lunes, 20 de mayo de 2013

¡Buujuu! ¡Kwik!.



“Pora mu lella, aguti piranfe
Agadul be… Masse masse…”.
Yo.

Hoy es mi día consecutivo nº 548 y el laboral nº 362 según consta en mi libreta negra de bitácora tercero, constancia y registro oficial que llevo desde mi llegada a este país.

Varias cosas han cambiado en mi vida además de mis coordenadas de localización, para bien y para mal, como es y será para todo cambio que se precie.

Otras varias siguen igualitas porque “la zebra perde il pelo ma non il vizio” ¿qué le va usted a hacer, pues?

Existen ciertas características de lo mundanamente taxable en lo que no me voy a explayar por tres razones: son aburridas de referir, incómodas de exponer, e inútiles de demostrar, de darse el caso de que fuera posible. Así que a otra cosa.

El lado objetivo que siempre resulta subjetivo, como el cambio estacional sucesivo que abre un inmenso compás como tema de conversación siendo el tópico por excelencia, y el cambio idiomático alternado del inglés en horas de oficina al español familiar siendo entonces un vaivén de confusiones pendulares, por poner dos ejemplos.

Habiendo ya vivido un otoño lluvioso, dos inviernos disímiles, y arrancando mi segunda primavera ésta sin tornados (hasta el día de hoy), ya me fastidié de hablar del clima. Además, con el “Weather Channel” ya no existe esa incertidumbre tan necesaria para comentarla con los pitonisos de barbería tan de nuestros pueblos.

Recuerdo un señor de Carmen de Uria que tenía una bodega en la calle que subía al rio, quien era además de bodeguero, brujo, barbero, yerbatero, inventor de chistes, albañil, y el encargado de predecir el tiempo con un margen de error que ya quisiera para sí el Observatorio Naval Cajigal (si es que aún se llama así).

Planificar un paseo exitoso pasaba por visitar esa bodega, comprarse una chicha A1 y como quien no quiere la cosa comentarle al señor “está haciendo mucho calor, mañana como que va a llover ¿verdad?”, ahí mismo él empezaba con un parsimonioso y guaireño “¡Mmjú! ¡guá! ¡qué va a estar lloviendo, muchacho pendejo! ¡mañana va a hacer más sol que hoy! ¡La calol! ¡Muchacho! ¡pa’ morirse uno! ¡Vaya y dígale a su abuela que le eche agüita a las matas bien tarde esta noche!”. Y yo me iba bien contento con mi predicción del tiempo y un reca’o para mi abuela.

En la esquina frente a la bodega de “Cabeza ‘e plancha” siempre estaban el Chino y el Ruso tomándose una cerveza bajo el almendrón apoyados en el murito de canto rodado de la casa blanca en ruinas cuyos dueños nunca conocí. Yo le gritaba confianzudamente al Chino “¿tomándose su juguito de zanahorias?”, y el Chino (creo que era ecuatoriano, tocaba con su guitarra valsecitos y canciones de Julio Jaramillo. Era albañil y al terminar su jornada se ponía pachuco con su cara de hígado, sus pantalones de tachones y sus zapatos pica hielo) me respondía: “¡pa’ la calol!”. Ambos, el Ruso (que sí era ruso de verdad, apellido Szulczuk) y el Chino levantaban sus respectivos tercios Polar en señal de brindis y volvían a sus conversaciones.

Pero aquí nada de eso vale. ¿Usted quiere saber cómo está la cosa afuera de su ventana? No, no la abre y se asoma. Agarra su Smartphone y lo soba un poco con un dedo. Es algo que requiere pericia, atención y práctica. Es algo que va entre localizar un clítoris huidizo y sacarle el genio a la lámpara de Aladino. Bueno, el caso es que si frota usted de modo idóneo obtendrá no sólo la temperatura de afuera actualizada, sino la de ayer, la de mañana, la de la semana que viene, hora a hora, en grados Fahrenheit, Celsius, y Kelvin, sus correos, el menú de los restaurantes más cercanos, dónde ponen gasolina más barato, y los chismes de farándula ¡hay que pararlo! ¡hay que pararlo! Es como aquella amiga de mi madre a la que había que rogarle y rogarle para que bailara en las fiestas, y después había que rogarle, rogarle, y rogarle para que parara de hacerlo… En fin… El caso es que ya el clima no es un buen tópico de conversación. Se perdió el colorido de la predicción del tiempo. Comentarios al respecto no pasan de ser “what a crazy weather you have here!”, a lo que se responde con un simple “ahá! Y ya. Fin. A otro tema.

Todo lo anterior me hace entonces pasar del tiempo al idioma, asunto que me ha hecho pensar tanto o más de lo que me hace pensar el bailar, por ejemplo.

Bueno, yo sé que hay mucha gente que disfruta bailar tanto como hacer el amor, es decir, como la actividad sexual. Pero a mí bailar me cansa mentalmente mucho más que el sexo, y casi tanto como pasarme el día entre anglo parlantes del midwest americano. Claro, nunca he probado a pasar todo un día bailando. Tal vez canse más que el inglés con menos placer en las ingles que un día entero de sexo… ¡Coño! Casi me salgo por la tangente…

Decía que bailar me cansa mentalmente por culpa de la falta de cronología en el aprendizaje. Es que la única manera de lograr mover los pies en coordinación con brazos y todo lo demás exige mucha concentración para llevar la cuenta minuciosa de los compases para no ir a meter la pata en un silencio de blancas que sería mucho más notorio (pero comprensible) que en uno de negras…, bueno, menos tecnicismos…, aquí lo que me interesa explicar es que bailar me cansa mucho, y que estar todo el día expuesto al idioma inglés me causa un agotamiento rayano en la demencia esquizoide o algo menos jodido pero igual de fastidioso.

Tengo un cerebro fantástico para recordar, pero malazo para coger práctica, para adquirir hábitos, para ver lo obvio. Se comporta como un niño travieso y sabihondo será porque “two outta three ain’t bad” (¿ven? Meat Loaf, 1977… ¡Bueno pa’recordar, caraj!), me refería a que de niño, travieso, y sabihondo, tengo las dos últimas pues la niñez ¡qué carrizo! Me queda lejos ya…

Con el inglés me pasa algo igual pero diferente, porque tengo que llevar la cuenta del tiempo del verbo principal y el auxiliar, y en qué orden se ponen sustantivos y adverbios para no hablar como Yoda, porque cuando pierdo la cuenta lo que me sale es un Patois de Tarzán con el Keemo Sahbee lejanísimo de estos lados que siempre va a parar a un italiano “che strega che stronza”! accidente recurrente que suelo conjurar en carioca cantando “chegou a hora, chegou, chegou, meu corpo treme, ginga qual pandeiro”…, y me voy de ahí como en vaudeville de Bugs Bunny Y Duffy Duck…

Es por esto y nada más que opté por inventar mi propio idioma harto ya de equivocarme en inglés, que tiene un “j’ne sais quoi” que j’ne comprends pas, at all… Pero antes de empezar a inventar verbos regulares porque a los irregulares se los llevan presos en todas partes menos aquí porque éste es un país libre, situación que lo explica todo…, antes de empezar me dije “Vorsicht, das adverb!” te lo ruego… Eso fue, además de críptico, impreciso y un poco homofóbico por razones que no vienen al caso. Lo que quise decir realmente es que “en arche en ho logos kai”, que podemos llevar al latín (más cómodo que el griego) así: “In principio erat verbum”, máxima en la cual basaremos todo este tinglado lingüístico definiendo la importancia de éste trabajo.

Pretendiendo crear la palabra (el verbo, por irregular que sea) y estando este primero que el pensamiento que a su vez está antes que la comida y ya se sabe que somos lo que comemos, ergo, somos lo que hablamos. Es decir, que crear un idioma es un hecho tan principal que terminaríamos forzosamente por crear con ello otro nivel distinto de existir pues “cogito ergo sum”, y el verbo fue primero. PNL le llaman a eso, creo.

Pero menos tonterías, y al grano.

Digo, que aprovechando que andamos en éstas, vamos a hacer las cosas bien: Si somos lo que hablamos, y hasta ahora consigo que tanto en español como en inglés llevamos el mundo por el camino del desespero pues en cualquiera de las dos lenguas es más fácil y versátil el insulto que el elogio (es impresionante la montaña de palabras peyorativas, groseras, e incómodas que contiene el Diccionario Hispánico Universal. He contado miles y no he abierto aun el segundo tomo. Es fácil darse cuenta aquí que el gigante Tormont Webster’s que compramos en un garage sale por dos dólares sólo lo he mirado por encimita nada más), dar apoyo, causar alegría, hacer sonreír con benevolencia, me ha dado por pensar que tal vez nuestro nuevo idioma tendría en primer lugar que carecer de precisión, porque ¿cómo le dice usted pendejo a alguien de modo impreciso? No se puede.

Tendría usted que dar muchos rodeos, y por pendejo que aquel sea, aprovechará la oportunidad para abofetearle, y luego huir raudo y veloz… Precisión descartada en consecuencia.

Segunda característica: Debe ser agradable de oír inclusive si no se tiene ni peregrina idea de lo que se está escuchando. Creo que debería sonar como un riachuelo somero que corre por un lecho de cantos rodados que no excedan los cinco centímetros de diámetro, preferiblemente blancos con vetas de color de óxido ferroso… ¿De qué se ríe usted, si me hace el favor? Dijimos que eliminaríamos la precisión en el lenguaje, no en su descripción, Este será un idioma incapaz de describirse a sí mismo.

Tercero: cada palabra y grupo de éstas remitirá directamente a una sensación para pulsar suavemente las cuerdas de las emociones, si es que usted se siente guitarra, arpa, o laúd. Si resulta que se identifica más con un fagot (como es mi caso), por ejemplo, la sensación será más bien la de la onda producida por los labios actuando sobre la pajilla y modificada por las clavijas durante el recorrido hasta ser eyaculadas por la respectiva salida en tonos bajos y discretos, pero de sonoridad saltarina y subrepticia.

Para no complicar las cosas, ya que se trata completamente de lo contrario, haremos de esta una lengua flexiva antiidiomática.

Para ilustrar el asunto analizaremos la segunda frase creada, de nuestro nuevo idioma: “ambromesalia urbujú”…, que describe de modo muy impreciso la sensación de acostarse panza arriba en la arena de la playa a contemplar tu constelación favorita (Orión, en mi caso) brillando en un cielo completamente limpio, esa noche en la que no le debías nada a las tarjetas de crédito.

Dependiendo de la inflexión aplicada, por ejemplo la de “Pelotas” en Rio Grande del Sur, Brasil, usted podría estar llevando las cosas a un plano parangonable al del preámbulo sexual con calma y suavidad, lo cual indica que en este idioma la dicción se ve prelada por la entonación. Cosa que le dio un buen motivo para ser recordada a María Conchita Alonso por añadir algo ilustrativo al respecto.

“Sarudesca imu ñu ñu” es tal vez la frase más directa de toda esta nueva forma de comunicarse. Se puede traducir literalmente como “Hoc suggerit odorem cutis”. Cabe recalcar aquí que solo se usa la tercera persona gramatical con la concordancia de género y caso, y que la inflexión heteróclita ejemplarizada en la toma que de otra raíz, hace que la conjugación de “imu” en modo dual (suggerit) no sea como supondríamos “ava”, porque aparte del presente continuo, solo tenemos el pretérito pluscuamperfecto. Modo gramatical que deja muy poco espacio para las suposiciones ya que la verificación es doble, dual, y plural.

Obviamente sin concordancia gramatical de la oposición. En todo caso, a nadie le importa.

Pero veamos un ejemplo perfectamente ilustrativo: “Omorojo atí borogue”, que significa más o menos “para cuando nos inundó la sensación de somnolencia, ya la de los orgasmos había languidecido suficiente. Se notaba en las rodillas”.

Esto, según los análisis de la sintaxis desde el punto de vista del poco flexible castellano standard. Pero miren qué pasa si lo analiza un anglo parlante acostumbrado a los caracteres hieráticos: “As (our) lips explored (our) path alredy explored”.

Es un idioma sencillo, y el mejor ejemplo es que existe una sola circunstancia pragmática en una sola concordancia que queda en suspenso, y para verla hay que pensar en griego: “Agapíion tù pléthos oìontai…”, que en nuestro idioma se dice, “Chff, elam-ssamy ssam”…, que para verlo en español habría que dar un giro interpretativo ecléctico y decir: “eeh, así no es, pero sigue intentando…”… Pero como toda interpretación, queda sujeta a la intención.

Todo el truco con este idioma se ve reflejado en las preguntas: ¿qué usa usted para pensar? ¿prefiere palabras, imágenes, o sensaciones? ¿está harto de los insultos? ¿el “quid pro quo” del amor se  le ha desdibujado? ¿teme? ¿qué tanto? ¿qué me dice de la comida picante?

Piense muy bien sus respuestas y no las llene de precisiones.

Fusiónese. Deje de ver y empiece a oír. Barometrícese. Desconcéntrese…

Cuando empiece a sentir que está vibrando con lo telúrico, que vive en todo lo que está vivo, haga el gesto de abolir el contraste y desde el fondo de su ser diga un profundo y gutural:

¡Buujuu! ¡Kwik!

Nota: la cita al principio corresponde a la primera frase escrita en Buujuu Kwik. Traduce más o menos lo siguiente: “Hola, mi bella. Saberte me distiende plácidamente el amor… Mucho mucho…”