“Quien tiene dos relojes
Nunca sabe qué hora es”.
Dicho popular.
Sí, el View Master.
¿Quién se acuerda de ese visor de
juguete?”
Yo nunca lo tuve porque apareció
cuando ya estaba mayorcito para esas cosas. Una primita mía sí lo tenía y así
fue que lo conocí.
No me voy a poner a describir el
principio de estereoscopia y todo eso porque no viene al caso. Cité el
aparatico ese nada más para describir cómo me sentí durante las dos semanas que
pasé de visita en el país donde nací.
Estuve por allá con mi hijita cada
vez más linda, con mi familia (tanta como pude ver en tan corto tiempo), y
amistades profundas que al fin y al cabo son la familia que uno escoge.
¿View Master? Dirán.
Sí.
Vi una cierta cantidad de
realidades superpuestas, todas casi planas, que al mirarlas de frente parecían
componer un paisaje, pero al variar un poquito el ángulo se desenfocaban.
Circunstancia en la que el punto de vista nunca fue más importante para
interpretar las experiencias y en la cual darle algún tipo de sentido a la
vida.
Me dio la impresión
desesperanzadora de distintos planos semitransparentes desplazándose un poco a
lo loco en cualquier eje de la matriz, pero sólo en un eje cada uno, incapaces
de asumir siquiera la posibilidad de coexistir con las otras realidades.
Azaroso.
Por supuesto es inevitable que en
un minué de realidades (des) organizadas de ese modo a cada rato se topen entre
ellas.
Éste tope es realmente una colisión
de magnitudes variables que puede ir desde un simple manoteo, hasta un conato
de revuelta social.
Encontré a la sociedad venezolana
estratificada, más, si cabía. No podía ser de otro modo. Y cada estrato detesta
y teme al otro. Divide y vencerás, dicen y lo han logrado. Quienes quiera que
hayan sido.
Oí hablar de intenciones, oí hablar
de futuras acciones, oí hablar de cosas que se están haciendo, y hasta oí
juramentos de “te juro que las cosas son así”… Yo no lo sé. No lo vi. Pero
sesudas conversaciones las tuve, con más de uno y bien informados todos.
Lo que hoy escribo representa para
mí una especie de “Nudo Gordiano” el cual debo desamarrar. No usaré ninguna de
mis diversiones idiomáticas absurdas. Trataré de explicarme y no complicar las
frases nada más por reír de mis propias ganas de hacer las cosas enredadas.
Esta vez, en verdad quiero explicar lo que vi porque también yo quiero entender
aunque sea una vez en la vida.
Adicional a la ya adolescente dupla
“Chavismo-Oposición” maniquea y simplista, además de aburrida de comentar por
poco actual y, en blanco y negro, pude observar la esencia del híbrido que es
el venezolano, en acción.
Quiero decir, un perro de raza pura
podrá ser bonito según unos cánones y muy obediente él, pero es enfermizo y
hasta un poco suicida si lo vemos de alguna manera (igual que un caballo de pura
sangre es capaz de obedecer al jinete y galopar hasta caer muerto), pero un
perro híbrido o una mula buscará y encontrará la forma de sobrevivir siempre. A
pesar de lo que sea.
Sí, sí, sí, mucho chavismo y tal,
mucha oposición y tal y tal…
El venezolano a “motu proprio” está
evitando profundizar el lío. Poco a poco va evitando echarle más leña al fuego.
Claro, cuando uno está en el centro del candelero no lo nota fácilmente, pero
yo estuve ahí en calidad de observador y lo pude ver (o tal vez eso era lo que
quería ver, quién sabe). Será por miedo que ya cala hondo en las personas no
faltará quien lo diga, y hasta razón tendrá.
Lástima que en vez de quitarle el
martillo a quien anda golpeando en la cabeza a los demás, la gente sólo alcance
a ponerse hielo en los chichones, usar pomaditas anti inflamatorias, y en el
mejor de los casos desarrollar un agudísimo sentido de supervivencia y
quitársele de delante al vándalo del martillito.
Hace dos años (cuando me fui) si te
le atravesabas a un motorizado en la autopista tenías un encontronazo seguro.
No nada más con ese, también con la multitud de ellos que se detenían a
respaldar a su congénere linchándote a ti.
Me le atravesé a un par de ellos
sin mala intención, cosas que tiene la pérdida de la práctica, y el asunto no pasó de un manoteo
amedrentatorio de su parte y una disculpa (aceptada) de la mía las dos veces.
Será que tuve suerte.
Pero déjeme narrar mi primera
experiencia nada más tocando tierra en Maiquetía.
Venezuela es un país de planillas y
formularios y ya en el avión de Delta Airlines en el que llegué allá, desde
Atlanta, un sobrecargo igualito a Olga Tañón me dio el formulario de aduanas al
mismo tiempo que me pedía disculpas porque no tenía el de inmigración. Son en
total un par de papelotes en los cuales debes explicar algunas cosas. Quién
eres, qué haces, cuánto traes, cuáles son tus intenciones y propósitos, cómo
viniste, dónde te quedarás, etcétera, etcétera, etcétera. Está bien.
Toqué pues suelo venezolano faltándome
un formulario, circunstancia que tuve que volver a enfrentar más adelante en
esas dos semanas pero esa parte de la historia no viene al caso y la narraré en
otra ocasión.
Mala cosa. Si te falta un
formulario en Venezuela podrías estar muy frito, pero siempre se encuentra
alguna solución, tú sabes…
La cosa es que en el avión sólo
tenían el de aduanas. Faltaba el de inmigración.
Aterricé faltándome un recaudo, ojo…
Bueno, no me dejé preocupar por esto y serpenteando entre incontables botellas
de whisky… Pero permítame usted ir atrás un momento y perdone…
… Salí del aeropuerto de Covington
en Kentucky que sirve a la ciudad de Cincinnati perfectamente en tiempo y con
un clima esplendoroso, pero en el trayecto hacia Atlanta se desató un repentino
tormentón de dimensiones épicas que nos desvió hacia Alabama haciéndonos
aterrizar en el aeropuerto de Huntsville para poner combustible y ahí estuvimos
por algo más de una hora, que sumándolo al tiempo que estuvimos en el aire nos
hizo aterrizar en Atlanta con más de dos horas de retraso.
Pensé que había perdido el vuelo a
Caracas, pero la tormenta retrasó todo en aquel lugar y, aunque tuve que correr
duro llegué a tiempo desde la puerta A16 hasta la E28, trayecto hecho en tren
subterráneo mayormente y aun así tomó unos cuarenta minutos lograrlo.
Supe que había alcanzado la puerta
correcta aun antes de ver el número y la pizarra electrónica al ver la montaña
de cajitas de whisky apilada alrededor de la mesita de los encargados por la
línea aérea para recibirlas. “¡Ah! ¡Venezolanos!” me dije. “Todo bien”.
Ya había cola para subir al avión a
la cual me incorporé pues llamaban a la “Zona 2”. El muchacho de franela negra que
estaba detrás de mí comenzó a empujarme disimuladamente para tratar de
colearse… Flemático como el que más pero autoritario le pedí que por favor me
mostrara su pasaje. Asiento 22A, pude leer. “Hijo, no tienes que colearte ¿ves?
Ese número seguido de una letra indica que tienes un asiento designado, no
tienes que empujarme, ni colearte. Estate tranquilo que viajarás sentadito como
todos los demás”. El joven barbilampiño medio azarado balbuceó un “disculpe
señor”. Y dejó de molestar… “¡Ah! ¡Venezolanos!”, volví a pensar.
Regresemos al relato ya en
Maiquetía. Decía que serpenteando entre botellas de whisky que caminaban
lentamente llegué a la mesa de vidrio en la cual uno se apoya para rellenar los
formularios. No me había dado tiempo de preguntarme por la otra planilla cuando
un joven franela roja de buenas maneras se me acercó y me dijo “señor, aquí
tiene la otra que le falta, bienvenido ¿alguna duda?”. Le di las gracias
también muy educadamente, recibí y llené la planilla que me faltaba, y me fui a
hacer la cola de inmigración.
No había cola. Me tocó de inmediato
pasar a la taquilla. La muchacha de turgente franela gris y mejores modos me
hizo un par de preguntas sobre esto y aquello, me informó muy amablemente que
además del número del pasaporte debía colocar en la planilla el de mi cédula de
identidad ya que soy venezolano (la chica lo hizo generosamente porque después
de todo, y esto lo hizo notar ella, no está claramente especificado), resaltó
el hecho de que vivo afuera y que tenía dos años sin venir, me selló el
pasaporte devolviéndomelo con una radiante sonrisa mientras me decía
“¡Bienvenido a su país!”
Yo quedé como bizco y medio
atragantado pero igual le dije “¡muchacha! ¡qué lástima que este mostrador sea
tan ancho! ¡me provocó darte un beso!”. Ella se rió francamente mientras me
decía “¡Otra vez será!”
En aduanas, la señora de blusa
beige y collar de perlas que iba delante de mí se enredó con las botellas de
whisky y por más chance que le di, igual mis maletas la alcanzaron trabándole
el serrucho. Pero la gota que derramó todo fue, como no, de whisky. La señora de
jersey azul celeste y mocasines de tacón mediano que venía detrás de mí las
metió todas demasiado rápido y hubo reacción en cadena. Todo se apeletonó en la
salida del aparato y hubo confusión de maletas y whisky caído.
El funcionario de aduanas, un señor
mayor con marcado acento guaireño y franela roja, vino riéndose y puso orden
separando maletas del whisky, mandando a una señora a sostener el carrito y sus
perlas mientras él y yo le cargábamos el etílico cargamento claramente separado
del que venía detrás de mí con la otra señora, la de los mocasines.
Solventado este trago, caminé al
encuentro del entrañable señor Gilberto quien con chaqueta gris me había venido
a buscar para llevarme a casa de mi madre.
Subimos a Caracas por una autopista
casi vacía de carros (por la hora) que me hizo pensar en una frase de Terry
Pratchett “not precisely aggressive, but terribly uncaring”, oyendo rancheras y
hablando sobre Don Pedro Vargas, María Félix, y Agustín Lara, claro, al mismo
tiempo que el señor Gilberto manejaba en modo defensivo esquivando todo lo que
le parecía sospechoso repitiendo siempre la venezolanísima expresión de “¡Zape
gato!”…
Fue un buen recibimiento.
Mi estancia de dos semanas allá, en
el país donde nací, fue muy linda y muy triste al mismo tiempo.
Dado a lo corta que fue mi estadía
tuve que dejar de ver personas que son muy especiales para mí, y esto fue
triste… Pero no empecemos por las tristezas…
Estuve con Natalia, mi hija. Con mi
madre, mi padre, y una buena parte de mis hermanos. Vi a mis tías, mi tío
querido, y algunos primos que siempre llevo en el corazón.
Fue una ocasión de reencuentro
bello y sanador. Siento ahora que ese viaje era tremendamente necesario. Cuánto
me alegro de haber ido.
Aunque nunca es suficiente ningún
tiempo para estar con mi hija también me siento agradecido de haberla podido
ver. La encontré tan inteligente, tan clara, tan total. Admiro esa niña. Mucho.
Y la echo tanto de menos que me muero un poquito cada segundo que pasa… Pero,
en fin, la vida tiene de esto y de aquello, y los tiempos mejores no sé cómo se
las arreglan, pero están siempre por llegar. Esperemos, pues, a ver.
Poniendo aparte las tristezas
inherentes a las despedidas, las tristezas provenientes de las realidades
dentro de las cuales se vive en el país no son menos vivas.
Ahora descubro que aun estando
conscientemente convencido de que la decisión de emigrar fue la correcta y de
que me encuentro muy feliz y tranquilo aquí, en algún rincón de mi inconsciente
abrigaba la esperanza de haberme equivocado y de que todo no hubiera sido más
que un mal sueño.
Mi viaje también sirvió para
aclarar eso. Por un lado me siento más tranquilo por haber hecho lo que tenía
qué hacer. Pero por el otro me queda ese pequeño vacío que deja el desengaño por
mínimo que sea el cual uno rápido tiene que llenar con algún poquito de cinismo
para evitar daños mayores y duraderos… Ya lo dije, ponerse el hielo en el
chichón en vez de quitarle el martillo a quien te pega, antes de que lo haga.
En fin…, volvamos al View Master.
Están los ricos de siempre haciendo
tal vez más dinero que nunca aunque hayan tenido que reinventarse un poco.
Están los nuevos ricos de este lado
y del otro aprovechando cuanto chance le da la impunidad para hacer del culo de
Venezuela una plaza de toros, robando dineros a manos llenas sin desperdiciar
oportunidad y sin que exista la más mínima esperanza de que dejen de hacerlo.
Están los recién empoderados
convertidos en plaga autónoma acéfalos, o más bien, multicéfalos todos de
fábula pues no sé si habrá alguien a quien realmente respondan. Motorizados
(digamos civiles) y con ellos los que hacen enormes ganancias trayendo montañas
de baratísimas motos chinas. Motorizados (digamos milicianos) y con ellos los
que hacen negocios con las rápidas e infalibles pequeñas motos japonesas además
del liviano armamento de asalto que portan a plena luz del día. Motorizados
(digamos que paramilitares, parapoliciales, escoltas y otros varios) y con
ellos los que hacen negocio con las espectaculares motocicletas japonesas de
cilindrada media tirando a alta, y el armamento de asalto no ya tan liviano que
portan igual que yo mis lentes para leer.
Está también una clase media que se
queja y se queja y se queja y publican en las redes sociales y publican en las
redes sociales, pero que de un modo o de otro siguen andando en buenas
camionetas y carros de lujo medio (es decir, no vi ni Ferrari, ni Bentley,
aunque sí más de un Audi) comprando whisky en todos lados al precio que esté…
Lidiando con una inflación absurda que no tiene compón para los próximos quince
o veinte años según parece, lidiando con unas extremadamente creativas fuerzas
del hampa (que no es para nada común) que hoy te roban de un modo, mañana de
otro, pasado te secuestra, y el día después te roban el cabello, y al otro te
clonan las tarjetas de crédito, o te vuelan el celular, o quién sabe qué más…
Yo nací en la parte media baja de la clase media. Es decir, no fuimos nunca a
Miami a hacer compras ni a conocer a Mickey Mouse. Fuimos a Europa porque a mi
papá lo becó la Unesco… Quiero decir, que en Venezuela estaría en la porción de
la sociedad más azotada y más indefensa.
Vi la Venezuela del buen comer y el
buen vestir. Vi la Venezuela intelectual de este lado y del otro. Vi la
Venezuela del bunker de lujo y de las calles llenas de huecos por cuyas aceras
transitan señoras de servicio y transexuales. Vi la Venezuela cabocla de risa y
brusquedad, y la criolla de sutilezas y buen trago.
Viví la Caracas de la variedad y la
cultura. Caminé por el parque Los Cobos en el marco de la feria del libro entre
docenas de representantes de editoriales, libreros de todos tipos y temáticas,
cómics, tecnología, música… Conversatorios con distintos autores bautizando un
nuevo título o comentando algún texto. Cruce de ideas… Compré mi grimorio de
turno, una edición de los treinta en muy buen estado, esta vez de Erasmo de
Rotterdam. Me gustó mucho. Fui tres veces. Aquí donde yo vivo no existe nada
siquiera parecido a eso. Tal vez en una ciudad más grande, pero no aquí.
Viví la noche de parranda que
comienza por “el chino alemán” de Altamira, pasa por la taguara perezjimenista
de Colinas de Bello Monte y por el bar sempiterno del “callejón de la
puñalada”, para terminar en Las Mercedes comiendo “Perripollos” a las tres y
media de la madrugada entre borrachos y taxistas.
Vi una Caracas con más miedo que
nunca, pero al mismo tiempo vi una Caracas que sigue siendo la misma sobreviviente
mierda cínica y contrastada en la cual crecí, en donde conviven malandros de
todas clases viendo a ver cómo coño hace para desquitarse una vez más. Ojo por
ojo y diente por diente, parece ser el lema de esa ciudad. Una Caracas en la
que uno no deja de hacer lo que tiene que hacer por el nimio detallito de que
te podría pasar algo feo, tal vez definitivo.
Se dice que nadie es tan viejo como
para pensar que no vivirá otro año más… Pues me parece que en Caracas la cosa
es que nadie piensa que ha corrido suficientes riesgos como para no correr uno
más… No quiero volver a vivir allá. Los niveles de desastre impune en los que
se vive son demasiado altos, sólo que han creado tolerancia porque los aumentos
se dan paulatinamente junto con toda suerte de pañitos calientes que resultan
muy buenos también.
Y en el otro lado, los idealistas.
Los hay de varios tipos a saber.
Los que están esperando que alguien agarre el chivo por los cachos y ponga
orden…, en ambos lados, palabra. Está la clase media de oposición que se
retrata con Capriles y todo ese variopinto grupo que por esa misma razón se les
complica (y complicará) la cosa, y la clase media chavista que aún está
esperando un nuevo comandante que llegue y ponga orden salvando el verdadero
chavismo de la igualdad y los derechos. Hay hasta un par de nombre propuestos
ahí y todo… En Venezuela aun después de lo que hemos experimentado seguimos
esperando al mesías, al redentor, al caudillo…, al padre imaginario al cual
seguir.
Están los que entraron en negación
llamando chavecos a los chavistas y escuálidos a los de la oposición. Estos
están cómodos pues no hay nada más útil en la vida que tener a quien echarle la
culpa de todo. Los que se quedaron pegados en el existencialismo de los
cincuenta y decretaron que el infierno son los otros. Pero quiénes son los
otros… ¿Se han puesto a pensar que en todo momento uno es el otro del otro?
Chavistas que no dan su brazo a
torcer en cuanto la situación que se vive es más que suficiente prueba de que
algo salió muy mal y que lo que hay que hacer es ponerse a corregirlo, y que
corregirlo pasa por aceptar que aun habiendo hecho cosas muy buenas las malas
han sido muy malas. Y malo y bueno nada tiene que ver con la moral y otras
pazguatadas. Tiene que ver con la coherencia entre el discurso y los
resultados. Si hablas de una ruptura con la podredumbre de la cuarta república,
no permitas que se repitan sus defectos, digo yo. Y si existen, extírpalos. No
los magnifiques, caray.
Opositores que despotrican
lapidarios sobre la situación culpa de esos brutos horrorosos pata en el suelo
con pésima ortografía, burros, gorilas, qué sé yo qué más, pero siguen haciendo
trampa, nadando dentro de la corrupción, haciendo trampa ¡tramposos! Coño…,
perdóneme la pérdida de compostura. Pero por favor, deje de echarles la culpa a
los demás y cultive su propio jardín, ya que lo demás no ha funcionado ni funcionará
nunca.
Están los que sin ideales de ningún
tipo, ni teorías, ni aun quien los defienda y vele por ellos, sin formación ni
conocimiento de ninguna clase de ética se buscan la vida día a día, vida que ya
deben. Siempre en la cara de atrás de la ola, sin esperanza ni parámetros. Pero
viven, y ríen, y tienen sus buenos ratos y (seguramente) a alguien que los
quiera. No sé. La vida es una cosa seria… Hoy se suben en un autobús y, según
vayan más hombres o más mujeres con niños, deciden hacerse los simpáticos y
pedir dinero en nombre de una niña abaleada cuyo tratamiento cuesta cuatro mil cuatrocientos
setenta y dos bolívares (palabra), o tirar un atraco y despojar a cada quien de
su respectivas pertenencias tranquilamente y sin desperdiciar violencia. Se
bajan del autobús, le dan la vuelta a la cuadra por si acaso y para repartir lo
obtenido, y abordan otro.
Presencié un cortejo fúnebre en la
autopista Francisco Fajardo a la altura de la salida de El Rosal.
Ahí donde la autopista se pone
ancha y más adelante está la salida para la avenida Venezuela se atravesó un
carro de esos que tienen unas cornetas enormes dentro y pusieron a sonar uno de
esos ruidos tribales ensordecedores que en alguna realidad, y por falta
absoluta de referencias o un nombre mejor, llaman música. Detrás dos camionetas
grandes negras y muy nuevas del tipo Tahoe cuatro puertas colocadas de manera oblicua
tal que nadie pasaba. Delante de ellos, una Pickup gris y negra destartalada
arreglada como carro fúnebre estaba estacionada con la urna encima, un poco
separada del grupo. Alrededor de ella giraban haciendo toda clase de piruetas
incontables motos chinas cuyos choferes disparaban al aire.
Comenzaron a trepar a contra
corriente por la autopista entre los carros detenidos, pero antes de que
llegaran a donde yo estaba (en la camioneta de mi hermano) los que estaban detrás
de mí habían arrancado sonando cauchos y en retroceso se metieron por la vía
que da hacia El Rosal. Ni corto ni perezoso hice brincar esa poderosa camioneta
al mejor estilo stunt driver y me salí por el mismo sitio pero mirando para
delante dando gracias a la testosterona.
Di la vuelta, pasé por debajo de la
autopista, crucé el Guaire por puente Veracruz, di la vuelta por detrás del
centro comercial, y me fui por la Rio de Janeiro, Los Ilustres, Avenida
Victoria, Roca Tarpeya, Puente Hierro, hasta El Paraíso.
Me salvé, porque hubo asaltos ese
día. No masivos como en otros casos, pero le quitaron sus cosas a los que
estaban delante…
¿Policías? Yo no los vi…
Fue un poco antes las diez de la
mañana de un día sábado.
Después hubo no sé qué marcha de la
oposición a la cual siempre se suma la de los chavistas.
Claro, los chavistas al igual que
hacían adecos y copeyanos traen gente en autobuses desde todos los confines del
país… Lo que es igual no es trampa, dicen… Pero el montón de autobuses mal
estacionados por toda Caracas y el gentío transitando (cervecitas en mano)
hacen de la ciudad un sitio imposible. Ahí Natalia y yo tuvimos que pasar por
encima de la isla de la avenida (menos mal que la camioneta es alta) y escapar
por los caminos verdes, que incluyó una breve visita a San Agustín del Sur.
Afortunadamente hay piquetes de la Guardia Nacional por todas partes y en el de
ese día la guardia estaba entretenidísima pegándole con los cascos a unos
malandros que estaban ahí. Saludamos cortésmente, y nos fuimos.
Y otro idealista me dijo muy en
negación convencida que ya están metiendo presos a los corruptos. Me lo dijo
con una expresión en los ojos que me erizó la nuca… Estuve a punto de
preguntarle que quién pagaba por los autobuses llenos de gente que traían para
las marchas… Pero no quise asestar esa estocada. No a ella. Lo dejé así.
Pero este no es una crónica o
bitácora de viaje, ni mucho menos un documental… Sólo trato de analizar para
entender, si es que se puede.
Así que cortaré el rollo y trataré
de contarles mis conclusiones mal que bien.
Vi básicamente tres escenarios
posibles para el futuro a corto plazo de Venezuela, los tres con un mismo largo
desenlace el cual muy probablemente yo no veré, y en esto también espero
equivocarme.
Lo que está de anteojito es que el
presidente actual perderá en el referéndum que será realizado en la mitad de su
mandato. Lo va a perder porque no hay manera de que en el tiempo que falta para
llegar a ese punto él logre remontar la impopularidad, y el desastre que es el
país medio se acomode aunque de ahora en adelante sólo haga lo que tiene que
hacer para lograrlo.
Perderá, pero por múltiples razones
con las que estoy de acuerdo que ocurrirán aunque no me gusten para nada, no
dejará de ningún modo asumir al ganador. Esto activará mecanismos
internacionales que sólo están esperando a que eso suceda para intervenir.
Lastimosamente algunos desinformados estarán muy contentos, pero se perderán
muchas vidas. Mucho tiempo. Será feo, por decir lo menos.
Perderá, pero por múltiples razones
de otra clase que se caen por su propio peso, cederá el mando para salir
corriendo con sus millones a disfrutarlos en otra parte bien lejos y forrado, y
el que venga atrás se encontrará con un país ingobernable y armado dispuesto a
hacerle la vida de cuadrito para no soltar sus parcelas de poder. Milicianos,
PRANES, paramilitares, parapolicías, corruptos de todo tipo, y para remate,
todo aquel que sí se ha visto buenamente beneficiado por este largo gobierno… Y
sea cual sea el desenlace de este segundo escenario pasará también por una
represión brutal (nacional o importada),
una degollina, más inflación, y tomará por lo menos una generación o dos el
reparar las cosas y echar a andar otra vez.
Ganará, pero por razones intestinas
que están ahí en el ambiente de adentro del mismo chavismo surgirá ese caudillo
que parecemos necesitar los venezolanos siempre para hacer las cosas de una
manera coherente y racional, y tomará las riendas. Este escenario lo llamaría
yo un fascismo de izquierda. Están todos los ingredientes en la olla, lo único
que falta es que ese grupito ejecutivo que danza dentro del chavismo tratando
de arreglar aquí y allá las tropelías de los hijos de puta ladrones
multicolores se termine de convencer de que cabe hacerlo y lo haga ¿Resultados?
Represión, ejecuciones, negociaciones macabras, y más juegos malabares con la
esperanza de la gente... Este escenario pasaría obligatoriamente por entregas y
concesiones para evitar intervenciones extranjeras porque no va a contar con la
sangre de ningún venezolano para oponerse a ello, y lo sabe.
Esto es lo que yo vi allá.
Claro que cabe un escenario número
cuatro en el cual todo siga como está y la población vaya disminuyendo por
muertes y movimientos migratorios, aumentando sus niveles de tolerancia a lo
que no debería ser, y homogeneizándose por las mismas razones…, hasta
desembocar poco a poco en una especie de anarquía gobernable que no cabría en
la mente de ningún Ibáñez… Pero también tardaría. Habría que ser demasiado
venezolano para llegar hasta ahí…
No quiero ser ni pavoso ni cenizo,
pero me extrañaría mucho que las cosas no fueran a dar hasta ese punto dado lo
que vi, oí, comí, y bebí. Pero quién carrizo soy yo para saber algo ¿eh? Seguramente
estoy equivocadísimo. Diga usted.
Bueno, no quiero cerrar esto sin
intentar echarle un ojo a un quinto escenario, y sería que de algún modo la
clase política se vea invadida masivamente por gente idóneamente preparada para
administrar y gobernar un país (en equipo, no con el mesías) ofreciendo así al
ciudadano opciones efectivas para elegir, y así poco a poco ir sacando la
mierda que nos cae desde todos lados dentro de las cabezas para sustituirla con
algo de civilización. Pero igual ¿cuánto falta para eso?
Sinceramente, la tragedia que vive Venezuela
viene de lejos. Empezó antes de mi generación, y esperando siempre un caudillo,
un héroe, un redentor, para arreglarlo perdimos la visión de equipo y ese
“sálvese quien pueda” nos trajo hasta donde estamos. Un estado de negación que
ni siquiera es estéril pues engendra o al menos profundiza la tragedia.
Hasta el más negado de los
idealistas me dijo tajantemente “¡Quédate donde estás! Hiciste bien en irte y
aun no es tiempo de volver… Espera”…
… Y para esa espera no se me ocurre
nada mejor que transcribirles una décima que compusiera mi abuelo Lucas
Evangelista Guzmán entre el año 1956 y 1957 en ocasión de la gran sequía que
azotó Venezuela creando una pesadilla agrícola que parecía no tener fin.
“Cuando íbamos
pa’l rio
Con marma bongo
y taparo
Veníamos
desconsolados
Con los envases
vacíos.
“¡Misericordia,
Dios mío!
Nos mata el
hambre y la sed,
A qué santo
llamaré
Que hable con el
redentor,
Que nos aplaque
este sol,
Siempre
abrigando la fe”…
Nota:
En el argot arcaico del español
venezolano del oriente del país, Marma era un recipiente de cinco galones hecho
con la lata de base cuadrada en el que venía la manteca. Se le quitaba la tapa,
se limaba el filo, y se le atravesaba un listón de madera a modo de agarradero…
Bongo era un tipo de tobo, a veces una especie de pipote, casi siempre hecho de
lámina galvanizada… Taparo es el fruto del árbol del mismo nombre que una vez
vaciado sirve para guardar líquidos. Cuando lo abren por la mitad a modo de
bacía se llama totuma.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario