domingo, 28 de noviembre de 2010

Vida Vs. Descanso.



“Las grandes cosas exigen que no las mencionemos
o que nos refiramos a ellas con grandeza:
con grandeza quiere decir
cínicamente y con inocencia”.

Friedrich Nietzsche.
La Voluntad de Poder. 1, p.31.



El viviendo me ocupa la totalidad del tiempo que deja libre el rato en el que duermo para recuperar las fuerzas para seguir viviendo.

Esto pudiera parecer malo o por lo menos cansino, pero la verdad es que no me siento especialmente atropellado por varias razones. Una es que el pretender que la existencia lo trate siempre bien a uno resulta ingenuo, y lo ingenuo de ninguna manera tiene la utilidad de lo inocente. Ni la utilidad, ni la elegancia. Otra razón es que logré dentro de mi cabeza un cambio de metas que me ayuda con eso de tener el listón de la resistencia un poquito más alto, porque la resistencia no es física, es mental… Venir a este mundo a descansar es un despilfarro de vida. Ya descansaré cuando muera, que al parecer sucede durante mucho tiempo.

No sé si usted sabe que ya estamos viviendo en lo que va de casa. Es incomodísimo en grado superlativo. Cuando hace sol el calor parece una iniquidad. Cuando llueve se te moja hasta el pensamiento aunque no te caiga agua encima… Esto del agua sobre mi cabeza definitivamente es algo que debo solucionar, no sea que me pase como dicen que dijo Carl Jung, “que todo aquello que no resuelves en la vida lo vives como destino”, porque la verdad es que desde que llegué a la isla ésta de mis tormentos (y tormentas) no he hecho más que llevar agua y más agua.

La casa de Las Marites hacía agua, el velero hacía agua, el Futura hacía agua, el apartamento de Juan Griego hacía agua, el local de Bayside hacía agua, la casa del Encanto hacía agua (inclusive en época de sequía porque los drenajes del aire acondicionado se vivían tapando), la casa en la que vivíamos en La Asunción era un completo manare, el anexo aquel del Guayabal también metía agua porque además de mal concebidas las ventanas, tenía hechas las pendientes del piso al revés, con la inclinación hacia dentro de la casa. El local donde funcionaba la marquetería echa agua porque el aire acondicionado chorrea…, parece la caverna de Kit Walker (el Fantasma de Lee Falk) Ahora aquí, bueno, qué le digo, mire que escampa afuera y continúa lloviendo adentro por lo menos un par de horas más…, y eso que le gastamos mucho real en potingues impermeabilizantes. Pero llueve tanto y tan duro que termina por vencer… Bueno, y que se quiere, si el cielo (sky, no heaven) dispone de todo el tiempo y el poderío de la naturaleza, además de no tener más nada qué hacer ¿no?

Claro, vivir en un inconcluso de este nivel es una cosa para machos con muchísima testosterona además de una voluntad de poder muy a lo Nietzsche que casi se te viene abajo en lo que tienes mujer y niñas a tu cargo. Ya sabes, uno resiste fuego y corrosión, ácidos, álcalis, mosquitos, hormigas, y hasta adecos de cualquier color (para los zancudos uso espirales Plagatox)…, y acaso las mujeres también, cómo no, pero ya se sabe que uno aprende que si debe proteger, que si debe proveer…, en fin… Al carrizo con todo lo anterior…

Ya comenzó aquí la barroquísima temporada de lluvias propia de esta isla en la que no llueve nunca, según el decir popular (nunca me ha gustado el populacho, me aburre, y que me perdone Chávez), pero que en lo que coge a llover hasta los colchones van a parar a Panamá… Esto significa que el avance de la obra, o más bien la velocidad de avance, se ralentiza a niveles cuasi-estáticos porque todo se traduce en un defender lo hecho y reparar lo que la lluvia estropea para no retroceder. Es una existencia interesante si lo mira usted desde la óptica romántica del encanto de lo primitivo. Es uno contra los elementos en un pulso tremendamente desigual porque bajo ninguna circunstancia un hombre con el sólo recurso de su ingenio y el concurso de tres o cuatro músculos puede contra la infinitud de una onda tropical desmesuradamente latinoamericana…

Hoy me hice una especie de goniómetro con un transportador y un nivel de hilo y medí la inclinación de la lluvia, es decir, el ángulo en el que cae la condenada con respecto a la vertical (esto fue porque puse el transportador al revés y me gasté todo el tirro de modo que no lo pude invertir para acomodarlo), y me dio una media de sesenta grados. Caray, esto reta hasta a la fuerza de gravedad, pensé. Entonces sí debí hacer los exagerados aleros de metro veinte, y no los razonables ochenta centímetros… ¡Buéh!, lo tomaré en cuenta para mi próxima reencarnación…

Pero toda esta paridera me ha permitido ver una parte de mí y darme cuenta de qué es lo que no ha funcionado. Porque sí, el trabajo rudo tiene mucho de incómodo, pero como le he oído decir a mi amigo Orfeo Gouverneur, “no hay que desestimar el valor terapéutico del trabajo pesado”… Y es que tras haber aprendido a ganarme la vida luchando a brazo partido he obtenido un nivel tal de cansancio que me he convertido en un idealista, en un cínico esperanzado. Me he llegado a acobardar a ratos. Esto me ha convencido irreversiblemente de que existe un lugar en el mundo en el cual un hombre como yo puede vivir de lo que sabe hacer…

De ahí mi tímida trashumancia. Es mi empeño por fabricar ese lugar ideal ante la realidad inapelable de que aquel aun no lo he conseguido. Puede parecer contradictorio esto que digo, pero déme usted tiempo y un voto de confianza.

Esto representa, ciertamente, una contradicción y una dicotomía que llaman, además, porque en lo que uno se vuelve idealista y empieza a buscar ese lugar en el mundo, se deja de tener la voluntad para hacerse de ese lugar a costa de lo que sea.

Así pasa uno la vida incómodo e insatisfecho sin darse cuenta de que en realidad lo que pasó fue que perdió la fuerza productiva que transforma el entorno. Eso que define al hombre como tal. Eso que apagó la religión en el hombre otorgándole tal fuerza a una idea que llamó Dios, y que vino a empequeñecerlo después (… Pero el asesino de dios, el hombre superior, es demasiado débil para afrontar las consecuencias de su propio crimen y pronto se dispone a adorar nuevos becerros de oro…) … Bueno, pero no retrocedamos tanto, que después uno se pierde por no saber para dónde queda delante.

Y retomando, sí, arriesgadamente doté del carácter de irreversible a una convicción, pero lo hice a sabiendas de la fragilidad que las convicciones presentan frente a los cambios de punto de vista en la vida, y que no lleguen a tener el sentido terco de un punto de honor.

Porque éste último representa una prisión, una limitante que es más derroche de estupidez que otra cosa, porque lengua que habla culo que paga… Le ruego me disculpe el lenguaje soez, procaz, e incorrecto. En el pasado y en lo sucesivo… Yo, en lo tocante a los puntos de honor hago como con los cinco minutos acumulativos de mariconería: los invierto en tonterías inocuas como el hecho irreductible de que no me gusta la guanábana y punto. Y bueno, con eso no le hago daño a nadie, y me limito lo menos posible… No sea que se me acumule la limitación y con los años me termine volviendo más ortodoxo que un patriarca chipriota ¿eh?

Es irreversible mientras no consiga ese lugar en el mundo en el que pueda vivir cómodamente de mis habilidades sin tanto partirme los brazos, las piernas, y el lomo, que ciertamente no es de algarrobo. Tal vez entonces recobre la voluntad de poder y modifique mi suerte a mi antojo usando el reverso de lo que era irreversible… Pero bueno, eso es una especulación nada más. Sobre todo si se piensa que la voluntad de cambio es en más de un modo voluntad de poder, y que barajarse dentro de un concepto pugnando por contradecirse pero lidiando bien con los límites resulta por lo menos acomodaticio y un despilfarro de oratoria…

La isla esta de marras no es ni por asomo ese sitio. Tengo casi diez años aquí y aun lucho como el primer día, sólo que ya perdí la ilusión de que en alguna forma éste pueda ser un sitio para mí…, y estamos claros en que una ilusión viene a ser creada para engañarse uno mismo cuando se sabe bien que se está gastando pólvora en zamuros (despilfarrando bienes).

En este momento la tengo tan difícil como en el primer año en el que viví aquí… Bueno, sin exagerar le digo a usted que la tengo muy difícil. Hace ocho o nueve años no conocía a nadie aquí y mi mercado era mínimo. Ahora conozco a muchísima gente aquí y mi mercado, que en algún momento creció, se redujo a aquellos niveles de entonces con todo y todo…

Me quedan tres clientes nada más. Y tres clientes que cada vez se sirven menos de mi trabajo, y las cosas parecen ir empeorando. Mi compañero de carpintería, el negrito aquel llamado José Figueroa que hacía cocinas quebró después de llegar a tener más de diez personas trabajando para él y facturando veintisiete veces lo que yo. No entiendo qué pasa ¿no y que la economía se está fortaleciendo? Pamplinas… Aquí no, por lo menos…

Es completamente cierto que le llegué con muy poca fe (ciertamente no soy de ninguna manera un hombre de fe, pues en lo que “es” no tengo que creer, simplemente “es”, y punto) a éste lugar, pero igual le puse mucho más empeño de lo que resultaba racional ponerle.

Obviamente me cansé. Me cansé de la gente que vive aquí. De todos. De los lugareños que son de una ceporritud infinita. De los navegaos que son de un “wanna be” que ya, ya… En una frase: me cansé…

Hicimos un lugar hermoso en La Asunción en el que llegamos a meter más de mil personas en una semana de eventos culturales, pero se vino abajo. No logramos el apoyo de nadie y ¡plaf! Al suelo con todo… La bellísima casa de más de doscientos años en la que funcionábamos está en venta, los dueños se van… Las iniciativas sólo llegan a eso, a iniciativas que rápido se funden…

En virtud de esto decidimos aquí en familia, hacer algo radical.

Me ha costado un poco tomar esta resolución porque tengo cierta inercia frente a los cambios de propósitos. Me ha costado por ejemplo, también, cómo no, el cambio idiomático ya que yo hasta los chistes los hago cervantinos (mis perras son Alana y Barcina, y de ninguna manera podencos) y allá me tocaría pensar en un mal remedo de la malhadada lengua de la reina corsaria alopécica que mal rayo parta… Pero en fin, para eso están Shakespeare, Kipling, y si me apuran, Groucho, Harpo, y Chico. Otro Marx no, porque el alemán ya es mucho cambio para mí.

Hubo un momento, hará cosa de dos meses, en el que me deprimí mucho. Las cosas perdieron sentido y no había forma ni manera en la que pudiera racionalizar el mal rato como para sacarlo al sol y poderlo evaluar con los ojos bien abiertos. Lo que hice fue mantenerme ocupado físicamente, muy atento a lo que estaba haciendo. Programé cada vuelta de tornillo, cada golpe de serrucho, cada trazo, cada respiración, me quité la barba, dejé de comprar agua de chorro embotellada y me tomo el trabajo de ir hasta el manantial en la Rinconada a buscarla yo mismo… Es decir, me tomé la vida paso a paso, y en la noche, al acostarme, hacía como los alcohólicos que dicen, hoy no bebí…

Ya hace días que salí del atolladero mental. Ya salí de ese estado improductivo de la depresión. No hay como el trabajo físico y dos o tres resoluciones bien tomadas. Bien tomadas en el sentido de la convicción, que resulten buenas o malas será cosa del devenir y es mal momento éste para adelantarme hasta allá…

Este año nos ha hablado fuerte y claro, lo que pasa es que nuestro (en este caso nuestro se refiere al mío) cerebro sólo percibe lo que quiere percibir y a la velocidad en que pueda asimilar la información. Pero en nuestro (esta vez sí me refiero a nosotros) descargo puedo decir que hemos ido soltando lo que teníamos que soltar (velero, carro viejo, máquinas en desuso) y tratando de nadar con la corriente, porque esto no requiere otra cosa que fuerza, tesón, e ingenio. Lo más difícil ya está logrado, que es la aceptación del cambio de propósitos. Sin esto no hay movimiento posible.

Y es que hay que moverse. Hay que moverse por una cuestión inclusive de economía de energéticos (por decirlo de algún modo). Porque hay que invertir tanta energía en permanecer, en hacerle de renuente a la vida, que más vale soltarse y navegar. Correr la tormenta en vez de capearla… Siempre habrá que aportar energía, transformarla, porque si no nos prende la entropía y ahí sí que estamos fritos… De todas maneras hay que echarle tanta bola como sea posible porque si no la vida viene a ser un despilfarro, una falta de respeto con esta casualidad que hizo que por un breve lapso no estuviéramos muertos. Ya habrá tiempo para descansar, todo el tiempo contenido en la eternidad, una vez que se nos acabe la vida. Eso me parece.

Trato de no pensar más allá, porque me asusto y me canso sin haber agotado el intento, pero no como una disciplina dictada por un controlador que me grita constantemente ¡no pienses! Porque eso me parece tan tonto como tratar de aprender a poner la mente en blanco pero dejándole un ladito a una figura fastidiosa que me regañe cada vez que me sorprenda con algo brincando dentro de mi cabeza… Trato de no pensar manteniéndome atento en lo que hago. Esto resulta. Dejo la pensadera para la hora de las elaboraciones más o menos literarias en las que no me queda otra que cavilar en qué rima con qué, y en si será aquel (fíjese usted que en el vastísimo idioma castellano no existe palabra que rime con tiempo), un adverbio apropiado… Pero para la vida la verdad que basta con la observación y el trabajo. Una cosa lleva a la otra, y así…, hasta que se nos acabe el tiempo con o sin rima.

Observar sin pensar equivale a atender sin juzgar. No es fácil porque en lo que pensamos en ello comenzamos las evaluaciones y se nos jode todo. Pero observar y darse cuenta es un proceso automático, que sucede en un nivel de la cabeza que es más corporal que cualquier construcción densamente cerebral… Es como darse cuenta de que los pájaros cantan cuando escampa. No importa por qué es que eso sucede, sino que con esta información sabemos cuándo se puede continuar caminando sin temor a remojarse… Ya me puse esotérico… Discúlpeme usted…

No negaré que he estado mejor. Quién sabe cuánto. Pero no exagero al decir que eso no me importa en lo más mínimo. A estas alturas de mi vida veo con mucho agrado que el idealismo no me ha robado por entero la potencia pese a que hoy entré oficialmente en la edad de un cierto tipo de vejez pues se me partió una muela (y tal vez esto parezca una enormidad de mi parte, pero es que yo fui indestructible hasta éste momento. Piénsese que yo fui tres veces en mi vida al odontólogo: dos a acompañar a mi mamá cuando era un niño, y una vez a hacerme una limpieza, ya adulto)… Que mi voluntad aun late con tozudez. Que veo con claridad qué pertenece a la esfera de las ideas y cuál de ellas es la que se vuelve contra mí con ánimos de sojuzgarme… Y no me la calo… ¡Que venga mi creación a fastidiarme la existencia! ¿Con qué derecho?

Soy a un tiempo un hombrecito y un hombrezote. Soy muy chiquito porque el universo es demasiado grande y esto está por completo fuera de mi alcance. Pero soy un hombrezote porque mis ideas crean tormentas horribles dentro de mi cabeza pero son incapaces de hundirme el barco… Ya me hundiré cuando me muera… El capitán Ajab era un imbécil al igual que su ballena improbable.

Ahora te dejo tranquilo, querido lector, esperando que tu salud se mantenga inmejorable, que tu dios decida dejar de vengarse, que tus miedos recuperen su nivel anecdótico…, y que tu voluntad permanezca impávida frente a las veleidades corporales.

Yo estoy vivo…

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