lunes, 3 de noviembre de 2008

Playón.

“Diga lo que quiera de mí el común de los mortales,
pues no ignoro cuán mal hablan de la Estulticia incluso los más estultos,
soy, empero, aquélla, y precisamente
la única que tiene poder para divertir a los dioses y a los hombres.”

Erasmo De Rotterdan.

Me fui a la playa como de costumbre: acompañando más que acompañado. Esto me sucedía, no me canso de repetirlo, porque era un buen muchacho que había decidido dejar de estudiar una carrera universitaria por sinrazones muy privadas, y hacerle de comerciante y aventurero siendo como soy, muy mal dotado para lo primero y en exceso para lo segundo aunque entonces yo no lo sabía.

Y me fui dando cuenta paulatinamente de que era más compañía que acompañado porque la verdad es que ser reflexivo es una calamidad que me ha venido aconteciendo en la medida que mis células pierden su habilidad de asimilar ciertos nutrientes. En ese caso he tenido que aprender a pensar antes y durante, porque mi habilidad para enfrentar y enderezar entuertos viene mermando a ojos vistas con presbicia y todo.

Por lo tanto, eso de simplemente pisar delante del pie anterior ya se me olvidó por qué fue que el otro pisó ahí primero pero doy el paso porque por qué no ¿ah? Si de todas maneras estar detenido es peor que caminar en círculos hacia ninguna parte, porque cómo coño sabe uno para dónde carajo es que tiene que ir, si es que hay que ir, obligado, hacia qué sitio, y no te enredes más: camina y punto.

No, de ninguna manera escogería la opción de recordar mis vidas anteriores. Ni ahora ni mis futuras reencarnaciones que tal vez me lleven, como A’Tuin, hacia el borde del multiverso cuántico, y a la comprensión de las realidades electivas de adentro para afuera.

Ya tengo suficiente con avergonzarme un poco recordando como el invencible Jóvito terminó cuadrándose, ora con adecos, ora con copeyanos según cambiaba el horizonte político… Tener que acordarme de mis tíos de izquierda contando el chiste de que Carlos Andrés había ganado el Nobel de Química por haber convertido el petróleo en mierda luego de la su nacionalización aquel enero en el que Cañonero II ganaba el Derby… Tener que recordar las gaitas de Joselo, a José Luís meneando pelvis y cantando que allá en la cima de la montaña un hombre grita cosas extrañas, a Sandro balando como un ovejo frente a una Rosa Rosa tan maravillosa, a Trino Mora mandándole recado a la que ya no piensa en su amor porque se cansó de llevar coñazos…, usted me perdona, don: yo no sé filosofar…

Y si es una elección la realidad, la verdad es que no concibo una peor que avergonzarme cuando la pena es ajena. No tiene razón de ser. Lo que trato es de comprender el por qué elegí leer a Funes el Memorioso. Menos memoria me permitiría deslastrarme de chatarras inútiles ni siquiera cómo tópico de conversación, ya que por lo general nadie sabe (porque no se acuerda, nada más) de qué estoy hablando y tengo que ponerme a traducir mis propios chistes, previa clase de historia desautorizada. Y no existe peor chiste que aquel que hay que explicar, destapando el baúl de los recuerdos para más colmo.

Me acuerdo por ejemplo de la vez que se murió el guardián de un templo y había que elegir el sustituto: el abate puso una linda mesa en medio del patio con un bello jarrón encima que contenía una rara flor, frente a los postulados para el cargo. Dijo: este es el problema. Dio un paso atrás… Todos los candidatos se quedaron desconcertados menos uno que dio un paso al frente, desenvainó la espada y de un solo tajo pulverizó flor, jarrón, y mesa… Envainó tranquilo y regresó a su puesto…: Le fue concedido el cargo… Es decir, que si arrastras basura deshazte de ella por preciosa que haya sido alguna vez, o monta un museo y cobra la entrada porque también se vale.

Fui a la playa, como dije, después de dejar el carro estacionado frente a la casa a la que solíamos llegar, en la que también dejé el equipaje y los zapatos. Solo cargué la toalla, el protector solar, el bolso con el equipo fotográfico, y la billetera. Por ahí hacia la punta conseguí un cocotero con una sombra chévere como para hacer campamento y me senté. No, que esta sombra no, que vámonos más allá, que me gusta más aquella, que por qué te sentaste, que ayúdame con esto, que qué te pasa… Ningún problema, consigue la que te gusta, déjame los peroles aquí, que en lo que te ubiques yo lo pongo todo allá… Que tú no me ayudas, que me dejas sola, que qué apático eres… Y será, sí, qué voy a hacer, si es que yo vine para acá a cargar mis peroles nada más… Baja la voz que allá vienen mis amigas: ¡Mame! ¡Clara! ¡Silvia! ¡Aura Delia! ¡Teuta! ¡Miren que sombra más linda consiguió un tal Lucas! Pues sí, y la encontró él solito… Yo, por supuesto que me hice el musiú ante la aprobación doble por la vía de Mame y de Juana Augusta fingiendo que le ponía un filtro de color al lente de mi cámara porque llevaba película rápida blanco y negro de ASA 400 que me permitía jugar con los contrastes.

Saqué un filtro verde claro especial para la piel en días de playa, y del fondo del mismo bolso, una botella de guarapita que había escondido ahí para estos casos. Me di dos profundos langanazos y me disfracé de fotógrafo, actividad por la cual era graciosamente aceptado en este grupo selecto de cabezas coronadas, ya que me salían muy lindas fotos de sus diademas y tiaras.

Yo nunca he sido un mal muchacho, ni, para qué negarlo, demasiado bueno tampoco: además de sus lindas tiaras dejé plasmado en mis negativos múltiples imágenes para la posteridad, y de la posteridad misma en muchos casos. No voy a decir que no. Y la verdad es que esto lo hacía sin ningún fin último, lo que pasa es que, qué tanta foto se le puede hacer a un rostro. Das un paso y luego el otro aunque no sepas muy bien para qué o por qué. Solo lo haces.

Otro langanazo en pareja de mi reserva privada y ya empieza a molestar menos la traducción de mis chistes. Traducción con interpretación freudiana y jungniana, porque para qué voy a decir que no, si esto era así. Además llegó el señor de las ostras que ya me conocía bien y me dejaba el balde completo por un módico precio que le cancelaba al día siguiente antes de regresar a Caracas. Muchas veces él mismo me traía otro baldecito con hielo y una botella de vodka especial para el empacho. Sabio y buen tipo este.

Yo abría las ostras para que nadie se fuera a pinchar un dedo y me echaran a perder el playazo como la vez que Clara se comió un manzanillo y hubo que salir corriendo con ella a que le hicieran un lavado estomacal. Abría unas cuantas ostras, me comía unas pocas, hacía tres fotos, me daba dos tragos largos, y abría más ostras. Así se me iba el día.

Luego recogía para irnos a sacar la sal al río, previa parada para comprar guarapita que yo utilizaba para bautizar en al más novato del grupo. Era divertido: con el frío no se daban cuenta de que se estaban emborrachando hasta que salían a tierra firme y se desplomaban muy graciosamente. Pero como nunca he sido un buen muchacho, ni tan malo tampoco, para qué negarlo, los recogía yo mismo y los montaba en el asiento delantero del carro para que pudieran vomitar por la ventana sin manchar nada.

Luego acompañaba al grupo a casa, para cambiarse y cenar. Generalmente esto consistía en comerse lo más barato y cumplidor que se pudiera, luego ir a sentarse en la orilla del mar para hablar mal de alguien que formara parte del grupo, pero que estuviera ausente.

Yo me echaba panza arriba a contemplar la estrellas y a perderme dentro del ruido de mis pensamientos para no tener que escuchar como despellejaban al que hizo la última fiesta al que asistieron “sin-cuenta” personas, que por supuesto, se había quedado en Caracas por la vergüenza que nos hizo pasar en lo que se rascó y correteó a su papá, pobre gallego pusilánime, que no haya por dónde agarrar a su hija cuando se pone así, pero ¿por qué ella solo se disculpa con Aura Delia? Sí, imagínate que terminó diciendo entrecortadamente y entre sollozos que lo que más la avergonzaba era que Aura Delia hubiera tenido que presenciar esa escena…, será que le gusta…, ¡ejem! Cómo se te ocurre, lo que él quiere decir es que el afecto que ella siente es muy especial para con Aura…, Que cómo iba a verle la cara ahora… Sí, pero no van a negar que fue cómico ver al viejo correteando por media casa moviendo los pies como si lo quisiera morder un perro pequinés, y la otra corriéndole atrás como si en verdad lo quisiera morder…, salí yo a intervenir en el sacrosanto conciliábulo y por supuesto que saltó Juana a traducirme el chiste mientras se levantaba un rumor de murmullos que acallaba el de las olas y el viento, seguido de unas risitas de compromiso para desagraviar al desatinado del fotógrafo que maneja el carro.

Una vez más me di par de langanazos de lo que fuera que hubiera en la botella más cercana y decidí cerrar el pico para otra cosa. Ahora tenía en la cámara película ASA 1600 y estaba experimentando con las luces de las estrellas y las del yesquero cada vez que prendían un cigarrillo que fumaban con gestos desde el de una vampiresa de cine mudo hasta una lavandera arriba de una muralla. No hice gran cosa con este experimento porque había mucho viento y me preocupaba el efecto de tanto salitre en mi cámara, así que la guardé en su bolso bien protegida y me dediqué a contar estrellitas como el Chamamé a Cuba.

Me concentré en el sonido que hacían el coro mar y viento junto con las hojas de los cocoteros, y poco a poco se me fueron desdibujando las imágenes que me hacía con las discusiones que estaba escuchando sin oírlas ya, y sin ningún ánimo de intervenir, porque para qué, si igual no me iban a entender y resulta muy cansado para mi traductor simultáneo.

Se me fue ocurriendo tomar ciertas decisiones: no me importa que me rajen el cuero cuando no estoy si es que lo hacen. Manejo el carro siempre que quiera hacerlo. No me dejo traducir un chiste más. Solo fumaré en pipa. No agarro más de una arrechera al mes. Observaré más y hablaré menos… Y el cielo no está sobre mi cabeza sino bajo mi panza…

…Y tuve que agarrarme del suelo porque me estaba cayendo dentro del cielo…

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