domingo, 24 de marzo de 2013

Vlorë.



... Te enseñan cosas que tú no sabes,
Pero te piden que creas
Porque no hay forma de traer esas experiencias
A la realidad objetiva….

Osho, Zen, The solitary Byrd,
Cuckoo of the Forest, cap. 6.

Siempre me obligo a tener presente que para emitir un juicio necesito establecer una matriz de referencia previa en el cual basar todo el asunto.

Para saber quién dice la verdad, tengo que saber qué es mentira.

Para saber quién es carnívoro tengo que saber qué es un vegetariano.

Para tenerse como ateo es obligatorio conocer de cerca al creyente.

Quién se opone a quién.

Bueno, todo esto por aquello del péndulo. No el que nos trae locos desde una antónimo a otro, sino el ilusorio, el que nos lleva de esperanzados a fanático. Porque fíjate tú que como yo lo veo éstos no son antónimos, sólo son complementos.

Me refiero a que cada extremo de una cuerda es parte de la misma cuerda, y así como se correlacionan y no existen independientemente “amos y esclavos”, no hay una cuerda que no tenga dos puntas genuinas. O tal vez sí, pero hay que ponerse creativos, y ¿para qué?

Digo que no hay manera de ser una cosa sin verte obligado a asumir una mentira horrible que viene a ser lo mismo que dejar fuera de la ecuación consciente o inconscientemente una vasta porción de la realidad lo cual le otorga un cierto carácter siniestro a la actitud de tomar partido, porque obligatoriamente hay que tomar partido en la vida, dejando afuera todo lo demás.

Sé que existe cierta cantidad de razón en eso de dejar fuera una parte a propósito, pues si no ¿Cómo declarar un culpable que nos redima? No somos sólo átomos, también somos el espacio entre ellos ¿no?

En mi carácter de observador del comportamiento del ser humano (no sabiendo a veces si incluirme en el lío o no) agradezco profundamente a la modernidad loqueras “big brother” tales como las redes sociales contentivas de boticarias totalidades.

Las personas, escudada tras el anonimato de una pantalla en la que figura una imagen que las representa en alguno de los niveles de la esperanza, pero a la vez en modo protagónico por la misma razón se atreve y van y dicen y desdicen enormidades irreflexivas impunes porque el soluto es vasto y dinámico (por lo tanto estéril en ésta nuestra dimensión conocida), y lo que sea que hayan puesto ahí desaparece tras la tercera actualización.

Yo, espectador y parte del elenco al mismo tiempo (inevitablemente al final) pero en otro espacio que colide por vainas de la espuma cuántica, miro y disfruto.

Cierto, no siempre es placentero. Pero ¿qué es el placer? No se espante, no voy a disertar sobre el tema. Sólo dejo la pregunta en el éter.

Comprendo a Nietzsche cuando pone al socialismo y al catolicismo en la misma olla, aunque sé lo que opinan de eso allá en el Vaticano.

Comprendo también cuando habla del dañino idealista incapaz de moverse para cambiar su entorno (cambiarse de, o cambiar al) y con ello su realidad.

Comprendo cada vez más al cínico que me habita ¿no dicen que el que cambió lo hizo porque sufrió mucho, aprendió, o se cansó?

Les voy a contar que viviendo en mi Albania natal fui impelido a dejar mi clan porque mi hermana se enamoró de un mafioso ruso al cual embosqué una noche y con un tubo del diámetro adecuado castiguele duramente y de un solo golpe en la zona conocida como “la pata de la oreja”.

Tras el incidente mi padre (patriarca de un clan tan subdividido en facciones, centrífugo, con alta tendencia al fanatismo, cuyos falangistas lideres resultan a la vez infantiles y jactanciosos, crueles, incapaces de calzar el zapato ajeno siendo ajeno cualquiera que frunza el ceño ante alguna de sus lapidarios sinsentidos. Gracias les doy), tristemente avergonzado debido a que su delfín hermano habíale acusado públicamente de “istriónico” (sic) así mismo, sí, sin “H”, aconsejome huir por la derecha bordeando los Balcanes hacia Trieste y por eso lo hice por la izquierda por el canal buscando Otranto en un bote rápido de unos contrabandistas de un clan amigo.

No pude cruzar a esa italiana localidad pues cierto avieso radar situado en la isla de Sazan nos obligó a dar un rodeo por el sur que inevitablemente me depositó en Sicilia. Allí escuché por última vez palabras en mi idioma natal (Drejtuar mirë të vdesin, algo así como Mejor correr que morir) y me sentí en casa: agreste, pésimo clima pero excelente prensa. No vi ni un sólo espécimen de Serval, y perdí interés rápidamente decidiéndome a llevar mi huida un poco más lejos para convertirla en búsqueda de vida, de verdad. Fue así que embarqué en un pesquero que zarpaba con rumbo a Génova.

Mi paso por ahí fue corto. Se suponía que tenía amigos en esa ciudad, pero uno real, no encontré ninguno. Algunos aprovechadores que viéndome sucio y sabiéndome hambriento me propusieron solamente trabajos de poco lucimiento y fue lo más que pude conseguir. Aprendí a alimentarme de  sobras y empecé a notar algo raro al comer de las verduras con ojos que me miraban muertas desde el fondo sopeteado de una Bagna Cauda dejada por opulentos bebedores de un Barolo tan bueno que permitía voltear el vaso y tener tiempo de ponerlo abajo para atajarlo. En fin. Pasé hambre y frío, y humillaciones inconcebibles para alguien de mi linaje…, situación que me estimuló a seguir mi camino más allá de la frontera francesa. Condenados piamonteses…

Tristemente lo hice en temporada baja por lo cual el hambre regresó pronto y me obligó a asesinar ingentes masas de tomates inocentes e indefensos que encontré en el camino que me llevaría a la casa de un conocido en alguna parte de la Costa Brava, para alimentarme. Acción que llegó a preocuparme bastante porque no soy un cobarde y si hay algo que detesto es hacerle daño a un ser indefenso e inocente. Pero con frío y zapatos rotos, todo vale, pensé.

Trabajé en la cosecha de olivas, en la siembra del pimiento, cuidando mulas, lavando autobuses, luego embarqué de nuevo e hice de marinero, cocinero, enfermero, y barbero. Le hice casi que de todo, pero jamás de minero. No me gustan los usureros ni las putas ni los corruptos guardias de fronteras y minas, y pido perdón.

Desembarqué en Almería buscando a otro amigo y pensando que si en Albacete caga y vete, en Almería sería alegre el trámite. Pero no, de ahí seguiría a pie rompiendo zapatos como siempre pues mi amigo habíase mudado a Barbate.

Caminé, sí, y esta vez di buena cuenta de naranjas además de tomates. Me sentí un criminal de la peor ralea por no darle a las frutas, la mínima oportunidad de huir. Las tomaba vilmente directo de la mata. Culpable de mí.

Pasé mas no crucé el estrecho de Gibraltar y finalmente alcancé las playas (afortunadamente porque a esas alturas ya andaba descalzo) comenzando la temporada alta gracias a lo cual me resultó fácil colocarme de mesero en un bar llamado “El séptimo cielo” que tenía afuera banderas de Suecia y adentro muchos nórdicos borrachos. Bebían alcohol casi hasta morir noruegos, suecos, daneses, y alemanes, pero había un cartelito afuera que ponía “no aceptamos finesas”…

Allí conocí a Haajar, una inglesa musulmana del ala liberal (Bektashi, creo) que tiene una tienda de diseño en El Cairo y que además es una contra alto lírica muy solicitada como la Alisa de Lucia de Lammermoor de Donizetti. Con ella hice una conexión rápida que se convirtió en una buena amistad completamente “desfreudianizada” porque yo soy Romaní y ella musulmana. Yo soy mesero (y bueno, también soy ayudante de unos arqueólogos que están desenterrando unas ruinas de una factoría de Garum de la antigua Roma que queda por el camino de Tarifa al cual acudo en una bicicleta prestada) y ella una celebridad, yo soy marroncito y ella blanca, sobre mí pesa una maldición y ella es un soldado de Alá… Pero, siempre hay un pero, ella necesitaba quien la protegiera y yo necesitaba sus propinas… Ya aprendí a tragarme el orgullo, bocado que no alimenta pero su desaparición permite verle la calva a la oportunidad.

Pasaron los años, tal vez dos, y con ellos sus veranos… Si no has pasado un verano en Barbate has desperdiciado tu vida miserablemente, y la verdad es que haber pasado dos me hace inmune a toneladas de mierda que he llevado ya… Y fue que un día apareció de nuevo Haajar, como en la Sura 115, aquella del Maltés, flanqueada por dos personas amigas de ella: uno ruso al cual descarté de inmediato al saberlo ortodoxo, y una sueca a la que me incorporé en el mismo acto al verle esos ojos (verdes que a veces son marrones) que para mí son igualitos a los de Sara La Kali porque para esa gachí ya tenía nido en mi alma y ella tenía robado mi corazón.

El ruso, sobra decirlo, era un espía desincorporado de la KGB por culpa del final de la guerra fría a quien la mafia habíale dado empleo y una nueva concepción de patria por medio de la cual seguir existiendo. Su misión actual, búsqueda y localización de éste servidor. No para darme caza como a un jabalí, sino para invitarme a la boda de mi hermana porque necesitaban mi ratificación en mi calidad de primogénito del clan ya que el delfín insistió tres veces y se negó por igual número a ponerle “H” a histriónico convirtiendo el hecho en una tragedia grecolatina porque es bien conocido el desprecio croata hacia los de Istrio…, en fin…, en vista de ese comportamiento tan reñido con lo aceptable fue que prefirieron gastarse unos euritos en localizarme a mí quien al fin y al cabo sólo podía acusárseme de irreflexivo por lo del tubazo que al fin y al cabo fue engendrado por un sentimiento de honor, todo para que la incorporación del execrable Tovarishch al clan y juntar las dos familias en una completamente nueva y revolucionaria clase de unión que garantice que todo va a seguir igual.

Pensando lampedusianamente en los políticos que inician una transformación revolucionaria que sólo altera los nombres de las estructuras de poder para garantizar intencionalmente las partes esenciales de éstas exclamé en mi mejor humor “se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi”, eh?... El Tovarishch mirándome con expresión Serval me dio dos días para pensarlo (en realidad tenía más tiempo, pero él quería que le rindieran los viáticos), y a mí me tomó dos minutos elaborar la respuesta en modo de pregunta: ¿quieren mi presencia o basta mi bendición? Dos segundos después me respondía con seguridad: -Tu bendición-. Me lo dijo con cara de quien saca un cálculo sumamente esperanzador por beneficioso. Después me enteré que de sus viáticos tenía que pagar mi pasaje de regreso o mi funeral en caso de que me encontrara ya en proceso de regresión al polvo primigenio…

De su bolso de lino egipcio con cordón de seda dorada, Haajar sacó una pluma fuente que debió pertenecer a Melquisedec y un trozo de papiro finísimo, escribió algo en un primoroso cirílico usando un bellísima tinta bicolor (azul y dorada) y ahora que lo pienso no sé cómo lo hizo de una sola vez, acto seguido, extendiéndomelo a mí.

Después de leer detenidamente lo allí escrito, no en el papel pues nunca se me dio bien ese don, sino en los ojos de ella, rubriqué con mis tres nombres (el que uso en el mundo, el que uso dentro de mi clan, y el secreto que murmuraba a mi oído mi madre desde mi nacimiento y que sólo ella conoce. Este último tuve que garabatearlo, acción que convirtió mi tradición en un simple nudo de líneas ininteligibles para los ojos legos porque confesarlo hubiera significado mi defenestración), dispuestos en triángulo equilátero bajo la retahíla exactamente a “raíz cuadrada de cinco más uno, sobre dos”, del ancho total, como manda la ley.

Por su parte, a modo de confirmación del acto, el Tovarishch propuso un brindis. Vodka, calvados, pastis, y vino joven hubo en las copas esa noche. Una verdadera lástima que no exista el Raki por estos lados, pensé…, pero Arak, Ouzo, y hasta Pernod, funcionan…

Haajar cambió de protector aquella noche llevándose al Tovarishch y mis bendiciones en cirílico dejándome con mi sueca La Kali, relación que me trajo hasta Loveland Ohio porque tras una encerrona de una semana completa en plena temporada alta produjo mi despido por parte de un patrón tan descreído como un exguerrillero derrotado y el robo de mi bicicleta prestada que había dejado en la entrada del hotel lo cual dificultó mi traslado a las excavaciones…, pero bueno, eso no fue tan grave pues mis arqueólogos patrones me pagaban poco y espaciado.

Al terminar esa semana, haberse ido ella de regreso a su universidad y sus estudios, encontrarme desempleado y debiendo una bicicleta tuve que moverme de nuevo.

Me enrolé de grumetillo en un viejo carguero para poder ir a reunirme con Sara La Kali en el cabo del fin del mundo (Cornwall, Uk) donde ella hacía su doctorado en, en algo cuyo nombre no retuve pero que estaba relacionado con ciertas partículas de las cuales, personalmente, prefiero no saber demasiado. Me suena a alguna clase de teología de lo mundano, o algo así.

De este viaje me quedó un cuarto nombre, el incómodo y peyorativo sobrenombre de Simbad que aun ahora me acompaña. Confieso que preferiría ser llamado Odiseo, pero dada  mi indefinible apariencia étnica que me acerca más al árabe escribano (más sefardí que gitano aunque ya pocos conozcan de sus diferencias) que al griego, me dejó irremediablemente pegado al tercermundista y oscurantista remoquete detestable.

Condenado barco ese “Dedalus”…, roto, poli traumatizado, penetrado por el fitoplancton y la lemna, una cierta bioluminiscencia o alguna fuga de radioactividad, tripulado por la hez del fanatismo todos forjadores de verdades y defensores dialécticos de entelequias especulares, como se acostumbra.

Allí conocí y me hice pupilo de un monje tibetano inexplicablemente llamado Gastón. Fotógrafo misógino y omnívoro, pero ejercedor de un sentido de justicia indudablemente meridiano.

Decía que había estudiado a fondo los preceptos del karma y que había establecido que como sostuvo siempre Buda, primer físico cuántico existencialista, también tu crimen y tu castigo al igual que dios y la realidad, eran pura percepción condicionada por lo que los demás dicen que tiene que ser…, “porque fíjate, tú tienes que cazar un animalito, matarlo, pelarlo y eviscerarlo (como se hace con algunos héroes y próceres también ¡qué cosas! ¿no?), desmembrarlo, condimentarlo, cocinarlo, y comerlo. Suena a crimen ¿no? Por lo tanto para tu próxima reencarnación, Krishna, en su inmensa misericordia te hará republicano o social demócrata. Pero ¡PERO! Agarra un indefenso tomate que está tranquilo en su mata, calentito bajo los rayos del sol, destiérralo, lávalo con agua fría, coge un cuchillo sin filo y entre machácalo y mutílalo como le hacía un representante de la santa inquisición española a una bruja no sometida a la ablación (y por lo tanto dueña de sí misma), échale sal, pimienta, limón y aceite de olivas, y cómetelo tranquilo porque Paulo VI dijo que las frutas están en la naturaleza para ser comidas del mismo modo que las huestes de Hitler habían de ser bendecidas, porque las semillas las comes y al cagarlas nacen nuevas maticas de tomates lo cual te convierte en los canales deferentes del reino vegetal… ¡Teorías! ¿Tú cagas en suelo fértil? ¡No! ¡Por supuesto que no! Tú cagas en la poceta la cual teóricamente termina en una planta de tratamiento de efluentes que mata las semillas al igual que cualquier otra cosa viva que llegue hasta ahí salvándose sólo ratas y cucarachas ¡échale la culpa a Ganesha si quieres! Fin del ciclo”…

“Por lo tanto, lo único no kármico sería comer carroña…, o no comer… La carroña se me hace desagradable tal vez por culpa de la influencia que ejerció en mí el medio ambiente, y no comer terminará por matarme lo cual es karmático también y correría el riesgo de reencarnar en héroe inmortal por la gracia de Visnú y te verás obligado por condicionamiento cultural a matar de todos modos no digo inocentes tomates… Veo, no sé si tú lo haces, el por qué de la corrupción de la carne en la política a través del postulado en aquella vieja canción que dice “si alguien roba comida y después da la vida qué hacer, hasta dónde debemos practicar las verdades”  ¿en qué reencarnaría en ese caso? ¿ah? Así que yo, por si acaso documento mi caso fotografiando todo lo que me como…, ¡mira todos los álbumes que tengo!”…

Mareado por la falta de punto de referencia y para nada ayudado por el sonido del agua de la sentina que revolvía sofismas y gasoil en una sopa radiactiva decidí bajarme de ese apenas flotante reducto de la estulticia llamado “Dédalus” en el primer puerto que tocáramos… “Sí, mi pasaporte lo conservaba el capitán como sucede en esa clase de trabajos, pero puedo decir que tener tres nombres me da la posibilidad de tener tres pasaportes (albano kosovares) también. Le dejé ese en las manos al capitán del mismo modo que les dejé la cédula en la mano a tantos policías en época de recluta y me bajé del barco en Santa María de la Mar muy decidido a completar mi peregrinaje evitando todo tomatal, naranjal, y muy especialmente el camino de Santiago porque a mí en bordón me cae simpático y me sabría mal que lo iconoclasta lo tocara.

Decidí también que los Pirineos ofrecían abrigo y alimento para mi descaminada vida en cantidades suficientes como para reencarnar en gorgojo, y por ahí la emprendí aprovechando que sus valles aledaños a la falda oriental estaban llenos de viñedos… Ventaja incalculable si se piensa en la vid manipulada genéticamente más dulce y jugosa, y sin semilla de la cual tenerme que preocupar en ir a cagarla en terreno fértil para evitar reencarnaciones indeseables.

Caminando esos caminos dado que por haberme dejado agarrar de nuevo por el invierno no me podía bañar en los fríos riachuelos adquiriendo pronto la eremítica apariencia de los recoge latas de la margen sur del río Guaire, escondiéndome no totalmente por gusto y un poquito por dignidad de la raza llegué a los predios de una minúscula granja con una verdaderamente chiquita casa de la cual salía de ese momento una singular señora de edad indefinible quien me pilló en descampado mirando  con gula culposa sus naranjas amelonadas.

Ella, haciendo alarde de esa sabiduría inmensa que irremediablemente se le queda pegada a las personas que piensan, pensó que yo querría bañarme, acicalarme un poco, tal vez probar alguna fruta karma free…, y sí, probé…

Más tarde, después de que todo lo que estaba escrito en el inexorable libro del destino (tomo 38 correspondiente a ese momento de mi vida por voluntad de Alá) que sucediera…, o lo que escogimos en virtud del libre albedrío de cada ser pensante y otorgado por otro punto de vista igual de válido pero carente de la visión rotundamente romántica de lo religioso que blande como espada Razón, Verdad, y Justicia, me contó ella que en su pasado llamose Pabla Pace Tebaida Dell Deserto, nieta del Nawab de Castell Nuovo, sobrina chozna por vía materna de Orlando Furioso (lo cual la dotaba a un tiempo de estilo y genio vivo) y hasta me mostró la durlindana, razones de sobra para inducirla a vivir aislada en ese escondido recodo espacio temporal que habitaba como único reino y heredad.

Me preguntó muy tangencialmente que si me interesaba el cargo de Manitas y otras excrecencias ahí, en su lar… Tangente tan oblicua fue aquella que decidí tomarla como salida en vez del cargo ofrecido por encontrarme yo de peregrinaje con motivo y muy motivado además (tomo 38, capítulo 3), y haciendo gala de mis conocimientos del idioma italiano me hice el desentendido en francés tomando las de Villadiego en ruso, puro y duro.

Ella dejó escapar ese suspiro de esposa incomprendida que no esperaba otra cosa realmente, y me dijo adiós con lo que me vi de nuevo (ligeramente desosegado pero indudablemente aliviado) andando los caminos de Cornualles aun en el continente.

El camino fue largo, azul, triste, acontecido, y destrozador de zapatos. Me guiaban aquellos ojos marroncitos que a veces se ven verdes y una canción que describe su boca. Tuve la oportunidad de revisar mis conceptos (detesté esta reencarnación zapato dependiente que me hacía tan dependiente de algo tan bajo y tan ajeno), mis recuerdos (la Ibiza en la cual fui engendrado obteniendo cuatro puntos de vista simultáneos, pero cómo se hace, eran los sesenta) de mi Albania natal ya desdibujada por la sinrazón y el contra sentido, de mi hermana y su vil Tovarishch, y el tubazo inocuo, y mis maestros, y mis decepciones, recordé otros recuerdos pertenecientes ya a viejos y perdidos tomos de una enciclopedia de ficciones en esta mi realidad situada en Loveland Ohio.

Recordé que morí. Recordé que cacé un conejo y me lo comí con tomates viendo un partido Caracas-Magallanes mientras barajaba los pros y los contras vociferados por gorditos bonachones de bigotito y cervecita en mano, y por coquetas chicas de silicón y joyería de fantasía enmascaradas de gárgolas ansiosas inflamadas con espuma de saliva en la comisura de los labios perfectamente bien pintados, y caboclos sobrevivientes alegremente cínicos y crueles por excelencia propia de quien le ve el fondo al vaso de la vida en un acto cotidiano y sigue por ahí robándole minutos a la pelona, como hongos.

Recordé balaceras entre camionetas Hummer H2 negras sin placas y motos 125cc de dos tiempos. Recordé la muerte, la de mi esperanza.

Sí, recuerdo claramente el día que se cayó la zanahoria al cochero que daba látigo en mi lomo para que arrancara de su inmovilidad aquella pesada carreta cargadas de bienes de otro haciéndome ver por primera vez como el burrito que era o que sigo siendo según se vea.

Muerta la esperanza, o comida la zanahoria dependiendo de cómo decidas pensar dependiendo de qué lado de la igualdad de la ecuación del fanatismo te encuentres por decisión propia o de algún otro interés más grande que tú, me vi en el brete de tener que moverme por mí mismo.

Motivo que vine a descubrir leyendo en el tomo 45 capítulo 8 o 9, ya no me acuerdo lo siento mucho.

Motivo desprovisto de gravedad, de grandilocuencia, de rimbombancia, de razones elevadas, y por sobre todas las cosas, desprovista de grandeza e historia.

Motivo que yo llamaría “La insoslayable importancia capital de “Vë në toké pjelloré”, expresión que en mi tierra natal significa algo así como “deponer en tierra fértil”…


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