sábado, 13 de noviembre de 2010

Pensar o no pensar, ahí está la vaina…



“Todo el género humano parece en verdad
estar destinado directamente y haber sido creado
expresamente –con las pocas excepciones de los que
se salvan en virtud de la elección por la gracia (no se
sabe por qué)- para el tormento y condenación eternos.
parece, en suma, como si el buen Dios hubiese creado
el Mundo para que se lo llevase el diablo, de modo que
habría sido mejor que se hubiese estado quieto.”

De Paralipomena. 177, p. 431.
Arthur Schopenhauer. 1788-1860.



Resulta difícil, qué digo difícil, dificilísimo, por lo menos para mí, vivir sin pensar.

Y no me malentiendan, no me refiero a andar por ahí como si me hubieran hecho una lobotomía para extirparme el lóbulo temporal y eliminarme así la capacidad de sentir el miedo, como dicen que se hace.

Pasa que todo, incluyendo la realidad viene de adentro. De adentro del pensamiento de uno mismo. No se me vayan a confundir y crean que pretendo decir que la realidad queda por los lados de la hipófisis o del píloro.

Digo, como me parece entenderle al propio Krishnamurti, que el miedo es tiempo y el tiempo es pensamiento. Y que para entender esto bien entendido lo menos que hay que hacer es precisamente pensar en ello.

Bueno, él lo explica muy bonito y fija las diferencias del pensamiento y la atención porque no es lo mismo pensar que estar atentos. Y como ya lo explicó él no me voy yo a poner aquí a redundar y a fabricar pleonasmos como loco porque no es el caso.

Lo que sí quiero es reflexionar un poco sobre el tema de vivir sin pensar, que no tiene nada que ver con la esfera del conocimiento, su aplicación práctica, su utilidad frente a la realidad, sino más bien sobre cómo separar para su desarticulación frente a la vida de ese temible triunvirato nefasto que forman pensamiento, tiempo, y miedo.

Aprendimos a vivir huyéndole al dolor y buscando el placer. Pero ésta es precisamente la conducta que nos lleva directo hacia la infelicidad, porque la búsqueda del placer produce dolor, y huirle a éste termina por doler mucho también.

El placer es principalmente la expectativa de obtenerlo. Expectativa que resulta mucho más duradera que el placer mismo, y que por lo tanto, al ser obtenido nos defrauda un poco, situación ésta que produce dolor. Huirle a esto genera una paradoja que nos hace infelices por cosas de la indecisión, o más bien la indeterminación producida por la decepción.

Y es el pensar en esto lo que nos hace creer que la solución está en pensarlo mejor, en crear estrategias, en buscar subterfugios y hasta sucedáneos, que al no funcionar nunca nos convierten en cínico (esperanzados o no), en ególatras, y hasta en drogadictos si es que nos negamos a ultranza a conseguir otra vía.

Pero pensar, la verdad, no nos ha llevado a nada como humanidad. Pensar nos separa, y separarnos es lo que nos convierte en tribu, en partidarios, en buenos y malos, en altos y bajos, en blancos y negros, en vegetarianos y carnívoros, en feo y en bonitos, en pacifistas y en guerreros. Tenemos siglos y más siglos pensando y no hemos pasado del concepto de fieles e infieles, píos e impíos, en virtuosos y pecadores.

Puras patrañas.

Patrañas políticas, patrañas religiosas, patrañas alimentarias, patrañas estéticas, y más patrañas… Yo digo que el pensamiento es un creador, un excelso fabricante de patrañas.

Hemos aprendido, con el pensamiento, a diferenciarnos, a individualizarnos, a separarnos de los demás. Siendo que lo que somos es una colmena planetaria donde todos tenemos los mismos deseos, anhelos, necesidades, problemas, alegrías, y tristezas. Y no me salgan con la simpleza de que aquí necesitamos televisores de plasma, y en el Kalahari basta con un buen vaso de agua. No me refiero a eso.

El pensar nos ha envilecido. Pensar no es una herramienta. Es un arma. Y las armas sólo sirven para matar. Para matar al otro, que es igual a uno mismo. Sólo sirven para matarse uno mismo.

Cada vez que escucho a un político diciendo verdades, o eso que los políticos dicen y que llaman verdades, que lo único que realmente dicen es que si estás conmigo estás en lo cierto y si dices otra cosa eres mi contrario, es decir, de otra tribu y por lo tanto mi oponente o mi enemigo…, yo lo que inevitablemente me imagino es a ese hombre con un recalcitrante ataque de diarrea, o yéndose a dormir muy molesto porque ese día le dieron una mala noticia, o con frío bajo un aguacero…, y me doy cuenta de que él y yo no somos diferentes. Es un hombre que encontró de qué vivir.

Cuando veo en el Facebook que alguien pone en su estado cualquier tontería de esas que tienen que ver con religión, que simplemente la ponen ahí para marcar distancia con los infieles, que simplemente ponen eso ahí porque se lo vienen machacando unos gordos con poca testosterona que viven cómodamente de eso desde hace dos mil años, me los imagino igualmente siendo hipócritas, solapados, malintencionados, tramposos, pero marcando distancia siempre. Porque no existe mayor distancia que la hay entre un elegido y uno que no lo es. Son los que le dan de comer al gurú sinvergüenza.

Cierto. La idea de que existe un Dios me resulta pueril… Patrañas y más patrañas… Pero bueno, este es mi punto de vista producto de mi pensamiento y es contra él que me rebelo precisamente en un intento de desmontarle el triunvirato ese que me tiene jodido.

No es un secreto que soy un tipo romántico, idealista, poco práctico, cínico (del tipo esperanzado) por defensa más bien infantil, y que como un salmón nado en contra de la corriente no sé si para desovar o qué, pero el río ya se me hace largo y a estas alturas desconozco si tengo o no un propósito para esta actitud.

Es que en estos días vivo una tormenta que llega casi a tormento porque estoy viendo la cabecera del río y no encuentro corriente qué seguir remontando. Estoy cansado, muy cansado, y sigo y sigo dando aletazos como un pez jalado de cocaína en un río de aguas casi congeladas o tal vez hirvientes.

En ese proceso me he puesto malgenioso, irascible, ermitaño, huraño, grosero…, una joyita pues…

Pero pasó que así, sin comerlo ni beberlo, poniéndome atención libre de juicios, puntos de vista, expectativas, bueno, patrañas, me di cuenta de qué carrizo es lo que me pasa.

Pasa que estoy construyendo una casa con mis manos. Cuando digo con mis manos no estoy usando ninguna figura literaria, ni eufemismo alguno (en el blog de al lado, el de la Guachafita, echamos todo el cuento de esa casa). Es la casa que soñamos mi esposa y yo. Es la casa en la que volcamos todos nuestros conocimientos y creencias (y esperanzas, y ya sabemos que las esperanzas son bobas). Es una casa ecológica en un sentido amplio de la palabra… pero bueno, no me voy a explayar en detalles sobre la casa… Lo que sí diré es que hasta los árboles que hemos sembrado tienen una disposición y una cualidad que trabajan en el mismo sentido que lleva todo el proyecto…

Pasa que estamos haciendo una casa de un modo que no congenia con el sitio. Parece ser que en esto el pensamiento nos jugó otra de sus malas pasadas (porque el pensamiento es limitado) y llegamos a pensar que nosotros somos diferentes, somos los otros, somos los que pueden vivir en sus sueños no importa dónde.

Pero resulta que somos iguales.

Es decir, que necesitamos comer, vestir, educarnos, ir y venir en carro con motor de combustión interna que necesita gasolina, aceite, repuestos…, necesitamos ir al baño… En fin, que somos lo mismo que los demás.

Y entre otras divisiones absurdas que causa el pensamiento está el de las divisiones políticas que fabrican cosas como, digamos, los países (nuestro caso es ésta República Bolivariana de Venezuela, que es bolivariana, no como las demás que no lo son), y la idiosincrasia de los que aquí nacimos y vivimos que somos nada más y nada menos que venezolanos.

Existe un mito que no sé quién puso a rodar, de que los venezolanos somos buena gente, generosos, alegres, y qué sé yo cuántas cosas más. Y seguramente existen muchos venezolanos que son así en alguna medida mayor que otros. Pero en masa, así como digamos gentilicio, somos gente pícara, depredadora, indolente, vanidosa, y muy separados unos de los otros. Cosas como chavistas y escuálidos, vivos y pendejos, y algunas cosas más que cansa sacar a colación.

Yo no aprendí a comerciar (este es un país de especuladores en el real significado y sentido de la palabra, y por eso es que la inflación monetaria nos come. Pero éste es un tema manido que no vale la pena seguir lloviendo sobre mojado) y por esto me encuentro en desventaja. En desventaja porque vivo de lo que fabrican mis manos… Una vez logré vivir de lo que fabricaban mis manos a través de las manos de otros y medré mal que bien, de sobra. Pero aquella situación no me duró mucho. De alguna manera que ya habré mencionado antes con largueza, todo el tinglado se vino abajo y terminé haciendo trabajos de poco lucimiento para ganarme el pan, junto con las otras cosas que se le untan a éste.

Claro, después descubrí que soy celíaco y el pan se jodió conmigo junto con la pasta, la avena, y otras cosas que no lamento haber dejado de poder comer.

El caso es que una buena mañana me levanté de mi cama con la certeza en el pensamiento de que me acosté en el lugar equivocado. Mi pensamiento fabricó, a través de sus socios tiempo y miedo, que llevo cuarenta y seis (casi cuarenta y siete) años acostándome y levantándome en el lugar equivocado. La prueba es que me encuentro casi sin ingresos económicos, que mi trabajo no vale casi nada, que todo lo que sé (mi esfera del conocimiento desinflada) tiene muy poco valor monetario, que nuestro proyecto de la casa ecológica no pasa de ser una excentricidad para ser mostrada en un circo, que estamos dejando la vida en ello nada más que para ir a desovar en la cabecera de un río que no tiene naciente.

Ayer mismo me llamó un periodista que tiene una revista y un programa radial donde expone las iniciativas ecológicas que se dan en esta isla… Iniciativas, sí, porque ninguna dura mucho… Pero que él capitaliza a través de sus anunciantes… O sea, que gana indulgencia con escapulario ajeno… No sé cómo fue que hice para no insultarlo. Bueno, sí sé cómo. Pensé que no iba a entender la verdadera razón de mi furia, así que lo único que hice finalmente fue darle la dirección del blog para que leyera ahí y decidiera si se atrevía a llevarme a su programa… Periodistas ¡Ja!

Entonces fue que me puse de malas. Malandreé a mi esposa. Regañé a mis hijos. Rompí mi reloj porque se negaba a funcionar como se suponía que debía funcionar. No pateé a los perros porque me ven venir de lejos y se esconden (eso siempre me pone de buen humor)… Todo porque me di cuenta de que no logro integrarme a los demás.

No logro pedir un préstamo al banco. La tipa del banco me mira como si yo acabara de llegar de Ganímedes. No logro poner una tienda, digamos, de pantaletas. No sé comprar y vender. Me encariño con mis corotos y después no me puedo deshacer de ellos. Una vez que los compro me los quedo, o los regalo a alguien que los necesite… Y las cosas que fabrico reciben elogios, pero en realidad nadie los pondría en su casa porque mi pensamiento los fabrica diferentes.

Señores, yo cago… A que tú cagas también… Yo no soy diferente… Y lo digo más para mí que para ti. Quiero dejar constancia de eso.

En virtud de ello, de que debo tender a la igualdad, es que he dado en mi cabeza un patadón a la caña del timón y he puesto rumbo hacia la corriente que me ayude, aunque eso signifique trepar en el río desconocido del no pensamiento.

Atender no es lo mismo que pensar. El pensar fabrica quimeras. Contra las quimeras puede Hércules, nunca su mono… Pero el mono va con él y eso representa ya una ventaja insuperable, si es que no se puede (o no se quiere, coño, ser ese señor debe cansar mucho) ser Hércules.

Entonces me atiendo a mí mismo.

Llevo la mar de años pensando en qué hacer que funcione, y el pensar me ha sumido en la más cavernícola de las existencias con todo y mis herramientas, maneras, costumbres, gustos…, particularidades… Y no soy un individuo. Soy todos los individuos por muchas más coincidencias que las meramente escatológicas, aunque no descarte (no se puede) éstas.

Atención.

¿Cuál es mi esfera de conocimiento? ¿Cuál es mi idiosincrasia? ¿Qué figura a la sombra de mi árbol del bien y del mal? (no una manzana, por favor. Espero) ¿Qué es eso que yo hago sin mediar mi pensamiento pero que me mantiene muy atento? Con esa atención absoluta que le dedica el niño a su juguete… Éste no piensa, no juzga…

Atención.

Dice una copla de una canción de Facundo Cabral, que los gitanos de Sevilla nunca paran de cantar, que es mejor gastarse andando, que cuidarse en un lugar…

Atención.

Y el ovillejo que Cervantes pone en boca del delirante Quijote: Al mal de amor ¿quién alcanza? Mudanza…

Atención.

Recuerdo que Bogart una vez dijo: tu problema es que piensas demasiado, Joe…

Atención.

Pensamiento: límite. Tiempo: límite. Miedo: límite…

Atención.

Y pregunta Osho: ¿qué hay después del límite? Yo me pregunto lo mismo…

Atención.

No hay comentarios.: