viernes, 8 de octubre de 2010

Mala intención y lo demás es pendejada…

“Flor de Peral sirvió vino para Lady Ping y su invitado, Hsi-Men,
Y les dejó con sus placeres culpables.
Creyéndose solos, con qué rapidez se desnudaron
Los amantes el uno al otro,
Con dedos presurosos y jadeos de placer que sentían;
Él por las aromáticas zonas de sus axilas
Y su estómago y por sus frutos secretos,
Maduros y apetitosos;
Ella por su erecto tallo de jade
Y el intenso arrebato propio del placer y
Mentula ad sua adposuit…”

De Chin P’ing Mei. Dinastía Ming.
Traducción de Clement Egerton. 1939.


No es desatino ponerle la cita que le puse a este artículo porque más adelante en esa misma historia se revela que Flor de Peral le había hecho un huequito a la pared para poder espiar a los amantes. Y eso no lo hizo por casualidad. Fue mala intención, o buena, no sé…, así son las intenciones…

Es que estando el tema de la política tan en boga, y ya sabemos como está cargada de malas intenciones la política (o buenas intenciones que se vuelven malas) que cualquier relación que se haga, por peregrina que sea, es acertada e inevitable. Me imagino que algo así tenía en mente el genial Luis Buñuel (según dice Carlos Fuentes, no sé si será verdad que lo hizo) cuando dijo que algunas ideas deberían quedarse en ese plano y no pasar a la realidad…

Y digo el tema de la política porque en este momento tiene tanta vigencia a nivel público, como lo tiene el sexo a nivel privado. Y no hablemos de las intenciones que revisten ambas actividades… Y no soy original en esto de poner en una misma balanza al sexo y la política. Fíjense que según Antonio Llerandi, todas las riquezas de este país provienen de un hueco… Yo lo que hice fue cambiar minería por…, bueno, otro tipo de hueco…

Bueno, basta de explicar lo que se cae de maduro (sin alusiones personales, Nicolás).

Hace unos pocos domingos fueron las fulanas elecciones parlamentarias o como se llamen, y yo, como buen ciudadano me fui (primero a desayunar mi cachapa con queso de mano y mi jugo de guayaba) a votar.

Llegué al sitio de las votaciones a las nueve y media de la mañana para encontrar la primera sorpresa del día: me cambiaron de la mesa dos a la mesa uno. Antes se tomaba en cuenta para designar esto el último dígito del número de la cédula de identidad que en mi caso es seis. Ahora son los últimos dos, y del 00 al 49 toca mesa uno, mientras que del 50 al 99, le toca la dos, y yo estoy en el 16, o sea, en la uno… La segunda sorpresa fue que la máquina de la mesa uno se había echado a perder.

Yo entré lo mismo, porque en la norma dice que si se jode la máquina dos horas se pasa a sistema manual y ya. Pensé que dos horas para ejercer el voto no es una cosa tan requete mala así, y en el peor de los casos sería una inversión de dos horas para hacer lo que había ido a hacer.

Pues bien, pasamos a la etapa de las relaciones sociales, a conversar con el de al lado, echarle broma al guardia que estaba más enredado que pelo en pata de pollito con eso de las asignaciones de las mesas que también era nuevo para él.

Luego, a medida que pasaban los larguísimos minutos contenidos en dos horas comenzó la incomodidad a generar roce y la gente a comenzar a preguntar por el técnico, y el guardia a explicarnos que había uno solo por municipio y que el nuestro estaba en la cárcel…, es decir, que en la cárcel habían puesto el centro de mando y que hasta allá debía dirigirse el técnico para buscar el tarjetón electrónico que era lo que se había echado a perder aquí…

El técnico llegó faltando diez minutos para cumplirse las dos horas y cambiando el fulano tarjetón, echó a andar el perol ese. Funcionó el tiempo necesario para dos cosas: para que se fuera el técnico, y para que votaran once personas… Mi número originalmente en la fila era el treinta y cinco…

Se volvió a trancar el serrucho y echamos a andar el reloj para contabilizar las siguientes dos horas que hacía falta vencer para pasar al sistema manual.

No, no se equivocan, rebasando la hora y cuarenta y cinco minutos de espera, la máquina arrancó otra vez… Pero no permitan que me adelante, que en esos ciento cinco minutos pasaron algunas cosas dignas de mencionarse. Sí, también pensé en irme, pero no me fui.

Quiso la casualidad que el guardia a cargo se apellidara Castellano (un buen hombre, no me cabe duda. Y paciente como el que más) y que en una de esas, como si lo hubiéramos ensayado, pasando él y soltándole yo el estribillo “Castellano qué bueno baila usted”, ¡y la señora que estaba detrás de mí se la sabía!... “Creo que tú no te has ido, Benny, de este mundo tan hermoso…”… Total que cinco por delante de mí, y más o menos cinco más de los que me seguían terminaron cantando Oscar D’León desde la Dimensión Latina para acá, porque la especie de Omara Portuondo que estaba tras de mí se las sabía todas… Y Castellano siempre echaba un pie al pasar por nuestro sector.

Esto amenizó los elásticos minutos que componen dos horas en una cola de votaciones que espera un técnico que está en la cárcel…, pero esto no hizo que la máquina arrancara antes.

Mientras tanto, la mesa dos corría y corría y corría y corría, tanto, que nunca había nadie del lado derecho de las filas… Sólo en el izquierdo, mira tú qué cosas…

Como ya dije, antes de que la sangre llegara al río y García Lorca reescribiera su Romancero, la condenada máquina arrancó de nuevo. Votaron once más y adivinen qué. Pues sí, se volvió a joder.

¡Qué civismo! ¡Qué demostración fehaciente de espíritu democrático! ¡Qué cantidad de monsergas se dicen en estos casos! Y todas son falsas… No nos fuimos porque esa vaina estaba buena con la salsa y el guarapo de papelón con hielito que estaba vendiendo un ex paciente de escorbuto (me acordé mucho, claro, de Laura Restrepo) que estaba parado en la entrada. Yo pensé que si en vez de escorbuto fuera escarlatina, ni de vaina le compraba el juguito…, y que menos mal que esta isla no es aquella isla, sino la otra isla. Bueno, yo me entiendo.

Por cierto, este año dejaron pasar a las filas de votación bolsos, cámaras, celulares, y menos mal, si no, el del escorbuto con hielo y papelón hubiera tenido que irse con sus encías a otra parte, tal vez a un risco o a un faro abandonado de la época de Maximiliano.

Esta vez la máquina se paró unos minutos, pero pasaron a votar once más…, y si llevan la cuenta dirán ¡caramba! Ya vamos a salir de esto. Pero no. No salimos de esto aun, porque aunque las matemáticas digan que treinta y cinco menos once por tres da dos resulta erróneo porque en la ecuación no están incluidas las variables conocidas como viejitos con o sin acompañantes, las preñaditas con o sin bebé, los minusválidos de sillas de rueda o de muletas, y la infalible ley de Murphy que hace que más del sesenta por ciento de éstos tengan terminales de cédula inferior a 49… Me pueden creer pues los conté a conciencia a ritmo de yo quisiera virgencita que en la vida, sólo fueras para mí mi único anhelo…, y los dividí después entre mi bajo y yo, que somos como hermanos…

Así que después de la cuarta avería de la máquina de la mesa uno yo me encontraba, adivinen en qué número…, no, no el once, pero casi…, estaba de nueve. De esto se infiere que la variable viejitos preñaditas minusválidos Murphy, en este caso, da siete…

Es fácil deducir que entré a votar en esa tanda, y menos mal, porque la señora que estaba detrás de mí se robó el micrófono del karaoke y ya no era tan divertido oír Taboga por vez putésima, aunque tuviera una bonita voz de contra ancho.

Entré pues a ejercer mi derecho consagrado en la constitución nacional de la república bolivariana de Venezuela, y tras firmar el libro (mi página estaba vacía. Yo era el primero que la firmaba con todo y que detesto visceralmente una virgen), escuchar la breve explicación que me dio la muchachita encargada de eso (a la cual le busqué muy bien la firma con toda mi mala intención) pasé a mi cubículo “votativo”.

¡No me joda! Qué pandemónium… Bueno, vamos por partes y culpemos primero que todo y antes que nada a mi presbicia, no la vayan a agarrar por completo con quien es y no es, porque el malintencionado en esta historia no soy yo… El tarjetón electrónico no tiene cama para tanta gente y la lectura de las opciones la dificultan dos cosas: una es la presbicia que ya nombré que causa que con los lentes puestos tenga que acercar tanto la cara al tarjetón que el olor que emana me produjera el asco mas profundo (huele entre a saliva rancia y condón usado amanecido) y con los lentes quitados la distancia prostática no fuera suficiente por culpa de la media luz... El otro culpable es la mala intención que todo lo complica, porque no me van a decir que poner esa vaina tan chiquita y tan en penumbra no le dificulta el proceso a los mayores de cuarenta y cinco años…

Me refiero a que antes (y eso que todo tiempo pasado es peor) uno iba a votar y la vaina estaba entre unos cuadritos blancos, verdes, naranjas, rojitos, azulitos, uno morado, y hasta marrones. Era simple, como de kinder… Ahora es indescifrable… Todos los colores incluyendo los del paisaje de Catamarca, los rubores, el carrubio, el zaino, el colorao, el bermejo, el añil…, todos los colores todos, los que me sé, los que se me olvidaron, los que no distingo, todo esconden una pomalaca, un adeco, un chavista, un espécimen rarísimo conocido como copeyano (se creían extinguidos), y así es muy difícil votar, no me joda…, o muy fácil según se vea, porque representa a la misma gente tenga el colorinche que tenga, y votes como votes la vaina le cae al mismo… Me acordé del juego “derme” aquel con el que bautizábamos al nuevo en el edificio. Yo era siempre el tomate (sin corazas, sin espinas, pero de color fogoso…, gracias Drexler), y así había lechuga, papa, aguacate, y al nuevo le tocaba el ajo…, todos gritábamos: tomate derme, lechuga derme, papa derme, y el nuevo gritaba ¡ajo derme! Y le caíamos a coñazos… A la media hora entendía el chiste y se impacientaba por la llegada de otro nuevo para encasquetarle su ajo también…

El tarjetón era el edificio lleno de malandrines malucos, y a mí me tocó el ajo…

No estoy hablando peperas. Aquí se lanzó un copeyano que se ríe como si estuviera falto de un cromosoma o lo tuviera de más…, no lo sé, en todo caso no se ve muy inteligente el hombre… ¿Y se imaginan a este servidor votando por Papá Pitufo? Pues estoy seguro de que algo de lo que voté le cayó a él también ¡qué vaina! No se puede escupir para arriba…

El otro era un adeco que bueno, que le gustan dos cosas, el whisky y los gallos de pelea. Y a él también le tocó su lechuga derme.

Por la gente del gobierno había un anónimo quemable que deja ver que la mala intención existe y se manifiesta a todo nivel si se le da demasiado chance… Este era el mapuey derme.

Total que haciendo muchos ascos entre personajes repulsivos, olores casi tan malos, luchando contra el dolor de cintura, y tarareando “En el cachumbambé…”, deposité mi voto que no les voy a contar porque al voto, que de por sí es secreto, se le suma esta vez el adjetivo de vergonzoso.

¿Qué me siento un poco culpable? No, lo que me siento es extorsionado por tener que escoger entre maletas y malísimos…, pero tener que escoger… ¿Chuqui chuqui o muerte? Muerte. Está bien, pero primero chuqui chuqui…

Maldad pura eso de hacerlo pasar a uno de revolucionario a reaccionario, aunque es bien sabido que una revolución es una vuelta para llegar al punto de partida… Cosas del malhadado péndulo de la política latino americana.

Nos tragó el monstruo de la burocracia. Hoy más que nunca me siento en una película de Terry Gillian. Y lo único que uno puede hacer es calarse seis horas de cola para puyar unos botoncitos sobre las caras de una gente detestable, eso sí, cuando la máquina arranca…

Espero que pase algo dramático. Algo serio. Algo fuerte… Algo que haga que este país tan incómodo despierte y dejemos de bailar reguetón en las romerías blancas que ahora son rojas pero regalan lo mismo…, la diferencia es que ahora todo lo importa PDVSA para Mercal, y más de uno se está llenando a expensas del hambre de los demás. A mí ni me nombren la palabra socialismo porque me pongo como el diablo de Tasmania ese de las comiquitas.

Condenado péndulo. Me tocó hacer un voto horrible. Y lo hice a conciencia porque por el camino que vamos no hacemos sino ahondar en el desastre…

Pero no nos amarguemos más de lo estrictamente necesario pues no tiene sentido. La vida tiene tanta personalidad que le importa muy poco el qué dirán. Trataré más bien de recuperar la habilidad de reír y con ello seguir adelante aplicando el lema de mi escuela filosófica inspirada en Terry Pratchett, que es una mezcla de estoicos, eclécticos, y epicúreos. Dice así: “Haz lo mejor que puedas con lo que tengas a mano, no te preocupes por lo que no puedes cambiar, mientras tanto disfruta un trago (y si lo está pagando otro habrás de pedirlo doble)”…

Ya lo dijo Miranda: Bochinche, bochinche, esta gente lo que sabe es hacer bochinche… Y ni los que gobiernan están claros con las dimensiones de esta frase… Perlas a los cochinos ¡qué riñones!

Seguiremos echando un pie con Castellano y Omara Portuondo mientras hacemos la cola.

La cola que sea.



Nota:
“Mentula ad sua adposuit” aparece en latín en la traducción original alemana del antiguo libro chino mencionado al principio. Recurso utilizado para evitar la mala intención de la censura alemana de la época… Malintencionados e ignorantes. Parecen sacados de “M”, de Fritz Lang. Los muy tontos todo lo que veían en latín se lo figuraban sagrado ¡jajaja! Si quieren saber lo que quiere decir el latinajo, busquen en Internet, no sean flojos.

1 comentario:

Humberto Dib dijo...

Hola, llegué a tu blog por casualidad, me pareció muy bueno, no quería salir sin decírtelo.
Aprovecho la oportunidad para invitarte al mío que es de literatura.
Un abrazo desde Argentina.
Humberto.

www.humbertodib.blogspot.com