domingo, 18 de agosto de 2013

View Master


“Quien tiene dos relojes
Nunca sabe qué hora es”.
Dicho popular.

Sí, el View Master.

¿Quién se acuerda de ese visor de juguete?”

Yo nunca lo tuve porque apareció cuando ya estaba mayorcito para esas cosas. Una primita mía sí lo tenía y así fue que lo conocí.

No me voy a poner a describir el principio de estereoscopia y todo eso porque no viene al caso. Cité el aparatico ese nada más para describir cómo me sentí durante las dos semanas que pasé de visita en el país donde nací.

Estuve por allá con mi hijita cada vez más linda, con mi familia (tanta como pude ver en tan corto tiempo), y amistades profundas que al fin y al cabo son la familia que uno escoge.

¿View Master? Dirán.

Sí.

Vi una cierta cantidad de realidades superpuestas, todas casi planas, que al mirarlas de frente parecían componer un paisaje, pero al variar un poquito el ángulo se desenfocaban. Circunstancia en la que el punto de vista nunca fue más importante para interpretar las experiencias y en la cual darle algún tipo de sentido a la vida.

Me dio la impresión desesperanzadora de distintos planos semitransparentes desplazándose un poco a lo loco en cualquier eje de la matriz, pero sólo en un eje cada uno, incapaces de asumir siquiera la posibilidad de coexistir con las otras realidades. Azaroso.

Por supuesto es inevitable que en un minué de realidades (des) organizadas de ese modo a cada rato se topen entre ellas.

Éste tope es realmente una colisión de magnitudes variables que puede ir desde un simple manoteo, hasta un conato de revuelta social.

Encontré a la sociedad venezolana estratificada, más, si cabía. No podía ser de otro modo. Y cada estrato detesta y teme al otro. Divide y vencerás, dicen y lo han logrado. Quienes quiera que hayan sido.

Oí hablar de intenciones, oí hablar de futuras acciones, oí hablar de cosas que se están haciendo, y hasta oí juramentos de “te juro que las cosas son así”… Yo no lo sé. No lo vi. Pero sesudas conversaciones las tuve, con más de uno y bien informados todos.

Lo que hoy escribo representa para mí una especie de “Nudo Gordiano” el cual debo desamarrar. No usaré ninguna de mis diversiones idiomáticas absurdas. Trataré de explicarme y no complicar las frases nada más por reír de mis propias ganas de hacer las cosas enredadas. Esta vez, en verdad quiero explicar lo que vi porque también yo quiero entender aunque sea una vez en la vida.

Adicional a la ya adolescente dupla “Chavismo-Oposición” maniquea y simplista, además de aburrida de comentar por poco actual y, en blanco y negro, pude observar la esencia del híbrido que es el venezolano, en acción.

Quiero decir, un perro de raza pura podrá ser bonito según unos cánones y muy obediente él, pero es enfermizo y hasta un poco suicida si lo vemos de alguna manera (igual que un caballo de pura sangre es capaz de obedecer al jinete y galopar hasta caer muerto), pero un perro híbrido o una mula buscará y encontrará la forma de sobrevivir siempre. A pesar de lo que sea.

Sí, sí, sí, mucho chavismo y tal, mucha oposición y tal y tal…

El venezolano a “motu proprio” está evitando profundizar el lío. Poco a poco va evitando echarle más leña al fuego. Claro, cuando uno está en el centro del candelero no lo nota fácilmente, pero yo estuve ahí en calidad de observador y lo pude ver (o tal vez eso era lo que quería ver, quién sabe). Será por miedo que ya cala hondo en las personas no faltará quien lo diga, y hasta razón tendrá.

Lástima que en vez de quitarle el martillo a quien anda golpeando en la cabeza a los demás, la gente sólo alcance a ponerse hielo en los chichones, usar pomaditas anti inflamatorias, y en el mejor de los casos desarrollar un agudísimo sentido de supervivencia y quitársele de delante al vándalo del martillito.

Hace dos años (cuando me fui) si te le atravesabas a un motorizado en la autopista tenías un encontronazo seguro. No nada más con ese, también con la multitud de ellos que se detenían a respaldar a su congénere linchándote a ti.

Me le atravesé a un par de ellos sin mala intención, cosas que tiene la pérdida de la práctica,  y el asunto no pasó de un manoteo amedrentatorio de su parte y una disculpa (aceptada) de la mía las dos veces. Será que tuve suerte.

Pero déjeme narrar mi primera experiencia nada más tocando tierra en Maiquetía.

Venezuela es un país de planillas y formularios y ya en el avión de Delta Airlines en el que llegué allá, desde Atlanta, un sobrecargo igualito a Olga Tañón me dio el formulario de aduanas al mismo tiempo que me pedía disculpas porque no tenía el de inmigración. Son en total un par de papelotes en los cuales debes explicar algunas cosas. Quién eres, qué haces, cuánto traes, cuáles son tus intenciones y propósitos, cómo viniste, dónde te quedarás, etcétera, etcétera, etcétera. Está bien.

Toqué pues suelo venezolano faltándome un formulario, circunstancia que tuve que volver a enfrentar más adelante en esas dos semanas pero esa parte de la historia no viene al caso y la narraré en otra ocasión.

Mala cosa. Si te falta un formulario en Venezuela podrías estar muy frito, pero siempre se encuentra alguna solución, tú sabes…

La cosa es que en el avión sólo tenían el de aduanas. Faltaba el de inmigración.

Aterricé faltándome un recaudo, ojo… Bueno, no me dejé preocupar por esto y serpenteando entre incontables botellas de whisky… Pero permítame usted ir atrás un momento y perdone…

… Salí del aeropuerto de Covington en Kentucky que sirve a la ciudad de Cincinnati perfectamente en tiempo y con un clima esplendoroso, pero en el trayecto hacia Atlanta se desató un repentino tormentón de dimensiones épicas que nos desvió hacia Alabama haciéndonos aterrizar en el aeropuerto de Huntsville para poner combustible y ahí estuvimos por algo más de una hora, que sumándolo al tiempo que estuvimos en el aire nos hizo aterrizar en Atlanta con más de dos horas de retraso.

Pensé que había perdido el vuelo a Caracas, pero la tormenta retrasó todo en aquel lugar y, aunque tuve que correr duro llegué a tiempo desde la puerta A16 hasta la E28, trayecto hecho en tren subterráneo mayormente y aun así tomó unos cuarenta minutos lograrlo.

Supe que había alcanzado la puerta correcta aun antes de ver el número y la pizarra electrónica al ver la montaña de cajitas de whisky apilada alrededor de la mesita de los encargados por la línea aérea para recibirlas. “¡Ah! ¡Venezolanos!” me dije. “Todo bien”.

Ya había cola para subir al avión a la cual me incorporé pues llamaban a la “Zona 2”. El muchacho de franela negra que estaba detrás de mí comenzó a empujarme disimuladamente para tratar de colearse… Flemático como el que más pero autoritario le pedí que por favor me mostrara su pasaje. Asiento 22A, pude leer. “Hijo, no tienes que colearte ¿ves? Ese número seguido de una letra indica que tienes un asiento designado, no tienes que empujarme, ni colearte. Estate tranquilo que viajarás sentadito como todos los demás”. El joven barbilampiño medio azarado balbuceó un “disculpe señor”. Y dejó de molestar… “¡Ah! ¡Venezolanos!”, volví a pensar. 

Regresemos al relato ya en Maiquetía. Decía que serpenteando entre botellas de whisky que caminaban lentamente llegué a la mesa de vidrio en la cual uno se apoya para rellenar los formularios. No me había dado tiempo de preguntarme por la otra planilla cuando un joven franela roja de buenas maneras se me acercó y me dijo “señor, aquí tiene la otra que le falta, bienvenido ¿alguna duda?”. Le di las gracias también muy educadamente, recibí y llené la planilla que me faltaba, y me fui a hacer la cola de inmigración.

No había cola. Me tocó de inmediato pasar a la taquilla. La muchacha de turgente franela gris y mejores modos me hizo un par de preguntas sobre esto y aquello, me informó muy amablemente que además del número del pasaporte debía colocar en la planilla el de mi cédula de identidad ya que soy venezolano (la chica lo hizo generosamente porque después de todo, y esto lo hizo notar ella, no está claramente especificado), resaltó el hecho de que vivo afuera y que tenía dos años sin venir, me selló el pasaporte devolviéndomelo con una radiante sonrisa mientras me decía “¡Bienvenido a su país!”

Yo quedé como bizco y medio atragantado pero igual le dije “¡muchacha! ¡qué lástima que este mostrador sea tan ancho! ¡me provocó darte un beso!”. Ella se rió francamente mientras me decía “¡Otra vez será!”

En aduanas, la señora de blusa beige y collar de perlas que iba delante de mí se enredó con las botellas de whisky y por más chance que le di, igual mis maletas la alcanzaron trabándole el serrucho. Pero la gota que derramó todo fue, como no, de whisky. La señora de jersey azul celeste y mocasines de tacón mediano que venía detrás de mí las metió todas demasiado rápido y hubo reacción en cadena. Todo se apeletonó en la salida del aparato y hubo confusión de maletas y whisky caído.

El funcionario de aduanas, un señor mayor con marcado acento guaireño y franela roja, vino riéndose y puso orden separando maletas del whisky, mandando a una señora a sostener el carrito y sus perlas mientras él y yo le cargábamos el etílico cargamento claramente separado del que venía detrás de mí con la otra señora, la de los mocasines.

Solventado este trago, caminé al encuentro del entrañable señor Gilberto quien con chaqueta gris me había venido a buscar para llevarme a casa de mi madre.

Subimos a Caracas por una autopista casi vacía de carros (por la hora) que me hizo pensar en una frase de Terry Pratchett “not precisely aggressive, but terribly uncaring”, oyendo rancheras y hablando sobre Don Pedro Vargas, María Félix, y Agustín Lara, claro, al mismo tiempo que el señor Gilberto manejaba en modo defensivo esquivando todo lo que le parecía sospechoso repitiendo siempre la venezolanísima expresión de “¡Zape gato!”…

Fue un buen recibimiento.

Mi estancia de dos semanas allá, en el país donde nací, fue muy linda y muy triste al  mismo tiempo.

Dado a lo corta que fue mi estadía tuve que dejar de ver personas que son muy especiales para mí, y esto fue triste… Pero no empecemos por las tristezas…

Estuve con Natalia, mi hija. Con mi madre, mi padre, y una buena parte de mis hermanos. Vi a mis tías, mi tío querido, y algunos primos que siempre llevo en el corazón.

Fue una ocasión de reencuentro bello y sanador. Siento ahora que ese viaje era tremendamente necesario. Cuánto me alegro de haber ido.

Aunque nunca es suficiente ningún tiempo para estar con mi hija también me siento agradecido de haberla podido ver. La encontré tan inteligente, tan clara, tan total. Admiro esa niña. Mucho. Y la echo tanto de menos que me muero un poquito cada segundo que pasa… Pero, en fin, la vida tiene de esto y de aquello, y los tiempos mejores no sé cómo se las arreglan, pero están siempre por llegar. Esperemos, pues, a ver.

Poniendo aparte las tristezas inherentes a las despedidas, las tristezas provenientes de las realidades dentro de las cuales se vive en el país no son menos vivas.

Ahora descubro que aun estando conscientemente convencido de que la decisión de emigrar fue la correcta y de que me encuentro muy feliz y tranquilo aquí, en algún rincón de mi inconsciente abrigaba la esperanza de haberme equivocado y de que todo no hubiera sido más que un mal sueño.

Mi viaje también sirvió para aclarar eso. Por un lado me siento más tranquilo por haber hecho lo que tenía qué hacer. Pero por el otro me queda ese pequeño vacío que deja el desengaño por mínimo que sea el cual uno rápido tiene que llenar con algún poquito de cinismo para evitar daños mayores y duraderos… Ya lo dije, ponerse el hielo en el chichón en vez de quitarle el martillo a quien te pega, antes de que lo haga.

En fin…, volvamos al View Master.

Están los ricos de siempre haciendo tal vez más dinero que nunca aunque hayan tenido que reinventarse un poco.

Están los nuevos ricos de este lado y del otro aprovechando cuanto chance le da la impunidad para hacer del culo de Venezuela una plaza de toros, robando dineros a manos llenas sin desperdiciar oportunidad y sin que exista la más mínima esperanza de que dejen de hacerlo.

Están los recién empoderados convertidos en plaga autónoma acéfalos, o más bien, multicéfalos todos de fábula pues no sé si habrá alguien a quien realmente respondan. Motorizados (digamos civiles) y con ellos los que hacen enormes ganancias trayendo montañas de baratísimas motos chinas. Motorizados (digamos milicianos) y con ellos los que hacen negocios con las rápidas e infalibles pequeñas motos japonesas además del liviano armamento de asalto que portan a plena luz del día. Motorizados (digamos que paramilitares, parapoliciales, escoltas y otros varios) y con ellos los que hacen negocio con las espectaculares motocicletas japonesas de cilindrada media tirando a alta, y el armamento de asalto no ya tan liviano que portan igual que yo mis lentes para leer.

Está también una clase media que se queja y se queja y se queja y publican en las redes sociales y publican en las redes sociales, pero que de un modo o de otro siguen andando en buenas camionetas y carros de lujo medio (es decir, no vi ni Ferrari, ni Bentley, aunque sí más de un Audi) comprando whisky en todos lados al precio que esté… Lidiando con una inflación absurda que no tiene compón para los próximos quince o veinte años según parece, lidiando con unas extremadamente creativas fuerzas del hampa (que no es para nada común) que hoy te roban de un modo, mañana de otro, pasado te secuestra, y el día después te roban el cabello, y al otro te clonan las tarjetas de crédito, o te vuelan el celular, o quién sabe qué más… Yo nací en la parte media baja de la clase media. Es decir, no fuimos nunca a Miami a hacer compras ni a conocer a Mickey Mouse. Fuimos a Europa porque a mi papá lo becó la Unesco… Quiero decir, que en Venezuela estaría en la porción de la sociedad más azotada y más indefensa.

Vi la Venezuela del buen comer y el buen vestir. Vi la Venezuela intelectual de este lado y del otro. Vi la Venezuela del bunker de lujo y de las calles llenas de huecos por cuyas aceras transitan señoras de servicio y transexuales. Vi la Venezuela cabocla de risa y brusquedad, y la criolla de sutilezas y buen trago.

Viví la Caracas de la variedad y la cultura. Caminé por el parque Los Cobos en el marco de la feria del libro entre docenas de representantes de editoriales, libreros de todos tipos y temáticas, cómics, tecnología, música… Conversatorios con distintos autores bautizando un nuevo título o comentando algún texto. Cruce de ideas… Compré mi grimorio de turno, una edición de los treinta en muy buen estado, esta vez de Erasmo de Rotterdam. Me gustó mucho. Fui tres veces. Aquí donde yo vivo no existe nada siquiera parecido a eso. Tal vez en una ciudad más grande, pero no aquí.

Viví la noche de parranda que comienza por “el chino alemán” de Altamira, pasa por la taguara perezjimenista de Colinas de Bello Monte y por el bar sempiterno del “callejón de la puñalada”, para terminar en Las Mercedes comiendo “Perripollos” a las tres y media de la madrugada entre borrachos y taxistas.

Vi una Caracas con más miedo que nunca, pero al mismo tiempo vi una Caracas que sigue siendo la misma sobreviviente mierda cínica y contrastada en la cual crecí, en donde conviven malandros de todas clases viendo a ver cómo coño hace para desquitarse una vez más. Ojo por ojo y diente por diente, parece ser el lema de esa ciudad. Una Caracas en la que uno no deja de hacer lo que tiene que hacer por el nimio detallito de que te podría pasar algo feo, tal vez definitivo.

Se dice que nadie es tan viejo como para pensar que no vivirá otro año más… Pues me parece que en Caracas la cosa es que nadie piensa que ha corrido suficientes riesgos como para no correr uno más… No quiero volver a vivir allá. Los niveles de desastre impune en los que se vive son demasiado altos, sólo que han creado tolerancia porque los aumentos se dan paulatinamente junto con toda suerte de pañitos calientes que resultan muy buenos también.

Y en el otro lado, los idealistas.

Los hay de varios tipos a saber. Los que están esperando que alguien agarre el chivo por los cachos y ponga orden…, en ambos lados, palabra. Está la clase media de oposición que se retrata con Capriles y todo ese variopinto grupo que por esa misma razón se les complica (y complicará) la cosa, y la clase media chavista que aún está esperando un nuevo comandante que llegue y ponga orden salvando el verdadero chavismo de la igualdad y los derechos. Hay hasta un par de nombre propuestos ahí y todo… En Venezuela aun después de lo que hemos experimentado seguimos esperando al mesías, al redentor, al caudillo…, al padre imaginario al cual seguir.

Están los que entraron en negación llamando chavecos a los chavistas y escuálidos a los de la oposición. Estos están cómodos pues no hay nada más útil en la vida que tener a quien echarle la culpa de todo. Los que se quedaron pegados en el existencialismo de los cincuenta y decretaron que el infierno son los otros. Pero quiénes son los otros… ¿Se han puesto a pensar que en todo momento uno es el otro del otro?

Chavistas que no dan su brazo a torcer en cuanto la situación que se vive es más que suficiente prueba de que algo salió muy mal y que lo que hay que hacer es ponerse a corregirlo, y que corregirlo pasa por aceptar que aun habiendo hecho cosas muy buenas las malas han sido muy malas. Y malo y bueno nada tiene que ver con la moral y otras pazguatadas. Tiene que ver con la coherencia entre el discurso y los resultados. Si hablas de una ruptura con la podredumbre de la cuarta república, no permitas que se repitan sus defectos, digo yo. Y si existen, extírpalos. No los magnifiques, caray.

Opositores que despotrican lapidarios sobre la situación culpa de esos brutos horrorosos pata en el suelo con pésima ortografía, burros, gorilas, qué sé yo qué más, pero siguen haciendo trampa, nadando dentro de la corrupción, haciendo trampa ¡tramposos! Coño…, perdóneme la pérdida de compostura. Pero por favor, deje de echarles la culpa a los demás y cultive su propio jardín, ya que lo demás no ha funcionado ni funcionará nunca.

Están los que sin ideales de ningún tipo, ni teorías, ni aun quien los defienda y vele por ellos, sin formación ni conocimiento de ninguna clase de ética se buscan la vida día a día, vida que ya deben. Siempre en la cara de atrás de la ola, sin esperanza ni parámetros. Pero viven, y ríen, y tienen sus buenos ratos y (seguramente) a alguien que los quiera. No sé. La vida es una cosa seria… Hoy se suben en un autobús y, según vayan más hombres o más mujeres con niños, deciden hacerse los simpáticos y pedir dinero en nombre de una niña abaleada cuyo tratamiento cuesta cuatro mil cuatrocientos setenta y dos bolívares (palabra), o tirar un atraco y despojar a cada quien de su respectivas pertenencias tranquilamente y sin desperdiciar violencia. Se bajan del autobús, le dan la vuelta a la cuadra por si acaso y para repartir lo obtenido, y abordan otro.

Presencié un cortejo fúnebre en la autopista Francisco Fajardo a la altura de la salida de El Rosal.

Ahí donde la autopista se pone ancha y más adelante está la salida para la avenida Venezuela se atravesó un carro de esos que tienen unas cornetas enormes dentro y pusieron a sonar uno de esos ruidos tribales ensordecedores que en alguna realidad, y por falta absoluta de referencias o un nombre mejor, llaman música. Detrás dos camionetas grandes negras y muy nuevas del tipo Tahoe cuatro puertas colocadas de manera oblicua tal que nadie pasaba. Delante de ellos, una Pickup gris y negra destartalada arreglada como carro fúnebre estaba estacionada con la urna encima, un poco separada del grupo. Alrededor de ella giraban haciendo toda clase de piruetas incontables motos chinas cuyos choferes disparaban al aire.

Comenzaron a trepar a contra corriente por la autopista entre los carros detenidos, pero antes de que llegaran a donde yo estaba (en la camioneta de mi hermano) los que estaban detrás de mí habían arrancado sonando cauchos y en retroceso se metieron por la vía que da hacia El Rosal. Ni corto ni perezoso hice brincar esa poderosa camioneta al mejor estilo stunt driver y me salí por el mismo sitio pero mirando para delante dando gracias a la testosterona.

Di la vuelta, pasé por debajo de la autopista, crucé el Guaire por puente Veracruz, di la vuelta por detrás del centro comercial, y me fui por la Rio de Janeiro, Los Ilustres, Avenida Victoria, Roca Tarpeya, Puente Hierro, hasta El Paraíso.

Me salvé, porque hubo asaltos ese día. No masivos como en otros casos, pero le quitaron sus cosas a los que estaban delante…

¿Policías? Yo no los vi…

Fue un poco antes las diez de la mañana de un día sábado.

Después hubo no sé qué marcha de la oposición a la cual siempre se suma la de los chavistas.

Claro, los chavistas al igual que hacían adecos y copeyanos traen gente en autobuses desde todos los confines del país… Lo que es igual no es trampa, dicen… Pero el montón de autobuses mal estacionados por toda Caracas y el gentío transitando (cervecitas en mano) hacen de la ciudad un sitio imposible. Ahí Natalia y yo tuvimos que pasar por encima de la isla de la avenida (menos mal que la camioneta es alta) y escapar por los caminos verdes, que incluyó una breve visita a San Agustín del Sur. Afortunadamente hay piquetes de la Guardia Nacional por todas partes y en el de ese día la guardia estaba entretenidísima pegándole con los cascos a unos malandros que estaban ahí. Saludamos cortésmente, y nos fuimos.

Y otro idealista me dijo muy en negación convencida que ya están metiendo presos a los corruptos. Me lo dijo con una expresión en los ojos que me erizó la nuca… Estuve a punto de preguntarle que quién pagaba por los autobuses llenos de gente que traían para las marchas… Pero no quise asestar esa estocada. No a ella. Lo dejé así.

Pero este no es una crónica o bitácora de viaje, ni mucho menos un documental… Sólo trato de analizar para entender, si es que se puede.

Así que cortaré el rollo y trataré de contarles mis conclusiones mal que bien.

Vi básicamente tres escenarios posibles para el futuro a corto plazo de Venezuela, los tres con un mismo largo desenlace el cual muy probablemente yo no veré, y en esto también espero equivocarme.

Lo que está de anteojito es que el presidente actual perderá en el referéndum que será realizado en la mitad de su mandato. Lo va a perder porque no hay manera de que en el tiempo que falta para llegar a ese punto él logre remontar la impopularidad, y el desastre que es el país medio se acomode aunque de ahora en adelante sólo haga lo que tiene que hacer para lograrlo.

Perderá, pero por múltiples razones con las que estoy de acuerdo que ocurrirán aunque no me gusten para nada, no dejará de ningún modo asumir al ganador. Esto activará mecanismos internacionales que sólo están esperando a que eso suceda para intervenir. Lastimosamente algunos desinformados estarán muy contentos, pero se perderán muchas vidas. Mucho tiempo. Será feo, por decir lo menos.

Perderá, pero por múltiples razones de otra clase que se caen por su propio peso, cederá el mando para salir corriendo con sus millones a disfrutarlos en otra parte bien lejos y forrado, y el que venga atrás se encontrará con un país ingobernable y armado dispuesto a hacerle la vida de cuadrito para no soltar sus parcelas de poder. Milicianos, PRANES, paramilitares, parapolicías, corruptos de todo tipo, y para remate, todo aquel que sí se ha visto buenamente beneficiado por este largo gobierno… Y sea cual sea el desenlace de este segundo escenario pasará también por una represión brutal (nacional  o importada), una degollina, más inflación, y tomará por lo menos una generación o dos el reparar las cosas y echar a andar otra vez.

Ganará, pero por razones intestinas que están ahí en el ambiente de adentro del mismo chavismo surgirá ese caudillo que parecemos necesitar los venezolanos siempre para hacer las cosas de una manera coherente y racional, y tomará las riendas. Este escenario lo llamaría yo un fascismo de izquierda. Están todos los ingredientes en la olla, lo único que falta es que ese grupito ejecutivo que danza dentro del chavismo tratando de arreglar aquí y allá las tropelías de los hijos de puta ladrones multicolores se termine de convencer de que cabe hacerlo y lo haga ¿Resultados? Represión, ejecuciones, negociaciones macabras, y más juegos malabares con la esperanza de la gente... Este escenario pasaría obligatoriamente por entregas y concesiones para evitar intervenciones extranjeras porque no va a contar con la sangre de ningún venezolano para oponerse a ello, y lo sabe.

Esto es lo que yo vi allá.

Claro que cabe un escenario número cuatro en el cual todo siga como está y la población vaya disminuyendo por muertes y movimientos migratorios, aumentando sus niveles de tolerancia a lo que no debería ser, y homogeneizándose por las mismas razones…, hasta desembocar poco a poco en una especie de anarquía gobernable que no cabría en la mente de ningún Ibáñez… Pero también tardaría. Habría que ser demasiado venezolano para llegar hasta ahí…

No quiero ser ni pavoso ni cenizo, pero me extrañaría mucho que las cosas no fueran a dar hasta ese punto dado lo que vi, oí, comí, y bebí. Pero quién carrizo soy yo para saber algo ¿eh? Seguramente estoy equivocadísimo. Diga usted.

Bueno, no quiero cerrar esto sin intentar echarle un ojo a un quinto escenario, y sería que de algún modo la clase política se vea invadida masivamente por gente idóneamente preparada para administrar y gobernar un país (en equipo, no con el mesías) ofreciendo así al ciudadano opciones efectivas para elegir, y así poco a poco ir sacando la mierda que nos cae desde todos lados dentro de las cabezas para sustituirla con algo de civilización. Pero igual ¿cuánto falta para eso?

Sinceramente, la tragedia que vive Venezuela viene de lejos. Empezó antes de mi generación, y esperando siempre un caudillo, un héroe, un redentor, para arreglarlo perdimos la visión de equipo y ese “sálvese quien pueda” nos trajo hasta donde estamos. Un estado de negación que ni siquiera es estéril pues engendra o al menos profundiza la tragedia.

Hasta el más negado de los idealistas me dijo tajantemente “¡Quédate donde estás! Hiciste bien en irte y aun no es tiempo de volver… Espera”…

… Y para esa espera no se me ocurre nada mejor que transcribirles una décima que compusiera mi abuelo Lucas Evangelista Guzmán entre el año 1956 y 1957 en ocasión de la gran sequía que azotó Venezuela creando una pesadilla agrícola que parecía no tener fin.

“Cuando íbamos pa’l rio
Con marma bongo y taparo
Veníamos desconsolados
Con los envases vacíos.
“¡Misericordia, Dios mío!
Nos mata el hambre y la sed,
A qué santo llamaré
Que hable con el redentor,
Que nos aplaque este sol,
Siempre abrigando la fe”…


Nota:
En el argot arcaico del español venezolano del oriente del país, Marma era un recipiente de cinco galones hecho con la lata de base cuadrada en el que venía la manteca. Se le quitaba la tapa, se limaba el filo, y se le atravesaba un listón de madera a modo de agarradero… Bongo era un tipo de tobo, a veces una especie de pipote, casi siempre hecho de lámina galvanizada… Taparo es el fruto del árbol del mismo nombre que una vez vaciado sirve para guardar líquidos. Cuando lo abren por la mitad a modo de bacía se llama totuma. 

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