viernes, 29 de febrero de 2008

El Granadero perdió una baqueta (IV)

Lo que dije, los límites…, bueno:

Resulta que mi amigo Vladimir Vivas pasó por nuestra galería-marquetería cuando aun quedaba en Bayside de Margarita, no el otro, a buscar los papeles de Cintec de la que no hablaré porque se me van aquí cien páginas a medio espacio y dos caras, y resulta que vio dos de las sillas que llevamos a la exposición de Artebosque en agosto de 2007 y que regresaron a Margarita. Dos de tres no está mal, según Meatloaf.

Una de ellas, la que se llama “Siyasutra” porque no es cama, la desechó de inmediato por la no viabilidad en terrenos andino-conservadores según el estereotipo acostumbrado pero que a veces viene y te da sorpresas. Pero la otra, la que se llama “Taburetóptero” que es la pieza cúbica con patas de insecto le pareció un “tubazo” como él mismo la llamó. Rápido me pidió fotos y se las envió a la parte organizadora del evento en Caracas (Fundación De Museos o qué sé yo, con el debido respeto por tamaña institución, claro, pero es que yo ya no retengo en la memoria ningún recuerdo que tenga menos de veinte años) con la promesa jurada de que de allá me llamarían para coordinar todo.

A los pocos días me pidió un estimado en bolívares para que la gente del museo me depositara la plata para el flete ida y vuelta de la silla. Pensé un número y se lo dije, además de que estaba haciendo otra que a mí me parecía muy interesante también. Me pidió fotos y que la metiera en el cambote. Qué impreciso soy: un cambote de dos sillas.

Casi de inmediato me llamó de allá (no sé si de Mérida o de Caracas, pero en todo caso de allá) una muchacha muy formal y prudente que se llama Monna Gutiérrez para pedirme datos, para coordinar envío, para que le firmara una planilla, para que habláramos un poco… Eso fue un sábado en la mañana estando yo preparando desayuno que me salió muy sonreído y sorprendente porque qué les voy a decir: que estaba muy orgulloso de mí mismo y de lo sortario que resulto cuando estoy descuidado que es como estoy cuando me pasan las mejores cosas de la vida.

Y yo pensaba en que me sonaba demasiado conocido el nombre de ella pero que debía haberla conocido hace muy poco porque si no (con toda seguridad) me acordaría, cuando Anne-Marie me dice ¡mira! Porque estábamos viendo Telesur justo cuando ponían la entrevista en Arte Somos de la diseñadora del “Tetra”: Monna Gutiérrez… Caray, pensé yo (creo que en voz alta) la cosa es seria.

Ya había conocido el “Tetra” en, digamos, persona, porque en Ochava, la tienda de objetos de diseño que está en El Hatillo en Caracas al lado de la galería Azularte lo tuve en mis manos y a punto de comprarlo.

Cuando dije más arriba que el asunto me parecía serio no es por zoquetada mía. Lo que pasa es que estuve jugando un poco con este artefactito y me dio como vértigo. Sí, me parece que Monna tiene una puerta abierta a otra dimensión o algo así porque con unos palitos unidos con liguitas logra una especie de maqueta múltiple de mil caras cambiantes para un montón de formas geométricas que lo mismo sirven para estructuras que como modelo en perspectiva, me imaginé las maravilla que hubiera hecho Antoni Gaudí I Cornet con el Tetra, unos saquitos de perdigones, y una cámara fotográfica…, y un cerro de cosas más de las que no hablaré para no ponerme fastidioso.

Lo fu es que no lo compré porque me acoquinó un poco. Tuve que dar un paso a un lado para agarrar aire. Sé también que llegará la oportunidad de tenerlo.

Está bien, pero no quiero perder el hilo de la narración, así que: a todas estas yo no tenía clara la fecha de uno y otro evento (me refiero, claro, al encuentro de hacedores de juguetes en Tovar, y el así llamado “Diseño al límite” en Mérida) porque tenía un cerro de trabajo, la bomba del hidroneumático quemada, roliverio de lumbago, y el carro prestado (a cambio, por cosas de la vida, de una inmensa y todopoderosa Yamaha Súper Tenere de 750cc que me prestó mi gran amigo y sensei, Ángel Sánchez)... Esto, y que en realidad no sé qué me pasa pero cada vez estoy más lejos, allá, por la estratosfera.

Como era de esperarse las fechas coincidieron. Es decir, que lo de los Hacedores de Juguetes, y lo de Diseño al Límite pasó todo junto, así que Anne-Marie y yo hicimos el corte al bies de la geografía nacional como dije cuando empecé a escribir esto, solo que en el carro, además de juguetes, venían las dos sillas. A una de ellas le terminé un remiendo en el cuarto del hotel Camoruco en Barinas el día antes de entregarla, como cabía imaginar, ya que a esa altura no tenía lumbago.

Por cierto que mi médico de cabecera (a la piecera) me informó y comunicó (y convenció) que mi lumbago no tiene nada que ver con mis vértebras lumbares, que sí, que me duele ahí, pero que en realidad se debe a una contracción de un músculo abdominal que agarra la cadera y las costillas muy internamente, por compensación indebida sobre mi pierna izquierda por estarle tratando de quitar el peso a la derecha que tengo torcida. Así que es por eso que no responde a los tratamientos convencionales para el lumbago, porque no es lumbago, es como una tortícolis pero en la barriga que se refleja un poco antes de que dejen de verse los generadores eólicos antes de la provincia de Valencia pero por el lado de atrás, y me enseñó a quitármela con un acto de voluntad, mucha fe, y el poder de la palabra. Sí, así, sin más ni más... Eso sí, me estuvo poniendo los tendones y cablecitos en orden varios días seguidos antes de que yo pudiera más o menos tomar mis riendas. Y lo más arrecho de la vaina es que no me ha dolido más desde entonces. Parece que lo dominamos.

Desde que salimos de Barinitas iba yo manda que te manda mensajitos a Vladimir y a Lula en Mérida para cuadrar lo de la entrega de las sillas porque aunque no lo dije nunca, ni lo he dicho, ni lo diría, estaba como carajito chiquito con esa vaina, pero no lo voy a volver a decir… Lo que me parecía gracioso es que ambos me dijeron lo mismo, que agarrara la carretera con tranquilidad que el cielo estaba azul. Y resultó verdad. Por eso y por otras cosas pensé que era un código habitual para designar el buen tiempo, pero no, la cosa parece ser una manera más localizada que eso. En fin, lo bueno fue que el viaje por ese páramo fue bajo un lindísimo cielo azul mañana primaveral de postal en los jardines de Buckingham Palace.

Pero volviendo al asiento para no salirme de los límites: se suponía que debíamos dejar las sillas en casa de Lourdes Contreras (Lula) por ahí, en la entradita de Mérida en una urbanización que ya no recuerdo cómo se llamaba pero que queda apenas bajando de la vuelta de Lola entrando por APULA y esto se presta para muchos juegos de palabras y confusiones que tal vez explicaría que no haya ni forma ni manera de que me acuerde del nombre de la urbanización. Porque claro, del apulo no quela sino el cansancio…, dilía el chino.

Dejamos el encargo el domingo temprano y nos fuimos a comer algo antes de seguir el carreterazo hasta Tovar. Fue ahí que decidimos parar frente a la plaza de Milla, en el restaurant de la posada Loca Luz Caraballo (sí, lo digo de esa manera nada más que por joder) y comernos la sopa que nos llevó hasta el día siguiente por culpa de un candado en mi camino.

Yo iba un poco preocupado por mi falta de profesionalismo y rigor formal, porque dejé las sillas allá, así, sin una nota siquiera. Y eso que me habían pedido currículo y fichas técnicas por si acaso, y una breve memoria y semblanza (y no sé qué más) pero yo como si no fuera conmigo ocupado nada más en pensar en mi tortícolis de la cara externa del intestino delgado. De modo que no más pude me fui a un cyber y le escribí a Lula una extraña carta donde estaba tal vez la información que creí que necesitarían. Cometí la tontería de no enviársela también a Monna perdiendo la oportunidad de hacer reír más gente con mi completa falta de seriedad.

Por supuesto que no recuerdo bien qué le puse, pero sí sé que le dije que esas sillitas las hago yo con epoxi y con madera que me encuentro en la carpintería (bueno, la madera, porque el epoxi lo compro yo) la que desechan los demás, sobre todo la que resulta de un intenso destrozo que le hacen a unos troncos rollizos que maquinan ahí burdamente con motosierra. No sé, me da vergüenza con los arbolitos y en un infantil intento por sacarle el cuerpo al plan de crédito del karma, vengo yo y trato de devolverles un poco de dignidad haciendo unas piezas bonitas. O que por lo menos a mí me gusten, porque todo este lío es mío.

También sé que además de explicarle la técnica le dije cómo se llaman las sillas, porque tienen nombre y todo, y lo de las medidas. Bueno, lo que realmente le dije con respecto a las medidas fue que las midieran allá porque a mí se me había perdido el papelito donde anoté eso.

No le mandé mi currículo porque no me lo iba a creer y detesto que me crea mentiroso aquel que en realidad aun no sabe que lo soy. Prefiero que me conozca primero y aunque sé bien que no siempre se puede escoger en la vida, no me iba a echar la burra pal monte yo mismo ni de vaina. Además, si cada vez que me echan el tarot me sale el loco en el pasado, ya no me tengo que preocupar.

Como todo lo que viene a continuación ya lo dije antes, pasaré directamente a lo que le pasó a Maimey…, no, no, no, eso es un cuento de mi hermano Luis Gerardo el que es escritor con libros publicados y todos y de quién estoy más orgulloso que el carrizo, como si yo tuviera algo que ver en eso…, ya va, que me pierdo, lo que decía es que pasaré directamente a lo que pasó el día que nos escapamos de Tovar para ir a la inauguración de la exposición en un edificio grandote que se llama Tulio Febres Cordero y que no sé bien qué es. Lo que sí sé es que de entrada había un grupo grande de gente haciendo capoeira patadas brinco y tambores incluidos, más adelante había una banda yo diría que ensayando algo que sería rock, me parece, porque no era jazz, y en el sitio donde nos sentamos a beber un te porque no había cerveza, estaban dando clases de tango…, caramba, no veía tanto muchacho junto desde que yo era uno.

Estaban Mario Calderón montando una muestra de sus juguetes, estaba Humberto Rivas ayudando y acompañando, estaba el ayudante de Mario, Anne-Marie y yo, medio ladillados de que no hubiera más que te y toddy…, y la verdad es que salvo dos chicas que arreglaban unas mesas tipo Casa Mar, con cenefa y todo, no había movimiento de inauguración ni nada. Le preguntamos a las muchachas y ellas nos dijeron muy serias y convincentes que ahí no habría nada ese día, que la cosas estaba muy cruda… Una mirada en redondo corroboró largamente esta aseveración cuadrada.

Tras ese desengaño geométrico optamos por irnos a casa de Mario a cenar, bebernos unos vinitos, y a cantar un poco, pero ese cuento ya lo eché. ¡Ah! No, ya va, Mario y Esneira prepararon una pasta con champiñones y un mezclum de rúgula y lechugas varias que le roncaba la malanga. Yo, gracias a mi grande fama de hipoglicémico, me comí tres veces mi ración.

En la mañana nos llamaron con un pujo porque había un gentío haciendo cola para comprar las piezas que teníamos en Tovar y por eso fue que salimos corriendo para allá. Bueno, en realidad corrimos de La Mucuy hasta la vuelta de Lola, porque de ahí para abajo nos echamos dos horas largas para atravesar Mérida. Tanto así, que nos dio tiempo para que al pasar junto al edificio llamado Tulio Febres Cordero, le diera tiempo a Anne-Marie de bajarse del carro cámara en mano, tomar las fotos que ven aquí junto, y hasta conversar con Monna que estaba extrañadísima de que nosotros no hubiéramos asistido a la inauguración que había sido la noche anterior… Anne-Marie le explicó lo que ya dije, y Monna le informó que la cosa había sido en otra parte…, es la vida, diría mi amigo Carlos… Pero decía que le dio tiempo de todo esto y volverse a montar en el carro mientras yo avanzaba más o menos setenta metros si es que fue tanto.

Dos horas para atravesar Mérida. Desde la estación Terminal del trolebús hasta Tovar echamos una hora y veinte minutos. Y no digo más para no hablar de la carramentazón y los economistas estos que yo no entiendo.

Tovar, Tovar, Tovar…, se acabó la semana, pero por ahí, a mitad de ella apareció Julieta Cantos con su hija Vanesa y una amiga que había tenido unos problemas con unos camarones y estaban culpando injustamente a unas chistorras… Qué riñones, culpar a unas pobre chistorras. Nunca he sabido que le hagan daño a nadie. Unos camarones no digo, pero unas chistorritas a las brasas ¡nunca!

El caso es que aparecieron por allá y nos corroboraron una invitación a San Cristóbal, a su librería y a su casa también… Ese almuerzo con ellas en el mejor restaurant de Tovar del que no hablaré porque me trajeron el mejor churrasco que me he comido en años, preparado exactamente como yo lo quería (bien sellado, crudo por dentro, y con sal añadida después de cocinado) fue muy agradable y gracioso. Para muestra un botón: estas damas piden el postre antes de pedir la comida, porque dicen que puede pasar que se llenen con el almuerzo y no les quepa después el dulce…, muy sabio pero inusual…

Por supuesto que en terminando esta carta pagaron caros sus gritos, quiero decir que en lo que se acabó la exposición en Tovar arrancamos para San Cristóbal vía Zea porque por ahí se empalma con la carretera Panamericana que es la que baja por el sur del Lago de Maracaibo y llega uno por el lado de Michelena. Yo me quería ir por el páramo de Bailadores, pero había cierta prisa.

Llegamos directamente a “Sin Límites” y debo decir que el premio de la mejor librería a nivel nacional se lo tiene bien merecido, y diría aun más, como Hernández y Fernández. Tienen el espacio de exhibición y venta, un espacio para talleres infantiles, un pasillo anchote que sirve entre otras cosas para ferias tipo navideñas (ese era el caso) que da a un patio interno que antecede una galería con todas las de la ley. Subiendo las escaleras está el depósito y oficina de Julieta. Más arriba está la oficina de administración, y arriba de todo (con una linda vista sobre la ciudad) está un apartamento arrechísimo que en realidad es el despacho de Jorge Peñuela quién es el esposo de Julieta. Él trabaja en cosas del agro y tiene una finca en la que tiene hasta una siembra de teca y gmelina para el aprovechamiento de la madera. Ahí nos anotamos para el primer entresaque que llaman…

Las instalaciones, la planta física del edificio es una cosa de un impecable solo comparable con la casa de ellos a la cual llegamos temprano, después de almorzar en un restaurant árabe en el cual también hice gala de mi taimada hipoglucemia.

Yo, que tenía un millón de años sin dormir bien, subí el equipaje a la habitación más pulcra que he visto en mi vida: las sábanas olían rico, las almohadas olían mejor, el piso y las paredes despedían un olor delicioso a cosa limpia y bien cuidada. Yo me quedé ahí echado mientras las damas conversaban en la sala de cosas que a mí no me incumbían, o así lo decidí, observando como desentonaba la vibración (más bien trepidación) de mi cuerpo horizontal en medio de tantas cosas bien hechas.

En la tarde salimos a ver una tienda de esas de decoración masiva que está muy de moda porque Julieta quiere convertir la galería en una tienda de objetos de diseño no muy caro enfocado hacia la decoración, nada más que para que exista una alternativa a la artesanía barata indochina que es así de regalada porque esa gente paga sueldos de miseria a viejitos y niñitos explotados como si se llamaran Simplicio, si es que les llegan a pagar, verbigracia.

Claro, el diseño y la artesanía Venezolana no llega a ser tan barata porque es que no somos tan pobres así. No somos tan desafortunados como en el sureste asiático, y mal que bien, el que menos puja echa un Steinway de cola… Pero con muchas cosas sí se puede competir sobre todo si se apoya uno en cierta tecnología y deja los ascos producidos por el purismo.

En la noche fuimos a una pizzería en la que preferí pedir carne otra vez porque no había pizza capresa, y hablamos de eso (de la tienda y las piezas de diseño) y de la madera. Resulta que Jorge Peñuela tiene una siembra de teca y de gmelina. La cocina y algunas otras cosas de la casa de ellos está hecha con gmelina, que resulta ser tremenda madera pues ya la habíamos visto y trabajado en Mérida, en casa de Humberto. Bueno, sí, tiene la madera y está más que dispuesto a hacer negocio, pero la madera está jojotica y recién el año que viene (o algo así) será que hagan el primer entresaque. Esto es que ellos la siembran metro a metro para que echen varas largas. Luego quitan una para que queden cada dos metros y engrosen un poco. Claro que venden la vara del metro que dije antes. Luego quitan la de los dos metros y quedan cada cuatro dándole chance para que engrosen más, y así. Estos entresaques los hacen cada cierto tiempo y nosotros ya nos anotamos. Así que tendremos teca y gmelina en cualquiera de estas…

Ellos tienen un modo de hacer la vida que me dejó pensando. Porque es que son gente organizada y tesonera, pero no por esto son aburridos, pichirres, o con apariencia de estíticos. No, la verdad es que son bien alegres y felices, y además logran lo que quieren. Están organizados y creen en lo que hacen… Me quedé pensando.

Total fue que al día siguiente nos regresamos a Mérida, a casa de Mario y Esneira, nos quedamos en su casa, fuimos a visitar a Humberto, y raspamos para Barquisimeto. Bueno, para la vía de Duaca, a la posada La Salamandra que es la casa de Judith Guanipa y Leo Garcés, en la que siempre somos tan bien recibidos que a veces me da un pelín de pena, pero apelo a mi aparente sinvergüenzura para que no se me note y venga yo a herir sentimientos tan buenos. Pasamos una noche deliciosa, como todas las noches que se pasan ahí y al día siguiente continuamos el paseo vía Caracas con parada en San Antonio de los Altos.

Porque fue que le dije a Monna que íbamos hacia allá y ella insistió en que nos encontráramos, así que nos citamos en el centro comercial ese que está al lado del elevado en San Antonio y allí nos vimos. Fue una experiencia que todavía no he terminado de asimilar… Me explico, yo soy lo que soy (como dice Popeye) y no me sorprendo con nada que salga de mí. Quiero decir que no me parece nada del otro mundo que yo pegue dos o tres tablas y que quede una silla o una lámpara…, bueno, a veces me sorprende el coroto en sí mismo, pero yo no me creo que sea ninguna tapa de ningún frasco…, en fin… Lo que pasa es que ella me trató con tanto respeto que me parecía (como cuando me dicen señor Laya) que hablara de otra persona… Ella y Anne-Marie hicieron buenas migas de inmediato y eso sí que no me extrañó. Pero bueno… Lo que pasó fue que fuimos a su taller a ver el trabajo de ella más allá del “Tetra” ¡coño! Eso merece diez páginas, pero para no volver loco a nadie, mejor visitan www…….com y lo ven con sus propios ojos.

Pasamos un buen rato ahí y estoy seguro de que dejamos una amistad bien hecha allá, en San Antonio. Tal vez salga un convenio de cooperación comercial y de las ideas. No sé, tal vez se me subieron los humos equiparándome con semejante genio…, el caso es que aun no termino de asimilar todo lo que vi y escuché.

De ahí seguimos hasta Caracas, a casa de Ingrid y Eric, que siempre nos reciben como se reciben a los amigos queridos y esto se aprecia mucho. Ingrid, como suele hacer, se lució con una cena más que gourmet y unos vinos como para las penas porque a las penas porronazos… La conversación de la sobremesa giró como siempre de la rodilla a los fenicios, y de la explosión demográfica a la economía, pero como de costumbre, García Lorca ya lo escribió entre primos de Benamejí.
Al día siguiente desayunamos pantagruélicamente y arrancamos para Puerto La Cruz. El viaje fue lentísimo pues salimos como a las diez de la mañana y llegamos al ferry a las seis y media de la tarde justo cuando se iba nuestro barco de las seis de la tarde… Pues no, fue mi reloj que está como un cencerro y cogió a adelantarse (yo nunca había visto eso) y en realidad llegamos a las tres y media de la tarde con tiempo de sobra para almorzar en la taguarita del Terminal (en la que pedí carne, claro) y esperar tranquilamente el ferry de las seis que en realidad salió para la isla tipo nueve de la noche.

Llegamos a casa cerca de media noche, con el cuerpo agitado, y una cosita en el bolsillo que no sabía qué era. Parecía un palito de fósforos, o un mondadientes para algún troll de esos que salen en las películas que ven mis chamos. Pero no.

Era la baqueta que con tanto peo había perdido el granadero, y que no sé cómo, apareció en mi bolsillo.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Mi Querido: Qué bueno es este bolg tuyo!!!!!!!!!!!!!!!! Solo espero que cuando famoso, rico y reconocido por el mundo no te olvides de tu amiga que siempre te recuerda y te quiere.... Algo me tienes que hacer para mi casa, con certificado y todo, no me dejes guindando como Carlitos que nunca me dió el certificado de mi oso belloooo......
Un beso y solo para recordarte lo orgullosa que siempre me sentí de ti... Eres más grande de lo que tu mismo crees....
Monique

Tadeo dijo...

Gracias Monique, querida,

La verdad es que me conmueve que digas esas cosas. Lo aprecio. Y por los vientos que soplan tendrás una pieza mía mucho antes de que sea rico y/o famoso...Jajaja!
Mil Besos.