“Pora mu lella, aguti piranfe
Agadul be… Masse
masse…”.
Yo.
Hoy es mi día consecutivo nº 548 y
el laboral nº 362 según consta en mi libreta negra de bitácora tercero,
constancia y registro oficial que llevo desde mi llegada a este país.
Varias cosas han cambiado en mi
vida además de mis coordenadas de localización, para bien y para mal, como es y
será para todo cambio que se precie.
Otras varias siguen igualitas
porque “la zebra perde il pelo ma non il
vizio” ¿qué le va usted a hacer, pues?
Existen ciertas características de
lo mundanamente taxable en lo que no me voy a explayar por tres razones: son
aburridas de referir, incómodas de exponer, e inútiles de demostrar, de darse
el caso de que fuera posible. Así que a otra cosa.
El lado objetivo que siempre
resulta subjetivo, como el cambio estacional sucesivo que abre un inmenso
compás como tema de conversación siendo el tópico por excelencia, y el cambio
idiomático alternado del inglés en horas de oficina al español familiar siendo
entonces un vaivén de confusiones pendulares, por poner dos ejemplos.
Habiendo ya vivido un otoño
lluvioso, dos inviernos disímiles, y arrancando mi segunda primavera ésta sin
tornados (hasta el día de hoy), ya me fastidié de hablar del clima. Además, con
el “Weather Channel” ya no existe esa incertidumbre tan necesaria para
comentarla con los pitonisos de barbería tan de nuestros pueblos.
Recuerdo un señor de Carmen de Uria
que tenía una bodega en la calle que subía al rio, quien era además de
bodeguero, brujo, barbero, yerbatero, inventor de chistes, albañil, y el
encargado de predecir el tiempo con un margen de error que ya quisiera para sí
el Observatorio Naval Cajigal (si es que aún se llama así).
Planificar un paseo exitoso pasaba
por visitar esa bodega, comprarse una chicha A1 y como quien no quiere la cosa
comentarle al señor “está haciendo mucho
calor, mañana como que va a llover ¿verdad?”, ahí mismo él empezaba con un
parsimonioso y guaireño “¡Mmjú! ¡guá!
¡qué va a estar lloviendo, muchacho pendejo! ¡mañana va a hacer más sol que
hoy! ¡La calol! ¡Muchacho! ¡pa’ morirse uno! ¡Vaya y dígale a su abuela que le
eche agüita a las matas bien tarde esta noche!”. Y yo me iba bien contento
con mi predicción del tiempo y un reca’o para mi abuela.
En la esquina frente a la bodega de
“Cabeza ‘e plancha” siempre estaban el Chino y el Ruso tomándose una cerveza
bajo el almendrón apoyados en el murito de canto rodado de la casa blanca en
ruinas cuyos dueños nunca conocí. Yo le gritaba confianzudamente al Chino “¿tomándose su juguito de zanahorias?”, y
el Chino (creo que era ecuatoriano, tocaba con su guitarra valsecitos y
canciones de Julio Jaramillo. Era albañil y al terminar su jornada se ponía
pachuco con su cara de hígado, sus pantalones de tachones y sus zapatos pica
hielo) me respondía: “¡pa’ la calol!”.
Ambos, el Ruso (que sí era ruso de verdad, apellido Szulczuk) y el Chino
levantaban sus respectivos tercios Polar en señal de brindis y volvían a sus
conversaciones.
Pero aquí nada de eso vale. ¿Usted
quiere saber cómo está la cosa afuera de su ventana? No, no la abre y se asoma.
Agarra su Smartphone y lo soba un poco con un dedo. Es algo que requiere
pericia, atención y práctica. Es algo que va entre localizar un clítoris
huidizo y sacarle el genio a la lámpara de Aladino. Bueno, el caso es que si
frota usted de modo idóneo obtendrá no sólo la temperatura de afuera
actualizada, sino la de ayer, la de mañana, la de la semana que viene, hora a
hora, en grados Fahrenheit, Celsius, y Kelvin, sus correos, el menú de los
restaurantes más cercanos, dónde ponen gasolina más barato, y los chismes de
farándula ¡hay que pararlo! ¡hay que pararlo! Es como aquella amiga de mi madre
a la que había que rogarle y rogarle para que bailara en las fiestas, y después
había que rogarle, rogarle, y rogarle para que parara de hacerlo… En fin… El
caso es que ya el clima no es un buen tópico de conversación. Se perdió el
colorido de la predicción del tiempo. Comentarios al respecto no pasan de ser “what a crazy weather you have here!”, a
lo que se responde con un simple “ahá!
Y ya. Fin. A otro tema.
Todo lo anterior me hace entonces
pasar del tiempo al idioma, asunto que me ha hecho pensar tanto o más de lo que
me hace pensar el bailar, por ejemplo.
Bueno, yo sé que hay mucha gente
que disfruta bailar tanto como hacer el amor, es decir, como la actividad
sexual. Pero a mí bailar me cansa mentalmente mucho más que el sexo, y casi
tanto como pasarme el día entre anglo parlantes del midwest americano. Claro,
nunca he probado a pasar todo un día bailando. Tal vez canse más que el inglés
con menos placer en las ingles que un día entero de sexo… ¡Coño! Casi me salgo
por la tangente…
Decía que bailar me cansa
mentalmente por culpa de la falta de cronología en el aprendizaje. Es que la
única manera de lograr mover los pies en coordinación con brazos y todo lo
demás exige mucha concentración para llevar la cuenta minuciosa de los compases
para no ir a meter la pata en un silencio de blancas que sería mucho más
notorio (pero comprensible) que en uno de negras…, bueno, menos tecnicismos…,
aquí lo que me interesa explicar es que bailar me cansa mucho, y que estar todo
el día expuesto al idioma inglés me causa un agotamiento rayano en la demencia
esquizoide o algo menos jodido pero igual de fastidioso.
Tengo un cerebro fantástico para
recordar, pero malazo para coger práctica, para adquirir hábitos, para ver lo
obvio. Se comporta como un niño travieso y sabihondo será porque “two outta three ain’t bad” (¿ven? Meat
Loaf, 1977… ¡Bueno pa’recordar, caraj!), me refería a que de niño, travieso, y
sabihondo, tengo las dos últimas pues la niñez ¡qué carrizo! Me queda lejos ya…
Con el inglés me pasa algo igual
pero diferente, porque tengo que llevar la cuenta del tiempo del verbo
principal y el auxiliar, y en qué orden se ponen sustantivos y adverbios para
no hablar como Yoda, porque cuando pierdo la cuenta lo que me sale es un Patois
de Tarzán con el Keemo Sahbee lejanísimo de estos lados que siempre va a parar
a un italiano “che strega che stronza”!
accidente recurrente que suelo conjurar en carioca cantando “chegou a hora, chegou, chegou, meu corpo
treme, ginga qual pandeiro”…, y me voy de ahí como en vaudeville de Bugs
Bunny Y Duffy Duck…
Es por esto y nada más que opté por
inventar mi propio idioma harto ya de equivocarme en inglés, que tiene un “j’ne sais quoi” que j’ne comprends pas,
at all… Pero antes de empezar a inventar verbos regulares porque a los
irregulares se los llevan presos en todas partes menos aquí porque éste es un
país libre, situación que lo explica todo…, antes de empezar me dije “Vorsicht,
das adverb!” te lo ruego… Eso fue, además de críptico, impreciso y un poco
homofóbico por razones que no vienen al caso. Lo que quise decir realmente es
que “en arche en ho logos kai”, que
podemos llevar al latín (más cómodo que el griego) así: “In principio erat verbum”, máxima en la cual basaremos todo este
tinglado lingüístico definiendo la importancia de éste trabajo.
Pretendiendo crear la palabra (el
verbo, por irregular que sea) y estando este primero que el pensamiento que a
su vez está antes que la comida y ya se sabe que somos lo que comemos, ergo,
somos lo que hablamos. Es decir, que crear un idioma es un hecho tan principal que
terminaríamos forzosamente por crear con ello otro nivel distinto de existir
pues “cogito ergo sum”, y el verbo
fue primero. PNL le llaman a eso, creo.
Pero menos tonterías, y al grano.
Digo, que aprovechando que andamos
en éstas, vamos a hacer las cosas bien: Si somos lo que hablamos, y hasta ahora
consigo que tanto en español como en inglés llevamos el mundo por el camino del
desespero pues en cualquiera de las dos lenguas es más fácil y versátil el
insulto que el elogio (es impresionante la montaña de palabras peyorativas,
groseras, e incómodas que contiene el Diccionario Hispánico Universal. He
contado miles y no he abierto aun el segundo tomo. Es fácil darse cuenta aquí
que el gigante Tormont Webster’s que compramos en un garage sale por dos dólares
sólo lo he mirado por encimita nada más), dar apoyo, causar alegría, hacer
sonreír con benevolencia, me ha dado por pensar que tal vez nuestro nuevo
idioma tendría en primer lugar que carecer de precisión, porque ¿cómo le dice
usted pendejo a alguien de modo impreciso? No se puede.
Tendría usted que dar muchos
rodeos, y por pendejo que aquel sea, aprovechará la oportunidad para
abofetearle, y luego huir raudo y veloz… Precisión descartada en consecuencia.
Segunda característica: Debe ser
agradable de oír inclusive si no se tiene ni peregrina idea de lo que se está
escuchando. Creo que debería sonar como un riachuelo somero que corre por un
lecho de cantos rodados que no excedan los cinco centímetros de diámetro,
preferiblemente blancos con vetas de color de óxido ferroso… ¿De qué se ríe
usted, si me hace el favor? Dijimos que eliminaríamos la precisión en el
lenguaje, no en su descripción, Este será un idioma incapaz de describirse a sí
mismo.
Tercero: cada palabra y grupo de
éstas remitirá directamente a una sensación para pulsar suavemente las cuerdas
de las emociones, si es que usted se siente guitarra, arpa, o laúd. Si resulta
que se identifica más con un fagot (como es mi caso), por ejemplo, la sensación
será más bien la de la onda producida por los labios actuando sobre la pajilla
y modificada por las clavijas durante el recorrido hasta ser eyaculadas por la
respectiva salida en tonos bajos y discretos, pero de sonoridad saltarina y
subrepticia.
Para no complicar las cosas, ya que
se trata completamente de lo contrario, haremos de esta una lengua flexiva
antiidiomática.
Para ilustrar el asunto
analizaremos la segunda frase creada, de nuestro nuevo idioma: “ambromesalia urbujú”…, que describe de
modo muy impreciso la sensación de acostarse panza arriba en la arena de la
playa a contemplar tu constelación favorita (Orión, en mi caso) brillando en un
cielo completamente limpio, esa noche en la que no le debías nada a las
tarjetas de crédito.
Dependiendo de la inflexión
aplicada, por ejemplo la de “Pelotas” en Rio Grande del Sur, Brasil, usted
podría estar llevando las cosas a un plano parangonable al del preámbulo sexual
con calma y suavidad, lo cual indica que en este idioma la dicción se ve prelada
por la entonación. Cosa que le dio un buen motivo para ser recordada a María
Conchita Alonso por añadir algo ilustrativo al respecto.
“Sarudesca imu ñu ñu” es tal vez la frase más directa de toda esta nueva forma
de comunicarse. Se puede traducir literalmente como “Hoc suggerit odorem cutis”. Cabe recalcar aquí que solo se usa la
tercera persona gramatical con la concordancia de género y caso, y que la inflexión
heteróclita ejemplarizada en la toma que de otra raíz, hace que la conjugación
de “imu” en modo dual (suggerit) no
sea como supondríamos “ava”, porque
aparte del presente continuo, solo tenemos el pretérito pluscuamperfecto. Modo
gramatical que deja muy poco espacio para las suposiciones ya que la
verificación es doble, dual, y plural.
Obviamente sin concordancia
gramatical de la oposición. En todo caso, a nadie le importa.
Pero veamos un ejemplo
perfectamente ilustrativo: “Omorojo atí
borogue”, que significa más o menos “para
cuando nos inundó la sensación de somnolencia, ya la de los orgasmos había
languidecido suficiente. Se notaba en las rodillas”.
Esto, según los análisis de la
sintaxis desde el punto de vista del poco flexible castellano standard. Pero
miren qué pasa si lo analiza un anglo parlante acostumbrado a los caracteres
hieráticos: “As (our) lips explored (our)
path alredy explored”.
Es un idioma sencillo, y el mejor
ejemplo es que existe una sola circunstancia pragmática en una sola
concordancia que queda en suspenso, y para verla hay que pensar en griego: “Agapíion tù pléthos oìontai…”, que en
nuestro idioma se dice, “Chff, elam-ssamy
ssam”…, que para verlo en español habría que dar un giro interpretativo
ecléctico y decir: “eeh, así no es, pero
sigue intentando…”… Pero como toda interpretación, queda sujeta a la
intención.
Todo el truco con este idioma se ve
reflejado en las preguntas: ¿qué usa usted para pensar? ¿prefiere palabras,
imágenes, o sensaciones? ¿está harto de los insultos? ¿el “quid pro quo” del
amor se le ha desdibujado? ¿teme? ¿qué
tanto? ¿qué me dice de la comida picante?
Piense muy bien sus respuestas y no
las llene de precisiones.
Fusiónese. Deje de ver y empiece a
oír. Barometrícese. Desconcéntrese…
Cuando empiece a sentir que está
vibrando con lo telúrico, que vive en todo lo que está vivo, haga el gesto de
abolir el contraste y desde el fondo de su ser diga un profundo y gutural:
¡Buujuu! ¡Kwik!
Nota: la cita al principio
corresponde a la primera frase escrita en Buujuu Kwik. Traduce más o menos lo
siguiente: “Hola, mi bella. Saberte me
distiende plácidamente el amor… Mucho mucho…”
No hay comentarios.:
Publicar un comentario