martes, 25 de mayo de 2010

Notas entre margen.




“El mundo entero es una chimenea.
¿con qué estado de ánimo puede uno
Evitar quemarse?”

Gao Feng

No soy una lombriz, y esto es un hecho.

Y sí, indudablemente existe un sinfín de posibilidades que no son, en mi caso, así como en el caso, supongo, de todo el mundo.

Es decir, que me doy perfecta cuenta, y no es que sea muy perspicaz, de tantas cosas que no son y que sin embargo no presentan ninguna utilidad de trascendencia. Aunque debo admitir que es muy útil que siendo un hombre, no me confunda a mí mismo, digamos, con una lombriz.

No es que no comparta un cierto contenido de ADN con cualquier bicho vivo o algo así.

No puedo negar que en eso tengo mucho, tanto de chimpancé, como de hormiga y tal vez más de eso que de lo otro, aunque sólo tengo cuatro extremidades y carezco de antenas.

Pero me doy cuenta de que he vivido gran parte de mi vida respondiendo a impulsos muy someramente analizados. Diciendo esto sólo para tranquilizarme.

Sí, he vivido una vida dedicada a recabar información de todo tipo sin saber muy bien por qué, o para qué.

Ahora me doy cuenta, perfecta cuenta, de que todo ese bagaje me está sirviendo de manual para hacer cosas. Corotos, peroles, artilugios, artefactos, mecanismos, ingenios… Todos muy útiles y en cierto modo extravagantes por la manera en el que se han venido recombinando para dar resultados sorprendentemente simples, pero que necesitaban pensar en ello.

Parezco un libro escrito con la secreta intención de que alguna vez lo descubra la Warner y me compre los derechos para hacer una película.

Me refiero a que tengo de todo: Tengo acción, tengo emoción, tengo aventura, tengo heroísmo, algo de sexo también, cómo no, y un poco de intelectualidad forjada por la Guerra Fría y la Teoría de la Conspiración… Me muevo siempre por el borde, entre Harrison Ford y Peter Fonda para terminarme pareciendo más bien a Woody Allen en su papel de Leonard Zelig.

En el inventario de mi vida práctica tengo un stock enorme de intentos y muy pocos logros. Pero en mi vida interna, mi mundo introspectivo como le llamo para darle un nombre cómico pero intelectualmente serio, cuento con más logros que intentos.

Infinitamente más logros que intentos.

Esto es porque son muchas las batallas internas que he ganado gracias a otras personas, tal vez por suerte, por carambola, o por intervención inconsulta del hado benigno. Por eso digo que son más logros que intentos.

Lo que me hace estar un poco inconforme con esta situación, siendo como es más bien algo de qué alegrarse, es que he vivido la vida de una lombriz dotada de un pequeño laboratorio y un disco duro de muchísima capacidad.

Sí, he hecho un gran trabajo, un arduo trabajo, un trabajo de lombriz. He dejado todo el suelo del jardín de la vida lleno de túneles como corresponde a toda buena lombriz y de paso he almacenado una importante cantidad de datos. De acuerdo.

Mi trabajo facilita el del jardinero, y esta es mi misión.

Pero no ha sido hasta hoy que, releyendo algo sobre filosofía, me he dado cuenta que no me he tomado el tiempo para meditar sobre el sentido que tiene todo esto. Es decir, que no me he sentado a pulir sutilezas, a rellenar vacíos, a enderezar contradicciones…, a sacar conclusiones preliminares, si es que la palabra preliminares se puede unir a la palabra conclusiones, porque si concluye… En fin…

No soy una lombriz, ya lo he dicho, y sabiendo esto puedo agregar que soy un hombre. No por descarte, sino porque en mi acumulación de datos no encuentro nada sobre una lombriz que teclee palabras. Esto, por supuesto, no es sino una elucubración mía, pero puedo contar con que más de uno estará de acuerdo conmigo en esto, salvo que le pregunten a un par de personas que yo me sé.

Y sostengo, libre de hipócritas inmodestias, que además de hombre, soy inteligente.

Lo que me entristece es que a medida que voy dejando entrar en mi cabeza la idea de que soy un hombre inteligente, más me doy cuenta de lo tonto que soy.

Es algo así como ponerse a estudiar el universo sólo para darse cuenta de que es un fenómeno tan grande que jamás vamos a saber de él más allá de un porcentaje casi inexistente… Digo esto consciente de lo estrambótica de la comparación.

No logro que mi mente y mi cuerpo trabajen en equipo sino cuando hago que mi cuerpo haga cosas más allá de sus límites. Por eso exprimo mi recipiente hasta que se agota y eso no puede ser bueno. He hecho esto durante cuarenta años. Me ha tomado seis más intentar lo que sería el logro mayor de mi mente, y es que entienda que sin recipiente se derrama el contenido.

Mi mente me ha obligado a arriesgar mi integridad física. Mi mente me ha llevado a forzar la barra. Mi mente trata de negarle el descanso y el disfrute a mi cuerpo. Mi mente no me ha dejado aprender a bailar.

Pero ahora, tras seis años de sistemática labor de concientización de mi mente (suena raro, lo sé) llegué a este punto: tengo que sentarme a poner orden. No puedo seguir a éste ritmo porque no voy a llegar muy lejos así.

Una vez le comenté e mi Tío Carlos, cuya mente admiro profundamente por mis propias razones que no vienen al caso, que no entendía cómo hacía él para deducir algo sin conocimientos previos de ese algo, pues yo, para deducir cualquier cosa, tenía que consultar con mis datos almacenados e irlos pegando para obtener una solución tipo “collage”. Él se rió y me dijo que la inteligencia se vale de cualquier herramienta disponible para obtener lo que necesita, que el pensamiento no tiene ninguna metodología específica, y que no me preocupara por esas cosas.

Yo se lo agradezco. Ha podido darle un tacle a mi autoestima y no lo hizo, por lo menos no en esa ocasión. Por eso se lo agradezco.

Tuve un socio arquitecto, excelente arquitecto, que siempre peleaba conmigo porque mis soluciones, aunque eficaces, siempre resultaban para él “muy poco serias”. Lo decía medio en broma, pero muy en serio, visiblemente preocupado… Bueno, nunca se nos cayó ninguna casa, y eso es lo que importa.

Y no es que dude de mi inteligencia, ya, afortunadamente, superé ese obstáculo. Lo que no encuentro es su utilidad. Es decir, para qué me sirve a mí ser un tipo inteligente… Sí, sé que no llego a genio ni mucho menos, pero no por eso voy a negar que soy inteligente.

Pero para qué me sirve. Esa es la pregunta que me inquieta. Porque se supone que esa es una herramienta que sirve básicamente para vivir mejor, entendiéndose vivir mejor, como calidad de vida, sosiego, estabilidad económica…, aunque según Woody Allen (otra vez) “Whatever Works”…, pero de seguro que es mi mente de nuevo dificultándome el baile.

Es entonces cuando me doy cuenta de que no es la inteligencia lo que te pone en algo o te quita de aquí y te pone allá. No. Son los instintos. El problema está en que la inteligencia es una herramienta que se opone a los instintos doblegándolos en nombre de todo lo civilizado y racional.

Me refiero a que el éxito, digamos, económico, entra dentro del ámbito de acción del depredador, del cazador, del hombre primitivo que sale a perseguir mamuts y trae por lo menos uno para la cena.

El hombre civilizado va y cumple su función moral, deontológica, y/o ética, y regresa a casa con el sobrecito que contiene su salario. Le horroriza la saña encarnizada que significa salir a perseguir sistemáticamente una presa de modo inclemente hasta que ésta, extenuada, cae en su trampa, o bajo la acción de sus armas. Y es ahí dónde el hombre primitivo usa su inteligencia. La usa como herramienta para crear las herramientas con las cuales hará caer el mamut con el cual le llenará la panza a los suyos como es debido.

Entonces llego a mi primera conclusión preliminar: el Dalai Lama se quedó corto. No hay que ser egoístamente inteligente nada más. Hay que ser salvajemente inteligente.

Esto no me cuesta mucho ya que soy medianamente salvaje dentro de mi condición de persona civilizada. Y no es que vaya a salir corriendo ya a perseguir matacanes por Macanao, pero digamos que por ahí han de venir los tiros, para usar una expresión acorde al tema que hablo.

Siempre le digo a mis chamos que, como ya dijo muchas veces Trino Mora, sean ellos mismos en todas partes… Que cuesta mucho sobre todo al principio, pero que después, no mucho después, empezarán a ver los frutos de una vida sin resquicios ni potencialidades negativas. No sé si lo harán o no, porque cada uno escoge su camino, pero no quedará porque yo no se los haya dicho hasta la nausea. A mí me hubiera gustado que alguien de mi casa me lo dijera así, casi que hipnopédicamente, a lo Huxley.

Y aquí saco mi segunda conclusión preliminar: la costumbre de pasarse media vida aprendiendo lo que después nos tomará media vida más desaprender, no tiene sentido. Hay que ser como uno es desde el principio. Lo que hay es que, digamos, afinarse bien.

Yo no seré nunca un salvaje depredador artero como un pez abisal con bombillo incorporado. Ni seré nunca una hiena despiadada. No seré jamás un zamuro, ni mucho menos un chimpancé oportunista. Soy un hombre inteligente que se toma mucho trabajo para lograr lo que se propone. Por lo tanto no seré nunca poseedor de ningún emporio, ni tampoco seré nunca un magnate especulador de casa de bolsa.

Mi mente no me lo permite. No soy salvajemente inteligente. Soy lo que soy y estoy desaprendiendo a velocidades que van en aumento exponencial.

Soy un artesano. Soy un artesano que debería trabajar en equipo con el cazador porque éste tiene que invertir su energía e inteligencia en perseguir el mamut no teniendo ni tiempo ni fuerzas para fabricar sus armas.

Yo acepto sus sugerencias en cuanto a filo, resistencia y demás características funcionales del arma que me de el cazador, pero las especificaciones técnicas son enteramente cosas mías.

Como artesano nunca cazaré un mamut, pero comeré de él porque sencillamente Paco de Lucía no sería el mismo sin su Luthier de confianza. Alonso no ganaría una carrera sobre un cortagramas. Y qué sería de Cartier-Bresson sin su Leica. Y yo seguramente seré el encargado y responsable, o bien de preservar correctamente la carne sobrante salándola o ahumándola, o bien inventando la nevera.

Y aquí saco mi tercera y preliminarmente última de mis conclusiones preliminares: un escalpelo es una herramienta demasiado sutil para un aserradero.

Por lo tanto queda claro que saber que no soy una lombriz ya es algo, pero si me quedo ahí estoy frito, porque si resulta verdad que saber que no pasaré mis próximas vacaciones, digamos, en Bosnia, es esperanzador, me queda mucho mundo disponible para encontrar ese lugar al que sí quiero ir.

Mi deber es localizar ese sitio, ubicarlo, estudiarlo, asegurarme y dirigirme a él de ese modo incansable que forma parte de mi yo, de lo que soy.

Mi sosiego vendrá de ahí, de esa realidad, de la convicción de que todo lo que no soy no importa ni un poquito dentro de la inmensidad del desconocimiento de uno mismo.

Son esas pequeñas cosas que sí soy las que puedo abarcar.

Es a mí mismo hacia quien me dirijo.

Me dirijo hacia un hábil artesano con muy pocas necesidades materiales reales que vive a la espera de los datos que le dará el cazador para fabricarle las herramientas que necesita, y que en los tiempos libres se pone a inventar la nevera.

Por eso siempre sobrevivo, porque el mamut siempre aplasta es al cazador.

Para seguir en mi camino aun tengo que desaprender cosas como usar mi cuerpo para lo que no es.

Tengo que seguir escarbando bajo esa pila en descenso de basura que he acumulado encima para encontrar y sacar a la luz un yo sano. Si me tardo mucho más me comerán los cochochos y sacaré una birria a flote.

Lo que yo quiero y necesito es dejar el constante conflicto humano interno lo más pronto posible y enfilar hacia el futuro, cabalgando el presente continuo, contando con la aprobación total de mí mismo.

Los libros de normas los escriben personas con muy baja autoestima. No hay que hacerles tanto caso porque termina uno tratando de hacer aquello que lo niega a uno mismo, o mínimo, agarrando un rumbo equivocado.

Porque haga lo que uno haga, siempre esta anotando de uno, o del otro lado del margen.

No hay comentarios.: