máxima velocidad. Déjame ver si consigo el diagrama eléctrico para dilucidar el asunto… Bueno, esto tiene una serie de resistencias eléctricas conectadas al conmutador que regula la velocidad del ventilador. Por lo que veo, se quemó la primera impidiendo el paso de la corriente hacia las demás resistencias…, claro, solo arranca en la máxima velocidad porque es la directa, es decir, que no pasa por resistencia alguna.

Vamos a O’Reilly un momentico a ver si tienen la pieza. Se llama “Front Blower Motor Resistor Block”. Que no se me olvide… Sí, sí la tienen. Vale $ 20,93 precio de lista. Me la dejan en $ 11,99 más el Tax que es de 0,78. Total a pagar $ 12,99.

Aquí tengo el diagrama de montaje. La pieza va detrás de la guantera (o delante, según se vea) y dicen aquí en el tutorial que toma una media hora o cuarenta minutos hacer el cambio dependiendo de la destreza de cada quien. Ya les contaré en que percentil me hallo.


La ciudad, con el concurso de no sé cuántos organismos, está haciendo un esfuerzo real para recuperar los espacios urbanos de manos de la desidia y la anarquía que siempre viene de manos de la miseria ocasionada por el declive económico. Ya se ven calles enteras, pequeñas islas, sectores relativamente grandes si tomamos en cuenta que el “Down Town” no es lo que llamaríamos una metrópoli (yo diría que es más o menos del tamaño de “Las Mercedes” en Caracas, sólo que el río no se llama Guaire sino Ohio y es navegable) en condiciones de ser disfrutada por la gente.

¿No es para la gente que se construyen las ciudades finalmente?

Bueno, ya hay sitios a los que se puede ir a caminar, visitar galerías, oír música, sentarse en un café a leer un libro bajo una pérgola vegetal, comprar verduras frescas directamente de las manos del agricultor. Hay variedad de fauna urbana, lo que implica un cierto camino hacia una mayor tolerancia. Bicicletas y motonetas dentro de la ciudad…

Se están dando cuenta de que el esquema de consumo debe experimentar una paulatina pero drástica disminución. Las ciudades concentradas son más eficientes que las ciudades atomizadas en las cuales, entre otras particularidades, si no tienes carro y sesenta dólares semanales para metérselos nada más en gasolina, estás frito. Los autobuses tienen horario restringido y salen tan caros como andar en carro propio, además de las incomodidades de los transbordos y todo lo demás. Las tres cosas buenas que tienen son que están autorizados para circular por los hombrillos (las autopistas tienen hombrillos en ambos lados) de manera que no los afecta las trancas de tráfico. Como maneja otro, uno puede usar ese tiempo para leer o lo que le provoque. Y son híbridos, es decir, que usan combustibles menos agresivos con el medio ambiente para generar la electricidad que los motoriza parte del tiempo.

La ciudad va por buen camino. El que diga que este centro urbano llamado Cincinnati situado exactamente en el medio de ninguna parte es aburrido, no ha mirado bien. Tiene de todo un poquito, y va bien encaminada, si es que sé algo de esto.

Creo que lo que veo ya lo he visto antes, pero el desenlace va siendo otro por lo que parece. Esta vez jugamos el papel de protopioneros. Pioneros en potencia. Podemos soñar e ir haciendo lo que hemos soñado a ver qué tal va saliendo…, y mientras tanto soñar un poco más.

Vivir junto al río en medio de un bosque. O conseguir un viejo edificio con la firma de un Adepto alemán y restaurarlo en el mismo espíritu de aquel esperanzado inmigrante que hace más de un siglo cruzó el mar huyendo de la corrupta burocracia infecunda y esterilizadora que riega los campos con sal y estigmatiza la honestidad llamándola pendejada. Pícaros mediocres empujando y atropellando obligando al progresista a arar en el mar… ¿Qué el progreso es exactamente eso, la arquitectura vertical, los carros de motor innecesariamente grande, y la macroeconomía? ¡JA! ¡Váyase a que le den por dónde los pepinos amargan! ¡Pues sí! No seré nunca un Schopenhauer tropical embarrancado en la margen norte de ningún río ni tampoco es la hora de corear a Bowie en un tan glamoroso como extemporáneo “Rebel”. No me joda.

En fin.

Un sueño u otro. O, un sueño y el otro. Nada obsta ¿No es la vida sólo sueños?

En éste caso específico es nada más un sueño de verano. Todas las realidades simultáneas, pero en verano, aquí.