domingo, 16 de agosto de 2015

«Imaginari».








«... But this break-up of existing moral standards
was really only hiding the birth of a new world...»

The Growth of Philosopic Radicalism.
Elie Halévy. Faber and Faber Limited.1928. P. 5.

Si nos apegamos a la definición de «imaginación» que nos da el Diccionario Hispánico Universal en su edición de 1979 la verdad es que no podríamos culpar a la «sociedad moderna» por la falta de ella.

Se me ocurre que si estamos luchando por la supervivencia diaria y la cotidiana pérdida de perspectiva que ello conlleva, la imaginación se pinta de un pueril atributo innecesario y hasta perjudicial.

La imaginación vendría a ser contraria hasta para el budismo cuya idea central se me ocurre que sería la de alejarnos del anhelo ese tan malo para la paz interior: «si no quieres nada no puedes ser defraudado». Está bien. No me encanta personalmente. Supongo que está bien. Me recuerda el silogismo aquel de «Si estudio, más se me olvida, menos sé. Si no estudio, menos se me olvida, más sé. ¿Para qué voy a estudiar entonces?».

Pero, vamos a tratar de aprovechar que es domingo y que en este día hasta dios tomó un descanso. Vamos a alejarnos un momento, virtualmente, de esos conceptos que nos anclan a esa pequeñísima porción de aparente seguridad que nos brinda cobijo frente a ese bombardeo constante de incertidumbre que es la vida.

Ya, ya, no se predisponga que esto no es más que un ejercicio retórico dominguero.
Piense en ese día en el cual una persona que tenía un montón de ropa sucia para lavar imaginó una máquina que lo hiciera y así su tiempo podría ser utilizado en actividades de más alto propósito.

No me cabe la menor duda de que, de un modo u otro (masa crítica mediante y algunas patentes comerciales también, claro) algo así terminó por darnos la lavadora.

Para no desperdiciar letras en ejemplos que nos desviarían del propósito de este ensayo, vamos a dejar a su propia memoria actuar, y así usted mismo puede pensar en otras cosas del mismo orden.

Se dice mucho y en distintos ámbitos, que la realidad es algo que creamos a partir de nuestra propia percepción e interpretación de las cosas.

Como sucede con el ejemplo dado: mi realidad es de una tal esclavitud focal que me ata momentáneamente a un pilón de ropa sucia. Al mismo tiempo esa esclavitud me  impulsa a pensar en algo, un medio, que haga ese trabajo y me permita hacer otras cosas. Así la realidad vendría a cambiar llegado su momento dependiendo de la práctica (praxis).

De resultado obtengo, de un modo u otro, la lavadora. Pasando primero, obviamente, por el personal de servidumbre sin entrar en más detalles.

Claro que en el medio entre el momento en el que concibo la idea hasta que materialmente obtuve el aparato está, esta otra invención llamada tiempo. Una subdivisión abstracta de una dimensión que nos ata al ciclo laboral que básicamente se diseñó para que llevemos a cabo lo que imaginó otro y que le llena los bolsillos de otra invención abstracta llamada dinero... En fin, que ya vemos que para que las invenciones funcionen basta con que sean abstractas...

¿Ah? ¡Sí! ¡Imaginarias! También ¿Ven la fuerza y validez de la imaginación? No tiene ninguna relación con la razón ni con la verdad, ni nada de eso. Basta con la concepción de la idea, y la praxis.

Me sobran los ejemplos pero no hacen falta porque ya usted se hizo una idea ¿eh?

Pero no lleguemos hasta ese punto que puede resultar subversivo, y ya se sabe a lo que lo subversivo puede llegar, abstracción mediante.

Tenemos un problema terrible.

No, no son muchos problemas.

Es un sólo problema que es devastador: Estamos asustados.

Constantemente asustados. Es un miedo que va y viene desde el agudo más cruento hasta el de baja frecuencia pero perenne.

Cuando estamos asustados, por instinto de conservación lógico y deseable, actuamos en defensa propia y de los nuestros.

Nos escondemos, corremos, atacamos con fiereza, y algunas otras cosas derivadas o compuestas de lo anterior.

Hay muchas maneras de esconderse: ideológicamente, detrás de dogmas e ideas que se revierten inevitablemente contra quien en ellos se resguardan. O físicamente, como los que se meten en grupos, o erigen fortalezas del tipo que sean ahí sobre su pequeña parcela de confort, entre cansados y deprimidos.

O los que corremos y me incluyo muy objetivamente. Si veo, y hablo por mí, que la cosa se pinta fea y que voy a salir perjudicado junto con los míos, activo un período de negociación que me da tiempo para evaluar mis salidas y acto seguido  «patitas para qué las tengo». Y sí, eso de que debo quedarme a modificar mi entorno en vez de dejárselo a los malos no es bueno. Pero cabe preguntarse ¿bueno para quién? Claro que no es más que mi punto de vista que es de paso muy corto porque no llega más allá del momento de mi muerte. Está bien, lo admito.

Los otros, las hienas de comparsa que se pasan al bando que luce más fuerte y depredan sin misericordia están asustados también, y en su inmensa fragilidad deciden sumarse a las huestes de cualquier bárbaro poderoso aunque eso no les de más que un número, una pica, un escudo, mucho sacrificio, y una escudilla de arroz. Todo muy azaroso.

Lo que sea.

Parémoslo ahí.

Volvamos a la imaginación, por favor, y pensemos en algo que realmente queramos y puedo dar como ejemplo mi propio deseo el cual creo que motorizó todo el cambio que desembocó en esta nueva realidad que vivo, que si no es perfecta es nada más por falta de imaginación que le puse al momento de imaginarla.

Recuerdo haber estado sentado en una deshilachada silla plegable en frente de lo que llevaba hecho de lo que sería la casa que dejamos atrás. Era de noche temprana y fumaba una «calilla asuntina».

Recuerdo haber pensado en lo bonito que sería vivir en un sitio en el cual el producto de mi trabajo me diera para vivir tranquilamente sin tener que recurrir al «truquito ni al rebusque» constante.

Sí, debí haber imaginado más allá, pero creo que no lo hice por miedo a ponerme demasiado exigente y verme enredado en una lucha desigual contra el leviatán de la cobardía propia y ajena. Es decir, contra esa especie de suma algebraica que es la coexistencia.

El caso es que sí, mi nueva realidad (abstracción temporal mediante) es producto directo de un ejercicio de imaginación que hice en un estado de anhelo puro y duro. Eso e indudablemente la conjunción de otra serie de factores que son como «el huevo y la gallina».

Pagué un precio inicial que me desgarró el alma. Me dolió tanto que me anestesió para los restos, y ya lo que me tocó pagar después no se sentía tan mal.

Ahora pago un precio sostenido que es principalmente el de seguir las reglas a pies juntillas. Las reglas. De eso vamos a hablar porque parece oponerse al ejercicio de la imaginación y sí, lo hace por definición diría yo, pero como todas las cosas que no sabemos cómo hacer y que queremos lograr tenemos que aprenderlas. Resulta menos engorroso si la cosa tiene sus reglas.

Ciertamente esta realidad me la juego a fondo con todas sus reglas aprendidas y aceptadas pues me va dando aquello que imaginé allá, en medio del desastre, y me alegro de estar jugando este juego.

En nuestra cortedad del ejercicio de la imaginación (producto del miedo), para aprender a usarla hemos debido, lastimosamente, regularizarla. Ya tendremos tiempo después de aprender nosotros mismos a cambiar esas reglas llegada la oportunidad.

O no. Aun no lo sé. Pero eso parece o así prefiero pensarlo.

Por el momento mi propia experiencia y ejercicio de esta nueva realidad me dice que mis heridas van sanando y que en no mucho podré redimensionar mis reglas, imaginar otra realidad y comenzar a trabajar en eso...

... Y con eso vamos a tratar de volver a la imaginación que es el tema que nos ocupa.

Así directamente y sin pelos en la lengua hago esta pregunta sobre un tema que aun me ocupa mucho como es Venezuela: ¿Cuánta gente que se ha quedado allá realmente está imaginando un país con reglas que todo el mundo sigue con convicción, incluyéndose a sí mismo?

Personalmente  me fui al no ser capaz de ver a esa gente que a lo mejor sí la había. Mea culpa.

¿Miedo mío? Tal vez. O falta de imaginación de mi parte, de seguro.

Vi el montón de dogmas y retórica por un lado que impiden la evolución de las prácticas para hacerlas sostenibles, las hienas de comparsa por el otro medrando en el desorden y haciéndose cada día más peligrosas por lo impune de sus crímenes, y en un tercer eje vi a los vacuos del whisky de siempre tratando de volver a manejar sus parcelas de poder para seguir bebiendo whisky y de un modo u otro haciendo trampa mientras causan más y más daño por complicidad en la acción y en la omisión.

Una inmensa población dividida más o menos adscrita a uno de los tres ejes dependiendo del nivel de miedo y falta de imaginación, o cansancio. Viviendo como un ejército de «Lazarillos de Tormes».

Huí. Pero me quedé pensando.

¿Qué pasaría si nos dejamos de esoterismos y miedos? ¿Qué pasaría si nos decidimos a atravesar a nado el pozo de mierda? ¿Qué terminaría por pasar si, en masa, decidimos imaginar esa vida que realmente queremos?

¿O es que eso es lo que imaginamos? Es decir, que eso que tenemos allá es lo que queremos en lo más profundo de nuestra imaginación.

Me niego a creerlo y llámenme iluso si quieren, pero la realidad es que  ya he hecho (y con ello demostrado suficientemente) eso que usted no ha visto que se puede hacer. Así que llámeme usted iluso si quiere, pero cuando lo haga piense que tal vez el iluso es usted y su ilusión, además, es corta, con el debido respeto.

No es magia ¡coño! ¡ven acá! Es un punto de partida, que de ser debidamente desarrollado va a desembocar en la lavadora que aquella persona imaginó frente al pilón de ropa sucia.
No le digo a usted que siga mi ejemplo en relación ajustada a mi huida. No ¡caray! Eso fue cosa mía. Fue la salida que encontré frente a mi cortedad de imaginación, así, en dos platos. Una solución exitosa en un contexto podría no serlo en otro distinto. Téngalo presente.

Le digo que imagine muy personalmente lo que usted realmente anhela, y póngase a trabajar en ello mostrándoselo de forma inequívoca (y exento de dobles discursos por favor, esto es imprescindible porque en el toma y dame se quita usted fuerza) a su escuetamente íntimo metro cuadrado de influencia. Si su trabajo está bien desarrollado la repercusión será geométrica.

Crear su propia realidad no implica vivir de espaldas a la realidad, porque al fin y al cabo la única realidad que puedo ver (si a ver vamos) es mi propia realidad y eso sabiendo que no es sino una mera interpretación de ella. Pero en realidad con eso me basta.

Por mucho que me empeñe en ver la suya y toda la empatía mediante, no seré capaz de ir más allá que imaginármela. Y sí, ya hemos dicho que es un comienzo pero no nos vayamos por las ramas.

Dejo aquí una serie de preguntas a modo de ejercicio completamente libre de la imaginación. La idea es que ya que necesitamos reglas para todo lo que queremos aprender...

... ¡Ah! ¡Ya va! ¡Me acordé de una anécdota que ilustraría esta idea!: cuando tenía diecisiete años tuve una amiga a la que quise enseñar a jugar ajedrez. Ella se interesó y yo me presté. No hubo  manera. La muchacha no seguía ninguna regla y se empeñaba en mover un peón como la reina que se movía a veces como un caballo y a veces el rey era un alfil y la torre tenía un peón encima que saltaba encima de mi caballo para derribarlo... A cada exabrupto de ella yo le explicaba que eso no se podía hacer y ella me preguntaba que por qué no. Mi respuesta siempre era que esas no eran las reglas del ajedrez... De resultas ella descubrió que el ajedrez era una cosa muy aburrida y llena de reglas absurdas absolutamente carentes de imaginación, y yo descubrí que una cosa es vivir y otra es jugar un juego. O algo así.

Lo que sea.

Las preguntas:

1.- ¿Vive usted como imaginó que viviría, digamos, cuando tenía once años?
2.- ¿Se imaginó usted con pelos y señales cómo viviría llegados digamos, sus cincuenta?
3.- (Si no lo hizo) ¿Se atrevería a hacerlo? Es decir, a imaginarlo.
4.- ¿Pagaría usted el precio de llevar a la realidad lo imaginado?
5.- ¿Así como usted vive está más o menos bien y no se arriesgaría a perder el mínimo de confort que ha alcanzado?

Se me ocurre una más:

6.- ¿Está usted cansado o deprimido?

No más preguntas. Lo que sí haré es un inserto breve para darle una buena noticia con respecto a la última pregunta: si está cansado basta con descansar lo necesario, y estar deprimido es una muestra de opulencia. La gente que está en un real aprieto no puede darse el lujo de deprimirse (a menos que decida rendirse). Lo que significa que si la respuesta a esa pregunta era un doble sí, no está usted tan mal como cabría pensar. Tiene futuro.

Aclaro que las respuestas a esas preguntas no tiene que dárselas a nadie porque este es un ejercicio muy personal que sólo teóricamente servirían para motorizar un cambio en su realidad.

Aunque bueno, ya me podría usted decir que cada nuevo día trae intrínseco un cambio de realidad, y cada minuto también si nos ponemos puntillosos. Y déjese de subterfugios, le diría yo para que no escurra el bulto.

Si quiere hacer el experimento y darse el trabajo que significa encarar un cambio profundo (a su edad) le advierto que todo lo que se sueña no es necesariamente bueno, por lo tanto, sea cuidadoso y sobre todo imagínese algo que usted vea compatible con la idea de lo que sería una ley universal.

Por lo tanto es muy importante, imperativo, evitar las propuestas de orden «negativo», como serían las ideas tribales, racistas, clasistas, y esas cosas porque puede desembocar en una pesadilla distópica como la que vivimos en Venezuela precisamente.

Trate de imaginar un discurso exento de adjetivos, o por lo menos utilice la menor cantidad posible. Tenga así mismo, mucho cuidado con el uso del adverbio.

Recuerde que los gusanitos de las moscas hacen el trabajo imprescindible para que los desechos vuelvan a la tierra y así pueda continuar el ciclo de la vida.

Recuerde que los ácaros de su almohada le libran a usted del peso de todas esas células muertas que de otra manera le matarían.

Recuerde que el sentimiento que genera todas las iniquidades es el miedo precisamente, incluyendo la injusticia  que significa una vida atada a la infelicidad.

Las ataduras derivan de la adicción. Nuestro cerebro tiene la fastidiosa tendencia a enviciarse con cada cosa que ni les cuento, y no faltaba más, se hace dependiente de las sustancias que generan tus glándulas cuando eres infeliz, por dar un ejemplo. Y no estaría tan mal si te diera en medio de la infelicidad por escribir poesía o componer «requiems», pero no suele ser lo más normal y termina uno haciendo boberías como encerrarse en un cuarto a fumar cigarrillos y jugar «candy crush», por ejemplo.

Entonces, de su habilidad para usar su imaginación depende su felicidad. No deje que el miedo se lo quite tan fácilmente. No le tenga tanto miedo al miedo. Uno puede también hacerse adicto a una cierta dosis de temeridad y con eso desarrollar la singular destreza de salir de atolladeros en los que uno mismo se metió de cabeza. Pero sí, eso es harina de otro costal.

Ya me dirá usted con sobrada razón, que el miedo puede ser muy sano en un momento dado pues activa el susodicho «instinto de supervivencia», y sí, claro, y bla, bla...

No me fastidie con esos escrúpulos «ataja gotera», que no le luce. Usted sabe perfectamente de qué hablo y no le vale de nada esconderse ahí, tras esos detalles.

Me recuerda un tío mío que es genial pero usa su genialidad nada más para la retórica. Es muy hábil encontrando la grieta semántica en tu discurso y te desbarata el tinglado entre risas de archienemigo de Batman.

El asunto de fondo no es tocado para nada. Nunca. Sigue ahí. Sin solución.

Trató de decirte tonto, pero el tonto es siempre él.

No la pela.

Entonces sobreviva usted. Asegúrese de salvar la prole también.

No se ponga usted a tiro en la medida de lo posible como dice Lao Tsé.

Sea ese sabio que va a la guerra cuyo cuerpo nunca es hallado por las flechas, que no hay mejor método de supervivencia.

Sí, totalmente de acuerdo.

Pero si su entorno es así de peligroso no le quedará más remedio que hacer algo al respecto para cambiarlo, y es de eso de lo que estoy hablando.

Cambiarlo o cambiarse.

De otra manera nunca hallará reposo.

Pruebe usando la imaginación a ver qué pasa, digo yo.

domingo, 14 de junio de 2015

Según se vea, claro.




«América Latina deberá destruirse a sí misma con sus propios recursos,
con su producto interno. Comenzará entonces la guerra por la mierda
-se emocionaba, dramatizaba, hacía movimientos exagerados-.
Los líderes políticos se darán cuenta del potencial bélico de la mierda y,
más aun, de su bajo coste de producción.»

Liubliana. Pág. 183.
Eduardo Sánchez Rugeles.
Editorial Bruguera. 2012.



Siempre me pareció que para ser surfista había que tener una muy escasa memoria inmediata, «ram», por ponerlo en lenguaje moderno. Inclusive acuñé una especie de «Stand up comedy» con ese tema para ilustrar la idea. No vale la pena traerla a colación ahora porque precisamente estoy tratando de deshacerme de esa sabrosa costumbre de ser irrespetuoso con los demás usando la «mamadera de gallo», es decir, que estoy tratando de aprender a respetar los puntos de vista ajenos para poder pedir que me respeten a mí.

Conociéndome como me conozco, el imponerme una disciplina, una represión, una hipnopedia, con el fin de reprimirme de ninguna manera funciona ni lo hará nunca.

Tengo que profundizar en el tema que me estoy tomando a la ligera (¿Por qué tendría que tomarme todo a pecho, pregunto?) para lograr verlo bajo otra luz y mejorar así mi comprensión.

Fue así que entendí que mamarle gallo a los surfistas me limita la capacidad de fluir, de aprovechar la potencia esa telúrica que tiene todo lo que no conocemos a nuestro favor sin tener que entender los principios físicos ni mucho menos esos fastidiosos análisis vectoriales.

Dejé de bromear con ese tema y aprendí a respetarlos profundamente -sin llegar a envidiarlos tampoco porque ya eso sería llegar al oeste saliendo por el este-, por saber hacer algo que a mí no se me da demasiado bien que digamos.

Saco a colación el tema de los surfistas para explicarles el sistema ese a los religiosos de toda calaña, es decir, los que andan a lomos de dioses, de gurúes, que leen a Coelho, los ultrosos vegetarianos recalcitrantes, los Yin y Yan que son chavistas y opositores (y todos los demás encajonados así, a título general, teniendo en común la mal educada manía del proselitismo) a ver si lo entienden y nos dejan tranquilos a los que por una cosa u otra hemos decidido tender a vivir sin eso.

Y por favor, no me tome usted a mal si es que le he tocado alguna fibra sensible, que no estoy haciendo nada diferente a eso que usted me hace a mí con frecuencia: faltarme el respeto.

Estoy ejerciendo mi más básico derecho de defensa propia al pedir que me dejen tranquilo y que ya, por favor, no me bombardeen más, y a modo de ilustración aquí les dejo una cucharada de su propia medicina.

Dios: ¡Dios mío! ¡Qué peste! No dios propiamente hablando pues no lo conozco y detesto el vilipendio así a ciegas, pero sus partidarios ¡qué locos están y qué irrespetuosos son, por vida de Él!

Existen tantos dioses como tribus encuentren en el mundo, y déjeme decirles algo: hay evidencias irrefutables que determinan que en un momento de la prehistoria el total de la población humana se vio reducida a no más de diez mil especímenes por culpa de los desastres naturales que se dieron en cierta época. Uno de los apoyos de esto es genético, es decir, el estudio de la genética humana que descubrió que las diferencias entre un mongol del centro de Asia no tenga prácticamente diferencia de un caucásico o un aborigen australiano.

Ajá, según eso entonces ese mantra ineficiente que repiten pero no practican, sí, ese que dice que «todos somos hermanos» resulta ser cierto inclusive en un modo científico (Hermanos, sí, pero como diría un contrato en lenguaje leguleyo: «ciertas condiciones aplican»). Entonces la pregunta: ¿Qué te hace pensar que tu dios en mejor que el mío? Eso lo determinó un grupo de enfermos del poder que capitaliza esa idea, por lo tanto, déjame tranquilo.

Una excelente idea, ya se ha dicho, para contener y mantener bajo control una población con marcada tendencia al libertinaje, sí, está bien, pero ¿han visto otra idea que matara más gente en el mundo y que diera tantas ganancias sin tener que trabajar? Yo no.

Los gurúes: ... y sí, hasta puede ser que alguno de vez en cuando (o muchas veces, que también cabe) diga algo interesante y con buena intención, que no lo niego. Ya va que aun diría más: algunos los he leído con asiduidad para llegar a entenderles el discurso. Me gustan los incoherentes que saltan con genialidades irreverentes sobre todo. Admiro a los coherentes pero admito que me aburren un poco, y esto es un handicap mío no de ellos. Sin embargo, aquellos centelleantes que manejan su propio avión y la gente se pelea por darles de comer y así él les gotee de ese secreto (y algún fluido corporal, por qué no) que nada más ellos conocen, qué les voy a decir, que lo que comprendo es que han sabido capitalizar la sed de los incautos por superar el miedo que da «La insoportable levedad del ser» y ponerse barrigones sin necesidad de trabajar para pagar sus propias cervezas. Cómo dije antes: déjeme tranquilo. Siga como va. No trataré de modificar sus inclinaciones, lo prometo, pero déjeme tranquilo ya que puedo verles las costuras a usted, mi querido creyente, y a él, su gurú. Y ya que estamos, las mías propias también, no se crea.

Como Coelho de quien no diré nada porque al fin y al cabo ha logrado copiar una fórmula y repetirla en cada libro vendiendo millones de estos, y ¡se los siguen comprando! Eso merece mi respeto, y en este caso seré yo el que me quede tranquilo. ¿Usted? Usted haga como que no he dicho nada.

Los ultrosos vegetarianos recalcitrantes ¡Madre mía! Deme un segundo para apoyarme en plan defensa mayor aquí porque esta gente es de cuidado: más agresivos que los talibanes y más fastidiosos que los testigos de Jehová.

Abramos un paréntesis aquí para evitar confusiones: la característica humana que más me fastidia es una combinación que aquí en casa llamamos «triple P». Esto es «Pontificadores Proselitistas Pendejos. Y para que sean los más fastidiosos tienen que agrupar las tres características. Con dos, son unas ladillas nada más pero no llegan al tope de lo fastidioso. Con una sola son un pelo necios nada más.

Vamos a ponerlo de esta manera para aclararlo más y así evitar malos entendidos: digamos que tú encontraste a dios y eso te hizo tan feliz que quieres compartirlo para que otros gocen de la epifanía y del nuevo estado de beatitud sacra.

Está bien. No tengo nada en contra, ya que eres perfectamente libre de hacerlo y como se dice por ahí «no me gusta lo que dices pero defiendo tu derecho a decirlo». Sí, adelante, menciónalo. Dale, me parece bien.

Pero coño, no me bombardees. No intentes ganarme para tu culto. No me regañes y amenaces diciendo que papá dios me va a agarrar tirria y ojeriza, que la pava siriaca me va a a caer encima y qué sé yo qué más.

Básicamente no me agredas. No lo hagas por varias razones: primero te pierdo el respeto y ya sabes lo que pasa cuando se le pierde el respeto a alguien. Segundo, si estás tan convencido y tan gozón por qué carrizo te pones irrespetuoso y agresivo. Tercero, a mí se me hace cuesta arriba encontrar placer a través del miedo. Cuarto, ni un centavo de mi bolsillo va a dar, conscientemente, a las arcas de esas gentes.

Cerremos paréntesis y prosigamos.

Como veníamos diciendo: partamos de la verdad de que yo, además de animales, también como vegetales y no es nada ¡me gustan! eso sí, con excepción de la guanábana. Es vergonzoso, lo sé, pero estoy en plan confesión.

A veces como minerales, sobre todo cuando voy a dar con mi humanidad al suelo por culpa de algún inesperado revés que menoscaba mi sentido del equilibrio, pero naturalmente los evito al máximo, así como que me saquen la piedra y los ataques de ídem al riñón. Pero ya, que eso se cae por su propio peso.

Otra vez apelo a su indulgencia, mi querido interlocutor, cuando pregunto que si de verdad un ultroso vegetariano recalcitrante piensa que es superior a mí porque yo soy omnívoro... (Esto me recuerda y me disculpan, a una amiga que tuve hace algunos años no tantos, que era honorablemente una vegetariana en todo lo que ello significa inclusive como punto de honor, faltaría más. Un día me invitó a su casa y en medio de la conversa me comentó que venía de su chequeo médico anual y que la doctora la había encontrado en perfecto estado de salud. Que sí, que le había mandado a tomar unos complementos ahí, pero más nada. Lo dijo señalando una repisa que estaba allí cerca notoriamente atestada de frascos. Miré y lo primero que vi fue tabletas de aceite de pescado y recordé que además el recubrimiento de cada pastilla lo hacen de la gelatina extraída del huesos molidos supongo que con el permiso de krishna. No le dije nada, claro, no soy tan agua fiestas. En cambio serví otra ronda del vinito que compartíamos cambiando el tema hacia el «Suprematismo Alemán», y ella encendió un porro...) No es que yo sea de ninguna manera partidario de los procesos industriales que convierten a un pollo en una masa informe de hormonas y antibióticos que a punta de luz prendida día y noche en condiciones de hacinamiento comen y comen desde que salen del huevo hasta que entran a las cuchillas para ser convertidos en nuggets, comida de más pollos y de astronautas ¡Ah! y de handicaped people que no son más que obesos egoístas que matan sus demonios comiendo grasas saturadas y acaparando los mejores puestos de estacionamiento.

Pero no todo está en blanco y negro porque como ya lo he dicho antes, eso de arrancar de raíz una mata que ni siquiera teóricamente puede huir, para comérsela, no me parece el acto más altruista del mundo... Sí, sí, ya sé que usted no discute argumentos que no le cuadren en su esquema, le felicito, pero aun así piénselo o por lo menos trate: comer una fruta y disponer de la semilla de manera que no retoñe en nueva planta, también es un asesinato que podría catalogar de genocidio. Un poco como hacían los españoles durante la conquista, que no solo mataban y esclavizaban, si no que además echaban sal en los terrenos cultivables del «enemigo» para quitarles la posibilidad de alimentar a los sobrevivientes.

Aparentemente hay evidencias científicas que las plantas también tienen algo que podría ser catalogado de inteligencia y que hasta se comunican entre sí. Por lo tanto, aparentemente sienten cuando usted mastica viva una lechuga con el agravante de que usted está convencido hasta los huesos de que hace lo correcto en su imposibilidad de ver otro punto de vista aunque sea como ejercicio retórico nada más.

Imagínese la lechuga pereciendo entre sus molares dando alaridos telepáticos a sus congéneres para que se pongan a buen resguardo elevando sus taninos para hacerse venenosas pero sin tiempo suficiente para ello ¿se imaginan el terror de las otras lechugas indefensas que yacen en una cajita o bolsa dentro de la nevera? Y usted tan convencido de que hace lo correcto. Por favor.

Tenga presente, y aquí cito uno que podría ser catalogado de gurú, que «todos los puntos de vista juntos, hacen al sabio perfecto».

Así que si de todas maneras, y por la razón que prefiera, decide dejar de comer carne, hágalo. Sí, hágalo. No lo dude ni un segundo y aun diría que cuenta usted con mis parabienes. Pero si quiere que le respeten, deje de actuar como un héroe más pesado que un saco de plomo. Deje tranquilo a los demás. Es decir: respete y cómase su lechuga. Yo también como lechuga ¿ve usted? ¡Qué cosa! No es nada: ¡me gusta la lechuga!

Lo que si no como porque me intoxica es el gluten, que es ¿a ver? ¡vegetal! Es malo para todo el mundo sólo que hay gente que lo tolera y a la larga se muere de otra cosa primero. En fin, lo dicho: déjeme usted tranquilo. Deje usted de actuar como un adolescente, como un idiota, es decir, como un fanático.

Siempre le quedará el «New Age» como a otros les queda París. Entone un cántico que incluya algo sobre el cosmos y alguna llama de un color improbable, apréndase el zodíaco Maya y si puede entrarle a la numerología, mejor. No hay que desestimar el valor terapéutico de lo esotérico. Bueno, qué puedo decir, yo escribo sandeces, total, es gratis.

Vamos a hacer aquí una comparación antipática para que vea hasta dónde llega la cosa: El Yin y Yan del chavismo y la oposición.

Son parte integrantes de un mismo fenómeno, como la noche y el día por ejemplo. No son uno sin el otro. Como el amo y el esclavo, como el maltratador y el maltratado.

A ver, hablando personalmente y habiendo sido despreciado con el horriblemente despectivo apelativo de «Ni-Ni» la pregunta: ¿quién es más fastidioso e incoherente? ¿Un chavista o un opositor? ¿Cuál de los dos es más dañino? ¿El disparatado y caricaturesco poderoso (dentro de su mezquina parcela de poder) destructivo de opereta o el acomodaticio guerrillero de Facebook que pretende sacar a los asquerosos y embrutecidos chavistas con cadenas de oraciones que si no compartes se te caerá la paloma a pedazos en un plazo de tres días a lo más, pero que hace trampas cada vez que puede?

Están todos locos (dialéctica y técnicamente) y no le dejan opción al que no cuadra en un esquema o en el otro más que abandonar. Irse a trabajar a otra parte en la cual el que te maten no sea cuestión de tiempo y el que te roben no sea cuestión de costumbre pues la corrupción ya es multinivel.

Los así auto-denominados revolucionarios son como los religiosos que fundan todo en lo irrevocable de la palabra de dios (el que sea y mientras más cruel y vengativo, mejor) pero basados en la historia, la justicia, y la razón ¿Cómo lidias con eso? Como se lidia con una pared de concreto: se le rodea, se le salta, o se le derriba. Son sordos de toda sordera, irreflexivos, auto-destructivos, contradictorios (nada de eso tiene nada de malo en sí mismo, pero asumen que como ellos tienen «la razón» todos los demás tenemos que ser obligados a vivir como ellos dicen que tú tienes que vivir -pero ellos no-, y eso fastidia por decir lo menos), vengativos, y dogmáticos. Terriblemente dogmáticos. Lo mismo que un religioso aunque se auto proclamen ateos.

La oposición... Ya hablé de ellos y no quiero seguir lloviendo sobre mojado. Me sacan la piedra, por decirlo en caraqueño. Son un despropósito vergonzoso y sobre todo co-responsables de todo lo que ocurre.

Un ejemplo: por ahí salió el insigne «facha» de Umberto Eco a denigrar de las redes sociales que le dan el poder a los idiotas de publicar todas las idioteces que les provoque (me incluyo muy orgullosamente), y de paso sugerir que debería haber un filtro, en dos platos, una comisión de censura.

Una horda de reaccionarios (de ambos bandos) que están en todos lados, salieron a argumentar manidos discursos en contra -no faltaba más-, pero no lograron sino remarcar y dejar claro que desgraciadamente Eco no está tan descaminado por «facha» que suene su comentario. Qué tristeza.

Pero ni al «facha» de Eco ni a sus detractores se les ocurrió sugerir incrementar los programas de educación de formación e información para que la proporción de idiotas en la humanidad disminuyera. No. Eso nunca. Después ¿quién trabaja si ya no quedan idiotas? En fin.

Por allá Savater había logrado algo con su «formación ciudadana» o algo así, pero se lo sacaron del programa nacional para sustituirlo por formación religiosa, católica, en este caso particular ¡Viva!

Caramba, el mundo va como el culo. Y eso tiene sus bemoles, claro.

Cierto, tú y yo somos libres de adoptar la religión que más nos plazca. Es un derecho y así debería ser respetado, pero ¡coño de tu madre! ¿Dónde carajo dice que es una obligación?

Bueno, un comentario al margen: aquí en este estado en el que vivo existe una ley que dice que los ateos no pueden ejercer cargos públicos. Pero los hipócritas y mentirosos sí pueden ya que con decir que no son ateos, ya puedes ir firmando la planilla de empleo y todo lo demás ¡Larga vida a la idiotez por la gracia del altísimo!

El mismo caso con aquel ultroso vegetariano recalcitrante que me condena a las brasas eternas del infierno porque me como una pechuga de gallina digamos, al ajillo, y después de un excelente vinito me dedico un rato al sano esparcimiento que ofrece el bondage para hacer la digestión en santa paz. Me encantan los contra sentidos.

¿Qué? ¿Que tampoco te gusta el sexo no convencional? ¡Ah, no! ¿Puro misionero con la luz apagada? ¡Lo tuyo es serio de verdad! Anda a ver un terapeuta que sea laico preferiblemente. De pana.

Exactamente el mismo caso es el de los religiosos «Triple P», y de los políticos «Yin Yan».

O los adolescentes (muchas veces tardíos) que gustan de escuchar eso que ellos llaman música a todo volumen, a descojona perros, precisamente porque es muy buena, alegre y galante, y gozosa, y actual, y rompedora (de cojones principalmente), y urbana, y, y, y, y... Lo que sea. Está bien, que también fui adolescente, pero bastante palo que me dieron para que dejara de molestar a los demás y eso que nunca le entré a nada comparable al vallenato o al reguetón, para que aprendiera a no molestar. Ya ven que no tiene nada de raro que también tenga mi lado «facha» si es que a mí me los aplicaron minuciosa y concienzudamente, eso sí, desde el lado revolucionario, claro está.

Una pregunta que pareciera no venir al caso: ¿Usted ve las cosas en colores o en blanco y negro? Si no lo ha pensado, este es un buen momento para hacerlo.

Usted, a menos de que sea perro, ve en colores. Pero naturalmente ya puede usted hacer lo que quiera con esa información.

Otra pregunta: ¿por qué decide ver en blanco y negro? Ni siquiera en escala de grises. Porque se le da la regalada gana, espero.

Más preguntas: ¿Está usted consciente de toda la increíble cantidad de colores (dejemos claro que esto de los colores es una metáfora, por si acaso) de los que se está perdiendo en cada segundo de su vida? Conocimiento por adquirir, más que nada. Pero el libre albedrío es una de nuestras más preciadas quimeras, no hay que olvidar.

¿Se da cuenta de que usted comete esa misma fechoría de la que acusa a su oponente? Repetidamente y con plena convicción. Además. Bueno, yo también.

¿Le tiene tanto miedo a lo desconocido que decidió morir en vida? La vida, si tiene algún sentido, filosóficamente hablando, es cosa de cada quién. No de rebaño, que no somos borregos por más que algunos se empeñen en convencerme de que necesito un pastor. Están como unas cabras ustedes. A usar cencerro, digo yo.

¿Sabe usted la cantidad de improbabilidades que tuvieron que ocurrir para que usted naciera? Y particularmente en mi caso, que aun siga vivo. Según se vea esto puede hasta ser milagroso.

¿Qué le hace a usted pensar que yo quiero vivir así? Yo no tengo raíces, soy un ser humano, tengo piernas y las uso entre otras cosas para caminar. Patear camino.

¿Qué le hace a usted pensar que yo quiero tomar partido? ¿Su partido? Déjeme tranquilo, que no estoy interesado aunque a veces simpatice con algunas de sus ideas, ría algunos de sus chistes, y sufra su dolor, que no soy mineral yo.

¿Le he expuesto suficientemente mi punto? Se trata de pedirle a usted, vegetariano religioso político ultroso «Triple P», que haga un resumen de sus diez mandamientos (o cuantos sean) en uno solo:

«No moleste». Que mucho ayuda el que no molesta, no obstruye, no jode, pues.

Esto, según se vea, podría ser imposible, pero si hay gente para todo ¿por qué no pedirlo?


domingo, 25 de enero de 2015

Bla-bla.



-"... Que a mí el ajo se me repite,
que a mí el ajo se me repite,
que a mí el ajo se me repite...”

Dani Rovira.
Club de la Comedia.


¡Ay ay ayyy!

Nada, lo de siempre por estos días: mi cumpleaños.

Lloro y lloro siempre por la misma causa igualito que un niño pendejo.

¡Maestra, mire al sol que dio una vuelta más y me pegó otro año más en el lomo!¡Otro plomo más en el ala!

¡Llorón! Si hasta vergüenza me da quejarme tanto por la misma vaina ¿Y qué de la gente que no matricula para este nuevo período? ¿Y qué de esos jóvenes desesperados por ser mayores para por fin ser tomados en serio? ¿Qué de los que me llevan un cuarto de siglo o más de ventaja? ¡Llorón desvergonzado! ¡Malagradecido!

Bueno, ya está bien, ya expuse el punto.

¿Se han fijado en lo igual que está todo mientras se lo vigila y la rapidez con la que cambia cuando se le deja de mirar?

Como el pasto, como el clima, como los precios de las cosas, como las pastillas de freno del carro.

Para cuando establezco una metodología basada en la observación y el ensayo y error, algo cambia haciéndome fallar y tener que empezar de nuevo. Igualito a cuando uno por fin aprende a hacer los huevos benedictinos y la temperatura ambiental baja dramáticamente.

O los huevos son de pata ¡eh! de pato nunca.

Sí, aquí cerca hay un mercado chino en el que consigo hasta lo que no sé qué es ni con qué se come ¿huevos? de animales que ni idea tenía que eran ovíparos ¡qué desorganizados los huevitos!

Pero mucho la de huevos que hay que tener para hacer “arepa de plátano” con ídem traído del país del día de mañana ¿abstracto? sí, no hay dudas. El otro día le pedí a mi hermano que me enviara los resultados de la lotería de hoy porque ya allá es mañana y me mandó a comprar topochos, que en el idioma de allá no suena a falo en el idioma de acá. Porque a que sí, eso de topocho suena a corto pero gruesito ¡Eeesoo! ¡Jajaja! ¡Disparates!

Si para usted lo anterior no le hizo gracia es debido tal vez a una tara, que si lo oye un electricista pensará en un carrete, si lo hace uno que vende gas pensará en bombona, si lo hace una chica venezolana pensará en algún ortóptero, si lo hace un mensajero estará pensando en una moto pequeña, y si lo hace un psiquiatra pensará en handicap. Y yo como soy moreno y alguna vez sefardita, pienso en un poco de todo junto, pero no revuelto.

Como los huevos benedictinos.

Cincuenta y un años, que se dice fácil. Sí, se dice fácil. Pero en una deliciosa conversación que tuve esta mañana quedó determinado que lo que nos separa de la real adultez no se taxa en años, sino en fondos.

Caray, que la brizna de evolución de la personalidad que aun falta para finalmente ser considerado por nosotros mismos como reales adultos es algo tan obvio tal vez como una inmensa montaña que pisas y no puede ser vista hasta que no te decides a pensar en ella e imaginártela, figurártela.

Primero, un adulto ¿qué mierda es un adulto? ¿un vejete cualquiera de los que se sienta fuera de su casa a coger el fresco mientras descose a lengüetazos a la hija de la vecina, es un adulto? ¿uno que se ofende cada vez que alguien le dice algo que no le gusta oír, es un adulto?

¿Soy yo un adulto? Yo lo que soy es un loco de mediana edad, que sí, que estoy tratando. Pero serlo, no sé.

No soy fácil de ofender pues para mí la ofensa jode más a quien la profiere que al objeto de la misma, sin embargo no es difícil herir mis sentimientos -“¡Ayyy, peluuuche!”, no faltará quien salga a decirme, y es así: peluche llorón a mucha honra... Dame unos meses para que veas ¡no jóo!

Vamos a apegarnos a la máxima de no me acuerdo quién, que dice: “que no esté en manos de otros (quitarte, ponerte, definirte, otorgarte, etcétera, etcétera) lo que tú eres”.

Eso es para mí un adulto, uno que no deja en manos de otros lo que es.

Que mis pertenencias son lo que yo soy, lo que me define.

Que no, que es mi ocupación, mi oficio, mi profesión.

Que la imágen que de mi tienen los demás es lo que me hace ser lo que soy ¡Perro!

¿Este? este lo que es, es tremendo cocinero...” Pues sí, no me joda.

A veces preparo unas porquerías que ni yo me puedo comer, y ¿dejo de ser yo? ¿o cambio en algo? y claro, sí, cuando me comentan que quedó horrible eso que hice me duele un poquito, pero ¡joder, si es cierto!

Los huevos benedictinos climáticos, por ejemplo.

¿Este? Este lo que tiene son escalpelos en vez de cuchillos de cocina”. Y no, a veces mis tomates más que cortados mueren de heridas contusas como si me hubiera decidido a cortarlos a bastonazos.

De ahí, de ser definido, a ser ofendido, la distancia se mide en unidad absoluta: eres adulto, o no lo eres. On-off. A lo cual debes sumarle una circunstancia en especial que resuena de modo aumentativo y ya verás por qué.

Sostengo que: “una verdadera vergüenza no es la que se pasa cuando te abren la puerta del baño mientras cagas, es cuando te abren esa puerta y te encuentran limpiándote el culo”.

Esa es una verdadera pena, sin embargo, un adulto tiene que limpiarse el culo para serlo ¿no? ¿Que te vean haciéndolo hace de verdad alguna diferencia? ¡Sí! ¡Da muchísima vergüenza! Da mucha vergüenza que te vean haciendo algo que haces si eres adulto... ¿Ah?...

Sí, hay cosas que es mejor hacer en privado.

O yendo más lejos: el paseo es para ir a nadar en un pozo helado de rio de montaña. En el grupo van unas muchachas y entre ellas una que te gusta. Es ya de tarde y se acaba el nadar. Ahora hay que cambiarse la ropa helada por unas secas. No te escondes para cambiarte más de la cuenta para no levantar las burlas de los otros más procaces que tú (hay un fino balance ahí, necesario de alcanzar: muy cerca, grosero exhibicionista. Muy lejos, tímido mariquita. Esto es importante pues no es cosa de dejar que se voltée la tortilla sin dar guerra) y ¡zás! cuando recién te quitaste ese frío traje de baños pasa uno de los jodedores como una saeta arrancándote la toalla mientras grita: “¡ese cuuuloo!”. Todas todas voltean a mirarte riendo con el foco puesto en aquello que ya chiquito de por sí, se encuentra especialmente retraído por el frío, y por un segundo ves la expresión de desánimo (sonrisa congelada con las comisuras caídas) en aquella carita que te gustaba tanto...

Lo dicho: una cosa es ofenderse y otra entristecerse. La primera tiene manejo. La segunda se mitiga, se engaveta con la esperanza de que en la siguiente reunión no salga el mismo hijo de puta a recordar el episodio, pero cura, eso de la cura es harina de otro costal...

Sin embargo, a pesar de las limitaciones dadas por la naturaleza en oposición a los cánones impuestos por el mercado tenebroso y limitante que fabrican en sus laboratorios los oscuros intereses que suprematizan características animales de ciertos grupos... ¡Uf! ¡Qué montón de paja!... Uno mal que bien remonta eso y va aprendiendo otras mañas que mal que bien permiten ciertas defensas... En fin..., que uno se va haciendo adulto y lo de los huevos benedictinos se sobrelleva ahí, ahí... Y por si las moscas se le pierde totalmente la pista a aquella chica de la sonrisa triste.

¡Total! Era una víctima del mercado de consumo”...

Y hemos tenido que remontar, además, que nos digan cosas como que “sí, tú te quejas mucho, pero siempre has hecho lo que te ha dado la gana”.

Palabra.

El otro día me lo dijeron en un contexto inesperado y por primera vez en mi medio siglo de existencia me vi forzado a cerrar la boca en una reunión para poder pensar al respecto y ponderar la importancia y alcances de esa frase. Me anularon tal vez sin saberlo, usando un principio del tai-chi: mi propia fuerza. Ni siquiera puedo usar la dudosa excusa de que me lo dijeron en inglés y que en ese idioma me parece pavoso ponerme a pensar. No, me lo dijeron en caraqueño puro y duro llegándome el mensaje alto y claro.

Me agarró completamente descuidado porque quien me lo dijo no es una persona dada a las profundidades filosóficas. No, no me ofendió. Me dolió un poquito porque por haber sido dicho por quien lo dijo (y en el contexto dado) me hizo pensar que había querido decir otra cosa y estuve al borde de perderme en consideraciones en vez de aprovechar el tesoro sanador escondido en la frase. Afortunadamente lo atajé a tiempo y ahí más o menos me sobrepuse.

Lo admito: es cierto que he hecho en la vida mayormente lo que me ha dado la real gana, y de las cosas que he hecho que no han sido porque me ha dado la gana, ha sido porque eran consecuencia de haber hecho lo que hice.

Y las veces que no he hecho eso, ha sido las veces que no he sido feliz.

No he sido feliz -¡Oído al parche!- las veces que he hecho lo que se supone que debería hacer. Es decir, que el que dice que tomar las decisiones correctas es algún tipo de secreto de la felicidad no está echando el cuento completo y hasta tendencioso podría ser por aquello de la relatividad de las cosas. Sí, precisamente: correctas según el punto de vista de quién. Ahí está la sal que siempre le echo de más a mis huevos benedictinos.

¡Coño! ¡soy como un jodido gato! Un gato del cipote de esos que hacen lo que les da la gana y alguien viene a recoger la mierda... Un gato ¡válgame Pachamama!

¿Serán celíacos los gatos? ¡Pss! No me haga usted caso, le ruego, que pierdo el hilo.

Me ponía a llorar cada enero porque ahí venía de nuevo el recordatorio de que no hice la tarea, en vez de hacerla. Y no la hago porque no me da la gana, y no me da la gana porque pensaba que esa tarea era algo que me imponía otro (como la obligación de tener el pipí grandote y al mismo tiempo avergonzarme por tenerlo chiquito) y no me da la gana de ser evaluado por los demás, y otra vez me agarraba el siguiente recordatorio y yo me ponía a llorar un mes entero: desde el día de los Santos inocentes hasta mi cumpleaños. Año trás año.

Un lío, como el que se hace al poner los huevos en la salsa antes de que esta esté suficientemente caliente.

Una repetición como la del ajo, que te corta hasta las ganas de besar a la que ya te aprobó con pipí chiquito y todo, y que era tan fácil de evitar si en un principio no se usaba tanto ajo (hacer la tarea) o de vivir con ello y dar los besos que a lo mejor y hasta con ajo son buenos (mandar a los evaluadores (el ruido interno) a la mierda)...

Bueno, también están los traumas de la edad adulta primera que es más bien de adolescente segunda, pero no nos enredemos, no le echemos más leña a la candela.

A veces besar una ensalada no es precisamente erótico. Lo sé. Por aquello de los pecados de la carne. Supongo. Pero todo cambia súbitamente cuando deja de mirársele un rato.

Y dirán, digo, “¿qué pito toca el erotismo cuando se está tan viejo".

!Ah! ¡Ígnaro que sueltas esas boludeces con tanta saña y hasta donaire! ¡Así se te hagan eternas las cagadas y siempre encuentres quien te abra la puerta del baño mientras practicas a ser adulto!

A mi tierna edad casi adulta (es un asunto de fondos no más) es lo más importante de la vida. Es la vida misma. Es, en resumidas cuentas, lo único que importa.

Di, si quieres, que claro, que nada es más importante que los frenos cuando estás a punto de desbarrancarte, siendo así el más cruel de los malditos que como chacumbele te jodes a ti mismo a menos que mueras jóven. Ya veremos.

Yo te digo que estoy fuera de tu alcance, así mismo como de tantos otros. Pero cierto, no de todos. Y no lo estoy por un detalle muy obvio, tanto como la montaña enorme que no podemos ver porque caminamos sobre ella.

El verlo finalmente, lejos de hacerme llorar, me ha quitado un peso de encima. Puedo decir que hemos encontrado la solución, la puerta que da a la adultez y el lugar en el cual se encuentra la llave que la abre.

Entonces, ya que la llave es un tema de fondos, nos hemos decidido de ahora en adelante a ahorrar cada penique posible para aceitar un poco más las rolineras del carro de la adultez, alcanzarla, abrir la puerta, y pasar a ver qué hay del otro lado.

Hacer la tarea, pero ¡Porque me da la gana! ¡Carajo!

¿Después? Ya veremos.