martes, 17 de noviembre de 2009

Ciudad Gótica


“Santo hombre araña, Batman”...
Robin.

Casi me acostumbro a ser robado. Es decir que ya la cosa es normal, corriente y cotidiana.

Supongo que no es que la isla Margarita sea especial antro de cacos y malvivientes, solo es coincidencia que desde que llegué aquí en abril de 2001 me hayan robado más veces que en todo el resto de mi vida.

Cierto, en Caracas me asaltaron a mano armada unas tres o cuatro veces con saldo más bien gracioso si me pongo a ver, como la vez que me atracaron dos tipos con dos pistolas cada uno (el que me increpó tenía una Glock 9mm y una PPK 380) y que se llevaron una navaja suiza que estaba como un cristo y ciento veinticinco bolívares que en aquel entonces daba como para medio tanque de gasolina o algo así.

Una vez me atracaron recién mudado al Paraíso. Regresábamos del cine de la casa sindical mi hermano y yo como a las siete y media de la noche, y justo frente al colegio de abogados nos entromparon dos novatos a los que convencimos de que robarse nuestros carnets de estudiantes podía ser buen negocio para ellos porque tenían medio pasaje de autobús y descuento en el cine.

El par de gamberretes se fue corriendo porque salió el vigilante del colegio de abogados y dándole voces y gritos, huyeron los malditos. Mi hermano y yo, pasado el susto, apretamos a correr desde ahí hasta nuestra casa sin parar. Pasó tiempo antes de que volviéramos a andar por ahí de noche.

Era la avenida Páez del Paraíso, un lunes en la noche del primer semestre del año setenta y siete.

En Barquisimeto nos rompieron el vidrio del volkswagen para robarse las patinetas que estaban detrás del asiento trasero más o menos por la misma época.

En Maracaibo tuve un impasse cómico con un wayuu…

… Pero ese cuento sí tengo que echarlo completo… Resulta que cuando me mudé para Maracaibo, en el liceo me querían caer a coñazos para que dejara de hablar caraqueño y hablara maracucho como todo el mundo. Yo me asusté un poco porque estaba acostumbrado al malandraje caraqueño que para la época era de lo más rudo en comparación, como bien pude comprobar después.

La cosa fue que en Barquisimeto me compré una navaja automática en la Casa del Cazador que quedaba por la avenida 20 y me la llevé para Maracaibo. Le puse una cabuyita que dejaba colgando por delante de la correa del pantalón sobresaliendo por debajo de la guayabera celeste del uniforme y practicaba constantemente el sacarla y abrirla de la manera más teatral, al mejor modo de los Jets y los Sharks. Solo cuando estuve muy contento con toda la puesta en escena del asunto fue que me pude ir tranquilo para el liceo.

La cosa fue que un buen día bajando por el pasillo lateral del liceo justo cuando pasaba por el frente de la entrada del baño vi venir el quinteto que me quería coñacear y decidí meterme al baño para zanjar la situación de una vez.

Entré en uno de los cubículos de las pocetas fingiendo que meaba, pero en vez de sacarme aquel, lo que tenía en la mano era la navaja cerrada.

Ellos entraron haciendo ruido y gritando amenazas. Yo los esperé hasta que el más grandote de ellos me vino a tocar el hombro... Ahí me di la vuelta como un rayo, abrí la navaja y le salté encima gritando como un apache…, tal y cómo había ensayado mil veces.

La cosa resultó: Los cinco chamos salieron como alma que lleva el diablo y regaron la voz de que yo era un matón llegado de quién sabe cuál mal barrio caraqueño y enconchado en ese fin de mundo sabrá dios por tales y cuales crímenes...

Terminamos siendo los mejores amigos del mundo. Inclusive tengo contacto esporádico todavía con uno de ellos. Sí, las cosas se aclararon, pero mientras tanto yo seguía llevando la navaja al liceo por si las moscas picaban… Era cómico, porque en los días sucesivos, cuando nos encontrábamos, ellos me miraban la correa a ver si se me veía la cabuyita de la navaja.

El asunto gracioso con el wayuu fue que regresando de casa de mi noviecita tipo diez de la noche, pasando por un recodo oscuro que quedaba junto a la sub estación eléctrica me salió un guajirito que me dijo “compedre, me dais todes eses cobres o te jodes”… Yo, sin pensarlo saqué la navaja y la abrí a lo Brodway… El guajirito soltó un “vergue compedre” y pegó tal carretón que a mí no me quedó otra que pensar en el señor Spock y en el puente del Entrerprise, y soltar la risa, claro. Eso sí, después de que paré mi propia carrera en mi casa.

Bueno, para seguir con este recuento referiré también la vez que me atracaron bajo el puente de Parque Central, pero el choro no sabía manejar y no se llevó la camioneta.

Ah, una vez también me atracaron en el Ávila y el ladrón casi me da dinero de la lástima que le di. Yo andaba deprimido más bien con algo de ganas de echarme por un barranco de esos y como que al choro le dio vaina conmigo.

Pero desde que llegué a esta isla me han robado muchas veces ya.

Claro, que al que no tiene nada le quitan muy poco. Pero por cosas de la relatividad, digamos que la vaina jode sobre todo porque ya está bueno de que me agarren de sopita a cada nada.

Recién llegada Anne-Marie, la isla la recibió con tres aperturas consecutivas de la Terios. El saldo de la pérdida fue: un reproductor de cd, un estuche con música celta, una pistola de agua, y tres cerraduras que valen una boloña.

La otra vez se metieron en la casa mientras dormíamos. Esto fue cuando vivíamos en el rinachimento aquel que se llamaba el encanto, que era más bien un desencanto.

Esa vez se llevaron mi navaja suiza (otra vez) mi piedra de Arkansas, el teléfono y el tostiarepas, las barbis de mi chama, se comieron la carne, se tomaron el vino y se robaron el whisky.

Viviendo en la Asunción, en casa de la corsaria, se metieron un domingo en la tarde y se robaron la cámara sin las pilas y mis cuchillos de cocina.

También me abrieron el carro, y cómo no había nada qué robar lo rompieron todo. Claro que esto no es la gran cosa cuando el carro ya está roto. El que conoce ese carro no se explica cómo es que aun rueda. Y yo digo que no solo rueda sino que carga y corre…, pero hay que tener las bolas cuadradas para pensar que tiene algo qué robarle…

El domingo siguiente el ladrón lo intentó de nuevo con la mala suerte para él de que yo estaba en casa y lo hice correr cerro arriba con una buena ristra de insultos en su autoestima… Hay que ver qué clase se ladroncito chimbo vale...

Mudados al guayabal se nos volvió a meter un ladrón por la ventana mientras dormíamos. Aquí cabe destacar que la ventana está a tres metros del suelo y que la pared no tiene ni entrantes ni salientes ni relieves de ningún tipo. Qué arrecho, spiderman vive en la Asunción.

No hombre, nada de eso, los carajitos (porque son una banda de menorcitos) andan la urbanización en bicicleta y dos de ellos cargan escaleras. Sí, la cargan en el hombro mientras pedalean.

Esta vez me robaron el bolso (un eastpack bien bueno que tenía) de los dos celulares se llevaron el que tenía radio y el otro no. Se llevaron una camarita con la que llevaba el registro de la obra, mis tres navajas (una de ellas era suiza) incluyendo la de velerismo que sí que me costó no arrecharme, y dos yesqueros desechables.

Cómo siempre digo y esta vez repetí, lo bueno es que recuperé el sueño. Es decir, que ya no sufro de insomnio.

Alegría de tísico. El siguiente fin de semana abrieron mi carro y le robaron la batería. Sí tenía algo qué robarle después de todo…

Hoy llegué al terreno y me encontré que se habían robado el fogón de cabillas que teníamos para hacer los sancochos... Se pasaron…

Espero que Batman se entere de que Ciudad Gótica está aquí y se venga a echarle bolas para ver si nos libra del hombre araña, que más bien es el hombre rasguña…

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