domingo, 25 de enero de 2015

Bla-bla.



-"... Que a mí el ajo se me repite,
que a mí el ajo se me repite,
que a mí el ajo se me repite...”

Dani Rovira.
Club de la Comedia.


¡Ay ay ayyy!

Nada, lo de siempre por estos días: mi cumpleaños.

Lloro y lloro siempre por la misma causa igualito que un niño pendejo.

¡Maestra, mire al sol que dio una vuelta más y me pegó otro año más en el lomo!¡Otro plomo más en el ala!

¡Llorón! Si hasta vergüenza me da quejarme tanto por la misma vaina ¿Y qué de la gente que no matricula para este nuevo período? ¿Y qué de esos jóvenes desesperados por ser mayores para por fin ser tomados en serio? ¿Qué de los que me llevan un cuarto de siglo o más de ventaja? ¡Llorón desvergonzado! ¡Malagradecido!

Bueno, ya está bien, ya expuse el punto.

¿Se han fijado en lo igual que está todo mientras se lo vigila y la rapidez con la que cambia cuando se le deja de mirar?

Como el pasto, como el clima, como los precios de las cosas, como las pastillas de freno del carro.

Para cuando establezco una metodología basada en la observación y el ensayo y error, algo cambia haciéndome fallar y tener que empezar de nuevo. Igualito a cuando uno por fin aprende a hacer los huevos benedictinos y la temperatura ambiental baja dramáticamente.

O los huevos son de pata ¡eh! de pato nunca.

Sí, aquí cerca hay un mercado chino en el que consigo hasta lo que no sé qué es ni con qué se come ¿huevos? de animales que ni idea tenía que eran ovíparos ¡qué desorganizados los huevitos!

Pero mucho la de huevos que hay que tener para hacer “arepa de plátano” con ídem traído del país del día de mañana ¿abstracto? sí, no hay dudas. El otro día le pedí a mi hermano que me enviara los resultados de la lotería de hoy porque ya allá es mañana y me mandó a comprar topochos, que en el idioma de allá no suena a falo en el idioma de acá. Porque a que sí, eso de topocho suena a corto pero gruesito ¡Eeesoo! ¡Jajaja! ¡Disparates!

Si para usted lo anterior no le hizo gracia es debido tal vez a una tara, que si lo oye un electricista pensará en un carrete, si lo hace uno que vende gas pensará en bombona, si lo hace una chica venezolana pensará en algún ortóptero, si lo hace un mensajero estará pensando en una moto pequeña, y si lo hace un psiquiatra pensará en handicap. Y yo como soy moreno y alguna vez sefardita, pienso en un poco de todo junto, pero no revuelto.

Como los huevos benedictinos.

Cincuenta y un años, que se dice fácil. Sí, se dice fácil. Pero en una deliciosa conversación que tuve esta mañana quedó determinado que lo que nos separa de la real adultez no se taxa en años, sino en fondos.

Caray, que la brizna de evolución de la personalidad que aun falta para finalmente ser considerado por nosotros mismos como reales adultos es algo tan obvio tal vez como una inmensa montaña que pisas y no puede ser vista hasta que no te decides a pensar en ella e imaginártela, figurártela.

Primero, un adulto ¿qué mierda es un adulto? ¿un vejete cualquiera de los que se sienta fuera de su casa a coger el fresco mientras descose a lengüetazos a la hija de la vecina, es un adulto? ¿uno que se ofende cada vez que alguien le dice algo que no le gusta oír, es un adulto?

¿Soy yo un adulto? Yo lo que soy es un loco de mediana edad, que sí, que estoy tratando. Pero serlo, no sé.

No soy fácil de ofender pues para mí la ofensa jode más a quien la profiere que al objeto de la misma, sin embargo no es difícil herir mis sentimientos -“¡Ayyy, peluuuche!”, no faltará quien salga a decirme, y es así: peluche llorón a mucha honra... Dame unos meses para que veas ¡no jóo!

Vamos a apegarnos a la máxima de no me acuerdo quién, que dice: “que no esté en manos de otros (quitarte, ponerte, definirte, otorgarte, etcétera, etcétera) lo que tú eres”.

Eso es para mí un adulto, uno que no deja en manos de otros lo que es.

Que mis pertenencias son lo que yo soy, lo que me define.

Que no, que es mi ocupación, mi oficio, mi profesión.

Que la imágen que de mi tienen los demás es lo que me hace ser lo que soy ¡Perro!

¿Este? este lo que es, es tremendo cocinero...” Pues sí, no me joda.

A veces preparo unas porquerías que ni yo me puedo comer, y ¿dejo de ser yo? ¿o cambio en algo? y claro, sí, cuando me comentan que quedó horrible eso que hice me duele un poquito, pero ¡joder, si es cierto!

Los huevos benedictinos climáticos, por ejemplo.

¿Este? Este lo que tiene son escalpelos en vez de cuchillos de cocina”. Y no, a veces mis tomates más que cortados mueren de heridas contusas como si me hubiera decidido a cortarlos a bastonazos.

De ahí, de ser definido, a ser ofendido, la distancia se mide en unidad absoluta: eres adulto, o no lo eres. On-off. A lo cual debes sumarle una circunstancia en especial que resuena de modo aumentativo y ya verás por qué.

Sostengo que: “una verdadera vergüenza no es la que se pasa cuando te abren la puerta del baño mientras cagas, es cuando te abren esa puerta y te encuentran limpiándote el culo”.

Esa es una verdadera pena, sin embargo, un adulto tiene que limpiarse el culo para serlo ¿no? ¿Que te vean haciéndolo hace de verdad alguna diferencia? ¡Sí! ¡Da muchísima vergüenza! Da mucha vergüenza que te vean haciendo algo que haces si eres adulto... ¿Ah?...

Sí, hay cosas que es mejor hacer en privado.

O yendo más lejos: el paseo es para ir a nadar en un pozo helado de rio de montaña. En el grupo van unas muchachas y entre ellas una que te gusta. Es ya de tarde y se acaba el nadar. Ahora hay que cambiarse la ropa helada por unas secas. No te escondes para cambiarte más de la cuenta para no levantar las burlas de los otros más procaces que tú (hay un fino balance ahí, necesario de alcanzar: muy cerca, grosero exhibicionista. Muy lejos, tímido mariquita. Esto es importante pues no es cosa de dejar que se voltée la tortilla sin dar guerra) y ¡zás! cuando recién te quitaste ese frío traje de baños pasa uno de los jodedores como una saeta arrancándote la toalla mientras grita: “¡ese cuuuloo!”. Todas todas voltean a mirarte riendo con el foco puesto en aquello que ya chiquito de por sí, se encuentra especialmente retraído por el frío, y por un segundo ves la expresión de desánimo (sonrisa congelada con las comisuras caídas) en aquella carita que te gustaba tanto...

Lo dicho: una cosa es ofenderse y otra entristecerse. La primera tiene manejo. La segunda se mitiga, se engaveta con la esperanza de que en la siguiente reunión no salga el mismo hijo de puta a recordar el episodio, pero cura, eso de la cura es harina de otro costal...

Sin embargo, a pesar de las limitaciones dadas por la naturaleza en oposición a los cánones impuestos por el mercado tenebroso y limitante que fabrican en sus laboratorios los oscuros intereses que suprematizan características animales de ciertos grupos... ¡Uf! ¡Qué montón de paja!... Uno mal que bien remonta eso y va aprendiendo otras mañas que mal que bien permiten ciertas defensas... En fin..., que uno se va haciendo adulto y lo de los huevos benedictinos se sobrelleva ahí, ahí... Y por si las moscas se le pierde totalmente la pista a aquella chica de la sonrisa triste.

¡Total! Era una víctima del mercado de consumo”...

Y hemos tenido que remontar, además, que nos digan cosas como que “sí, tú te quejas mucho, pero siempre has hecho lo que te ha dado la gana”.

Palabra.

El otro día me lo dijeron en un contexto inesperado y por primera vez en mi medio siglo de existencia me vi forzado a cerrar la boca en una reunión para poder pensar al respecto y ponderar la importancia y alcances de esa frase. Me anularon tal vez sin saberlo, usando un principio del tai-chi: mi propia fuerza. Ni siquiera puedo usar la dudosa excusa de que me lo dijeron en inglés y que en ese idioma me parece pavoso ponerme a pensar. No, me lo dijeron en caraqueño puro y duro llegándome el mensaje alto y claro.

Me agarró completamente descuidado porque quien me lo dijo no es una persona dada a las profundidades filosóficas. No, no me ofendió. Me dolió un poquito porque por haber sido dicho por quien lo dijo (y en el contexto dado) me hizo pensar que había querido decir otra cosa y estuve al borde de perderme en consideraciones en vez de aprovechar el tesoro sanador escondido en la frase. Afortunadamente lo atajé a tiempo y ahí más o menos me sobrepuse.

Lo admito: es cierto que he hecho en la vida mayormente lo que me ha dado la real gana, y de las cosas que he hecho que no han sido porque me ha dado la gana, ha sido porque eran consecuencia de haber hecho lo que hice.

Y las veces que no he hecho eso, ha sido las veces que no he sido feliz.

No he sido feliz -¡Oído al parche!- las veces que he hecho lo que se supone que debería hacer. Es decir, que el que dice que tomar las decisiones correctas es algún tipo de secreto de la felicidad no está echando el cuento completo y hasta tendencioso podría ser por aquello de la relatividad de las cosas. Sí, precisamente: correctas según el punto de vista de quién. Ahí está la sal que siempre le echo de más a mis huevos benedictinos.

¡Coño! ¡soy como un jodido gato! Un gato del cipote de esos que hacen lo que les da la gana y alguien viene a recoger la mierda... Un gato ¡válgame Pachamama!

¿Serán celíacos los gatos? ¡Pss! No me haga usted caso, le ruego, que pierdo el hilo.

Me ponía a llorar cada enero porque ahí venía de nuevo el recordatorio de que no hice la tarea, en vez de hacerla. Y no la hago porque no me da la gana, y no me da la gana porque pensaba que esa tarea era algo que me imponía otro (como la obligación de tener el pipí grandote y al mismo tiempo avergonzarme por tenerlo chiquito) y no me da la gana de ser evaluado por los demás, y otra vez me agarraba el siguiente recordatorio y yo me ponía a llorar un mes entero: desde el día de los Santos inocentes hasta mi cumpleaños. Año trás año.

Un lío, como el que se hace al poner los huevos en la salsa antes de que esta esté suficientemente caliente.

Una repetición como la del ajo, que te corta hasta las ganas de besar a la que ya te aprobó con pipí chiquito y todo, y que era tan fácil de evitar si en un principio no se usaba tanto ajo (hacer la tarea) o de vivir con ello y dar los besos que a lo mejor y hasta con ajo son buenos (mandar a los evaluadores (el ruido interno) a la mierda)...

Bueno, también están los traumas de la edad adulta primera que es más bien de adolescente segunda, pero no nos enredemos, no le echemos más leña a la candela.

A veces besar una ensalada no es precisamente erótico. Lo sé. Por aquello de los pecados de la carne. Supongo. Pero todo cambia súbitamente cuando deja de mirársele un rato.

Y dirán, digo, “¿qué pito toca el erotismo cuando se está tan viejo".

!Ah! ¡Ígnaro que sueltas esas boludeces con tanta saña y hasta donaire! ¡Así se te hagan eternas las cagadas y siempre encuentres quien te abra la puerta del baño mientras practicas a ser adulto!

A mi tierna edad casi adulta (es un asunto de fondos no más) es lo más importante de la vida. Es la vida misma. Es, en resumidas cuentas, lo único que importa.

Di, si quieres, que claro, que nada es más importante que los frenos cuando estás a punto de desbarrancarte, siendo así el más cruel de los malditos que como chacumbele te jodes a ti mismo a menos que mueras jóven. Ya veremos.

Yo te digo que estoy fuera de tu alcance, así mismo como de tantos otros. Pero cierto, no de todos. Y no lo estoy por un detalle muy obvio, tanto como la montaña enorme que no podemos ver porque caminamos sobre ella.

El verlo finalmente, lejos de hacerme llorar, me ha quitado un peso de encima. Puedo decir que hemos encontrado la solución, la puerta que da a la adultez y el lugar en el cual se encuentra la llave que la abre.

Entonces, ya que la llave es un tema de fondos, nos hemos decidido de ahora en adelante a ahorrar cada penique posible para aceitar un poco más las rolineras del carro de la adultez, alcanzarla, abrir la puerta, y pasar a ver qué hay del otro lado.

Hacer la tarea, pero ¡Porque me da la gana! ¡Carajo!

¿Después? Ya veremos.











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