viernes, 2 de diciembre de 2011

¿Quién me rompió los corotos? O La más grande de todas las conspiraciones.


“Alguien ha dicho que el patriotismo es el
Último refugio de los canallas: los que no tienen
Principios morales se suelen envolver en una bandera,
Y los bastardos se remiten siempre a la pureza de su raza.”
Umberto Eco.
El Cementerio de Praga. P. 453.
2010. Edición Random House Mondadori, S.A.


No me interesa la respuesta a la pregunta.

Tampoco una ampliación de parangones aplicable a la segunda parte del título.

Después de pensarlo un rato me doy cuenta de que no tiene ningún sentido averiguarlo ni cambio alguno de punto de vista es necesario. Porque ¿para qué? Los corotos se quedarán rotos y el ser humano seguirá machucándose los dedos en cuanta puerta consiga por delante.

Además, de los estropicios causados resultará una bella oportunidad para ejercer mi oficio favorito, como es el de restaurador…, y bueno, por qué no, también el de quejica…

Sí, llegó el famoso baúl que envié desde la Margarita antes de emprender mi viaje para acá. Había tomado, pensé, todas las previsiones: buen embalaje, lista detallada de contenido, objetos de valor sentimental preferiblemente, envío hecho justo antes de venirme para no poner a nadie aquí a cargar ochenta kilos de recuerdos… En fin, lo razonable incluyendo en la suma de criterios la envidia, la insidia, la maledicencia, al bobo de la pelota (personaje omnipresente), y también al cancerbero bastardo tan en boga.

Pero no lo puse a salvo de mi propio idealismo.

El baúl es el mismo que trajo nuestros corotos de Inglaterra (uno de ellos. Originalmente eran tres, como las carabelas) hace más de cuarenta años. Lo limpié, lo reforcé un poquito, lo remocé algo también ya que él es un recuerdo en sí mismo, lo cargué de objetos diversos (los más difíciles de sustituir por sus características singulares), lo llevé a una empresa de transporte internacional (no diré cuál porque no se trata de entrar en polémicas estériles), pagué por el servicio, y lo envié encomendándoselo equivocada y descreídamente –lo admito- a un descanonizado ex San Cristóbal, otrora patrón de los viajeros.

No conté con la Gran Conspiración…

De verdad que hubo toda un gama de elucubraciones acerca de su paso por no sé cuál comisión en no sé dónde (sí sé, ambas cosas, pero de qué me sirve) justo antes de dejar Venezuela, que solucionamos poniendo como remitente no a mí sino a alguien (suena feo eso de “alguien”, pero esta vez no quiero, expresamente, nombrar a nadie ni para bien ni para mal) que se quedaba allá por si era requerida su presencia en alguna muy posible (casi segura, pero insegura) revisión…, claro que un optimista acérrimo como yo no sirve para hacer buenos cálculos dentro de la realidad cotidiana de lo que en verdad sucede, por más que me afane.

Bueno, el baúl llegó ayer… Y yo cada vez comprendo más a Paco Ibáñez -sí, el de Mortadelo y Filemón-…

Hoy me di cuenta, una vez más, de lo real que resulta (al mismo tiempo de lo poco que profundizamos en las causas y motivaciones) la destrucción sistemática de los principios éticos en esa mierda que nos ha dado cortamente, por llamar sociedad…, o sociedades…, que sumadas conforman eso que tan discutiblemente llamamos civilización…

No, la verdad es que no me dolió demasiado que una panda de ignorantes insensibles e irrespetuosos nos rompieran esculturas, agujerearan lienzos, rasgaran serigrafías, arrugaran acuarelas, torcieran bronces, y serrucharan tallas de madera. No, no me dolió tanto. Todo lo que echaron a perder, o casi todo, está al alcance de mis conocimientos de restauración, y en su momento los podré reparar. Lo que no, puede muy bien ir a dar al pipote de la basura sin demasiado dolor de mi alma, salvo, lógicamente, el de haber pagado caro por el transporte de lo que devino en basura. Basura fue casi lo único que pude rescatar de allá, para traerle a mi familia…

Pero tal desarreglo me hizo pensar, una vez más, ya no en “a dónde va a ir a parar Venezuela por el camino que lleva”, tema que en realidad no me quita el sueño desde hace algún tiempo y por más de una razón, sino “qué fue de la ética y de su importancia para la vida en sociedad”. Me refiero a la ética así, en abstracto…, o más bien, en absoluto (sí, así, ambiguamente). Porque puesto así, como resultaron las cosas, parece que el cargo no es de protección, sino de destrucción… -Aclaro: no es que estuviera mal hacer la debida revisión a fondo, sino que no veo el sentido que puede tener hacer de obras de arte, papel toilette usado.

Aquí me doy de narices con mi propia ingenuidad. Los vestigios bibliográficos apuntan inequívocamente hacia que nunca existieron principios éticos en ningún tiempo ni lugar -la ingenuidad perniciosa del idealista-…, voy entendiendo a Nietzsche -¡maldita sea!-.

Sabemos que el ser humano en un bicho perfectamente amaestrable, domesticable, susceptible al condicionamiento y a la obtención de él de la respuesta automática deseable. Bastan método, mano dura, y tesón. Igualito que el frasco para amaestrar pulgas, y las pulgas, claro…

Según entiendo, a través de la historia se han utilizado múltiples buenas ideas para lograr la domesticación del ser humano. Excelentes buenas ideas, las cuales, una vez llevadas al extremo, como le pasa a todas las buenas ideas, han dejado de serlo. Es decir que alimentarse es bueno, pero ya la gula es dañina…, por ejemplo. Dios fue una excelente buena idea en su momento, pero al estirarlo demasiado pasó su límite de elasticidad y se degeneró por culpa de la hipócrita beatitud utilizada para la obtención y preservación de un poder que rebasa los límites naturales de la muerte.

Tal vez el punto más débil de la capacidad de razonar del ser humano radica en la ingenuidad. Sobre todo cuando se le adjudica a los hombres una supuesta igualdad entre ellos (nótese que me excluyo por obra y gracia del desparpajo no más).

Sí, tal vez desde un punto de vista más fisiológico que otra cosa exista un cierto parecido entre el australopiteco que me rompió los corotos y yo. Lo admito. También a él le molesta que no le alcance la plata para vivir como él quiere, y le gusta el whisky de dieciocho años. Seguro. Muy probablemente, de poseer una parcela de poder parecida a la de él, yo tampoco querría dejarla y la ejercería a conciencia. El asunto está en que por algo no la tengo.

Pero existe un abismo insondable también entre ambos.

Ciertamente todo es parte de lo mismo, y la materia no sólo está compuesta por protones, neutrones y esas pequeñísimas partículas de la misma calaña. Además está el espacio entre dichas partículas.

La humanidad también está hecha del espacio que separa a los seres unos de otros. Y por lo que intuyo nos iguala más lo que nos diferencia -¿pura ingenuidad?- déjeme usted divagar…

Aquí caben las preguntas: ¿Por qué ese espacio? ¿Cómo se logra? ¿Para qué?

Son buenas cuestiones ¿no?

Si no ando tan descaminado, creo que ese espacio es utilitario meramente.

Le sirve a alguien que está en la cúspide de la pirámide del poder: a Él, y con la finalidad de evitar aquí vanas interpretaciones sexistas y demás monsergas intrascendentes, llamémoslo “Lo”. Así, con género indeterminado e indeterminable por carencia tanto de estrógeno, como de testosterona, siendo su única materia, la gris.

No hablo de la miseria de poder que ostenta un bastardo aprendiz de héroe de opereta que a su vez le sirve a intereses que ni siquiera llega a atisbar en sus pesadillas más locas. No. Hablo del Rey. Del personaje menos infantil de todos, carente de género como ya dije, y sólo digo El Rey por ser más indeterminado que La Reina… Hablo del único que no es ingenuo. De ese que sólo sabe aquello que tiene que saber y no es susceptible de ser descentrado porque él es el centro, el centro es Lo. El tipo que sostiene el cetro inteligentemente heredado en línea directa del Supremo Inventor, quien también es Lo. Aquello –Lo- que inventó a dios, al socialismo, al zar, al diablo, a Marx, a las tablas que supuestamente están guardadas dentro del arca de la alianza que alguna vez fueron rescatadas por los templarios del palacio de Salomón porque para los Adeptos encierran el principio de Las Proporciones entregadas por Dios en persona a Moisés… Hablo del Lo que inventó también a éste…

Me refiero al Lo que come de todos pero de quién nadie come.

Lo sabe que la humanidad está compuesta por tres tipos básicos de gente: los héroes, los pícaros, y los borregos. Todos perniciosos y necesarios entre sí multidireccionalmente.

A su vez, cada grupo de gente ha quedado más o menos subdividida en tribus que también son más o menos la misma cosa (materia) pero que al ser, digamos, disueltas en distinto soluto producen soluciones completamente diferentes, pero iguales en el fondo sin decantación mediante. De ahí que seamos -qué sé yo- carbono, nitrógeno, calcio, un par más de minerales y escasos oligoelementos, pero nos demos tanta maña para romperlo todo de mil y una maneras, tan destructivas, como aburridas.

Me refiero, como es fácil deducir, al cinismo, al idealismo, al abstrusismo (neologismo, creo, no sé si de mi propio cuño que pretende señalar directamente a la calidad y cualidad de abstruso. En todo caso asumo mi responsabilidad en esto así como en lo demás y afronto lo que devenga de ello), y a toda tendencia capaz de convertirse en escuela, en modo de pensar, y hasta de comportamiento tendiente a ser llevado al extremo: -Póngale a su idea (cualquier, cualquier idea) el sufijo “ismo” y cáguela por completo”-…

Ése ser que está arriba –Lo- en la ya mencionada cúspide, es el único que no tiene imaginación, que no tiene ideales, que no anhela nada. Es una especie de buda que se encuentra, por causas de su misma claridad, completamente afuera de lo catalogable como humano. Sólo se sirve de la humanidad, y al mismo tiempo mantiene los engranajes girando para que la vida continúe, manteniendo bajo control los daños que por imbéciles nos causaríamos de no estar Lo para dirigirnos.

Lo no es bueno, Lo no es malo. Está claro. Ningún adjetivo lo alcanza, ningún adverbio le afecta. Lo es el sustantivo por antonomasia.

Debajo de Lo, en el escaño sobre el cual su trono se sustenta, existen cuatro personas (seres humanos, porque como ya dije no se trata de sexismo aquí) que ni siquiera le comprenden parcialmente, y están ahí nada más que por la ilusión de la sucesión.

Nadie le sucederá entretanto no desaparezca el anhelo. No puede haber estupidez en el sucesor al trono, pero mientras sean estúpidos podrán transmitir fieramente las instrucciones de Lo, y así continuar con la cadena que amarra la pirámide que no por error (ni casualidad) se convierte en la alimentaria.

¿Por qué cree usted que existen las religiones? ¿Para qué son creadas (y recicladas continuamente) si luego entrarán en una profunda degradación que las llevará a ser las más temibles de las armas? ¿Para qué son las fronteras? ¿Qué papel juegan las políticas? ¿Por qué hacer una enorme represa hidroeléctrica donde viven indígenas?

Todo, absolutamente todo es para refrendar ese espacio interparticular que nos conforma, para, de alguna manera crear diferencial de potencial. Ya sabemos que la potencial es la más barata de las energías, y si nosotros lo sabemos, Lo, lo sabe de sobra.

Cuando nos creemos librepensadores, cuando nos juramos que somos justos, cuando invocamos la equidad, la igualdad, la legalidad, y tantas otras bellezas ideales, cuando nos autodefinimos sensibles o pragmáticos, ridículamente gregarios o apolíticos, o cualquier otra cosa que nos alumbre nuestra escasísima y cobarde mollera, no hacemos otra cosa que proporcionarnos el combustible que necesitamos para correr dentro de la rueda del ratón, aquella que gira y gira y gira y no va a ninguna parte por más que terminemos el día agotados y con el corazón contento por haber dado cumplimiento a otra jornada deontológicamente correcta… Deontología de Lo, que nunca llegaremos a comprender ni aun siendo Iniciados en las Altas Esferas del Esforzado Adepto Adelantado por culpa del anhelo.

Ese cromañón -o tribu de ellos- que nos rompió nuestros corotos dista tan al oeste de nosotros, que ya es el este. Lamento decirlo, pero así funciona el espacio que nos separa por no ser infinito. Hace el papel que Lo le asignó al igual que usted, o que yo, y todo el que quepa en la caja de los pronombres… Espero que nunca se dé cuenta, pues si lo llega a medio sospechar, esa breve brecha que lo separa del borracho conocido que se cree, al alcohólico anónimo que por motivos de crisis de identidad y depresión laboral es, se cerrará en implosión y morirá lenta e ignominiosamente. Eso sí, heroicamente arropado por su bandera.

A mí no me preocupa ser éste obsoleto engranaje en la máquina de Lo, pues lo soy. Lo soy a sabiendas. Lo soy porque no tengo otro remedio en mi calidad de idealista pernicioso al igual que lo sería si Lo me hubiera encomendado el cargo de “El Cancerbero de los Confines del Tinglado Incierto de un Tártaro de Opereta” –¡El multiverso cuántico se apiade de mí!-…

Pero él -o ellos- (cromañones y australopitecos hechos más de vacío que de materia, sin hablar de la gris) juran que son dueños de algo, y no son más que ese maloliente lubricante pesado (que se usa allá, dentro de esas cajas oscuras donde se esconden los engranajes, que encima de obsoletos, son burdos) que no dista mucho de ser, lo que originalmente era: vulgar mierda de dinosaurio.

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