miércoles, 28 de enero de 2009

sábado, 3 de enero de 2009

Recuento y resolución 2009

Luís Guillermo Laya Guzmán. Caracas 28 de enero de 1964.
Alquimista de profesión, todero por convicción, marquetero por necesidad, y restaurador de obras en madera, metal y textil por puro gusto…, y también por haber hecho uno que otro taller de restauración organizado por el IPC que antes no se llamaba así.
Ahora en Margarita lucha denodadamente por centrarse en un solo tipo de trabajo aun en contra de la importación fraudulenta de artesanía indochina, pero qué se va a hacer ¿no? Y por eso es que está haciendo objetos de diseño, qué sé yo: lámparas, sillas, taburetes, percheros, todos rarísimos pero que sirven para lo que fueron hechos ¡ah! todos estos coroticos están hechos con maderas de cultivo, o materiales de desecho, porque no se trata de seguir dañando el planeta que le vamos a dejar a nuestros hijos…
El cuento de la fotografía intervenida, en este caso, es muy largo y no se los vamos a echar para no aburrirlos, pero sí se puede decir que ha participado en muestras como la de Artebosque, Eureka, Diseño al límite, todas con alguna mención especial y muy buena crítica, siempre saliendo de ellas por su propio pie sin demasiado tambaleo.

Yo mismo.



Sí, qué carrizo, medio me descuidé y amaneció siendo enero del año 2009 sin terminar de ver aparecer el ambiente de ciencia ficción que siempre imaginaba que sería la vida a estas alturas.

Yo veía a Bugs Bunny montado en una nave espacial (¿o era el Pato Lucas?) volando por el espacio y echando rayos qué sé yo qué con unas pistolitas de lo más futurísticas, en unas comiquitas ambientadas en el año dos mil y poquitos. Pero esas fechas ya llegaron y lo único que pasó fue que me puse corpulento (para decirlo de un modo benigno) y tanto el conejo Bugs como el pato neurasténico se extinguieron.

Ya pasó la navidad, que es época de altísimo estrés para mí y por lo tanto no me gusta, pero debo aclarar que no me molesta que a los demás les guste. En realidad lo que me molesta es que traten de hacer que a mí me guste. Lo bueno es que ya cada vez menos la gente intenta convencerme de nada. Gracias.

Decía que ya pasaron las navidades y en la gincana del año el siguiente trago amargo es mi cumpleaños, que tampoco me gusta demasiado.

Pero lo que no me gusta nada tiene que ver con el hecho de que me recuerde otro año más que me acerca a la vejez porque yo extrañamente me siento viejo desde que tenía ocho años. Así que estoy claro con que mi sensación de ancianidad no está relacionada con la cronología. Yo diría más bien que está estrechamente ligada al ego. Sí, en el sentido malo del tema.

Digo malo porque lo que me hace sentir viejo es el tener que alternar con tantos y tantos idiotas. Cómo diría el tío militar de Facundo Cabral: les temo (a los idiotas) porque son muchos. No hay modo de cubrir semejante frente… Pero quién dice que los idiotas son los demás. Ahí está el detalle. Esa perspectiva alterna es la que me da la sensación de decrepitud.

Claro, a veces surge el budista subversivo que habita en mí y me aclara que no tiene que gustarme nada ni disgustarme nada. Las cosas son según se vean e inclusive según no se vean, que termina siendo mejor. Eso me rejuvenece y es cuando acometo nuevos proyectos, me lleno de entusiasmo, el calentamiento global pasa a ser un paso más en la vida, los adecos desaparecen o se ponen borrosos por lo menos, el peo político se me desdibuja, y de corpulento paso a contundente que me gusta más.

Entonces ¿por qué me preocupo tanto?

Yo diría de eso que lo que pasó fue que por alguna razón, más bien sin razón, me metí en la cabeza que vivir preocupado me daba una importancia o una trascendencia que me permitía abordar temas graves y esenciales con toda la autoridad que confieren pipa y ceño fruncido.

Lo que pasa es que yo carezco de control corporal y, salvo saber subir una sola ceja en gesto desaprobatorio, no sé mover un músculo de mi cuerpo independientemente de otro…, ah, bueno, también sé pintar palomas con ambas manos. Eso sí.

Así que cuando trato de abrir la punta de los pies y cerrar los talones inevitablemente copio el gesto con las manos, y si intento hacer un guiño cierro los dos ojos… ¿Que por qué salgo con esta?…, fácil: cuando frunzo el ceño, aprieto esfínteres y eso saca hemorroides… Así que si sumamos con la pipa que tuerce el gesto por culpa de su peso propio (no hablemos de los problemas en las encías porque esto hace la alta temperatura constante dentro de la boca) termino consiguiendo una expresión y una sensación grave que acompaña un malestar causado por una vida de preocupación que solo me condujo al mal humor.

Como dije, el buda subversivo que habita en mí, cada cierto tiempo me demuestra sin argumentar que la vida es bella, pero que tengo que abrir los ojos, relajar el ceño (y los esfínteres, por supuesto) y guardar la pipa, porque no son tantos los idiotas, lo que pasan es que hacen muchísima bulla... La gravedad se me está tornando “tremebundez” y esto me da como erisipela con várices. Es decir: algo muy desagradable.

Y no hay razón para ello porque ¿viste? No tuve sino que resistir un poco y la navidad ya se fue. Se acabó. Tengo otro año de tranquilidad por delante.
Lo mismo pasará con el día de mi cumpleaños: también pasará. Espero mantener la moral en alto, así como la tengo en este momento, porque en realidad me gusta más así.

Y vale el esfuercito, porque este año tengo una montaña de trabajo creativo y constructivo por delante. Me entusiasma mucho. Siento que en vez de hacerme más viejo, cómo que me rejuvenezco, y de contundente paso a efectivo… Es sabroso.

Ya se acabó el pesar y la confusión de lo de la quiebra de mi constructora. Ya pasó el descalabro que me produjo mi divorcio… Ya pasó la tensión, el susto, y hasta la depresión. Creo que hasta el reto que significaba vivir cerrándole el paso constantemente a la amargura ya se venció, caducó…, en suma: que peló bolas.

Ahora estoy en esta isla (geográfica y anímicamente) no ya como un náufrago, sino como un colono. Tengo deberes, todos, para conmigo mismo. No tengo que demostrarme nada, ni a mí, ni a nadie.

Ya soy como Popeye. Es decir, que según recuerdo su lema era: yo soy lo que soy… Y por fin lo comprendí… Así es que estoy bien.

Por lo tanto, mis planes y proyectos para el presente continuo que nos lleva adelante en el tiempo, que a veces llamamos futuro pero que no lo es porque cuando llega ya es presente y pasa rápido convirtiéndose en pasado que para colmo solo es el archivo de una interpretación de lo que percibimos como hechos…, bueno, sí: basta de eso…, decía que mis proyectos no los veo como reto sino como modo de vida: mi manera de vivir.

Mi plan maestro es el de acercar mi vida más y más al modo en el que yo creo que debo vivir. Me refiero a ir poco a poco eliminando las contradicciones que aun me quedan simplificado y descomplicando mi manera de hacer las cosas. Sí, y de pensarlas también. Claro.

El resto de los proyectos deben girar en torno a este eje si quieren pasar al plano material. Para esto hay que tener claro que existen ideas que deben quedarse en el estado de ideas y que no tienen por qué pasar al tangible. Y no tienen que ser utopías tampoco, solo ideas que surgen y que se quedan ahí sin generar esa especie de cargo de conciencia en lo que tienden a convertirse los inconclusos.

Digo pues, como Miguelito el de Mafalda, que mi plan para este año 2009 es vivir.