martes, 30 de marzo de 2010

De cómo es que un pecio agarra y vuelve a flotar.




Lo que es de entender se entiende y lo que es de sentir se siente.
Samuel Torres Ocanto..



Ya he dicho mil veces que yo llegué a esta isla no en calidad de navegao sino de naufragao.

Es que los margariteños le dicen navegao a todo el que vive aquí pero no nació aquí. No importa si tu abuelito sí nació aquí hace ciento nueve años, ni que tu prima sea Ciudadana Ilustre (como reza en un certificado que le dieron y que yo le monté en vidrio) de la Ciudad de La Asunción. Ciudad, además, con Cédula Real otorgada por los mismísimos Reyes Católicos en la época de María Castañas..., si no eres de aquí eres navegao.

Lo dicho: vine en frágil balsa rudimentariamente ensamblada con los restos del naufragio que aun flotaban después de un buen trozo de vida equivocada. Por eso lo de naufragao.

Llegué aquí y no pude hincar mi bandera porque el suelo me resultaba seco y pedregoso, pero como venía con eso que parecía esperanza, la que surge de “lo mismo me da aquí que allá y ya estoy demasiado cansado como para inventar más pendejadas”, me di a la tarea de romper el suelo, humedecerlo, sombrearlo un poco, volver a clavar la bandera y protegerla del ventarrón a ver si echaba raíces.

No está de más decir que una bandera amarrada de un madero seco no retoña, porque como lo dice la canción, esa flor ya no retoña tiene muerto el corazón.

Tratar de volver a edificar sobre cimientos defectuosos, con materiales inapropiados y con el concepto arquitectónico equivocado da pésimos resultados, haciendo de todo lo que se intente un bodrio con el corazón podrido que tenderá hacia la más profunda amargura, el más abyecto disparate, la más triste de las decepciones, y eso mermará y hará irse a pique a cualquier tipo de autoestima.

Como tratar de sacarle peras al olmo, por ejemplo, o menos castizo, ordeñar una vaca muerta.

Pasa uno por la muerte misma. No la del cuerpo, porque como dijera repetidamente aquel profesor y amigo optimista de la cara real de la vida, las cosas tienen cierta tendencia a no caerse. Me refiero a la muerte de las creencias, las convicciones, los conceptos, en fin, todo basamento del edificio monumento a la equivocación: un adefesio.

Después de maldecir la tierra dónde cayó la semilla de la cual brotó la matica que se convertiría en árbol del cual sacaron la madera para hacer la pila dónde me bautizaron (¡y olé!) pasé a recordar que doquiera me encontrara, la buena fortuna y el hado benigno me resultaban mezquinos dándome más llaga que cura…, y que yo siempre reaccionaba metiendo la primera con mocha y todo para seguir adelante más despacio y esforzadamente.

No hay que olvidar aquellas inspiradas palabras salidas del corazón mismo de nuestro latinoamericano cardiólogo versión morena del Dr. Cristian Barnard, pero residenciado en alguna otra latitud americana, queridísimo Dr. Lair Ribeiro, aquellas palabras inolvidables ¿cómo eran? Ah, sí: pretender distintos resultados aplicando el mismo procedimiento es síntoma de locura…, son vainas de loco, diría yo más a la venezolana… En fin…

Deduje sombríamente que el que tenía la nube negra encima era yo, que la traía amarradita como un globito de feria, que siempre la empacaba al lado de mi cepillo de dientes y mis calzoncillos de recambio.

Esto y mil cosas de tal tenor, será porque no soy barítono. De ahí que no tengo cómo echarle la culpa a nadie.

Pero lo más importante, y es aquí dónde residen mis enormes ganas de vivir, no me eché a los zamuros ni me di a la bebida: me dispuse a buscar ayuda, o para decirlo sin tantas vueltas cambié el procedimiento. De ahí que terminé por obtener otro resultado… Muy sagaz yo ¿eh?

Pero esto no es fácil. Es decir, buscar ayuda es facilísimo, lo que resulta difícil es encontrarla y me refiero a la idónea, claro… Siempre me acuerdo de aquel homeópata que frente a un grave problema de gomas en las articulaciones regañó a la paciente porque ésta comía mucho queso… No, si yo tampoco entendí…

Es difícil encontrar ayuda porque la ayuda empieza en la cabeza, y si yo tengo hemorroides no me deben salir con que tienen que revisarme las cordales primero porque ahí mismo los mando a freír monos. Y no es que descarte que las cordales y las hemorroides puedan estar estrechamente relacionadas. No. Pero esto es algo que tendrán de explicarme concienzudamente para que yo lo entienda y decida dejarme ayudar de una vez por todas.

Previendo estas cosas comencé por Lou Marinoff porque qué puedo decir, soy de la escuela del “do it yourself” será por culpa de la revista Mecánica Popular que compraba mi Papá en los setenta y que yo devoraba como cuentos antes de dormir. Así que conseguí el maravilloso libro Más Platón y Menos Prozac y lo convertí en mi I Ching for Dummies porque yo no desprecio el potencial aprendizaje nada más que porque venga enlatado y con una etiqueta de auto ayuda. Es lo bueno de no tener una formación académica y por lo mismo ser flexible (teóricamente por lo menos) porque los prejuicios los tengo para otras cosas y para otras maneras.

Para tranquilizarme la conciencia lo que suelo hacer con estos libros llamados de auto ayuda es pedirlos prestados. Jamás los compro. Es que sé que son un modo de hacerse millonarios los autores, y de refilón, por ahí, como que de pronto y ayudan a alguien…

Es tal vez lo bueno de ser como el autodidacta de Sartre o la conserje de Muriel Barbery, que no aprendí método alguno y me da lo mismo de dónde saco lo que aprendo, mientras, por lo menos, esté en orden alfabético.

Está bien, parece una salida infantil del tamaño de un elefante de los orcos de Mordor, pero no es así. Me di cuenta de que mi crisis tenía ciertas fundaciones a la vista situadas sobre unos abismos filosóficos que me llevaba el diablo. Esto por no tener el prejuicio más grande que el problema ¿ves?

¡Santas alegrías, Batman! Ese es un tema (el filosófico) que me apasiona junto con la buena cocina y las motocicletas grandes… Me di entonces a la tarea de repasar a los clásicos, y a los menos antiguos también y sí, por ahí me abrí una puerta de salida, por ahí conseguí disipar una buena cantidad de nube negra. La suficiente como para romper con mi anterior matrimonio que ya había caducado y lo único que hacía era extraer hasta mi superficie el peor monstruo que llevo dentro y entrenarlo en cómo empeorar en rápidas, eficientes, y sencillas lecciones.

También me permitió conocer y enamorar a mi nueva esposa, situación que me llevó entonces conocer a Gabriela Ocanto, Mi Terapeuta, así, con mayúsculas. Porque es que una cosa siempre lleva a la otra y lo único que hay que hacer es meterse en el tren adecuado y pasar de vagón a vagón hasta que se consiga lo que se busca.

Pero no fue tan fácil así. En la búsqueda envejecí de golpe. Se me enseñoreó el insomnio. Pasé meses durmiendo menos de tres horas diarias y me estaba volviendo más loco de lo que soy… Simplemente no podía dormir. Me tragaba libros y más libros y cuando se me acababan los libros me volvía a leer los mismos una y mil veces. Recién a la hora que Orión remontaba la cruceta del Kamourashka durante el solsticio de invierno me obligaba a cerrar los ojos un rato solo para que mi cerebro empezara a notar que el muelle sonaba demasiado duro y que el pobre mástil había sido muy malo en su vida anterior porque no había derecho ni veía otra razón para que una existencia tan recta llevara tan rudo castigo de sol y salitre durante el día y tantos azotes durante las noches porque hay que ver que las drizas pegan duro y constante toda la noche…

O venía y me dormía solo para soñar que estaba despierto con un insomnio del demonio que me hacía lagrimear mientras sentía mil insectos caminándome por encima, principalmente por encima de la cabeza…

Además está el olor. Hay que ver como se alborotan los olores durante la noche… Yo traté de contrarrestarlos preparando una mezcla de cloro, alcohol de quemar y desengrasante industrial que mezclé dentro de un pote con bomba y boquilla. Con esto limpiaba y limpiaba todo después de que se enfriaba la mezcla, porque al echar estas cosas juntas dentro del pote se calentaban tanto que parecía que se iba a derretir.

Se me desató la presbicia será por culpa de tantos libros y tan poca luz. Lo que pasaba era que sí, que tenía una lámpara de cien vatios, pero como en el condenado muelle se iba tanto la luz terminaba leyendo en cubierta (porque junto con la luz, se apagaba el ventiladorcito también) con una lamparita de kerosene de menos de un candle power…, y sí, muy romántico y todo pero pésimo para mis ojos. Aun así, si volviera a pasar por donde pasé haría lo mismo porque me prefiero medio cegatón que más loco por culpa de no poder leer y verme completo a merced de mis pensamientos.

Se me agudizaron los problemas digestivos (me caía mal cualquier tipo de comida, las ensaladas crudas eran mi perdición, lo único que podía comer sin mayores problemas era carne de res lo más cruda posible) y terminé celíaco. Aparentemente la enfermedad celíaca la puede detonar un período de alto estrés situado en los alrededores de los cuarenta años y esto es una completa mierda (perdóname Gabriela que yo sé que no te gustan esas palabrotas) porque la intolerancia al gluten te va peinando las vellosidades intestinales y eso imposibilita la digestión de otro montón de cosas provocando descalcificación, deshidratación, pérdida de electrolito… Bello pues… Afortunadamente lo atajamos a tiempo y bueno, ahora no puedo describir la bondad hablando de que alguien es un pan porque por culpa de la relatividad de las cosas lo estaría insultando.

Sí, me deshidrataba en cosa de media hora y tenía que andar a fuerza de sal de potasio y papelón, cuando no agua de coco porque el Oralite desapareció del mercado siendo sustituido por un producto ya preparado y embotellado más caro que mantener un hijo bobo estudiando en Harvard.

Los síntomas de la enfermedad celíaca son tan variados como esdrújulos que casi parece una enfermedad intelectual: insomnio y/o desvelos ridículamente angustiosos, cambios de estados de ánimo dramáticamente agudos, hiperactividad en las asociaciones de ideas, sistema digestivo inflado de gases, imposibilidad de comer ensaladas crudas, granos, fibras, y pescado. También la sensación tan molesta de las deposiciones incompletas, y la asombrosa velocidad con la que se descompensa uno por pérdida de electrolito. Sueño a deshoras, una debilidad casi que mental, es decir que no se tiene la voluntad necesaria para hacer ningún tipo de esfuerzo físico, y la necesidad del concurso de por lo menos cuatro botellas de vino para poder agarrar una borrachera digna de tal nombre.

Claro, yo en aquel momento le achaqué toda la sintomatología al conocido desorden post divorcio y pensé que con el tiempo este vainero se me pasaría solo. Que en lo que organizara mi vida se me pasaría la apatía y la angustia, y la manía de sentirme culpable por todo, y la baja autoestima, y el condenado insomnio.

Pero pasaba el tiempo y no se me quitaba.

También tenía el cuello tieso perennemente, tanto que no paraba de pensar en el finado maestro Billo y su artritis cervical.

La ciática ya parecía africana o mahorí, hotentote por lo menos.

El lumbago era la orden del día, de cada minuto de cada día.

La sinusitis, con la que había hecho un pacto de no agresión rompió el protocolo y se cagó en la diplomacia atacándome despiadadamente razón por la cual mi humor amenazaba con obligar mi mudanza a la isla dibujada por Jorge Blanco…

Y lo más fastidioso de todo era esa melancolía constante que pasaba a franca tristeza con llanto desgarrado casi sin mediar nada. Por eso me compré mis anteojos negros (que son marrones) que tienen grímpolas (he aquí una palabreja controversial porque en unos diccionarios dice que grímpolas son banderines y que lo que usan los caballos son gríngolas… en fin) Para no ver los intensos contrastes socioeconómicos y no tener que preocuparme por tener que ponerme a llorar cada vez que un niño desarrapado me viene a pedir las monedas que además no tengo con la suficiencia necesaria. Así que terminaba llorando por ellos y por mí… Es, además de vergonzoso sumamente agotador, y tremendamente contraindicado para los procesos de terapia, entre otras cosas desculpabilizante, y me perdonan el neologismo.

La melancolía, el insomnio, y la angustia me hacía vivir con la sensación de que tenía una pelota de golf atascada en la garganta y que por fuerza tendría que terminar dándome un cáncer o algo peor.

En ese entonces trabajábamos en un local sobre el cual trabajaba Ivette La Cruz, una terapeuta de lo mejor, y acupunturista, quien tras cuadrar la cosa con Anne-Marie se tomó a reto personal quitarme por lo menos el dolor del cuello.

Tras revisármelo y tanteármelo descubrió que no era artritis ni edad, y a punta de agujas, corrientazos, imanes, moxa, y masajes, terminó por quitarme el dolor del cuello. No fue que me lo quitó y después regresó. No. Me lo desarraigó. Lo eliminó. Lo defenestró… Bueno, que no me volvió a dar nunca más.

Yo, sumamente contento por los resultados obtenidos le pedí que continuara con el resto de la sintomatología dado que ella ya me había dicho que con todo eso también podíamos.

Pasó que Ivette debió mudarse del sitio en el que trabajaba y desde allí el contacto se complicó mucho haciéndose esporádico el tratamiento y de ese modo los avances eran menores. Aunque debo decir que es tan buena terapeuta que su sola presencia ya me calmaba los achaques.

El caso es que Anne-Marie ya conocía a Gabriela Ocanto desde hacía tiempo, y como las citas con Ivette no resultaban expeditas cómo necesitábamos yo le dije que por favor me llevara con Gabriela, si ella me aceptaba como paciente. Es que el insomnio, la melancolía, la angustia, la mala digestión, y todo eso me estaba molestando demasiado y consideraba que ya estaba bueno así, que tenía que quitarme todo aquello de encima.

Aquí cabe una confesión ya que estamos en eso: resulta que Gabriela le había vaticinado a Anne-Marie hacía tiempo que conocería y se enamoraría de un hombre poderoso…, coño, a mí eso me dio muchísimo miedo porque jamás (ni siquiera antes de conocerla) he dudado de lo que dice y hace Gabriela, en cuyo caso la parte delgada de esta cabuya terminaría resultando yo y Anne-Marie podía encontrar a ese hombre poderoso, y en fin…, celíaco y abandonado…, bueno, qué puedo decir: me daba un poco de miedo ¡coño qué delicado! me daba terror conocer a Gabriela y que ella al verme le dijera a mi mujer: -compañera, usted se peló…

Lo bueno fue que me sobrepuse a mi miedo y me fui atrincherado tras mis lentes con banderines y enseñas de caballería helvética, a que me dijeran de una vez lo que tenían que decirme… No llegó a ser un miedo como el que se le tiene muy sanamente al urólogo, pero no por eso era menos miedo.

Y bueno: me llevó y ella me aceptó con mis dolores y mis pendejadas de viejito náufrago.

Allá, en su consultorio comenzamos Gabriela y yo, con la ayuda amorosa de Anne-Marie, a tratar las dolencias físicas que tenían remedio y a aceptar las que no lo tienen como es el caso de la presbicia. Pero un detalle interesante es que ésta se detuvo en más uno coma cinco desde que comenzamos el tratamiento.

Ella, Gabriela, me puso las agujas de mil y un modo distinto necesarios para cada uno de mis mil y un dolor. Me hizo unos masajes quiroprácticos, me puso moxa, me volvió a poner en su sitio músculos que se habían desacomodado con el paso del tiempo y las vicisitudes, y tengo que decir que mi físico dista tanto de ser aquel que tenía a los treinta años como del que venía teniendo como de noventa y ocho ya.

Pero eso no es lo más interesante del caso aunque no tengo cómo agradecerlo igual.

Lo realmente valioso del tratamiento es su carácter integral, es decir que tratarme los dolores no hace que estos desaparezcan. Solo hace que ellos se escondan y regresen con más arrechera en lo que me descuido. Por eso ella me ha venido tratando las causas de estos dolores y achaques varios, y lo mejor, enseñándome a aliviarme yo mismo cuando me ataca un vil bellaco de esos.

Para muestra, un botón:

Un sábado, vestido con ropas cómodas casi que en piyama fuimos allá e hicimos algo llamado renacimiento. Es un procedimiento interesantísimo, medio hipnótico y todo. Te relajas y concentras tu mente en el sonido de la voz de Gabriela quien te va dando unas instrucciones. Empiezas a decir todo lo que se te ocurre hasta que ella capta lo que podemos llamar la hebra de la madeja. De ahí te agarra y empieza como a deshilvanarte llevándote más y más atrás en tus recuerdos hasta que empiezan a surgir cosas de las que no te acordabas ni por el carrizo…

Todas estas cosas que van saliendo las va usando ella como herramientas para desmontar ese parapeto que me hice mal amarrando una mala experiencia con otra, y llegando a un punto haces un ejercicio simbólico que representa el ser parido de nuevo y agarras tu tinglado nuevo para empezar a vivir otra vez con conocimiento de causa.

Yo lo hice de pe a pa tutoreado por Gabriela y ayudado por Anne-Marie y la verdad es que sea cómo sea ha sido un comenzar el tránsito por una vía mejor iluminada, para ponerlo en términos míos.

La parte del tratamiento que no es física está basado más o menos en lo mismo, o por lo menos el sistema se parece. Es decir, que vamos hablando y de esa conversación van saliendo detalles que ella va hilando y te los plantea con un orden que ella define y una interpretación que ni en mil años se me hubieran ocurrido. Esto me estimula el deseo de profundizar, entender, reparar, y seguir profundizando para poder seguir entendiendo y reparando.

Supongo que como a mí me gusta entender, o por lo menos pretender que entiendo, o más bien creer que entiendo alguna cosa sobre la vida, más bien de mi vida para ser sincero, Gabriela ha diseñado mi tratamiento a base de explicarme las cosas de un modo que tal vez a otras personas no les explique igual. Quiero decir que a mí no me habla de ángeles ni de entes simbólicos mitológicos de especie alguna que darían al traste con mi capacidad de atención y mi disposición a portarme como gente seria. Estoy seguro de que en ese caso se me metería en la cabeza aquella frase, creo que de Tolkien, que decía algo así como “no more Bloody elphians, please…”, y de ahí no saldría más.

No sé. Lo que sí sé es que mi apatía-melancolía-tristeza-angustia desapareció. Esa desazón, esa desesperación constante que no me dejaba hacer las cosas porque para qué ¿ah? Desapareció también. Y desapareció antes de que resolviera meterme a poeta y beberme un vaso de agua contaminada con cólera. Desapareció con procesos interesantísimos como el de una especie de test que me hizo leyéndome una lista de posibles detonantes de mala nota (lo digo así porque es más fácil e irreverente) con la que pude identificar lo que hacía que yo me cayera en esa barrena de la que me costaba tanto salir y en la que terminaba culpándome por esconderme tras el parapeto medieval de mis lentes para no ver que no traigo suficientes monedas conmigo, y que los niñitos descalzos tienen que mantener a sus borrachos progenitores porque mientras ellos beben tal vez el papagayo los lleve a dar un paseo muy por arriba de esta suelo tan sucio…, y yo no tengo cómo ayudarlos.

En mi caso fue “el protector”… Sí, resulta que por alguna vaina mal construida en mi vida yo me abrogué el cargo de protector de los demás… Sí, bueno, de locos está lleno el mundo ¿no? Y yo, al sentir que fallo en mi papel de protector me siento una basura y cada vez más basura, y surgen de las sombras todos los funestos fantasmas de todas mis fallas pasadas, presentes, y futuras, haciéndome caer y no dejándome volver a poner de pie por un buen período.

Lógica hermano, lógica… A mí nadie me eligió como supermán o algo así. Y si alguien lo hizo a mí no me preguntó, y si me preguntó yo no le di permiso. Tengo clarísimo que siempre hago lo mejor que puedo, y si lo mejor que pude no fue suficiente, pues mi pana, esto es lo que hay… Esto me ha llevado, aunque no tan simple ni tan resumido, a dejar de tratar de ser Zeus y a vivir sin angustias.

Inclusive el temible insomnio cedió y mejoró al mismo tiempo mi estabilidad emocional. Mi carácter se sosegó y me atormento mucho menos con ideas horribles dejándome espacio para solucionar mejor mis problemas.

De las causas (de lo que construí tan extraño modo de ser) debo señalar que van desde el archiconocidísimo trauma de/con la madre, hasta la somatización de la culpa y las tristezas precisamente por lo mismo.

No, porque ya lo haya dicho Freud, Wollstonecraft, y hasta Mandrake El Mago, no deja la madre de ser la fuente de todo lo bueno y de todo lo malo también. Sobre todo si vemos a la madre como génesis.

Es interesante, pero al parecer no es solo la madre la que causa (la excusa de) todas las miserias humanas. O sí. Lo que es cierto es que la madre sola no puede echar por tierra todo el bienestar de la gente sin la ayuda de los padres, abuelos, y hasta los tíos, como es mi caso. Porque así como a mi Mamá le dio por fastidiarme la existencia en momentos puntuales, digamos, a alguno de mis tíos les tocó recordarme como una peste adolescente aun hasta las puertas de mi tercera edad, por lo menos corporal.

Y tanto me lo recordó todo el que pudo, incluyendo la esposa aquella tipo mi mamá que me busqué para reforzarme la mala nota, que llegué a creerme quien no soy y a edificar sobre terreno incierto. A desmontar esto nos dedicamos y vamos muy bien.

Determinamos que cada dolor era la expresión y queja (y hasta castigo) de mi cuerpo por alguna culpa o suma de culpas que no sé de dónde saqué ni cómo superar.

Y fíjense, yo que pensaba que todo el tema era por las vainas de mi Papá… “Equíferus dum summus”, jajaja.

La cosa es que de alguna parte me abrogué la responsabilidad de resarcir a mi Madre de todas aquellas cosas que le fallaron o no consiguió en la vida amargándome mucho porque al no ser asunto mío, pues obviamente no pude. Eso me llevó a casarme con una mujer que cojeaba del mismo pie que mi Mamá y bueno, qué puedo decir: de ahí salí hecho un Cristo en verdad. No estoy culpando a mi mamá, ni a mi ex esposa de que hicieran un cristo de mí. No, yo las usé a ellas para joderme como Chacumbele. Esto es lo raro (y común, al menos usual) de todo el asunto.

A veces tuvimos conversaciones (yo las llamo así porque por primera vez en mi vida me ha interesado más el proceso que la acumulación de detalles técnicos que solo le interesan realmente al terapeuta. Lo mío es hacer lo que se me pide y esto es hablar, en el caso de las conversaciones) de las que salí sereno como un Buda. Otras salí desconsolado y sin un gramo de energía, tembleque y directo a mi cama a dormir diez horas seguidas. Otras veces fue como ver una luz sobre un problema y de ahí ir hilando fino hasta encontrar una solución inesperada pero contundente. A veces eufórico, a veces asustado de muerte.

… Y bueno, resulta que pude entender que mi lío con la madre no tienen nada que ver con mi Mamá…

Tenemos sesiones de terapia neuromuscular (ese nombre sí me lo aprendí muy bien porque hasta me ofreció llevarme a sus clases de Terapia Neuromuscular para ser objeto de estudio por el peculiar desacomodo y perfecto descuadre que han venido encontrando mis músculos frente a las vicisitudes de la vida, pero eso de posar en pelotas para que una clase entera se esté enterando de las cosas de mis músculos la verdad no me entusiasma demasiado. Puede ser pudor neuromuscular tal vez) en las que va colocando cada parte donde debería estar usando manos, dedos, codos, correas, y hasta un palito de perinola que viene en su ayuda cuando el músculo es de los que están en una capa más profunda.

Usa también, para este fin, sus textos e ilustraciones para enseñarme a negociar con los músculos que caen fuera de su alcance como fue el caso específico de la causa de mi dolor lumbar.

Existe un músculo abdominal que va por allá desde la columna vertebral debajo de las costillas hasta alguna parte del hueso pélvico que está completamente fuera del alcance de cualquier tratamiento externo, sea masaje, acupuntura, moxa, corrientazos, o lo que sea, y mi dolor lumbar se originaba de una maña que cogí de estar con los abdominales y los glúteos contraídos fuertemente cuando trabajo de pie todo el día, para aliviarme el dolor de las pantorrillas. Por alguna razón los demás músculos son capaces de relajarse solos cuando cesa el trabajo, pero a ese (extrañamente el del lado izquierdo siempre) se le queda metida la señal de contracción prensándome las vértebras lumbares y ocasionándome un dolor de los mil demonios…

En este caso lo que Gabriela hizo fue señalarme el músculo, su posición en mi cuerpo (usando unas láminas chinas impresas a todo color) lo que estaba prensando, y el modo de hacerlo distenderse. Sí, me enseñó a negociar con ese abdominal para que se relajara y cesara el dolor. No he vuelto a tener ese dolor más nunca. Cuando me duele la cintura es por causa de echar pala o pico (o ambos) y eso lo combato con una faja y descanso. Es otro tipo de dolor. Además ni siquiera me lo causa lo pesado que es echar pico y pala sino el hecho de tener que echarla. Es que en algún momento pensé que esto no me gustaba y enseguida mi cuerpo reaccionó asustándome con ese dolor al que tanto miedo le tengo. Pero ya identifiqué eso y negociamos que con la faja y un descansito podíamos llegar a algún arreglito ahí…

Este año he sumado a mis achaques una lesión muy molesta en el hombro izquierdo, tan seria que Gabriela temió que necesitaría cirugía. Yo me negué de plano. Y no, no es que le tema a la cirugía así, en general. Lo que pasa es que en este caso iba a tener que parar mi trabajo por lo de la operación, luego iba a tener que hacer la rehabilitación, y de todas maneras iba a quedar con una limitación. Y también que la cirugía es un procedimiento de lo más deshumanizados que yo conozco y a mí (como a Martín Romaña) no me cura nadie que no sea sabio y humano…, tan sabia y humana, tan profundamente sabia y humana como lo es Gabriela… Yo me puse completamente en manos de ella quien me trató y trató y trató hasta que la lesión cedió dejándome con una pequeña limitación y sin tener que parar mi trabajo.

Me enseñó a mover el brazo sin dañarlo, enseñó a Anne-Marie a punturármelo y a aplicarme la moxa, y ahora sigo trabajando igualito. Me subo y me bajo del andamio, doy pisón como el que más, echo pico y pala, cargo tablones, empujo mi carro cuando se me queda sin gasolina (esto pasa más veces de lo que resulta razonable) y en la noche puedo dormir sin el fastidio del dolor que se agudizaba al enfriárseme los músculos.

Estaban involucrados en el daño músculos de la región escapular izquierda (otra vez la izquierda jodiendo) tanto de arriba como de debajo de la escápula, el redondo, el supraespinal, la escápula misma que se desplazó, el ligamento superior que mantienen el brazo pegado al cuerpo, y los músculos del brazo principalmente el deltoides (que es realmente quien causó todo el estropicio) y el bíceps que no se ha quedado atrás fastidia que te fastidia…, buéh… Pero ya lo muevo con casi entera normalidad, en todo caso toda la normalidad que necesito.

Para esto no hizo falta ningún bisturí inhumano, ni química igualitaria contra la que tampoco tengo nada, ni siquiera una aspirina…, solo usó amor expresado a través de masajes profundamente sabios, un conocimiento muy amplio del funcionamiento del cuerpo humano, mucha acupuntura, reflexología, digitopuntura, ejercicios, el importantísimo principio druídico de la persuasión, y toneladas de buen humor.

Porque no hay que dejar de lado este hecho, el del buen humor. Que junto con la disposición de mejorar, unas inmensas ganas de vivir, y la terapeuta adecuada que aplique el tratamiento idóneo, fue que llegué a la curación del cuerpo y del alma.

El tratamiento ha venido pasando por una serie de etapas muy diferentes entre sí: hablo, lloro, confieso, vuelvo a llorar, renazco, he sido perdonado, me perdono, lloro otra vez… Y dejo de pensar en que soy ese bicho malo que algunas personas ven (o recuerdan en mí) (o pensaba yo que era así en todo caso) me reconozco en mi justo valor, buscando ese centro, ese equilibrio energético…, esa valoración y aceptación de mí mismo que ha venido haciendo que deje de luchar contra mi cuerpo ocasionando que le duela hasta lo que desconoce que posee. Y aunque aun se me atraganta la vida en un ataque de rebeldía socioeconómica cada vez que veo un niñito todo sucito pidiéndome las monedas que sigo sin tener con suficiencia, no me siento culpable ni responsable. Eso me hace pensar en que tal vez alguna vez pueda encontrar un modo de hacer algo positivo al respecto porque la angustia le va cediendo espacio a una cierta claridad que terminaría por ser, seguramente, más eficiente para conseguir soluciones.

Voy aprendiendo a hacer algo al respecto, es decir, que no basta saber, tengo que hacer, tengo que avanzar. Y este avance en gran parte lo he podido llevar a cabo con éxito porque Gabriela me ha acompañado y guiado sabiamente.

Tengo que decir, resaltar, subrayar, enfatizar, en suma, tengo que dejar claro, que he transitado mi infierno personal y aun ahora atravieso tiempos duros (como, según J. L. Borges, todo el mundo ha atravesado alguna vez) que sé tranquilamente que se van a prolongar un poco más todavía porque el pensum de la vida tiene sus actividades prelatorias y qué vamos a hacerle, pero gracias a la sabia y constructiva guía de Gabriela, todo lo que tengo son certezas.

Tengo tranquilidad.

Sé que todo va a salir bien.

Y tengo que darle las gracias.

Gracias.

Querida.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola, queria saber si Grabriela ocanto de la que hablas, practica o practicaba la quiromancia, tengo anos buscandola!! gracias

Tadeo dijo...

Supongo que hablamos de la misma persona, pero no puedo estar seguro...