“(del lat. frecuentia)
Repetición reiterada
De un acto o suceso. // Fís.
Número de ondulaciones
De un movimiento vibratorio en
cierta unidad de tiempo. //
Número de veces que, en una
unidad de tiempo, se repite
Un fenómeno periódico. ”
Frecuencia, según Diccionario Hispánico Universal.
W. M. Jackson, Inc. Vigésima tercera edición. 1979.
No vale, qué va.
Que uno se pone viejo a veces no
pasa de un facilismo derrotista que sólo denota una amplitud mayor en eso a lo
que le dicen, frecuencia.
Qué roncamos al dormir significa
que vamos bien, es decir, que nos estamos aprendiendo a relajar y que confiamos
en que la persona que duerme al lado es de absoluta confianza. Confort.
Comodidad. Ajuste.
Las cosas que tienen los cambios.
El cambio en sí mismo. La incomodidad que surge entre lo indetenible, la
inexorabilidad del cambio, todo lo que trae y que no podemos asimilar por el
lío de que también para percibirlos, apreciarlos, sopesarlos, y luego más o
menos saber cómo entrarle a lo nuevo que de cualquier manera pasa y pasará
aunque nos pongamos tiesos y nos salgan hemorroides en un intento fallido por definición
(de oponernos a ello), que necesitamos solucionar.
Entonces ¿viejos? No vale, qué va.
Desacostumbrados no más. Aprendimos mal.
Es un asunto de frecuencia. Y el
problema está no sólo en la percepción, y en la antedicha capacidad de
asimilación y la ductilidad conceptual de la columna vertebral cultural
deontológica.
Pero no nos pongamos tan
especialistas, que luego viene la gente y se confunde. La finalidad aquí no es
enredarnos en una telaraña de terminología rimbombante. Los tiros van más bien,
por el lado del análisis del devenir utilizando la figura sinusoidal que
incluye en esa matriz, al tiempo, y al movimiento físico, y de lo mentalmente
concebible…, y perdóneme usted…
Pongámoslo así: vamos a imaginar la
hélice de un barco. Un eje la conecta, mecanismos e ingenios mediante, a un
motor. En el caso que describimos, el motor consume un combustible que mezcla
con un comburente y utilizando el fuego primigenio de toda vida gira y gira en
un vano intento iluso de ir a alguna parte como un hámster en su ruedita… Viera
usted que ese giro ingenuo y vano en realidad es transmitido al agua (porque
hablamos de un barco, claro) y gracias a que la hélice tiene una variación en
la presentación de sus planos en el eje perpendicular, el giro circular se
traduce en un empuje hacia delante o hacia atrás, según sea el caso.
Que a dónde vamos con este giro…
No, no hacia delante, más bien hacia atrás.
El universo entero empuja. Empuja,
hala, deflecta por la interacción y suma de vectores circunstanciales, en fin,
que no se cansa de ejercer…, y eventualmente lo hará acaso pero ya no estaremos
para verlo así que qué importa.
Entonces vamos a ver esta imagen de
la hélice girando por culpa de un fuego primigenio que ejerce su energía sobre
una mezcla de combustible y comburente dentro de una cámara de expansión que
tiene un lado movible llamado pistón en nuestro caso, una biela, un cigüeñal,
un eje, lo que sea, la hélice con sus planos torcidos que gira y gira y empuja
y hala (por la forma de la sección del adminículo que produce un fenómeno
parangonable con el principio de sustentación de un ala), y a la hora de la
percepción, el barco navega.
Pero vamos a verlo en el sentido
contrario y perdóneme usted la habladera de pistoladas.
El agua del mar, en este caso es
una de las patas elementales sobre la cual se sostiene la vida en el universo.
Digo yo. En ese caso no es un medio. Es origen y parte de él al mismo tiempo.
No nos movemos en el agua. También es el agua quien se mueve en relación a
nuestro deplorablemente miope punto de vista.
Visto así, la hélice es un
intermediario crucial (un nodo) entre el fuego primigenio y el agua vital.
Entonces, en cierto modo nuestra
confusión relacionada con la vejez de nuestros cuerpos se basa en la
incapacidad momentánea y yo diría que hasta “closterizada” de percibirnos como ese intermediario, como esa
hélice. Como es en una de las realidades posibles nada definitivas.
Me trataré de explicar más
claramente.
El tiempo. Al tiempo tendemos a
verlo como una línea y por lo tanto concebimos la vida como una secuencia
serial prelatoria. Después de todo nos enseñaron que una línea es una sucesión
de puntos ¿no? Primero nacemos, después
crecemos, luego nos multiplicamos y por supuesto, nos morimos. Un punto y luego
el otro.
Nos acostumbramos a fluir en onda,
que se comprime al oponernos al cambio, hasta que se reduce tanto la frecuencia
(o aumenta, según se comporta la energía en oposición lógica a nuestro
razonamiento en este caso específico) que se forma un “cuanto” (un nódulo de energía) que crecerá en potencialidad hasta
romper algo, crear una nueva realidad, obligarnos a dejar las pendejadas y
encarar la nueva aunque sea ayudados con Prozac, o similar.
Pero es más complicado. La onda no
es bidimensional. No es tridimensional. Es mucho más que multidimensional…
Según he leído y me parece comprender, son todas las dimensiones
simultáneamente… Bueno, tampoco hay que volverse locos con esto, total, si no
lo podemos siquiera imaginar, de muy poco sirve saberlo.
Más bien sigamos viéndonos como esa
hélice que gira dentro del agua pero incluyendo al agua misma en el juego.
Vamos a dejar caer algo de tinta (biodegradable, les agradezco mucho) en esa
agua dentro de la cual gira la hélice y notemos que las burbujas formadas por
la cavitación y la centrífuga (el barullo de la existencia) brillan como
pequeñas gemas que nos recuerdan la belleza de la vida. No se nos olvide que
ésta existe contra todo pronóstico, y si no me creen, pregúntenle a un
especialista en termodinámica.
No, de ninguna manera es el motor
quien hace girar la hélice. No es el ingenio, no son los mecanismos. Esos son
las ganas de vivir que tiene el ser humano y buscará en onda y en cuantos,
aunque sea tridimensionalmente nada más, porque lo incompleto de la percepción
es la mejor de las excusas desde siempre. Por eso es que vive asustado y
asustando.
La hélice girará porque el universo
contentivo de agua y fuego, y de todo lo demás, hala y empuja. Como pasa con
los árboles que van de regreso siempre que uno va hacia alguna parte. El fuego
primigenio, el agua vital, la tierra madre. Toda la energía yendo y viniendo:
transformándose.
Nadie me lo saca de la cabeza. Todo
pasa por todas las razones. Todas, todas. Y al mismo tiempo.
Uno escoge, uno inventa, uno se
opone, uno se enferma y le duele. A uno lo ataca la presbicia, el gluten, la
idiotez, y el dolor de bola…, y la inefable conspiración de Lo, claro.
Coño’esumadre.
En fin.
No, qué va, no es la vejez. Es el cambio
de frecuencia. Y todo nada más es por culpa de la deontología de la percepción.
No se quede con términos vagos y
cabos sueltos. A uno le enseñaron que el agua es azul y el fuego va de rojo
hasta amarillo. Así es como es. Pero ¿no nos enseñaron que el agua es incolora,
inodora, e insípida? Y la llama de la cocina ¿no es azul? Percepción, sólo eso.
No se deje joder por lo que debería ser.
Longitud de onda. Frecuencia, pues…
Siempre me acuerdo de James Bond en
la ocasión de recibir por correo una bala de oro con su número grabado en ella.
Lógicamente él asume que será la próxima víctima de Francisco Scaramanga… Pero no nos interesa la trama del Hombre de la Pistola de Oro. Lo que nos
interesa es un comentario que le hace Bond a la groupie de Christopher Lee,
creo que Maud Adams o Britt Ekland (no me acuerdo), acerca del asesino y el
sexo.
Ella comenta que el tipo solo le
hace el amor antes de cumplir un encargo (sicariato fino no más), a lo que Bond
le responde que los cazadores de “no me acuerdo dónde” le hacen el amor a sus
mujeres antes de ir de cacería porque es un hecho sabido que la práctica del
sexo afina la vista.
Es por lo tanto un hecho cierto que
el tema de la vejez es solo un fenómeno de frecuencia, y en ello reside el
secreto. Allí está la clave. En la percepción sinusoidal del devenir. En el
manejo durante la transformación de la energía. En la transmutación que de una
punta a la otra punta, del fuego primigenio al agua vital, de ida y de vuelta,
la percepción también por culpa de la inconsciencia nos etiqueta de viejos o de
jóvenes. De hélice que gira ya poco y cada vez menos.
Y aparece el dolor, las
intolerancias, las alergias, la presbicia, la negación en estado físico. La
corporeidad misma del cuanto energético creado por la compresión de la onda
cuando anteponemos el dique de lo que se supone que debería ser.
Qué tontería.
Haz la prueba: sexo lento,
contenido, suave, prolongado… Y después de, agarra tu libro y lee sin los
anteojos ¿viste? No los necesitas.
Ahí está: la clave está en la
frecuencia…
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