sábado, 26 de enero de 2008

El Granadero perdió una baqueta (II)


Estadía en Tovar, exposición y festival del violín, breve escapada a Mérida. En fin, Tovar:

Se entiende perfectamente que llegamos a Tovar un poco estropeados por tanto curso de economía y carretera nacional, y que por eso, en lo que dejamos los corotos en el Conac nos fuéramos gustosamente a descansar en el hotel antes de salir a comer alguna cosa, pues desde las hallacas en Barinitas no habíamos probado nada…, ¡coño! Se me va a poner la lengua negra por embustero. Sí comimos, lo que pasa es que como fue una sopita en la posada Loca Luz Caraballo frente a la Plaza de Milla en Mérida, se me había olvidado no porque fuera poca sino porque se tardó mucho y me parece que la digerimos, inclusive en la memoria, antes de haberla comido.


Pues eso precisamente hicimos. Es decir, que descansamos un rato en la pocilga 51 en la que decidí no hacer pupú, pues como dije en la anterior entrega, el baño estaba dentro de la habitación solamente separado por una puerta corrediza de acrílico traslúcido que no llegaba al techo y está bien que se tenga confianza con la pareja, pero de ahí a que uno rompa en andanadas de accidentes gástricos como para amenizarle un programita de televisión, de una televisión que me recordó la propaganda electoral de Claudio Fermín después de que abandonó a los adecos…. (por cierto que la gigantesca caravana de adolescentes en motos chinas parrandeando el triunfo del no con botellas de ron, pancartas y pendones de acción democrática y fotos de Morales Bello y Ramos Allup me produjeron la misma reacción que sufro frente a un autobusete con el raggaetón a todo volumen, pero así es la vida ¿no?) no sé, no me convence. Es que después de estar tanto rato casi inmóvil dentro del carro y luego moverse repentinamente para bajar las cajas y todo eso, como que hace que las tripas toquen a rebato y se organice el gran movimiento de masas gaseosas, me parece.

Decidí entonces bajar a ver si lograba que nos cambiaran de habitación para poder dar rienda suelta al hacer del cuerpo, y por consecuencia directa preguntar cual sería un buen sitio para ir a comer algo después de que nos hubieran cambiado de habitación, claro que muy amablemente porque al fin y al cabo todo el mundo sabe que a donde fueres haz lo que vieres y los andinos son personas muy educadas, pero no había nadie en el hotel y nos habían encerrado con candado. Yo, como Emilita Dago, toqué y llamé, y nadie me respondió, pero de adentro se oyó una voz que me decía: cuchucu ay, cuchucu chucu ay, cuchucu chucu ay, cuchucu, cha… No había nadie en la recepción y tampoco acudieron al toque del timbre de liceo que allí había. Es más: la puerta tenía puesta una rolitranco ‘e barra con sendos candados.

De manera que revestido de irrealidad por fuera y de lo inconfesable por dentro, subí a la temible 51 a confesarle inquietísimo y nada cobero a mi querida Anne-Marie, que estábamos presos y cumpliendo la condena, la condena que nos da la sociedad, me entristezco me acongojo y me da pena, pero lo que soy yo me lo tengo que aguantar…

No hubo problema pues al no comer no se agudizaron las urgencias por descomer, por lo cual deduje una vez más que los caminos del señor son inescrutables y derechos sobre renglones torcidos, y vaya usted a saber cuántas cosas más relativas a las acciones y las reacciones, por supuesto. Lo que sí me echó una vaina fue el espejo de un lado, el lavamanos de frente, y el bombillo del otro lado: solo me pude afeitar el lado izquierdo de la cara y pensaba que gustoso pondría la otra mejilla pero las rotaciones eclesiásticas no se me dan con soltura así que basta con los jueguitos de palabras.

Tempranísimo saltamos de la cama pues el hotel está frente al Terminal de pasajeros (que es como decir un viejo circo) y llegó el autobús de San Cristóbal que es diesel (y tiene el arranque malo, o no tiene batería) y lo dejaron prendido de cuatro a seis de la madrugada llenándonos el cuarto de humo que al principio me retrotrajo a mis días de muelle a sotavento de La Daniela y sus hectolitros de mata ratas, pero que por larga duración pude llegar (en mi retrospección) de San Ruperto a Puerta de Caracas por la subida de Torreros desde el CCCT…

A las seis de la mañana, puntualmente, se fue el autobús de San Cristóbal (un Magiruz Deutz de los que trajo Diego Arria) y casi agarro un sueñito, pero tempranero para que dios lo ayudara (a cambiar un caucho de Icarus de acordeón equipado con aros de artillería forro y tripa de las que se sacan a mandarriazos) abrió la cauchera de al lado, y si en algo resulto yo draculesco es en el hecho de que no soporto una llave de cruz. Sobre todo cuando son de las de camión Leyland de carreras y un economista la deja caer con repitiente displicencia madrugadora, sobre el argentino tañidor alcantarillado Tovareño.

Recogimos nuestro aun hecho equipaje y lo metimos en el carro de nuevo porque de ningún modo volveríamos a dormir ahí donde uno tiene que escupir en el plato en el que come, por decirlo de algún modo, y nos fuimos a trabajar. Debo confesar que la subidita desde el hotel hasta el Conac me fue especialmente ardua por la falta de sueño, de café, y el superávit gaseoso completamente contenido porque no hay nada potencialmente más contraproducente que echarse un peo caminando.

Creo que por ahí pude haber terminado con tortícolis si no fuera porque al echar buenamente el cuento en el Conac (sin los detalles escabrosos, claro) Alexander dejó de lado el trabajo que tenía por delante y logró que nos cambiaran a la 47 representando esto una baja de tres puntos en el Dow Jones de la incomodidad, pero con clara tendencia al alza, eso sí. Hubiera sido un buen momento para comprar, pero está clarísimo que yo no sé nada de economía.

Llegamos a la sala y miramos a través de la inmensidad en la que debíamos montar la exposición junto con los demás invitados…, y nos escapamos cruzando la calle a una heladería que servía pastelitos andinos, jugos de frutas, buen café, y vitaminas (tizana). Después de un más o menos yantar, porque aunque nos habían cambiado de habitación aun no hacíamos efectivo el cambio y, bueno, aun no podía comer porque las consecuencias de las acciones no natas eran así precisamente… Regresamos e hicimos el montaje, que era algo sencillo pues se trataba de colocar las cosas de manera que se vieran bien sobre unas mesas bien bonitas que tienen allí, junto con Mario Calderón y Esneira Quiñones quienes además terminaban una muestra bellísima de la Fundación Casa Del Juguete en la sala principal del complejo. Quedamos situados entre Mario Colombo y Mario Calderón ¡una pelusa!

La gente de ahí (que en cambote) colaboró en el mejor de los grados con nosotros comentaba con sorpresa y agrado que los que venían de tan lejos, de Margarita, hubieran llegado primero. Además con tanta variedad de piezas…, y tan coloraditos, debe ser por el sol de allá… Y yo sin poder explicarme…

…Ahora debo hablar un poco del Festival Internacional del Violín y de la gente que trabaja en esto. También de la exposición de juguetes que se llamó: Encuentro Nacional de Hacedores de Juguetes Artesanales.

Hace un saco de años, un cura (creo que el párroco del lugar) organizó junto con Radio Occidente (que está en la acera de enfrente, al lado de la heladería) un festival local de violín rural en el que tocaban viejitos, niños, y todo aquel que quisiera echarle pierna a un instrumento que se toca con las manos cuello brazos y mucho corazón alzado por culpa de los modismos y del lema imperante. Bueno, el caso es que el festival fue creciendo e involucrando más y más gente hasta que llegó a lo que es ahora: un verdaderamente inmenso evento que se realiza cada dos años y en el que participa de un modo u otro todo el pueblo de Tovar y al que asisten personas de todo el país e inclusive de otras partes de este mundo tan ancho y tan ajeno. En esta ocasión había gente de España, Alemania, Bolivia, y los estados pegados.

La organización parece ser una combinación de: Fundación Festival del Violín de Tovar, Alcaldía de Tovar, Fundación para el desarrollo cultural del municipio Tovar “Fudecut”, Gobernación De Mérida, Universidad de los Andes “Digecex”, Pdvsa, Centro de Arte La Estancia, Gobierno Bolivariano de Venezuela, y Ministerio de Energía y Petróleo, además de todos y cada uno de los tovareños. También estaba pintado en todas partes ese rectángulo con los colores de la bandera y tres monigotitos que dicen que Venezuela ahora es de todos. Bueno, está muy bien, pero sigamos: Sí, se reúnen fondos que imagino mollejuísimos porque aun no sabiendo de economía sé que para pagarle el alojamiento a varios cientos de participantes, las tres papas a unas setecientas personas, amén de la nómina de planta, durante una semana completa de domingo a domingo, hace falta una boloñonga (palabra favorita de un ex amigo) inconmensurable. Con decir que el equipo de trabajo se echa dos años en reunir los cobritos esos… Y todo esto bajo el lema de “¡Arriba corazones!”…

Lo de las comidas merece un aparte: en el comedor del liceo cuyo nombre no recuerdo pero que era algo así como Patrocinio Peñuela o Rudecindo Rebolledo (y si me pelo no es por mucho), servían diariamente unos setecientos desayunos, almuerzos, y cenas, para los participantes los cuales estábamos plenamente identificados con unas escarapelas y unos tiquecitos que si los veía Carpentier nos situaba en el Pluvioso del años dos o más bien finalizando el ocho aunque pierda la cronología, porque siempre se desordena el asunto por un lado o por el otro… Hacíamos la cola en grupo, rocheleando en infinitos tono de verde pues el paisaje tovareño es como dicen que es Catamarca, pero en vez de sonar en seis cuerdas solo llevan cuatro (cuerdas) y un arco.

La comida la preparaba un ejército variopinto que estaba envidiablemente coordinado pues por ejemplo el que buscaba el pollo siempre llegaba a tiempo para que montaran la siguiente olla antes de que se acabaran la tanda de las primeras doscientas porciones. Esto no es pendejada, eran más o menos doscientos pollos diarios durante siete días. Treblinka, se ha de haber llamado la pollera de jabatos con toda seguridad. Además eran pollos gitanos, marrones, y guineas, además de guineos pisados y/o hervidos con sal y ajo. Muy sabrosos, debo decir, pero totalmente inusuales en mi dieta y con esto no me estoy quejando sino agradeciendo, porque uno no aclara las cosas y luego viene alguien y las toma a mal.

Había una parejita, que bien podía hacer de tripulación para cualquier arca que se precie, parados en la puerta del comedor: el muchacho regulaba el ingreso a la sala-comedor, y la muchacha te pedía el tiquete con garbo en lo que tocaba uno en turno. El siguiente paso era recibir la ración que a veces te la daban ahí mismo y uno localizaba (menaje en mano) y ocupaba el puesto que encontrara disponible, o te mandaban a sentar y una señora muy amable te traía la pitanza.

El segundo plato llegaba, o no llegaba, según los designios inescrutables no del señor, sino de las señoras porque me dejé de juegos de palabras. O tal vez del encargado del pollo que tal vez alguna vez que no recuerdo, olvidó llegar… En fin que uno se sentaba y comía, y mientras saboreaba echaba un ojo en redondo, que es un buen modo de entretenerse, y notaba los afiches liceístas que hablan temas como el del embarazo precoz con imágenes de Jessica Rabbit y Jhonny Bravo…, ¡buéh! Tovar no tiene por qué ser el sitio más incoherente del mundo. Una experiencia asombrosa en más de un sentido, eso sí... Digo, que nunca vi nada así y me gustaría mucho volver siempre.

Trabajan en este evento, desde el director más toro sentado o pluma blanca si lo prefieren, hasta el niñito más chiquito de la zona. Hubo uno en especial, Ernilson Contreras: un chamo de esos que le devuelven la fe en el género humano a uno. Si estuviera en mi mano le conseguiría una beca o algo así para que se metiera a hacer juguetes o música, porque con seguridad que tal limpidez de alma debe dar solo cosas sublimes…

Total que en ese evento unos coordinan y revientan teléfonos recalentados, otros corren suben y se encaraman, otros limpian papeleras llenas, otros pelan papas y hacen sancochos, por ahí pasa la comisión de miche llenándole el vasito a la concurrencia, también pasa la directora de quién sabe qué, y la coordinadora de lo otro de más allá no necesariamente juntas ni mucho menos revueltas, porque no hay que exagerar. Parecen un concierto de Stomp: brincan y saltan que parecen locos, pero suena del carajo. Además no se les escapa un detalle… Bueno, lo del hotel fue culpa de que no hay hoteles aceptables en esa comarca. Nos ofrecieron cambiarnos a una posada en Bailadores pero declinamos tan galante invitación porque uno salía de ahí a las diez y media de la noche más mamao que chupón de bobo y no era cosa de agarrar esa carretera tan revirada a esas horas tan chatas hasta el cantón vecino ¿no? Además, como no sé un coño de economía juzgué que la tendencia sería a la baja (sostenida un tiempo más porque los indicativos de las acciones tipo “A” perdían un décimo de punto por cierre…) y que podía demorarme aun otro poquito en comprar. Por bolsa se pierde en la ídem, pude aprender en carne propia otra vez…

Pero volviendo al festival, debo decir que fue para mí una experiencia sorpresiva. Yo alguna vez escuché hablar de un pueblo llamado Tovar, que no era la colonia, y de un festival del violín, que no es dentro del metro de Madrid en verano. No había hecho la relación de ambos (cosa muy típica en mí) y el tal Tovar lo había medio visto yo a unos 67 kilómetros al suroeste de Mérida según un mapa de carreteras 1:1.000.000 que tengo y que me costó cien bolívares de la época en la que Gráficas Armitano tenía un teléfono de seis cifras, pero de ahí a imaginarme todo lo que me encontré: nunca.

La plaza Bolívar de Tovar es un sitio amplio con terrazas a dos alturas hechas claramente para presentar espectáculos pues cuenta con una geometría (y hasta acústica gracias a una pared alta a espaldas del escenario) adaptada para ello. Estaba llena de cabo a rabo todo el tiempo, desde las ocho de la mañana hasta la media noche. La parte de ingeniería de sonido estaba organizada a la perfección y además construida para la intemperie pues aunque no paró de llover tampoco paró la música ni el entusiasmo. Y no son cosas nada más que del río de miche que corría en el lugar, porque hasta donde sé cónsola no bebe caña, ni cachicamo se afeita…

Nosotros no pudimos ver todo el espectáculo porque teníamos que atender la tienda pero nos vacilamos el back stage completo porque todos y cada uno de los participantes pasó por el fondo del salón en el que estábamos para ensayar mil millones de veces cada pieza para violín que más me hacía desear con fervor un piano…, pianissimo… Es la vida…

Había una muchacha española llamada María Huerta que era como Ariel el de Billo porque lo único que le faltaba era lo del ballet. Tocaba el violín como los ángeles y encima era soprano de las que te erizan la crisma, donde quiera que eso quede. Una belleza musical.

La afluencia de gente en la sala de exposición empezaba a las ocho y media de la mañana y a las diez y media de la noche había que sacarlas casi por las malas porque nadie quería irse. Y de las ventas debo decir que entre tres señoras que llegaron ahí, coleccionistas y conocedoras (esto hay que decirlo) se llevaron lo más grande. Luego goteado pero constante, se fue casi todo lo demás. Digo que si nos vuelven a invitar seremos con seguridad los primeros chicharrones de la olla, hasta sería capaz de pintar el neocostumbrista letrerito de griffin en el vidrio trasero del carro que diga: de Margarita con mi violín para Tovar… Así, sin sutilezas de redacción…

Bueno, voy a cortar el hilo aquí, porque si no, esta vaina no la lee nadie. En la próxima amplío detalles sobre los juguetes y sus autores…

1 comentario:

Anónimo dijo...

Bueno disfrutar el viaje de las palabras a visualizar la experiencia fue realmente bueno, casi que me duele la barriga con lo del baño y las aguantadas....la comida buena y la exposicion con su gente mejor....Gracias por el viaje.

Te quiero un monton