-"...
Que a mí el ajo se me repite,
que a mí
el ajo se me repite,
que a mí
el ajo se me repite...”
Dani
Rovira.
Club
de la Comedia.
¡Ay ay ayyy!
Nada, lo de siempre por estos días: mi
cumpleaños.
Lloro y lloro siempre por la misma causa igualito
que un niño pendejo.
¡Maestra, mire al sol que dio una vuelta más y
me pegó otro año más en el lomo!¡Otro plomo más en el ala!
¡Llorón! Si hasta vergüenza me da quejarme
tanto por la misma vaina ¿Y qué de la gente que no matricula para
este nuevo período? ¿Y qué de esos jóvenes desesperados por ser
mayores para por fin ser tomados en serio? ¿Qué de los que me
llevan un cuarto de siglo o más de ventaja? ¡Llorón desvergonzado!
¡Malagradecido!
Bueno, ya está bien, ya expuse el punto.
¿Se han fijado en lo igual que está todo
mientras se lo vigila y la rapidez con la que cambia cuando se le
deja de mirar?
Como el pasto, como el clima, como los precios de
las cosas, como las pastillas de freno del carro.
Para cuando establezco una metodología basada en
la observación y el ensayo y error, algo cambia haciéndome fallar y
tener que empezar de nuevo. Igualito a cuando uno por fin aprende a
hacer los huevos benedictinos y la temperatura ambiental baja
dramáticamente.
O los huevos son de pata ¡eh! de pato nunca.
Sí, aquí cerca hay un mercado chino en el que
consigo hasta lo que no sé qué es ni con qué se come ¿huevos? de
animales que ni idea tenía que eran ovíparos ¡qué desorganizados
los huevitos!
Pero mucho la de huevos que hay que tener para
hacer “arepa de plátano” con ídem traído del país del día de
mañana ¿abstracto? sí, no hay dudas. El otro día le pedí a mi
hermano que me enviara los resultados de la lotería de hoy porque ya
allá es mañana y me mandó a comprar topochos, que en el idioma de
allá no suena a falo en el idioma de acá. Porque a que sí, eso de
topocho suena a corto pero gruesito ¡Eeesoo! ¡Jajaja! ¡Disparates!
Si para usted lo anterior no le hizo gracia es
debido tal vez a una tara, que si lo oye un electricista pensará en
un carrete, si lo hace uno que vende gas pensará en bombona, si lo
hace una chica venezolana pensará en algún ortóptero, si lo hace
un mensajero estará pensando en una moto pequeña, y si lo hace un
psiquiatra pensará en handicap. Y yo como soy moreno y alguna vez
sefardita, pienso en un poco de todo junto, pero no revuelto.
Como los huevos benedictinos.
Cincuenta y un años, que se dice fácil. Sí, se
dice fácil. Pero en una deliciosa conversación que tuve esta mañana
quedó determinado que lo que nos separa de la real adultez no se
taxa en años, sino en fondos.
Caray, que la brizna de evolución de la
personalidad que aun falta para finalmente ser considerado por
nosotros mismos como reales adultos es algo tan obvio tal vez como
una inmensa montaña que pisas y no puede ser vista hasta que no te
decides a pensar en ella e imaginártela, figurártela.
Primero, un adulto ¿qué mierda es un adulto?
¿un vejete cualquiera de los que se sienta fuera de su casa a coger
el fresco mientras descose a lengüetazos a la hija de la vecina, es
un adulto? ¿uno que se ofende cada vez que alguien le dice algo que
no le gusta oír, es un adulto?
¿Soy yo un adulto? Yo lo que soy es un loco de
mediana edad, que sí, que estoy tratando. Pero serlo, no sé.
No soy fácil de ofender pues para mí la ofensa
jode más a quien la profiere que al objeto de la misma, sin embargo
no es difícil herir mis sentimientos -“¡Ayyy, peluuuche!”, no
faltará quien salga a decirme, y es así: peluche llorón a mucha
honra... Dame unos meses para que veas ¡no jóo!
Vamos a apegarnos a la máxima de no me acuerdo
quién, que dice: “que no esté en manos de otros (quitarte,
ponerte, definirte, otorgarte, etcétera, etcétera) lo que tú
eres”.
Eso es para mí un adulto, uno que no deja en
manos de otros lo que es.
Que mis pertenencias son lo que yo soy, lo que me
define.
Que no, que es mi ocupación, mi oficio, mi
profesión.
Que la imágen que de mi tienen los demás es lo
que me hace ser lo que soy ¡Perro!
“¿Este? este lo que es, es tremendo
cocinero...” Pues sí, no me joda.
A veces preparo unas porquerías que ni yo me
puedo comer, y ¿dejo de ser yo? ¿o cambio en algo? y claro, sí,
cuando me comentan que quedó horrible eso que hice me duele un
poquito, pero ¡joder, si es cierto!
Los huevos benedictinos climáticos, por ejemplo.
“¿Este? Este lo que tiene son escalpelos en
vez de cuchillos de cocina”. Y no, a veces mis tomates más que
cortados mueren de heridas contusas como si me hubiera decidido a
cortarlos a bastonazos.
De ahí, de ser definido, a ser ofendido, la
distancia se mide en unidad absoluta: eres adulto, o no lo eres.
On-off. A lo cual debes sumarle una circunstancia en especial que
resuena de modo aumentativo y ya verás por qué.
Sostengo que: “una verdadera vergüenza no es
la que se pasa cuando te abren la puerta del baño mientras cagas, es
cuando te abren esa puerta y te encuentran limpiándote el culo”.
Esa es una verdadera pena, sin embargo, un adulto
tiene que limpiarse el culo para serlo ¿no? ¿Que te vean haciéndolo
hace de verdad alguna diferencia? ¡Sí! ¡Da muchísima vergüenza!
Da mucha vergüenza que te vean haciendo algo que haces si eres
adulto... ¿Ah?...
Sí, hay cosas que es mejor hacer en privado.
O yendo más lejos: el paseo es para ir a nadar
en un pozo helado de rio de montaña. En el grupo van unas muchachas
y entre ellas una que te gusta. Es ya de tarde y se acaba el nadar.
Ahora hay que cambiarse la ropa helada por unas secas. No te escondes
para cambiarte más de la cuenta para no levantar las burlas de los
otros más procaces que tú (hay un fino balance ahí, necesario de
alcanzar: muy cerca, grosero exhibicionista. Muy lejos, tímido
mariquita. Esto es importante pues no es cosa de dejar que se voltée
la tortilla sin dar guerra) y ¡zás! cuando recién te quitaste ese
frío traje de baños pasa uno de los jodedores como una saeta
arrancándote la toalla mientras grita: “¡ese cuuuloo!”. Todas
todas voltean a mirarte riendo con el foco puesto en aquello que ya
chiquito de por sí, se encuentra especialmente retraído por el
frío, y por un segundo ves la expresión de desánimo (sonrisa
congelada con las comisuras caídas) en aquella carita que te gustaba
tanto...
Lo dicho: una cosa es ofenderse y otra
entristecerse. La primera tiene manejo. La segunda se mitiga, se
engaveta con la esperanza de que en la siguiente reunión no salga el
mismo hijo de puta a recordar el episodio, pero cura, eso de la cura
es harina de otro costal...
Sin embargo, a pesar de las limitaciones dadas
por la naturaleza en oposición a los cánones impuestos por el
mercado tenebroso y limitante que fabrican en sus laboratorios los
oscuros intereses que suprematizan características animales de
ciertos grupos... ¡Uf! ¡Qué montón de paja!... Uno mal que bien
remonta eso y va aprendiendo otras mañas que mal que bien permiten
ciertas defensas... En fin..., que uno se va haciendo adulto y lo de
los huevos benedictinos se sobrelleva ahí, ahí... Y por si las
moscas se le pierde totalmente la pista a aquella chica de la sonrisa
triste.
“¡Total! Era una víctima del mercado de
consumo”...
Y hemos tenido que remontar, además, que nos
digan cosas como que “sí, tú te quejas mucho, pero siempre has
hecho lo que te ha dado la gana”.
Palabra.
El otro día me lo dijeron en un contexto
inesperado y por primera vez en mi medio siglo de existencia me vi
forzado a cerrar la boca en una reunión para poder pensar al
respecto y ponderar la importancia y alcances de esa frase. Me
anularon tal vez sin saberlo, usando un principio del tai-chi: mi
propia fuerza. Ni siquiera puedo usar la dudosa excusa de que me lo
dijeron en inglés y que en ese idioma me parece pavoso ponerme a
pensar. No, me lo dijeron en caraqueño puro y duro llegándome el
mensaje alto y claro.
Me agarró completamente descuidado porque quien
me lo dijo no es una persona dada a las profundidades filosóficas.
No, no me ofendió. Me dolió un poquito porque por haber sido dicho
por quien lo dijo (y en el contexto dado) me hizo pensar que había
querido decir otra cosa y estuve al borde de perderme en
consideraciones en vez de aprovechar el tesoro sanador escondido en
la frase. Afortunadamente lo atajé a tiempo y ahí más o menos me
sobrepuse.
Lo admito: es cierto que he hecho en la vida
mayormente lo que me ha dado la real gana, y de las cosas que he
hecho que no han sido porque me ha dado la gana, ha sido porque eran
consecuencia de haber hecho lo que hice.
Y las veces que no he hecho eso, ha sido las
veces que no he sido feliz.
No he sido feliz -¡Oído al parche!- las veces
que he hecho lo que se supone que debería hacer. Es decir, que el
que dice que tomar las decisiones correctas es algún tipo de secreto
de la felicidad no está echando el cuento completo y hasta
tendencioso podría ser por aquello de la relatividad de las cosas.
Sí, precisamente: correctas según el punto de vista de quién. Ahí
está la sal que siempre le echo de más a mis huevos benedictinos.
¡Coño! ¡soy como un jodido gato! Un gato del
cipote de esos que hacen lo que les da la gana y alguien viene a
recoger la mierda... Un gato ¡válgame Pachamama!
¿Serán celíacos los gatos? ¡Pss! No me haga
usted caso, le ruego, que pierdo el hilo.
Me ponía a llorar cada enero porque ahí venía
de nuevo el recordatorio de que no hice la tarea, en vez de hacerla.
Y no la hago porque no me da la gana, y no me da la gana porque
pensaba que esa tarea era algo que me imponía otro (como la
obligación de tener el pipí grandote y al mismo tiempo avergonzarme
por tenerlo chiquito) y no me da la gana de ser evaluado por los
demás, y otra vez me agarraba el siguiente recordatorio y yo me
ponía a llorar un mes entero: desde el día de los Santos inocentes
hasta mi cumpleaños. Año trás año.
Un lío, como el que se hace al poner los huevos
en la salsa antes de que esta esté suficientemente caliente.
Una repetición como la del ajo, que te corta
hasta las ganas de besar a la que ya te aprobó con pipí chiquito y
todo, y que era tan fácil de evitar si en un principio no se usaba
tanto ajo (hacer la tarea) o de vivir con ello y dar los besos que a
lo mejor y hasta con ajo son buenos (mandar a los evaluadores (el
ruido interno) a la mierda)...
Bueno, también están los traumas de la edad
adulta primera que es más bien de adolescente segunda, pero no nos
enredemos, no le echemos más leña a la candela.
A veces besar una ensalada no es precisamente
erótico. Lo sé. Por aquello de los pecados de la carne. Supongo.
Pero todo cambia súbitamente cuando deja de mirársele un rato.
Y dirán, digo, “¿qué pito toca el erotismo
cuando se está tan viejo".
!Ah! ¡Ígnaro que sueltas esas boludeces con
tanta saña y hasta donaire! ¡Así se te hagan eternas las cagadas y
siempre encuentres quien te abra la puerta del baño mientras
practicas a ser adulto!
A mi tierna edad casi adulta (es un asunto de
fondos no más) es lo más importante de la vida. Es la vida misma.
Es, en resumidas cuentas, lo único que importa.
Di, si quieres, que claro, que nada es más
importante que los frenos cuando estás a punto de desbarrancarte,
siendo así el más cruel de los malditos que como chacumbele te
jodes a ti mismo a menos que mueras jóven. Ya veremos.
Yo te digo que estoy fuera de tu alcance, así
mismo como de tantos otros. Pero cierto, no de todos. Y no lo estoy
por un detalle muy obvio, tanto como la montaña enorme que no
podemos ver porque caminamos sobre ella.
El verlo finalmente, lejos de hacerme llorar, me
ha quitado un peso de encima. Puedo decir que hemos encontrado la
solución, la puerta que da a la adultez y el lugar en el cual se
encuentra la llave que la abre.
Entonces, ya que la llave es un tema de fondos,
nos hemos decidido de ahora en adelante a ahorrar cada penique
posible para aceitar un poco más las rolineras del carro de la
adultez, alcanzarla, abrir la puerta, y pasar a ver qué hay del otro
lado.
Hacer la tarea, pero ¡Porque me da la gana!
¡Carajo!
¿Después? Ya veremos.