domingo, 15 de febrero de 2009

“Mudanza”

¿Quién mejorará mi suerte?

La muerte.

Y el bien de amor ¿quién le alcanza?

Mudanza.

Y sus males, ¿quién los cura?

Locura.

De este modo no es cordura

Querer curar la pasión,

Cuando los remedios son

Muerte, mudanza y locura.

Miguel De Cervantes.

Bueno, sí: nos mudamos…

Nos echamos una semana y pico en ese lío porque en la nueva casa no cabían los corotos nuestros completos y tuvimos que mudarlos a la carpintería en la que además guardo veintipico de metros cúbicos de madera y un sinfín de maquinitas, herramientas, perolitos y chatarras, amén de un par de camiones volteo de aserrín y virutas porque no hallo cómo botarlos.

Y claro, también está el hecho de que me dejé atropellar por más de tres años de nulo mantenimiento y ¡hay que ver cuanto desastre acumula una casa que parece funcionar muy bien!...: bombillos, interruptores, bombas de agua, pintura, pelos de perro, trocitos de hilos y cabuyitas varias, cartoncitos y recortes de celofán, un fieltro de pelusas y telarañas, trocitos de jabones, hormigas muertas… Pero como dice Virulo: tranquilo, que todo llega en la vida.

Es una historia plural porque no nos pasa a nosotros nada más. Hasta el japonés americano de los libros de auto ayuda financiera (que llevan de la mano a todos los limpios como yo guiándonos cual Virgilio a través del purgatorio económico) dice que la mayoría estamos (y se refiere a gente que ni siquiera vive en este país) presos en una trampa que él llama carrera de ratas ¿o era presos en una carrera que él llama trampa de ratas? No importa. A lo que me refiero es a que si trabajo para vivir no tengo vida. Por lo tanto, si quiero vivir, tengo que poner a trabajar a otro.

El caso es que tres paniaguados de escasa monta y prestancia, en tres horas los ganapanes nos costaron en maravedíes vitualla y matalotaje, otrosí que reales de a ocho y no poca congoja, lo que en tres semanas de tártago laboral habíamos acumulado…, y esto quiere decir que eso de poner a trabajar a otro se refiere a otro, que no es ninguno de los que he logrado contratar en el último lustro y medio.

Pues sí, contratar a alguien no es algo que a mí me quede muy claro en sentido alguno porque termino casi trabajando el doble para enderezar lo que el ceporro del malísimamente mal llamado ayudante hizo mal, recuperar algo de la madera que echó a perder, reparar la maquina que dañó, volver a comprar el epoxi que botó y que vale una millonada, el litro de aceite de linaza hervido que me cuesta tantísimo (y que según él es una mierda que tendría que sustituir por sellador y tapaporo), pensar por mí y por él muy eficientemente antes de que se le ocurra romperme alguna otra cosa. Todo eso muy rápido porque ya mañana es viernes y encima de que debo pagarle, además, tengo que calarme calladito la mala cara que pone porque no le estoy pagando el sueldo que gana el dueño de Makro… ¡Ah! Y tengo que prestarle mi carro porque la camioneta de él tiene una fallita que lo estresa mucho. En verdad que me cago en Kant y en DuBois.

Y ahora lo otro: el salto al vacío… Pero de eso no voy a hablar porque necesito tiempo para masticarlo. Y es que viéndolo bien un salto al vacío puede tener mil (o tal vez no tantas) maneras de entenderlo, y más de un propósito también, sin hablar de los múltiples modos y estilos de aterrizaje si no logro caer por el borde del mundo.

Así que el meollo está (qué va, a mí eso de meollo siempre me resultará un tanto malsonante) en lograr un equilibrio a fil de roda con tajamar toledano. Y para seguir con la terminología marina, la tempestad se capea o se corre; con tormentín, extremaunción, o a palo seco y ancla de mar. Pero ¿y cuando hace bueno? Ese es el asunto, ahí está el detalle. Porque lo que soy yo me luzco en la tormenta (bueno, si no he comido perico con salchichas en el desayuno y luego viene el mástil y le da por caerse con la rompiente a sotavento, porque vive Dios que en ese caso, la cosa, se me pone muy de través) pero no sé qué hacer en el tiempo calmado… ¡Ah! He ahí una clave: por eso es que tengo tanto tiempo sin períodos importantes de calma. Siempre me dirijo a la tormenta. Económica, preferentemente ¡voto a Belcebú!

El caso que me ocupa, para no seguirme disgregando y disolviendo porque después ni yo me entiendo, es de una tal mudanza: de municipio, de casa y de casero que malhaya dónde los medio hayan, y que el diablo se los lleve y confunda, pero lo más lejos posible…, no, si es que tengo ganas de serlo nomás que por saber qué se siente exigir a diestras y siniestras sin compasión ni sosiego, teniendo, como la ola marina, un motor que camina para adelante y un motor que camina para atrás… Apuesto un día de buen sol (que últimamente escasean contrariando hasta al recalentamiento del globo ese que dicen tanto, mas que a mis huesos no les entre el cuento) a que con el natural torvo que me vino con el alumbramiento, diera yo con más de un modo ¡voto a Dios! De darle ora por las costillas ora por el colodrillo, calcañares y giba, ijares y corvas, lo que en terrorismo psicológico me he echado al coleto no por gusto…, y plugiese el hado, que no otro de más cuantía, que con sus vacuas humanidades dieran al traste con su sosiego ¡hideputas!

Porque está bien que la casa tiene mármol será del santo sepulcro extraído en el Pentecostés y labrado en la Pascua de nuestro Señor por lo que me ha costado y me costaría si la mudanza no hacía, y digo que baja estofa de villanía no conocía de ese cariz, hasta que pedí posada y me la dieron en la venta y casa de la estulticia destilada con vitriolo del bueno, en cazalla del novecientos treinta, a decir lo menos.

Pura chafalonía. Dama chanflona, digo. Porque lo que son etiquetas de palacio medran por sus fueros cargados de forma pero ajenas al fondo que por su causa la dieron. Y en casa de mal barro en la abundancia que el buen dios le diera por darle así mismo el castigo de las piedras y un buen par de vetustas y excelentemente buenas paridoras matas de mango, que paganas a lo menos han de ser por lo vengativo de sus modos, fuimos a dar con nuestros huesos que no hay sol para blanquearlos y si lo hay no lo he visto por el tiempo ha que lo echo en falta.

Porque ¿qué sentido tiene hacer decorar por la mismísima Marie Claire un frágil esquife que a la legua cansina se nota que hace agua a crujía, pantoques, roda y codaste? Si tan siquiera la cubierta fuera lo que quisiese ¿quién se come el cuento? Poco ingenio ha de tener quien de esa guisa obrare, y peor opinión la ha de tener de quienes asistan a tal venta. No, señora, que el vulgo no es tan simple ni tan vulgo dónde lo haya, de tan escaso ingenio y comedimiento, de tanta ausencia de prudencia, de tan acendrado alocamiento y falta de seso. No, no lo hay, a mi buen juicio ¡voto a Micomicón! Que la sabiduría no se obtiene por tener gruesa biblioteca, ni la choza trueca en palacio por virtud de tres o cuatro revistas importadas colocadas estratégicamente donde la vista repose.

Y nos mudamos porque pagar lo que se tasaba por el palacio de Lisuarte en Bretaña, no solo resultaba imposible, sino incorrecto. Pero bien se dice que lo que no se va en lágrimas, se va en suspiros. Y esto es vana queja porque ars longa, vita brevis.

Hagamos por redondear esto y por no perderme en las marismas del chiste: concluyo que avanzar habría de ser, a mi buen juicio cuyos huesos blanquearán en otro sitio tal vez (porque lo que es en este…), hacia delante. En cualquier otra dirección resulta de la guisa del desplazamiento, y bien que se desplaza un bajel vapuleado por la veleidosa tormenta.

Por todo lo antes expuesto me inclino a estar de acuerdo con la vertiente hippie del budismo, a mi entender (por la vía y obra de mi sagaz, discreta, e iluminada esposa) representada por Osho, y el que quiera abandonar la inteligencia que se abrace a cualquier religión.

Claro, se puede decir con cierta certeza de dar con la verdad que toda experiencia deja un conocimiento más o menos positivo, si este término se me permite pues más o menos no es medida, y sé que de que me está quedando, me está quedando…, y que al final de mis días, mis experiencias no cabrán en los diez tomos de la enciclopedia británica.

Y por cierto, si se preguntan el por qué del tono más bien castizo de esas letras les puedo decir que detesto el malhadado idioma de las colonias de la reina, que le detesto con enconado odio si es que odio alguna cosa, que me suena a catarro de nariz, a cataplasma de papa caliente bajo la lengua, a pito de factoría, a provincianismo ampuloso, a mierda inexpresiva…, y…, joder ¡que alguien me diga la frase más genuinamente representante de nuestra lengua que se le ocurra! Alá sea loado… Porque ¿qué será de mis retruécanos y gazapos intencionados?

No. Mudanza hasta ese punto no, por favor…

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