“Los gitanos de Sevilla nunca
dejan de cantar,
Los gitanos de Sevilla nunca
dejan de cantar,
Que es mejor gastarse andando
que cuidarse en un lugar,
Que es mejor gastarse andando
que cuidarse en un lugar”.
Me dijeron por ahí. Facundo
Cabral.
Desarraigo.
Raíces ¿qué son?
Para un árbol, su boca. Una boca
muda, que le sirve para hacer entrar los nutrientes en su organismo.
Es el caso de los árboles, las
raíces se ramifican y sirven también como soporte estructural sobre el cual
está erguido el organismo entero. Son al mismo tiempo fundación directa, fuste,
y contrafuertes muchas veces como pasa con las ceibas y copeyes.
De ellas parte el tronco que a su
vez soporta las ramas que en su carrera por obtener la luz necesaria para la
fotosíntesis, se alargan para que las múltiples hojas reciban la mayor cantidad
posible de ésta.
Existe la expresión “echar raíces”,
refiriéndose a esa dual y contrastada paradoja que plantea el ser humano cuando
habla de establecerse en un sitio determinado.
Significa más o menos que en ese
sitio nutrirse es relativamente fácil, está rodeado de gente afín que le
proporciona protección y afecto, y alguna que otra cosa más que le hacen el
lugar conveniente.
Significa, en el sentido moderno y
referido al capital, que ahí tienes adquiridas tus deudas: la hipoteca de la
vivienda, el crédito del automóvil, lo que debes ya sea porque el sueldo no te
alcanza (síndrome conocido como “the black hole in your pocket”) o por los
reales que le debes al banco y a más de media familia, que te prestaron para
por fin montar tu negocio y descubrir que al paso que llevas vas a tener que
meterle al especulador o reencarnar dieciocho veces para devolverlos.
Significa, en resultas, que ése
miserable hoyo en el que me encuentro es mi coto de caza menor. Y sí, está
lleno de conejos, venados, y chigüires. Paradójicamente, tú eres parte de esa
misma fauna a la que hoy llamaremos, “El Ecosistema de Moebius”.
Los animales no sujetos a
domesticación viajan. Cambian de paisajes en búsqueda de mejores pastos, agua,
y una cierta seguridad. Se mueven juntos precisamente para protegerse entre los
de su misma especie… Con ellos, a su alrededor, pululan depredadores de mayor o
menor poder, carroñeros, oportunistas, gusanos, bacterias, y hasta poesía si
nos ponemos detallistas.
Los animales de circo viajan
también, y son animales domesticados. Viajan por designios de otros lo cual los
hace algo así como los ejecutivos de las corporaciones que van y vienen
acumulando pingües ingresos para sus inasibles amos, y millas de vuelo que
luego usan para llevar a sus esposas a ver a Mickey Mouse… Es una ganancia de
esas que llaman “plus”, al fin y al cabo, no hay que ponerse tan puntilloso.
Estoy bromeando. Si exprimo mucho ese filón corro el riesgo de sentirme mal
dentro de un rato.
Pero claro, el pretencioso animal
humano propulsado por esa gran maraña de intereses creados por los depredadores
mayores, que en nuestro caso son los herederos de los primeros reyes y
corsarios, pretende quedarse echado dentro de las lindes de su tribu (trazadas
siempre por ya nadie se acuerda quién) porque ahí pertenece ¿hay algo de real
en esa pertenencia? Probablemente sí, porque una vez que alguien concibe algo
ya de hecho existe…, pero no nos pongamos cuánticos porque si no, no
terminaremos nunca.
El hecho es que he tratado mucho de
tener fe. No se imaginan cuánto he intentado en esta vida del carrizo de tener
alguna disciplina. Le he echado un camión de bolas muy acendradamente para
pertenecer a algo. Tanto, que estuve casado dieciséis años empeñado en
pertenecer a esa relación y la verdad es que no la cagué completamente porque
las cosas tienen cierta tendencia a salir bien aunque sea un poquito, así como
también tienen cierta tendencia a permanecer en pie ahí más o menos.
Dicen que unos nacen con estrella y
otros nacen estrellados. Póngase usted el saco que más le ajuste, también
dicen.
Frente a la decisión de muchos (en
todo tiempo y lugar) de simplemente moverse a diferentes cotos de caza menor en
los que ser “la carne en la parrillera de otros a cuya parrillada también estás
invitado en calidad de comensal”, te sientes amenazado del mismo modo que te
amenaza un corte de pelo osado o unos pantalones de color escandaloso en una
persona que te resulta cercana.
“A mí no me va ese estilo, tengo la
cabeza cuadrada y las orejas grandes”, dices. Como si ese alguien te estuviera
pidiendo que te cortes el pelo así.
“¡Muchacho! ¿Estás de luto?” Es la
jocosa pregunta de ese familiar especial que se te acerca viendo que usas
pantalones naranja. Claro, quizás siente que lo estás retando de algún modo y
hay que responder a la altura, porque él no se pone unos pantalones así ni
loco. Eso no importa, es una buena oportunidad para reír y se aprecia.
No sé si decir que “afortunadamente”
el ser humano tiene la capacidad de acostumbrarse a cualquier cosa si se la dan
de a poquitos, o es muy cruel de mi parte. No lo sé.
Pero hay que ver la gran tolerancia
que se va adquiriendo frente a la falta de algunas cosas como paz y sosiego, o
al exceso de otras como violencia, miseria, contaminación, y ruido. Todo está
en que los niveles no cambien abruptamente.
Hay factores que influyen, por
supuesto, en hacer más o menos llevadera la situación. Alcohol, psicotrópicos, posibilidades
de desmadre, género (me refiero a si eres hombre o mujer, porque no se aguanta
vaina en la misma medida siendo uno u otro), nivel adquisitivo, etcétera,
etcétera…
Está también para dónde escoja
mirar uno, es decir, si te da por la auto ayuda (sanaciones, new age, budismo
de Facebook, seguidores de Jodoroswski, Coelho, o el otro que ya se me olvidó),
o más bien por la catarsis pura y dura de dar rienda suelta a la agresividad
llámese negocio exitoso a costa de lo que sea o tirar un atraco de vez en
cuando pa´ redondear la arepa.
Todo, lo que sea, menos engordar en
un pequeñísimo nicho o parcela de comodidad en el cual dejarse crecer el culo
pontificando acerca de los rumores que indican que la proximidad de un
levantamiento militar porque ya la situación no se aguanta más.
Toda emoción es combustible para
algo. La rabia, la frustración, la alegría, el amor (o más exactamente el
deseo, porque el amor viene después según yo lo veo), la tristeza, miedo, asco,
confianza, aceptación, anticipación, sorpresa, vergüenza, lástima, envidia,
ternura, aprobación, amargura, agotamiento, ansiedad, angustia, y la emoción
misma (tuve que agregarla a instancias de Mateo aquí presente quien dice que la
mejor emoción es estar emocionado…), todas y cada una de ellas nos motoriza
para el cambio. Cambiar, es lo que tenemos, en consecuencia, que hacer.
Movernos.
Tragarnos la rabia o cualquiera de
las emociones fritas esas, terminará, si lo hacemos muy seguido, por matarnos
de mala manera. Si es que existe alguna buena manera de ser matados. Creará
tolerancia y nos volveremos fieles perros o caballos domésticos que se dejan
joder reiteradamente por un amo que los maltrata vilmente hasta la muerte.
Una vez le di una patada a un perro
que yo tenía que era la vaina más desastrosa que hay bajo el cielo. El pobre
animal chilló horriblemente y acto seguido me arrepentí de haberlo hecho. Me
sentí miserable y avergonzado. Me senté en el borde de la acera con la cabeza
entre las manos no sabiendo ni qué hacer ¿saben qué? El condenado perro se vino
hasta donde yo estaba para consolarme. Metió su cabeza debajo de mi brazo como
diciéndome “no pasó nada, yo me merecía la patada”… Confieso que me provocó
matarlo por hacerme sentir tal vil y primitivo, pero medio segundo después le
di las gracias y tanto él dejó de hacer desastres como yo dejé de maltratarlo.
Aprendí. No me cabe duda, aunque sí una pregunta: ¿quién es el domesticado?
Pero me estoy desviando. Ese no es
el tema.
He aprendido con los años, que la
vida se ve según uno decida verla. Suena simple y no lo es. Para nada lo es.
Porque cómo decide uno verla no es una decisión enteramente propia. Juegan en
eso desde el medio ambiente (familia, amigos, geografía, usos y costumbre,
nivel socio cultural), hasta quién sabe si el factor genético pasando por
accidentes como enfermedades, discapacidades, tozudez, o simple estupidez.
Pero con mucha práctica se logra ir
incorporando la idea del mismo modo que se adquiere un hábito cualquiera. No
como la hipnopedia de Huxley. Más bien como un proceso socrático…, nombre
extraño si pensamos que el mismo Sócrates nunca lo usó según dicen. No sé, no
importa.
“Afortunadamente” siempre soy el
nuevo en cada sitio en el cual he vivido y por eso no desarrollé sensación de
pertenencia, eso me facilita adquirir nuevas costumbre y me hace adaptable
sabiéndome forastero donde quiera que me meta. Síndrome de Zelig, nada más.
Escribo y escribo y escribo la
misma idea de mil y un modo distintos hasta que me entiendo a mí mismo, y finalmente
tomo la dirección que quiero seguir. Soy un barco de timón pesado.
Bueno, qué, algunos rezan rosarios
y otros repiten mantras. Hay también quienes repiten slogans vacíos…
No se me ha olvidado lo difícil que
fue renunciar a nuestro proyecto en Margarita, dejar a mi hija allá, deshacerme
de todas y cada uno de mis pequeños tesoros, para moverme otra vez. Quedarme
era una opción estéril por decir lo menos.
Como me fui una vez de Caracas.
Como me fui una vez de Barquisimeto. Como me fui una vez de Maracaibo. Como me
fui otra vez de Caracas…, y así mil veces. Cada vez tan difícil como la
anterior pero una vez movido el movimiento es más y más fácil.
Cuenta mi papá que contaba su
abuelo, que una vez mi abuelita se les perdió siendo niña. Dieron parte a los
municipales, buscaron en los hospicios, vieron en las emergencias médicas,
levantaron el parque y el mercado, y nada. Días después una vecina dijo que
había visto una niña igualita a Marilú en un campamento gitano que estaba en el
Tibidabo… Para allá se empujó el viejo, encontró una descalza niña pecosa de
cara sucia vestida con una falda de flores amarillas y una manchadísima blusa blanca
de cuello cuadrado y mangas abombachadas. Sin decir nada la tomó del brazo y se
la llevó de ahí…
Siempre se quejó en broma de haber
rescatado una gitana en vez de su verdadera hija… No es posible, claro, pero
es un lindo cuento.
El caso es que el Generalísimo
Francisco Franco puso precio a sus cabezas por socialistas forzándoles a buscar
Perpignan mucho antes de que existiera La Catalane E15 desarraigándoles de un
solo tajo.
La suerte los llevó por Francia,
los pasó por Puerto Rico, y los desembarcó en una Venezuela que estaba en
construcción tratando desesperadamente de salir del oscurantismo gomecista y el
despelote que le siguió. Y se hicieron medinistas.
Tiene que verse uno perseguido por
un perro bravo para hacer la proeza de saltar un enorme muro de un brinco,
parece.
¿Qué tal si nos dejamos de
espejismos y admitimos que seguir los mismos procedimientos esperando distintos
resultados es una vaina de locos?
Es imperativo examinarse, como lo
hace uno frente a la crisis de los cuarenta, y comparar si así como se está se
parece siquiera un poquito a lo que uno imaginaba cuando era niño para la edad
actual. Si no se parece, no estás jodido, pero lo estarás si no haces nada al
respecto. No digo cáncer…
… Y frente a ciertas realidades…, “Bochinche,
bochinche, esa gente lo que sabe hacer es bochinche…”
… El cambio no puede ser teórico,
hay que hacerlo a mano. Protagonizarlo.
Es duro e incómodo, pero es simple
en el fondo pues no depende de nadie más.
Estás ahí, solo, en el Ecosistema
de Moebius, y no tienes raíces. Tienes pies al final de las piernas.
1 comentario:
Tus reflexiones hechas literatura me hipnotizan, me conectan, me ponen pensar...
Umm...las raíces...ando en una de sentirlas y no tengo la ventaja de tener sangre gitana.
En fin, gracias por este regalo, que siempre se hace esperar y SIEMPRE vale la pena.
Un gran abrazo desde Bogotá.
Luisa Elena
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