domingo, 3 de noviembre de 2013

Suerte ¿a golpes, o a cuenta gotas?



“La medida del transcurso del tiempo
Depende del sistema de referencia donde esté situado
El observador, y de su estado de movimiento”.
Sobre el tiempo. Física Relativista.

Queda establecido, en cualquiera de las ramas de la física, que el tiempo es un concepto subjetivo. Para analizarlo tenemos que situarlo en un marco de referencia rígido el cual tenemos que construir con supuestos totalmente circunstanciales.

Hay algunas consideraciones al respecto establecidas como directivas para su análisis que deberíamos tomar en cuenta si es que queremos ser aceptados seriamente.

El tiempo. Un tema que nos preocupa tanto por razones que van desde la intrascendencia meramente cosmética, hasta la teorización sobre los viajes interplanetarios y el descubrimiento de vida más allá de la muerte, no dejando de lado el afán por explicar o más bien corroborar nuestra estupidez usando a la Historia como aval. Ni pensar en que esto último, la Historia, no es más que un montón de interpretaciones más o menos tendenciosas que sobre algunos dudosos hechos se hacen y se harán, todas, con plena intención de logros inconfesables.

El tiempo nos da miedo. El tiempo juega en nuestra contra. El miedo nos hace sentir intrascendentes cada vez que sentimos que pasa y pasa, y seguimos jugando el mismo juego que sólo nos lleva a vernos más ojeroso cada nueva mañana, y más cansados cada noche.

El tiempo fue lo que me hizo huir despavorido de aquellas situaciones en las que vi que por el camino que iba…, en fin… Ya usted lo sabe… Y por suerte tomé las decisiones que tomé…

Cada una de esas situaciones pueden ser marcadas a todo lo largo de una especie de cuerda de la vida que vendría a ser más o menos como una representación lineal del tiempo, que como toda cuerda, se curva a causa de su peso propio y el de las vivencias que soporta. Catenaria deformada.

Por suerte, en cada una de esas marcas y coincidiendo con cada evento, ha habido un pequeño golpe propiciador. Una puertecita diminuta, una vía alterna, una opción abierta en ese milisegundo, que ha permitido continuar andando sobre esa cuerda que es el tiempo de la vida.

La suerte. Esa decisión tomada justo sobre el nodo. Esa energía que trataremos de dilucidar para dibujarla aquí, con letras, sobre una cuerda tan delgada como improbable, además de asumida en un marco arbitrario.

Sobre la suerte se acepta el hecho de que a veces es mala y a veces es buena. Yo tengo mi versión y no pretendo convertirla en una teoría.

La suerte, y no otra cosa, es lo que nos permite sobrevivir, seguir aquí equilibrados sobre la cuerda del tiempo, vivos, tomando pequeñas vías alternas cada vez que la bifurcación aparece.

Fíjese usted muy bien, cuando se refiere a alguien con una aceptada y conocida mala suerte que sigue ahí compartiendo éste nuestro plano de la existencia, como, a pesar de tanta mala suerte, tantas desgracias, tantos accidentes, tanto infortunio, siempre, de un modo u otro, sobrevive. Por suerte, se diría. Del mismo modo que cuando te asaltan y te quitan tus cosas, y después echas el cuento, siempre habrá quien te diga “¡qué suerte tuviste que no te mataron!”.

Pero cómo puede ser que sobre la cuerda del tiempo, si éste es lineal, existan opciones, ramificaciones, alternativas, puertecillas…

La explicación es simple si la asumimos: nuestra capacidad de percepción es limitada y depende más de lo que queremos ver que de lo que nuestros ojos son capaces de ver. Es decir, que depende más de la idea que de ello nos formamos, de la interpretación que le damos, que de lo que realmente estaríamos viendo. Por supuesto, no puedo probarlo. Es arbitrario.

Digamos que existe una red hecha de hilos, como las redes de pescar. Un hilo está tendido como una urdimbre de parte a parte de la vida. Empieza cuando somos concebidos y termina cuando la última bacteria ha descompuesto en humus el último vestigio biológico de lo que alguna vez fue nuestra existencia…

Cruzados, no necesariamente trazando un espacio euclídeo, hay otros hilos a modo de trama que van desde que el primero de nuestros genes (por decir algo) apareció, hasta que la última de nuestras heredades desaparezca.

Visto así, como una malla, y no como un mantel cuadriculado. Porque caminando sobre una red cuyos huecos son tan grandes que no podemos siquiera concebirlos fácilmente podemos darnos cuenta de la precariedad de la existencia. Sería cosa de un golpe de viento o una distracción para precipitarnos dentro de lo desconocido. Decisiones involuntarias, estado de inconsciencia, incapacidad de interpretación…: lo que no sabemos, pues.

Si tal malla existe al menos en mi teoría, y no podemos verla por lo inmensa (o absurda) que es, sólo nos percataremos del pedacito de la cuerda que está delante de nosotros (la medida de los próximos cien pasos, digamos), y el resto está en nuestra imaginación que no es más que lo que nos han enseñado que sea.

Veremos el tiempo, en consecuencia, como un hilo. Una cuerda. Por lo menos así llegué a ésta figura.

Caminando sobre esa cuerda diríamos que los eventos se dan en orden: primero 1, y después 2. No se puede verificar 2… Algún observador que vaya adelante y mire hacia atrás nos diría que primero está 2, y después 1. Y no podrá verificar 1, lógico… Y ninguno de los dos, en forma puntual, podrá estar en 1 y en 2 simultáneamente.

Esto no explica cómo, estando uno parado en una esquina puede ser testigo simultáneo de una buena acción, un atropellamiento, un gesto involuntario, y un pájaro volando, todo al mismo tiempo que las flores de un seto se desmadran regando su aroma por el simple empeño de ser polinizadas… Claro, la simultaneidad es un disloque de la percepción nada más. En realidad estamos viendo un evento cada vez y luego armándolo con la poesía nuestra de cada día.

Pero y la suerte. La suerte nos puso ahí dando un empujoncito cada vez. Prendiendo una luz en un vano. Camuflajeando una inconveniencia. Creando ángulos. Trabajando incansablemente en contra de toda probabilidad nada más que porque no fue a la universidad a estudiar esa materia.

Así pues, he encontrado la autopista aceptablemente vacía cada vez que he salido tarde de casa por culpa de un repentino ataque de diarrea. He estado a razonable distancia cada vez que se desploma una pared sobre algún trabajador que llegó a un nodo importantísimo de su existencia en éste plano. Me ha caído en las manos el libro apropiado del más apropiado Umberto Eco en el momento preciso en que los símbolos me estaban llevando más bien por el inapropiado y conspirativo Langdon (malhaya sea la vaina). Y una omnipresentemente constituida melancolía abre sus cortinas en la precisa oportunidad en que la calva asoma sus brillos.

Suerte. Suerte a cuentagotas. Suerte inefable. Suerte a pesar del tiempo y de todas las interpretaciones.

La suerte es, pues, una magnitud física digital. Es decir, binaria. On-off. Sabes que está contigo si eres capaz de abrir los ojos y ver lo que sea que veas. Si eres capaz de pensar o no pensar sobre lo que creas o no que te ha sido dado a pensar.

Sobre las consideraciones acerca de si es mala o es buena tu suerte, también hay que establecer parámetros arbitrarios. Todo según tu formación, tu información, tu capacidad de tolerar el dolor e incluso trastocarlo en placer sin entrar en el masoquismo (preferiblemente pero no excluyentemente), tu propensión a la risa sincera, tu inclinación a mostrarte ante ti mismo sin máscara y sobrellevar con garbo aquello que veas… En otras palabras: tu suerte es buena o es mala en la misma medida en la que hagas fuerzas mayores o menores en contra de ti mismo.

He leído mucho sobre muchas cosas, no tantas como quisiera, pero suficientes como para sentirme en el camino hacia los distintos puntos de vista simultáneos que sé completamente imposibles pero sobre cuya pista sigo y sigo. Buscando… Y algo que encuentro fascinante es la fórmula sobre cómo vivir una vida feliz que se tienen en común una gran cantidad de religiones, sectas, cofradías, grupos, asociaciones políticas, etcétera, etcétera…: acepta algo como verdad y quédate ahí. Crea un prado cercado, emparedado, cerrado. Conviértelo en un vergel (según tu propia concepción cerrada) y no dejes entrar ni salir a nadie. Excluye siempre. Concibe la vida en blanco y negro, y dependiendo del lado en el que estés, los unos son buenos y los otros son malos… Apuntala todo con mucha tautología, grandilocuencia, y sube mucho la voz al mismo tiempo que manoteas. Si es necesario, mata físicamente al adversario establecido.

Andando sobre la cuerda del tiempo, mi propia cuerda, he imaginado que mi malla es un mantel, que el mantel es de hule muy flexible, que mientras más me convenzo de que no hay otra vía, menos vías veo, a pesar que a donde van mis pasos siempre hay un nuevo piso bajo ellos. Convicción priva sobre verdad, aunque no sé cómo decir que no es verdad mi convicción. Dejemos, pues, arbitrariamente, sólo la primera mitad de la frase.

Por eso, y ya que la suerte me ha depositado en éste tiempo en el que siempre falta el tiempo, he decidido que mi suerte está precisamente en esa cada nueva gota que hace posible que llegue a ver la siguiente. También está en esa reconstrucción poética de la simultaneidad en la cual todo sigue aquí en mi corazón y éste sigue latiendo la siguiente gota de suerte.

Por eso, cada segundo del día lo pego con el siguiente y según lo pueda tasar se llamará hora larga u hora corta. No importa la cantidad. Lo que importa es el arbitrario marco de referencia, y si es de oro, será hora Áurea… O será hora Fimo, Humus, Detritus, Indifferens ignaro, o simple Adfluen

La suerte, esa que fluye casi imperceptible, también es un pegamento, tornillo y tuerca, y hasta remache, que trabajando a una con ese elemento tan importante en este país que por raro y precioso pareciera valer tanto para unos y por el cual pagan tan poco a otros, me hizo descubrir el gluten, la estupidez, y lo inexorable de ciertas tendencias. No me va a extrañar que en un momento dado me revele también, la verdad.

Éste país en el que ahora vivo está hecho de listones de madera, de clavos, y de silogismos. Por eso no llevo nunca conmigo ni serruchos, ni patas de cabra. Seguro que con mi cara indefiniblemente marrón claro, mi forma de ver el tiempo, y aquellas herramientas, sería prontamente tildado (por los conspiradores) de subversivo y consecuentemente apedreado por las distintas verdades excluyentes y emparedadas…

La suerte, cada cierto tiempo, también necesita que pongamos de nuestra parte. Hay que tenerlo presente si es que queremos seguir andando sobre su urdimbre.

La malla es inconcebiblemente inmensa. La suerte, laboriosa. El devenir, impredecible. La búsqueda, constante.

De éste modo es inútil preocuparse por lo que escapa a nuestro control. Encuentro de más provecho ocuparse de pequeñas cosas que sí dependen de nuestra decisión (como no textear y manejar al mismo tiempo ya que el “multitasking” es otro sofisma creado por las compañías aseguradoras que viven de nuestras malas decisiones) y nunca jurungarle el rabo a perro que no conozcas.

Si verdaderamente lo que buscas es la felicidad, tanto la que vimos en el “Show de Lucille Ball” o en algún viceministerio recién creado, ten en cuenta que tendrás que hacer mucha fuerza y hacer muy infeliz a muchos. Aceptado esto olvídalo, cierra los ojos, apriétalos. Asume ciegamente. Enciérrala en un marco, pared, límite, dogma, y repítetela como un mantra constantemente. Escoge a los tuyos, enséñale a cerrar los ojos y repítele tu verdad día y noche hasta que borres todo lo demás. Prémialos y castígalos hasta que logres la doma total. Luego ponlos en tu testamento con ciertas condiciones. Por último, muérete en santa paz después de haber vivido una larga y feliz vida.

Yo, qué puedo decir, dudo. Considero con una tranquilidad no exenta de un cierto desasosiego que todo lo que ha sucedido me ha traído hasta aquí con tantas risas y tantos llantos, con esquinas en las que alternan el negro de punto con el seto de rosas, el andrajoso y el que va en el carro de lujo, el buhonero musulmán y el protestante de los góspel, el restaurante de comida rápida y la iglesia derruida, uno que ríe a todo gañote luciendo su boca de tobo y yo que observo con las manos en los bolsillos y una lijadora bajo el brazo…, y todo sucede mientras espero que ese indiferente rector del cambio llamado semáforo, me permita continuar pisando mi mantel de hule.

Y así, el tiempo y la suerte a cuentagotas (como se servía el jerez en casa de Taki Muñoz), me tiene aquí. Por el momento. Capaz y dispuesto a ver la poesía en ese cuerpo inerte del mapache que yace atropellado en la cuneta de la 71 norte, cuya pelambre aun mece el frío viento de otoño.

Un golpe de suerte es una puerta abierta. Una oportunidad. La potencialidad que se encuentra en la cresta de un talud.

La suerte a cuentagotas es cada paso que en lo sucesivo demos, bajo el control (estricto) de lo indefinido, si sobrevivimos para contarlo aun con el ánimo y la disposición de planificar la próxima parrilla.

Ya iremos viendo, como vaya saliendo. Eso sí, con los ojos abiertos y mi propio marco de referencia…



sábado, 12 de octubre de 2013

Saber o no saber, ya no sé. ¡Qué alegría!






“Tengo went on, “our memory is made up of our individual
Memories and our collective memories.”
The two are intimately linked.
And history is our collective memory.
If our collective memory is taken from us
-is rewritten- we lose the ability
To sustain our true selves”.
1Q84. P. 322. Haruki Murakami.
Random House. New York. 2011.


Ya no sé.

Y creo que ni me importa saber tampoco. Mejor así.

A veces me acuerdo de Jesús Díaz, un socio que tuve en los tiempos que empezaba a hacer estructuras metálicas. Se burlaba sanamente (a la venezolana, con precisión) del montón de conocimiento inútil que había dentro de mi cabeza. “Pana, sabes tanto que sabes a mierda”, me decía a menudo y nos cagábamos de la risa.

Ojalá que esa “sapiencia” me abandone de primero. Decía hasta no hace mucho, también riendo.

Nota aparte: coñoesumadre máquina ésta del carrizo. Llevo tres páginas escrita y viene y se pone a actualizar no sé qué carajo y me lo borra todo…, pero eso no es nada, que cuando regresa a la vida por obra y gracia de los hados electrostáticos, me pinta en la pantalla un ciniquísimo “welcome”… Fin de la nota.

Decía, creo que inútilmente, según la opinión de la máquina esta… En fin… Decía que el camino hacia la “todería” viene dado por una conjunción triangular entre la observación, la inconsciencia, y lo memorioso. Ah, y un mercado pequeño y saturado de “toderos”. Algunos agarraban los trabajos con mis costos como precio. “Con gente así no se puede, vale ¡qué va!”

Para defenderme suelo pensar en Buda pero me queda grande esa camisa. No soy un príncipe renunciando a todo lo que quepa en las renuncias, aunque también el camino me venga saliendo largo y variadito.

El triángulo del fuego incluye la temperatura, el combustible, y el comburente. Quitando uno, no hay fuego. No lo olviden nunca. Esta es la única nota objetivamente útil de todo lo escrito.

Oficios ejercidos y referidos aquí sin orden ni cronología: Escritor de tareas ajenas. Motociclista empedernido. Asistente de ventas de máquinas herramientas checoeslovacas. Pirómano. Vendedor de repuestos de máquinas de construcción italianas. Latonero fallido. Montador de torres grúas. Calibrador de balanzas para dosificadores de áridos en plantas de concreto. Salvavidas vacacional (asistente de Conejo). Camionero y chimpancé. Almacenista especialista en inventarios (algunos inventados, cómo se hace). Taller de construcción y reparación de sistemas hidráulicos. Carpintero de ribera. Músico de esquina (guitarra y estuche para recolección de las colaboraciones). Fotógrafo de eventos (bodas, bautizos, barmitzvah, softporno, sucesos menores, cronista familiar). Fotógrafo de modas (aquel que no le pagó a él tampoco me pagó a mí, y aunque gocé una bola, qué va, no pude). Músico de banda alemana (trompeta y mamadera de gallo). Taller de tipografía (y borracho por deferencia y compañerismo puro). Mecánico automotriz (y montador de puertas de closet. Yo me entiendo). Instrumentista de sistemas de control remoto (estaciones de válvulas del gasoducto nacional). Sistemas de control de actuadores de válvulas (Corpoven). Sistemas contra incendio de detección de llama (UV/IR). Sistemas mixtos contra incendios (humo y temperatura). Inspector de seguridad industrial (diplomado). Electricista residencial (exorcista de fantasmas). Dibujante de planos para oficina técnica (tinta china y borrador eléctrico). Montador/Soldador de estructuras metálicas. Carpintero techero. Ductería pesada a prueba de explosión para telemetría y control. Constructor con altibajos por culpa del “fastrack”. Promotor de estudios de suelo (10% mediante). Sistemas de fundaciones por pilotaje. Constructor de cerchas. Psicólogo descaminado (qué manera de cagarla ¡carajo!). Pagapeos de turno (y los pagué). Deprimido de oficio especializado en el poco lucimiento (deprimente, deprimente). Restaurador de motocicletas clásicas (Bultaco, Montesa, Puch, CZ). Herrero y carpintero (abandoné rápido porque los pagos eran pocos y espaciados, y el trabajo hijoeputa). Fénix de marquetería, “marquetista”, según Jimmy Day (dios lo bendiga). Gringo pagado con la ropa tiesa e irritante. Restaurador de obras de arte gracias al desparpajo, un cierto conocimiento de la química de las cosas, un par de cursos que dictaron unos profesores cubanos, y unos productos que me traían de Nueva York (¿Te acuerdas, Natalia?). Conservador de obras. Museógrafo de mi propio espacio muy bien compartido siempre. Paria (perro de playa y rata de muelle). Gurú de tercera. Consejero por oposición. Cocinero a domicilio. Bufón de la corte con derecho a insultar al rey, por un plato de comida y treinta y seis cervezas (cuentas bien llevadas, claro). Sobreviviente. Enamorado total. Soñador en ejercicio. Constructor ecologista polígrafo y todopoderoso, pero por la mitad (cómo se hace). Químico y físico, geómetra, adepto mesopotámico y egipcio. Pico y pala avanzado. Buscador y alquimista manipulador de los elementos… Y ahora inmigrante. Inmigrante profesional. Legal y seriamente.

Como inmigrante he ejercido (además) de todero avanzado superviviente bilingüe por antonomasia haciendo de todo con nada. Inventos, soluciones, improbabilidades, y sin poder articular correctamente la malhadada lengua asesina de letras “T”… ¡Qué sería si la hablara con soltura! ¡Madre santa!

Ahora ejerzo de moldero. Que así le dicen a los que hacen moldes. Me explico. Trabajo para escultores. Tres, ahora. Uno de ellos, ya lo he dicho de sobra, hace prototipos para maniquíes. Eso explica por qué me la paso lijando nalgas, flaquitas, sí, pero nalga es nalga (me digo para mantener alta la moral). Los otros dos hacen de todo un poco y para todo ello tengo también su molde. De goma, de silicón, de yeso, de hidrocal, cartón, de lo que haga falta…

Y me pregunto: “¿qué coño estoy haciendo con mi vida?”. Yo, con mi repetidamente probada incapacidad para retener el dinero que hago (siempre al borde de la quiebra pero manteniéndome a punta de unas increíbles ganas de sobrevivir) sin genes qué preservar, sin emporio ni heredad, sin un conocimiento lúcido para transmitirlo, sin ni siquiera un buen físico que lucir, un buen piripicho del cual ufanarme (estoy en un percentil vergonzosamente bajo, todo hay que decirlo ¿para qué negarlo?), comenzando de nuevo y rozando ya la cincuentena con más salud que nunca y siempre al borde de la eyaculación precoz… No entiendo… Bueno, mejor así, digo yo. Algo complejo en lo cual enfocarse, un tema espinoso por resolver. Aprender me mantiene joven… Qué más puedo agregar…

Por otra parte la disciplina es algo que no forma parte de mí. Me avergüenza mucho, pero es así. Los caminos ortodoxos no se me dan por más empeño que le ponga (y le pongo). Coño, lo juro, yo trato…

La tristeza es una compañera habitual. La tristeza y la melancolía. Buena esa… Pero soy un Pitirosporum ovale y no hay anti caspa que pueda conmigo. Sigo adelante. No es excusa.

Ya aprendí que todo da igual a menos que tengas a quien amar con locura absoluta. No quien te ame, eso es lo de menos para el caso aunque muy bienvenido no faltaría más. Pero siempre hay más de eso que de lo otro, extrañamente. No me explico, pero no me estoy quejando ¡ni de vaina!

¿Pero tener a quien amar? ¿Quién te necesite? ¿Por quién levantarte en las mañana a seguir adelante contra todo pronóstico? ¿Y ser inclusive feliz? ¿Feliz?

Feliz, sí.

Ahora ejerzo en mi camino de la “todería”, de hombre feliz. Feliz, sí.

Y voy a contar lo más brevemente que pueda cómo hice.

Encontré a alguien a quien pude entender razonablemente y a quien le bastó con eso. Que me ayudó a curarme pero no me amamantó. Y yo me dediqué a quererla y más nada. A oírla. A hacerla reír. Y por sobre todas las cosas a serle leal. A poner el hombro y a volverlo a poner. A limpiar mis cagadas y reírme de ello porque lo volveré a hacer (así es la vida). A desarrollar habilidades que contrapesen lo que me falta (si, lo del percentil bajo antes mencionado forma parte de ello). Y a no echarme a morir en una cuneta cada vez que las cosas no salen como yo quería… Nunca lo hacen. Nunca lo han hecho… Es hora de aprender y dejar atrás lo infantil… Las mariqueras inherentes a dónde va a vivir mi mamá y los yo no lo acepto ¡a la mierda! Al vivir le da lo mismo lo que uno quiera o dejar de querer. Al fin y al cabo no se es en la vida más que un accidente improbable.

¿Qué hubiera querido? Morirme antes de los treinta años, era uno de mis deseos, pero no pasó y he tenido que ir aprendiendo a enfrentar cada maldito nuevo día y terminar disfrutándolo (los caminos del masoquismo son inescrutables no faltará quien diga, yo me rio y me sirvo otro vaso de vino malo, de preferencia). Siempre hay otro día por más feo que haya sido el anterior… Hubiera querido ser millonario y tener el pipí grandote, pero ¡qué más pedante se puede llegar a ser en la vida! Además de todo ¿eh? Hubiera querido ser bonito y rectilíneo, pero ni lo uno ni lo otro se me dio… Así que ahora no quiero nada. Ya tengo lo que necesito (hado benigno o cosmos infinito o como mierda te llames, es contigo, déjame tranquilo). Me toca hacer lo mejor que pueda con eso, y hacerlo bien. Dame chance.

Leí no me acuerdo dónde que recién se empieza a vivir a los cuarenta. Buena información esa. Y si no voy descaminado eso significa que todo lo que conté, todas mis anécdotas, las que he contado y las que jamás contaré por nada del mundo, no existen. Buen dato.

No necesito más.

El hecho relevante es que soy un viejo pendejo que sabe mucho de lo que ya no existe, y no sabe nada.

Pero aquí el sinsentido se queda con un palmo de narices: la estoy pasando bien.

Lo otro desapareció.

Jeje…





domingo, 18 de agosto de 2013

View Master


“Quien tiene dos relojes
Nunca sabe qué hora es”.
Dicho popular.

Sí, el View Master.

¿Quién se acuerda de ese visor de juguete?”

Yo nunca lo tuve porque apareció cuando ya estaba mayorcito para esas cosas. Una primita mía sí lo tenía y así fue que lo conocí.

No me voy a poner a describir el principio de estereoscopia y todo eso porque no viene al caso. Cité el aparatico ese nada más para describir cómo me sentí durante las dos semanas que pasé de visita en el país donde nací.

Estuve por allá con mi hijita cada vez más linda, con mi familia (tanta como pude ver en tan corto tiempo), y amistades profundas que al fin y al cabo son la familia que uno escoge.

¿View Master? Dirán.

Sí.

Vi una cierta cantidad de realidades superpuestas, todas casi planas, que al mirarlas de frente parecían componer un paisaje, pero al variar un poquito el ángulo se desenfocaban. Circunstancia en la que el punto de vista nunca fue más importante para interpretar las experiencias y en la cual darle algún tipo de sentido a la vida.

Me dio la impresión desesperanzadora de distintos planos semitransparentes desplazándose un poco a lo loco en cualquier eje de la matriz, pero sólo en un eje cada uno, incapaces de asumir siquiera la posibilidad de coexistir con las otras realidades. Azaroso.

Por supuesto es inevitable que en un minué de realidades (des) organizadas de ese modo a cada rato se topen entre ellas.

Éste tope es realmente una colisión de magnitudes variables que puede ir desde un simple manoteo, hasta un conato de revuelta social.

Encontré a la sociedad venezolana estratificada, más, si cabía. No podía ser de otro modo. Y cada estrato detesta y teme al otro. Divide y vencerás, dicen y lo han logrado. Quienes quiera que hayan sido.

Oí hablar de intenciones, oí hablar de futuras acciones, oí hablar de cosas que se están haciendo, y hasta oí juramentos de “te juro que las cosas son así”… Yo no lo sé. No lo vi. Pero sesudas conversaciones las tuve, con más de uno y bien informados todos.

Lo que hoy escribo representa para mí una especie de “Nudo Gordiano” el cual debo desamarrar. No usaré ninguna de mis diversiones idiomáticas absurdas. Trataré de explicarme y no complicar las frases nada más por reír de mis propias ganas de hacer las cosas enredadas. Esta vez, en verdad quiero explicar lo que vi porque también yo quiero entender aunque sea una vez en la vida.

Adicional a la ya adolescente dupla “Chavismo-Oposición” maniquea y simplista, además de aburrida de comentar por poco actual y, en blanco y negro, pude observar la esencia del híbrido que es el venezolano, en acción.

Quiero decir, un perro de raza pura podrá ser bonito según unos cánones y muy obediente él, pero es enfermizo y hasta un poco suicida si lo vemos de alguna manera (igual que un caballo de pura sangre es capaz de obedecer al jinete y galopar hasta caer muerto), pero un perro híbrido o una mula buscará y encontrará la forma de sobrevivir siempre. A pesar de lo que sea.

Sí, sí, sí, mucho chavismo y tal, mucha oposición y tal y tal…

El venezolano a “motu proprio” está evitando profundizar el lío. Poco a poco va evitando echarle más leña al fuego. Claro, cuando uno está en el centro del candelero no lo nota fácilmente, pero yo estuve ahí en calidad de observador y lo pude ver (o tal vez eso era lo que quería ver, quién sabe). Será por miedo que ya cala hondo en las personas no faltará quien lo diga, y hasta razón tendrá.

Lástima que en vez de quitarle el martillo a quien anda golpeando en la cabeza a los demás, la gente sólo alcance a ponerse hielo en los chichones, usar pomaditas anti inflamatorias, y en el mejor de los casos desarrollar un agudísimo sentido de supervivencia y quitársele de delante al vándalo del martillito.

Hace dos años (cuando me fui) si te le atravesabas a un motorizado en la autopista tenías un encontronazo seguro. No nada más con ese, también con la multitud de ellos que se detenían a respaldar a su congénere linchándote a ti.

Me le atravesé a un par de ellos sin mala intención, cosas que tiene la pérdida de la práctica,  y el asunto no pasó de un manoteo amedrentatorio de su parte y una disculpa (aceptada) de la mía las dos veces. Será que tuve suerte.

Pero déjeme narrar mi primera experiencia nada más tocando tierra en Maiquetía.

Venezuela es un país de planillas y formularios y ya en el avión de Delta Airlines en el que llegué allá, desde Atlanta, un sobrecargo igualito a Olga Tañón me dio el formulario de aduanas al mismo tiempo que me pedía disculpas porque no tenía el de inmigración. Son en total un par de papelotes en los cuales debes explicar algunas cosas. Quién eres, qué haces, cuánto traes, cuáles son tus intenciones y propósitos, cómo viniste, dónde te quedarás, etcétera, etcétera, etcétera. Está bien.

Toqué pues suelo venezolano faltándome un formulario, circunstancia que tuve que volver a enfrentar más adelante en esas dos semanas pero esa parte de la historia no viene al caso y la narraré en otra ocasión.

Mala cosa. Si te falta un formulario en Venezuela podrías estar muy frito, pero siempre se encuentra alguna solución, tú sabes…

La cosa es que en el avión sólo tenían el de aduanas. Faltaba el de inmigración.

Aterricé faltándome un recaudo, ojo… Bueno, no me dejé preocupar por esto y serpenteando entre incontables botellas de whisky… Pero permítame usted ir atrás un momento y perdone…

… Salí del aeropuerto de Covington en Kentucky que sirve a la ciudad de Cincinnati perfectamente en tiempo y con un clima esplendoroso, pero en el trayecto hacia Atlanta se desató un repentino tormentón de dimensiones épicas que nos desvió hacia Alabama haciéndonos aterrizar en el aeropuerto de Huntsville para poner combustible y ahí estuvimos por algo más de una hora, que sumándolo al tiempo que estuvimos en el aire nos hizo aterrizar en Atlanta con más de dos horas de retraso.

Pensé que había perdido el vuelo a Caracas, pero la tormenta retrasó todo en aquel lugar y, aunque tuve que correr duro llegué a tiempo desde la puerta A16 hasta la E28, trayecto hecho en tren subterráneo mayormente y aun así tomó unos cuarenta minutos lograrlo.

Supe que había alcanzado la puerta correcta aun antes de ver el número y la pizarra electrónica al ver la montaña de cajitas de whisky apilada alrededor de la mesita de los encargados por la línea aérea para recibirlas. “¡Ah! ¡Venezolanos!” me dije. “Todo bien”.

Ya había cola para subir al avión a la cual me incorporé pues llamaban a la “Zona 2”. El muchacho de franela negra que estaba detrás de mí comenzó a empujarme disimuladamente para tratar de colearse… Flemático como el que más pero autoritario le pedí que por favor me mostrara su pasaje. Asiento 22A, pude leer. “Hijo, no tienes que colearte ¿ves? Ese número seguido de una letra indica que tienes un asiento designado, no tienes que empujarme, ni colearte. Estate tranquilo que viajarás sentadito como todos los demás”. El joven barbilampiño medio azarado balbuceó un “disculpe señor”. Y dejó de molestar… “¡Ah! ¡Venezolanos!”, volví a pensar. 

Regresemos al relato ya en Maiquetía. Decía que serpenteando entre botellas de whisky que caminaban lentamente llegué a la mesa de vidrio en la cual uno se apoya para rellenar los formularios. No me había dado tiempo de preguntarme por la otra planilla cuando un joven franela roja de buenas maneras se me acercó y me dijo “señor, aquí tiene la otra que le falta, bienvenido ¿alguna duda?”. Le di las gracias también muy educadamente, recibí y llené la planilla que me faltaba, y me fui a hacer la cola de inmigración.

No había cola. Me tocó de inmediato pasar a la taquilla. La muchacha de turgente franela gris y mejores modos me hizo un par de preguntas sobre esto y aquello, me informó muy amablemente que además del número del pasaporte debía colocar en la planilla el de mi cédula de identidad ya que soy venezolano (la chica lo hizo generosamente porque después de todo, y esto lo hizo notar ella, no está claramente especificado), resaltó el hecho de que vivo afuera y que tenía dos años sin venir, me selló el pasaporte devolviéndomelo con una radiante sonrisa mientras me decía “¡Bienvenido a su país!”

Yo quedé como bizco y medio atragantado pero igual le dije “¡muchacha! ¡qué lástima que este mostrador sea tan ancho! ¡me provocó darte un beso!”. Ella se rió francamente mientras me decía “¡Otra vez será!”

En aduanas, la señora de blusa beige y collar de perlas que iba delante de mí se enredó con las botellas de whisky y por más chance que le di, igual mis maletas la alcanzaron trabándole el serrucho. Pero la gota que derramó todo fue, como no, de whisky. La señora de jersey azul celeste y mocasines de tacón mediano que venía detrás de mí las metió todas demasiado rápido y hubo reacción en cadena. Todo se apeletonó en la salida del aparato y hubo confusión de maletas y whisky caído.

El funcionario de aduanas, un señor mayor con marcado acento guaireño y franela roja, vino riéndose y puso orden separando maletas del whisky, mandando a una señora a sostener el carrito y sus perlas mientras él y yo le cargábamos el etílico cargamento claramente separado del que venía detrás de mí con la otra señora, la de los mocasines.

Solventado este trago, caminé al encuentro del entrañable señor Gilberto quien con chaqueta gris me había venido a buscar para llevarme a casa de mi madre.

Subimos a Caracas por una autopista casi vacía de carros (por la hora) que me hizo pensar en una frase de Terry Pratchett “not precisely aggressive, but terribly uncaring”, oyendo rancheras y hablando sobre Don Pedro Vargas, María Félix, y Agustín Lara, claro, al mismo tiempo que el señor Gilberto manejaba en modo defensivo esquivando todo lo que le parecía sospechoso repitiendo siempre la venezolanísima expresión de “¡Zape gato!”…

Fue un buen recibimiento.

Mi estancia de dos semanas allá, en el país donde nací, fue muy linda y muy triste al  mismo tiempo.

Dado a lo corta que fue mi estadía tuve que dejar de ver personas que son muy especiales para mí, y esto fue triste… Pero no empecemos por las tristezas…

Estuve con Natalia, mi hija. Con mi madre, mi padre, y una buena parte de mis hermanos. Vi a mis tías, mi tío querido, y algunos primos que siempre llevo en el corazón.

Fue una ocasión de reencuentro bello y sanador. Siento ahora que ese viaje era tremendamente necesario. Cuánto me alegro de haber ido.

Aunque nunca es suficiente ningún tiempo para estar con mi hija también me siento agradecido de haberla podido ver. La encontré tan inteligente, tan clara, tan total. Admiro esa niña. Mucho. Y la echo tanto de menos que me muero un poquito cada segundo que pasa… Pero, en fin, la vida tiene de esto y de aquello, y los tiempos mejores no sé cómo se las arreglan, pero están siempre por llegar. Esperemos, pues, a ver.

Poniendo aparte las tristezas inherentes a las despedidas, las tristezas provenientes de las realidades dentro de las cuales se vive en el país no son menos vivas.

Ahora descubro que aun estando conscientemente convencido de que la decisión de emigrar fue la correcta y de que me encuentro muy feliz y tranquilo aquí, en algún rincón de mi inconsciente abrigaba la esperanza de haberme equivocado y de que todo no hubiera sido más que un mal sueño.

Mi viaje también sirvió para aclarar eso. Por un lado me siento más tranquilo por haber hecho lo que tenía qué hacer. Pero por el otro me queda ese pequeño vacío que deja el desengaño por mínimo que sea el cual uno rápido tiene que llenar con algún poquito de cinismo para evitar daños mayores y duraderos… Ya lo dije, ponerse el hielo en el chichón en vez de quitarle el martillo a quien te pega, antes de que lo haga.

En fin…, volvamos al View Master.

Están los ricos de siempre haciendo tal vez más dinero que nunca aunque hayan tenido que reinventarse un poco.

Están los nuevos ricos de este lado y del otro aprovechando cuanto chance le da la impunidad para hacer del culo de Venezuela una plaza de toros, robando dineros a manos llenas sin desperdiciar oportunidad y sin que exista la más mínima esperanza de que dejen de hacerlo.

Están los recién empoderados convertidos en plaga autónoma acéfalos, o más bien, multicéfalos todos de fábula pues no sé si habrá alguien a quien realmente respondan. Motorizados (digamos civiles) y con ellos los que hacen enormes ganancias trayendo montañas de baratísimas motos chinas. Motorizados (digamos milicianos) y con ellos los que hacen negocios con las rápidas e infalibles pequeñas motos japonesas además del liviano armamento de asalto que portan a plena luz del día. Motorizados (digamos que paramilitares, parapoliciales, escoltas y otros varios) y con ellos los que hacen negocio con las espectaculares motocicletas japonesas de cilindrada media tirando a alta, y el armamento de asalto no ya tan liviano que portan igual que yo mis lentes para leer.

Está también una clase media que se queja y se queja y se queja y publican en las redes sociales y publican en las redes sociales, pero que de un modo o de otro siguen andando en buenas camionetas y carros de lujo medio (es decir, no vi ni Ferrari, ni Bentley, aunque sí más de un Audi) comprando whisky en todos lados al precio que esté… Lidiando con una inflación absurda que no tiene compón para los próximos quince o veinte años según parece, lidiando con unas extremadamente creativas fuerzas del hampa (que no es para nada común) que hoy te roban de un modo, mañana de otro, pasado te secuestra, y el día después te roban el cabello, y al otro te clonan las tarjetas de crédito, o te vuelan el celular, o quién sabe qué más… Yo nací en la parte media baja de la clase media. Es decir, no fuimos nunca a Miami a hacer compras ni a conocer a Mickey Mouse. Fuimos a Europa porque a mi papá lo becó la Unesco… Quiero decir, que en Venezuela estaría en la porción de la sociedad más azotada y más indefensa.

Vi la Venezuela del buen comer y el buen vestir. Vi la Venezuela intelectual de este lado y del otro. Vi la Venezuela del bunker de lujo y de las calles llenas de huecos por cuyas aceras transitan señoras de servicio y transexuales. Vi la Venezuela cabocla de risa y brusquedad, y la criolla de sutilezas y buen trago.

Viví la Caracas de la variedad y la cultura. Caminé por el parque Los Cobos en el marco de la feria del libro entre docenas de representantes de editoriales, libreros de todos tipos y temáticas, cómics, tecnología, música… Conversatorios con distintos autores bautizando un nuevo título o comentando algún texto. Cruce de ideas… Compré mi grimorio de turno, una edición de los treinta en muy buen estado, esta vez de Erasmo de Rotterdam. Me gustó mucho. Fui tres veces. Aquí donde yo vivo no existe nada siquiera parecido a eso. Tal vez en una ciudad más grande, pero no aquí.

Viví la noche de parranda que comienza por “el chino alemán” de Altamira, pasa por la taguara perezjimenista de Colinas de Bello Monte y por el bar sempiterno del “callejón de la puñalada”, para terminar en Las Mercedes comiendo “Perripollos” a las tres y media de la madrugada entre borrachos y taxistas.

Vi una Caracas con más miedo que nunca, pero al mismo tiempo vi una Caracas que sigue siendo la misma sobreviviente mierda cínica y contrastada en la cual crecí, en donde conviven malandros de todas clases viendo a ver cómo coño hace para desquitarse una vez más. Ojo por ojo y diente por diente, parece ser el lema de esa ciudad. Una Caracas en la que uno no deja de hacer lo que tiene que hacer por el nimio detallito de que te podría pasar algo feo, tal vez definitivo.

Se dice que nadie es tan viejo como para pensar que no vivirá otro año más… Pues me parece que en Caracas la cosa es que nadie piensa que ha corrido suficientes riesgos como para no correr uno más… No quiero volver a vivir allá. Los niveles de desastre impune en los que se vive son demasiado altos, sólo que han creado tolerancia porque los aumentos se dan paulatinamente junto con toda suerte de pañitos calientes que resultan muy buenos también.

Y en el otro lado, los idealistas.

Los hay de varios tipos a saber. Los que están esperando que alguien agarre el chivo por los cachos y ponga orden…, en ambos lados, palabra. Está la clase media de oposición que se retrata con Capriles y todo ese variopinto grupo que por esa misma razón se les complica (y complicará) la cosa, y la clase media chavista que aún está esperando un nuevo comandante que llegue y ponga orden salvando el verdadero chavismo de la igualdad y los derechos. Hay hasta un par de nombre propuestos ahí y todo… En Venezuela aun después de lo que hemos experimentado seguimos esperando al mesías, al redentor, al caudillo…, al padre imaginario al cual seguir.

Están los que entraron en negación llamando chavecos a los chavistas y escuálidos a los de la oposición. Estos están cómodos pues no hay nada más útil en la vida que tener a quien echarle la culpa de todo. Los que se quedaron pegados en el existencialismo de los cincuenta y decretaron que el infierno son los otros. Pero quiénes son los otros… ¿Se han puesto a pensar que en todo momento uno es el otro del otro?

Chavistas que no dan su brazo a torcer en cuanto la situación que se vive es más que suficiente prueba de que algo salió muy mal y que lo que hay que hacer es ponerse a corregirlo, y que corregirlo pasa por aceptar que aun habiendo hecho cosas muy buenas las malas han sido muy malas. Y malo y bueno nada tiene que ver con la moral y otras pazguatadas. Tiene que ver con la coherencia entre el discurso y los resultados. Si hablas de una ruptura con la podredumbre de la cuarta república, no permitas que se repitan sus defectos, digo yo. Y si existen, extírpalos. No los magnifiques, caray.

Opositores que despotrican lapidarios sobre la situación culpa de esos brutos horrorosos pata en el suelo con pésima ortografía, burros, gorilas, qué sé yo qué más, pero siguen haciendo trampa, nadando dentro de la corrupción, haciendo trampa ¡tramposos! Coño…, perdóneme la pérdida de compostura. Pero por favor, deje de echarles la culpa a los demás y cultive su propio jardín, ya que lo demás no ha funcionado ni funcionará nunca.

Están los que sin ideales de ningún tipo, ni teorías, ni aun quien los defienda y vele por ellos, sin formación ni conocimiento de ninguna clase de ética se buscan la vida día a día, vida que ya deben. Siempre en la cara de atrás de la ola, sin esperanza ni parámetros. Pero viven, y ríen, y tienen sus buenos ratos y (seguramente) a alguien que los quiera. No sé. La vida es una cosa seria… Hoy se suben en un autobús y, según vayan más hombres o más mujeres con niños, deciden hacerse los simpáticos y pedir dinero en nombre de una niña abaleada cuyo tratamiento cuesta cuatro mil cuatrocientos setenta y dos bolívares (palabra), o tirar un atraco y despojar a cada quien de su respectivas pertenencias tranquilamente y sin desperdiciar violencia. Se bajan del autobús, le dan la vuelta a la cuadra por si acaso y para repartir lo obtenido, y abordan otro.

Presencié un cortejo fúnebre en la autopista Francisco Fajardo a la altura de la salida de El Rosal.

Ahí donde la autopista se pone ancha y más adelante está la salida para la avenida Venezuela se atravesó un carro de esos que tienen unas cornetas enormes dentro y pusieron a sonar uno de esos ruidos tribales ensordecedores que en alguna realidad, y por falta absoluta de referencias o un nombre mejor, llaman música. Detrás dos camionetas grandes negras y muy nuevas del tipo Tahoe cuatro puertas colocadas de manera oblicua tal que nadie pasaba. Delante de ellos, una Pickup gris y negra destartalada arreglada como carro fúnebre estaba estacionada con la urna encima, un poco separada del grupo. Alrededor de ella giraban haciendo toda clase de piruetas incontables motos chinas cuyos choferes disparaban al aire.

Comenzaron a trepar a contra corriente por la autopista entre los carros detenidos, pero antes de que llegaran a donde yo estaba (en la camioneta de mi hermano) los que estaban detrás de mí habían arrancado sonando cauchos y en retroceso se metieron por la vía que da hacia El Rosal. Ni corto ni perezoso hice brincar esa poderosa camioneta al mejor estilo stunt driver y me salí por el mismo sitio pero mirando para delante dando gracias a la testosterona.

Di la vuelta, pasé por debajo de la autopista, crucé el Guaire por puente Veracruz, di la vuelta por detrás del centro comercial, y me fui por la Rio de Janeiro, Los Ilustres, Avenida Victoria, Roca Tarpeya, Puente Hierro, hasta El Paraíso.

Me salvé, porque hubo asaltos ese día. No masivos como en otros casos, pero le quitaron sus cosas a los que estaban delante…

¿Policías? Yo no los vi…

Fue un poco antes las diez de la mañana de un día sábado.

Después hubo no sé qué marcha de la oposición a la cual siempre se suma la de los chavistas.

Claro, los chavistas al igual que hacían adecos y copeyanos traen gente en autobuses desde todos los confines del país… Lo que es igual no es trampa, dicen… Pero el montón de autobuses mal estacionados por toda Caracas y el gentío transitando (cervecitas en mano) hacen de la ciudad un sitio imposible. Ahí Natalia y yo tuvimos que pasar por encima de la isla de la avenida (menos mal que la camioneta es alta) y escapar por los caminos verdes, que incluyó una breve visita a San Agustín del Sur. Afortunadamente hay piquetes de la Guardia Nacional por todas partes y en el de ese día la guardia estaba entretenidísima pegándole con los cascos a unos malandros que estaban ahí. Saludamos cortésmente, y nos fuimos.

Y otro idealista me dijo muy en negación convencida que ya están metiendo presos a los corruptos. Me lo dijo con una expresión en los ojos que me erizó la nuca… Estuve a punto de preguntarle que quién pagaba por los autobuses llenos de gente que traían para las marchas… Pero no quise asestar esa estocada. No a ella. Lo dejé así.

Pero este no es una crónica o bitácora de viaje, ni mucho menos un documental… Sólo trato de analizar para entender, si es que se puede.

Así que cortaré el rollo y trataré de contarles mis conclusiones mal que bien.

Vi básicamente tres escenarios posibles para el futuro a corto plazo de Venezuela, los tres con un mismo largo desenlace el cual muy probablemente yo no veré, y en esto también espero equivocarme.

Lo que está de anteojito es que el presidente actual perderá en el referéndum que será realizado en la mitad de su mandato. Lo va a perder porque no hay manera de que en el tiempo que falta para llegar a ese punto él logre remontar la impopularidad, y el desastre que es el país medio se acomode aunque de ahora en adelante sólo haga lo que tiene que hacer para lograrlo.

Perderá, pero por múltiples razones con las que estoy de acuerdo que ocurrirán aunque no me gusten para nada, no dejará de ningún modo asumir al ganador. Esto activará mecanismos internacionales que sólo están esperando a que eso suceda para intervenir. Lastimosamente algunos desinformados estarán muy contentos, pero se perderán muchas vidas. Mucho tiempo. Será feo, por decir lo menos.

Perderá, pero por múltiples razones de otra clase que se caen por su propio peso, cederá el mando para salir corriendo con sus millones a disfrutarlos en otra parte bien lejos y forrado, y el que venga atrás se encontrará con un país ingobernable y armado dispuesto a hacerle la vida de cuadrito para no soltar sus parcelas de poder. Milicianos, PRANES, paramilitares, parapolicías, corruptos de todo tipo, y para remate, todo aquel que sí se ha visto buenamente beneficiado por este largo gobierno… Y sea cual sea el desenlace de este segundo escenario pasará también por una represión brutal (nacional  o importada), una degollina, más inflación, y tomará por lo menos una generación o dos el reparar las cosas y echar a andar otra vez.

Ganará, pero por razones intestinas que están ahí en el ambiente de adentro del mismo chavismo surgirá ese caudillo que parecemos necesitar los venezolanos siempre para hacer las cosas de una manera coherente y racional, y tomará las riendas. Este escenario lo llamaría yo un fascismo de izquierda. Están todos los ingredientes en la olla, lo único que falta es que ese grupito ejecutivo que danza dentro del chavismo tratando de arreglar aquí y allá las tropelías de los hijos de puta ladrones multicolores se termine de convencer de que cabe hacerlo y lo haga ¿Resultados? Represión, ejecuciones, negociaciones macabras, y más juegos malabares con la esperanza de la gente... Este escenario pasaría obligatoriamente por entregas y concesiones para evitar intervenciones extranjeras porque no va a contar con la sangre de ningún venezolano para oponerse a ello, y lo sabe.

Esto es lo que yo vi allá.

Claro que cabe un escenario número cuatro en el cual todo siga como está y la población vaya disminuyendo por muertes y movimientos migratorios, aumentando sus niveles de tolerancia a lo que no debería ser, y homogeneizándose por las mismas razones…, hasta desembocar poco a poco en una especie de anarquía gobernable que no cabría en la mente de ningún Ibáñez… Pero también tardaría. Habría que ser demasiado venezolano para llegar hasta ahí…

No quiero ser ni pavoso ni cenizo, pero me extrañaría mucho que las cosas no fueran a dar hasta ese punto dado lo que vi, oí, comí, y bebí. Pero quién carrizo soy yo para saber algo ¿eh? Seguramente estoy equivocadísimo. Diga usted.

Bueno, no quiero cerrar esto sin intentar echarle un ojo a un quinto escenario, y sería que de algún modo la clase política se vea invadida masivamente por gente idóneamente preparada para administrar y gobernar un país (en equipo, no con el mesías) ofreciendo así al ciudadano opciones efectivas para elegir, y así poco a poco ir sacando la mierda que nos cae desde todos lados dentro de las cabezas para sustituirla con algo de civilización. Pero igual ¿cuánto falta para eso?

Sinceramente, la tragedia que vive Venezuela viene de lejos. Empezó antes de mi generación, y esperando siempre un caudillo, un héroe, un redentor, para arreglarlo perdimos la visión de equipo y ese “sálvese quien pueda” nos trajo hasta donde estamos. Un estado de negación que ni siquiera es estéril pues engendra o al menos profundiza la tragedia.

Hasta el más negado de los idealistas me dijo tajantemente “¡Quédate donde estás! Hiciste bien en irte y aun no es tiempo de volver… Espera”…

… Y para esa espera no se me ocurre nada mejor que transcribirles una décima que compusiera mi abuelo Lucas Evangelista Guzmán entre el año 1956 y 1957 en ocasión de la gran sequía que azotó Venezuela creando una pesadilla agrícola que parecía no tener fin.

“Cuando íbamos pa’l rio
Con marma bongo y taparo
Veníamos desconsolados
Con los envases vacíos.
“¡Misericordia, Dios mío!
Nos mata el hambre y la sed,
A qué santo llamaré
Que hable con el redentor,
Que nos aplaque este sol,
Siempre abrigando la fe”…


Nota:
En el argot arcaico del español venezolano del oriente del país, Marma era un recipiente de cinco galones hecho con la lata de base cuadrada en el que venía la manteca. Se le quitaba la tapa, se limaba el filo, y se le atravesaba un listón de madera a modo de agarradero… Bongo era un tipo de tobo, a veces una especie de pipote, casi siempre hecho de lámina galvanizada… Taparo es el fruto del árbol del mismo nombre que una vez vaciado sirve para guardar líquidos. Cuando lo abren por la mitad a modo de bacía se llama totuma. 

domingo, 7 de julio de 2013

El hombre de la pistola de oro.

“(del lat. frecuentia) Repetición reiterada
De un acto o suceso. // Fís. Número de ondulaciones
De un movimiento vibratorio en cierta unidad de tiempo. //
Número de veces que, en una unidad de tiempo, se repite
Un fenómeno periódico. ”
Frecuencia, según Diccionario Hispánico Universal.
W. M. Jackson, Inc. Vigésima tercera edición. 1979.

No vale, qué va.

Que uno se pone viejo a veces no pasa de un facilismo derrotista que sólo denota una amplitud mayor en eso a lo que le dicen, frecuencia.

Qué roncamos al dormir significa que vamos bien, es decir, que nos estamos aprendiendo a relajar y que confiamos en que la persona que duerme al lado es de absoluta confianza. Confort. Comodidad. Ajuste.

Las cosas que tienen los cambios. El cambio en sí mismo. La incomodidad que surge entre lo indetenible, la inexorabilidad del cambio, todo lo que trae y que no podemos asimilar por el lío de que también para percibirlos, apreciarlos, sopesarlos, y luego más o menos saber cómo entrarle a lo nuevo que de cualquier manera pasa y pasará aunque nos pongamos tiesos y nos salgan hemorroides en un intento fallido por definición (de oponernos a ello), que necesitamos solucionar.

Entonces ¿viejos? No vale, qué va. Desacostumbrados no más. Aprendimos mal.

Es un asunto de frecuencia. Y el problema está no sólo en la percepción, y en la antedicha capacidad de asimilación y la ductilidad conceptual de la columna vertebral cultural deontológica.

Pero no nos pongamos tan especialistas, que luego viene la gente y se confunde. La finalidad aquí no es enredarnos en una telaraña de terminología rimbombante. Los tiros van más bien, por el lado del análisis del devenir utilizando la figura sinusoidal que incluye en esa matriz, al tiempo, y al movimiento físico, y de lo mentalmente concebible…, y perdóneme usted…

Pongámoslo así: vamos a imaginar la hélice de un barco. Un eje la conecta, mecanismos e ingenios mediante, a un motor. En el caso que describimos, el motor consume un combustible que mezcla con un comburente y utilizando el fuego primigenio de toda vida gira y gira en un vano intento iluso de ir a alguna parte como un hámster en su ruedita… Viera usted que ese giro ingenuo y vano en realidad es transmitido al agua (porque hablamos de un barco, claro) y gracias a que la hélice tiene una variación en la presentación de sus planos en el eje perpendicular, el giro circular se traduce en un empuje hacia delante o hacia atrás, según sea el caso.

Que a dónde vamos con este giro… No, no hacia delante, más bien hacia atrás.

El universo entero empuja. Empuja, hala, deflecta por la interacción y suma de vectores circunstanciales, en fin, que no se cansa de ejercer…, y eventualmente lo hará acaso pero ya no estaremos para verlo así que qué importa.

Entonces vamos a ver esta imagen de la hélice girando por culpa de un fuego primigenio que ejerce su energía sobre una mezcla de combustible y comburente dentro de una cámara de expansión que tiene un lado movible llamado pistón en nuestro caso, una biela, un cigüeñal, un eje, lo que sea, la hélice con sus planos torcidos que gira y gira y empuja y hala (por la forma de la sección del adminículo que produce un fenómeno parangonable con el principio de sustentación de un ala), y a la hora de la percepción, el barco navega.

Pero vamos a verlo en el sentido contrario y perdóneme usted la habladera de pistoladas.

El agua del mar, en este caso es una de las patas elementales sobre la cual se sostiene la vida en el universo. Digo yo. En ese caso no es un medio. Es origen y parte de él al mismo tiempo. No nos movemos en el agua. También es el agua quien se mueve en relación a nuestro deplorablemente miope punto de vista.

Visto así, la hélice es un intermediario crucial (un nodo) entre el fuego primigenio y el agua vital.

Entonces, en cierto modo nuestra confusión relacionada con la vejez de nuestros cuerpos se basa en la incapacidad momentánea y yo diría que hasta “closterizada” de percibirnos como ese intermediario, como esa hélice. Como es en una de las realidades posibles nada definitivas.


Me trataré de explicar más claramente.

El tiempo. Al tiempo tendemos a verlo como una línea y por lo tanto concebimos la vida como una secuencia serial prelatoria. Después de todo nos enseñaron que una línea es una sucesión de puntos ¿no?  Primero nacemos, después crecemos, luego nos multiplicamos y por supuesto, nos morimos. Un punto y luego el otro.

Nos acostumbramos a fluir en onda, que se comprime al oponernos al cambio, hasta que se reduce tanto la frecuencia (o aumenta, según se comporta la energía en oposición lógica a nuestro razonamiento en este caso específico) que se forma un “cuanto” (un nódulo de energía) que crecerá en potencialidad hasta romper algo, crear una nueva realidad, obligarnos a dejar las pendejadas y encarar la nueva aunque sea ayudados con Prozac, o similar.

Pero es más complicado. La onda no es bidimensional. No es tridimensional. Es mucho más que multidimensional… Según he leído y me parece comprender, son todas las dimensiones simultáneamente… Bueno, tampoco hay que volverse locos con esto, total, si no lo podemos siquiera imaginar, de muy poco sirve saberlo.

Más bien sigamos viéndonos como esa hélice que gira dentro del agua pero incluyendo al agua misma en el juego. Vamos a dejar caer algo de tinta (biodegradable, les agradezco mucho) en esa agua dentro de la cual gira la hélice y notemos que las burbujas formadas por la cavitación y la centrífuga (el barullo de la existencia) brillan como pequeñas gemas que nos recuerdan la belleza de la vida. No se nos olvide que ésta existe contra todo pronóstico, y si no me creen, pregúntenle a un especialista en termodinámica.

No, de ninguna manera es el motor quien hace girar la hélice. No es el ingenio, no son los mecanismos. Esos son las ganas de vivir que tiene el ser humano y buscará en onda y en cuantos, aunque sea tridimensionalmente nada más, porque lo incompleto de la percepción es la mejor de las excusas desde siempre. Por eso es que vive asustado y asustando.

La hélice girará porque el universo contentivo de agua y fuego, y de todo lo demás, hala y empuja. Como pasa con los árboles que van de regreso siempre que uno va hacia alguna parte. El fuego primigenio, el agua vital, la tierra madre. Toda la energía yendo y viniendo: transformándose.

Nadie me lo saca de la cabeza. Todo pasa por todas las razones. Todas, todas. Y al mismo tiempo.

Uno escoge, uno inventa, uno se opone, uno se enferma y le duele. A uno lo ataca la presbicia, el gluten, la idiotez, y el dolor de bola…, y la inefable conspiración de Lo, claro.

Coño’esumadre.

En fin.

No, qué va, no es la vejez. Es el cambio de frecuencia. Y todo nada más es por culpa de la deontología de la percepción.

No se quede con términos vagos y cabos sueltos. A uno le enseñaron que el agua es azul y el fuego va de rojo hasta amarillo. Así es como es. Pero ¿no nos enseñaron que el agua es incolora, inodora, e insípida? Y la llama de la cocina ¿no es azul? Percepción, sólo eso. No se deje joder por lo que debería ser.

Longitud de onda. Frecuencia, pues…

Siempre me acuerdo de James Bond en la ocasión de recibir por correo una bala de oro con su número grabado en ella. Lógicamente él asume que será la próxima víctima de Francisco Scaramanga… Pero no nos interesa la trama del Hombre de la Pistola de Oro. Lo que nos interesa es un comentario que le hace Bond a la groupie de Christopher Lee, creo que Maud Adams o Britt Ekland (no me acuerdo), acerca del asesino y el sexo.

Ella comenta que el tipo solo le hace el amor antes de cumplir un encargo (sicariato fino no más), a lo que Bond le responde que los cazadores de “no me acuerdo dónde” le hacen el amor a sus mujeres antes de ir de cacería porque es un hecho sabido que la práctica del sexo afina la vista.

Es por lo tanto un hecho cierto que el tema de la vejez es solo un fenómeno de frecuencia, y en ello reside el secreto. Allí está la clave. En la percepción sinusoidal del devenir. En el manejo durante la transformación de la energía. En la transmutación que de una punta a la otra punta, del fuego primigenio al agua vital, de ida y de vuelta, la percepción también por culpa de la inconsciencia nos etiqueta de viejos o de jóvenes. De hélice que gira ya poco y cada vez menos.

Y aparece el dolor, las intolerancias, las alergias, la presbicia, la negación en estado físico. La corporeidad misma del cuanto energético creado por la compresión de la onda cuando anteponemos el dique de lo que se supone que debería ser.

Qué tontería.

Haz la prueba: sexo lento, contenido, suave, prolongado… Y después de, agarra tu libro y lee sin los anteojos ¿viste? No los necesitas.


Ahí está: la clave está en la frecuencia…