lunes, 22 de diciembre de 2008

Atrapado.

Que muera hoy o mañana carece de importancia para mí,
nunca la ha tenido, pero que ni siquiera hoy,
tras años de esfuerzo, pueda decir lo que pienso y siento…,
eso sí me preocupa, me irrita.

Henry Miller

Todo está en la mente, así que cuál es la diferencia entre este momento y cualquier otro de mi vida. Yo diría que un pequeño descuido, algo de impaciencia, mucho cansancio, un buen poco de arrogancia de un ego oscuro, las navidades, y la inminencia del cumpleaños número cuarenta y cinco.

Veamos: llamo descuido al engaño auto infligido porque qué importa, ya me pasaron todas las vainas que me iban a pasar en la vida y por lo tanto de aquí para adelante es como quien dice en bajadita, y bueno, qué importa que me hunda un poco en ensoñaciones si total, después de tanta mierda hasta merezco un poco de no andar con tanta precaución, porque también, mira tú, la cuestión no es tan así, porque lo que se llama precavido precavido no lo he sido jamás y aquí sigo vivito y coleando porque lo que soy yo, si me he muerto, no me acuerdo… Y después de todo, considerando la cosa desde otro punto de vista más moderno y cuántico: la realidad es una interpretación que hacemos de una percepción sumamente imprecisa y poco confiable que hacen nuestros sentidos y que después filtramos con el tamiz cultural (es decir: de los prejuicios) así que yo que soy un gurú elevado e iluminado como un poste de viaducto no derribado decido que me puedo descuidar un poquito porque ni tan calvo ni con dos pelucas ¿eh? Y yo decido, porque la realidad es también una decisión, que tengo que cumplir con ciertas misiones para completar el paso en el que estaré dónde ya me pueda descuidar tranquilamente, pero que mientras no llegue ahí, pues agacho el lomo por voluntad propia y me regocijo con el trabajo bien hecho.

Pero bueno, por descuidado voy y me dejo salpicar por el cacharro del adeco aquel tan mal intencionado que es ¿es que no me fijé que había tremendo charco de no quiero saber qué? ¿por qué no me quité? Bien hecho, plátano jecho, cruza la calle y sigue derecho…, cómo quién dice ¿no? Y a mi edad…, ahora tengo que emprender otra carrera ruda y cuesta arriba porque por hippie y soñador no me di cuenta que aquel que salía allá, era mi tren. Bueno, también ¿qué importa? Ya vendrá otro. Sí, sí viene otro, siempre viene… Lo que pasa es que tengo que esperar otro poquito. Y mientras tanto me siguen atropellando o mínimo salpicando estos adecos malintencionados (sí, ya sé que es un pleonasmo, pero yo me cago en Quintiliano sobre todo porque ya se murió) y es que mira que hay adeco malandro en esta vaina. Malandro y bruto. Sí, bruto, no tarado. Un tarado es alguien que lamentablemente nació así vaya usted a saber si por la endogamia o qué, mientras que un bruto es uno que le vale mierda no serlo…, pero bueno, que tampoco es para tanto porque un charco de mierda no rompe huesos y la roncha me la curan en la clínica bolivariana si tengo paciencia.

Y claro, como la espera me impacienta me pongo a pujar, porque los hombre pujan pero no lloran, y puja que te puja (y empuja también, para qué negarlo) uno llega a cansarse. Palabra. Entonces se acuesta más mamao que chupón de bobo, pero no descansa porque por tanto pujar se le llenaron de gases las tripas y no hay nada peor que dormirse con la barriga tensa porque se pone uno a apretar el rabo para no pasar pena dormido. Después empiezan las pesadillas, los sueños en los que alguien (un niño por ejemplo) me persigue por todos lados y no me deja ni bañar tranquilo, hasta que me despierto y tardo en darte cuenta de que todo el malestar viene de las tripas tensas. Entonces miro el reloj y veo que son la cuatro de la madrugada, que tengo frío y un inmenso peo atravesado, pero también un sueño que me aplasta porque no he podido descansar. Tardo aun un rato, pero me decido y me levanto para ir al baño. Suelto lo que tengo que soltar y me devuelvo a la cama. Me duermo como a la media hora, pero al ratito nomás ya hay que empezar el día de nuevo.

Entonces me pregunto: ¿de dónde son estos clavos que conseguí? No indican la procedencia en la etiqueta. Son malísimos. Parece que estuviera martillando lombrices ¿Y esta pega? Parece aceite ¿y el servicio eléctrico? Se vive cayendo una fase… En lo que aparezca por ahí el cobrador de la televisión por cable le pego el decodificador por la cabeza: esta mierda no sirve nunca. El canal que se medio ve, no se oye, el que se medio oye no se ve, y la mayoría ni se ve ni se oye. Todo porque un idiota puso una caja de paso con la tapa sin empacadura porque en Margarita nunca llueve…, y se jodió el cable con la humedad. Reparar el problema sale caro y no se puede ahora porque el cable no lo hay… Cuando hay azúcar no hay café, cuando hay café no hay papel higiénico, cuando hay pasta no hay arroz…, eso sí, cuando hay whisky hay soda, hielo, y agua Perrier… Adecos de mierda… Sí, sí, sí, yo sé: ¿quién mierda me creo yo para merecer una vida en la que las cosas funcionen? Yo no soy suizo (aunque de un tiempo para acá me estoy haciendo el medio sueco por frotamiento) definitivamente tengo un ego muy loco, una especie de Dart Vader me debo creer yo… Tengo que ser más humilde. Digo. Yo no quiero mierda china ni de ninguna otra parte. Para hacer basura nos bastamos aquí con el parque industrial y el sistema de control de calidad heredados de los adecos…, está bien, lo admito, la basura china es más barata que la nuestra…, y contra eso no tengo respuesta. Lo lamento…

Las navidades. Yo no tengo nada bueno qué decir de esta época del año. No, no, y no…, no la tengo y no voy a pedir disculpas por ello. Para mí esta fecha no representa sino indigestiones y gorduras para los que tienen con qué. Para los que no tienen solo significa un recordatorio de lo mal que les ha ido otro año más. En esta fecha se acentúan las diferencias y medra la delincuencia: la del comercio, y la de los bajos fondos que no son budistas y tal vez por eso anhelan y roban, porque así funciona el diferencial de potencial con malos hilos conductores… Para mí la navidad es la época del año en la que me gasto lo poquito que me sobró al recolectar los frutos que dejó mi trabajo, y me doy cuenta que la volví a cagar. Es la época en la que me duelen los músculos y me dan fiebres y diarreas sin mediar la acción de ningún virus. Basta la frustración… En las navidades me suben el alquiler, el supermercado se pone insoportable, llueve más de lo que parece sano que llueva, se llenan los hospitales de heridos, hay más borrachos que nunca en la calle, nadie quiere trabajar, se llenan las licorerías y los prostíbulos, se envalentonan los adecos… Para mí la navidad es esa época del año en la que me tengo que calar la gente que no me gusta calarme y no me queda más remedio porque es navidad tiempo de alegría… Para mí la navidad es la fecha perfecta para ensayar el estado de animación suspendida… Y además ¿qué coño se celebra en navidad? ¿Que hace un coñazo de tiempo nació alguien al que después se le asesinó de la peor manera posible? Me niego a celebrar semejante salvajada, pero sí, lo admito, ésta religión celebra de un modo que resulta por lo menos desconcertante para aquel que lo piense. Dígame la comunión. Sí, aquella en la que se comen el cuerpo de un dios (de un dios que permitió que se echaran en caldo ‘e ñame a su único hijo)… Canibalismo deícida. Razón tenía Voltaire…

¿Y las fiestas? ¿y el ambiente? ¿las reuniones de amigos y/o familiares? Normalmente son una lloradera, o un campeonato verbal de esgrima antipática, o un desfile de baratijas costosas que a mí no me interesan…, además, ni siquiera me gustan las gaitas: suenan igualito a los telares industriales, y cantan unos gorilas con relojes de oro (adecos) que se creen Pavarotti… ¡No me jodan! Aquí se distingue esta fecha de otras porque la gente bebe más caña, hay un desborde del hampa, robos y atracos, accidentes viales, prisión isleña domiciliaria porque ni por avión ni por barco se puede ni entrar ni salir… La verdad es que si eso fuera como ingeve en la que siempre es navidad, ya me hubiera ido de aquí, digamos al oriente medio que resulta mucho más apacible…

Y lo otro: en enero cumplo cuarenta y cinco años. Más o menos la edad de la reforma agraria… No agrego más.

Ah, por cierto: feliz navidad y próspero año 2009…

lunes, 1 de diciembre de 2008

Yo tengo ya mi tanquecito.

Esta risa no es de loco,
se están riendo de mí,
Pero si dicen que yo estoy loco,
se están cayendo de un coco,
Porque de mí no pueden reír,
Porque yo bailo, canto un poco,
Y me sé sacudir…

Héctor Lavoe

¡Jajajajajajááá!!! No, coño, no, no es un tanque de guerra…, aunque me dio la guerra trapeá, como dicen los vegueros… ¡Jajajajajaááá!!!

¡Jajajajajajajaááá!! Me toca negociar con los albañiles para ver cuánto es que me van a cobrar…, que sí, que está bien, que los precios son…¡Jajajajajajajaááá!! que vaya a comprar los materiales: tres metros de piedra, cuatro de arena porque hay que frisar, diez de cemento para ir empezandito y cuarenta y dos cabillas de media ¿y alambre? Ah sí, alambre, unos cinco para ir viendo… No se te olviden los clavos y las hojas de segueta… Okay …¡Jajajajajajajaááá!!

Necesito que me envíe tres de piedra, cuatro de arena y diez de cemento…, cemento no tengo ¿y cabillas? Nada de eso… …¡Jajajajajajajaááá!! Bueno, envíeme el camión con la arena y la piedra entonces por favor… Sí, cómo no: el lunes a primera hora… Coño, rodé……¡Jajajajajajajaááá!!

¿Cemento? No, mi jefe, de ningún color. Vaya a la Chacalera… ¿Cemento? Nuuuu, ni de vaina, eso no hay… Vaya al Piache a ver… ¿Cemento? No, por allá fumea… Váyase hasta el Centro a ver… ¿Cemento? ¡qué va! Acérquese hasta donde Nino para ver… ¿Cemento? ¡Jajajajá! Si tuviera cemento sería rico… Bueno, pero no llore, pase por el Espinal a ver… ¿Cemento? Sí ¿cuántos quiere? Quiero diez para empezar, y por favor me los lleva a…, no, mi amigo, nosotros no tenemos transporte… Coño, bueno, zúmbelos ahí dentro de ese cacharrón: cinco atrás y cinco adelante… ¿Cabillas? Cabilla no hay… ¿Dónde? Pase por dónde Marbella a ver, que le queda en la vía… ¡Jája!

Hola Marbella ¿tienes cabilla?... ¿Cabilla? No mijo, de eso no me ha llegado nada. Pásate por guatamare a ver… ¿Cabilla? Sí, sí tengo, pero solo de doce metros…, está bien, déme veintiuna de media, y por favor me la lleva…, no, mi don, no tenemos transporte hoy porque al chofer le salió un uñero… Bueno, si el tipo es diabético se puede complicar, es mejor que no maneje…, no, no, no, no le salió a él, fue a su mamá… A su mamá, claro, no podía ser de otra manera… También necesito alambre…, la paca de cincuenta kilos… ¡Carajo! Ni que fuera a cercar con esa vaina…, no, no me de alambre entonces… La mamá del chofer… ¡Jája!

Señor ¿me lleva estas cabillas para más allaíta? Son dos kilómetros… Claro mi amigo: son cien del águila ¿cien milonguitas sentimentales por dos kilómetros? Bueno, dame ochenta luquitas, pues… Tabien…¡Jája!

¿y el alambre? No, el que vende cabilla no tiene alambre, voy para la otra banda a ver qué tal ¿y los clavos? Coño, se me olvidaron…, pero aquí está la cabilla… ¡Já!

¿Cómo está señora?¿tiene alambre? No mijo querido, no tengo ni para amarrar un gallo…, bueno, déme por favor uno de clavos de cuatro y dos hojas de segueta de la buena…, mire aquí le conseguí un poquito, pero sáquelo encaletado para que nadie se de cuenta de que le estoy vendiendo alambre… Caramba, gracias por la segundita… Vaya tranquilo mijo querido… ¿Ja?

Mire, mi amigo, la cabilla no me va a alcanzar, me faltan siete… Pero yo te compré lo que me dijiste… No, usted me compró veintiuna y yo le pedí cuarenta y dos… Sí, pero de seis metros y estas miden el doble y por eso te compré la mitad… Verdad, verdad, debe ser que saqué mal la cuenta… Ja.

¿Cómo va la vaina? La vaina va bien, pero necesito cinco más de cemento, más alambre, y salimos de hoy…

¿Cemento? No, vaya para la otra banda que allá hay… ¿Cemento? Sí ¿Cuánto? Cinco nada más… Bueno, abra ahí… Coño, pobre carrito, pero para eso es que sirve… ¿Alambre? No, mi hermano, eso es contrabando hoy en día…, váyase para el Poblado a ver…

¿Alambre? Sí, pero a once… ¡coño! Pero vale siete… No, aquí vale once, y si no le gusta cómprelo en otra parte…, qué vaina, ya salí regañado…, bueno, déme cuatro… No, máximo dos por cliente… Tabien…

Mira, amarra esa vaina con saliva de loro, porque lo que es alambre no hay… No importa, yo rindo la cuestión acá…, pero tráigame cinco más de cemento porque lo que me queda no me alcanza ni hasta mediodía… ¡Carajo, mijo! ¡mira que esa verga no es fororo! …Sí ¡jajajá! Y vaya trayendo los cuatrocientos bloques de cemento, para ir adelantando…

¿Cemento? No, mi hermano querido, se acabó, traen para mañana si acaso, pero acérquese hasta el Poblado…, no, ese coño ‘e su madre me acaba de joder con el alambre… No mijo, noooo, no vaya para casese coño ‘ e su madre, vaya paque su hermano, que como que son de distinta madre… ¿No será hermano del chofer de guatamare? Sí, la señora del uñero… ¡Esa misma! ¡Jáa!

¿Cemento? ¿y bloque de 15? Cemento no hay, pero bloque sí ¿cuántos quiere? Cuatrocientos, y por favor me los lleva…, no, nosotros no tenemos transporte… Bueno, no me de nada, gracias… No mijo no, no se vaya, vamos a hablar con el señor de al lado que él hace fletes… ¿Guatamare? Sí, a dos kilómetros y medio de aquí derechito por ahí pa’lante… Bueno, cien… ¿Cien lucas por menos de tres kilómetros? Bueno, déme ochenta… Tarifa mínima de cuánto vale el show ¿y la malandra? No, esa tiene un uñero… Dentro de dos horas estoy allá, antes de medio día porque tengo que llevarle el yodo a…, bueno, me voy a buscar el cemento que me falta… No, ya va señor, yo lo salvo con esos cinco saquitos que necesita… Pero ¿no era que no tenía? No, no nos queda, pero siempre hay con qué ayudar a los clientes… Bueno, gracias…

Mire patrón, se me acabó el cemento otra vez, tráigame cinco más pero de los de la otra banda porque esos tienen más médula… ¿Médula? ¿qué es esa vaina adeco loco?... ¡Vayavayavayavaya, vaya pa’la otra banda a buscar el mocho ‘e cemento ese!!!... ¡Carajo! Si me vas a pegar no me regañes…

¿Cemento? ¡sí hay! ¿cuántas paletas quiere?... No, cinco saquitos nada más… ¿Cinco? ¡nóoojada! Mira hijo ‘er diablo, ponle cinco saquitos aquí al viejito este… Ñoelamadre, encima de limpio, viejito…

¿Y los clavos? ¿qué clavos? Los que te pedí junto con siete cabillas más, porque me quedé mocho aquí… Mocho de albañil es lo que eres tú, adeco cagurrio… ¡Jajajaáá!! Sigue votando rojo rojito… ¡Dita sea!

¿Cuánto? ¿ochentada por llevar siete cabillas?... Señor, no son las siete cabillas, es el viaje… Sí, la vuelta al mundo en ochenta lucas… ¿Y cuánto me cobras por pasar la noche en Macanao?... No se pase señor, no se pase… Disculpe pues, no me lleve un carrizo…

Segueta, segueta, segueta, segueta, segueta…, salen cuatro piezas de cada cabilla y son siete…, veintiocho coño’e la madre… ¿y el cemento? ¿serán cinco otra vez? Seguro que quiere de los que tienen médula ¿qué será esa vaina? Eso me pasa por trabajar con adecos…, mi abuelito me diría que bien hecho plátano jecho cruza la calle y sigue derecho…

Mira ¿y la tapa? No, esa la pone usted… Coño, la torta fue lo que yo puse… Dale pues ¿cuándo vaciamos la tapa y cuanto cemento necesitas… Diez saquitos y terminamos, pero traiga alambre y más clavos…

En nombre de dios y que sea varón… ¿Cemento? Sí ¿alambre? No ¿clavos? De cuatro nada más… Pero yo necesito de dos y media… Vaya a Porlamar, al centro, que allá el portugués tiene de todo…

Hola portugués ¿tienes clavos de dos y media? Hoy sei… bueno, dame un kilo, y uno de alambre… Nao, yi alambrito nao teño nadiña… ¡Coño portugués! No me eches esa vaina, mira que tengo el carro más pesado que el chaleco del presidente con diez sacos de cemento… ¿ei porquéu nao comprou el cementiño aquei?... Carajo portu, porque tú no tenías ayer y pensé que hoy tampoco… Bueno hoy nao teño claviños tampoco… Pero si me acabas de decir… Nao quiya nadiña…

Portugués del carajo este… Mejor me voy a llevar regaños para donde el hijo de la del uñero… Buenas tardes ¿me da por favor un kilo de clavos de dos y media y uno de alambre?... Alambre tengo a dieciséis. Clavos al lado… Déme acá, pues…

¿Clavos de dos y media? Sí ¿un kilo? A quince… no te pregunté el precio, si tienes clavos de dos y media dame acá, si no tienes, no me hagas perder el tiempo… ¡Uy! Señor, no se ponga bravo… Disculpe, disculpe…, aquí tiene… Gracias…

Bueno amigo mío, con esto sí que terminamos ya. Puede decir que ya usted tiene su tanquecito…

Já.

viernes, 21 de noviembre de 2008

¿Por deporte?

“En el mundo solo existen nueve historias
Originales que sean divertidas, ocho de las
Cuales no pueden explicársele a una dama.”

Rudyard Kipling.

Citarse muy de mañana para ir caminando hasta la playa lejana a la que se va pasando el cementerio no les debe haber sido fácil, porque tuvieron que aprovisionarse el día anterior y levantarse temprano en días de vacaciones en los cuales, se sabe, es un fastidio estar organizando cosas.

De los que hablaron el día anterior sobre hacer ese paseo, solamente seis personas llegaron a tiempo al sitio de reunión que era el puente que está junto a la casa de la hacienda viejísima esa que está saliendo del pueblo, o entrando, según se vea.

Siete de la mañana. Ahí estaban María Eugenia y Manuel, Alelí y Raquel su hijita de siete años, Isabel y José. Todos trasnochados (salvo la niña que se dormía a las ocho de la noche tal vez por cosas del cansancio que da la playa) sonriendo más por fruncir el ceño por culpa del solazo brillante que ya había a esa hora, que porque estuvieran demasiado contentos de verse.

Claro, la noche anterior se estuvieron cayendo a guarapitas en la plaza junto al muelle y como que se les pasó un poco la mano, porque María Eugenia a cada chiste de José hacía un gesto de irse para atrás de la risa y aguantarse de la pierna de él, cada vez más cerca del sitio en el cual se encuentra aquello que no se le había perdido ni a él ni a ella.

Manuel echaba y echaba chistes dedicados a hacer reír para bajarle la guardia a Alelí sin percatarse de lo que María Eugenia trataba de alcanzar sin demasiado disimulo atrincherada en la botella, que siempre será una buena excusa para hacer aquello que no se debe.

Isabel siempre estaba en la luna en cuanto a lo que a ella misma le afectaba, solo estaba muy pendiente de aquello que no tenía por qué interesarle. Y no, no era particularmente chismosa. Más bien era un asunto tal vez de ingenuidad porque esas cosas le pasan es a los demás. Y no era ninguna santa, ya José le había perdonado un par de deslices, con el hermano de una amiga, y con un cadete de la naval, porque bueno, digamos que él consideraba que el amor tiene esas cosas… Y además, vamos a estar claros: ¿de dónde iba él a sacar otra mujer como aquella? La respuesta a esa pregunta la encontró en lo que dejó de preocuparse por eso, pero estará muy en el futuro de este momento que se relata aquí y no vale la pena reseñarlo.

María Eugenia era una muchacha morena y bajita de cabello negro corto. Un poco antipática a primera vista porque su expresión contenía un cierto rictus como de asco que se disipaba lentamente a medida que se le iba conociendo, o se respiraba lo suficientemente hondo.

Manuel era un muchacho extrovertido tal vez un poco amargado que pensaba que la vida le debía algo y se negaba a dárselo. Sin embargo era un tipo generoso y alegre porque todavía era joven y atraía muchachas como Maria Eugenia, que bien vista no estaba nada mal. Pero era Alelí la que le quitaba el sueño esas vacaciones por varias razones: una era que ella jugaba un poco con él provocándolo como al descuido y luego desentendiéndose desenfadadamente, otra razón era que esa tipa estaba como para portada de revista, y la otra era que parecía estar antojada de un José que no le hacía demasiado caso. Dios no le da cacho a burro, dicen con mucha razón.

Isabel era una tipa llena de complejos, hija de un matrimonio de locos que le tenían algo de miedo porque ella parecía ser medio bruja, cosa que a José le daba una risa desenfrenada (pero José no era la persona más aguda del mundo, está claro) porque más bien le parecía que a Isabel lo que le pasaba era que tenía interrumpido el cableado y una teja corrida, de paso. La cuestión era que Isabel vivía tapando el sol con un dedo, dándose cuenta de la gotera cuando el agua le llegaba a la barbilla, viendo lo que otro hacía u opinaba tratando de aparentar y quejándose de su totalmente inventada gordura. Pero jamás se daba cuenta de lo que sucedía frente a sus propios ojos.

José le agarró el paso a los chistes de Manuel aquella noche anterior al paseo y lograba, con una técnica de rebote y ahondamiento absurdo en el contenido de los chistes, hacer reír más fuertemente a María Eugenia que a cada ataque se agarraba más y más arriba. Este descaro hacía que Alelí se inclinara sobre José permitiéndole la vista dentro de su generoso escote playero, como para no quedarse atrás. Isabel se reía un poco de los chistes, pero más de la risa de los demás, estimulada por la guarapita que se dejaba colar fácilmente porque en la noche, y con el viento frío, no regañaba nada.

Manuel y Alelí estaban de pie frente a Isabel, José, y María Eugenia que estaban sentados en un banco sin respaldo en el borde del muelle.

Isabel, que estaba a la izquierda de José, estaba más pendiente de lo que estaba pasando en otro grupo en el que estaban unos conocidos situados a unos treinta metros más a la izquierda de ellos (que también habían dicho que irían a lo misma playa al día siguiente) y por eso no se daba cuenta de los agarrones que metía María Eugenia que estaba a la derecha de José.

Manuel estaba de pie justamente en frente de José pero pendiente de mirar las reacciones y efectos de sus chistes en Alelí, que andaba escasísimamente vestida, aun para la playa. Por eso no veía tampoco lo que María Eugenia estaba haciendo.

En un punto de las cosas bien entrada la noche, José forzó demasiado la barra con un chiste situado en la frontera al otro lado de lo absurdo y todos fijaron la vista en él capturando el momento en el que María Eugenia situaba su mano izquierda más allá de donde dice: no pase, perro bravo, propiciando el instante embarazoso en el que se decidió disolver la reunión hasta el día siguiente a las siete de la mañana para ir a la playa lejana a la que no va nadie.

Se despidieron un poco incómodos pero no definitivamente molestos, porque con tanta caña entre pecho y espalda, y gracias a la extremadamente fina habilidad para el disimulo del que hicieron gala María Eugenia y José, a Isabel y a Manuel no les quedó claro si en verdad había sucedido algo impropio. Alelí captó toda la jugada, pero se hizo la loca con una sonrisa de picardía que se le caía de la cara.

Al acostarse María Eugenia tenía tanto fuego en las venas que a Manuel se le olvidó que casi la veía haciendo algo que a él no le hubiera gustado ver.

A José no le gustaba mucho María Eugenia pero la travesura le divertía también porque no era algo que le hubiera pasado antes. El descaro de ella, en sí mismo, era lo que realmente le había excitado. Sin embargo no pensó mucho más en esto, no le dio importancia porque el aguardiente tiene esas cosas y muchas más, según ha sabido y oído, pero al acostarse requirió la completa atención de Isabel para si, porque la verdad es que ella le gustaba mucho más que la otra. Además estaba el amor, la fidelidad, la ética y esas cosas. Estaba bien dejar correr un poco una travesura, pero ya quedarse pegado ahí eran ganas de joder, según consideró. Está también el detalle de la autoridad moral y esa no se debe perder porque deja de existir el poder para la manipulación.

Al día siguiente, con el ratón y la duda se encontraron los seis en el sitio convenido y tras saludarse con un poquito de desconfianza emprendieron la larga caminata pasando junto al cementerio, subiendo la montaña por un lado y bajando por el otro, pasando por una especie de mirador que era como un balcón sobre la inmensidad del mar mientras ya no recordaban las dudas sobre lo que no ocurrió la noche anterior, porque es verdad: una caminata ardua bajo el sol magnifica hasta tal punto un ratón, que quién se va a estar poniendo a acordarse de nada como no sea de un Alka-Seltzer.

Ya bajo la sombra de las matas de la playa, a la que se llegaba por un camino en bajada bastante escarpado como para ser transitado en cholas playeras, el buen humor había regresado en pleno. Manuel echaba chistes cada vez más vulgares y explícitos, y José se los exageraba hasta más allá del límite del dolor de barriga causado por la risa. Isabel no se reía mucho mientras caminaba. Tal vez estaría pensando en lo que dirían sus amigos por los que no quisieron esperar. Quién sabe. Luego, en la playa se puso a preparar panes con diablitos, con mantequilla, con picanesa, con jamón y mayonesa, con tomate y queso, con atún y cebolla, con todo lo que consiguió y con todas las combinaciones posibles de lo que consiguió. Mientras hacía eso tampoco se reía mucho. Estaba muy ocupada.

María Eugenia se sentó en la arena con las piernas cruzadas bajo una mata de uva de playa que daba una sombra sabrosa y pasaba la vista de Manuel a José, y de José a Manuel con la risa constante en la cara. En un momento en el que por casualidad José le pasó por un lado le pidió por favor que viera qué le estaba caminando por la espalda, pero Manuel llegó antes a revisarla: una arañita patapelo.

Un poco más lejos, en la misma costa pero pasando por un piedrero, había otra playita a la que ninguno de los que estaban ahí había ido. Estuvieron por turnos mencionando ir hasta allá, pero solo fue José el que se animó, una vez que se hubieron terminado los chistes, a cruzar el pedregal. Dijo: voy para la otra playa ¿alguien quiere venir? Raquel que estaba bajo un inmenso sombrero haciendo castillos de arena lo miró como si hubiera soltado una blasfemia. Isabel, que estaba leyendo, ni siquiera levantó la cabeza. Manuel dijo: nojoda, compadre ¿usted como que se volvió loco? Y se quedó poniéndole bronceador en la espalda a una María Eugenia que estaba echada boca abajo y que se había quitado el sostén del bikini.

José empezó a caminar por el piedrero un poco precariamente dado el calzado, y no había recorrido la mitad del trayecto cuando oyó que Alelí le venía pisando los talones: ¡espérame! ¡no vayas tan rápido! José se detuvo y Alelí lo alcanzó en cosa de segundos ¿Por qué no me preguntaste a mí? Pregunté a todos, fue una pregunta general, y ciertamente que no pensé que sería tomada en serio por nadie…

El trayecto se hizo más corto de lo que parecía que iba a ser porque Alelí no paraba de amenazar con caerse y llenaba el aire de agárrame, me caigo, dame la mano, déjame apoyarme…, y no se puede ocultar que ese constante intercambio como que cambia la relación de la percepción del tiempo.

Más rápido de lo que José hubiera pensado que quería que ocurriera, porque es que no tomó en cuenta que lo que está pasando no necesariamente indica lo que va a ocurrir a continuación y si te centras demasiado en el momento, éste, se te escapa velozmente y antes de que te des cuenta ya te está pasando otra cosa que no pudiste prever.

Llegaron a la playita, que resultó más grande de lo que parecía desde la otra playa porque una gran porción de ella quedaba oculta tras unas grandes piedras caídas desde la montaña. Ahí había una sombra sobre la arena, al pie de un peñón de dimensiones más que masivas, que estaba limpiamente pulido por el efecto del viento y la arena constante. Ahí se sentó José para esconderse del sol tras la caminata que pareció tan corta.

Alelí se echó en la arena a los pies de José, dentro de la sombra, y tras respirar hondo como ahogando la risa se dio media vuelta poniéndose primero de espaldas a José y luego de frente a él. Sonrió con picardía y le dijo tranquilamente que iría a echarse un chapuzón porque tenía demasiado calor. Se puso de pié, se quitó el traje de baño de una pieza que usaba, lo dejó en la piedra y sin voltear a verlo se echó al agua de dos rápidas zancadas que dejaron ver claramente la solidez de las redondísimas nalgas de Alelí.

José se quedó pensativo. Trataba de razonar el por qué del comportamiento de Maria Eugenia la noche anterior y el de Alelí en ese momento. Le parecía completamente ajeno a él todo eso que ocurría: alguna deficiencia afectiva en el seno materno tendrían esas dos…, o tal vez estarían haciendo algún tipo de apuesta entre ellas…, quién sabe. Finalmente, y antes de que Alelí inventara alguna pendejada como decidir volver a ponerse el traje de baños, él decidió quitarse el suyo y reunirse en el agua con la bella bañista, no sin antes asomarse disimuladamente por sobre la gran roca, no fuera cosa de que a alguien se le ocurriera la brillante idea de venir a ver qué tal resultaba esta playita de acá, después de todo… No habiendo moros en la costa se zambulló despreocupadamente junto a la rubia de los pezones rosados.

Era un espectáculo verle sus rulos amarillitos totalmente lacios por efecto del agua. Cambiaban sus facciones por la variación proporcional entre la pérdida del volumen del cabello en relación con el diámetro de su cabeza. Y la verdad es que la imaginación puede ser un poco molesta, porque a fuerza de pensar en cómo sería ella desnuda, al verla realmente, no se había sorprendido en nada. Pero tampoco es que José estuviera decepcionado ni nada por el estilo, es que bueno, se leen y se oyen tantas historias que, buéh…, el sexo es imaginación, básicamente…

Alelí pensaba, por su parte, que ya lo que le faltaba era mandarle una tarjeta de invitación formal a este muchacho tan indeciso. Se había inclinado sobre él estando sentado para que le pudiera ver las tetas. Le daba el beso de despedida en la comisura de los labios. Lo abrazaba siempre un minuto más de lo necesario y apretándose a él inequívocamente. Le reía chistes que no le entendía. Lo miraba con languidez por más agrio y cínico que se pusiera. Lo había seguido por ese piedrero tan incómodo, y ahora estaba nadando desnuda frente a él ¿qué estaría esperando? Una cana al aire cualquiera echa en la vida ¿por qué no conmigo? ¿no le gustaré? ¿será que huelo mal?..., ah, no, aquí está ¡y como dios lo trajo al mundo! ¡se decidió por fin!

José vino nadando con una brazada de pecho exagerada, estilo que él usaba para nadar intelectualmente no desde el fondo, sino desde la cubierta de su corazón, pero nadie le entendía el chiste. Llegó hasta el lado de ella y le pidió el favor de que lo ayudara a constatar una información que él tenía: ¿puedes flotar boca arriba y luego cuando te avise lo haces boca abajo? Ella extrañada dijo que sí mientras él le explicaba que si era verdad que las mujeres son menos densas que los hombres la corroboración de esto sería importantísimo para lo que vendría en el segundo paso, o más bien para la aplicación práctica de dicho experimento.

Ella flotó boca arriba mientras él pasaba un dedo por todo el perímetro de su cuerpo. Al dar toda la vuelta le avisó y ella flotó boca abajo, repitiendo lo del dedo perimetral.

Ella le preguntó que para qué hacía eso tan rico pero tan raro, pero él le pidió que se fijara mientras él flotaba para marcar su línea de flotación: que va, a él, boca arriba le sobresalía un pequeño islote de la barriga y un periscopio muy gracioso, por lo menos para Alelí que no hizo sino reír todo el rato. Boca abajo ella rió más aun, así que el resultado fue que en efecto el hombre es más denso que la mujer.

¿Y que haremos con esa información? Bien, te diré: desde que te ví entrar en el agua me imaginé la delicia que sería chupártela mientras estabas a flote…, el problema surgió cuando me di cuenta de que yo estaba dando dos cosas por ciertas: que tú querías que yo te chupara esa cosita linda rosadita y de pelos claros, y que tú flotabas mejor que yo… No tengo que contarte la indecisión que me entró porque te imaginas que te hundieras mientras yo abusiva y flotantemente te metía la lengua entre las piernas…, y tú yéndote a pique, cómo íbamos a respirar…, pero ya ves. Ahora solo me queda aclarar una sola de las suposiciones…

…¡Coño! Qué complicado eres ¿y no se te ocurrió que en la orillita puede ser más cómodo? Pero no hables más, besémonos un poco para ver si me gusta cómo lo haces, porque el que besa mal arriba besa mal abajo… Oye, no lo había pensado, pero tiene lógica: besémonos… Además, el que huele bien por arriba huele bien por debajo, y el que sabe bien… ¡cállate ya, muchacho loco!!!

El oleaje era muy suave porque era el momento de las calmas de mediodía y el mar tenía una apariencia aceitosa sin una sola ola rompiente. Con todo y eso los besos tuvieron esos sabrosos tropiezos labidentales productos de la prisa, la precariedad y la zozobra. Rápidamente, y para no dejarse ni sorprender por los de la otra laya, ni para dejarse quitar la delantera entre ellos, los labios de cada uno emprendieron una atropellada competencia para ver cuales eran los más osados, o por lo menos confianzudos.

José pudo comprobar que una mamada echada en condiciones de flotación tiene la ventaja de la ingravidez (bueno, en dos sentidos simultáneos, porque siempre tiene aunque sea uno ¿verdad?) pero complica mucho la respiración. También está lo de la ausencia de dientes, cosa muy cómoda. Y si ella se relaja y él pisa el fondo, la cosa fluye bastante bien.

Pero se concluye fácilmente que con tantas cosas en qué pensar el asunto no llega al término esperado y no pasa de una travesura de cierta osadía, dadas las vecinas circunstancias. Así que sin decirse nada tomaron la decisión de salirse del agua porque la piedrota esa que hace la gran sombra tiene una superficie tan lisa y con unos pliegues a tan buenas alturas, que el confort estaba garantizado, y libre de arena.

Alelí tenía los ojos empequeñecidos y la boca roja y carnosa. Salió del agua en silencio y trastabillando. Pasó de la orilla a la sombra de la piedra en lo que pareció una agonía eterna. Cuando llegó, José ya tenía lo que parecía un año sentado en un cómodo pliegue de la gran roca, esperándola.

Ella llegó por fin y sin decir nada se sentó acaballada sobre las rodillas de José. Pasó sus brazos por detrás del cuello de él y se fue arrimando hacia delante lentamente hasta que quedó enchufada completamente. Se movió despacio hacia delante y hacia atrás. Muy despacio pero con muchísima fuerza. La presión que ejercía le estaba destrozando el cóccix contra la piedra a José quién no aguantó y le dijo que se bajara, que lo iba a convertir en pisillo de punta trasera.

Se rieron, se separaron, intentaron un sesenta y nueve, y un setenta y cuatro, un manual y un sesenta y ocho, siguieron con las chupadas: una vez uno y luego la otra…, qué va, no había manera, no se podían concentrar…, y sin llegar a dónde hubieran querido decidieron regresar junto a los demás e intentarlo en alguna otra ocasión más cómoda.

¿Qué tal resulta la otra playita? Preguntó María Eugenia al verlos llegar…

Bueno, se puede decir que a primera vista parece un buen lugar para practicar algunos deportes, pero termina siendo un sitio más bien incómodo…

lunes, 3 de noviembre de 2008

Playón.

“Diga lo que quiera de mí el común de los mortales,
pues no ignoro cuán mal hablan de la Estulticia incluso los más estultos,
soy, empero, aquélla, y precisamente
la única que tiene poder para divertir a los dioses y a los hombres.”

Erasmo De Rotterdan.

Me fui a la playa como de costumbre: acompañando más que acompañado. Esto me sucedía, no me canso de repetirlo, porque era un buen muchacho que había decidido dejar de estudiar una carrera universitaria por sinrazones muy privadas, y hacerle de comerciante y aventurero siendo como soy, muy mal dotado para lo primero y en exceso para lo segundo aunque entonces yo no lo sabía.

Y me fui dando cuenta paulatinamente de que era más compañía que acompañado porque la verdad es que ser reflexivo es una calamidad que me ha venido aconteciendo en la medida que mis células pierden su habilidad de asimilar ciertos nutrientes. En ese caso he tenido que aprender a pensar antes y durante, porque mi habilidad para enfrentar y enderezar entuertos viene mermando a ojos vistas con presbicia y todo.

Por lo tanto, eso de simplemente pisar delante del pie anterior ya se me olvidó por qué fue que el otro pisó ahí primero pero doy el paso porque por qué no ¿ah? Si de todas maneras estar detenido es peor que caminar en círculos hacia ninguna parte, porque cómo coño sabe uno para dónde carajo es que tiene que ir, si es que hay que ir, obligado, hacia qué sitio, y no te enredes más: camina y punto.

No, de ninguna manera escogería la opción de recordar mis vidas anteriores. Ni ahora ni mis futuras reencarnaciones que tal vez me lleven, como A’Tuin, hacia el borde del multiverso cuántico, y a la comprensión de las realidades electivas de adentro para afuera.

Ya tengo suficiente con avergonzarme un poco recordando como el invencible Jóvito terminó cuadrándose, ora con adecos, ora con copeyanos según cambiaba el horizonte político… Tener que acordarme de mis tíos de izquierda contando el chiste de que Carlos Andrés había ganado el Nobel de Química por haber convertido el petróleo en mierda luego de la su nacionalización aquel enero en el que Cañonero II ganaba el Derby… Tener que recordar las gaitas de Joselo, a José Luís meneando pelvis y cantando que allá en la cima de la montaña un hombre grita cosas extrañas, a Sandro balando como un ovejo frente a una Rosa Rosa tan maravillosa, a Trino Mora mandándole recado a la que ya no piensa en su amor porque se cansó de llevar coñazos…, usted me perdona, don: yo no sé filosofar…

Y si es una elección la realidad, la verdad es que no concibo una peor que avergonzarme cuando la pena es ajena. No tiene razón de ser. Lo que trato es de comprender el por qué elegí leer a Funes el Memorioso. Menos memoria me permitiría deslastrarme de chatarras inútiles ni siquiera cómo tópico de conversación, ya que por lo general nadie sabe (porque no se acuerda, nada más) de qué estoy hablando y tengo que ponerme a traducir mis propios chistes, previa clase de historia desautorizada. Y no existe peor chiste que aquel que hay que explicar, destapando el baúl de los recuerdos para más colmo.

Me acuerdo por ejemplo de la vez que se murió el guardián de un templo y había que elegir el sustituto: el abate puso una linda mesa en medio del patio con un bello jarrón encima que contenía una rara flor, frente a los postulados para el cargo. Dijo: este es el problema. Dio un paso atrás… Todos los candidatos se quedaron desconcertados menos uno que dio un paso al frente, desenvainó la espada y de un solo tajo pulverizó flor, jarrón, y mesa… Envainó tranquilo y regresó a su puesto…: Le fue concedido el cargo… Es decir, que si arrastras basura deshazte de ella por preciosa que haya sido alguna vez, o monta un museo y cobra la entrada porque también se vale.

Fui a la playa, como dije, después de dejar el carro estacionado frente a la casa a la que solíamos llegar, en la que también dejé el equipaje y los zapatos. Solo cargué la toalla, el protector solar, el bolso con el equipo fotográfico, y la billetera. Por ahí hacia la punta conseguí un cocotero con una sombra chévere como para hacer campamento y me senté. No, que esta sombra no, que vámonos más allá, que me gusta más aquella, que por qué te sentaste, que ayúdame con esto, que qué te pasa… Ningún problema, consigue la que te gusta, déjame los peroles aquí, que en lo que te ubiques yo lo pongo todo allá… Que tú no me ayudas, que me dejas sola, que qué apático eres… Y será, sí, qué voy a hacer, si es que yo vine para acá a cargar mis peroles nada más… Baja la voz que allá vienen mis amigas: ¡Mame! ¡Clara! ¡Silvia! ¡Aura Delia! ¡Teuta! ¡Miren que sombra más linda consiguió un tal Lucas! Pues sí, y la encontró él solito… Yo, por supuesto que me hice el musiú ante la aprobación doble por la vía de Mame y de Juana Augusta fingiendo que le ponía un filtro de color al lente de mi cámara porque llevaba película rápida blanco y negro de ASA 400 que me permitía jugar con los contrastes.

Saqué un filtro verde claro especial para la piel en días de playa, y del fondo del mismo bolso, una botella de guarapita que había escondido ahí para estos casos. Me di dos profundos langanazos y me disfracé de fotógrafo, actividad por la cual era graciosamente aceptado en este grupo selecto de cabezas coronadas, ya que me salían muy lindas fotos de sus diademas y tiaras.

Yo nunca he sido un mal muchacho, ni, para qué negarlo, demasiado bueno tampoco: además de sus lindas tiaras dejé plasmado en mis negativos múltiples imágenes para la posteridad, y de la posteridad misma en muchos casos. No voy a decir que no. Y la verdad es que esto lo hacía sin ningún fin último, lo que pasa es que, qué tanta foto se le puede hacer a un rostro. Das un paso y luego el otro aunque no sepas muy bien para qué o por qué. Solo lo haces.

Otro langanazo en pareja de mi reserva privada y ya empieza a molestar menos la traducción de mis chistes. Traducción con interpretación freudiana y jungniana, porque para qué voy a decir que no, si esto era así. Además llegó el señor de las ostras que ya me conocía bien y me dejaba el balde completo por un módico precio que le cancelaba al día siguiente antes de regresar a Caracas. Muchas veces él mismo me traía otro baldecito con hielo y una botella de vodka especial para el empacho. Sabio y buen tipo este.

Yo abría las ostras para que nadie se fuera a pinchar un dedo y me echaran a perder el playazo como la vez que Clara se comió un manzanillo y hubo que salir corriendo con ella a que le hicieran un lavado estomacal. Abría unas cuantas ostras, me comía unas pocas, hacía tres fotos, me daba dos tragos largos, y abría más ostras. Así se me iba el día.

Luego recogía para irnos a sacar la sal al río, previa parada para comprar guarapita que yo utilizaba para bautizar en al más novato del grupo. Era divertido: con el frío no se daban cuenta de que se estaban emborrachando hasta que salían a tierra firme y se desplomaban muy graciosamente. Pero como nunca he sido un buen muchacho, ni tan malo tampoco, para qué negarlo, los recogía yo mismo y los montaba en el asiento delantero del carro para que pudieran vomitar por la ventana sin manchar nada.

Luego acompañaba al grupo a casa, para cambiarse y cenar. Generalmente esto consistía en comerse lo más barato y cumplidor que se pudiera, luego ir a sentarse en la orilla del mar para hablar mal de alguien que formara parte del grupo, pero que estuviera ausente.

Yo me echaba panza arriba a contemplar la estrellas y a perderme dentro del ruido de mis pensamientos para no tener que escuchar como despellejaban al que hizo la última fiesta al que asistieron “sin-cuenta” personas, que por supuesto, se había quedado en Caracas por la vergüenza que nos hizo pasar en lo que se rascó y correteó a su papá, pobre gallego pusilánime, que no haya por dónde agarrar a su hija cuando se pone así, pero ¿por qué ella solo se disculpa con Aura Delia? Sí, imagínate que terminó diciendo entrecortadamente y entre sollozos que lo que más la avergonzaba era que Aura Delia hubiera tenido que presenciar esa escena…, será que le gusta…, ¡ejem! Cómo se te ocurre, lo que él quiere decir es que el afecto que ella siente es muy especial para con Aura…, Que cómo iba a verle la cara ahora… Sí, pero no van a negar que fue cómico ver al viejo correteando por media casa moviendo los pies como si lo quisiera morder un perro pequinés, y la otra corriéndole atrás como si en verdad lo quisiera morder…, salí yo a intervenir en el sacrosanto conciliábulo y por supuesto que saltó Juana a traducirme el chiste mientras se levantaba un rumor de murmullos que acallaba el de las olas y el viento, seguido de unas risitas de compromiso para desagraviar al desatinado del fotógrafo que maneja el carro.

Una vez más me di par de langanazos de lo que fuera que hubiera en la botella más cercana y decidí cerrar el pico para otra cosa. Ahora tenía en la cámara película ASA 1600 y estaba experimentando con las luces de las estrellas y las del yesquero cada vez que prendían un cigarrillo que fumaban con gestos desde el de una vampiresa de cine mudo hasta una lavandera arriba de una muralla. No hice gran cosa con este experimento porque había mucho viento y me preocupaba el efecto de tanto salitre en mi cámara, así que la guardé en su bolso bien protegida y me dediqué a contar estrellitas como el Chamamé a Cuba.

Me concentré en el sonido que hacían el coro mar y viento junto con las hojas de los cocoteros, y poco a poco se me fueron desdibujando las imágenes que me hacía con las discusiones que estaba escuchando sin oírlas ya, y sin ningún ánimo de intervenir, porque para qué, si igual no me iban a entender y resulta muy cansado para mi traductor simultáneo.

Se me fue ocurriendo tomar ciertas decisiones: no me importa que me rajen el cuero cuando no estoy si es que lo hacen. Manejo el carro siempre que quiera hacerlo. No me dejo traducir un chiste más. Solo fumaré en pipa. No agarro más de una arrechera al mes. Observaré más y hablaré menos… Y el cielo no está sobre mi cabeza sino bajo mi panza…

…Y tuve que agarrarme del suelo porque me estaba cayendo dentro del cielo…

lunes, 13 de octubre de 2008

“El que ginebra no enhebra”

"Érase una vez un lobito bueno,
Al que maltrataban todo los corderos.
Y había también un príncipe malo,
Una bruja hermosa, y un pirata honrado.
Todas esas cosas había un vez,
Cuando yo soñaba un mundo al revés".

José Agustín Goitisolo.

Aura Delia Perdomo Poe era una chica menudita pero bien hecha, buena, muy buena y de familia casi bien. Ella estaba de novia con Asdrúbal -a quién llamaban Druby porque en Fort Lauderdale es imposible que le pronuncien correctamente un nombre tan cartaginés, que ni latino termina siendo, igual que si se llamara Aníbal- pero lo dejó después de un cúmulo de desatinos que cometió el pobre Druby, cerveza en mano, tras el volante de su Samuray negra vía Cuyagua y vuelta.

Fue un fin de semana raro, sí, más bien raro. El grupo era casi en su totalidad de gente buena de familias bien. Tan, pero tan bien, que el que menos acumulaba tenía medio metro de apellidos guindando de sus tres nombres. No voy a hacer la lista, y claro que todos los nombres son inventados con la sana intención de proteger a los inocentes que ya tienen suficiente con serlo.

Aura Delia Perdomo Poe, cuyo padre trabajaba duramente en algún sindicato de la industria petrolera en Anaco mientras leía a Lovecraft con el nudo de la corbata bajo la oreja izquierda, creo, entró en este grupo tan selecto por vía de su empadronamiento en una carrera filosófica de una universidad dogmática y casi invisible. Ella era del tipo de gente que te ofrecía un cognac francés en vaso corto con tres hielos, preparaba un riquísimo fondue de chocolate y lo servía con carlotinas, y veía las películas porque no le ha dado tiempo de leerse el libro (pero lo tiene en la biblioteca y en cualquier momento lo lee) y todo lo hacía tan graciosamente parada sobre sus dos piernitas tan torneaditas que dios le dio.

Rápido comprendió que un Iturriza le venía mejor que el fofito de Druby (con su culo más ancho que su espalda, y su piel de mantequilla sin sal) y le dio golpe de estado nada mas llegando de Cuyagua. La excusa que ella le dio para mandarlo al carajo él nunca la entendió, por lo menos dentro de los tres años siguientes a su expulsión del grupo. Soy testigo presencial de esto. Es que yo estaba siempre por ahí porque aun sin ser de familia bien sí terminaba siendo bueno, y por el agradecimiento (en más de un modo, cómo no) de Juana Augusta Montefuerte Del castillo Nuevo mientras no tuviera que traducirme un chiste. Qué aburrido. Entonces Druby a la basura y quedaría incorporado Juan Pedro De Iturriza y medio metro más de apellidos (y de estatura) que ni de vainita mencionaré. Pero eso no es todavía.

Era el cumpleaños de la infanta doña Maria Mercedes (Mame) Guzmán-Santaella y Ortuño De Confroid, de los ojitos infinitamente negros (y su inteligencia tan brillante para todo aquello que no fuera emocionante o sirviera para matar el aburrimiento), y nos invitó a celebrarlo con una salvaje termidor de mero preparada textualmente sobre tres topias, tal y cómo lo dijera con salivita saliéndole de las comisuras, Juana Augusta Montefuerte Del Castillo Nuevo desde lo alto de sus medievales murallas con terraplén de barro apisonado.

Para ese efecto y con el fin de que comprara un atadito de meros no mayores que mi antebrazo por instrucciones expresas de Silvia Hortensia Calatrava y Fuentes Mayor, que era la que dirigía el ágape salvaje, brasileña mitad riojana mitad castellana, de La Castellana misma, se me comisionó entonces para llegarme hasta la piscina o pileta de Cuyagua que es la parte más oriental de la bahía pasando la desembocadura del río dónde llegan los pescadores.

Yo, que era un buen muchacho de nombre escuetísimo cumplidor de mis horarios, de familia pobre pero honrada, de nobles en decadencia y descenso según contaba mi padre entre rapto socialista y rapto socialista, porque sí es verdad que no tenemos dinero ni posesiones pero es que no hay nada más noble y descendido que un socialista venido a menos, entiéndelo bien hijo mío, sobre todo si la decadencia ha venido por el lado de la conciencia ¿no?..., yo, que era un buen muchacho de familia socialmente honrada, o sea: decaída, ya lo dije, veía estos paseos como una parte de mis deberes, de mi aprendizaje de la vida que alguna vez decidí enfrentar como mi tío Bartolo quien hizo un pacto con el plan de crédito del karma para ir pagando de inmediato todo aquello que no lo llevara directo hacia Siddarta Gautama aunque lo devolvieran de la alcabala de Caucagua porque por ahí no se va para Woodstock. Entonces yo estudiaba el comportamiento de cada eminencia que me prestaban cada fin de semana y las acompañara a sus desfogues aristocráticos, pero claro que con la misión de traerlas de vuelta lo más sanas y salvas posible, obviamente porque yo tengo licencia de quinta y si manejo una gandola manejo lo que sea.

Y cumplía mi comisión, y me llegaba hasta la pileta para comprar los meros chiquitos que me encargaron, acompañado por la inefable Teuta Meyer Killigrew (una picto-eslava de intercambio estudiantil que estuvo todo un año hablándonos en un castellano mejor que el nuestro y por eso le entendíamos poquito) y de vuelta nos traíamos unos palitos que no hubieran tocado el agua salada porque si no, no encendían. Volviendo de nuevo al campamento en donde Adalid Martini (con su peinado con la raya a un lado, su camisa de lino, sus bermuda de piyama, y sus mocasines con medias de seda) trataba de armar una carpa que parecía de muselina y organdí de puro fina que era, y el negro Blanco que nació sin camisa y nunca compró una porque para qué si ya tienen esos abdominales de cují pulido, coleado igual que yo en este grupo no siendo ni siquiera buen muchacho porque ni muchacho era ya, se reía con saña de Adalid, mientras con una sonrisa de picardía vitalicia les daba ron directamente de la botella a las bocas (que tenían que empinar como quien recibe la ostia, pero dejando chorrear algo del ron por los cuellos y pechos para quitárselos luego a lametones acompañados de risotadas de látigo) de las eminencias presentes que pasaban frente a él haciendo una especie de baile de la conga a ritmo de Las Chicas del Can (que tronaba en el reproductor de la Samuray negra de Druby, y eso que para ese fin de semana me había pedido mis cintas de Traffic y Gong que nunca me devolvió) que ponía celosísima a Clara Amanda Orticoechea Machado y Santamaría (la conga, no las cintas) con su cabello tan liso y sus caderas tan redundantes y pindáricas (para una niña de su edad), que era la eminencia que siempre lo invitaba.

Teuta Meyer Killigrew hacía la fila también bailando como un paraguas suelto en un ventarrón pero no alzaba el piquito para que le dieran de beber porque era abstemia. A ella en su mundo le importaba lo mismo: bailaba y gozaba a la austrohúngara siempre muy bien peinada, con su bikini dos tallas mayor…, inefable.

Llegamos de regreso y me puse a arreglar el fogón que intentaba armar el fofito Druby con la cerveza en la mano, bajo la etílica mirada ligeramente estrábica de Aura, que en lo que se echaba tres ginebrazos ya ni se sabía bien a quién estaba mirando. Él se fue a buscar más cervezas a la cava mientras ella me decía que quién ginebra no enhebra. Se reía, hipaba, y lo repetía: el que ginebra, no enhebra…, yo no era tan buen muchacho, creo, y eso me ponía medio mal. Me ponía medio mal porque por un lado me prestaban ese cúmulo de finezas para que las cuidara en su aburrimiento tan elegante, y yo por el otro lo que hacía era traérmelas para una termidor salvaje preparada en las tres topias de la muralla con arcén que era Juana Augusta Montefuerte con, o sin salivita, pero Del Castillo Nuevo. No intenté explicarle a Aura Delia que a la que mucho ginebra pronto se la enhebran porque definitivamente el fofito de Druby, a juzgar por la cagada de fogón que estaba preparando antes de que yo llegara, ya estaría tan borracho a fuerza de cervezas en la mano que de pronto al que se iban a enhebrar esa noche era a él. Pero sería el negro Blanco el que se lo echaría seguramente, y lo digo porque el siempre repite que güevo parao no cree en culo cagao.

Hice entonces un buen fuego con Teuta germánica parada sobre mi hombro izquierdo sopla que te sopla tan franco prusiana, mientras hacían la conga del ron y Adalid me llamaba para que lo ayudara a instalar su muselina con techo de organdí Valentino Lawrence de Cuyagua. Claro que lo mandé bien largo y ancho al carajo: A mí me prestaron también a María Mercedes (Mame) Guzmán-Santaella y Ortuño De Confroid, con todo y ojitos negrísimos para que la cuidara este salvaje fondue, no, termidor fin de semana salvaje, y ahora resulta que se nos pegó este mano topocha que jamás ha visto un chinchorro (y menos un mecate como no sea el que está acostumbradísimo a que le jalen a él) y no me jodas, güevón, que yo voy a guindar el mío aquí lejito, para que no me ladillen cuando no sepan resolver alguna cosa… Yo estoy contratado solo como chofer y guarda espalda nada más ¿no has visto el tabulador laboral del contrato colectivo de la CANTV? Lo de fogonero y pinche de cocina lo hago porque me sale, pero no abuses.

Aun había que esperar a que se hicieran las brasas. No se puede montar la termidor así a llama viva porque se le quema el queso y de eso sí que sé yo, dijo conocedora (y empezando a bizquear también porque parece que el que ginebra no enhebra pero por bizco aunque lo que tome sea ron) Silvia Hortensia Calatrava y Fuentes Mayor con su carita de Sonia Braga recibiendo, no por gusto, el beso de la mujer araña constantemente.

Yo, qué carrizo, ya sabía que Gonzalo sin apellidos por sureño, su novio, muy catirito cara de tomate y acelerado y arrechón no pasaba de la puerta del closet, porque según lo que soltaba ahí junto al fogón de la verdad Silvia Sonia era que con todo y su carita Gonzalo no le quitaba las bragas (claro que si se apellidara Zabaleta le hubiera quitado lo mismo pero con otro nombre) sino para darle por detrás. Que no, que lo otro no, que lo de allá delante no me gusta. Me gusta ese de atrás y punto… Y esto lo decía con cara de no recibir muy bien ese beso de la mujer sin braga, pero la verdad es que tampoco parecía queja. No sé. Yo estaba en lo de la candela que era otra.

Entonces sí que ya no entendía nada. Estas eminencias sí que son raras. Y yo que me siento tan mal por no ser tan buen muchacho que vivo pensando todo lo que no se me ha perdido. Lógicamente que entre Vadiño y el farmaceuta, pues ni muerto tengo dudas.

Y así, una vez que Druby cayó vencido por el peso de la cava de cervezas que llevaba dentro por los lados de su ecuador ya, probando que el que cerveza tampoco enhebra, volteó el pote en el que traían preparado lo que civilizadamente le iban a poner a la ensalada que acompañaría a la salvaje termidor. Volcó el pote y cayó redondo bajo el diferencial de su Samuray Negra cuando Gustavo tomate soltó un atiplado reclamo: ¡Drubyyy, botaste el aderezo! El negro Blanco soltó un totalmente negroide: ¡aayy, papá! Teuta Meyer Killigrew puso cara de circunstancia montenegrina porque la suya era de vegetariana de Los Vosgos…, y Aura Delia se puso a contarme que se había estado viendo a escondidas con Juan Pedro De Iturriza y medio metro no solo de apellidos y estatura, según ella, a quien en una noche de emperrado ordeño le había sacado a él ocho, óyeme bien, ocho orgasmos…, yo le dije tratando de evadir su confesión: ¡chica, si enhebras o no enhebras no lo sé, pero de que exageras, exageras! No, por este sol que nos alumbra y que relumbra como una fogata: ocho orgasmos le saqué…, me replicó mirándome como si le hubiera hablado en chino: me fajé y me fajé porque yo quería ver hasta dónde llegábamos…, ¿y cómo hiciste? Porque eso no es botón de la luz que le das y el bombillo prende…, no, me montó primero al derecho, luego al revés, luego me monté yo al derecho, luego al revés, se lo mamé dos veces, y le hice dos pajas: una rusa porque tengo con qué y la otra normal, porque la vaina cansa, y paré porque él ya parecía que se iba a morir de tanto llorar…, Y me imagino que después…, sí, bueno, eso fue en un motel bien lindo en La Victoria…, pero después…, sí, pero después tuve que manejar yo de vuelta a Caracas y fue un desastre: tú sabes que yo no veo nada… ¡Román, Román! ¡el que ginebra no enhebra!... Pegó un grito como Rodrigo De Triana y cayó dormida (como si le hubieran cortado los hilos) al lado del fogón sin haberse hecho la brasa todavía.

Silvia Hortensia Calatrava y Fuentes Mayor me puso cara de Jorge que no ha amado y yo entendí que antes de que Gonzalo tomate sin apellidos por sureño le quite las bragas a la mujer que araña (porque tiene con qué) que no enhebró por culpa del ron, yo tenía que cumplir con mi encomienda y empréstito honrando mis compromisos y poniendo a salvo a la niña Aura Delia Perdomo Poe ex de Druby y futura de De Iturriza de sus varios medios metros y ocho orgasmos, la llevé a la Samuray que tenía asientos reclinables, la tranqué con las ventanas abiertas lo justo como para que no se asfixiara, y me traje las llaves conmigo… El ke jjinebrra no enhhebrra…, decía moldávicamente Teuta Meyer Killigrew mientras daba vueltas sobre su eje con los brazos abiertos mirando el cielo con su inseparable bikini anaranjado que le hacía bolsitas bajo las nalguitas herzegovinas esas.

Cuando regresé me encontré una gallera encendida y era que Mame y Clara se estaban peleando porque Mame se había traído a Adalid Martini ese fin de semana (nunca lo llamaba solo por su nombre, siempre daba nombre y apellido de una sola vez) para experimentar el sexo fuera de su ambiente habitual, y así salir de dudas sobre si era que lo que estaban era aburridos, o era que la frigidez los llevaba por el camino del desespero. Ella se lo había traído con todo y carpa de muselina y organdí para ver si en tan exótico escenario y tan sugestivo nombre él se inspiraba…, y ella, ella, ¡ella! ¡Su mejor amiga! le había vuelto a fallar…

Obviamente yo no entendía nada porque llevaba mis tragos de guarapita ya, y cuando fui a preguntar me atajó Juana Augusta Montefuerte Del castillo Nuevo abriendo el puente levadizo para susurrarme a gritos alcohólicos que Mame había capturado a Adalid agarrado de las ampulosas nalgas caderas de Clara Amanda mientras ella se agarraba a la pantallera entrepierna del negro Blanco haciendo una conga trencito con chucu-chucu incluido a ritmos de Fernandino Villalona... Todo esto me lo contaba ella con las cejas levantadísimas, como solía estar su puente, y tres surcos en la frente como las topias del fogón que fue su idea con o sin saliva y terraplén.

Gonzalo se puso como un tomate apurado y azoradísimo, sacó a Silvia de las inmediaciones culinarias claramente mirándole la entrepierna al negro blanco con toda la intención de pagar la calentura con las, en este caso dos, topias posteriores de Silvia Hortensia Calatrava y Fuentes Mayor. Se perdieron en la noche, más allá de la negrura de la Samuray negra de Druby mientras Silvia decía: cuidado que tienes arena, cuidado que tienes arena...

Ahora Clara, en el borde de la penumbra rojiza de lo que quedaba del fuego y mientras yo le echaba paleta a la salvaje termidor para que no se pegara en el fondo de la olla (no fuera cosa de que al regresar Silvia de la incursión en las alternativas culinarias de sus dos topias con el tomate atiplado me fuera, encima, a armar un peo) le metía las manos debajo de los pantalones cortos de banlón al negro Blanco -quien como Frank Harris sabía que si ese camino también conduce a Roma todo está bien- del cual a esta distancia solo se le veían los dientes porque tendría los ojos cerrado, digo, y a Adalid Martini que comenzaba a bizquear y ahogaba un bostezo rascándose la nariz con el dorso de la mano pero sin soltarse ni un segundo de las ancas de Clara por más chucu-chucu que hiciera el trencito de ellos.

Supongo que fue ese el detonante para que Mame soltara suavemente esta perla: Clara Amanda Orticoechea Machado y Santamaría es virgen… Claro que es virgen, aunque tome pastillas anticonceptivas… Las toma porque según ella nunca se sabe…, claro, se guarda virgen para cuando se case…, mientras… ¿no le ves la boquita que tiene?... ¡Adalid Martini, ven acá de inmediato! te vienes conmigo a la carpa a ver si entre muselina y organdí se te ocurre algo bueno… Adalid se desprendió y vino con paso más bien cansino, pero vino. Y se fueron a su carpa que parecía un globo aerostático mal inflado porque había quedado pésimamente mal amarrado.

Yo pensé ya fastidiado de hacerme el bueno: que vaya Mame y mame a ver…, y saqué la olla de las brasas, acerqué el recipiente de la ensalada sin el aderezo que Druby había botado, puse todo sobre una toalla en la trompa de la ranchera Mercedes Benz Diesel que me habían prestado junto con las eminencias, e invité a una muy achispada Juana Augusta Montefuerte del castillo Nuevo a que despejando su ceño se bajara del arcén y se sentara a comer conmigo la termidor salvaje del cumpleaños de Mame, que a estas alturas ya debía estar siendo mamada o viceversa.

El ke jjinebrrra, no enhebrrra, decía inefablemente caucásica acuclillada sobre el techo de la camioneta Teuta Meyer Killigrew, tranquila, entre bocado y bocado de ensalada sin aderezo.

jueves, 9 de octubre de 2008

El Bastón De Gun-Marie

Bastón laminado.

Maderas varias: Pino Caribe, Amargoso, Pardillo negro, y Teca.
Resina epoxi.
Contera de acero inoxidable 316, y caucho de camión.

Longitud total: 86cm

La procedencia de las maderas es de cultivo, o de desecho de carpinterías.
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lunes, 22 de septiembre de 2008

Demagogo. Pedagogo.

”Si quieres docto ser en todas las ciencias,
En púlpitos en cátedras y audiencias,
Pondrás mucho cuidado,
En andar bien vestido y aliñado
De aquella facultad que representas,
Que de esta suerte ostentas
Lo que ignoras y nunca has aprendido,
Que es ciencia para el vulgo el buen vestido”
Caviedes.

Era que había elecciones en el IUP y la contienda estaba cerradísima entre la plancha uno y la dos. Ni hablar de la tres, que era por la que íbamos en casa. Ahí no estaba inscrito Merentes.

Atrás (pero no hacía mucho) quedaban las luchas disueltas en slogans y letreros estampadas en franelas chupasangre, que si bien me asistieron en eso de fijar mis cánones estéticos, bueno, por estéticos precisamente gracias también a Joan Báez, también dejaron ese regusto dental que solo se quita con astringosol, porque el listerine no puede por aguado.

Yo entendía muy bien que el socialismo usaba botas unión si era muy sentido y montañero, y frazzani si lo querías más cómodo. También estaba el de sandalias, pero ese era idealista y sin bolas como para agarrar el fusil y subir a la montaña con Manuela (aunque descubría que era lo que provocaba de verdad)... Pero el de la plancha tres no usaba (pero ahora sí) mocasines.

… Qué va, la plancha uno arrasa. Hay que hacer alianzas estratégicas para no quedar como la guayabera: pactemos con la plancha dos y nos repartimos los cambures tras la victoria aplastante de la plancha dos más tres, que no suma cinco sino que resta uno, porque es que ese uno es un solo cogollo y así no se puede.

Ese señor de la tres es un señor, además, es un pedagogo, un insigne epítome paradigmático por antonomasia que hasta pelético y pelempempético no para. Un ejemplo, un bastión, atalaya y arcén de las letras y la cultura, hasta participó en la composición de los chimichimitos y fíjate que renunció a sus derechos de autor y todo.

Cuando se habla de la generación del veintiocho, en vez de extenderse en justísimo improperio, se sume en un profundo e inescrutable silencio que lo sitúa, junto con su pipa, en el pedestal que ocupa todo hombre inteligente.

¿El sesenta y ocho? ¿mayo? ¿Paris? Eso está muy lejos ¿qué vas a saber tú de Francia? Imagínate que allá cocinan todo a base de maicena, no se bañan, se tapan el violín con perfumes, los hombres son narizones, las mujeres de cascos ligeros, y tienen un sacacorchos por presidente que ya cumplió porque metió un gol, o algo por el estilo…

… Lo ideal es una estructura de cooperativas como la que utilizaron después de la guerra para sacar adelante la economía británica...

… Pero ¿cuál guerra?...

… Mira qué bien agarra este la garrafa de castel gandolfo, a ver si compras un vinito menos peleón que este, coño, que mañana hay que trabajar después de las elecciones.

No me vengas con mocasines a estas alturas que ya me quité las frazzani por culpa del curry que estaba picante y se me sudaron los pies.
Es que tú fumas en pipa también. Debes disgustarte solo una vez al mes nada más, y te aceptamos en el marco de las alianzas estratégicas porque tú sabes bien que sin remilgos nos echamos a la uno en caldo e’ ñame.

Qué vino más malo, carajo, pero tienes razón ¿vas a tomar güisquis? Ni de varilla, comandante, con sandalias o con unión, porque en la unión está la fuerza y no estoy hablando de pecueca, caballero.

Un pedagogo, como le estoy diciendo, como les digo y alcemos esta copa de vino que con cada garrafazo sabe mejor ¿y el curry? Como para subir a la montaña con Manuela en sandalias y fusil cargado. Ojo mi comandante: los niños.

Además, con Manuela se va o se viene es de la fabrica, no me traicione a Zitarrosa, a Violeta Parra, y a Joan Báez de un solo desatino garrafal. De la montaña el que bajó fue Manuel ya sin unión, y sin mocasines si te pones a ver y oyes la canción completa. Ni siquiera se trajo las sandalias aunque fueran las de Mercedes.

Dame la garrafa que ya está más liviana y hay que aprovechar mientras afinamos las alianzas dándole gracias a la vida porque en Paris cocinan con maicena hasta el curry este que estaba bien bueno.

Un insigne educador, un ejemplo, una luz moral de moral y luces, un catedrático: un pedagogo pedagogo de verdad.

¿La plancha uno? ¿plancha? Platanazo es lo que es. Un platanazo es lo que se van a dar contra la tensa superficie de nuestras alianzas estratégicas. Mocasines. Mocasines y hasta guayaberas. Nunca, jamás safari.

Además ¿dónde queda lo auténtico? ¿ah? Lo autóctono, lo folklórico, lo de aquí. Sí, eso mismo es lo que digo ¿por qué irse tan lejos a comer curry? La maicena es de Alfonso Rivas, que es tan de aquí como el gurrufío y el pan de piquito ¿no? Lo mismo que Eliodoro Gonzáles P., que le compró la fórmula a mi abuelito Masó, quién pasó el resto de sus días en el Miramar sin trabajar más nunca…

… Y ya me vas a decir que eso el lo bueno, lo ideal…, no se puede confiar en socialistas de sandalias…, capitalistas oportunistas ¡dígame! ¡Ponche crema! ¡fin de mundo! Pásame la garrafa, que esto no lo puedo oír bueno y sano. Menos mal que este vino está malísimo…

Ah, no, dejen la molestadera porque así no hay alianza que valga. Recuerden que somos pedagogos…

… No, si aquí para ser un pedagogo epítome paradigmático hay que fumar en pipa y tragarse a Rómulo Betancourt sin masticarlo. A Rómulo y a Merentes. Coño, eso ya es mucho…, con el perdón de los niños míos y de los de mi comandante…

Yo no veo claro como es que dos más tres…, no, comandante, en este caso es tres más dos…, sí hombre, está bien, poeta: como es que tres más dos restan uno…, es que usted, y me perdona, comandante (y gracias por lo de poeta, porque poeta somos todos lo que amamos la vida y nos vamos a la montaña con Manuela y el fusil cargado, y defendemos nuestras alianzas sumando tres y dos con una flor y un balazo que me ha de esperar en una batalla sin nombre tan anónima como la muerte de los ideales diáfanos y cristalinos que…) coño poeta: ya…, sí, si, pásame la garrafa, que este vinito no está tan malo. Le decía, comandante que ya aprendimos a quererte y hasta te me pareces al Che, caramba, es igualito nuestro comandante al mismísimo Ernesto en ideales, prestancia, tabaco (pero en pipa y sin disgusto, no más de uno al mes) pero sin asma porque a quién le va a dar asma con este curry de maicena que le compraron en el Miramar al abuelito epítome…

No, bueno, así no es que fue la cosa, el que es un epítome no es mi abuelito sino el maestro pedagogo bastión y muralla de la plancha tres que gana y arrasa con la alianza esa que suma un dos estratégico y resta un menos uno con guayabera…, y hay que ser un pedagogo para entenderlo porque lo que soy yo, ingenioso y todo con mi regla de cálculo, no me sale la cuenta.

Pero bueno, poeta, usted no entiende…, perdón, mi comandante…, lo que pasa es que la guerra de ahora se libra en salas de redacción y en mesas de conferencias, en brain storms, en cogollos que son todos uno y por eso es que hay que restarlos ¿no ve la franelita chupasangre que tiene puesta Manuela? que me tiene con el fusil cargado y listo para subir a la montaña o bajar si me entienden lo que digo porque los niños ya entendieron y están evaluándole la estética de cerca a Manuela, y yo con el fusil que bueno pues…

Claro que le entiendo, poeta, claro que le entiendo: sumemos tres más dos, obtengamos menos uno en detrimento de Merentes y de su guayabera planchada…, sobre todo entiendo la razón leyendo entre líneas.

Querido comandante garrafal, que eres igualito al Che pero fumando el davidoff en pipa para evitar sabiamente una piorrea, cosa pavorosa en la montaña con Manuela y el fusil cargado ¡carajo! ¿qué le puso usted a la garrafa esa con maicena fórmula de su insigne abuelito epítome que mira al mar? Si usted se pone a ver bien, todo el asunto está en que de que perdemos, perdemos, con estrategia y alianzas, con matemáticas o sin ellas…, es que usted no ha entendido y me perdona que por culpa del picante me haya quitado las unión para ponerme los mocasines porque hasta ganando perdemos… Perdemos porque somos pedagogos contra demagogos…

… Papá ¿un demagogo es un profesor maleta que usa guayabera y mocasines?












sábado, 13 de septiembre de 2008

Construir en Margarita.

Para dominar la naturaleza es preciso obedecerla [...]
La sutilidad de la naturaleza es mucho mayor
que la sutilidad de los sentidos y la comprensión.
Francis Bacon.

¡Carajo! Apriétese las alpargatas, compadre, que lo que viene es joropo…, ya nos salió fusil con el asunto asuntino del 1º Festival Gastronómico y de las Artes plásticas Puertas Azules, que estamos celebrando en el Centro Comercial Artesanal El Güire, en pleno corazón se La Asunción, una de las pocas ciudades con título real por la gracia de su majestad de la época de Cristóforo Colombo.

Fusil y escopeta, pero no carabina 30-30 porque no es gente de Puebla, ni pueblo de ninguna trova. Lo que si son es trabas y pestillos, pero que ponen flores el propio día como para que no se hablen pendejadas.

Y diré al respecto que no me deprime. Ya sabía que esto pasaría, lo que no esperaba es que la cochina saltara tan rápido. O sea, que ni siquiera saben jugar al dominó…, y dije que no me deprimo porque tengo un padrino mucho más mágico que el que ven mis chamos por el canal de comiquitas, que se llama Sócrates y decía una frase que me gusta mucho. Aquí se las pongo: Mi deseo sería, Crito, que las masas fuesen capaces de hacer el peor de los males, pues entonces también lo serían de hacer el mejor de los bienes; ¡y esto sí que sería bueno!

También, bueno, qué puedo decir, que no me parece tan malo lo del fusil, porque la verdad es que un culatazo se le da a cualquiera, por la vía del documento, o por la vía del mérito, que así sí que lo tiene también, además, para qué negarlo.

Es vox populi y por lo tanto vox dei, que mucho del que se vino a vivir encima de este pedrusco que ni entiendo cómo es que no se derrite bajo el sol o se diluye bajo la lluvia porque es que uno se muere de hambre y de indigestión a cada rato, lo hizo porque huía y buscaba y no le alcanzó, digamos, para Miami Flo…, yo personalmente, doy fe de ello. Claro, sin exagerar tampoco porque too far east is west, que dicen por allá en la pérfida Albión como bien se sabrá, tanto por el lado populi como por el lado dei.

Recuerdo a un insigne escritor venezolano que casi se pone de moda en la terrible y ridiculísima década de los ochenta, que llamó generación boba a los que nos hicimos adultos incorporándonos al así llamado aparato productivo nacional agarrados entre los fuegos de aquel viernes negro, la crisis de la construcción, el bajonazo del barril petrolero, la exportación masiva de telenovelas, pediatras de botiquín con la botija vacía y gastos cubridos…, boba no ¿qué tipo de sagacidad hacía falta? Si hasta yo me puse pantalones bolsilludos, chemises pastel, mocasines sebago (pero sin el centavito gringo porque ni en ese entonces exageraba tanto) y con la guinda que significaba el cortecito de pelo que aun hoy utiliza Sergio Pérez… No hay que olvidar las corbatas delgaditas tejidas o de cuero, y los blazer con descomunales hombreras tipo Rodak. Ah, y los mocasines sin medias.

Bueno, una importante representación de aquel desesperanzado y aparentemente descocado pelotón vino a parar a Margarita. Unos porque huían, otros porque buscaban, otros porque no les alcanzó para llegar más lejos. Eso ya lo dije.

Aquí se formó entonces una subnacionalidad hija bastarda de la mayamera en la que las discotecas alimentadas por el puerto libre se convirtieron en la bandera, escudo, e himno nacional, de ésta micro nación, a la que me gustaba llamar el principado disco. No como el Mundodisco de Terry Pratchett.

Luego apareció la especulación inmobiliaria, la industria del tráfico de turistas, el turismo sexual, y una táctica a la que yo llamaría “la siquitrillización de todo lo que tú hagas”. Esto último porque la verdad es que el mercado es pequeño y la mayoría de la plata queda en manos de los turcos, de sigo, del sambil, de los bodegones, de los chulos, de los jíbaros, y de las cuaimas que venden apartamentos.

En una tierra en la que todo se basa en cerveza, silicón y bronceador, otras iniciativas (que ni siquiera compiten, solo, digamos, abren nuevos horizontes) quedan en manos de piratas, incompetentes, encamburados, o de algún grupito de soñadores a los que siempre se les mirará con una mezcla de desconfianza y condescendencia. Bien, mientras no nos echen la burra pal’ monte.

Si trabajas en lo que está delante de ti, siguiendo con seriedad, energía y calma la razón correcta sin permitir que nada te distraiga, salvo mantener en estado puro tu parte divina, como si debieras devolverla de inmediato; si haces esto, sin esperar nada más que la satisfacción de vivir de acuerdo con la naturaleza, pronunciando verdades heroicas en cada palabra, vivirás feliz. Y no habrá hombre capaz de evitarlo.
Marco Aurelio.


Una vez escuché un comentario que hacía Facundo Cabral sobre la vez que le presentaron, su madre, al entonces presidente de la República Argentina. Dicho presidente le preguntó a Sara, la madre de Facundo, en qué la podía ayudar. Ella le respondió: con que no me joda es suficiente… No agrego más.

Está bien, de acuerdo, yo no soy la madre de Facundo y tal vez por eso no deba esperar que por lo menos no me jodan. Quién soy yo después de todo. Además, tampoco es que me joden tanto. De repente y tal he debido mudarme, digamos, a Suiza, porque es que en verdad no lo somos. Cuanta sabiduría y conocimiento de la venezolanidad hay en esa frase.

Pero ven acá, yo no estoy hablando mal del venezolano. No tengo derecho a hacerlo ni tampoco quiero hacerlo. No solo porque el que escupe para arriba se moja, sino porque en verdad somos una gente arrechísima, una verdaderamente buena gente. Y si no me creen, pídanle plata o comida a un extraño para que vean.

Siempre me acuerdo del cuento que me echaba mi abuelito sobre la vez que dios creó a Adán. Él decía (mi abuelito, claro) que antes de a Adán, dios creo a Pérez como ensayo. Como éste le salió más o menos bien, entonces fue que se atrevió a seguir adelante. A partir de eso le echó bola al universo, a los planetas, a los animales, los países, y así, a todo lo que hoy existe empleando a Pérez como asistente.

Así un día en el que dios se levantó de buen humor le dio por crear a Venezuela. Empezó a meterle vainas bonitas: que si la sierra nevada, que si los médanos, que si ríos enormes, que si petróleo, que si oro, diamantes, hierro, aluminio, níquel, bosques, animales de todo tipo, el salto de agua más alto del mundo…, tanta vaina que Pérez perdió la paciencia y empezó a reclamar que era mucho…, dios, en su ira divina tronó: ¡coño, no me jodas más, necio, ahora lleno ese país de adecos para que acaben con todo eso!... Y por eso es que hoy estamos como estamos.

Recuerdo que también me decía que en este país lo que más hay es adecos: adecos blancos, adecos verdes, y adecos rojos.

¿Qué es un adeco, abuelito? Un adeco es un ser básicamente bochinchero, mezquino y sin imaginación. Un tipo como San Pedro que le vedó la iglesia a las mujeres. O como Bolívar que envainó a Francisco de Miranda. O como Páez, que impidió el regreso a Bolívar. O como Pérez, que hizo arrechar a papá dios… Todo por conservar un cargo sin tener que ser el mejor para conservarlo, sino jodiendo al que amenace con ser mejor. En dos platos: un ser históricamente miope.

Para ser adeco no hay que militar en el partido político, basta con temerle (y combatir) a los mejores, pintar unas cabillas de blanco, usar reloj de oro, andar con edecanes, beber solo whisky, y básicamente entorpecer cualquier idea buena, con tecnología, o con visión de futuro. Torpedear iniciativas, ganar plata hoy sin importar mañana, todo eso es lo que define a un adeco.

No nos pongamos apocalípticos tampoco porque total, el mundo se acaba cada tanto, con adecos o sin ellos. Pero echemos una miradita panorámica sobre Margarita por ejemplo: aquí no hay suficiente agua potable. Pero las casas se hacen sin sistemas de tratamiento para usar las aguas de lluvia, o las aguas servidas para el riego de sus matas. Entiendo que no existan embalses por falta de espacio, pero un tanque de agua adicional y unas simplísimas tanquillitas de filtrado en cada casa… ¿Que el asunto es que resulta un poco más caro? ¿y desperdiciar agua qué coño resulta?

Aquí la producción de electricidad es igual al consumo, pero se siguen haciendo cajones habitacionales (llamados “town house”, nombre que me mata de risa por vainas de las literalidades) en los que solo se puede vivir si le metes una refrigeración de unos mil btu por metro cuadrado por la medida bajita. No hablemos de lo que pasa en las temporadas altas, cuando no queda más remedio que racionar el servicio eléctrico.

¿Sería muy difícil y costoso aprovechar el solazo del coño este que nos cocina día a día? ¿y el ventarrón perenne qué? No somos suizos vale, es verdad… Sale más barato colapsar los servicios constantemente.

No hablemos del guiso chimbo mediante el cual se derribaron ochenta árboles de roble y guayacán, en la popular zona de Los Robles… Encima irónico el asunto… Lo peor es que la comisión a repartirse era de sesenta millones de bolívares de los débiles, o sea, sesenta mil de los de ahora, que había que repartir entre tres adecos. Tumbaron esa arbolamentazón para repartirse una miseria que no sirve ni para comprar un carro nuevo. Sí, qué importa.

Todo esto porque el mercado es pequeño y hay que repartirse lo que haya a la velocidad del rayo, antes de que lo agarre otro.

Sí he pensado en irme. Claro que lo he pensado. Pero a dónde me puedo ir que no consiga adecos. O a dónde me puedo ir que no termine sembrando en terreno ajeno y por lo tanto perdiendo hasta la semilla.

Lógicamente por esto es que me he venido quedando y trabajando en lo que creo sin pretender salvar, ni siquiera, mi mundo. Este pequeñísimo peñón que habito. Porque es que ya huí. Me fui de Caracas con el rabo entre las piernas y la verdad es que fue una mudanza muy poco heroica, pero en verdad afortunada.


Me fui de Caracas porque después de la quiebra de mi constructora no conseguía trabajo ni para hacer una casita de perros. Una raya demasiado grande con consecuencias abrumadoras… Yo me lo busqué (bien hecho, plátano jecho, cruza la calle y sigue derecho) y después de sacar la cabeza del chiquero me di cuenta de que había sido afortunado: perdí un modo de vida que no era el mío, o que mínimo iba malísimamente mal encaminado.

Ahora me doy cuenta de que cada árbol que talé, cada terreno que maquiné, cada hueco que abrí, cada viga que soldé, me pasó una factura junto con una enseñanza.

La vida examinada es la única que merece ser vivida.
Sócrates.

Ahora me doy cuenta de que el plan de crédito del karma funciona, es real, es lo mejor que puede haber en materia de herramienta de vida si se llega a entender cómo es que funciona. Y es simple: haz lo mejor que puedas con lo que tienes a mano, no te preocupes por aquello que no puedes cambiar mientras disfrutas de un trago, que si lo está pagando otro, habrás de pedirlo doble.

Compensar. Compensar. Si tienes que rajarle el cuero a alguien haz el bien por otra parte de un modo caballeresco: anónimo.

Si la cabeza no te da sino para prender un aparato de aire acondicionado, bueno, está bien, no te sientas culpable. Pero siembra árboles, o contribuye con cualquier cosa buena que se te ocurra, porque es que te vas a morir prontito y de ti solo quedará lo que dejes: tus hijos en un mierdero. Te van a odiar.

Nada contribuye más a tranquilizar la mente como un firme propósito, un punto en el que el alma pueda fijar su ojo intelectual.
Mary Wollstonecraft.

Mi trabajo es fuente de felicidad y de infelicidad al mismo tiempo. Lo primero porque trabajo enamorado de lo que hago y sintiendo que embellezco el entorno mío y de algunas personas que requieren de mi trabajo. Lo segundo porque no me da para vivir tranquilo, como yo quisiera, que de ningún modo incluye un camionetón de las que queman mil veces más combustible del que hace falta, ni un “town house” refrigerado como para conservar pescado.

Es mejor cumplir con nuestro deber, por defectuoso que pueda ser, que cumplir con el deber de otro, por bien que uno lo pueda hacer.
Bhagavad Gita.

Quiero hacer mi casa que es una maquina de convección natural, al mismo tiempo que almacena lluvia y recicla las aguas servidas para las matas, que tiene un consumo energético mínimo, y un impacto estético ambiental de bajo perfil.

Quiero mi pequeño Land Rover del sesenta y dos que con dos litros de gasolina rueda una semana, pero carga lo que le monte encima sin ni siquiera crujir.

Quiero que mis hijos y mis nietos vivan en el mundo que quieran vivir teniendo la posibilidad de elegir. Es decir, que si quieren contaminarlo y volverlo una mierda ya sea problema de ellos, pero si quieren meter los pies en el mar de vez en cuando, lo puedan hacer sin que se les ponga fosforescente la piel ni les salgan ojos de lenguado.

Por eso mi trabajo no debe ser victima de la reacción pendular que me convertiría en un adeco. Debo hacer aquello en lo que creo y lograr que eso me permita vivir tranquilo. Por eso mi trabajo debe tender a conservar con vida aquello que se está muriendo: patrimonio cultural, histórico, arquitectónico, hasta anecdótico…, árboles nuevos…, libertad de elección.

Al volver del trabajo debes sentir la satisfacción que ese trabajo te da y sentir también que el mundo necesita ese trabajo. Con esto, la vida es el cielo, o lo más cercano al cielo. Sin esto –con un trabajo que desprecias, que te aburre y que el mundo no necesita—la vida es un infierno.
W. E. B. Du Bois.

Sí, qué carrizo, soy lo que soy (cómo Popeye), soy un hombre son columna vertebral, con mis convicciones, y con un solo fin: ser feliz.

viernes, 5 de septiembre de 2008

El despecho artesanal III.

“El cuarto de Lula, agarró candela,
se quedó dormida y no,
Apagó la vela…”

Buena Vista Social Club.

La verdad es que no pensaba ni quería escribir más sobre este tema, lo que pasó fue que llegaron personas con tales comentarios que no me quedó otra opción, y con el perdón de ustedes aquí me largo con otra más.

Es verdad, ya lo he dicho yo y mil personas más que nos empecinamos a vivir de lo que fabrican nuestras manos: no hay quién no nos eche la burra pa’l monte.

Fíjense que comentando la situación…, hasta en tono de jodedera porque no hay que vivir tampoco inmerso en una quejadera constante porque se pone uno fastidioso y repetitivo y tantas otras de esas cosas que suelo ser y que me repiten tanto que soy…, me salta una amiga con una sonrisa en los labios, la solución en la lengua, y hasta la buena intención de realmente aliviarnos la situación con tremendísima idea.

Salió con la zapoara y soltó como si nada: pero váyase uno de ustedes a San Francisco (no, no el de Yare mi querida Laura Pérez la sin par de Caurimare) con la tarjeta de crédito del otro y se trae del mercado chino todos los perolitos que se parezcan a los que ustedes hacen para tener qué vender en la feria navideña (de cuyo nombre no me acuerdo) a precios competitivos. Imagínate que yo compro pareos a dólar, me los traigo caleta en el fondo de mi equipaje, y aquí los vendo a más de sesenta y cinco bolívares que ahora se llaman fuertes.

Todos somos buhoneros.

Yo, porque le tengo cariño y porque conozco de su buena intención tan pero tan clase media, no la agarré a patadas, pero claro, además, a una dama ni con el pétalo de una rosa... En cambio le dije que sí, que esa sería una buena solución económica en tanto el gobierno siga permitiendo el contrabando vía maletas aeroportuarias, pero que la verdad, si a todos los artesanos venezolanos les diera por comerciar artesanía de importación fraudulenta (además) de la China o de Indonesia, perderíamos todos finalmente… Claro que es una pérdida subjetiva, como platónica digamos. Sería como extinguir alguna raza de animales o de plantas. Digo que todo el mundo diría ¡áhaaaaaa! ¡qué lástima! ¡qué injusticia! Pero sinceramente ¿en qué modo nos afecta la extinción del pájaro dodo? ¿quién se ha visto afectado con lo del cóndor? ¿el oso frontino sirve para algo?

Sí, bueno, pasaríamos de ser artesanos (y patrimonio de dudosísima importancia nacional. Digo, en la práctica) a meros comerciantes, que además ni siquiera colaboran con el país con el debido aporte arancelario. Y aclaro que no tengo nada en contra del comercio ni del comerciante. La verdad es que hasta los respeto por su tesón y su presencia de ánimo frente a todo lo que deben organizar y soportar constantemente. Pero una economía netamente comercial es frágil e inflacionaria, quiéranlo o no.

Pero esto no es nada, resulta que ayercito nomás (por decirlo de un modo divertido) nos cayó una comisión gubernamental de la cual no daré detalles para no meter en líos a nadie, pero sin duda de alta jerarquía, ofreciéndonos participación en una kermesse (¿se escribe así?) organizada por las damas de dicha institución.

El asunto era así: ustedes se van para Caracas con sus peroles pagándose ustedes el pasaje y el envío. Pernoctan y come en Caracas a sus expensas, vienen y venden sus cosas y nos dejan el ¡treinta! Por ciento de la facturación como colaboración a beneficio de la sociedad no sé cuántos…

Tampoco las sacamos de aquí a patadas (porque eran dos damas y no teníamos claveles) sino que nos dedicamos muy pacientemente a explicarles números y situación.

Más tarde que temprano les cayó la locha y se dieron perfecta cuenta del desatino, y tras despotricar horriblemente del gobierno que representan (y del cual sacan la arepa que ponen en su mesa) encontraron una solución para proponer allá, en su comisión pro beneficio de no sé qué.

Los números indicaban que con una venta hipotética y exagerada de tres mil bolívares, regresaríamos a casa con tal vez trescientos. Sí, tremenda ganancia ¿eh?

También hemos recibido la propuesta de solamente hacer los diseños y contratar un taller colombiano para que nos produzca las piezas. O sea, artesanía venezolana made in la hermana república ¿Cómo se come eso? ¿no han leído nunca sobre lo que le pasó a Breznev?

Ahora digo yo, si los artesanos somos prescindibles como una especie de dodo muy molesto al que nadie echará de menos cuando se extinga, creo que es mucha pendejada mía el estarme quejando tanto. Total que a nadie le importa. O sí le importa, no debo ser injusto. Lo que pasa es que esa preocupación es teórica ya que nadie está dispuesto a invertir en ella. Prefieren comprar barato a precios de explotación y de esclavos del sureste asiático. ¿Yo? Yo lo que soy es un bohemio soñador que lo que quiero es cambiar el mundo ¡qué bolas tengo!

Supongo que la baja autoestima nacional tiene algo que ver en el asunto. Sí, por eso es que si uno va a meterse en el negocio de las Posadas se construye una que parezca ibicenca pero con el nombre en tailandés, en Margarita.

Si se mete por el negocio de la comida pone un restaurante de comida “fusión”, con decorado hindú en un edificio gallego, o un supermercado en el cual no consigues ni limón ni ají dulce pero en el que sí que hay tofu y trufas… No, no estoy en contra de la modernidad, ni de las influencias extranjeras, ni nada que signifique progreso, pero ¡coño! Hay que encontrar el modo de proteger nuestras cosas también. Seguimos cambiando espejitos por oro.

Los norteamericanos, a los que tanto nos gusta imitar, compran principalmente su propia artesanía siendo ésta la más cara que tienen allá y la pagan porque están orgullosos de ella. Por eso la apoyan, la financian, la protegen. Ellos tienen claro eso.

No estoy triste ya, ni de mal humor siquiera, la verdad es que la vida es una sola y también ¿quién me manda a mí a escoger este camino? Solamente estoy intrigado.

Me produce curiosidad (y un poco de temor, lo confieso) en qué clase de país van a tener que vivir nuestros hijos.

Pero supongo que así como nosotros conseguimos abrirnos paso hasta los souvenires chinos, ellos también encontrarán su camino sea el que sea que les toque transitar.

martes, 2 de septiembre de 2008

El despecho artesanal II.

”Vengo a decirle adiós,
A los muchachos…”
Daniel Santos.


También esta lo otro: la asincronía…

Digamos que no es un problema serio una vez que se reconoce y se aprende a manejar. Como pasaba con aquella bellísima chatarra que yo adoraba, que era mi camioneta Fargo Power Wagon del año 50, amarillo caterpillar y negra.

Está bien, no la describiré mucho para no alargar el texto y haya luego que quitarle cinco capítulos para que no se haga tan ancho ni tan ajeno. Pero sí detallaré aquí el procedimiento para prenderla en la mañana, y manejarla un rato.

Resulta que la bomba de gasolina de esa bicha tenía un émbolo que accionaba dentro de un cilindro anchote que sería ciego si no fuera por dos válvulas check en cada lado. Una miraba para adentro, y la otra para afuera. Eran válvulas de esfera que funcionaban por gravedad. Dicho esto, paso a lo siguiente: estaban más gastadas que mis muelas por culpa del bruxismo. En consecuencia durante la noche se vaciaba el carburador porque estaba por lo menos un metro más alto que el tanque de gasolina, y el efecto sifón es una vaina.

Tenía que cebarla directamente por la boca del carburador para poderla prender, o, como terminé haciendo: le puse una pera de las que se usan para los tanques de los motores fuera de borda. Esto terminó con ese rollo.

Entonces, tenía que abrirle el capó tipo alas de gaviota, darle bomba a la pera hasta que se pusiera dura, cerrar el capó, montarme en la bicha esa que era altísima y darle tres bombazos al pedal del freno para poder asegurarme de que se quedaba quieta mientras la ponía en neutro para darle los bombazos a continuación, al pedal del acelerador. Tres bombazos más. Luego pasaba el suiche de la llave, y pisaba un botón popularmente conocido como “el clavo”, que quedaba encima del acelerador, del que no he dicho que estaba puesto sobre la caparazón que cubre el embrague y la caja de cambios.

Esto hacía que muy silenciosamente para lo que se esperaría, se pusiera en marcha el seis cilindros cámara plana que tenía esa perolota.

Tardaba sus buenos cinco minutos en llegar a temperatura de régimen. Siempre con el freno pisado para no perder la presión.

Luego pisaba el embrague a fondo y muy lentamente trataba de engranar la primera… Rrrrrrr, rrrcccrooooccc…, y quedaba emprimerada.

Acto seguido, y contando con la inercia de sus toneladas, pasar el pie del freno al acelerador (que quedaban a más de treinta centímetros de distancia) antes de que a la corota esa le diera por machacar el carro de atrás (que era mío también) y sacar un poco el croche mientras llegaba con el otro pie a acelerar un poco nada más como para que no se apagara y tuviera que empezar de nuevo.

Pero eso no es nada: para poder poner la segunda, la tercera, o la cuarta, había que meter el croche, sacar la primera y poner neutro, volver a pisar el croche, y meter la segunda…, rrrrrcccrrcr. Eso con todas las velocidades en sentido ascendente.
Para el procedimiento descendente también conocido como recorte, había que meter el croche, poner la palanca en neutro, sacar el croche, acelerar en vacío, meter el croche, cambiar la velocidad y soltar el croche otra vez…

Asincronía pura, que conocida, comprendida, y bien practicada, se maneja bien.

Entonces, a lo que voy: tuve que pensarlo mucho, pero mi despecho artesanal viene de ahí, de la asincronía.

Es que ¡coño! Uno trabaja con el cerebro conectado directamente a las manos y esa interfase no permite espacio para más.

Yo tengo un pilón de madera ahí, del que saco y saco y saco, y en el momento en el que se me acaba mi desconcierto es comparable con el que me produce el sentido del ridículo que ostenta (y del que hasta hacen gala) la gente que hace show en la televisión.

Cada vez que es fin de mes y tengo que pagar los tres alquileres que pago. Cada vez que me cortan el teléfono. Cada vez que tengo que ponerle gasolina al carro (ya aprendí a llevar un bidoncito de cinco litros en la maletera para no pasar trabajos) cada vez que me da hambre, cada vez que hay que pagarle a los ayudantes, cada vez que me jalan las orejas los del municipio o el mismísimo Seniat: el desconcierto.

Es que claro, yo, metido en mi mundo fantástico del perolito bonito e ingenioso no me pongo a pensar en todo lo demás, porque cuando me pongo a pensar en todo lo demás dejo de tener cabeza para los perolitos bonitos.

Pero resulta que yo estoy fastidiado de la peladera de bola y entonces tengo que producir más. Necesito dos o tres ayudantes para que carguen, corten, lijen, y enceren. Me hace falta un local más espacioso porque ahora no son dos tablitas y una sierra de disco. El producto debo venderlo al detal porque si no mi ganancia se la quedan las tiendas de los demás. El carro viejo ya no me sirve porque tengo que cargar un perolero porque siempre ando como el hombre del bacalao…

Mis ayudantes cobraron y se compraron pingos de celulares que alquilan en la esquina y ya no quieren venir a trabajar. El alquiler me lo subieron igual que subieron el botellón de agua de cinco galones: el cincuenta por ciento. El vidrio ya no me lo quieren cortar en la distribuidora por lo que necesitaré hacerme un soporte para transportar las láminas y un nuevo sitio para almacenar. La madera es un tiro ascendente que da vértigo. Eso, cuando hay.

Croche, saca la segunda para poner neutro, croche, mete la tercera…

Casi estoy despechado: tengo un poco de maquinas inactivas y no puedo con los que deberían operarlas, porque el que me quedaba está por comprarse un taxi. O sea, me volví a joder.

El municipio quiere que nosotros, sendos hippies, saquemos la patente de industria y comercio (y hay que ver lo que me costó aprenderme el nombrecito del papelote ese) que vale una bola y parte de la otra, constantemente, además.

El Seniat nos hizo hacer una asamblea y un acta, con el nuevo registro, pago de contador y abogado, porque nos fuimos de Porlamar a La Asunción, y si no lo hacemos en el tiempo prescrito nos agarra Macalambruno.

Croche, saca la tercera para poner neutro, croche, acelera en vacío, mete la segunda…

Me da risa porque vino una gente de estas que apoyan a los artesanos y nos ofreció comprar un verguero de vainas como para hacer el año y parte del siguiente, pero nosotros teníamos que hacer el corotero y ellos nos pagarían cuando terminara…, se perdió ese boche…

Así pasan miles de cosas, que cualquiera de ellas significaría la gran coronación: regalos corporativos, dotaciones para cadenas de tiendas, peretos para el Sultán de quiénsabedónde…, pero eso sí: dale vos primero, que a mí me da mucha risa.

Asincronía.

Por eso es que yo dejé de preocuparme, porque tampoco creo que quejarme me sirva se nada: si me pica la machaca, me lavo con agua de la que recomiendan los curiosos. Ya sé que si quiero vivir como yo quiero no puedo ser ni artista, ni artesano, ni diseñador (¡toma por el ojo, Quintiliano!) tengo que ser turco, con todo el debido respeto por esa nacionalidad tan interesante pues solo uso el apelativo por comerciante.

Es que ¡caray! si yo quiero trabajar en lo que me gusta tengo que romperme el lomo y vivir en la zozobra manteniendo a los míos en ascuas. Mi esposa, que es una artista hecha y derecha, admirable y de renombre, mil veces debe dejar de atender lo suyo por venir a apagar incendios conmigo. No hay derecho. Entonces, cuando llegan momentos como el de hoy en el que hubo que montar la exposición para la inauguración del restaurante, solo había cinco obras disponibles. No hay derecho ¿y por estar de apaga fuegos? ¡me cago en la ignición espontánea!

Mi terapeuta china (que es venezolana) me dio el espaldarazo: ¡energía yang, compañero! Engaveta la inventadera de perolitos y guarda la perplejidad…: turquea, turquea, para que quede espacio para lo demás.

Compra en indonesia y vende aquí, que esa gente produce por un plato de arroz, y aquí compran lo barato sin pensar en más nada. Así sí hay para pagar los tres alquileres, la patente de industria y comercio, y las asambleas del Seniat.

Asincronía, ergo, despecho.