domingo, 16 de agosto de 2015

«Imaginari».








«... But this break-up of existing moral standards
was really only hiding the birth of a new world...»

The Growth of Philosopic Radicalism.
Elie Halévy. Faber and Faber Limited.1928. P. 5.

Si nos apegamos a la definición de «imaginación» que nos da el Diccionario Hispánico Universal en su edición de 1979 la verdad es que no podríamos culpar a la «sociedad moderna» por la falta de ella.

Se me ocurre que si estamos luchando por la supervivencia diaria y la cotidiana pérdida de perspectiva que ello conlleva, la imaginación se pinta de un pueril atributo innecesario y hasta perjudicial.

La imaginación vendría a ser contraria hasta para el budismo cuya idea central se me ocurre que sería la de alejarnos del anhelo ese tan malo para la paz interior: «si no quieres nada no puedes ser defraudado». Está bien. No me encanta personalmente. Supongo que está bien. Me recuerda el silogismo aquel de «Si estudio, más se me olvida, menos sé. Si no estudio, menos se me olvida, más sé. ¿Para qué voy a estudiar entonces?».

Pero, vamos a tratar de aprovechar que es domingo y que en este día hasta dios tomó un descanso. Vamos a alejarnos un momento, virtualmente, de esos conceptos que nos anclan a esa pequeñísima porción de aparente seguridad que nos brinda cobijo frente a ese bombardeo constante de incertidumbre que es la vida.

Ya, ya, no se predisponga que esto no es más que un ejercicio retórico dominguero.
Piense en ese día en el cual una persona que tenía un montón de ropa sucia para lavar imaginó una máquina que lo hiciera y así su tiempo podría ser utilizado en actividades de más alto propósito.

No me cabe la menor duda de que, de un modo u otro (masa crítica mediante y algunas patentes comerciales también, claro) algo así terminó por darnos la lavadora.

Para no desperdiciar letras en ejemplos que nos desviarían del propósito de este ensayo, vamos a dejar a su propia memoria actuar, y así usted mismo puede pensar en otras cosas del mismo orden.

Se dice mucho y en distintos ámbitos, que la realidad es algo que creamos a partir de nuestra propia percepción e interpretación de las cosas.

Como sucede con el ejemplo dado: mi realidad es de una tal esclavitud focal que me ata momentáneamente a un pilón de ropa sucia. Al mismo tiempo esa esclavitud me  impulsa a pensar en algo, un medio, que haga ese trabajo y me permita hacer otras cosas. Así la realidad vendría a cambiar llegado su momento dependiendo de la práctica (praxis).

De resultado obtengo, de un modo u otro, la lavadora. Pasando primero, obviamente, por el personal de servidumbre sin entrar en más detalles.

Claro que en el medio entre el momento en el que concibo la idea hasta que materialmente obtuve el aparato está, esta otra invención llamada tiempo. Una subdivisión abstracta de una dimensión que nos ata al ciclo laboral que básicamente se diseñó para que llevemos a cabo lo que imaginó otro y que le llena los bolsillos de otra invención abstracta llamada dinero... En fin, que ya vemos que para que las invenciones funcionen basta con que sean abstractas...

¿Ah? ¡Sí! ¡Imaginarias! También ¿Ven la fuerza y validez de la imaginación? No tiene ninguna relación con la razón ni con la verdad, ni nada de eso. Basta con la concepción de la idea, y la praxis.

Me sobran los ejemplos pero no hacen falta porque ya usted se hizo una idea ¿eh?

Pero no lleguemos hasta ese punto que puede resultar subversivo, y ya se sabe a lo que lo subversivo puede llegar, abstracción mediante.

Tenemos un problema terrible.

No, no son muchos problemas.

Es un sólo problema que es devastador: Estamos asustados.

Constantemente asustados. Es un miedo que va y viene desde el agudo más cruento hasta el de baja frecuencia pero perenne.

Cuando estamos asustados, por instinto de conservación lógico y deseable, actuamos en defensa propia y de los nuestros.

Nos escondemos, corremos, atacamos con fiereza, y algunas otras cosas derivadas o compuestas de lo anterior.

Hay muchas maneras de esconderse: ideológicamente, detrás de dogmas e ideas que se revierten inevitablemente contra quien en ellos se resguardan. O físicamente, como los que se meten en grupos, o erigen fortalezas del tipo que sean ahí sobre su pequeña parcela de confort, entre cansados y deprimidos.

O los que corremos y me incluyo muy objetivamente. Si veo, y hablo por mí, que la cosa se pinta fea y que voy a salir perjudicado junto con los míos, activo un período de negociación que me da tiempo para evaluar mis salidas y acto seguido  «patitas para qué las tengo». Y sí, eso de que debo quedarme a modificar mi entorno en vez de dejárselo a los malos no es bueno. Pero cabe preguntarse ¿bueno para quién? Claro que no es más que mi punto de vista que es de paso muy corto porque no llega más allá del momento de mi muerte. Está bien, lo admito.

Los otros, las hienas de comparsa que se pasan al bando que luce más fuerte y depredan sin misericordia están asustados también, y en su inmensa fragilidad deciden sumarse a las huestes de cualquier bárbaro poderoso aunque eso no les de más que un número, una pica, un escudo, mucho sacrificio, y una escudilla de arroz. Todo muy azaroso.

Lo que sea.

Parémoslo ahí.

Volvamos a la imaginación, por favor, y pensemos en algo que realmente queramos y puedo dar como ejemplo mi propio deseo el cual creo que motorizó todo el cambio que desembocó en esta nueva realidad que vivo, que si no es perfecta es nada más por falta de imaginación que le puse al momento de imaginarla.

Recuerdo haber estado sentado en una deshilachada silla plegable en frente de lo que llevaba hecho de lo que sería la casa que dejamos atrás. Era de noche temprana y fumaba una «calilla asuntina».

Recuerdo haber pensado en lo bonito que sería vivir en un sitio en el cual el producto de mi trabajo me diera para vivir tranquilamente sin tener que recurrir al «truquito ni al rebusque» constante.

Sí, debí haber imaginado más allá, pero creo que no lo hice por miedo a ponerme demasiado exigente y verme enredado en una lucha desigual contra el leviatán de la cobardía propia y ajena. Es decir, contra esa especie de suma algebraica que es la coexistencia.

El caso es que sí, mi nueva realidad (abstracción temporal mediante) es producto directo de un ejercicio de imaginación que hice en un estado de anhelo puro y duro. Eso e indudablemente la conjunción de otra serie de factores que son como «el huevo y la gallina».

Pagué un precio inicial que me desgarró el alma. Me dolió tanto que me anestesió para los restos, y ya lo que me tocó pagar después no se sentía tan mal.

Ahora pago un precio sostenido que es principalmente el de seguir las reglas a pies juntillas. Las reglas. De eso vamos a hablar porque parece oponerse al ejercicio de la imaginación y sí, lo hace por definición diría yo, pero como todas las cosas que no sabemos cómo hacer y que queremos lograr tenemos que aprenderlas. Resulta menos engorroso si la cosa tiene sus reglas.

Ciertamente esta realidad me la juego a fondo con todas sus reglas aprendidas y aceptadas pues me va dando aquello que imaginé allá, en medio del desastre, y me alegro de estar jugando este juego.

En nuestra cortedad del ejercicio de la imaginación (producto del miedo), para aprender a usarla hemos debido, lastimosamente, regularizarla. Ya tendremos tiempo después de aprender nosotros mismos a cambiar esas reglas llegada la oportunidad.

O no. Aun no lo sé. Pero eso parece o así prefiero pensarlo.

Por el momento mi propia experiencia y ejercicio de esta nueva realidad me dice que mis heridas van sanando y que en no mucho podré redimensionar mis reglas, imaginar otra realidad y comenzar a trabajar en eso...

... Y con eso vamos a tratar de volver a la imaginación que es el tema que nos ocupa.

Así directamente y sin pelos en la lengua hago esta pregunta sobre un tema que aun me ocupa mucho como es Venezuela: ¿Cuánta gente que se ha quedado allá realmente está imaginando un país con reglas que todo el mundo sigue con convicción, incluyéndose a sí mismo?

Personalmente  me fui al no ser capaz de ver a esa gente que a lo mejor sí la había. Mea culpa.

¿Miedo mío? Tal vez. O falta de imaginación de mi parte, de seguro.

Vi el montón de dogmas y retórica por un lado que impiden la evolución de las prácticas para hacerlas sostenibles, las hienas de comparsa por el otro medrando en el desorden y haciéndose cada día más peligrosas por lo impune de sus crímenes, y en un tercer eje vi a los vacuos del whisky de siempre tratando de volver a manejar sus parcelas de poder para seguir bebiendo whisky y de un modo u otro haciendo trampa mientras causan más y más daño por complicidad en la acción y en la omisión.

Una inmensa población dividida más o menos adscrita a uno de los tres ejes dependiendo del nivel de miedo y falta de imaginación, o cansancio. Viviendo como un ejército de «Lazarillos de Tormes».

Huí. Pero me quedé pensando.

¿Qué pasaría si nos dejamos de esoterismos y miedos? ¿Qué pasaría si nos decidimos a atravesar a nado el pozo de mierda? ¿Qué terminaría por pasar si, en masa, decidimos imaginar esa vida que realmente queremos?

¿O es que eso es lo que imaginamos? Es decir, que eso que tenemos allá es lo que queremos en lo más profundo de nuestra imaginación.

Me niego a creerlo y llámenme iluso si quieren, pero la realidad es que  ya he hecho (y con ello demostrado suficientemente) eso que usted no ha visto que se puede hacer. Así que llámeme usted iluso si quiere, pero cuando lo haga piense que tal vez el iluso es usted y su ilusión, además, es corta, con el debido respeto.

No es magia ¡coño! ¡ven acá! Es un punto de partida, que de ser debidamente desarrollado va a desembocar en la lavadora que aquella persona imaginó frente al pilón de ropa sucia.
No le digo a usted que siga mi ejemplo en relación ajustada a mi huida. No ¡caray! Eso fue cosa mía. Fue la salida que encontré frente a mi cortedad de imaginación, así, en dos platos. Una solución exitosa en un contexto podría no serlo en otro distinto. Téngalo presente.

Le digo que imagine muy personalmente lo que usted realmente anhela, y póngase a trabajar en ello mostrándoselo de forma inequívoca (y exento de dobles discursos por favor, esto es imprescindible porque en el toma y dame se quita usted fuerza) a su escuetamente íntimo metro cuadrado de influencia. Si su trabajo está bien desarrollado la repercusión será geométrica.

Crear su propia realidad no implica vivir de espaldas a la realidad, porque al fin y al cabo la única realidad que puedo ver (si a ver vamos) es mi propia realidad y eso sabiendo que no es sino una mera interpretación de ella. Pero en realidad con eso me basta.

Por mucho que me empeñe en ver la suya y toda la empatía mediante, no seré capaz de ir más allá que imaginármela. Y sí, ya hemos dicho que es un comienzo pero no nos vayamos por las ramas.

Dejo aquí una serie de preguntas a modo de ejercicio completamente libre de la imaginación. La idea es que ya que necesitamos reglas para todo lo que queremos aprender...

... ¡Ah! ¡Ya va! ¡Me acordé de una anécdota que ilustraría esta idea!: cuando tenía diecisiete años tuve una amiga a la que quise enseñar a jugar ajedrez. Ella se interesó y yo me presté. No hubo  manera. La muchacha no seguía ninguna regla y se empeñaba en mover un peón como la reina que se movía a veces como un caballo y a veces el rey era un alfil y la torre tenía un peón encima que saltaba encima de mi caballo para derribarlo... A cada exabrupto de ella yo le explicaba que eso no se podía hacer y ella me preguntaba que por qué no. Mi respuesta siempre era que esas no eran las reglas del ajedrez... De resultas ella descubrió que el ajedrez era una cosa muy aburrida y llena de reglas absurdas absolutamente carentes de imaginación, y yo descubrí que una cosa es vivir y otra es jugar un juego. O algo así.

Lo que sea.

Las preguntas:

1.- ¿Vive usted como imaginó que viviría, digamos, cuando tenía once años?
2.- ¿Se imaginó usted con pelos y señales cómo viviría llegados digamos, sus cincuenta?
3.- (Si no lo hizo) ¿Se atrevería a hacerlo? Es decir, a imaginarlo.
4.- ¿Pagaría usted el precio de llevar a la realidad lo imaginado?
5.- ¿Así como usted vive está más o menos bien y no se arriesgaría a perder el mínimo de confort que ha alcanzado?

Se me ocurre una más:

6.- ¿Está usted cansado o deprimido?

No más preguntas. Lo que sí haré es un inserto breve para darle una buena noticia con respecto a la última pregunta: si está cansado basta con descansar lo necesario, y estar deprimido es una muestra de opulencia. La gente que está en un real aprieto no puede darse el lujo de deprimirse (a menos que decida rendirse). Lo que significa que si la respuesta a esa pregunta era un doble sí, no está usted tan mal como cabría pensar. Tiene futuro.

Aclaro que las respuestas a esas preguntas no tiene que dárselas a nadie porque este es un ejercicio muy personal que sólo teóricamente servirían para motorizar un cambio en su realidad.

Aunque bueno, ya me podría usted decir que cada nuevo día trae intrínseco un cambio de realidad, y cada minuto también si nos ponemos puntillosos. Y déjese de subterfugios, le diría yo para que no escurra el bulto.

Si quiere hacer el experimento y darse el trabajo que significa encarar un cambio profundo (a su edad) le advierto que todo lo que se sueña no es necesariamente bueno, por lo tanto, sea cuidadoso y sobre todo imagínese algo que usted vea compatible con la idea de lo que sería una ley universal.

Por lo tanto es muy importante, imperativo, evitar las propuestas de orden «negativo», como serían las ideas tribales, racistas, clasistas, y esas cosas porque puede desembocar en una pesadilla distópica como la que vivimos en Venezuela precisamente.

Trate de imaginar un discurso exento de adjetivos, o por lo menos utilice la menor cantidad posible. Tenga así mismo, mucho cuidado con el uso del adverbio.

Recuerde que los gusanitos de las moscas hacen el trabajo imprescindible para que los desechos vuelvan a la tierra y así pueda continuar el ciclo de la vida.

Recuerde que los ácaros de su almohada le libran a usted del peso de todas esas células muertas que de otra manera le matarían.

Recuerde que el sentimiento que genera todas las iniquidades es el miedo precisamente, incluyendo la injusticia  que significa una vida atada a la infelicidad.

Las ataduras derivan de la adicción. Nuestro cerebro tiene la fastidiosa tendencia a enviciarse con cada cosa que ni les cuento, y no faltaba más, se hace dependiente de las sustancias que generan tus glándulas cuando eres infeliz, por dar un ejemplo. Y no estaría tan mal si te diera en medio de la infelicidad por escribir poesía o componer «requiems», pero no suele ser lo más normal y termina uno haciendo boberías como encerrarse en un cuarto a fumar cigarrillos y jugar «candy crush», por ejemplo.

Entonces, de su habilidad para usar su imaginación depende su felicidad. No deje que el miedo se lo quite tan fácilmente. No le tenga tanto miedo al miedo. Uno puede también hacerse adicto a una cierta dosis de temeridad y con eso desarrollar la singular destreza de salir de atolladeros en los que uno mismo se metió de cabeza. Pero sí, eso es harina de otro costal.

Ya me dirá usted con sobrada razón, que el miedo puede ser muy sano en un momento dado pues activa el susodicho «instinto de supervivencia», y sí, claro, y bla, bla...

No me fastidie con esos escrúpulos «ataja gotera», que no le luce. Usted sabe perfectamente de qué hablo y no le vale de nada esconderse ahí, tras esos detalles.

Me recuerda un tío mío que es genial pero usa su genialidad nada más para la retórica. Es muy hábil encontrando la grieta semántica en tu discurso y te desbarata el tinglado entre risas de archienemigo de Batman.

El asunto de fondo no es tocado para nada. Nunca. Sigue ahí. Sin solución.

Trató de decirte tonto, pero el tonto es siempre él.

No la pela.

Entonces sobreviva usted. Asegúrese de salvar la prole también.

No se ponga usted a tiro en la medida de lo posible como dice Lao Tsé.

Sea ese sabio que va a la guerra cuyo cuerpo nunca es hallado por las flechas, que no hay mejor método de supervivencia.

Sí, totalmente de acuerdo.

Pero si su entorno es así de peligroso no le quedará más remedio que hacer algo al respecto para cambiarlo, y es de eso de lo que estoy hablando.

Cambiarlo o cambiarse.

De otra manera nunca hallará reposo.

Pruebe usando la imaginación a ver qué pasa, digo yo.