“... Te
enseñan cosas que tú no sabes,
Pero te piden que creas
Porque no hay forma de traer
esas experiencias
A la realidad objetiva…”.
Osho, Zen, The solitary Byrd,
Cuckoo of the Forest,
cap. 6.
Siempre me obligo a tener presente
que para emitir un juicio necesito establecer una matriz de referencia previa
en el cual basar todo el asunto.
Para saber quién dice la verdad,
tengo que saber qué es mentira.
Para saber quién es carnívoro tengo
que saber qué es un vegetariano.
Para tenerse como ateo es
obligatorio conocer de cerca al creyente.
Quién se opone a quién.
Bueno, todo esto por aquello del péndulo.
No el que nos trae locos desde una antónimo a otro, sino el ilusorio, el que
nos lleva de esperanzados a fanático. Porque fíjate tú que como yo lo veo éstos
no son antónimos, sólo son complementos.
Me refiero a que cada extremo de
una cuerda es parte de la misma cuerda, y así como se correlacionan y no
existen independientemente “amos y esclavos”, no hay una cuerda que no tenga
dos puntas genuinas. O tal vez sí, pero hay que ponerse creativos, y ¿para qué?
Digo que no hay manera de ser una
cosa sin verte obligado a asumir una mentira horrible que viene a ser lo mismo
que dejar fuera de la ecuación consciente o inconscientemente una vasta porción
de la realidad lo cual le otorga un cierto carácter siniestro a la actitud de
tomar partido, porque obligatoriamente
hay que tomar partido en la vida, dejando afuera todo lo demás.
Sé que existe cierta cantidad de
razón en eso de dejar fuera una parte a propósito, pues si no ¿Cómo declarar un
culpable que nos redima? No somos sólo átomos, también somos el espacio entre
ellos ¿no?
En mi carácter de observador del
comportamiento del ser humano (no sabiendo a veces si incluirme en el lío o no)
agradezco profundamente a la modernidad loqueras “big brother” tales como las
redes sociales contentivas de boticarias totalidades.
Las personas, escudada tras el
anonimato de una pantalla en la que figura una imagen que las representa en
alguno de los niveles de la esperanza, pero a la vez en modo protagónico por la
misma razón se atreve y van y dicen y desdicen enormidades irreflexivas impunes
porque el soluto es vasto y dinámico (por lo tanto estéril en ésta nuestra
dimensión conocida), y lo que sea que hayan puesto ahí desaparece tras la
tercera actualización.
Yo, espectador y parte del elenco
al mismo tiempo (inevitablemente al final) pero en otro espacio que colide por
vainas de la espuma cuántica, miro y disfruto.
Cierto, no siempre es placentero.
Pero ¿qué es el placer? No se espante, no voy a disertar sobre el tema. Sólo
dejo la pregunta en el éter.
Comprendo a Nietzsche cuando pone
al socialismo y al catolicismo en la misma olla, aunque sé lo que opinan de eso
allá en el Vaticano.
Comprendo también cuando habla del
dañino idealista incapaz de moverse para cambiar su entorno (cambiarse de, o
cambiar al) y con ello su realidad.
Comprendo cada vez más al cínico
que me habita ¿no dicen que el que cambió lo hizo porque sufrió mucho,
aprendió, o se cansó?
Les voy a contar que viviendo en mi
Albania natal fui impelido a dejar mi clan porque mi hermana se enamoró de un
mafioso ruso al cual embosqué una noche y con un tubo del diámetro adecuado
castiguele duramente y de un solo golpe en la zona conocida como “la pata de la
oreja”.
Tras el incidente mi padre (patriarca
de un clan tan subdividido en facciones, centrífugo, con alta tendencia al
fanatismo, cuyos falangistas lideres resultan a la vez infantiles y
jactanciosos, crueles, incapaces de calzar el zapato ajeno siendo ajeno
cualquiera que frunza el ceño ante alguna de sus lapidarios sinsentidos.
Gracias les doy), tristemente avergonzado debido a que su delfín hermano
habíale acusado públicamente de “istriónico” (sic) así mismo, sí, sin “H”,
aconsejome huir por la derecha bordeando los Balcanes hacia Trieste y por eso
lo hice por la izquierda por el canal buscando Otranto en un bote rápido de
unos contrabandistas de un clan amigo.
No pude cruzar a esa italiana localidad
pues cierto avieso radar situado en la isla de Sazan nos obligó a dar un rodeo
por el sur que inevitablemente me depositó en Sicilia. Allí escuché por última
vez palabras en mi idioma natal (Drejtuar
mirë të vdesin, algo así como Mejor
correr que morir) y me sentí en casa: agreste, pésimo clima pero excelente
prensa. No vi ni un sólo espécimen de Serval, y perdí interés rápidamente
decidiéndome a llevar mi huida un poco más lejos para convertirla en búsqueda
de vida, de verdad. Fue así que embarqué en un pesquero que zarpaba con rumbo a
Génova.
Mi paso por ahí fue corto. Se
suponía que tenía amigos en esa ciudad, pero uno real, no encontré ninguno.
Algunos aprovechadores que viéndome sucio y sabiéndome hambriento me propusieron
solamente trabajos de poco lucimiento y fue lo más que pude conseguir. Aprendí
a alimentarme de sobras y empecé a notar
algo raro al comer de las verduras con ojos que me miraban muertas desde el fondo
sopeteado de una Bagna Cauda dejada por opulentos bebedores de un Barolo tan
bueno que permitía voltear el vaso y tener tiempo de ponerlo abajo para
atajarlo. En fin. Pasé hambre y frío, y humillaciones inconcebibles para
alguien de mi linaje…, situación que me estimuló a seguir mi camino más allá de
la frontera francesa. Condenados piamonteses…
Tristemente lo hice en temporada
baja por lo cual el hambre regresó pronto y me obligó a asesinar ingentes masas
de tomates inocentes e indefensos que encontré en el camino que me llevaría a
la casa de un conocido en alguna parte de la Costa Brava, para alimentarme.
Acción que llegó a preocuparme bastante porque no soy un cobarde y si hay algo
que detesto es hacerle daño a un ser indefenso e inocente. Pero con frío y
zapatos rotos, todo vale, pensé.
Trabajé en la cosecha de olivas, en
la siembra del pimiento, cuidando mulas, lavando autobuses, luego embarqué de
nuevo e hice de marinero, cocinero, enfermero, y barbero. Le hice casi que de
todo, pero jamás de minero. No me gustan los usureros ni las putas ni los
corruptos guardias de fronteras y minas, y pido perdón.
Desembarqué en Almería buscando a
otro amigo y pensando que si en Albacete caga y vete, en Almería sería alegre
el trámite. Pero no, de ahí seguiría a pie rompiendo zapatos como siempre pues
mi amigo habíase mudado a Barbate.
Caminé, sí, y esta vez di buena
cuenta de naranjas además de tomates. Me sentí un criminal de la peor ralea por
no darle a las frutas, la mínima oportunidad de huir. Las tomaba vilmente
directo de la mata. Culpable de mí.
Pasé mas no crucé el estrecho de
Gibraltar y finalmente alcancé las playas (afortunadamente porque a esas
alturas ya andaba descalzo) comenzando la temporada alta gracias a lo cual me
resultó fácil colocarme de mesero en un bar llamado “El séptimo cielo” que
tenía afuera banderas de Suecia y adentro muchos nórdicos borrachos. Bebían
alcohol casi hasta morir noruegos, suecos, daneses, y alemanes, pero había un
cartelito afuera que ponía “no aceptamos finesas”…
Allí conocí a Haajar, una inglesa
musulmana del ala liberal (Bektashi, creo) que tiene una tienda de diseño en El
Cairo y que además es una contra alto lírica muy solicitada como la Alisa de
Lucia de Lammermoor de Donizetti. Con ella hice una conexión rápida que se
convirtió en una buena amistad completamente “desfreudianizada” porque yo soy
Romaní y ella musulmana. Yo soy mesero (y bueno, también soy ayudante de unos
arqueólogos que están desenterrando unas ruinas de una factoría de Garum de la
antigua Roma que queda por el camino de Tarifa al cual acudo en una bicicleta
prestada) y ella una celebridad, yo soy marroncito y ella blanca, sobre mí pesa
una maldición y ella es un soldado de Alá… Pero, siempre hay un pero, ella
necesitaba quien la protegiera y yo necesitaba sus propinas… Ya aprendí a
tragarme el orgullo, bocado que no alimenta pero su desaparición permite verle
la calva a la oportunidad.
Pasaron los años, tal vez dos, y
con ellos sus veranos… Si no has pasado un verano en Barbate has desperdiciado
tu vida miserablemente, y la verdad es que haber pasado dos me hace inmune a
toneladas de mierda que he llevado ya… Y fue que un día apareció de nuevo Haajar,
como en la Sura 115, aquella del Maltés, flanqueada por dos personas amigas de
ella: uno ruso al cual descarté de inmediato al saberlo ortodoxo, y una sueca a
la que me incorporé en el mismo acto al verle esos ojos (verdes que a veces son
marrones) que para mí son igualitos a los de Sara La Kali porque para esa gachí
ya tenía nido en mi alma y ella tenía robado mi corazón.
El ruso, sobra decirlo, era un
espía desincorporado de la KGB por culpa del final de la guerra fría a quien la
mafia habíale dado empleo y una nueva concepción de patria por medio de la cual
seguir existiendo. Su misión actual, búsqueda y localización de éste servidor.
No para darme caza como a un jabalí, sino para invitarme a la boda de mi
hermana porque necesitaban mi ratificación en mi calidad de primogénito del
clan ya que el delfín insistió tres veces y se negó por igual número a ponerle
“H” a histriónico convirtiendo el hecho en una tragedia grecolatina porque es
bien conocido el desprecio croata hacia los de Istrio…, en fin…, en vista de
ese comportamiento tan reñido con lo aceptable fue que prefirieron gastarse
unos euritos en localizarme a mí quien al fin y al cabo sólo podía acusárseme
de irreflexivo por lo del tubazo que al fin y al cabo fue engendrado por un
sentimiento de honor, todo para que la incorporación del execrable Tovarishch
al clan y juntar las dos familias en una completamente nueva y revolucionaria clase
de unión que garantice que todo va a seguir igual.
Pensando lampedusianamente en los
políticos que inician una transformación revolucionaria que sólo altera los
nombres de las estructuras de poder para garantizar intencionalmente las partes
esenciales de éstas exclamé en mi mejor humor “se vogliamo che tutto rimanga
come è, bisogna che tutto cambi”, eh?... El Tovarishch mirándome con expresión
Serval me dio dos días para pensarlo (en realidad tenía más tiempo, pero él
quería que le rindieran los viáticos), y a mí me tomó dos minutos elaborar la
respuesta en modo de pregunta: ¿quieren
mi presencia o basta mi bendición? Dos segundos después me respondía con
seguridad: -Tu bendición-. Me lo dijo
con cara de quien saca un cálculo sumamente esperanzador por beneficioso.
Después me enteré que de sus viáticos tenía que pagar mi pasaje de regreso o mi
funeral en caso de que me encontrara ya en proceso de regresión al polvo
primigenio…
De su bolso de lino egipcio con
cordón de seda dorada, Haajar sacó una pluma fuente que debió pertenecer a
Melquisedec y un trozo de papiro finísimo, escribió algo en un primoroso
cirílico usando un bellísima tinta bicolor (azul y dorada) y ahora que lo
pienso no sé cómo lo hizo de una sola vez, acto seguido, extendiéndomelo a mí.
Después de leer detenidamente lo
allí escrito, no en el papel pues nunca se me dio bien ese don, sino en los
ojos de ella, rubriqué con mis tres nombres (el que uso en el mundo, el que uso
dentro de mi clan, y el secreto que murmuraba a mi oído mi madre desde mi
nacimiento y que sólo ella conoce. Este último tuve que garabatearlo, acción
que convirtió mi tradición en un simple nudo de líneas ininteligibles para los
ojos legos porque confesarlo hubiera significado mi defenestración), dispuestos
en triángulo equilátero bajo la retahíla exactamente a “raíz cuadrada de cinco
más uno, sobre dos”, del ancho total, como manda la ley.
Por su parte, a modo de
confirmación del acto, el Tovarishch propuso un brindis. Vodka, calvados,
pastis, y vino joven hubo en las copas esa noche. Una verdadera lástima que no
exista el Raki por estos lados, pensé…, pero Arak, Ouzo, y hasta Pernod,
funcionan…
Haajar cambió de protector aquella
noche llevándose al Tovarishch y mis bendiciones en cirílico dejándome con mi
sueca La Kali, relación que me trajo hasta Loveland Ohio porque tras una
encerrona de una semana completa en plena temporada alta produjo mi despido por
parte de un patrón tan descreído como un exguerrillero derrotado y el robo de
mi bicicleta prestada que había dejado en la entrada del hotel lo cual dificultó
mi traslado a las excavaciones…, pero bueno, eso no fue tan grave pues mis
arqueólogos patrones me pagaban poco y espaciado.
Al terminar esa semana, haberse ido
ella de regreso a su universidad y sus estudios, encontrarme desempleado y
debiendo una bicicleta tuve que moverme de nuevo.
Me enrolé de grumetillo en un viejo
carguero para poder ir a reunirme con Sara La Kali en el cabo del fin del mundo
(Cornwall, Uk) donde ella hacía su doctorado en, en algo cuyo nombre no retuve
pero que estaba relacionado con ciertas partículas de las cuales,
personalmente, prefiero no saber demasiado. Me suena a alguna clase de teología
de lo mundano, o algo así.
De este viaje me quedó un cuarto
nombre, el incómodo y peyorativo sobrenombre de Simbad que aun ahora me
acompaña. Confieso que preferiría ser llamado Odiseo, pero dada mi indefinible apariencia étnica que me
acerca más al árabe escribano (más sefardí que gitano aunque ya pocos conozcan
de sus diferencias) que al griego, me dejó irremediablemente pegado al
tercermundista y oscurantista remoquete detestable.
Condenado barco ese “Dedalus”…,
roto, poli traumatizado, penetrado por el fitoplancton y la lemna, una cierta
bioluminiscencia o alguna fuga de radioactividad, tripulado por la hez del
fanatismo todos forjadores de verdades y defensores dialécticos de entelequias
especulares, como se acostumbra.
Allí conocí y me hice pupilo de un
monje tibetano inexplicablemente llamado Gastón. Fotógrafo misógino y omnívoro,
pero ejercedor de un sentido de justicia indudablemente meridiano.
Decía que había estudiado a fondo
los preceptos del karma y que había establecido que como sostuvo siempre Buda,
primer físico cuántico existencialista, también tu crimen y tu castigo al igual
que dios y la realidad, eran pura percepción condicionada por lo que los demás
dicen que tiene que ser…, “porque fíjate, tú tienes que cazar un animalito,
matarlo, pelarlo y eviscerarlo (como se hace con algunos héroes y próceres
también ¡qué cosas! ¿no?), desmembrarlo, condimentarlo, cocinarlo, y comerlo.
Suena a crimen ¿no? Por lo tanto para tu próxima reencarnación, Krishna, en su
inmensa misericordia te hará republicano o social demócrata. Pero ¡PERO! Agarra
un indefenso tomate que está tranquilo en su mata, calentito bajo los rayos del
sol, destiérralo, lávalo con agua fría, coge un cuchillo sin filo y entre
machácalo y mutílalo como le hacía un representante de la santa inquisición
española a una bruja no sometida a la ablación (y por lo tanto dueña de sí
misma), échale sal, pimienta, limón y aceite de olivas, y cómetelo tranquilo
porque Paulo VI dijo que las frutas están en la naturaleza para ser comidas del
mismo modo que las huestes de Hitler habían de ser bendecidas, porque las
semillas las comes y al cagarlas nacen nuevas maticas de tomates lo cual te
convierte en los canales deferentes del reino vegetal… ¡Teorías! ¿Tú cagas en
suelo fértil? ¡No! ¡Por supuesto que no! Tú cagas en la poceta la cual teóricamente
termina en una planta de tratamiento de efluentes que mata las semillas al
igual que cualquier otra cosa viva que llegue hasta ahí salvándose sólo ratas y
cucarachas ¡échale la culpa a Ganesha si quieres! Fin del ciclo”…
“Por lo tanto, lo único no kármico
sería comer carroña…, o no comer… La carroña se me hace desagradable tal vez
por culpa de la influencia que ejerció en mí el medio ambiente, y no comer
terminará por matarme lo cual es karmático también y correría el riesgo de
reencarnar en héroe inmortal por la gracia de Visnú y te verás obligado por
condicionamiento cultural a matar de todos modos no digo inocentes tomates…
Veo, no sé si tú lo haces, el por qué de la corrupción de la carne en la
política a través del postulado en aquella vieja canción que dice “si alguien roba comida y después da la vida
qué hacer, hasta dónde debemos practicar las verdades” ¿en qué reencarnaría en ese caso? ¿ah? Así que
yo, por si acaso documento mi caso fotografiando todo lo que me como…, ¡mira
todos los álbumes que tengo!”…
Mareado por la falta de punto de
referencia y para nada ayudado por el sonido del agua de la sentina que
revolvía sofismas y gasoil en una sopa radiactiva decidí bajarme de ese apenas
flotante reducto de la estulticia llamado “Dédalus” en el primer puerto que
tocáramos… “Sí, mi pasaporte lo conservaba el capitán como sucede en esa clase
de trabajos, pero puedo decir que tener tres nombres me da la posibilidad de
tener tres pasaportes (albano kosovares) también. Le dejé ese en las manos al
capitán del mismo modo que les dejé la cédula en la mano a tantos policías en
época de recluta y me bajé del barco en Santa María de la Mar muy decidido a
completar mi peregrinaje evitando todo tomatal, naranjal, y muy especialmente
el camino de Santiago porque a mí en bordón me cae simpático y me sabría mal
que lo iconoclasta lo tocara.
Decidí también que los Pirineos
ofrecían abrigo y alimento para mi descaminada vida en cantidades suficientes
como para reencarnar en gorgojo, y por ahí la emprendí aprovechando que sus
valles aledaños a la falda oriental estaban llenos de viñedos… Ventaja
incalculable si se piensa en la vid manipulada genéticamente más dulce y
jugosa, y sin semilla de la cual tenerme que preocupar en ir a cagarla en
terreno fértil para evitar reencarnaciones indeseables.
Caminando esos caminos dado que por
haberme dejado agarrar de nuevo por el invierno no me podía bañar en los fríos
riachuelos adquiriendo pronto la eremítica apariencia de los recoge latas de la
margen sur del río Guaire, escondiéndome no totalmente por gusto y un poquito
por dignidad de la raza llegué a los predios de una minúscula granja con una
verdaderamente chiquita casa de la cual salía de ese momento una singular
señora de edad indefinible quien me pilló en descampado mirando con gula culposa sus naranjas amelonadas.
Ella, haciendo alarde de esa
sabiduría inmensa que irremediablemente se le queda pegada a las personas que
piensan, pensó que yo querría bañarme, acicalarme un poco, tal vez probar
alguna fruta karma free…, y sí, probé…
Más tarde, después de que todo lo
que estaba escrito en el inexorable libro del destino (tomo 38 correspondiente
a ese momento de mi vida por voluntad de Alá) que sucediera…, o lo que
escogimos en virtud del libre albedrío de cada ser pensante y otorgado por otro
punto de vista igual de válido pero carente de la visión rotundamente romántica
de lo religioso que blande como espada Razón,
Verdad, y Justicia, me contó ella que en su pasado llamose Pabla Pace
Tebaida Dell Deserto, nieta del Nawab de Castell Nuovo, sobrina chozna por vía
materna de Orlando Furioso (lo cual la dotaba a un tiempo de estilo y genio
vivo) y hasta me mostró la durlindana, razones de sobra para inducirla a vivir
aislada en ese escondido recodo espacio temporal que habitaba como único reino
y heredad.
Me preguntó muy tangencialmente que
si me interesaba el cargo de Manitas y
otras excrecencias ahí, en su lar… Tangente tan oblicua fue aquella que
decidí tomarla como salida en vez del cargo ofrecido por encontrarme yo de
peregrinaje con motivo y muy motivado además (tomo 38, capítulo 3), y haciendo
gala de mis conocimientos del idioma italiano me hice el desentendido en francés
tomando las de Villadiego en ruso, puro y duro.
Ella dejó escapar ese suspiro de esposa incomprendida que no
esperaba otra cosa realmente, y me dijo adiós con lo que me vi de nuevo
(ligeramente desosegado pero indudablemente aliviado) andando los caminos de
Cornualles aun en el continente.
El camino fue largo, azul, triste,
acontecido, y destrozador de zapatos. Me guiaban aquellos ojos marroncitos que
a veces se ven verdes y una canción que describe su boca. Tuve la oportunidad
de revisar mis conceptos (detesté esta reencarnación zapato dependiente que me
hacía tan dependiente de algo tan bajo y tan ajeno), mis recuerdos (la Ibiza en
la cual fui engendrado obteniendo cuatro puntos de vista simultáneos, pero cómo
se hace, eran los sesenta) de mi Albania natal ya desdibujada por la sinrazón y
el contra sentido, de mi hermana y su vil Tovarishch, y el tubazo inocuo, y mis
maestros, y mis decepciones, recordé otros recuerdos pertenecientes ya a viejos
y perdidos tomos de una enciclopedia de ficciones en esta mi realidad situada
en Loveland Ohio.
Recordé que morí. Recordé que cacé
un conejo y me lo comí con tomates viendo un partido Caracas-Magallanes
mientras barajaba los pros y los contras vociferados por gorditos bonachones de
bigotito y cervecita en mano, y por coquetas chicas de silicón y joyería de
fantasía enmascaradas de gárgolas ansiosas inflamadas con espuma de saliva en
la comisura de los labios perfectamente bien pintados, y caboclos
sobrevivientes alegremente cínicos y crueles por excelencia propia de quien le
ve el fondo al vaso de la vida en un acto cotidiano y sigue por ahí robándole
minutos a la pelona, como hongos.
Recordé balaceras entre camionetas
Hummer H2 negras sin placas y motos 125cc de dos tiempos. Recordé la muerte, la
de mi esperanza.
Sí, recuerdo claramente el día que
se cayó la zanahoria al cochero que daba látigo en mi lomo para que arrancara
de su inmovilidad aquella pesada carreta cargadas de bienes de otro haciéndome
ver por primera vez como el burrito que era o que sigo siendo según se vea.
Muerta la esperanza, o comida la
zanahoria dependiendo de cómo decidas pensar dependiendo de qué lado de la
igualdad de la ecuación del fanatismo te encuentres por decisión propia o de
algún otro interés más grande que tú, me vi en el brete de tener que moverme
por mí mismo.
Motivo que vine a descubrir leyendo
en el tomo 45 capítulo 8 o 9, ya no me acuerdo lo siento mucho.
Motivo desprovisto de gravedad, de
grandilocuencia, de rimbombancia, de razones elevadas, y por sobre todas las
cosas, desprovista de grandeza e historia.
Motivo que yo llamaría “La
insoslayable importancia capital de “Vë
në toké pjelloré”, expresión que en mi tierra natal significa algo así como
“deponer en tierra fértil”…