lunes, 3 de agosto de 2009

Anarquía y briquetas

[…] Noventa trastos con respecto a las otras tres…,
No, trastos no, grados, eso.
Solo que, solo que ahora no puede existir en este mundo,
Y el lugar tuvo que hacer pop hacia afuera…
¿comprendes? […]

Tomado de Pirómides.
Terry Pratchett.


A medida que pasa el tiempo una persona medianamente sagaz y muy poco reflexiva puede notar que el viejo decir sobre andar en círculo y no saber para dónde se va es más que cierto.

Bueno, que me perdone el querido profesor Ocanto porque es que los nombres de algunas cosas no me los sé. Cierto. La forma geométrica exacta no es el círculo porque a veces es más bien una elipse y cuando te descuidas resulta hasta una espiral.

Espirales, helicoides, elipses, círculos. No sé, no estoy seguro. Lo que sí sé es que el recorrido es curvo tal vez influenciado por algún tipo de masa ingente que modifica la trayectoria por culpa de la enorme fuerza de gravedad que genera, o más bien la gravedad de la fuerza, y la ejerce sobre la línea de la vida.

Y sobre la línea de la vida me dijo alguna vez una gitana más vieja que el tiempo, en el parque del Buen Retiro (una señora muy sagaz que lo primero que me dijo fue: “parecito faraó”, que te digo la buenaventura por unos pocos euros, y te adelanto que vienes de un viaje largo… Y lo último, después de pagarle, fue que no le contara a nadie lo demás), que la línea de la vida que pintaba mi mano tiene una curva sólida y clara. Que la cicatriz del corte con el clavo de la escalera de mi niñez no la engañaba aunque podía felicitar al médico que me la cosió.

Entonces reviso el borde de mi autopista, su isla, sus paisajes, y es cierto: es una curva. No pasa por el mismo sitio porque la dimensión que representa el tiempo, o más bien la interpretación que se hace de ese fenómeno que no existe (¿que sí? No me jodas ¿tú lo has visto?) hace que dos rayos no caigan en un mismo sitio solo porque para cuando cae el segundo ya el primero no está ahí sino en un paralelo espumante que no queremos entender porque no saldríamos de la casa nunca más.

A mí me gusta el paisaje. Tanto, que cuando veo y veo lo mismo simplemente veo lo que quiero ver. Nunca puedo ver lo que se supone que debo ver, ni lo que otra persona quiere que yo vea, ni lo que manda ley alguna. Veo lo que quiero ver. Solo eso. Veo círculos más o menos definidos. Tanto como me atrevo a definir porque es que la cobardía tiene sus aristas.

Por eso es que John Parker Dimitrinsky, mi perro, tampoco puede ver a nadie.

Ni a los Borbones, ni a los Tudor, ni a William Penn, ni a Lincoln, ni a De Gaulle, ni a Patton, ni a Idi Amin Dada, ni al PRI, ni a Buffalo Bill, ni a Mao Tse Tung, ni a Marx, ni a Hittler, ni a Lenin, ni a Gómez, ni a López Contreras, ni a Rómulo, ni a Rafael, ni a Ibáñez, ni a Pasternak, ni a Trotsky, ni a Adriano, ni a sí mismo. Por mencionar solo a algunos objetivos de su ceguera.

Porque no le da la gana. La ceguera es voluntaria porque es necesaria. Es como la distancia. Como el tiempo. Como dios. No existen pero son necesarios.

Si no logro explicar lo que trato de decir fijémonos en Buda, ese gran anarquista incomprendido. Él tuvo una larguísima vida dedicada a predicar que somos dueños de nosotros mismos, pero al morir dejó la cosa en manos de unas personas con muy buena intención pero con el alcance limitado a dictar una serie de normas para llegar a ser budas. Algo así como que si quieres llegar a iluminarte y ser uno con buda tienes que hacer no sé cuántas genuflexiones al día, meditar otras tantas, estar pilas con el tema del karma…, qué sé yo. Finalmente no tiene nada de malo, solo que de lo que se hablaba era precisamente aceptarse a uno mismo como dueño de sí mismo, de las consecuencias de sus actos y de toda esa vaina que no tenía nada que ver con un librito de normas. Pero está claro que para ser budistas hay que seguir unas leyecitas de nada ¿eh?

Ser adultos. Eso es todo. ¿Utopía? No, la utopía no es posible y yo estoy aquí sentado escribiendo ¿no?

Yo no creo en las leyes ni en las figuras paternales. No creo en nada que me obligue de forma definitivamente abstracta a aceptar disparates concretos. Dogmas, por ejemplo.

Una verdad que todos los anteriores asumieron y aceptaron es que la anarquía es sinónimo de la mezcla del vandalismo y la violencia. Entiendo que con la ceguera inherente, al ser humano se nos pierde la paciencia con facilidad y finalmente la letra con sangre entra. Es decir que si uno se pone un poco bruto, con dos garrotazos o tres, se termina entrando en razón.

Jajá. La razón de la pólvora. Del grito. Del manotazo. De la mala cara. De la desaprobación. Como me dijo el bueno de Simoncito una vez y cito textualmente: “los conquistadores les ganaron a los indios porque llegaron con la razón de su lado”… Dijo esto manoteando con vehemencia sobre una biblia… De locos está lleno el mundo... Me pregunto qué pensará ahora que hay una demanda internacional interpuesta por los indígenas del nuevo mundo ante los tribunales de no sé dónde contra España por la degollina que organizaron por acá metiendo en el mismo paquete junto con el cuchillo y la pólvora a la biblia y las enfermedades contagiosas varias que trajeron… Vaya razón ¿no? Claro, son loqueras que se dicen en la irreflexiva juventud, pero el caso es que esa idea no es exclusiva y eso es lo que me hace pensar.

Si a mí me desagrada tu manera de ver las cosas reviso y actualizo la mía. Es la única que me interesa porque es la única con la que vivo veinticuatro horas al día. Las demás las veo solo cuando me topan y perfectamente puedo escoger qué hacer cada vez.

Es lento, sí. Pero para eso tengo mi sentido del equilibrio.

El esquema en el que quepo es uno curvo. Mucho más grande de lo que puedo concebir. Mucho más grande de lo que estoy dispuesto a imaginar, y lo llamo esquema porque me falta léxico y realmente no sé cómo llamar ese accidente que produjo la vida y que va pasando por este momento bajo la lupa de los aminoácidos que generan estas ideas que sé bien no deben pasar al mundo de lo material. Son solo ideas y así deben quedarse.

Siempre repito la frase de mi abuelito que decía que él era ateo gracias a dios. Era su forma aguda de decir que ese tema no le preocupaba y estoy seguro que aunque se autoproclamaba comunista esto también lo traía un poco indiferente porque era anarquista. Todo lo ponía “sanamente” en duda. De esto se trata precisamente. Es que aceptar algo a pies juntillas, adoptar una bandera, llevar a cabo una misión, pertenecer a un club, para mí no es sino miedo.

Miedo a no encajar en ningún grupo. A no pertenecer a ningún club. A no ser popular. A pelar bola toda la vida.

Y porque pelo más bola que el inmortal es que hago briquetas.

Porque me acordé de mi otro abuelito que decía que el que no era adeco no tenía partido y que también decía que si la plata rindiera como rinde la ropa sucia, solo se le ensuciaría a Emilio Torcatt. No tengo que decir que ese señor era el del dinero en esa zona.

Séneca servía a su tiempo con unas ideas muy interesantes, pero Seneca no masca para pasarme unas facturas por la energía eléctrica que me dan un poco de amargura porque no se compaginan con el mal servicio que venden. No me sirve. No tengo que aceptarlo aunque me extorsionen con la amenaza de que si uso energía alternativa no me darán más el servicio. Ya veremos.

Esta semana tuve que pagar doscientos bolívares fuertes para que los del camión de la basura se llevaran el cerro de aserrín que tenía en la carpintería. Porque el aserrín sí que me rinde.

La lucha para que los del gas me traigan las bombonas hace que yo mismo tenga que cargarlas para ir a cambiarlas cada vez que se acaban. Vienen a los quince días que los llamo si tengo suerte.

Las leyes se hacen para proteger los intereses de los que las redactan y por eso es que no me gusta el cemento. Es el material por antonomasia. Antisísmico. Duradero. Estable. Suena a conversación con whisky y reloj de oro… Se fabrica a partir de piedras como las que extraen de los morros de San Juan. Las muelen y las calcinan, y las mezclan con algo de escoria y algunas otras cosas. Acaban con las montañas, recalientan y contaminan el planeta, redactan el código sísmico y te obligan a usarlo bajo la rigidez del ente llamado ingeniería municipal sin cuyo permiso y venia el banco no te presta la plata para que te hagas la casita que tanto necesitas.

Por eso hago briquetas.

Porque me sobra aserrín. Porque lo compacto bien y me sirven para cocinar, para calentar el agua del baño, para que Seneca y los camiones de gas y de la basura no me extorsionen, para no contaminar tanto, y finalmente porque prensarlas significó distraerme diseñando y fabricando el ingenio para compactarlas. Porque reuniendo el aserrín y metiéndolo en la prensa, porque apilándolas y luego usándolas me relajo sintiéndome profundamente anarquista.

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