jueves, 9 de abril de 2009

Foreman vs. Clay

Tanto si piensas que puedes
Como si piensas que no puedes,
En ambos casos tienes razón.

Henry Ford.


Caray, a ver quién pega más duro…

Recuerdo cuando estaba en quinto grado de primaria, en el Fray Luis Amigó, colegio de frailes terciarios capuchinos al que hasta ahora pensé que no tenía yo por qué haber ido a parar, que se suscitó toda una polarización de la sociedad caraqueña por el gran enfrentamiento, gran pugilato en toda regla, entre George Foreman y Cassius Clay quien por esos días más o menos se hizo musulmán cambiándose el nombre a Mohammed Alí, emulando a Cat Stevens, pero no tan afinadamente.

El caso es que desde la eterna pugna Caracas-Magallanes, hasta la guanábana adeco-copeyana, perdieron una abrumadora importancia y una montaña de centímetros en los periódicos frente al fenómeno así promocionado: choque de trenes.

El tigrito en blanco y negro interrumpía su programación habitual para intercalar información de último segundo sobre los preparativos de la lucha. Henry Altuve convertía la feria de la alegría en informativo a velocidades de Pedro Montes y su feria del arte con los de tres mil a trescientos, y los de mil a cien. Todo porque iba a pelear Foreman vs. Clay.

Machado iba por Foreman. Blanch también, claro. Sostenían (y parafraseo textualmente) que él tenía más “punch”. Joder.

El padre Severiano iba por Clay. López y Pinto también iban por Clay. La razón era que Clay era más rápido y asimilaba mejor la pegada del contrincante llevándolo al cansancio a través de la desesperación. Buéh, no voy a comentar nada.

En cambio Ross iba también por Foreman… Eso me parecía raro. Yo me entiendo.

En el caso de las niñas Carmencita, Bolinaga, Teresita, y no me acuerdo quiénes más, iban por Clay porque según ellas era menos feo y menos negro que Foreman.

Recuerdo que Lorena y no me acuerdo cómo se llamaba su inseparable iban por Foreman porque ese grupito de Carmencita me cae malísimo.

Yo no sé bien por quién iba porque la verdad es que yo me acababa de bajar de mi nave sideral y no había escuchado hablar de esos dos fenómenos, pero ni en pelea de perros. Claro que ante la insistencia de López y de Pinto para que tomara partido me decidí por Cassius Clay pero mi razonamiento fue que ese nombre sonaba muy parecido a ketchup heinz, y la salsa de tomate nos gustó mucho siempre en casa. Por descontado que eso no se lo dije a esos dos furibundos clase media, porque no me iban a entender. Me bastaba con entender que si a mí me gusta la salsa de tomate, y a ellos Mohammed Alí, todo iría bien encaminado hacia una mayor profundización de nuestras amistades, allá, en aquel triste edificio sin patio para jugar.

Recuerdo que teníamos en el apartamento uno del edificio Beatriz de la calle Suapure un televisorcito Phillips hecho de bakelita (igualito a los agarraderos del sartén pesado con el que mi mamá alguna vez me dio mi tatequieto, por inquieto precisamente) en el que vimos finalmente la pelea.

Mi abuelo Elías acentuaba cada martillazo que se metían aquellos dos mastodontes con su característico ¡caráj! Así que yo sabía sin lugar a dudas lo que estaba pasando porque rápido aprendí a interpretar por la entonación del carajazo: sí, cuando pegaba Foreman, el ¡caráj! Tenía un no sé qué de reproche parecido al que decía cuando iba a pagar algo que había subido de precio. Si pegaba Clay, el ¡caráj! Era más agudo y lo acompañaba con un amago de incorporación. Pensé en que podía parecer un buen ejercicio para los abdominales, pero no.

Finalmente se comprobó la tesis del padre Severiano y su combo: Clay ganó, pero la cara le quedó como el buche de un pescado pisado puesto al sol en la arena. Pobre hombre. Y por ahí dicen que el daño cerebral que tiene no está relacionado con su capacidad de asimilación de trancazos. Y hasta razón tendrán. No sé.

Recuerdo que en la misma época se estrelló un avión en la planta baja de un edificio en la avenida Río de Janeiro. Un avión que estaba haciendo acrobacias sobre la base aérea de La Carlota porque era la conmemoración de la batalla quién sabe cuál. Inició el rizo a muy baja altura y se clavó en el edificio. Después pusieron en ese mismo sitio una tienda especializada en artículos para arquitectos. Hasta mis conclusiones saqué, pero no vienen al caso.

En casa estábamos viendo la vaina por televisión porque estaba en cadena y el clima no estaba muy sabroso como para salir a inventar travesuras, y se vio gran parte del asunto.

Claro que salimos corriendo, mi hermano y yo, desde colinas de bello monte para ver la cosa aunque no llegamos porque comenzó una llovizna muy desagradable. Resolvimos entonces hacerle caso a mi mamá y no fuimos a buscar problemas.

El cuento viene porque ese notición duró en la televisión, radio, y/o periódicos, un instante en comparación con lo que ocupó la pelea de diplodocus vs. megaterio. Ya empezaba a comprender muy erradamente que al cuerpo hay que darle castigo para, con algo de tiempo y mucho de suerte, valer algo en la vida.

Y claro, a uno, la gente que uno respeta le dice que es imprescindible aprender a pensar. Pero por otra parte ves una piara de báquiros en el mundo que solo son capaces de pensar en un sin sentido tan descomunal como una pelea miura vs. gorilón, de la que ni siquiera están sacando provecho económico…, y pienso que tengo razón. Pues no.

Es que uno se baja de la nave interestelar con pensamiento y cuerpo pésimamente mal conectado, a ojos del adulto que luego tratará de ser. Comienza una peregrinación entre espejismos y cantos de sirenas con jornadas de manos tendenciosas, temerosas, controladoras, culpógenas, religiosas, materialistas, contradictorias, y resulta inevitable que se caiga uno dentro de la marisma de la razón irracional. De la mentira. Del engaño. De lo que no funciona.

Es simple.

El cuerpo es el de un mono con pocos pelos pero mono al fin, al que se le suma el grandioso inconveniente del raciocinio. Tienes que alimentarlo, limpiarlo, desparasitarlo, dejarlo dormir, darle placer (solitario o con compañía), curarlo, repararlo, ejercitarlo…, en suma: hacerle mantenimiento preventivo y correctivo como el que se le daría a cualquier animalito al que uno aprecie. Solo que al animalito lo trataremos con cariño porque damos por descontado que es un animalito sin más.

A uno mismo, esos cuidados nos preocupan, nos llenan de culpas, nos molestan porque son bajos. Son necesidades del cuerpo y el cuerpo es bajo, es la tierra, es el sudor hediondo, es el recordatorio de lo efímero y básico que somos…

Entonces nos volvemos hacia el pensamiento, hacia la expresión y testigo del alma y viene el genio de Descartes a decir que pensamos, luego existimos…, y es inherente al pensamiento la idea de la existencia de un ser perfecto, que por ser perfecto tiene que existir porque un ser perfecto solo puede ser perfecto si existe… ¡Caráj! ¿cómo voy a leer un documento generado en Word 5.5 en mi 386 que aun tiene wordstar? La pregunta es ¿cómo va a concebir un ser perfecto, un ser imperfecto? Bueno, pero no es sobre lo que yo pienso de Descartes, sino que de qué supremacía del pensamiento sobre el cuerpo vamos a hablar sabiendo que sin el cuerpo, el pensamiento se las vería de cuadritos para llegar a expresarse.

¿Mente sana en cuerpo sano? ¿no será cuerpo sano resultante de una mente sana?

Mi muy personal opinión es que el pensamiento es un traidor mucho más material que potencial.

¿Por qué no quiero hacer otra cosa que no sea trabajar? Fácil, porque si no toma el mando mi pensamiento, que es extraviado y flojo. Me hace asumir una torpeza matemática solo para no tener que ocuparse. Me hace renegar por tener que pensar en pagar la luz, o hacer el mercado. Me hace sentir mal porque mi primate corporeidad huele a embutidos rancios apenas dejo de lavarlo y lavarlo como un poseso. Me hace desligarme del cuerpo enarbolando la bandera de la superioridad y la supremacía del pensamiento. Todo esto no me hace ser mejor. Tristemente solo me amarga la existencia porque no hay manera de que mi vecino piense.

El pensamiento me pone zancadillas, me entrampa, me manipula, me desestima, me desprecia y deprecia por lo menos en un incierto cincuenta por cierto. La parte que le toca al simio, claro.

Pero vengo yo, y en una noche de desvelo del cuerpo por culpa del traidor e irresponsable del pensamiento que no se le ocurre pensar que si mi cuerpo está sano él estará mejor (ambos estaremos mejor), y le doy golpe de estado. Golpe de facto. Agarro por el pescuezo al condenado traidor pensamiento irracional e infantil con una mano que sabe trabajar madera, piedra, metal, vidrio, fuego, agua, que lo mismo blande una mandarria que digita en un teclado, que sabe acariciar y romper huesos, que sabe lo que el pensamiento no ha tomado en cuenta y le explico muy corporalmente que o me deja dormir tranquilo o le demuestro que es un bolsa.

El pensamiento me dice mono cavernícola y yo le respondo que si no me cuida será él quien se vuelva más y más torvo y en ese instante lo comprende: si frente a ti tienes un muro de tres metros de alto tu cuerpo ni pensará en saltarlo. Antes buscará y encontrará una solución segura. El pensamiento le sale con la traición de susurrarle arteramente que piensa en una limitación y ciertamente la tendrás… Pensamiento traidor ¿cómo vas a meterle esa culpa al cuerpo solamente por ser prudente? ¿qué necesidad hay de que el cuerpo se rompa una pata para darle el gusto al pensamiento? ¿qué necesidad hay de erigir una catedral absurdamente inmensa a una idea tan incierta? No sé, esa plata se hubiera podido usar para educar a la gente y así no ser una raza tan miserable… Bueno, no sé… Pero guindarle un collar de culpas en el cuello al cuerpo y tratarlo con displicente desprecio por ser el vehículo y recipiente del pensamiento me parece la más abyecta traición que concebirse pueda.

Dígame entrampar el cuerpo en la peligrosa búsqueda quirúrgica de la volumetría improbable, solo porque el pensamiento está comandando incompleto, solo, soberbio, irracional. El pensamiento es una vaina.

Está bien, mal y bien son parte de la misma cosa. Alto y bajo. Bonito y feo. Engaño y certeza. Todo es según el punto de vista. Está bien, estoy de acuerdo yo también. Pero. Pero, todo depende del efecto sobre mi sueño y descanso, de mi digestión y nutrición, del estado de mi cuerpo, de mi recipiente, de mi vehículo, del que lleva el pensamiento al hecho, del que hace que el pensamiento no sea solamente el resultado de la interacción de unos aminoácidos y unas descarguitas eléctricas que producen la ilusión de que algo se está produciendo.

Así hay que tratar a los traidores. El pensamiento nos traiciona hasta el día en que lo descubres y le metes la gran paliza pa’que coja mínimo.

Mi trabajo es rudo. Me gusta. Me permite llevar al plano material lo que planteo en el plano de las ideas. Esto es un privilegio. No le permito más a mi pensamiento que me haga sentir miserable porque estoy sucio y sudado. Porque levanto piedras que pesan más que yo. Porque manejo una mandarria que pelea más que un toro bravo. Porque la maquina de soldar quema. Porque el esmeril me acaba la ropa a chispazos. Porque la sierra me cubre de aserrín. Porque por qué no le hice caso a mi mamá y me metía a torero. No. No me la calo más. Yo soy un recipiente útil. Soy un vehículo confiable. Soy un consentido del cosmos.

Yo me libré de dios y de buda, de la religión y de la racionalidad, me libré de mi pensamiento que quiere ser más que mi cuerpo. Esto porque cuando yo me muera mi pensamiento se va conmigo al mismo hueco y allí pasaré la eternidad riéndome de él.

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