domingo, 3 de noviembre de 2013

Suerte ¿a golpes, o a cuenta gotas?



“La medida del transcurso del tiempo
Depende del sistema de referencia donde esté situado
El observador, y de su estado de movimiento”.
Sobre el tiempo. Física Relativista.

Queda establecido, en cualquiera de las ramas de la física, que el tiempo es un concepto subjetivo. Para analizarlo tenemos que situarlo en un marco de referencia rígido el cual tenemos que construir con supuestos totalmente circunstanciales.

Hay algunas consideraciones al respecto establecidas como directivas para su análisis que deberíamos tomar en cuenta si es que queremos ser aceptados seriamente.

El tiempo. Un tema que nos preocupa tanto por razones que van desde la intrascendencia meramente cosmética, hasta la teorización sobre los viajes interplanetarios y el descubrimiento de vida más allá de la muerte, no dejando de lado el afán por explicar o más bien corroborar nuestra estupidez usando a la Historia como aval. Ni pensar en que esto último, la Historia, no es más que un montón de interpretaciones más o menos tendenciosas que sobre algunos dudosos hechos se hacen y se harán, todas, con plena intención de logros inconfesables.

El tiempo nos da miedo. El tiempo juega en nuestra contra. El miedo nos hace sentir intrascendentes cada vez que sentimos que pasa y pasa, y seguimos jugando el mismo juego que sólo nos lleva a vernos más ojeroso cada nueva mañana, y más cansados cada noche.

El tiempo fue lo que me hizo huir despavorido de aquellas situaciones en las que vi que por el camino que iba…, en fin… Ya usted lo sabe… Y por suerte tomé las decisiones que tomé…

Cada una de esas situaciones pueden ser marcadas a todo lo largo de una especie de cuerda de la vida que vendría a ser más o menos como una representación lineal del tiempo, que como toda cuerda, se curva a causa de su peso propio y el de las vivencias que soporta. Catenaria deformada.

Por suerte, en cada una de esas marcas y coincidiendo con cada evento, ha habido un pequeño golpe propiciador. Una puertecita diminuta, una vía alterna, una opción abierta en ese milisegundo, que ha permitido continuar andando sobre esa cuerda que es el tiempo de la vida.

La suerte. Esa decisión tomada justo sobre el nodo. Esa energía que trataremos de dilucidar para dibujarla aquí, con letras, sobre una cuerda tan delgada como improbable, además de asumida en un marco arbitrario.

Sobre la suerte se acepta el hecho de que a veces es mala y a veces es buena. Yo tengo mi versión y no pretendo convertirla en una teoría.

La suerte, y no otra cosa, es lo que nos permite sobrevivir, seguir aquí equilibrados sobre la cuerda del tiempo, vivos, tomando pequeñas vías alternas cada vez que la bifurcación aparece.

Fíjese usted muy bien, cuando se refiere a alguien con una aceptada y conocida mala suerte que sigue ahí compartiendo éste nuestro plano de la existencia, como, a pesar de tanta mala suerte, tantas desgracias, tantos accidentes, tanto infortunio, siempre, de un modo u otro, sobrevive. Por suerte, se diría. Del mismo modo que cuando te asaltan y te quitan tus cosas, y después echas el cuento, siempre habrá quien te diga “¡qué suerte tuviste que no te mataron!”.

Pero cómo puede ser que sobre la cuerda del tiempo, si éste es lineal, existan opciones, ramificaciones, alternativas, puertecillas…

La explicación es simple si la asumimos: nuestra capacidad de percepción es limitada y depende más de lo que queremos ver que de lo que nuestros ojos son capaces de ver. Es decir, que depende más de la idea que de ello nos formamos, de la interpretación que le damos, que de lo que realmente estaríamos viendo. Por supuesto, no puedo probarlo. Es arbitrario.

Digamos que existe una red hecha de hilos, como las redes de pescar. Un hilo está tendido como una urdimbre de parte a parte de la vida. Empieza cuando somos concebidos y termina cuando la última bacteria ha descompuesto en humus el último vestigio biológico de lo que alguna vez fue nuestra existencia…

Cruzados, no necesariamente trazando un espacio euclídeo, hay otros hilos a modo de trama que van desde que el primero de nuestros genes (por decir algo) apareció, hasta que la última de nuestras heredades desaparezca.

Visto así, como una malla, y no como un mantel cuadriculado. Porque caminando sobre una red cuyos huecos son tan grandes que no podemos siquiera concebirlos fácilmente podemos darnos cuenta de la precariedad de la existencia. Sería cosa de un golpe de viento o una distracción para precipitarnos dentro de lo desconocido. Decisiones involuntarias, estado de inconsciencia, incapacidad de interpretación…: lo que no sabemos, pues.

Si tal malla existe al menos en mi teoría, y no podemos verla por lo inmensa (o absurda) que es, sólo nos percataremos del pedacito de la cuerda que está delante de nosotros (la medida de los próximos cien pasos, digamos), y el resto está en nuestra imaginación que no es más que lo que nos han enseñado que sea.

Veremos el tiempo, en consecuencia, como un hilo. Una cuerda. Por lo menos así llegué a ésta figura.

Caminando sobre esa cuerda diríamos que los eventos se dan en orden: primero 1, y después 2. No se puede verificar 2… Algún observador que vaya adelante y mire hacia atrás nos diría que primero está 2, y después 1. Y no podrá verificar 1, lógico… Y ninguno de los dos, en forma puntual, podrá estar en 1 y en 2 simultáneamente.

Esto no explica cómo, estando uno parado en una esquina puede ser testigo simultáneo de una buena acción, un atropellamiento, un gesto involuntario, y un pájaro volando, todo al mismo tiempo que las flores de un seto se desmadran regando su aroma por el simple empeño de ser polinizadas… Claro, la simultaneidad es un disloque de la percepción nada más. En realidad estamos viendo un evento cada vez y luego armándolo con la poesía nuestra de cada día.

Pero y la suerte. La suerte nos puso ahí dando un empujoncito cada vez. Prendiendo una luz en un vano. Camuflajeando una inconveniencia. Creando ángulos. Trabajando incansablemente en contra de toda probabilidad nada más que porque no fue a la universidad a estudiar esa materia.

Así pues, he encontrado la autopista aceptablemente vacía cada vez que he salido tarde de casa por culpa de un repentino ataque de diarrea. He estado a razonable distancia cada vez que se desploma una pared sobre algún trabajador que llegó a un nodo importantísimo de su existencia en éste plano. Me ha caído en las manos el libro apropiado del más apropiado Umberto Eco en el momento preciso en que los símbolos me estaban llevando más bien por el inapropiado y conspirativo Langdon (malhaya sea la vaina). Y una omnipresentemente constituida melancolía abre sus cortinas en la precisa oportunidad en que la calva asoma sus brillos.

Suerte. Suerte a cuentagotas. Suerte inefable. Suerte a pesar del tiempo y de todas las interpretaciones.

La suerte es, pues, una magnitud física digital. Es decir, binaria. On-off. Sabes que está contigo si eres capaz de abrir los ojos y ver lo que sea que veas. Si eres capaz de pensar o no pensar sobre lo que creas o no que te ha sido dado a pensar.

Sobre las consideraciones acerca de si es mala o es buena tu suerte, también hay que establecer parámetros arbitrarios. Todo según tu formación, tu información, tu capacidad de tolerar el dolor e incluso trastocarlo en placer sin entrar en el masoquismo (preferiblemente pero no excluyentemente), tu propensión a la risa sincera, tu inclinación a mostrarte ante ti mismo sin máscara y sobrellevar con garbo aquello que veas… En otras palabras: tu suerte es buena o es mala en la misma medida en la que hagas fuerzas mayores o menores en contra de ti mismo.

He leído mucho sobre muchas cosas, no tantas como quisiera, pero suficientes como para sentirme en el camino hacia los distintos puntos de vista simultáneos que sé completamente imposibles pero sobre cuya pista sigo y sigo. Buscando… Y algo que encuentro fascinante es la fórmula sobre cómo vivir una vida feliz que se tienen en común una gran cantidad de religiones, sectas, cofradías, grupos, asociaciones políticas, etcétera, etcétera…: acepta algo como verdad y quédate ahí. Crea un prado cercado, emparedado, cerrado. Conviértelo en un vergel (según tu propia concepción cerrada) y no dejes entrar ni salir a nadie. Excluye siempre. Concibe la vida en blanco y negro, y dependiendo del lado en el que estés, los unos son buenos y los otros son malos… Apuntala todo con mucha tautología, grandilocuencia, y sube mucho la voz al mismo tiempo que manoteas. Si es necesario, mata físicamente al adversario establecido.

Andando sobre la cuerda del tiempo, mi propia cuerda, he imaginado que mi malla es un mantel, que el mantel es de hule muy flexible, que mientras más me convenzo de que no hay otra vía, menos vías veo, a pesar que a donde van mis pasos siempre hay un nuevo piso bajo ellos. Convicción priva sobre verdad, aunque no sé cómo decir que no es verdad mi convicción. Dejemos, pues, arbitrariamente, sólo la primera mitad de la frase.

Por eso, y ya que la suerte me ha depositado en éste tiempo en el que siempre falta el tiempo, he decidido que mi suerte está precisamente en esa cada nueva gota que hace posible que llegue a ver la siguiente. También está en esa reconstrucción poética de la simultaneidad en la cual todo sigue aquí en mi corazón y éste sigue latiendo la siguiente gota de suerte.

Por eso, cada segundo del día lo pego con el siguiente y según lo pueda tasar se llamará hora larga u hora corta. No importa la cantidad. Lo que importa es el arbitrario marco de referencia, y si es de oro, será hora Áurea… O será hora Fimo, Humus, Detritus, Indifferens ignaro, o simple Adfluen

La suerte, esa que fluye casi imperceptible, también es un pegamento, tornillo y tuerca, y hasta remache, que trabajando a una con ese elemento tan importante en este país que por raro y precioso pareciera valer tanto para unos y por el cual pagan tan poco a otros, me hizo descubrir el gluten, la estupidez, y lo inexorable de ciertas tendencias. No me va a extrañar que en un momento dado me revele también, la verdad.

Éste país en el que ahora vivo está hecho de listones de madera, de clavos, y de silogismos. Por eso no llevo nunca conmigo ni serruchos, ni patas de cabra. Seguro que con mi cara indefiniblemente marrón claro, mi forma de ver el tiempo, y aquellas herramientas, sería prontamente tildado (por los conspiradores) de subversivo y consecuentemente apedreado por las distintas verdades excluyentes y emparedadas…

La suerte, cada cierto tiempo, también necesita que pongamos de nuestra parte. Hay que tenerlo presente si es que queremos seguir andando sobre su urdimbre.

La malla es inconcebiblemente inmensa. La suerte, laboriosa. El devenir, impredecible. La búsqueda, constante.

De éste modo es inútil preocuparse por lo que escapa a nuestro control. Encuentro de más provecho ocuparse de pequeñas cosas que sí dependen de nuestra decisión (como no textear y manejar al mismo tiempo ya que el “multitasking” es otro sofisma creado por las compañías aseguradoras que viven de nuestras malas decisiones) y nunca jurungarle el rabo a perro que no conozcas.

Si verdaderamente lo que buscas es la felicidad, tanto la que vimos en el “Show de Lucille Ball” o en algún viceministerio recién creado, ten en cuenta que tendrás que hacer mucha fuerza y hacer muy infeliz a muchos. Aceptado esto olvídalo, cierra los ojos, apriétalos. Asume ciegamente. Enciérrala en un marco, pared, límite, dogma, y repítetela como un mantra constantemente. Escoge a los tuyos, enséñale a cerrar los ojos y repítele tu verdad día y noche hasta que borres todo lo demás. Prémialos y castígalos hasta que logres la doma total. Luego ponlos en tu testamento con ciertas condiciones. Por último, muérete en santa paz después de haber vivido una larga y feliz vida.

Yo, qué puedo decir, dudo. Considero con una tranquilidad no exenta de un cierto desasosiego que todo lo que ha sucedido me ha traído hasta aquí con tantas risas y tantos llantos, con esquinas en las que alternan el negro de punto con el seto de rosas, el andrajoso y el que va en el carro de lujo, el buhonero musulmán y el protestante de los góspel, el restaurante de comida rápida y la iglesia derruida, uno que ríe a todo gañote luciendo su boca de tobo y yo que observo con las manos en los bolsillos y una lijadora bajo el brazo…, y todo sucede mientras espero que ese indiferente rector del cambio llamado semáforo, me permita continuar pisando mi mantel de hule.

Y así, el tiempo y la suerte a cuentagotas (como se servía el jerez en casa de Taki Muñoz), me tiene aquí. Por el momento. Capaz y dispuesto a ver la poesía en ese cuerpo inerte del mapache que yace atropellado en la cuneta de la 71 norte, cuya pelambre aun mece el frío viento de otoño.

Un golpe de suerte es una puerta abierta. Una oportunidad. La potencialidad que se encuentra en la cresta de un talud.

La suerte a cuentagotas es cada paso que en lo sucesivo demos, bajo el control (estricto) de lo indefinido, si sobrevivimos para contarlo aun con el ánimo y la disposición de planificar la próxima parrilla.

Ya iremos viendo, como vaya saliendo. Eso sí, con los ojos abiertos y mi propio marco de referencia…