“Alberto trata de encontrar un punto de equilibrio
Ante tanta realidad: hace un mes invadieron a plomo
Un edificio cerca de donde vive la mamá.
Hace dos semanas se volvió a hablar de
expropiaciones.
Hace una, un líder que viste ropa italiana y usa
relojes suizos,
Advertía que hay que “comprar nacional”,
Mientras seguía en su cuenta de nacionalizaciones.
Héctor Torres. Caracas Muerde.
P. 54. Ediciones Punto cero. 2012.
Casi
termina el mes de febrero y con él, el invierno.
Comienza entonces el lento camino
del redescubrimiento del aire libre. La gente va guardando los abrigos y
reaparece la ropa liviana.
También empiezan a brotar y
reverdecer las matas. Y los olores raros. Sí, los olores raros. No sé si les
comenté que la primavera huele a eructo de pepinos mezclado un poco también con
caja de madera cuyo fondo se mojó y se quedó cerrada… Bueno, pero eso no
importa.
Durante la etapa fría, que será lo
que quieran menos sucia, nada huele a nada. La ropa sucia sólo está sucia. Los
zapatos están usados y ya. Las alcantarillas llevan una agüita sospechosa que
no huele. Una vez nada más me ha sucedido que caminando por ahí descubrí un
sitio que olía mal, mal. No quise ni pensar en su pestilencia durante el
verano. Por supuesto que registré las coordenadas para estar seguro de no pasar
nunca más por ahí.
Aunque, para hacer honor a la
verdad, sí tuve un pequeño accidente con unos camarones que dejé un momento en
el carro para ir a comprar vino, y la bolsa chorreó un poco. Eran camarones
frescos muy difíciles de conseguir por estos lados ya que la gente solo los
compra pre-cocidos porque les tienen miedo.
Eso me recuerda aquellos lejanos
“early seventies” cuando vivíamos en Barquisimeto por cosas del trabajo de mi
papá. La gente no comía nada del mar, los camarones los veían como gusanos, e
inclusive una amiga que teníamos nos contó que su abuela se había muerto por
comerse unas sardinas… En fin, disculpen, que me volví a salir del tema.
Aquí es como allá. Es el medio de
ninguna parte y como tal, la gente teme un poco a las diferencias. Y la verdad
que la única ciudad que conozco situada en medio de una llanura muy lejos del
mar en la cual las preferencias alimenticias son marítimas, es Madrid. Pero sus
razones son otras que las de la variedad simplemente.
Sí, claro, a donde fueres haz lo
que vieres, dicen… No lo sé. El gluten, ya saben, no debo comerlo. Me resulta
venenoso de modo acumulativo como si fuera arsénico. Salvedad hecha porque aquí
se come gluten que da tristeza. Las cosas son fritas con una capa de
empanizado. Se come pasta como si fueran italianos. Pan, salsas espesadas con
harina, harina procesada… Y un mar de cervezas, todas las que quieras y aún
más.
Es por tanto que en ese sentido no
me adapto del todo y termino comprando en donde compran los inmigrantes. Aquí
cerquita hay un supermercado totalmente musiú que tiene dos pasillos destinados
a los productos étnicos incluyendo harina Pan, y entre los vegetales puedes
conseguir casi cualquier cosa menos ají dulce. Pero lo mejor es comprarles la
comida a los chinos del mercado asiático que está en Reading Road, y a los
mexicanos del mercado latino en Fields Ertel.
Fue en éste último en el que compré
los camarones tigre que me chorrearon la camioneta comenzando el invierno allá,
en el lejano noviembre del año pasado. Y en el supermercado con los dos
pasillos étnicos me paré a comprar un Tempranillo de Rioja para acompañarlos.
El carro empezó a oler como a los
tres o cuatro días de eso sólo cuando lo dejaba al sol durante el día. Olía a
tasca, a marisquería, un poco como el Urrutia de los ochenta. No me preocupé,
pues al fin y al cabo me traía buenos recuerdos. Pero sucedió que a mitad de
diciembre hubo lo que aquí llaman “Indian Summer” que son unos días cálidos en
medio del invierno, y hete ahí que el carro se convirtió en un trapo de
fregadero. Horrible olor a olla del pulpo amanecida.
Se me ocurrió, por aquello de “La
Tecnología a la Mano” (mi especialidad), echarle alcohol a la mancha que
entonces sí descubrí y ubiqué e identifiqué inequívocamente, y ¡craso error! El
alcohol al principio pareció matar la bacteria y atenuar la pestilencia tal y
como pensé que sucedería, pero no, nada de eso, al calentarse el carro un poquito
con el sol el alcohol se evaporó transportando en sus “alas” al olor
convirtiéndome el carro en una especie de trastienda de bar de tapas. Olía como
el aliento de un borracho que hubiera cenado ostras. Muy mal, muy mal. Me
acordé de Pampatar, no sabría bien decir por qué…
Paso siguiente ir a Home Depot a
comprar el quita olores más arrecho que encuentre. Compré uno que decía acabar
con lo que le echen. Pues le eché el pote completo y lo que logré fue que el
carro oliera al mismo trapo de fregadero con el cual secaron un poco de tequila
que se botara por ahí, y que luego lavaron mal. Una mezcla de todo lo anterior
con jabón chimbo y flojera.
Bueno, que tocó ir al supermercado
y en uno de los pasillos multiétnicos conseguimos el quita olores especial para
comidas exóticas que no se crean, tardó más de medio pote en exorcizar la
chorreadita de los camarones tigre. Será por eso que dicen que tigre no come
tigre, no sé.
Y está finalizando febrero y con
él, el invierno.
Entonces pienso un poco en las
diferencias y en las similitudes de los mundos que habito. Esos entre los
cuales la realidad (la mía) me arrastra y me hace serpentear.
Me doy cuenta de que me siento en
mi casa.
Pero vamos a hablar de las
barreras. De la idiomática, por ejemplo. El malhadado planeta inglés ¡infame
desorden! Sí, cierto, ahí voy poco a poco… Ya me entiendo con quién sea (sería
justicia). Creo que despierto una especie de simpatía curiosa en las personas y
ellos me corresponden con la mejor de las intenciones a la hora de
comunicarnos. Podría decir inclusive que me va bastante bien, pero conozco
millares de palabras más de las que sé usar. Los verbos son una locura, y la
pronunciación está codificada no por la lógica… El inglés no es sólo otro idioma,
es otra forma de pensar. Más de la mitad de la comunicación recae en el
interlocutor. El Conde del Guácharo haría delicias con chistes en inglés. En
fin…
Lo simpático es que en líneas
generales la gente se inclina a entenderse conmigo. Es decir, que me dedican
tiempo y me ponen atención hasta que conseguimos un punto medio satisfactorio.
He venido desarrollando un sistema
de interpretación el cual llamaría “mp3 holístico”. Consiste en una especie de
concentración difusa que capta palabras claves sueltas en la frase, lee el
idioma gestual del interlocutor, dispara preguntas claves aproximativas, y con
esa información construye la frase completa rellenando los espacios vacíos. A
partir del resultado obtenido selecciono de entre una especie de catálogo de
frases hechas, títulos de canciones, frases célebres, y slogans de propagandas,
lo que necesito para elaborar la respuesta. Es fácil darse cuenta de que me he
ido convirtiendo en un hombre de cada vez menos palabras… ¿Qué debería
aplicarlo aquí? –No señor, aquí digo en buen español todo lo que me reservo en
inglés. Pues sí…
Uso ese sistema de concentración
difusa para pasar con éxito los “four ways stop”. Mp3 holístico difuso.
Con el tiempo he ido mejorando mi
comprensión lingüística y el nivel de stress ha ido disminuyendo con lo que va
resultando que mis compañeros de trabajo me temen porque dicen que leo la
mente, que sé lo que están pensando.
En estos días entró una compañera
de trabajo (una muchacha muy joven) en el taller donde yo estaba maquinando un
pedazo de metal. Una situación muy ruidosa. Ella miró a su alrededor buscando
algo con cara de chivo comiendo tamarindo. Apagué la máquina y le alcancé la
boquilla del soplador para el compresor de aire. Ella me miró aterrorizada y me dijo, “you know what I am
Thinking!”… Cometí el error horrible de responderle “Off course I
do”… Huyó despavorida y desde entonces me evita.
Ahora la explicación: Ella es
especialista en moldeo que es una manera de copiar piezas de arcilla para reproducirlas
en medianas cantidades. Para eso usan moldes de yeso en mitades. La mejor
manera de despegarlos sin dañarlos es metiéndoles aire comprimido. Ella entró
al taller con las manos llenas de yeso mirando hacia el lado donde suele colgar
la manguera larga del compresor la cual estaba sin la boquilla. Ergo, ella
andaba buscando la boquilla de marras cunado volteó a lado y lado. Yo
simplemente sabía dónde estaba el corotico ese y se la di. Fue ella la que hizo
la pregunta rara, y yo la cagué dándole una respuesta más pendeja aun.
Y así. Si mi jefe entra a mis
mazmorras con un alicate en la mano y mirando para los lados donde suelen estar
las llaves y los dados, con una sola pregunta aproximativa ya sé qué está
buscando y qué está haciendo. Por su expresión también sé si es pertinente
ofrecer ayuda o hacerme el desentendido.
En estos días puse a prueba
rudamente mi sistema. En la calle (Gilbert Av. Walnut Hill. Barrio negrísimo)
una afrodescendiente muy voluminosa y notoriamente afro, me paró en la calle
cantándome una canción. Un hip hop, o un rap, no sé bien la diferencia. El caso
es que me paró y comenzó a cantarme mientras se mecía al ritmo de lo que me
decía… Mi mente fue desde Perucho Conde y su “Cotorra”, pasando por Cayito
Aponte imitando a Jesús Sevillano, hasta Guayacán del norte donde Olivier me
despachaba las cervezas y me regalaba los mejillones que había sacado esa misma
mañana.
Mp3 holístico random, me dije
meciéndome a su ritmo sin esperanzas de entrar en su tribu por carencia de
swagger… Vi el gesto de su mano, la izquierda: V de victoria. Su mano derecha
suavemente palpando su corazón. En el medio de la jerigonza musical
rítmicamente capté un “c´gaaa” dicho entre guturales y siseos como si a
Semillita le hubiera dado por acompañar a Snoop Dogg en vez de a Joselo, con un
poco de desconfianza de mi parte…, en fracciones de segundos me recompuse al
ver que no había nada indecoroso en lo que me pedía… Lo que quería era un
cigarrillo.
Sonreí aliviado y le dije: “sorry,
I don´t have any”… Ella me cantó otro poquito con aires de “tocar no es
entrar”, y movió la mano con el gesto universal de “good bye”. Se fue con un
tumbaíto como si le doliera la ciática o tuviera una espina en un zapato. Movía
también un bastón invisible.
La seguí con la vista un
milisegundo nada más porque si algo sé sobre la universalidad de la vida en las
ciudades es que no hay que quedársele mirando a nadie por ahí a menos que
quieras peo…
“Exactamente igual que en La
Asunción donde supuestamente el idioma oficial es el español y yo era gringo”,
pensé. “Ni aquí ni allá le entiendo nada a nadie”.
Ayer no más un viandante que
visiblemente iba retrasado me gritó desde la acera del frente pidiéndome la
hora. Yo oí los gritos y pensé en Don Juan Tenorio, ya saben, “cuán gritan los malditos,
pero mal rayo me parta…” y todo lo demás…, volteé y vi el universal gesto de
tocarse la muñeca izquierda. Por supuesto que le respondí con el también
universal gesto de las dos manos
abiertas: “diez de la mañana, chamo, vas tarde”.
Total que ahí más o menos me voy
entendiendo con esta gente residente del centro de ninguna parte que juran que
el planeta se acaba en Kentucky por el sur y en Columbus por el norte. Me hacen
recordar los versos de aquella canción que dice “estuve queriendo a una Juana,
pero no Juana de aquí, Juana de muy lejas tierras, Juana de Paraguachí”…
Irremisiblemente pienso en los otro
cuarenta y dele de años que no viví aquí, y me doy cuenta de lo difícil que me
fue, y sigue siendo, entenderme con las personas de allá.
Hace no más de tres días felicité
por su cumpleaños, aprovechando las bondades del carelibro, a una amiga a quien
le tengo mucho cariño. Ella me dijo que estaba muy bien a pesar de lo mal que
está nuestra patria... Yo conecté los dedos antes de conectar el cerebro y le
dije que el concepto de patria me resulta ajeno y total que hubo una esgrima
súper disonante de lo que era la idea principal: felicitarla por su cumpleaños.
Que la cagué, pues. He debido apelar a Flaubert refiriéndome claro está a su
Catálogo de Opiniones Elegantes, y salir del tema.
Me quedé pensando. No en el
desatino mío sino en la patria. Una vez más, quiero decir. Ese es un tema que
me ocupa de vez en cuando, y algunas veces vuelvo a revisarlo no vaya a ser
cosa que se me escape algún detalle aunque siempre termino más o menos en el
mismo punto.
A saber.
Patria es un vocablo que suelo oír
en boca de alguien en quien no puedo confiar del todo.
Patria es una palabra que me suena
a políticos, a maestros mal humorados, a poetas mercenarios, a personas de
cabezas calenturientas generalmente desempleados, y a canallas de muy baja
ralea… Sindicalistas, explotadores con capitales apátridas (fíjese usted), o
personas con autoestima endeble. En el mejor de los casos la repiten como
loritos aquellos que no tienen mucha información y hasta buenas intenciones,
cómo no.
¿Qué carrizo es la patria? Sé desde
niño, o creo saber pues nunca lo corroboré, que la palabra viene del latín y
que quiere decir “familia, o clan”… No voy a buscar la definición del
diccionario en este momento porque me da flojera, aunque tal vez más tarde lo
haga. Me voy a limitar a repetir mi interpretación deducida de latinajos, himnos
y otras monsergas aprendidas durante mi etapa escolar.
Patria es el suelo sobre el cual
vivían mi madre y mi padre cuando llegué al mundo. Una locación circunstancial.
Por esa razón algunas personas
tienden a asumir que es obligado sentir afecto por ella ¿por una locación
circunstancial? No me joda.
Se supone también que la patria es
la tierra de los antepasados… ¡La cagada! mi familia era europea en su mayor
proporción (corsos, canarios, y españoles celtibéricos continentales), negra
bantú en segundo lugar, y caribe en tercero… Así que por ese lado no hay mucho
qué decir.
Los corsos se vinieron hace mucho
escapados de Cayena y por consiguiente de las leyes francesas. Los canarios y
los españoles las estaban pasando canutas allá y decidieron “hacer la América”.
Nunca volvieron a sus tierras natales ni primeros ni segundos ni terceros…
Los bantús se los trajeron
enjaulados unos portugueses que hacían negocio en África con otros negros que
vendían ídem… Obviamente ellos también se quedaron aquí ¿a dónde iban a volver?
Caribe y toda esa gente poblaban un
territorio muy amplio e indefinido llamando patria más al mar que al país.
Por ahí no vienen los tiros en mi
caso según yo lo veo.
Patria sería para mí más bien esa
tierra que nos nutrió maternal y nos proporcionó generosamente todo lo que
ahora somos… ¡Ah caray! Por ese lado tampoco me siento muy identificado, porque
a mí ese erial plagado de adecos no me dio nada, lo que obtuve lo tuve que
rasguñar duramente y apenas me descuidé me lo volvió a quitar todo no una, sino
por lo menos tres veces sirviéndose de todo tipo de tramposos.
Patria es ese terruño que con sus
olores y sabores, con su música y su moda nos formó y bla bla bla… Lo mismo que
al principio: circunstancial completamente. Además, yo oía música de por lo
menos tres continentes (¿quién no?), comía y olía globalizadamente como manda
el capital, así que ¿qué patria es esa de la que me hablan? ¿Debo asumir como
patria también las propagandas de ACE y las del Banco Progreso?
El país donde yo nací ha sido y
sigue siendo un llegadero de aventureros evitando hambrunas. Gente en
desventaja, pícaros en su inmensa mayoría. Ni siquiera anarquistas. Pícaros
nada más.
Cierto que muchas veces, muchísimas
estoy seguro, no son aventureros los que llegan y sí en cambio montones de
gente de bien. Pero algo pasa. Se notan mucho menos.
No es mi patria ni la de nadie,
parece casi siempre.
Los que esgrimen ese término patria
muchas veces me parece que son los que estás sacando algún provecho de ello,
los que se están escudando de su propia cobardía, o los ingenuos idealistas
desinformados inermes e inocuos.
Recuerdo una vez que un tipo caraqueño
bien vestido y con plata, vivido en medio mundo me trajo un cuadro para que se
lo montara. Cuando le di el precio me preguntó con cruel sorna si yo le iba a
cobrar por cuatro palitos más de lo que le costó el cuadro. Sus compañeros le
rieron la gracia dándome a entender que eran sólo hienas de comparsa. Me
desconcerté por un momento y se fueron dejándome el cuadro en la mano seguros
de que les haría el trabajo por el precio que él quisiera pagar. Tardé como
treinta segundos en reaccionar, salí corriendo, le di alcance en el
estacionamiento, le devolví el cuadro en sus manos y le dije muy serio mientras
recuperaba el resuello, “cuando compres cuadros que valgan la pena ser
enmarcados me los traes, si no, ni te molestes porque no vale la pena montar
arte barato”. Y regresé a mi tienda ya más tranquilo. Las hienas no se rieron…
Sobra decir que nunca más regresaron. Supongo que nunca compraron un cuadro que
valiera la pena.
Eso es lo que dije: un nido de
aventureros de la peor calaña. Sin respeto y sin cultura. Es un lugar en el
cual cualquier esfuerzo se pierde, como decía el maestro Prieto: tratar de
educar al venezolano es “Arar en el mar”.
Ni siquiera se habla un buen
español. Eso es un argot galimático con raíces hispánicas con pésima
ortografía, peor redacción, salpicado de términos en inglés mal usados.
Patria es el último refugio de los
canallas, dice Umberto Eco en su libro El Cementerio de Praga. ¿Patria? No me
joda…
Tal vez, si insistía un poco más
hubiera logrado encontrar otra puerta, una con una tranca menos compleja y
tenaz a través de la cual intentar otra nueva aventura. Pero confieso que me
cansé y opté por una solución inédita en mi caso.
Allá nunca me sentí en mi casa. Es
rudo pero hay que decirlo. Sí, claro, estoy muy consciente de la diferencia que
hay entre casa y patria.
Ahora vivo aquí, y sí, este país es
cruel. Es, además, un modelo matemático que está fallando desde hace algún
tiempo y sigue adelante porque está muy bien armado. Un detalle interesante es
que aquí el ciudadano de a pie es principalmente ingenuo, y el cinismo se
encuentra en las altas esferas al igual que la información.
Trabajo como lo he hecho siempre:
como un descosido…, y no gano mucho, para qué negarlo. Cumplo con las normas
muy agradecido de que existan y de que la gente las cumpla también. Las leyes
son lógicas, cómodas, y además de ser útiles sale muy caro desobedecerlas. No
te pelan.
Así las cosas estamos haciendo
planes B y C, y quién sabe si hasta D y
E también. Pero por lo pronto nadie nos trampea, ni nos roba, ni nos viola, ni
nos mata, ni nos miente. Hay espacio para nosotros sin que nadie nos atropelle.
Eso es grande.
Digo muy claramente que aquella no
es mi patria ni tampoco lo es ésta ¿estamos?
Aquí te tratan mejor, es verdad,
pero esto es una gran corporación y es bien sabido lo que son las personas para
las corporaciones queriendo decir eso que en lo que no pueda producir más
tendré que buscar para dónde más ir. Total, el que se va una vez se puede
seguir yendo ¿no?
Entonces si aquella nunca fue mi
patria y ésta tampoco lo es ¿dónde está?
Hace mucho que tengo mi propio
clan, y es éste mi clan uno andariego. Un poco Tuareg, un poco Gitano, un poco
Caribe, y hasta Lapón si nos ponemos puntillosos, como dice Joaquín Sabina “en
Rolls Royce o en camello”…, a por mejores pastos para las cabras y mejor clima
para los huesos.
Un poco nómada ¿por qué no?
Total…
Mi patria está en mis recuerdos, en
mi idioma y los otros que rasguño con mayor o menor éxito tratando de hacerlos
míos, en mis manos, en mi imaginación…
Mi patria está en todo lo que está
y en todo lo que estuvo, en el cambio constante, en el chiste quitapesares del
momento, en la suma de puntos de vista.
Mi patria está en el camino que se
hace andando.
Mi patria está en los ojos y en la
risa de mi esposa, en ese ruidito curioso que hace con la garganta y que yo
noto cuando velo su sueño. Ella es mi clan y yo con ella.
Y cuando muera, y como al poeta me
cubra “el polvo de un país vecino”, ya no habrá patria a la cual cantarle
himnos, bajarle banderas, o ponerle escudos.
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