sábado, 9 de marzo de 2013

¿Radical?



“Los gitanos de Sevilla nunca dejan de cantar,
Los gitanos de Sevilla nunca dejan de cantar,
Que es mejor gastarse andando que cuidarse en un lugar,
Que es mejor gastarse andando que cuidarse en un lugar”.

Me dijeron por ahí. Facundo Cabral.

Desarraigo.

Raíces ¿qué son?

Para un árbol, su boca. Una boca muda, que le sirve para hacer entrar los nutrientes en su organismo.

Es el caso de los árboles, las raíces se ramifican y sirven también como soporte estructural sobre el cual está erguido el organismo entero. Son al mismo tiempo fundación directa, fuste, y contrafuertes muchas veces como pasa con las ceibas y copeyes.

De ellas parte el tronco que a su vez soporta las ramas que en su carrera por obtener la luz necesaria para la fotosíntesis, se alargan para que las múltiples hojas reciban la mayor cantidad posible de ésta.

Existe la expresión “echar raíces”, refiriéndose a esa dual y contrastada paradoja que plantea el ser humano cuando habla de establecerse en un sitio determinado.

Significa más o menos que en ese sitio nutrirse es relativamente fácil, está rodeado de gente afín que le proporciona protección y afecto, y alguna que otra cosa más que le hacen el lugar conveniente.

Significa, en el sentido moderno y referido al capital, que ahí tienes adquiridas tus deudas: la hipoteca de la vivienda, el crédito del automóvil, lo que debes ya sea porque el sueldo no te alcanza (síndrome conocido como “the black hole in your pocket”) o por los reales que le debes al banco y a más de media familia, que te prestaron para por fin montar tu negocio y descubrir que al paso que llevas vas a tener que meterle al especulador o reencarnar dieciocho veces para devolverlos.

Significa, en resultas, que ése miserable hoyo en el que me encuentro es mi coto de caza menor. Y sí, está lleno de conejos, venados, y chigüires. Paradójicamente, tú eres parte de esa misma fauna a la que hoy llamaremos, “El Ecosistema de Moebius”.

Los animales no sujetos a domesticación viajan. Cambian de paisajes en búsqueda de mejores pastos, agua, y una cierta seguridad. Se mueven juntos precisamente para protegerse entre los de su misma especie… Con ellos, a su alrededor, pululan depredadores de mayor o menor poder, carroñeros, oportunistas, gusanos, bacterias, y hasta poesía si nos ponemos detallistas.

Los animales de circo viajan también, y son animales domesticados. Viajan por designios de otros lo cual los hace algo así como los ejecutivos de las corporaciones que van y vienen acumulando pingües ingresos para sus inasibles amos, y millas de vuelo que luego usan para llevar a sus esposas a ver a Mickey Mouse… Es una ganancia de esas que llaman “plus”, al fin y al cabo, no hay que ponerse tan puntilloso. Estoy bromeando. Si exprimo mucho ese filón corro el riesgo de sentirme mal dentro de un rato.

Pero claro, el pretencioso animal humano propulsado por esa gran maraña de intereses creados por los depredadores mayores, que en nuestro caso son los herederos de los primeros reyes y corsarios, pretende quedarse echado dentro de las lindes de su tribu (trazadas siempre por ya nadie se acuerda quién) porque ahí pertenece ¿hay algo de real en esa pertenencia? Probablemente sí, porque una vez que alguien concibe algo ya de hecho existe…, pero no nos pongamos cuánticos porque si no, no terminaremos nunca.

El hecho es que he tratado mucho de tener fe. No se imaginan cuánto he intentado en esta vida del carrizo de tener alguna disciplina. Le he echado un camión de bolas muy acendradamente para pertenecer a algo. Tanto, que estuve casado dieciséis años empeñado en pertenecer a esa relación y la verdad es que no la cagué completamente porque las cosas tienen cierta tendencia a salir bien aunque sea un poquito, así como también tienen cierta tendencia a permanecer en pie ahí más o menos.

Dicen que unos nacen con estrella y otros nacen estrellados. Póngase usted el saco que más le ajuste, también dicen.

Frente a la decisión de muchos (en todo tiempo y lugar) de simplemente moverse a diferentes cotos de caza menor en los que ser “la carne en la parrillera de otros a cuya parrillada también estás invitado en calidad de comensal”, te sientes amenazado del mismo modo que te amenaza un corte de pelo osado o unos pantalones de color escandaloso en una persona que te resulta cercana.

“A mí no me va ese estilo, tengo la cabeza cuadrada y las orejas grandes”, dices. Como si ese alguien te estuviera pidiendo que te cortes el pelo así.

“¡Muchacho! ¿Estás de luto?” Es la jocosa pregunta de ese familiar especial que se te acerca viendo que usas pantalones naranja. Claro, quizás siente que lo estás retando de algún modo y hay que responder a la altura, porque él no se pone unos pantalones así ni loco. Eso no importa, es una buena oportunidad para reír y se aprecia.

No sé si decir que “afortunadamente” el ser humano tiene la capacidad de acostumbrarse a cualquier cosa si se la dan de a poquitos, o es muy cruel de mi parte. No lo sé.

Pero hay que ver la gran tolerancia que se va adquiriendo frente a la falta de algunas cosas como paz y sosiego, o al exceso de otras como violencia, miseria, contaminación, y ruido. Todo está en que los niveles no cambien abruptamente.

Hay factores que influyen, por supuesto, en hacer más o menos llevadera la situación. Alcohol, psicotrópicos, posibilidades de desmadre, género (me refiero a si eres hombre o mujer, porque no se aguanta vaina en la misma medida siendo uno u otro), nivel adquisitivo, etcétera, etcétera…

Está también para dónde escoja mirar uno, es decir, si te da por la auto ayuda (sanaciones, new age, budismo de Facebook, seguidores de Jodoroswski, Coelho, o el otro que ya se me olvidó), o más bien por la catarsis pura y dura de dar rienda suelta a la agresividad llámese negocio exitoso a costa de lo que sea o tirar un atraco de vez en cuando pa´ redondear la arepa.

Todo, lo que sea, menos engordar en un pequeñísimo nicho o parcela de comodidad en el cual dejarse crecer el culo pontificando acerca de los rumores que indican que la proximidad de un levantamiento militar porque ya la situación no se aguanta más.

Toda emoción es combustible para algo. La rabia, la frustración, la alegría, el amor (o más exactamente el deseo, porque el amor viene después según yo lo veo), la tristeza, miedo, asco, confianza, aceptación, anticipación, sorpresa, vergüenza, lástima, envidia, ternura, aprobación, amargura, agotamiento, ansiedad, angustia, y la emoción misma (tuve que agregarla a instancias de Mateo aquí presente quien dice que la mejor emoción es estar emocionado…), todas y cada una de ellas nos motoriza para el cambio. Cambiar, es lo que tenemos, en consecuencia, que hacer. Movernos.

Tragarnos la rabia o cualquiera de las emociones fritas esas, terminará, si lo hacemos muy seguido, por matarnos de mala manera. Si es que existe alguna buena manera de ser matados. Creará tolerancia y nos volveremos fieles perros o caballos domésticos que se dejan joder reiteradamente por un amo que los maltrata vilmente hasta la muerte.

Una vez le di una patada a un perro que yo tenía que era la vaina más desastrosa que hay bajo el cielo. El pobre animal chilló horriblemente y acto seguido me arrepentí de haberlo hecho. Me sentí miserable y avergonzado. Me senté en el borde de la acera con la cabeza entre las manos no sabiendo ni qué hacer ¿saben qué? El condenado perro se vino hasta donde yo estaba para consolarme. Metió su cabeza debajo de mi brazo como diciéndome “no pasó nada, yo me merecía la patada”… Confieso que me provocó matarlo por hacerme sentir tal vil y primitivo, pero medio segundo después le di las gracias y tanto él dejó de hacer desastres como yo dejé de maltratarlo. Aprendí. No me cabe duda, aunque sí una pregunta: ¿quién es el domesticado?

Pero me estoy desviando. Ese no es el tema.

He aprendido con los años, que la vida se ve según uno decida verla. Suena simple y no lo es. Para nada lo es. Porque cómo decide uno verla no es una decisión enteramente propia. Juegan en eso desde el medio ambiente (familia, amigos, geografía, usos y costumbre, nivel socio cultural), hasta quién sabe si el factor genético pasando por accidentes como enfermedades, discapacidades, tozudez, o simple estupidez.

Pero con mucha práctica se logra ir incorporando la idea del mismo modo que se adquiere un hábito cualquiera. No como la hipnopedia de Huxley. Más bien como un proceso socrático…, nombre extraño si pensamos que el mismo Sócrates nunca lo usó según dicen. No sé, no importa.

“Afortunadamente” siempre soy el nuevo en cada sitio en el cual he vivido y por eso no desarrollé sensación de pertenencia, eso me facilita adquirir nuevas costumbre y me hace adaptable sabiéndome forastero donde quiera que me meta. Síndrome de Zelig, nada más.

Escribo y escribo y escribo la misma idea de mil y un modo distintos hasta que me entiendo a mí mismo, y finalmente tomo la dirección que quiero seguir. Soy un barco de timón pesado.

Bueno, qué, algunos rezan rosarios y otros repiten mantras. Hay también quienes repiten slogans vacíos…

No se me ha olvidado lo difícil que fue renunciar a nuestro proyecto en Margarita, dejar a mi hija allá, deshacerme de todas y cada uno de mis pequeños tesoros, para moverme otra vez. Quedarme era una opción estéril por decir lo menos.

Como me fui una vez de Caracas. Como me fui una vez de Barquisimeto. Como me fui una vez de Maracaibo. Como me fui otra vez de Caracas…, y así mil veces. Cada vez tan difícil como la anterior pero una vez movido el movimiento es más y más fácil.

Cuenta mi papá que contaba su abuelo, que una vez mi abuelita se les perdió siendo niña. Dieron parte a los municipales, buscaron en los hospicios, vieron en las emergencias médicas, levantaron el parque y el mercado, y nada. Días después una vecina dijo que había visto una niña igualita a Marilú en un campamento gitano que estaba en el Tibidabo… Para allá se empujó el viejo, encontró una descalza niña pecosa de cara sucia vestida con una falda de flores amarillas y una manchadísima blusa blanca de cuello cuadrado y mangas abombachadas. Sin decir nada la tomó del brazo y se la llevó de ahí…

Siempre se quejó en broma de haber rescatado una gitana en vez de su verdadera hija… No es posible, claro, pero es  un lindo cuento.

El caso es que el Generalísimo Francisco Franco puso precio a sus cabezas por socialistas forzándoles a buscar Perpignan mucho antes de que existiera La Catalane E15 desarraigándoles de un solo tajo.

La suerte los llevó por Francia, los pasó por Puerto Rico, y los desembarcó en una Venezuela que estaba en construcción tratando desesperadamente de salir del oscurantismo gomecista y el despelote que le siguió. Y se hicieron medinistas.

Tiene que verse uno perseguido por un perro bravo para hacer la proeza de saltar un enorme muro de un brinco, parece.

¿Qué tal si nos dejamos de espejismos y admitimos que seguir los mismos procedimientos esperando distintos resultados es una vaina de locos?

Es imperativo examinarse, como lo hace uno frente a la crisis de los cuarenta, y comparar si así como se está se parece siquiera un poquito a lo que uno imaginaba cuando era niño para la edad actual. Si no se parece, no estás jodido, pero lo estarás si no haces nada al respecto. No digo cáncer…

… Y frente a ciertas realidades…, “Bochinche, bochinche, esa gente lo que sabe hacer es bochinche…”

… El cambio no puede ser teórico, hay que hacerlo a mano. Protagonizarlo.

Es duro e incómodo, pero es simple en el fondo pues no depende de nadie más.

Estás ahí, solo, en el Ecosistema de Moebius, y no tienes raíces. Tienes pies al final de las piernas.




1 comentario:

Luisa Elena Sucre dijo...

Tus reflexiones hechas literatura me hipnotizan, me conectan, me ponen pensar...

Umm...las raíces...ando en una de sentirlas y no tengo la ventaja de tener sangre gitana.

En fin, gracias por este regalo, que siempre se hace esperar y SIEMPRE vale la pena.

Un gran abrazo desde Bogotá.

Luisa Elena