jueves, 15 de diciembre de 2011

¿Cómo escribo esto?




“’People do not understand the limits
Of tyranny’, said Vetinari, as if talking to himself.
‘They think that because I can do what I like
I can do what I like. A moment’s thougth reveals,
Of course, that this cannot be so’”.

Terry Pratchett.
Unseen Academicals. P54.
Harper Collins Publishers. 2009.


Entiendo perfectamente por que algunos maestros consideran la escritura como el camino que más nos aleja de las enseñanzas del Zen. Y estoy completamente de acuerdo con ellos.

Escribir es un ejercicio del no estar aquí. Ni siquiera es lo contrario, quiero decir que hay que estar aquí para referir algo que no sucede en este momento, pues ahora, lo único que hago es escribir.

Me abruma la simultaneidad de la vida. Y lo hace nada más que porque pienso en ello cada segundo. Cada instante de mi existencia. Una especie de híper consciencia de utilería de la que afortunadamente no logro sino ver una cara cada vez, situación que me lleva derecho a pensar en que la vida es un fenómeno regido por un tirano. No por un grupo o una clase.

Un sólo ente: Lo… Lo rige solo.

Lejos de mí la pésima idea de la denuncia. Pésima y aun peor por lo infructuoso del esfuerzo si es que aquella fuera la intención. No, los tiros no vienen por ese lado.

Ocurre que me cansé, o más específicamente debería decir que me auto rebatí la tesis de la estupidez humana por simple y llano cansancio.

También está el hecho de que con la edad he ido perdiendo la férrea convicción de que los estúpidos son los demás. A estas alturas de la vida albergo serias dudas sobre el tema… No voy a negar que en esas circunstancias lo mejor es cambiar argumento aprovechando de mandar a Sartre a lavarse bien lavado ese culo.

Y sí, me gusta echarle el ojo a la historia también con intenciones de amateur muy serio. La verdad es que existen tantos indicios de que la humanidad sea estúpida por completo, como de que somos draconianamente regidos por un tirano muy minucioso. De esa tablita me agarro, como los partidarios del creacionismo a quienes respeto mucho por razones que yo me sé -no preguntes-, para saltar la talanquera de las convicciones.

Lo admito: podría ser que esta tesis me llevara a la larga, seguramente, a caer en la creencia. Y si esto llegara a darse, ya me verás tú argumentándolo con mi mayor artillería de silogismos disponibles para el momento. Y no, no lo tildare de nefasto.

Mi tarea en este medio no es la de compendiar eruditas y enmarañadas historias. Dejemos eso en manos de los catedráticos que reciben dineros por sus esfuerzos. Yo, ya lo dije, soy sólo un amateur…, bueno, y un soñador, y un idealista, y tantas otras cosas por las cuales una bróker bien intencionada me miraría con profunda y autentica conmiseración –lástima pura y dura-, honestamente, además.

Pero lo que sí haré será confesarles que estoy consternado. Completamente removido desde más abajo que mis cimientos.

No sé ni siquiera cómo escribir esto que tengo atravesado en mi plataforma no Zen y que no me deja salir ni entrar más nada. Es como un cigarrón impertinente.

Y no lo digo por el tambaleo de mis estructuras ni la evanescencia de mis convicciones más profundas, todas preliminarmente precarias, además, como corresponde a uno que ha vivido siempre “junto pero no revuelto”. Alguna vez pensé que era el resultado de mis ínfulas de superioridad, pero después me di cuenta de que todo era porque no entendía nada –ahora por lo menos eso entiendo-.

Es que de este lado del mundo, por cosas de una aparente remisión del caos (más que del caos, de la entropía…, acción que consume grandes cantidades de la energía mundial disponible, no hablemos por qué manejos, pero que indefectiblemente pasa por debajo de los edredones y por dentro de los convulsionados lavaplatos victimarios de la sobremesa originando una yincana con guzpatarra y a ver quien agarra la escoba primero), la presencia tiránica de Lo es muchísimo más patente y el ego tiene asignada una tarea que lleva a cabo de un modo un poco diferente al que se le suele imponer en otras latitudes.

Allá -en mi residencia dentro del anterior sector postal- la nube de polvo, el ruido, el brillo del sol, el termostato ajustado al máximo (o al mínimo según se vea), la lluvia que te lleva en torrente, la sequía que te reseca, las autopistas llenas de fenómenos desencadenados, la profusión del malandraje, la generosa risa, el riego con alcohol, las bolsas plásticas pegadas en los cardones, en fin, la vida cotidiana, hace que todo parezca culpa de nosotros mismos. O del universo, como dicen algunos yendo de menos a más. Es decir “lejos de si las culpas”, o “dale vos primero que a mí me da mucha risa”…

Pero aquí, en frio (ampliamente hablando), puedo poner las cosas en perspectiva gracias a la distancia y ver que la humanidad no es estúpida. Ciertamente es como tiene que ser. Como Lo manda. Ni más ni menos.

Pongámoslo así a ver si logro explicarme sin zaherir a nadie: Cuando yo era niño en mi casa mandaba mi Papá. A mí no me cabía duda. Eso se nos decía y a nadie (siendo yo ese nadie) se le ocurría dudarlo. Lo mismo que con el Presidente de la Republica. Lo mismo que con todos los otros cuentos y con la historia en general. Con decir que hasta una buena aspiradora compró en una casa en la cual la única alfombra que había estaba encima del tanque de la poceta y era horrible.

Había un designio superior que yo no ponía en duda porque ni siquiera se me ocurría que pudiera algo ser de otro modo.

Claro que dada mi naturaleza, digamos inquieta, las cosas comenzaron a caer por su propio peso, y bué, ahorremos palabras contando nada más el resultado que es que aquí ando lidiando con el Zen o no Zen (he ahí la vaina)…

Estoy dando más vueltas de las que acostumbro dar antes de llegar al tema que me ocupa porque, lo confieso, no encuentro como abordarlo limpiamente.

Lo no me deja, y aquí me cuesta mucho evadir su mirada. Hasta me da algo de miedo. Qué cosa más extraña. Me dan un poco de miedo también los semáforos y los 4way stop.

En alguna ocasión anterior hablé de Lo. Dije quién era y dónde, en la escala de la autoridad, se halla. No quiero hablar más de Lo porque me disgustaría mucho. Es decir que está en sus manos hacerme disgustar de modos -“lovecraftianamente” hablando- indecibles, y tengo pruebas de ello que bajo ninguna circunstancia sacaría a la luz… Así que discúlpenme si no les suelto más detalles al respecto.

De modo que -confía en mí que sé de lo que estoy hablando- irrebatiblemente (por lo pronto) la conclusión es que la humanidad no es para nada estúpida. Sabemos sacar adelante la tremenda e incomprensible misión que nos ha sido encomendada y que está grabada en nuestro código genético por orden de quién ya sabemos llevando nuestras actividades más allá de lo obviamente pernicioso para nosotros mismos, nuestros hijos, nuestros nietos, y todo el que se atreva a nacer. Somos excelentes soldados del ejército de Lo, y nos vale mierda la ecología, lo sostenible, y demás mangas de chaleco, en aras del cumplimiento cabal de nuestra misión. Somos buenos, desde ese punto de vista. Desde el punto de vista de Lo apenas somos. Si acaso. Pero aquí estamos.

Vista y aceptada la inextricable (y no por gusto) tesis por bondad e indulgencia suya, mi querido lector, tratemos de aplicar esto a mi realidad Zen actual.

Actividad dificilísima porque la escritura es la menos Zen de las actividades, y porque temo mucho contravenir a Lo contrariando por pura impericia idiomática a esta -digamos- recesión del caos (o de la entropía, que tanta precisión no me ha sido asignada aun en mi rol actual) que me ha hecho caer en un extremadamente acogedor sitio, frente a una computadora a la que puedo comprender, abrigado con un excelente cárdigan de regalo, y el inconmensurable tesoro que significan tres horas completas disponibles para escribir.

Intentemos pues, entrar en el tema. Aunque no me auguro mucho éxito.

Quemar recalienta la atmosfera, no hay que dudarlo. No es sólo un tema de temperatura. Confluyen en el hecho también los gases y demás desechos producidos. Desechos. Productos. Todo es según el cristal con qué se mire.

Sin embargo, para obtener mejores siembras los conuqueros echan candela a sus conucos. Para cerrar viejos amores y dar cabida a los nuevos los románticos incendian sus cartas y fotografías. Para fundir el metal necesario para hacer cosas útiles los artesanos prenden fuegos en sus hornos. Para impedir el retroceso de las tropas los generales queman sus naves… Y para movernos hacia “adelante”, nosotros, hemos incinerado cada vez todo lo anterior… Lo curioso es que es imposible moverse hacia adelante, ni siquiera en el tiempo. Uno se mueve y el tiempo transcurre, siendo, en ambos casos, competencia de la percepción…

¿Qué hemos obtenido con cada quema? -Ciertamente todo lo necesario para andar nuestros caminos que nos han permitido llegar a este momento- que ya se está esfumando para darle paso a este otro momento…, e imagínese usted el resto sin caer en los usos de Ireneo Funes por favor. No hay que exagerar.

¿Y qué hay en este momento aquí y ahora? Es extraño. Mi viejo y pasado de moda ego, que por obsoleto y periclitado (¡toma cedulazo!) caerá pronto en desuso, con pugnacidad acérrima me trae a la memoria todo lo que no hay en este momento. Pero no mira hacia delante ¿Cómo hacerlo? Mira hacia atrás ¿Cómo lo logra? Mira la hoguera en todo caso. Mira hacia la pira funeraria de lo que se quemó nada más que para cerrarle el paso a las opciones retardatarias, o lo que cree recordar de esos momentos.

¿Y qué hay en este momento aquí y ahora entonces? -Insisto-: hay, se me ocurre describirlo así, un puerto de comunicación paralelo presentando un nodo de opciones totales. Perdimos la trocha. Durante la noche se nos terminó y el amanecer nos agarró en medio de una planicie de superficie firme sobre la cual nuestros pies no dejaron huellas.

Salimos juntos, en grupo compacto, desembocando dentro de otro grupo compacto que caminan su camino apoyados con todos los mapas, artefactos, métodos, y destrezas disponibles. Lo se los dio y ellos los usan ampliamente en su homenaje.

Mi habilidad (la que Lo me dio para otros fines) de orientación no funciona bajo estas circunstancias, y quiéralo o no, me tengo que dejar llevar por el grupo. Es lo que tengo que hacer: aceptar que en este momento no soy un buen jefe de misión. Porque es que ni sé a que sitio puedo tan siquiera ir o no ir pues no sé lo que hay o deja de haber…

No sé lo que quiero, no sé lo que debo, no sé lo que puedo. Necesito tiempo y tengo poco.

Soy, de nuevo, un niño… Un niño de la selva parecido al de Kipling, con pequeñas diferencias como son la edad, las responsabilidades, los compromisos, y la más tremenda de todas: la inmensa explanada carente de hitos conocido en las que vinieron a dar mis huesos… ¡Qué ocurrencias las de Lo! Pues si vuelvo a ser niño tengo el tiempo de sobra otra vez. O tal vez justo el que necesito, que no es lo mismo pero es igual.

Entonces sí que sé qué quiero. Quiero lo mismo. Lo que no pude obtener trepando por la cara de sotavento del médano. Quiero mi lugar en el mundo para compartirlo con ella. Nuestra parcela acogedora de tranquilidad para disfrutarla con ella que amo tanto y tanto, sea con el cárdigan de regalo, sea con mi suéter indescriptible, pero con ella…, hasta que la rana eche pelo…, hasta que la mar se seque, como dicen en la tierra que acabo de dejar.

Debo una montaña aun no tasable de apoyo, ayuda, hospitalidad, y más, mucho más, pareciendo por lo sucinto que fuera poco, pero es enorme…, inconmensurable… Los allegados saben de qué hablo y espero que sepan interpretar lo críptico del mensaje. No quiero abundar para no ir a meterme en líos con Lo. Le tengo mucho miedo.

Puedo… Puedo exactamente lo que puedo. En este momento que ya se desvanece puedo aporrear las teclas con mis tres o cuatro dedos literarios (los demás miran hacer y se están tranquilitos como el hombre del cuento que le daba de comer a los monos tripulantes del cohete a Marte) y contarles que sólo se puede lo que se va pudiendo. Ni más ni menos.

La vida es un fenómeno binario, digital, por mandato de Lo. Pero está dispuesta su percepción de modo analógico para que nos quepa en el lenguaje, que también es binario pero con pretensiones.

No se puede estar más o menos vivo, así como no se puede ser más o menos infeliz, ni estar más o menos jodido, o más o menos endeudado. Cuando abres el contacto, eliminas las posibilidades. Cuando cierras el circuito “todo” está ahí.

Todo lo disponible, claro…

Todo lo disponible queda sujeto a nuestra habilidad para percibirlo y apreciarlo. Si no, es como si no existiera porque de hecho no existe nada que no podamos percibir… O sí, qué importa…

Ya dije que la precisión no forma parte del rol que me fue encomendado por Lo.

¿Entonces, qué no hay en este momento?

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