lunes, 30 de mayo de 2016

Ser o no ser infantil, y guapear con las consecuencias.




A Republic, by definition as far as I know,
is a place governed by the rules, the laws.
To have a republican party supporting
somebody running for president
that have had already offered to break the rules,
is the same kind of nonsense than to have a
democratic party supporting a King
or a dictator for president.
The kind of thing that only a fool or
a childish ignorant could submit”.

Me.
A couple of weeks ago after a decent amount of good beer.
Cincinnati, Ohio. 2016.


Me preocupan tantas cosas en este momento que si empiezo a enumerarlas me van a pasar dos cosas en el siguiente orden: me va a dar un ataque de ansiedad por el poco control que tengo sobre ellas, y por lo mismo me va a dar un ataque de intrascendencia por estarme preocupando por cosas que no puedo remediar por la razón que sea.

Nunca me había dado un ataque de ansiedad que yo recuerde, y tengo que remarcar que mi memoria sigue siendo muy buena.

¡Qué cosa tan re-mala es un ataque de ansiedad! ¡Caray!

Me ha puesto a pensar lo suficiente como para que las respuestas que he encontrado hurgando en mi cabeza me lleven al borde de un ataque de ansiedad perpetuo.

Sin embargo tengo que decir que ahí mal que bien he ido logrando, con mucho apoyo de mi esposa y algunos amigos aun sin que ellos tal vez lo sepan, mantenerme en mis trece y hacer de señor civilizado.

He estado encontrando cierta desconexión entre la ética teórica y la aplicada ahí en donde, después, con el tiempo viene y aparece un nódulo de angustia.

Para mí, lo que causa esta desconexión es la visión, la concepción infantil de las cosas. Es decir, el maniqueismo, el on-off, el blanco y negro, lo bueno y lo malo, en pocas palabras: la ausencia de matices.

En estos días estoy tramitando mi licencia de conducir motocicletas en este país por lo cual he tenido que estudiar todo lo que te ponen a estudiar aquí. Es un gorro, sí, lo sé, pero a quien algo quiere, algo le cuesta.

Leyendo y leyendo he encontrado, pues sí, toda la información teórica que necesité para presentar el test, y gotas de sabiduría práctica que me sorprendieron muy gratamente por lo aplicable a este momento de mi vida.

Voy a mencionar sólo una de esas frases que es la que aplica al tema: “En todo accidente siempre hay más de un responsable”. Alguien decide cruzar la intersección con la luz roja, y el otro decide arrancar sin chequear si nadie viene. Eso es todo lo que se necesita para un accidente.

Sí, usted puede alegar que el primero es el culpable si quiere, pero eso no le quita responsabilidad al segundo. Por lo tanto no pierda tiempo en discutir, llame a la grúa, a su seguro, y apechugue.

Toda esa mierda de que el infierno son los demás viene de cuando éramos niños y la mamá venía a darnos unas nalgadas por algún desastre que hubiéramos hecho.

Algunos se quedaron ahí hasta ahora y siguen culpando a la mamá, al papá, a los hijos “oveja negra” (¿eh?), al vecino, al gobierno, al sistema, a dios o al diablo, al karma, y hasta ¡a los astros! Pues sí ¿no?

Por ahí vi en alguna parte uno de esos artículos tremebundos en los que se aseguraba que el seguir órdenes aligera la consciencia. Es decir, que si yo piso el botón rojo de las bombas apocalípticas siguiendo orden de otro y me cargo la humanidad entera, tan tranquilo ¿ah?

Ahora en Venezuela y porque esa manga de hampones se hacen llamar socialistas, el socialismo es malo y automáticamente el capitalismo es bueno.

Como el párrafo de Terry Pratchett donde uno de sus personajes le exige al otro que tome partido con la irreflexiva máxima de, que si no está con él está en su contra, y el otro le responde “sí, cómo no, resulta que como no soy manzana, soy banana”...

Vengo de una larga experiencia con ese tipo de comportamiento, y si algo he tratado de hacer ha sido el superar esa limitación.

Mi familia, salvando excepciones remarcables, pongámoslo en términos eclécticos, sufre de ese estigma en un gran abanico de matices.

No, tranquilo, que no voy a apalear a nadie. No me hace falta.

Pero sí diré que crecí en un medio en el que la matriz de opinión, la tendencia, era que “nosotros somos los que sabemos cómo se bate el cobre y los demás son malos, toscos, feos, brutos, insensibles, y que la gente como nosotros es la que debería gobernar el mundo”. Bueno, no exactamente, pero exagero sólo un poquito. Muy poquito.

Infantiles y echones con una clara propensión al fanatismo.

Ahora les digo, tanto pesa esa formación que tras unos treinta años de estar deshaciéndome de eso todavía aparecen unos “ruipitos” infantiles, unos vicios de la mente, unas adicciones, unas viejas costumbres, a causarme ansiedad.

Pero no, espere un momento, déjeme explicarlo mejor.

Vamos a preguntarle a un Noruego que nunca ha salido de Noruega cómo funciona el socialismo. Tráete a ese señor para acá y házlo vivir aquí un par de años y vuélvele a preguntar.

Agarra a Diosdado y ponlo a vivir en, no vayamos tan al norte, en Francia. Que tenga que trabajar y cumplir las leyes.

Pon a los curas pedófilos a vivir en, bueno, búsquenle ustedes sitio.

Ponga usted a ese personaje que todos tuvimos cerca alguna vez que pontifican de ética y moral, y tuvieron familias paralelas (¿ética?), hijos escondidos (¿moral?), y otras lindezas del estilo, a gobernar el país y a decirle a usted cómo es que usted TIENE que hacer las cosas.

No señor, usted no recibe órdenes de nadie. Usted se sienta, piensa, saca unas conclusiones basado en su experiencia, y actua.

¿Que igual se va a equivocar? Sí, claro, se llama vivir.

Pero por lo menos va a protagonizar su propia vida.



P.D.: esta carta es un ejercicio casi que para mí mismo.







domingo, 24 de enero de 2016

Ciudadano Luis.


«Ser ciudadano significa ser titular
de un poder público no limitado, permanentemente:
ciudadano es aquel que participa de manera
estable en el poder de decisión colectiva,
en el poder político.
Mientras que a quien se le llama ciudadano
es a todo aquel individuo que sea capaz
de ser tal».

Aristóteles.
Política. Libro III.

Vamos a ver esto de crecer, de hacerse adulto, si me permiten la barbaridad por un momento, como un constante atravesar la construcción y la destrucción alternativamente a lo largo de toda la existencia.

Se nace y se crece apuntando más o menos hacia una dirección. Durante ese andar uno se acostumbra a una realidad que súbitamente se auto destruye llevándose consigo una parte importante de lo que sería aquel primer intento de individuo.

Recuerde que me está permitiendo la libertad de decir esta barbaridad.

La realidad es una sopa que incluye los ingredientes, la olla, la cocina y el fuego, el cocinero, el agricultor, la familia de estos, el planeta, y no para hasta todas aquellas realidades posibles dentro de la infinitud contenida en el universo y sus múltiples versiones.

Así, el cerebro humano mismo es ese multiverso en el cual se cruzan durante la brevedad de un evento, todas la posibilidades juntas. Sí, también la de la ruptura, la destrucción, en fin, que la entropía es un asunto de cuidado.

Y es por eso que me atrevo a exprimir su indulgencia, escribir sobre esto, llegando inclusive a atreverme a compartirlo.

Pero basta de cautela ¡Abajo los timoratos!

Sí, positivamente. Uno se hace, se rompe, se hace, se rompe, y en el proceso gana y pierde algo. Como en los divorcios.

Decía uno que fue amigo mío, que “después de todo uno se casa porque se enamora”... Aunque la cita parezca atrabiliaria en este momento, yo sé por qué la pongo aquí.

Me doy cuenta de que todo está relacionado y es más que una simple frase.

Todo está relacionado. Que no seamos en un momento dado capaces de establecer la relación no le quita certeza a la frase. Es cuestión de entenderlo así, sin más.

Uno ha venido siendo más o menos entrenado en el razonamiento lineal. Algunas personas incluso pueden correr ideas en, digamos, paralelo con otras expandiendo geométricamente las relaciones entre ellas. Esa gente son consideradas inteligentes a niveles de genios y estoy de acuerdo.

Para mí, las personas que establecen relaciones de ideas a esos niveles me encantan y las admiro, pero se puede ir más lejos.

Las líneas de razonamiento focales y unidireccional producen claridad y son muy útiles para resolver pequeños enigmas del tipo matemático. Tienen su nivel de uso y eso resulta indudablemente apreciable. Pero suelen crear como sub-productos puntos de honor, ideas fijas, principios inamovibles, manías, fobias, neurosis, hasta terminar siendo presas de sus propias creaciones, y esto ya no es tan admirable desde mi punto de vista.

No sé. Estoy empezando a presentir un nuevo proceso mental ocurriendo en mi universo, mi cerebro, mi realidad, como más les guste llamarlo y estará bien porque todo está relacionado después de todo y podría llegar a resumirse en una sola palabra la cual sería modulada según el sentimiento que produzca que también vendría a ser otro espejo.

Pero no perdamos el hilo.

El viernes pasado, 22 de enero, tuvo a lugar el acto de juramentación que me acredita formalmente como “Ciudadano” de este país.

Había predicción de tormenta de nieve que nunca ocurrió. Inclusive, el frío amainó un poco.

Fuimos conducidos al sótano de una enorme iglesia de dominicos que también tiene un colegio, y allí, junto con sesenta personas provenientes de todos los rincones de este planeta, recibimos la ciudadanía.

El acto, que yo esperaba meramente burocrático, se convirtió en algo bastante emotivo con un coro de niñitos cantando todas esas canciones que son tan de aquí, una tropa de boy scouts puso y quitó las banderas, la jueza a cargo mostró los certificados de inmigración de su abuelo y su abuela que vinieron de Italia antes de la segunda guerra mundial... Los hijos de la Revolución estaban ahí con sus uniformes, el representante demócrata mandó una sustituta y el republicano solo mandó un papel que leyó una niña del colegio. Cantamos, juramos, escuchamos, etc.

Gente de Bután, del Perú, de La India, de Colombia, de Ghana, de Canadá, de Nepal, de Reino Unido, de Corea del Sur, de Venezuela, de China, de República Dominicana, de Filipinas, y de diez países más que ahora no recuerdo ni hace falta tampoco, estábamos ahí juntos saltando de una realidad a otra con nuestros respectivos niveles de conciencia.

Recordé, como dicen que recuerda aquel que va a morir, toda mi vida. Toda. Recordé todo en cosa de, digamos por decir algo, minutos.

Recordé todos y cada uno de mis puntos de honor, mis fobias, mis neurosis, mis ideas fijas, y las vi despedirse de mi. Vinieron a presentar respeto y a participarme  con deferencia que no cabían en el nuevo orden de las cosas, que gracias por todos esos maravillosos años de angustias sin sentido, que fueron muy bellos, pero que ya. Se acabó.

Durante un acto que honestamente, con solo imaginarlo veinte años atrás me hubiera hecho vomitar, me di cuenta de que la rigidez mental solo inflige dolor, que todo lo que pasó antes me condujo a este nuevo umbral que me causó tanta ansiedad frente a su cualidad remolona de niveles kafkianos.

Hay gente que entra en conflicto frente a la, de alguna manera, necesidad de emigrar. Se sienten, aunque no lo confiesen abiertamente con facilidad e inclusive lleguen a negarlo, traidores a su país de origen negándose la posibilidad de disfrutar el cambio y aprender de eso de buena gana.

Los puntos de honor otra vez: el razonamiento lineal que los ayudó a resolver un problema en un estadio de las cosas se volvió un problema en otro nivel.

Yo me vine para acá por el mismo tipo de situaciones que me llevaron al divorcio, y Venezuela fue para mí más o menos la misma cosa que mi ex-esposa. No, no todos esos años fueron malos y hasta cosas buenas saqué durante. Pero se acabó.

Sin ánimos de echarle más leña al fuego tengo que decir que siempre he sido alguna especie de extranjero donde quiera que me encontrara. Mis manera de ver la vida nunca compaginó con mi entorno por una razón u otra.

Puedo lidiar con la corrupción y la zamarrería multinivel, y si me pongo puedo hasta participar porque al fin y al cabo no es más que ser más astuto y desalmado, e inconsciente de las consecuencias de los actos. Si quiero puedo pisar un peatón con el carro y después darme a la fuga ¿por qué no? O digamos, ponerme en un guiso y agarrarme una plata que estaba originalmente destinada por los cancerberos del tesoro precisamente para ello. No soy un santo yo. De ninguna manera.

Pero es una actitud frente a la cual hay que hacerse el ciego consuetudinariamente hasta realmente llegar a serlo o por lo menos creerlo. De otra manera el disgusto con uno mismo es épico y una parte de uno se muere, se suicida de asco, por decirlo de alguna manera.

Venezuela siempre fue para mí el sitio en el cual vive la inmediatez. Hay que resolver ya. Hay que inventárselas ya. Pan para hoy y hambre para mañana. No hay sosiego. De ahí toda esa promoción de la banalidad árida que mata a las personas convirtiéndolas en bótox y anteojos negros réplicas chinas de marcas costosas. Un país de pardos racistas. No me joda.

Eso y el discurso vacío. El reino de las palabras. Fórmulas mal copiadas y aplicadas aun más pobremente. Una fortificación blindada a la idea de sociedad en la cual la palabra colectivo es sinónimo de asesino y honesto a su vez lo es de pendejo.

¿Qué ha pasado ahí? La respuesta a eso perdió toda importancia para mí ya, si es que alguna vez  en serio la tuvo.

¿Qué vamos a hacer? No lo sé, para mí el plural se desarticula en una suma de individualidades que ya habrán de ver cómo hacen.

Tuve que tomar distancia y con ella por fin tener alguna tranquilidad mental para poder entonces empezar a usar mi cabeza para otro fin más allá de la solución de lo inmediato.

Presiento que esa multiplicidad de realidades simultáneas se pueden llegar a ver en la medida que la variable “urgencia” pierde importancia en tu ecuación vivencial.

Cuando eso sucede, lo que llaman “tu circunstancia”, término que siempre me ha dado un poquito de risa, se agranda. Se le desdibujan los límites incluyendo todo lo que incluye aquella sopa que nombramos hace algunas líneas.

De esa importancia siento esto de lo de la “Ciudadanía”.

Lo que en un momento pudo ser una tramitación de orden conveniente y meramente burocrático, lo que puede ser catalogado como una obvia ventaja circunstancial, lo que es una decisión de orden social y político, en realidad llega hasta gozar finalmente de la oportunidad de usar mi cerebro de otra manera. De ser un superviviente caminando sobre el hilo flojo de la incertidumbre casi caído la mitad del tiempo, y textualmente reventado la otra mitad, ahora ya no tengo que preocuparme más de eso.

Ciertamente hay más por resolver, espero. Sin embargo, el punto de vista ha cambiado, el ángulo se ha abierto en un cono más amplio. Las posibilidades empiezan a encontrarse en planos inexplicablemente ligados entre ellos.

Siento que ese mundo unidimensional de lo imperioso empieza a incluir potencial con más y más avidez, acumulando mucha energía que va a ser necesaria para la creatividad.

Y hasta puede ser que no sea otra cosa más que un cierto optimismo no exento de su poquito de miopía, pero aun así presiento que tengo mucho espacio libre en un cerebro que no tiene que cargar con esos “yo” que no soy, que seguramente utilizaré de maneras más edificantes.

No deja de ser curioso que un ateo como yo se atreva en poner todo en una misma sopa.

Supongo que el ser incapaz de asumir la fe como una opción me obliga a buscar otras vías para dejar mis líos en manos de un ente que ya verá cómo se las maravilla para proveer, y aplicarme a lo mío.

En mi caso, una sociedad en la cual cagarla tiene sus consecuencias conocidas e indeseables, es ese taburete en el cual descanso por el momento.

¿Saben lo que implica ser un ciudadano?

Yo sí, y asumo con sus bemoles la responsabilidad que conlleva.

lunes, 4 de enero de 2016

Luis Laya a secas.




«Who are you?».
The Who.
Polydor Records. 1978.
Cambiar sin parar.

Sí, sí, sí. Diga usted que el cambio es bueno, que es inevitable, que siempre es para bien, que nos hace sabios, y sí, estoy de acuerdo.

Pero dejo sentado aquí, y por escrito, que el cambio es más incómodo que el carrizo.

Cambia uno de silla y se le enfrían las nalgas.

Cambia uno de ropa y se hala los pelitos.

Cambia uno de dieta y ya está lleno de gases.

Cambia uno de restaurant y hay que decirle de nuevo a la muchacha lo que uno come.

Cambia uno de ciudad y hay que circular calles cuyos huecos desconoce.

Cambia uno de trabajo y ya no sabe quién es el necio del lugar.

Cambias de playa y te agarra primero el que alquila las sillas y la sombrilla, y luego la resaca.

Cambias de país y hay que aprender lo que ahí vieres.

Cambias de lenguaje y ya no sabes ni cómo pensar. Hay que reorganizarlo todo en la cabeza. Y sí, Alberto, ver televisión ayuda. Gracias.

Cambias de nombre (en mi caso fue una simplificación nada más) y ya lo de promediarse con el entorno toma ribetes de dilución.

Alguien dijo por ahí que uno es en promedio con el entorno o algo así. El ser con el hacer, lo externo con lo interno, formación, información, cultura, lenguaje, lo que opinas de ti mismo a la vez de lo que otros piensan de ti. En fin, con todo eso que es el bagaje.

Es muy incómodo pues siempre me siento en una silla fría y a la chica del restaurant tengo que pedirle las cosas en inglés.

Parece que era cierto aquello de que no debes quitarle todas las pulgas al perro o este no trascenderá.

Es decir, que a decir de quien dijo eso, lo de la pulga, siempre debe haber algo en tu vida que deba ser arreglado, una nueva cosa por aprender, un reto por pequeño que sea, un cambio, un ajuste sea para afuera o para adentro.

Debe ser verdad en lo que a mí concierne. Siempre que logro quitarme esa última pulga aparece otra que suele venir preñada, ahora que lo pienso.

Eso es algo que siendo muy versatil y cambiante, nunca cambia.

De verdad estoy muy agradecido de que mi vida sea así, como un carrusel de radio muy amplio y elástico.

Desde aquel lejano momento en el que nací hasta el día de hoy han pasado tantos días y en cada uno de ellos tantas cosas (algunas increíbles, es decir, que no me las creerían), y he estado tan atento la mayoría del tiempo que si me muriera hoy sentiría que le he rendido el homenaje debido al privilegio de haber vivido.

Tantas cosas han cambiado, hasta mi firma, que había sido la misma aunque evolucionando desde el momento en el que saqué mi cédula hace como cuarenta años, ahora de golpe y porrazo, es otra. Una mutación hija del devenir.

Ahora sí, estoy listo y asumo la responsabilidad plena por todo lo que he pensado, dicho, hecho, y hasta perpetrado si lo prefieren, a lo largo de estos años de escalones, barrancos, paredes y toboganes.

He estado atento rara vez acertadamente. He pensado las cosas con casi cero tino. Solo acepto las leyes que decido aceptar y mi única ley es no hacer nada sin haber reflexionado aunque me equivoque sin parar.

Pido disculpas fácilmente si la he cagado y hasta llego a hacerlo solo con la sospecha de que el del peo he sido yo. No tengo empacho en admitir mis errores. Siento que si no lo hago no estaré aprendiendo nada de la vida, si es verdad que uno acierta, o aprende.

Me comprometo hasta la médula en los asuntos que decido aceptar y no olvido al que me ayudó en mi mal momento. Al que me jodió tampoco lo olvido, pero ya aquel puede respirar tranquilo porque he decidido conscientemente hacerme el musiú.

Literalmente.

Sigo siendo yo, pero ese yo se promedia cada día con una situación distinta, con una cultura que me era ajena en un grado insospechado y que aun no habiendo podido hacerla mía, pues ahí vamos, promediando.

No he tenido tiempo de estudiar el inglés formalmente porque hay que trabajar para salir de la emergencia que nos trajo aquí, pero ya saliendo de eso y cumplimentando etapas lo iré haciendo. Es un idioma con su truquito y toma mucho tiempo adquirirlo completo por frotamiento. Hay que estudiarlo.

Esta mañana fui a mi entrevista paso final para la adquisición de la ciudadanía americana, y aprobé. Todo al 100%. Bien.

Ha venido siendo un invierno atípicamente caliente, de andar por la calle con un suéter nada más.

Hoy amaneció nevando.

Había un puesto en el estacionamiento y el casi congelado encargado estaba de buen humor pues habiendo tomado yo el único que quedaba disponible, él podría encerrarse en su caseta con calefacción por un buen rato.

Cambiaron el reglamento y el trámite de entrar al edificio federal pasando por los detectores de metal y todo eso, no incluye más el descalzarse. La policía era una señora joven bonita y amable que me indicó a dónde debía dirigirme y llamó el ascensor para mí.

El funcionario de la taquilla número dos igualito a Newman el de Seinfeld, que tomó mi planilla, me indicó con una sonrisa que me sentara porque sería una espera de treinta minutos. Me llamaron a los veintiocho.

Me atendió un señor llamado Tyler nacido y crecido en Trinidad. Me dijo que ahora que lo pensaba le resultaba raro haber vivido tanto tiempo ahí y nunca haber cruzado a Venezuela que estaba tan cerca.

Le comenté que en casa de mis abuelos en Sucre era muy común encontrar productos de Trinidad, y que ellos los llamaban ingleses. Le hizo una muy moderada y desganada gracia, y yo, en defensa propia, decidí callarme.

Siendo su acento uno no muy fácil para mí, cuando comenzó el torrente de preguntas contesté un par de tonterías sin sentido. Su reacción fue decirme que todo eso era un repaso de las preguntas clave que ya había contestado en el cuestionario. Que me relajara y que contestara con calma.

Terminada esa parte me pidió que leyera en voz alta una frase del estilo de “Are you ready for rock’n' roll?” y dio por terminado el examen oral.

Después me dijo que escribiera una oración dictada que era más o menos “We are the world”, y la prueba escrita llegó a su fin así de rápido... No somos nada...

A continuación la parte gruesa, el gran mordisco, la tarea, el examen histórico político.

Seis preguntas a ser escogidas de un cuestionario de cien...

Las contesté y no me di cuenta de cuándo. Tres meses de estudiar para ese exámen rindieron sus frutos, como el entrenamiento en el Kendo. Efectivo.

Ahora tengo más años, más barriga, menos angustia, y menos nombre.

Mi cultura ha ganado referencias aunque algunas de ellas no sean motivo de orgullo. No se gana siempre en línea recta.

Estoy menos intranquilo.

Las piezas parecen estar cayendo en algún tipo de lugar que les place.

Cada vez con menos partes, como mi nombre.

Balance.




There is a phrase:
«neither flesh nor fowl nor good red herring».

Terry Pratchett.
Unseen Academicals. p. 8.
Harper 2009.

Se está terminando el 2015 y se me ha hecho corto de una manera que definiría de buena sin temor a ser simplista.

Debo confesar que escribir en este blog a descendido en mis prioridades aunque al mismo tiempo lo eche de menos. A veces se me acumulan las ideas en la cabeza y me producen insomnio. Eso también.

Y está la fecha.

Hoy quiero dejar sentado para mi propio récord que ha sido un buen año, tanto, que no me siento llorón como de costumbre ante la inminencia de un nuevo cumpleaños.

Hemos sido capaces poco a poco de ir creando nuestra propia realidad y ese pequeño espacio en el cual encontramos sosiego. Bueno, sigue pasando que con cierta frecuencia también se encuentre una sinrazón para el desasosiego, pero esa es harina de otro saco y no es mal de morir. Sólo es un poco tonto.

Laboralmente hablando la cosa dista lo suyo de una situación perfecta, pero ¿quién realmente goza de una situación laboral perfecta? Habrá alguno, no lo dudo, pero no es lo más común ¿eh? Sin embargo no me quejo sobre todo después de haberlas pasado canutas, con los ojos abiertos, y durante tanto tiempo.

Poco a poco nos vamos deslastrando de esa mugre que se le queda pegada a uno junto con la experiencia de caminar por la vida, y vemos más claramente lo interesante y hasta bonito que ha venido siendo el paseo.

Tengo cosas graciosas qué contar y otras no tanto. Aun así el promedio se mueve más hacia el propio corazón de la columna en azul.

Tanto insistir en el tema de la creación de nuestra propia  realidad, tratando siempre de dejar los recuerdos exclusivamente como tópicos literarios si acaso, que esto empieza a suceder.

Se me mezclan en la fórmula desde los genes hasta la anécdota en una sopa que vendría a ser esa marca que uno quisiera registrar y todo. Sí, tengo que redondear mejor esa idea a ver si la puedo comunicar con la claridad debida.

Digamos que al ser trasplantados se pierden los pelitos finos de las puntas de las raíces y que eso duele por un tiempo y, siendo un hecho irreparable, no es insustituible. Al fin y al cabo cada pedazo de realidad deja de existir al momento para dar paso a otro nuevo.

Cada individuo tiene sus propios motores que le son dados por una mezcla de factores colectivos y otros de forma casi esotérica de puro inefables que me resultan, que terminan por moverle a construir sus propias peculiaridades. Y así como piensa (o no piensa en absoluto que de todo hay) que forma parte de algo, también se cree un hecho irrepetible.

En las dos cosas tiene razón.

La vida es larga y corta al mismo tiempo, y en esas dos cosas también hay razón así como también la habrá en tantas otras ¿no?

Puestos en eso diría que aprender es como comer, que una parte nos nutre y otra parte se va a alimentar las matas en otra parte, allá dónde las cloacas van a dar.

El asunto está en saber escoger qué quedarse de la formación, información, educación, entrenamiento, y filosofía recibida, y qué dejar ir para que vaya a alimentar a otro lo más lejos posible de uno. Porque incluídos el bien y el mal, todo, bien exprimido, depende del punto de vista.

Lo que uno come puede ser el desecho de otro. Lo que uno desecha puede irle a servir a alguien más.

¿Cómo dice el enunciado físico? “Nada se destruye, nada se conserva, todo se transforma”, o algo así.

Pasa con los conceptos, pasa con las personas. Pasa.

Los extremos carecen de lateralidad, son incompletos, y por eso andan por ahí con muy poca autoridad a la hora de dictar cátedra. Sin embargo, medidas de fuerza mediante, ejercen el poder. Se les hace fácil precisamente porque los extremos no son para nada complejos. Son simples. Fáciles de comunicar, fáciles de entender, fáciles de insertar en un modelo ideal que, fíjese usted que por complicado que lo diseñemos, nunca será la realidad más que desde un cierto ángulo de visión y requerirá de mucha energía para mantenerlo andando, que ya funcionar es otra cosa. Es muy difícil que trabaje correctamente una vez que se lo suelta en medio de la complejidad de la vida.

Es como amarrarse los zapatos teniendo una sola mano al tiempo que paseas al perro y saludas al vecino. Requiere entrenamiento, terquedad, energía, comprar mocasines, o andar descalzo... En fin...

Por eso es tan difícil vivir con una persona cuyo infierno son los otros, como con alguien cuyo infierno es él mismo.

Una persona cuyo infierno son los demás es un eterno adolescente y ellos son divertidos y están locos. Vale la pena conversar un rato con ellos y  compartir unas cervezas. Pero ¿vivir con ellos perennemente? ¡No, mátenme! No tiene sentido esforzarse por congeniar con alguien que te ve como parte de su infierno.

Una persona cuyo infierno es ella misma resulta pesada como una atmósfera viciada, como una beata tía solterona... Sin ánimos sexistas... Está bien, como un tío republicano solterón y homofóbico, pues... Pueden tener buenas intenciones, no queda excluído, pero la manipulación constante que tratan de ejercer sobre los demás utilizando ese pasivo-agresivo culpógeno... ¡Uy! ¡No! ¡Bien lejos! Lo mantienen a uno con la sensación de deuda sin pagar (por impagable), y eso no se le hace a nadie. Menos todavía a unas personas que uno dice querer. Es mejor dejarlos ahí comoditos y marcharse, total, si haga lo que haga no va a estar bien ¿para qué siquiera lo intentaría entonces?

¿Qué les pasó? ¿Por qué desarrollaron esa característica?

Se quedaron atascados en un extremo simple de la vida en un momento dado de éxito. Fue una estrategia que funcionó muy bien frente a un complejo problema que los desbordaba, una coyuntura específica, y lo siguieron repitiendo con ciertas adaptaciones pertinentes hasta adoptarlo como comportamiento habitual.

Para un carpintero una solución sería un martillo o un serrucho, así como para un herrero no habría ninguna mejor que una máquina de soldar. Pero ¿qué pasa si el problema es de salud, o legal, o matemático?

Si el problema es el capitalismo, seamos comunistas, y si el problema es el comunismo, seamos capitalistas y hagamos oscilar el péndulo del mismo clavito.

Eso es como decir que el problema era mi ex-esposa así que me quedaré célibe, y si el celibato no me funciona volveré con ella ¡Que ¿qué?! ¡Sí, Luís!

¡Eh! ¡Cuidado! ¡Es el péndulo que viene y va todo el rato, y no llega nunca a ninguna parte!
Digo que quedarse cirscuncritos a una misma área de acción es tan absurdo como irse a los extremos, y si esa misma área de acción casualmente es irte a los extremos, pues estamos jodidos también.

A ver si puedo ponerlo en otros términos: sea si nuestra reacción frente a un problema tienda a la repetición de más o menos los mismos procedimientos o si nos vamos a los extremos, digamos, de la misma cuerda todas las veces estaríamos haciendo un poco como el hámster que corre y corre y corre dentro de una rueda que gira inclusive muy rápido pero que no va a ninguna parte.

Podemos hacerlo, claro, pero mejor si no pensamos siquiera en ello o la depresión será de antología.

La idea aquí es que tanto habiendo acertado como fallado, la siguiente vez lo haré de otro modo por dos razones: porque éxito o falla no es indicación meridiana de que esa era la única manera posible de hacerlo. Y porque al fin y al cabo ya se me olvidó cómo fue que hice y bueno, que no quiero ni aburrirme ni mucho menos sentar dogmas.

Estamos bastante tranquilos aunque lejos de contentarnos con esto. Hemos ido saltando las zanjas, contruyendo puentes para los abismos, nadando en los torrentes, y para los mares tenemos la contemplación y los aviones, ¡ah! y la paciencia.

La idea es respetar la individualidad de cada quien y entenderlo como pieza cuasi-irrepetible del todo que nos conforma incluyéndonos porque ¿somos todos iguales? ¿somos todos diferentes? ¿Nos parecemos más de lo que nos diferenciamos? ¿Tenemos la razón?

Qué te puedo decir, no tengo materia de fanático y me alegra esto como no te imaginas aunque no por ello se ma haga más fácil la vida, sobre todo en lo que corresponde a la interacción con otras personas.

Vamos a decir que esas ideas libertarias de revolucionarios comprometidos con la historia, la verdad, y la justicia, me parecen meramente el otro extremo de la misma cuerda que tienen agarrada por la otra punta los republicanos que mandan portaaviones a paises indefensos llenos de petróleo  y gobernantes sinvergüenzas para preservar la democracia. O los vegetarianos que no se comen un pollo porque pobrecitos pero matan una planta porque no le pueden oír los quejidos. O los carnívoros que dicen que lo que importa en un alimento es la eficiencia en la entrega de proteínas y esas cosas... Prefiero tomármelos todos a broma. Francamente.

Tomar partido por esto o por aquello, en mi caso, es cosa de cada quien. Una decisión personal que a mi juicio tendría que ser sometida a revisión lo más  a menudo posible para evitar dañarle la existencia a los que van de otro modo por sus propias razones que a su vez también deberían revisarse con la debida frecuencia y por lo mismo. Aunque no sea más que por darle a los demás el respeto que tanto reclaman.

Tomar partido es, para mí, aislarse dentro de un saco que excluye a todo lo demás... Y de verdad hay tanto que aprender en la vida...

Déjame decirte que cómo lo veo, si yo tengo razón estamos todos fritos.

No descarto que tenga alguna de vez en cuando, porque si no para qué estoy garabateando esto aquí ¿no? Pero de ahí a sabérmelas todas hay una distancia a la que no me atrevo a ponerle medida y si quieres degollar mudos por mí está bien, pero te aviso que alguien te las va a hacer pagar todas juntas algún día y de un modo amargo. No pela.

Tratamos de no repetir estrategias en la medida de lo posible, pero sobre todo hemos tratado de no  hacernos eco de lo que generan los demás que por muy bien intencionados que podrían ser si así fuera, la verdad es que arrastran sus propias mugres bien fortificados en sus extremos, siempre los más puntiagudos posibles.

No es que no  te quiera hacer caso porque me parezcas mala persona. Es que no puedo hacerte caso porque estás tan perdido como yo...

Aunque...

Sí, te he escuchado cosas que desechas que a mí me vienen de perlas, y con tu permiso, muy agradecido, las adopto como mías.