domingo, 25 de enero de 2015

Bla-bla.



-"... Que a mí el ajo se me repite,
que a mí el ajo se me repite,
que a mí el ajo se me repite...”

Dani Rovira.
Club de la Comedia.


¡Ay ay ayyy!

Nada, lo de siempre por estos días: mi cumpleaños.

Lloro y lloro siempre por la misma causa igualito que un niño pendejo.

¡Maestra, mire al sol que dio una vuelta más y me pegó otro año más en el lomo!¡Otro plomo más en el ala!

¡Llorón! Si hasta vergüenza me da quejarme tanto por la misma vaina ¿Y qué de la gente que no matricula para este nuevo período? ¿Y qué de esos jóvenes desesperados por ser mayores para por fin ser tomados en serio? ¿Qué de los que me llevan un cuarto de siglo o más de ventaja? ¡Llorón desvergonzado! ¡Malagradecido!

Bueno, ya está bien, ya expuse el punto.

¿Se han fijado en lo igual que está todo mientras se lo vigila y la rapidez con la que cambia cuando se le deja de mirar?

Como el pasto, como el clima, como los precios de las cosas, como las pastillas de freno del carro.

Para cuando establezco una metodología basada en la observación y el ensayo y error, algo cambia haciéndome fallar y tener que empezar de nuevo. Igualito a cuando uno por fin aprende a hacer los huevos benedictinos y la temperatura ambiental baja dramáticamente.

O los huevos son de pata ¡eh! de pato nunca.

Sí, aquí cerca hay un mercado chino en el que consigo hasta lo que no sé qué es ni con qué se come ¿huevos? de animales que ni idea tenía que eran ovíparos ¡qué desorganizados los huevitos!

Pero mucho la de huevos que hay que tener para hacer “arepa de plátano” con ídem traído del país del día de mañana ¿abstracto? sí, no hay dudas. El otro día le pedí a mi hermano que me enviara los resultados de la lotería de hoy porque ya allá es mañana y me mandó a comprar topochos, que en el idioma de allá no suena a falo en el idioma de acá. Porque a que sí, eso de topocho suena a corto pero gruesito ¡Eeesoo! ¡Jajaja! ¡Disparates!

Si para usted lo anterior no le hizo gracia es debido tal vez a una tara, que si lo oye un electricista pensará en un carrete, si lo hace uno que vende gas pensará en bombona, si lo hace una chica venezolana pensará en algún ortóptero, si lo hace un mensajero estará pensando en una moto pequeña, y si lo hace un psiquiatra pensará en handicap. Y yo como soy moreno y alguna vez sefardita, pienso en un poco de todo junto, pero no revuelto.

Como los huevos benedictinos.

Cincuenta y un años, que se dice fácil. Sí, se dice fácil. Pero en una deliciosa conversación que tuve esta mañana quedó determinado que lo que nos separa de la real adultez no se taxa en años, sino en fondos.

Caray, que la brizna de evolución de la personalidad que aun falta para finalmente ser considerado por nosotros mismos como reales adultos es algo tan obvio tal vez como una inmensa montaña que pisas y no puede ser vista hasta que no te decides a pensar en ella e imaginártela, figurártela.

Primero, un adulto ¿qué mierda es un adulto? ¿un vejete cualquiera de los que se sienta fuera de su casa a coger el fresco mientras descose a lengüetazos a la hija de la vecina, es un adulto? ¿uno que se ofende cada vez que alguien le dice algo que no le gusta oír, es un adulto?

¿Soy yo un adulto? Yo lo que soy es un loco de mediana edad, que sí, que estoy tratando. Pero serlo, no sé.

No soy fácil de ofender pues para mí la ofensa jode más a quien la profiere que al objeto de la misma, sin embargo no es difícil herir mis sentimientos -“¡Ayyy, peluuuche!”, no faltará quien salga a decirme, y es así: peluche llorón a mucha honra... Dame unos meses para que veas ¡no jóo!

Vamos a apegarnos a la máxima de no me acuerdo quién, que dice: “que no esté en manos de otros (quitarte, ponerte, definirte, otorgarte, etcétera, etcétera) lo que tú eres”.

Eso es para mí un adulto, uno que no deja en manos de otros lo que es.

Que mis pertenencias son lo que yo soy, lo que me define.

Que no, que es mi ocupación, mi oficio, mi profesión.

Que la imágen que de mi tienen los demás es lo que me hace ser lo que soy ¡Perro!

¿Este? este lo que es, es tremendo cocinero...” Pues sí, no me joda.

A veces preparo unas porquerías que ni yo me puedo comer, y ¿dejo de ser yo? ¿o cambio en algo? y claro, sí, cuando me comentan que quedó horrible eso que hice me duele un poquito, pero ¡joder, si es cierto!

Los huevos benedictinos climáticos, por ejemplo.

¿Este? Este lo que tiene son escalpelos en vez de cuchillos de cocina”. Y no, a veces mis tomates más que cortados mueren de heridas contusas como si me hubiera decidido a cortarlos a bastonazos.

De ahí, de ser definido, a ser ofendido, la distancia se mide en unidad absoluta: eres adulto, o no lo eres. On-off. A lo cual debes sumarle una circunstancia en especial que resuena de modo aumentativo y ya verás por qué.

Sostengo que: “una verdadera vergüenza no es la que se pasa cuando te abren la puerta del baño mientras cagas, es cuando te abren esa puerta y te encuentran limpiándote el culo”.

Esa es una verdadera pena, sin embargo, un adulto tiene que limpiarse el culo para serlo ¿no? ¿Que te vean haciéndolo hace de verdad alguna diferencia? ¡Sí! ¡Da muchísima vergüenza! Da mucha vergüenza que te vean haciendo algo que haces si eres adulto... ¿Ah?...

Sí, hay cosas que es mejor hacer en privado.

O yendo más lejos: el paseo es para ir a nadar en un pozo helado de rio de montaña. En el grupo van unas muchachas y entre ellas una que te gusta. Es ya de tarde y se acaba el nadar. Ahora hay que cambiarse la ropa helada por unas secas. No te escondes para cambiarte más de la cuenta para no levantar las burlas de los otros más procaces que tú (hay un fino balance ahí, necesario de alcanzar: muy cerca, grosero exhibicionista. Muy lejos, tímido mariquita. Esto es importante pues no es cosa de dejar que se voltée la tortilla sin dar guerra) y ¡zás! cuando recién te quitaste ese frío traje de baños pasa uno de los jodedores como una saeta arrancándote la toalla mientras grita: “¡ese cuuuloo!”. Todas todas voltean a mirarte riendo con el foco puesto en aquello que ya chiquito de por sí, se encuentra especialmente retraído por el frío, y por un segundo ves la expresión de desánimo (sonrisa congelada con las comisuras caídas) en aquella carita que te gustaba tanto...

Lo dicho: una cosa es ofenderse y otra entristecerse. La primera tiene manejo. La segunda se mitiga, se engaveta con la esperanza de que en la siguiente reunión no salga el mismo hijo de puta a recordar el episodio, pero cura, eso de la cura es harina de otro costal...

Sin embargo, a pesar de las limitaciones dadas por la naturaleza en oposición a los cánones impuestos por el mercado tenebroso y limitante que fabrican en sus laboratorios los oscuros intereses que suprematizan características animales de ciertos grupos... ¡Uf! ¡Qué montón de paja!... Uno mal que bien remonta eso y va aprendiendo otras mañas que mal que bien permiten ciertas defensas... En fin..., que uno se va haciendo adulto y lo de los huevos benedictinos se sobrelleva ahí, ahí... Y por si las moscas se le pierde totalmente la pista a aquella chica de la sonrisa triste.

¡Total! Era una víctima del mercado de consumo”...

Y hemos tenido que remontar, además, que nos digan cosas como que “sí, tú te quejas mucho, pero siempre has hecho lo que te ha dado la gana”.

Palabra.

El otro día me lo dijeron en un contexto inesperado y por primera vez en mi medio siglo de existencia me vi forzado a cerrar la boca en una reunión para poder pensar al respecto y ponderar la importancia y alcances de esa frase. Me anularon tal vez sin saberlo, usando un principio del tai-chi: mi propia fuerza. Ni siquiera puedo usar la dudosa excusa de que me lo dijeron en inglés y que en ese idioma me parece pavoso ponerme a pensar. No, me lo dijeron en caraqueño puro y duro llegándome el mensaje alto y claro.

Me agarró completamente descuidado porque quien me lo dijo no es una persona dada a las profundidades filosóficas. No, no me ofendió. Me dolió un poquito porque por haber sido dicho por quien lo dijo (y en el contexto dado) me hizo pensar que había querido decir otra cosa y estuve al borde de perderme en consideraciones en vez de aprovechar el tesoro sanador escondido en la frase. Afortunadamente lo atajé a tiempo y ahí más o menos me sobrepuse.

Lo admito: es cierto que he hecho en la vida mayormente lo que me ha dado la real gana, y de las cosas que he hecho que no han sido porque me ha dado la gana, ha sido porque eran consecuencia de haber hecho lo que hice.

Y las veces que no he hecho eso, ha sido las veces que no he sido feliz.

No he sido feliz -¡Oído al parche!- las veces que he hecho lo que se supone que debería hacer. Es decir, que el que dice que tomar las decisiones correctas es algún tipo de secreto de la felicidad no está echando el cuento completo y hasta tendencioso podría ser por aquello de la relatividad de las cosas. Sí, precisamente: correctas según el punto de vista de quién. Ahí está la sal que siempre le echo de más a mis huevos benedictinos.

¡Coño! ¡soy como un jodido gato! Un gato del cipote de esos que hacen lo que les da la gana y alguien viene a recoger la mierda... Un gato ¡válgame Pachamama!

¿Serán celíacos los gatos? ¡Pss! No me haga usted caso, le ruego, que pierdo el hilo.

Me ponía a llorar cada enero porque ahí venía de nuevo el recordatorio de que no hice la tarea, en vez de hacerla. Y no la hago porque no me da la gana, y no me da la gana porque pensaba que esa tarea era algo que me imponía otro (como la obligación de tener el pipí grandote y al mismo tiempo avergonzarme por tenerlo chiquito) y no me da la gana de ser evaluado por los demás, y otra vez me agarraba el siguiente recordatorio y yo me ponía a llorar un mes entero: desde el día de los Santos inocentes hasta mi cumpleaños. Año trás año.

Un lío, como el que se hace al poner los huevos en la salsa antes de que esta esté suficientemente caliente.

Una repetición como la del ajo, que te corta hasta las ganas de besar a la que ya te aprobó con pipí chiquito y todo, y que era tan fácil de evitar si en un principio no se usaba tanto ajo (hacer la tarea) o de vivir con ello y dar los besos que a lo mejor y hasta con ajo son buenos (mandar a los evaluadores (el ruido interno) a la mierda)...

Bueno, también están los traumas de la edad adulta primera que es más bien de adolescente segunda, pero no nos enredemos, no le echemos más leña a la candela.

A veces besar una ensalada no es precisamente erótico. Lo sé. Por aquello de los pecados de la carne. Supongo. Pero todo cambia súbitamente cuando deja de mirársele un rato.

Y dirán, digo, “¿qué pito toca el erotismo cuando se está tan viejo".

!Ah! ¡Ígnaro que sueltas esas boludeces con tanta saña y hasta donaire! ¡Así se te hagan eternas las cagadas y siempre encuentres quien te abra la puerta del baño mientras practicas a ser adulto!

A mi tierna edad casi adulta (es un asunto de fondos no más) es lo más importante de la vida. Es la vida misma. Es, en resumidas cuentas, lo único que importa.

Di, si quieres, que claro, que nada es más importante que los frenos cuando estás a punto de desbarrancarte, siendo así el más cruel de los malditos que como chacumbele te jodes a ti mismo a menos que mueras jóven. Ya veremos.

Yo te digo que estoy fuera de tu alcance, así mismo como de tantos otros. Pero cierto, no de todos. Y no lo estoy por un detalle muy obvio, tanto como la montaña enorme que no podemos ver porque caminamos sobre ella.

El verlo finalmente, lejos de hacerme llorar, me ha quitado un peso de encima. Puedo decir que hemos encontrado la solución, la puerta que da a la adultez y el lugar en el cual se encuentra la llave que la abre.

Entonces, ya que la llave es un tema de fondos, nos hemos decidido de ahora en adelante a ahorrar cada penique posible para aceitar un poco más las rolineras del carro de la adultez, alcanzarla, abrir la puerta, y pasar a ver qué hay del otro lado.

Hacer la tarea, pero ¡Porque me da la gana! ¡Carajo!

¿Después? Ya veremos.











domingo, 11 de enero de 2015

Fanatismo.




Fanático: (del Lat. Fanaticus) adj, y s. Que defiende con tenacidad y apasionamiento opiniones religiosas. || Preocupado o entusiasmado ciegamente por una cosa.
Fanatismo: m. Tenaz preocupación del fanático. || Entusiasmo excesivo por una idea o cosa.

Diccionario Hispánico Universal.
W. M. Jackson, Inc., Editores
Vigésima Tercera Edición: 1979

Me cuesta creer, y sólo lo hago porque lo veo, que ya decididamente entrados en el siglo veintiuno, (no me tome las palabras a la ligera) una significativa parte de la humanidad siga hundida en el fanatismo.

Los hay de todos tipos, desde el más directamente relacionado con la definición de mi diccionario, hasta los matices más utilitarios y extrañamente ligados a intereses que siguen siendo los mismos de siempre que a fuerza de estar ahí ya nadie los ve.

Vamos a intentar con la vieja premisa policíaca de buscar a quién aprovecha el crimen, porque a mí no me cabe duda que la creación y mantenimiento de grupos fanáticos sea decididamente criminal, sobre todo porque llevan su principal atributo como lo es la negación de la otredad hasta el asesinato.

O más complicado aun, lo que vendría a ser el aprovechamiento de ese atributo para provocar confusión logrando repercusiones inversas a ser cosechadas en un futuro más bien histórico.

Personalmente no puedo renegar completamente de algo puesto que no estoy seguro de nada, lo cual me llevaría a matar sólo en circunstancias muy específicas.

Mataría por accidente, por equivocación,o por supervivencia. Y si depuro esta lista seguramente la podría reducir mucho más. Otras razones que se me ocurren, y no pongo aquí, se me hacen mezquinas todas.

Matar una vaca o una mata de lechugas para comer y sobrevivir no lo veo del todo mal por aquello de que lo hacemos para permanecer vivos y darle continuidad nuestra especie que de un modo u otro se ha elevado hasta la cúspide de la pirámide alimenticia. Si está bien o está mal, a mi no me sale decirlo ya que no se me da el maniqueísmo muy bien. No comerse una vaca o una mata de lechuga por no matarlas lo hace a usted asesino de todas maneras porque se estará matando a sí mismo. Negarlo es simple hipocresía al final. A veces matar es cosa de tomar una decisión u otra.

Matar por accidente es muy difícil de separar de matar por irresponsabilidades cometidas, lo cual nos deja a la altura de los niños. No me joda, los niños pueden ser terriblemente crueles e irresponsables y hasta tiene, ese comportamiento, razones biológicas para la preservación de los genes del más apto. Selvático, pues. Sin hablar del desconocimiento de las consecuencias de sus acciones, precisamente por su completa ignorancia.

Ponerse a jugar, por decirlo de algún modo, con cosas peligrosas puede desembocar en accidentes fatales, y de eso sabemos bastante.

Matar por equivocación tiene un rango casi infinito pues depende de variables extremadamente manipulables como pueden ser la información y la interpretación de esta.

Si tu agarras una persona en esa etapa de consolidación de su personalidad y le haces ver que es buena y que la culpa de todos los males lo tiene aquel tipo raro de allá que es malo, no le será difícil ir a una guerra para acabar con el despreciable enemigo culpable de todas las pestes. Y matar tal vez por equivocación, estando plenamente convencido de que estaba en lo cierto. Es explotar lo tribal que básicamente sigue siendo la gente por lo fácil que es ver la vida en una forma maniquea. Es simple.

Creo que para eso se inventó el maniqueísmo.

No pierdan de vista la frase anterior ¿Cuántas veces han oído lo siguiente: «tienes que tomar partido»?

Pero hay gente que va más allá y mata por venganza. Gente sin derecho a ser llamados así, que cocinan un resentimiento, planean, y le dan vueltas a una idea, para después en su momento matar a sangre fría para lavar una afrenta. Hay hasta quien sostiene que es un derecho matar por esa razón ¡Eh, que en muchos países matar por honor es un atenuante penal! No tiene sentido. Para mí, si alguien me hizo demasiado mal en un momento dado lo dejo tranquilo que viva, pues mientras más viva, mayor posibilidad hay de que consiga él solito su propio sufrimiento. Digo yo, y no me embarro las manos. Más bien uso esa energía para reconstruir lo que el otro me rompió, o para irme de ahí por lo menos.

Ya a niveles chiflados de toda chifladura están los que matan por una creencia ¡Medieval! Matar por orden de otro que esgrime para ello razones inciertas. Hala el gatillo primero y después ves si preguntas o mejor no, es el entrenamiento y la orden. Nada. Hay que ser ignorante impenitente y redomado para matar por nada. Pasto para los gusanos. Es decir, por algo que tiene tantos visos de ser falso que mejor callar y dejarlo pasar.

También matan por razones económicas, y eso va desde quitarte una billetera que probablemente esté vacía, hasta la agitación en determinados puntos del planeta para quedarse con los bienes de esa región no importa si son diamantes para la novia (más barato saldría regalar la cabeza de un niño en vez de una piedra que ha costado tantas vidas) o petróleo para ser quemado en motores que nos llevan más rápido a ninguna parte.

Matar por dinero me suena a llevar la prostitución un poco lejos. Y piensen en esto.

El ser humano es un animalito pretencioso, pero es un animalito. Que sí, que tenemos el raciocinio, la palabra, la habilidad de permanecer lúdicos toda la vida estirando la etapa de aprendizaje hasta el momento de bajar a la tumba, y la capacidad de transmitir conocimiento y esto debería diferenciarnos de los demás animales, y sí, sí nos diferencia, pero no lo suficiente. Sigue siendo muy fácil amaestrarnos y condicionarnos ¿Cómo? Con el viejo truco del premio y el castigo.

Nos premian con placeres físicos algunos de ellos, en muchos casos, ya deformados (sexo, comida, etc.), emocionales (aprobación, celebración, halago), deontológicos (ser un buen ciudadano que paga sus impuestos y un buen religioso que cumple con el diezmo), materiales (aumentos de sueldo aparente, tú sabes, la inflación que es el procedimiento estándar de pagarte menos haciéndote pensar que te pagan más, junto con los descuentos engañosos). Premios todos más o menos abstractos, aceptados, inconfesables, pero en línea general de algún modo gratificantes.

Desaprobarnos, descalificarnos, decir que somos feos, o tarados, o golpearnos, o llamarnos pecadores, morosos, ¡anarquistas! ¡Y lo usan como insulto!, o matar unos caricaturistas de vez en cuando... Castigos...

No hay manera de ponerse a salvo totalmente de esa realidad porque vivimos bajo ciertos parámetros dados que no son fáciles de disolver so pena de descalabro total de nuestras existencias. Habría que crear una utopía de la cual nos han alejado bárbaramente aquellos a los que no les conviene quedarse sin mano de obra barata y manipulable.

Piénselo usted un momento como tema absolutamente descontextualizado y desprovisto de demonios. Ambos extremos derecho e izquierdo pivotan en el mismo eje, que es el capital. Pretenden ser uno alternativa del otro simplemente poniendo un espejo entre ellos, y la gran genialidad viene a ser el detalle de la tenencia del capital. En realidad de un lado la plata está aparentemente en manos privadas y en el otro en las públicas... No voy a ahondar en esto porque me llevaría un libro, pero sí diré que mientras el capital sea el foco, no vamos a solucionar nada. Mientras que el ser humano sea considerado un recurso natural más o menos renovable (dependiendo del afán reproductivo de cada tribu), seguiremos jodidos y a merced de esos cabrones que nos tienen contra el suelo con sueños falsos y todo, zurdos o diestros.

Mientras pensemos que lo que somos puede venir otro a arrebatárnoslo, que esos sueños que decimos tener y que juramos nuestros son lo que verdaderamente importa, que la esperanza es importante, estamos y seguiremos estando jodidos a merced de cada maquinador inescrupuloso que quiera esclavizarnos. Justo como la mula que hala la carreta siguiendo la zanahoria que pende de la punta del hilo de la caña que porta el carretero. Esa zanahoria es la esperanza. Nos mueve, pero no la vamos a alcanzar a menos que quien nos da látigo lo decida ¿No le resulta a usted revelador esto?

Nos han dado datos por cultura, e información por formación. Somos ordenadores que respondemos a comandos específicos. Algoritmos hipnopédicos. Coño, que ya me pongo distópico aquí y me llevan los demonios lo más lejos que puedan. Vamos a dejar ese tema para otro momento.

Por tanto, el manual de procedimiento dice que aislar pequeños grupos dándoles una identidad abstracta y un enemigo en blanco y negro es lo que les proveerá de carne de cañón para el logro de sus placeres que son la acumulación de bienes y de poder que se retroalimenta. Es una noria de carne humana.

Aislamiento: una isla es una porción de tierra rodeada por agua, aprendí en la escuela primaria.

Pero una isla puede ser cultural, económica, religiosa, ideológica, étnica, además de geográfica. Basta con alejarte y tratar de mantenerte «puro», para que se te pueda razonablemente considerar aislado y auto extinguible como un caballo de pura sangre. Y es difícil ampliar el nivel cultural si se permanece de alguna manera aislado.

Resulta más fácil y barato (y potente) utilizar como arma a un ignorante, que a una persona culta. Y si no me creen miren para afuera y observen quienes son más violentos.

Un ignorante vocifera, ataca, golpea, y mata con una facilidad pasmosa. Es fácil convencerlo de que hay un bien y un mal y acomodarlo a su conveniencia como podría ser que hacer el mal a otros puede ser bueno para él. Una persona culta te mirará fijamente y dirá algo agudo sin siquiera cambiar de posición en su poltrona. Lo malo es que el muerto del ignorante se queda muerto para bien o para mal, y las palabras agudas del culto simplemente se las lleva el viento después de ser malinterpretadas por el necio.

Si yo tengo un esquema determinado, digamos económico, que ha funcionado, trataré por todos los medios de que permanezca funcionando para lo cual haré todo lo que pueda para mantener las cosas como están, y de ahí el apelativo «conservador» (o «gatopardiano») que me habrán de colgar para mi oprobio.

Inevitablemente el paso del tiempo trae cambios que son imposible de evitar, lo cual hace que tenga que añadir variables a la fórmula que me permite mantener todo como está.

Engrosar el calibre de las armas y masificar su poderío de exterminio, radicalizar aparentemente las ideas de los demás (oído al parche), fundamentalizar aparentemente las religiones de los demás (siendo los demás, la otredad, el que está fuera de mi tribu), demonizar (otra vez el maniqueísmo) las diferencias para facilitar la creación de chivos expiatorios, comfortabilizar las igualdades para propender el aislamiento pues lo único subsistente es lo que ya conoces que te aprobará como individuo validándote como potencial ciudadano futurible desde el punto de vista de un «éxito» sumamente dudoso. Como se amaestra un perro.

Y para lograr mis fines me será más fácil empujar las masas ignorantes que de otra manera se quedarían en una esquina bebiendo cerveza o en las revistas midiéndose el culo, prometiéndoles ese paraíso de flojera si y sólo si, nos echamos a los malos primeros.

Un individuo tolerante, compasivo, culto, y con sentido del humor queda totalmente fuera de el juego porque no es económicamente viable. Costará mucho tiempo, esfuerzo, y dinero el meterlo en el carril, y nunca será confiable a la hora de seguir una orden. No tiene que estar de acuerdo con todo un individuo culto, pero sabe aceptar las diferencias y tu derecho a decir lo que tengas que decir ¿sabes por qué? porque muy probablemente de esa diferencia de puntos de vista él pueda aprender algo nuevo, y esto, al final, es lo único que importa en ese nivel de las cosas.

Recuerdo a un gran amigo que tuve, ya murió, que peleó en la segunda guerra mundial del lado de los alemanes por ser español. Pasó largo tiempo en las trincheras frente a San Petesburgo y solía contarme que tenían que rotarlos de grupo pues se hacían amigos de los rusos y negociaban con ellos tabaco, proteína, y otros bienes. Es decir, que esos soldaditos de filas enemigas terminaban haciéndose amigos ante un enemigo común llamado guerra, hambre, necesidad, frío, y al final solo eran muchachos llevados ahí por intereses que no terminaban de comprender.

«Había uno de Sevilla que cantaba muy bonito», me decía mi amigo Mario alegrado por el tinto de garnacha preparando un marmitako con Manuel Pareja Obregón sonando en el viejo tocadiscos, «cantaba a la puesta del sol, y de la trinchera rusa lo aplaudían», musitaba carrasposo con una lágrima colgándole de una esquina del ojo derecho.

En fin.

Un ignorante, fanático, violento, es y será una bomba andante. Barato y fácil de dirigir, y de detonar. Difícil de detener pues llevará la potencia que da la certeza. Una certeza totalmente vacía, pero certeza al fin por culpa de la relatividad de las cosas.

De ahí, todo: desde las modas hasta las religiones. De las certezas huecas pero necesarias desde un punto de vista de pertenencia, de pertenencia a alguna tribu.

Déjeme usted, respetuosamente, decir algo. Hacer una salvedad puntual. No hay manera en la que yo crea en nada. No sé por qué, pero por más que me he esforzado, no consigo creer. Eso no quita que pueda hacer un ejercicio retórico aquí y suponer que eso de dios o de los dioses de hecho existe. Por qué no, podría perfectamente ser ¿Cómo lo voy a saber?

Establecido eso sin sombra de dudas, vamos a ver ¿Cuál es ese dios? ¿El de acá? ¿El de allá? ¿El de acullá? ¿Es uno solo con un nombre distinto según el rito? Dígame usted. Le ruego ¿Que el suyo por supuesto, dice usted? ¡Claro! ¡No faltaba más!

¿Son varios y nosotros hacemos la lucha terrenal por la preeminencia de uno de ellos? Eso nos hace peones en un esférico tablero de ajedrez movido por entidades mezquinas y crueles que se emborrachan con nuestra sangre, «esnifan» nuestro sufrimiento, y no hay nada más que hablar.

¿O es uno solo y por vainas tribales nos dedicamos a chafarnos la guitarra en un sin sentido eterno? En cuyo caso, le digo, vaya corriendo al templo más cercano y préndale una vela a «San Cucufato», porque lo que es su alma va directamente a la «Quinta Paila» esa suya del maniqueísmo, porque según su opuesto, usted es el infiel.

Sinceramente, por temas tan etéreos es mejor sentarse en círculo a conversar en voz baja y de buen talante, meditar, y tomarse una taza de Earl Grey después de haberse leído muy bien el Eclesiastés.

Pero si usted es de los que les gusta insultar, golpear, ya sea por adelantado o por ser partidario de la «Ley del Talión», entonces vaya y mátese por su propia mano y no joda. No hay manera de aplicar una pena «idéntica» al daño causado. Ya que tu ojo no es idéntico al mío, y ya, es un hecho.

Todos somos parte del inmenso juego global que nos hace pensar lo que pensamos, sentir lo que sentimos, y hacer lo que hacemos. ¿Fatalismo? No, qué va. Hay matices, rendijas, interpretaciones y al final esa es nuestra libertad. Porque hasta el pensamiento viene condicionado por todo lo que nos ha rodeado.

Y lo que nos rodea se agiganta más y más gracias a las redes sociales que por un lado democratizan la información a la vez que la hacen cada vez menos confiable, les facilitamos las cosas a esos que nos meten en sus archivos cuando decimos lo que pensamos para después negarnos un empleo o cualquier otro derecho. Pero están ahí, y al fin y al cabo, es una manera de dejar caer unas gotas por aquí y por allá que de otro modo sería muy difícil.

En fin.

Se los digo, se aprovechan de nuestra ignorancia y de nuestros miedos. No deberíamos dejar en manos de otro el quitarnos lo que somos.

¿Quién? ¿quiénes? No lo sé exactamente. El procedimiento policíaco no ha sido infalible esta vez tal vez por no irme a meter a nadar en esas aguas turbulentas.

Pero sea quien sea ese, o esos, cuando a usted le de por insultar, golpear, y matar a quien es diferente de alguna manera, le(s) estará sirviendo como ese ignorante temeroso que estará demostrando ser.

Ese fanático.

No es nuestra culpa, no se lo tome tan a la mala. Siempre quedan dos opciones: hacerse los desentendidos y asumir que eso no va con nosotros, o tratar de añadirle otro punto de vista a nuestro paisaje.

Eso sí, con mucho sentido del humor.









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