sábado, 4 de junio de 2011

Supracinismo, Súpercinismo, Trascinismo..



Put your trust in God,
My boys,
And keep your powder dry”.

Cromwell.
Batalla de Dumbar (1650).


Con el fin de exponer esta idea, y queda claro que no pretendo para nada la originalidad, echo mis bases en una expresión que alguna vez leí en un libro de Terry Pratchett que dice algo sobre “alcanzar esa cordura que se halla al otro lado de la locura”.

Como bien se ve en el título que tocó en turno, no exento de un cierto cripticismo si lo agarra a uno desprevenido, el tema tratará esta vez sobre el cinismo más allá de sus limitaciones, horribles, no cabe duda, porque bien sabemos que la vida es cambio, y el cinismo es un ancla. O más bien una fortaleza, en el sentido arquitectónico de la palabra. Sirve para defenderse, pero también es una atadura. Por eso lo veremos esta vez como un peldaño en la escalera de la vida.

Sí, hay que superarlo, hay que pasar al siguiente nivel, hay que hallar esa cordura que está después…, y esto me recuerda algo que siempre me repetía la maestra de ciencias sociales de cuarto grado allá, en mi claustro con los capuchinos: “lo que les digo no les entra por una oreja ni siquiera para pasar de largo y salirles por la otra, porque si ese fuera el caso, algo les dejaría dentro”… Brillante… Útil, además, para ilustrar definitivamente lo que significa el tránsito por la vida… “Entre toma el gayo y daka el gayo kedan plumas en la mano”… Antiguo refrán sefardí…

Porque si bien se puede decir que el cinismo es un método natural, o más bien un modo natural de defensa frente a las calamidades humanas, y que además es tal vez infantil (pero que funciona muy bien), no se puede (debe) prolongar su uso en el tiempo (pensemos en que cualquier idea por buena que sea, llevada al extremo prolongada más allá de lo prudente, se convertirá invariablemente en una mala idea) porque nuestra personalidad se estancaría en una estaticidad amarga inoperante sinónimo de esa simetría de muerte que cita Víctor Hugo, de la cual no se sale fácilmente (el sopor ingrávido del despropósito, diría yo).

El cinismo nos servirá al modo de Thomas Hobbes (cinismo pausado, meditabundo, como de patriarca benevolente o de abuelito), o hasta del modo de Osho quizás (cinismo alocado y contradictorio, como de ruso o de mejicano) para bloquear y hasta deflectar los efectos que en nuestro ánimo causa la pérdida gradual de la inocencia cada vez que descubrimos facetas de la horrible realidad verdadera. ¿Qué hay mucha pobreza en el mundo? ¿Qué existe sólo injusticia? ¿Qué son pocos los que tienen mucho, y son muchos los que tienen poco? (Legio mihi nomen est, quia multi sumus)…, innumerables preguntas como esas, y todas con la misma respuesta: cinismo o depresión…

Pero existe el budismo, y yo, la verdad, los respeto mucho (a los budistas). Sí, mucho de verdad… Pero (ahí va otro pero) ¿Puedo yo de verdad ser budista siendo como soy un descreído y ególatra pindárico cartesiano occidental disparatado? Tal vez sí, tal vez no. Digo eso porque si yo logro aplicarme en el entrenamiento de mi pensamiento con ahínco y vehemencia cada minuto de mi vida de cada lección y práctica, con el tiempo seguramente lo voy a hacer…, pero tal vez no… ¿Por qué? Porque la verdad no veo cómo desligar al ego del consciente… Es decir, cuando nacemos somos como un cuaderno con las hojas en blanco, pero con un sistema departamentado o compartimentado para registrar en él la escritura.

Un compartimiento es el subconsciente. De él no voy a comentar nada porque es un depósito del cual no tengo la llave. Sé poco de él, y no estoy preparado para gastar cartuchos tan a ciegas.

Otro compartimiento, enorme y público, ingobernable y sin apenas ingerencia por nuestra parte es el inconsciente. Allí se almacena todo, desde un olor hasta un dogma. Todo se mete allí y nos conforma un bagaje monstruoso y descontrolado que no nos dice nada acerca de cómo es que hace las cosas que hace. Hablo de los procesos intuitivos, que son herramientas muy buenas para aquellos que saben usarla, o sea, que no todo es malo en el sistema (compartimiento) del inconsciente…, además es susceptible de ser entrenado (¿por quién? Ya les digo) y así podemos dejarle hacer las cosas esas automáticas que no tenemos por qué estarlas pensando constantemente, qué sé yo, lavarse los dientes, ponerse los calzoncillos, o fregar los platos… Pero me resulta indiscutible que dejar nuestro comportamiento en las manos del inconsciente es, por lo menos, una irresponsabilidad de marca mayor.

Tal vez un maestro Zen puede acaso funcionar constantemente en ese nivel sin cometer torpezas culposas, pero yo (claro que hablo por mí nada más) tengo que poner mucha atención cuando transito un pasillo estrecho lleno de gente, por ejemplo, para no repartir pisotones a diestro y siniestro. Así mismo pongo mucha atención a mis movimientos cuando manejo objetos frágiles, cuando hablo con gente que me importa, cuando esgrimo argumentos difíciles (por ejemplo cuando le explico a mi banco el por qué del atraso en el pago de mi tarjeta de crédito), es decir, que cuando mis actividades me resultan importantes no vacilo en dejarle el control a esa parte confiable conocida como “el consciente”, no absolutamente exento de una cierta aprehensión, claro, pero es que ¿quién es capaz de confiar plenamente en un personaje parsimonioso, metódico, deductivo, y tremendamente presuntuoso?. No me extraña, por cierto, que en ese sector suela ser situado, por los que saben de eso, extravagancias enormes como “el Yo”, y el “Ego”…

Pero justamente para allá es que me dirijo…: hacia mi “Yo”, con mi “Ego” a cuestas, además de mi bagaje e inconfesables…

Dice todo aquel iniciado en los entresijos de ese arcano que es la mente espiritual, que el camino hacia el sosiego pasa por vencer al Ego, y lo pintan (al Ego) como un morral, mochila, o bolso, que cuelga en nuestros hombros, que pesa y molesta, que hace doler la espalda, da calor y mortifica, que no puede ir a ninguna parte sin ti, pero que al mismo tiempo ofrece algunas contraprestaciones que lo hacen letal e imprescindible al mismo tiempo, tan útil como cualquier gubia sumamente afilada, digo yo… Tiene el ego un cierto parecido en su compartimiento con los parásitos: también te llevará a la tumba aunque con ello deba morir él. Es un imbécil, hablando claro y mal, no cabe duda. Pero es parte de una herramienta imprescindible para la vida en sociedad. Siendo tan audaz como mi ignorancia me permite, deduzco de ello que de ahí viene la tendencia a aislarse que tienen los derviches, sabios, y eremitas.

Quiero decir con esto, errado o no, que en primera instancia y así, de golpe y porrazo, para librar una exitosa batalla contra el ego forzosamente habrá uno de aislarse de los demás, pues si el ego reside en el consciente, y es ahí donde radica gran parte de nuestra habilidad social, para amputarla de algún “sine qua non” tendrá uno que esconderse en alguna ermita abandonada, o en algún Tsorteng del encumbrado abismo himalayo…, en fin…, por lo menos mientras dure el entrenamiento.

El caso es que expuesto de ese modo el asunto es bien simple: una quimera. No hay vuelta de hoja…

Afortunadamente la vida no está en blanco y negro (porque para eso fue que se inventó el technicolor), y tenemos la facultad y libre albedrío de (y para) escoger nuestro punto de vista.

Estoy convencido de que la solución (y la creación también, pero no nos dispersemos) de cualquier problema se halla en el cambio. Quiero decir que si no encontramos una respuesta tendremos que cambiar de punto de vista. Así, incorporando distintos puntos de vista para hallar distintas respuestas para un mismo enigma será que nos iremos acercando a lo que podría darnos por llamar, la verdad… Bueno es tener presente siempre que eso de la verdad es tremendamente vasto, y que cae completamente fuera de aquello que se me antoja nombra como (original yo) nuestra esfera de comprensión.

Pero con todo y eso de que resulta inalcanzable, al menos su búsqueda es romántica (no exenta tampoco de un leve matiz melancólico), y bonito (o constructivo, en potencia) es empeñarse en ello… No sin perder de vista ese indeseable extremo al que no queremos llegar, por descontado.

No, mi querido lector, no le recomiendo quimeras ni utopías. Le recomiendo más bien la cara tarea de saltarse cada dogma, cada verdad, cada tácito, y cada vicio (maña, manía) para encontrar que nuestra felicidad se halla justo debajo de una etiqueta, un refrán, o un mito, y ahí ha estado siempre. No se ha movido de ahí. Lo que se movió fue nuestro punto de vista por culpa de esa manía que tenemos de andar buscando la verdad pretendiendo encontrarla…, el extremismo aunado a la visión de tubo, ¡dios nos ampare!

Nuestra luz guía hacia la verdad funciona tan bien, como mal. La realidad es inexpugnable, amén de inefable. La distopía histórica depende de la latitud. Las variables son infinitas, y digo infinitas porque no conozco un término más grande, pero no me cabe la menor duda de que se queda corto frente a la realidad…, y al fin y al cabo ¿qué somos? Apenas unos primates con lenguaje escrito…, creo…

Lo que sí me queda claro es que no estamos dotados de la multidimensionalidad necesaria para comprender aquello que muchas veces pretendemos comprender y por eso inventamos enormidades, pero ¿qué hacemos? ¿Nos desesperamos? ¿Cometemos suicidios en masa? No, por favor, sin exhuberancias, mi amigo… Páseme mejor una cerveza (de las que están más atrás, que están heladas, si es usted tan amable) y continuemos hablando de estupideces a nuestro alcance, mira que para mañana no sabemos…

Y sí, nuestro inconsciente cimarrón cae doblegado y dócil cuando conscientemente se le repite una y otra vez cualquier mantra hipnopédico (esto lo descubrimos hace mucho tiempo, pero quedó en manos de las personas que no supieron discernir ese punto en el cual la idea fue estirada más allá de lo prudente)… Es así como nuestras madres hacen de nosotros unos perfectos ineptos, nuestros jefes unos vagabundos, nuestras maestras unos nihilistas, y nuestros clientes unos tramposos (sé que la frase salió ambigua)… Es decir, que no hay mucho que hacer, pero funciona.

¿Quiere usted, mi querido lector, adentrarse en el cinismo para superarlo y lograr el pleno disfrute de la vida?

¿Sí?

Entonces empecemos con la primera lección.

Repita conmigo: ¡qué coño me importa a mí!