sábado, 8 de junio de 2013

Paraísos perdidos y luego recuperados, viera usted cómo.


“Aeternus, incorruptus, aequaevus polo,
Unusque et universus, exemplar Dei?”
John Milton. Paradise Regained.
 P. 118. 9, 10. Merrit Y. Hughes. 1937.

“¿Por qué pintas la madera? ¿No te parece un exabrupto?”

La mirada fue de inmenso desconcierto: “Outburst? What are you talking about?”

Como si la pregunta hubiera sido “¿Por qué te lavas los dientes en la mañana?”, o más bien, “¿Por qué le pones gasolina al carro?”

“¡Ah! ¡Sí! Te gusta la estética industrial ¡cierto! ¿Dieselpunk tal vez? Contemporary stuff?”

Peor, se profundiza la incomprensión dentro de sus ojos irlandeses.

“Bueno, está bien, la pinto, la pinto ¡Estética industrial! ¡Estética industrial contemporánea, coño!” digo vehementemente para zanjar la situación cortando por lo sano. Es que yo realmente detesto molestar. Ya no soy tan adolescente y no me luce andar siempre haciendo preguntas incómodas.

Pero de qué manera “por qué pintas la madera” puede ser una pregunta incómoda.

Hay una barrera cultural tras cada lenguaje, me parece (tú sabes, descubriendo el agua tibia a mi edad), que va más allá de las traducciones y todo eso.

No es crítica, para nada… Pero yo pregunto: ¿por qué anybody es nadie y anytime es cualquier momento?

Es como el “Gaudeamus igitur, juvenes dum sumus, post jucundam juventutem, post molestam senectutem, nos habebit humus”… Patricios romanos borrachos dándoselas de graciosos haciendo gala del humor negro en nombre de la academia haciendo cantar muy seriamente a siglos y siglos de graduandos una letra así de burlona escudándose tras la intelectualidad… En fin, a mí me divierte cuando lo entiendo, pero cuando no, bueno, no…

A todas estas: ¿Por qué pintas la madera? ¿En verdad te parece bonita así?

Y aquí me pongo a pensar en las neveras, los melones, el maíz, los teléfonos móviles celulares (que a veces hasta sirven efectivamente para hacer llamadas telefónicas), la cocacola, y en los carros más grandes de lo que hace falta y que en tiempos de ahorrar combustible usan cajas de cambios automáticos.

Cogito ergo sum, digo yo, por opuesto que esto sea al Zen.

Al igual que por más que “piense” no termino de hacerlo con claridad suficiente llevándome esto a pensar que entonces tampoco “soy” claramente… Tautología pura para combatirlo: aquí “estoy” y…, to be or not to be, es la clave…

Pero ¿pintar la madera?

Bueno, pensemos como un artesano inmigrante escapado de las redes que llevan al cadalso de las religiones (¿economías?) enriquecidas a costa y sin clemencia de su lomo.

Madera lijada hasta el grano 600 que entonces no existía. Aceite de linaza hervido. Cristales de Van Dyck. Sangre de alguna doncella moribunda y pinceles hechos con la blonda cabellera de ésta última. Cera de abejas. Trapo y trapo, el mismo que es mucho más fino que su propia ropa harapienta y punto.

Bellos caobos y robles echados abajo y trabajados arduamente porque esa belleza infernal es dura como el hierro… Y el desperdicio va a parar a las carboneras pues quema más tiempo y echa menos humo si ese negro combustible está hecho con maderas nobles…

Pobreza y fasto. Pésimo contraste. Creador de enemigos. Y de fanatismo.

Huida. Women and children first? No necesariamente.

Pino. Pino. Pino. Y demás coníferas. Madera suave, crecimiento rápido, muchos nudos e imperfecciones. Dejarla desnuda crea muchos desperdicios porque los nudos son feos y débiles.

Además de ser pasto favorito de xilófagos, lijarla, es ordeñar una vaca muerta. Píntala.

Ingentes capas de gruesa pintura democratizadora e igualadora. No importan los nudos y demás imperfecciones ¿Estética? ¿Qué te pasa? ¿Eres un obispo acaso? ¿Siderización a lo escandinavo? ¡Hazte el sueco, que eso da mucho trabajo! ¡Además el rojo es color de comunistas! Usa colores tristes, no olvides que eres protestante y reformista. Nada de colores vivos… Ahí tienes tu mesa, tu silla, tu ventana, tu granero, y ante todo tu puerta…, y nos ha sobrado apenas aserrín.

Corta más pino y pongamos una compañía maderera ¡mira! Ese es enorme ¡Túmbalo! ¡Tasajo! ¡Pintura! ¡Pero es una secoya, ese árbol vio a los dinosaurios! Who cares? Plenty of Wood there! Knock it down!

Alright! ¡Tú corta madera, que yo hago pintura, y ponemos al primo a prensar el aserrín con un poco de pega, y se lo vendemos a los fabricantes de cocinas americanas!

Esto los que vinieron del norte, porque los que llegaron de Sicilia (junto con un par de británicos emprendedores) viendo que la mezcla de pintura, pegamento, y madera de pino era altamente inflamable, montaron las empresas aseguradoras que pegaron y dieron la hora a pesar de la reticencia inicial (pero que luparas y horcas mediante) ahora han demostrado ser la piedra angular del tinglado de “Lo”. Perdón, había prometido no nombrarlo nunca más…

En fin, con la pintura sobre la madera, acción que se inició como un acto de necesidad aupado con rebelión religiosa reformista, vino a saltar fuera toda una simbología que con el tiempo fue a parar en patrón estético “sine qua non”.

Los caminos del señor son inescrutables, diría el bueno del Padre Severiano, sacerdote Terciario Capuchino inmigrante salido de la madre patria hecha desierto en el siglo de oro por culpa de los obispos marineros, y ¡que viva la Grande y Felicísima Armada!

“¡Ah! ¡Dieselpunk! Quién lo diría ¿ah?”

Ajá, todo eso está muy bien, pero ¿Qué le pasó al pan? Cuando yo era niño allá en mi tan lejana primera edad como españolizada cultura, el pan era dado (sin sal, grasa, ni azúcar) en la eucaristía como el cuerpo del más controversial personaje de todos… Y según me pareció captar entonces, significaba que era bueno, el pan, quiero decir. Dejémoslo claro, no quiero confusiones.

Ahora es (el pan) una inextricable masa plástica inodora incolora e insípida salida de un venenoso cereal transgénico inflado de agrotóxicos… ¿Pero qué vaina es ésta? ¿Qué pasó ahí? ¿Otra venganza divina que ahora nos pone a Monsanto como el jinete del apocalipsis correspondiente al hambre? ¡Coño! Pobre Águila de Patmos…

Está bien, pintar la madera trajo éxito económico, los inmigrantes pudieron prosperar significando esto que completaron el ajuar y la dote, y se casaron, y se reprodujeron (id y poblad la tierra, les dijeron), trajeron más bocas que alimentar pero los bichitos de esta nueva tierra son muchos y desconocidos… “¡Pintalos! ¡No! ¡Envenénalos! ¡Sí! ¡Veneno! ¡Veneno!”

Eso le encantó a los de las aseguradoras pues extendieron su cobertura (deducibles mediante) hasta la medicina cuyo negocio crecía gracias a los Organoclorados y el DDT…

El negocio creció junto con la necesidad de hacer más pan. Porque ¿Qué es un condumio habitual sino pan, grasa, sal, y azúcar? (Pan, cambur, y Pepsicola) Digo, si tienes que resistir jornadas de diez horas para poder poner el pan transgénico o no en la mesa de madera pintada con plomo y demás especies. No dejes por fuera las primas de seguro aumentadas en la medida que no se descubre aun por qué es que le salen esos poporos dentro de la caja craneal a tantas personas…

Come pan con grasa, sal y azúcar. Si no te gusta ponle más grasa y más azúcar. Picante no, porque es pecaminoso…

… Y nació la “Cheeseburger”… Eso sí, con “Corned beef” junto a todas las implicaciones posteriores que nos llevaron desde los pecados de la carne, a través de la termodinámica, hasta la creación de la nevera y la imposibilidad de tomarse una cerveza a temperatura ambiente…

La vida sí que da vueltas ¿eh? Y todo por pintar una tabla de pino protestante (no me refiero a la religión, sino al acto de protesta en sí mismo) (mosca ¿eh?)…, ni pensar en lo que hubiera ocurrido de pintarse una buena laja de pizarra ¡Mi Madre!

Es fácil imaginarse entonces por qué las mujeres sexy aquí son las de caderas estrechas y poco volumen nalgar, acompañado, eso sí, de ser posible, por un frondoso tetámen (porque a falta de pan, buenas son tortas) ¿Tablas? No, ni siquiera pintadas, por favor.

¡Y claro! ¡De qué sirve un acto de protesta si no es sostenido en el tiempo y empujado más allá de lo razonablemente necesario! ¡Caderotas y nalgotas no! ¡Eso incita al pecado! ¡Eso te lleva a la pecaminosa y potencialmente estéril posición de perrito! ¡Sodoma y Gomorra! ¡Eso es de animales! Pongamos entonces las nalgas por delante (digamos que la excusa es que son para alimentar a la prole en la etapa pre-glúten y hasta en la Edad Media se pintaban Vírgenes de la Leche con las tetas afuera y por delante) y ensayemos el misionero que es menos procaz e incorrecto, además de ecuménicamente autorizado si no es ni por vicio ni por fornicio… Y ni se te ocurra echarle picante a tu cheeseburger ¿Estás loco? ¡Eso es de obispos morenos! ¡Vade retro! ¡Coño, que de retro no! Bueno, vade, vade… Quo vadis? Nobody cares while not reverse…

¿El pan? El pan era una cosa rígida hecha de un cereal incomible (generalmente centeno, supongo que se llama así que porque era necesario masticarlo al menos una centena de veces para poderlo tragar sin desgarrarse malamente el esófago) con regusto a cartón al cual había que mojar en una olla en la cual hirviera al menos un buen zapato para poderlo comer, y en los casos de apuro le hacía de proyectil balístico o simple porra…, llegada la extrema necesidad nada más, porque no hay que dejar de lado que atizar con el pan, es pecado…

Pinta, pinta, redímete, oh pecador.

En la mesa del rey (y en la del obispo, claro que ambas sin pintar pero muy bien lijadas y aceitadas con la grasa que debía ser utilizada para que el artesano comiera su pan incomible) se servía uno redondo de corteza impenetrable y de relleno menos marrón, que se usaba de plato. Sobre éste se colocaban las piezas de cacería asadas sin muchos miramientos. Al lado un buen cuchillo. Al frente un jarrón con vino, o cerveza, porque del agua ni hablar, que es peligrosa. Pa’ lavar la ropa y echarle a las matas, coño…, y el té no  llegaba aun de la lejana Catay…

Rara vez se lo comían (el pan). Tal vez algo se les iba con los tarascazos y las borracheras amenizadas por la ejecución de uno que otro artesano protestante. Que protestaba. Ojo…

Aquellas sobras de real pan regular no  tan marrón iban a engrosar el rancho de servidumbre y ejército, que sí tenían que comerlo pues a “buen hambre no hay mal pan”, por celíacos que hubieran sido.

Hoy en día quedará acaso algún ex artesano protestante que aun coma pan. Ahora son ricos y saben que el pan transgénico engorda las nalgas de las damas. Y pecados no, por favor. Los ricos ni comen pan, ni pintan tablas. En cambio hacen trabajar las maderas finas hasta un término razonable en el cual le aplican acabados poliméricos los cuales abaratan los costos de lijado y de tratamiento anti termitas, y le siguen recordando aquellos viejos buenos tiempos en los cuales sus abuelos pintaron las primeras tablas. Sin plomo, como debe ser, pero shiny-glossy-smoothness, eso sí.

Ahora, madera, comida, mujeres, todo se ve igual. Resulta deseable, confortable, y normal. Lo demás es snob and fancy… Y un poco incorrecto ¡Qué! ¿Tú comes orgánico? How you dare? Are you a hippy? What about weed? Paint it, paint it!

En Pennsylvania está prohibida expresamente, y así figura en la ley, la posición sexual del perrito. Yo creo que no han pintado suficientemente esas tablas con las cuales hicieron sus camas… A quién le importa. Además de Dieselpunk, comen más pan de la cuenta. Digo yo…

Y así pasa con los carros, las motos, las casas, los libros, y ¡oh, infeliz de mí! La razón.


Y así me preguntaron los mismos ojos irlandeses cuando yo exclamé quedamente: “interesting indeed!”… “Say what?” “Well, you know, it is noticeable in an unfathomable way”… “Why are you still marking T’s?” “Oh! Stupid me! Thought I had plenty of T’s in that word! So sorry…”… “Yeah, there are many, but not have to say”… “Drat! I did it again!” “Say what?” “Nothing, nothing, keep painting”…

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