“Aeternus, incorruptus, aequaevus polo,
Unusque et universus, exemplar Dei?”
John Milton. Paradise
Regained.
P. 118. 9,
10. Merrit Y. Hughes. 1937.
“¿Por qué pintas la madera? ¿No te
parece un exabrupto?”
La mirada fue de inmenso
desconcierto: “Outburst? What
are you talking about?”
Como si la pregunta hubiera sido “¿Por
qué te lavas los dientes en la mañana?”, o más bien, “¿Por qué le pones
gasolina al carro?”
“¡Ah! ¡Sí! Te gusta la estética
industrial ¡cierto! ¿Dieselpunk tal vez? Contemporary stuff?”
Peor, se profundiza la
incomprensión dentro de sus ojos irlandeses.
“Bueno, está bien, la pinto, la
pinto ¡Estética industrial! ¡Estética industrial contemporánea, coño!” digo
vehementemente para zanjar la situación cortando por lo sano. Es que yo
realmente detesto molestar. Ya no soy tan adolescente y no me luce andar
siempre haciendo preguntas incómodas.
Pero de qué manera “por qué pintas
la madera” puede ser una pregunta incómoda.
Hay una barrera cultural tras cada
lenguaje, me parece (tú sabes, descubriendo el agua tibia a mi edad), que va
más allá de las traducciones y todo eso.
No es crítica, para nada… Pero yo
pregunto: ¿por qué anybody es nadie y anytime es cualquier momento?
Es como el “Gaudeamus igitur,
juvenes dum sumus, post jucundam juventutem, post molestam senectutem, nos
habebit humus”… Patricios romanos borrachos dándoselas de graciosos haciendo
gala del humor negro en nombre de la academia haciendo cantar muy seriamente a
siglos y siglos de graduandos una letra así de burlona escudándose tras la
intelectualidad… En fin, a mí me divierte cuando lo entiendo, pero cuando no,
bueno, no…
A todas estas: ¿Por qué pintas la
madera? ¿En verdad te parece bonita así?
Y aquí me pongo a pensar en las
neveras, los melones, el maíz, los teléfonos móviles celulares (que a veces
hasta sirven efectivamente para hacer llamadas telefónicas), la cocacola, y en los
carros más grandes de lo que hace falta y que en tiempos de ahorrar combustible
usan cajas de cambios automáticos.
Cogito ergo sum, digo yo, por
opuesto que esto sea al Zen.
Al igual que por más que “piense”
no termino de hacerlo con claridad suficiente llevándome esto a pensar que
entonces tampoco “soy” claramente… Tautología pura para combatirlo: aquí “estoy”
y…, to be or not to be, es la clave…
Pero ¿pintar la madera?
Bueno, pensemos como un artesano inmigrante
escapado de las redes que llevan al cadalso de las religiones (¿economías?) enriquecidas
a costa y sin clemencia de su lomo.
Madera lijada hasta el grano 600
que entonces no existía. Aceite de linaza hervido. Cristales de Van Dyck.
Sangre de alguna doncella moribunda y pinceles hechos con la blonda cabellera
de ésta última. Cera de abejas. Trapo y trapo, el mismo que es mucho más fino
que su propia ropa harapienta y punto.
Bellos caobos y robles echados
abajo y trabajados arduamente porque esa belleza infernal es dura como el
hierro… Y el desperdicio va a parar a las carboneras pues quema más tiempo y
echa menos humo si ese negro combustible está hecho con maderas nobles…
Pobreza y fasto. Pésimo contraste.
Creador de enemigos. Y de fanatismo.
Huida. Women and children first? No
necesariamente.
Pino. Pino. Pino. Y demás
coníferas. Madera suave, crecimiento rápido, muchos nudos e imperfecciones.
Dejarla desnuda crea muchos desperdicios porque los nudos son feos y débiles.
Además de ser pasto favorito de
xilófagos, lijarla, es ordeñar una vaca muerta. Píntala.
Ingentes capas de gruesa pintura
democratizadora e igualadora. No importan los nudos y demás imperfecciones
¿Estética? ¿Qué te pasa? ¿Eres un obispo acaso? ¿Siderización a lo escandinavo?
¡Hazte el sueco, que eso da mucho trabajo! ¡Además el rojo es color de
comunistas! Usa colores tristes, no olvides que eres protestante y reformista.
Nada de colores vivos… Ahí tienes tu mesa, tu silla, tu ventana, tu granero, y
ante todo tu puerta…, y nos ha sobrado apenas aserrín.
Corta más pino y pongamos una
compañía maderera ¡mira! Ese es enorme ¡Túmbalo! ¡Tasajo! ¡Pintura! ¡Pero es
una secoya, ese árbol vio a los dinosaurios! Who cares? Plenty of Wood there!
Knock it down!
Alright! ¡Tú corta madera, que yo
hago pintura, y ponemos al primo a prensar el aserrín con un poco de pega, y se
lo vendemos a los fabricantes de cocinas americanas!
Esto los que vinieron del norte,
porque los que llegaron de Sicilia (junto con un par de británicos
emprendedores) viendo que la mezcla de pintura, pegamento, y madera de pino era
altamente inflamable, montaron las empresas aseguradoras que pegaron y dieron
la hora a pesar de la reticencia inicial (pero que luparas y horcas mediante) ahora
han demostrado ser la piedra angular del tinglado de “Lo”. Perdón, había
prometido no nombrarlo nunca más…
En fin, con la pintura sobre la
madera, acción que se inició como un acto de necesidad aupado con rebelión
religiosa reformista, vino a saltar fuera toda una simbología que con el tiempo
fue a parar en patrón estético “sine qua non”.
Los caminos del señor son
inescrutables, diría el bueno del Padre Severiano, sacerdote Terciario
Capuchino inmigrante salido de la madre patria hecha desierto en el siglo de
oro por culpa de los obispos marineros, y ¡que viva la Grande y Felicísima
Armada!
“¡Ah! ¡Dieselpunk! Quién lo diría
¿ah?”
Ajá, todo eso está muy bien, pero
¿Qué le pasó al pan? Cuando yo era niño allá en mi tan lejana primera edad como
españolizada cultura, el pan era dado (sin sal, grasa, ni azúcar) en la
eucaristía como el cuerpo del más controversial personaje de todos… Y según me
pareció captar entonces, significaba que era bueno, el pan, quiero decir.
Dejémoslo claro, no quiero confusiones.
Ahora es (el pan) una inextricable
masa plástica inodora incolora e insípida salida de un venenoso cereal
transgénico inflado de agrotóxicos… ¿Pero qué vaina es ésta? ¿Qué pasó ahí?
¿Otra venganza divina que ahora nos pone a Monsanto como el jinete del
apocalipsis correspondiente al hambre? ¡Coño! Pobre Águila de Patmos…
Está bien, pintar la madera trajo éxito
económico, los inmigrantes pudieron prosperar significando esto que completaron
el ajuar y la dote, y se casaron, y se reprodujeron (id y poblad la tierra, les
dijeron), trajeron más bocas que alimentar pero los bichitos de esta nueva
tierra son muchos y desconocidos… “¡Pintalos! ¡No! ¡Envenénalos! ¡Sí! ¡Veneno!
¡Veneno!”
Eso le encantó a los de las
aseguradoras pues extendieron su cobertura (deducibles mediante) hasta la
medicina cuyo negocio crecía gracias a los Organoclorados y el DDT…
El negocio creció junto con la
necesidad de hacer más pan. Porque ¿Qué es un condumio habitual sino pan,
grasa, sal, y azúcar? (Pan, cambur, y Pepsicola) Digo, si tienes que resistir
jornadas de diez horas para poder poner el pan transgénico o no en la mesa de
madera pintada con plomo y demás especies. No dejes por fuera las primas de
seguro aumentadas en la medida que no se descubre aun por qué es que le salen
esos poporos dentro de la caja craneal a tantas personas…
Come pan con grasa, sal y azúcar.
Si no te gusta ponle más grasa y más azúcar. Picante no, porque es pecaminoso…
… Y nació la “Cheeseburger”… Eso
sí, con “Corned beef” junto a todas las implicaciones posteriores que nos
llevaron desde los pecados de la carne, a través de la termodinámica, hasta la
creación de la nevera y la imposibilidad de tomarse una cerveza a temperatura
ambiente…
La vida sí que da vueltas ¿eh? Y
todo por pintar una tabla de pino protestante (no me refiero a la religión,
sino al acto de protesta en sí mismo) (mosca ¿eh?)…, ni pensar en lo que
hubiera ocurrido de pintarse una buena laja de pizarra ¡Mi Madre!
Es fácil imaginarse entonces por
qué las mujeres sexy aquí son las de caderas estrechas y poco volumen nalgar,
acompañado, eso sí, de ser posible, por un frondoso tetámen (porque a falta de
pan, buenas son tortas) ¿Tablas? No, ni siquiera pintadas, por favor.
¡Y claro! ¡De qué sirve un acto de
protesta si no es sostenido en el tiempo y empujado más allá de lo
razonablemente necesario! ¡Caderotas y nalgotas no! ¡Eso incita al pecado! ¡Eso
te lleva a la pecaminosa y potencialmente estéril posición de perrito! ¡Sodoma
y Gomorra! ¡Eso es de animales! Pongamos entonces las nalgas por delante
(digamos que la excusa es que son para alimentar a la prole en la etapa pre-glúten
y hasta en la Edad Media se pintaban Vírgenes de la Leche con las tetas afuera
y por delante) y ensayemos el misionero que es menos procaz e incorrecto,
además de ecuménicamente autorizado si no es ni por vicio ni por fornicio… Y ni
se te ocurra echarle picante a tu cheeseburger ¿Estás loco? ¡Eso es de obispos
morenos! ¡Vade retro! ¡Coño, que de retro no! Bueno, vade, vade… Quo vadis? Nobody cares while not
reverse…
¿El pan? El pan era una cosa rígida
hecha de un cereal incomible (generalmente centeno, supongo que se llama así que
porque era necesario masticarlo al menos una centena de veces para poderlo
tragar sin desgarrarse malamente el esófago) con regusto a cartón al cual había
que mojar en una olla en la cual hirviera al menos un buen zapato para poderlo
comer, y en los casos de apuro le hacía de proyectil balístico o simple porra…,
llegada la extrema necesidad nada más, porque no hay que dejar de lado que
atizar con el pan, es pecado…
Pinta, pinta, redímete, oh pecador.
En la mesa del rey (y en la del
obispo, claro que ambas sin pintar pero muy bien lijadas y aceitadas con la
grasa que debía ser utilizada para que el artesano comiera su pan incomible) se
servía uno redondo de corteza impenetrable y de relleno menos marrón, que se
usaba de plato. Sobre éste se colocaban las piezas de cacería asadas sin muchos
miramientos. Al lado un buen cuchillo. Al frente un jarrón con vino, o cerveza,
porque del agua ni hablar, que es peligrosa. Pa’ lavar la ropa y echarle a las
matas, coño…, y el té no llegaba aun de la
lejana Catay…
Rara vez se lo comían (el pan). Tal
vez algo se les iba con los tarascazos y las borracheras amenizadas por la
ejecución de uno que otro artesano protestante. Que protestaba. Ojo…
Aquellas sobras de real pan regular
no tan marrón iban a engrosar el rancho
de servidumbre y ejército, que sí tenían que comerlo pues a “buen hambre no hay
mal pan”, por celíacos que hubieran sido.
Hoy en día quedará acaso algún ex artesano
protestante que aun coma pan. Ahora son ricos y saben que el pan transgénico
engorda las nalgas de las damas. Y pecados no, por favor. Los ricos ni comen
pan, ni pintan tablas. En cambio hacen trabajar las maderas finas hasta un
término razonable en el cual le aplican acabados poliméricos los cuales
abaratan los costos de lijado y de tratamiento anti termitas, y le siguen
recordando aquellos viejos buenos tiempos en los cuales sus abuelos pintaron
las primeras tablas. Sin plomo, como debe ser, pero shiny-glossy-smoothness,
eso sí.
Ahora, madera, comida, mujeres,
todo se ve igual. Resulta deseable, confortable, y normal. Lo demás es snob and
fancy… Y un poco incorrecto ¡Qué! ¿Tú
comes orgánico? How you dare? Are you a hippy? What about weed? Paint it, paint
it!
En Pennsylvania está prohibida
expresamente, y así figura en la ley, la posición sexual del perrito. Yo creo
que no han pintado suficientemente esas tablas con las cuales hicieron sus
camas… A quién le importa. Además de Dieselpunk, comen más pan de la cuenta.
Digo yo…
Y así pasa con los carros, las
motos, las casas, los libros, y ¡oh, infeliz de mí! La razón.
Y así me preguntaron los mismos
ojos irlandeses cuando yo exclamé quedamente: “interesting indeed!”… “Say what?” “Well, you know, it is
noticeable in an unfathomable way”… “Why are you still marking T’s?” “Oh!
Stupid me! Thought I had plenty of T’s in that word! So sorry…”… “Yeah, there are
many, but not have to say”… “Drat! I did it again!” “Say what?” “Nothing,
nothing, keep painting”…
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